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#ME REÍ MUCHO DE MÍ MISMA CUANDO ENTENDÍ
enredaderasempiterna · 9 months
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Espero que tú, hayas sido el amor de mi vida.
El Lunes me encontré con una amiga que hace tiempo no veía, mejor dicho que ni le hablaba, en fin, hablamos sobre nuestras vidas y como era de esperar me preguntó: “¿Cómo está Anastasia?” Después de un momento le respondí: “No sé nada de ella, hace meses que ya no estamos juntas”. Reí y proceso a intentar cambiar de tema, ¿Por qué no la buscas?, solo agache la cabeza y me quedé en silencio. Y claro, me miró con una cara de tristeza y simpatía que todos intentan mostrarte cuando dices algo así, a continuación dijo lo que la mayoría de personas dirían para hacerte sentir mejor: “va a llegar alguien y la vas y la van a amar tanto como lo hiciste con ella o incluso más, porque es probable que ahora ella este mejor sin tí, todo puede o no pasar”, me quedé con cara de ajaam, porque realmente, si estás con alguien, espero de todo corazón sea mil veces mejor que yo, no mereces menos, ajeno a que, si lo llegué o no a intentar, fracase en el intento pero entendí que no se ama igual a nadie, que no encontrarás una persona igual o similar en la vida, en este caso como tú.
Pero bueno, realmente espero que mi amiga esté equivocada, espero nunca encontrar a alguien que ame tanto como lo hiciste tu, porque dudo repetir y vivir muchas cosas como contigo lo hice y no tengo ni ganas, mucho menos interés de conocer a alguien más. Aquí te sigo contando y escribiendo y no se hasta cuándo dejaré de hacerlo pero algo bueno, podrá salir de esto 📖
Procedimos la plática y le mencioné, "Puedo decir con seguridad que le quiero, amo, admiro y extraño, pero no sé lo digo porque lo que le entregué de mi fue simplemente demasiado, o todo, no se, se que se lo entregué de manera abrumadora, lo lancé al vacío sin dudarlo, sin escuchar a terceros, me di cuenta y aprendí con ella que un puente se sostiene de dos lados, claro está por leyes de gravedad. El amor que le di y nos dimos, fue simplemente demasiado y lo más bonito que pude ofrecerle a alguien, fui la persona más inmadura y más tonta, era yo misma estando con ella, disfrutaba de hacerle detalles y sorpresas, de caminar de su mano y sentirme invencible y a la vez la más afortunada."
Se quedó callada a lo que procedí, con lo siguiente :
Puedo decir que fue mi primer amor, lo digo porque nunca había sido tan sincera y entregada a alguien; al punto de no querer mirar a ningúna otra persona, porque ella era todo lo que quería. Aunque aveces pensara o mostrará lo contrario, no fue así, claro, erróneamente pensé que personas de mi pasado, me habían enseñado mucho del "amor" y no, aquí con ella lo aprendí.
Era un amor lleno de ilusiones y expectativas, si, inmadurez, cultura, fuera de lo común, tanto que llego un punto en donde mi felicidad era basada en hacerla feliz a ella y verla sonreír. Era lo primero que pensaba en la mañana y lo último en la noche. Esperaba sus mensajes todo el día, escribia y le pensaba como a nadie nunca, hacía lo que fuera por verla, así llegar tarde a casa, pero ella llegara segura a la suya, dejar todo atrás solo por no dejarla ir, pensaba todo el tiempo en detalles que le alegraran el día, en específico de sus gustos, películas y series, le ponía tanta atención para aprender y conocerla cada día más.
Siempre trate de hacerla sentir la niña más especial del mundo porque para mí si lo era, esa sonrisa, esos ojos pispiretos, lo decían todo.
Y como casi todas las relaciones, el principio de esta fue lo mejor, esa emoción que te absorbe y te consume. Pero en poco tiempo ambas cambiamos. Nunca sabré por qué, ya que no lo hablamos, hubo personas por medio, comentarios qué tal ves ocasionaron tal rompimiento, muchos se metieron en la relación en los primeros meses, muchos se oponían a lo que teníamos, buscaban mil y un razones para separarnos y a muchos de ellos yo, ingenuamente, llamaba "amigos" esos que dicen ser leales pero no lo saber ser y te traicionan, al punto de acabar con esto.
Pero bueno, esas gentes no son el punto.
A diario decia "Logré enamorarla y así seguiré" o eso creía yo. Tal vez nunca la enamoré o conoció/ regreso a alguien más, o simplemente se dio cuenta que el amor que le tenía era tan grande que no iba a ser recíproco o sencillo se arrepintió al conocerme con el tiempo. Conoció a mi familia, mi espacio, a mi mamá, a mis maestros ¿Que más faltó? No sé, pero sentía que yo ahí me quedaría. Lo cual, claramente no fue así.
Muchos se sorprendieron al saber esto, vaya, en tan poco, conocio tanto, y otros, después de mucho, han conocido poco o lo necesario. Porque realmente no me dan ganas de abrirme más allá de lo que tú, lograste conocer.
Seguimos platicando y le mencioné: La razón ya no importa, al final se fue, empecé a liberarme de todo aquello que no era saludable: situaciones, personas, gustos, cosas, lugares. Inclusive pase por situaciones no tan comunes o confortables para mí. De acciones e impulsos que por compromiso me hicieron sentir peor. Me deshice de pensamientos y recuerdos, yo le marcaba, sonaba ocupado o buzón, me terminó bloqueando de todos lados y entendí todo, un 15 de agosto, esperando su mensaje, el cual nunca llegó decidí archivar nuestra conversación, trate de esperar y creer que llegaría ese mensaje pero no fue así y decidí borrar lo que parecía imposible, (incluido aquella conversación). Algunos lo llamarían egoísmo, depresión, yo únicamente trate de salir adelante y seguir.
Después de unos días, logramos entablar una conversación, me envió un mensaje que tendría que haberme llegado el día de mi cumpleaños, no me permitió responder a lo que comencé aún más a escribir.
Días después, le escribí, por eso decidí comenzar a escribir por aquí, ajeno a que se le habían terminado las hojas a mi libreta, en terapia tuve una tarea, escribir en cada proceso de mi duelo, una carta, le marque, le leí todo, porque ella estaba mejor sin mi.
Intenté no llorar en ese momento, pero me derrumbe.
En fin, a lo que voy, espero que tú hayas sido “El amor de mi vida”, porque no quiero volver a sentir esa clase de amor nunca. A pesar de que la relación duró poco, realmente me cambió la vida y es algo de lo que nunca me arrepentiré. Ya que crecí como persona, y me di cuenta de lo que quiero y de lo que soy capaz. Y lo acepto me enamoré y me encantó cada minuto que compartí con ella, incluso cuando peleábamos, yo la amaba. Pero nunca me quiero volver a sentir así, al final terminan diciendo adios, sentir como ella se iba desvaneciendo me mataba lentamente y me comía por dentro, muchas veces pensé ir a buscarla, abrazarla, llamarla, verla, pero por equis situación nada de eso era posible, apuesto que muchos decían que porque llorarle a alguien que se fue y que por algo no está en tu vida, pero mucho hablan, poco saben y claramente desconocen la situación y la razón de los hechos, pero no se trata de eso, los momentos, las alegrías, las pláticas, el tomar su mano, en besar esa sonrisa se volvió algo nuevo para mi estando a su lado y que así vinieran mil, ella valdría cualquier riesgo.
En fin, cuando tome la decisión de seguir mi camino, fue como si mi mundo se detuviera y de élla dependiera moverlo, porque realmente así lo sentí y aunque le escribía cartas y anhelaba verla no me sentía preparada para darle la cara.
Así que mi mundo siguió girando,entre altas y bajas, caidas, logros pero siempre esperaba verle ahí pero no era asi y solo me quedaba dedicarle mis logros. Cómo hasta hoy en día.
Me di cuenta con el tiempo de que lo que necesitaba era saber la razón o motivo de las cosas pero eso no llegaría, con situaciones, personas, experiencias y nuevamente una última crisis por fin el dolor que sentia en mi pecho se detuvo o eso creía y mi corazón parecía haber puesto sus pedacitos juntos de nuevo, pero sigue ahí luchando por mantenerse y mantenerme vivo día con día.
No es que yo no quiera volver a enamorarme, pero cuando lo haga de nuevo, y me entregue del todo a una persona, espero que sea un tipo muy diferente de amor, no el mismo, no similar solo que sea distinto al que viví con ella.
Y sonará raro pero ya no quiero a mi “otra mitad”, quiero a alguien entienda en algún momento las situaciones y mi raro carácter, arranques e impulsos, como lo solia hacer.
No quiero extrañar a alguien tanto que duela, no quiero llorar por las noches o por las mañanas por no saber como rescatar a esa persona, de cómo lograr que regrese pero no sé puede todo en esta vida.
Finalmente espero que esa persona que esté a tu lado se de cuenta que no tiene a una persona común, si no a una compañera y una mejor amiga, una maravilla de mujer, inteligente, trabajadora que está contigo en todo momento,la cual con el tiempo se vuelve la mejor parte de ti, aquella que impulsa a ser la mejor versión de ti, que confía ciegamente y conoce de lo que eres capaz, alguien con metas en la vida, que sabe hacia donde va y que puede hacerle compañía en su camino así hayan miles de razones para no seguir.
Me cuesta un chingo de trabajo entender que esto se acabó, porque todavía pienso en nosotras como algo que podría salvarse, soy fanática de creerme que esa chispa sigue ahí como la primera vez que nos vimos, como en las primeras citas, como en los primeros besos.
Luego de lejitos miro tus fotos y pretendo que no me recorre un choque eléctrico por dentro, pero también noto que no hay ni una ligera pinta de que me eches de menos, y no me malinterpretes, me pone feliz verte feliz, porque mereces todo lo chingón del mundo.
Es sólo que me cuesta hacerme a la idea, está tonta sigue creyendo que nos hizo falta una despedida decente, he perdido la cuenta de las veces que tomé el teléfono y me he quedado a dos segundos de llamarte, pero me detiene imaginar que una despedida es lo último que quisiera al escucharte de nuevo.
Y aunque no lo crea ella, me enseñó más sobre el amor y la vida de lo que élla alguna vez sabrá; me dejó grandes lecciones, aprendí bastante y aunque soy de las personas que piensa que todo en la vida pasa por una razón, por eso no me arrepiento de nada, las personas llegan a tu vida por una razón, o son una bendición o una lección. Me encantó estar enamorada de ella , pero entendí que NADA es infinito e incluso hasta el universo debe tener su fin.
Jamás se te olvide que eres la niña de los pinches ojazos más mágicos de la historia, la de la sonrisa más encantadora y linda que ha existido, la de la musiquita en su risa que hechiza a cualquiera, la del tamaño de pechos correcto, la de la cintura perfecta, la del cuerpazo espectacular sin importar el tamaño, la forma o la pinche talla. Eres un jodido museito de arte andando y te mereces todo el cabrón universo, siempre.
Y aunque planeamos tantas cosas a futuro, idealizados cosas, acciones y aventuras, solo me queda desearle lo mejor por qué lo vale y lo merece.
𝓜𝓲 𝓮𝓷𝓻𝓮𝓭𝓪𝓭𝓮𝓻𝓪 𝓼𝓮𝓶𝓹𝓲𝓽𝓮𝓻𝓷𝓪
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𝓒𝓪𝓻𝓽𝓪𝓼 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓐𝓷𝓪𝓼𝓽𝓪𝓼𝓲𝓪
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bcekjj · 3 years
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Mijun shippers in da haaaaus
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ikoocaina · 3 years
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La Ocasión
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 Estaba viendo uno de esos momentos donde te preguntas el típico "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" ¿Yo de verdad estaba planteándome la posibilidad de aceptar ESA propuesta?
 Mi celular sonó encima de la mesa sacándome de un empujón de mi estado. Lo miré un segundo de reojo… si, era ESA persona.
 Atendí mientras me fijaba la hora en la barra superior del teléfono, eran las ocho…
—   Eh..., hola —me apresuré a responder.
—   ¿Qué hacías?
—   Estaba por ver una película —mentí.
 Del otro lado de la llamada se escuchó una pequeña risa acompañada de un: — Me estás mintiendo ¿verdad?
—   ¿Necesitabas algo?
—   Ah..., ya entendí. Estas pensando en lo que te propuse, ¿no?
—   Te estoy diciendo que no... —dije tontamente.
—   Dime lo que pensaste. Eso me excita. —y el tono en el que lo dijo, oscuro, grave y sensual, su voz era narcótica.
—   Solo imagine una situación —le contesté.
—   ¿Y te gustó la imagen?
—   No sé.
—   ¿Qué te imaginaste?
—   Namjoon, ¿vos qué pensas que imaginé? ¿Que hacíamos una pijamada y nos pintábamos las uñas? —soné tan adolescente que quise darme un cabezazo contra la mesa.
—   Estás muy a la defensiva, eso me dice que te gustó lo que imaginaste pero te da vergüenza. ¿Estoy en lo correcto? —inquirió.
—   No —respondí.
—   ¿No? No sé qué te imaginaste pero estoy seguro que te gustará cuando estés entre nosotros dos. Los dos cojiendote a la vez. Te lo podemos hacer despacio, a Jungkook le gusta así. —cerré los ojos. Todo mi cuerpo temblaba. Todo mi cuerpo ardía—. ¿Quieres hacerlo?
 Parpadeé varias veces tratando de imaginar cómo gemirían en mi oído, cómo me sentiría estar en el medio, cómo... no.
—   ¿Llamabas para algo en específico?
—   Bueno, supongo que se acabó el juego telefónico.
—   Sí. Se acabó. —me acomode mejor en mi cama—. Dime.
—   Nada, te llamaba para decirte que en lugar de a las nueve y media, estés preparada a las diez. Paso a esa hora.
—   Esa información la podrías haber mandado en un Whatsapp...
—   Quería escuchar tu voz. No te toques demasiado pensando en nosotros…
 Colgué con una sonrisa tonta en la boca y quedé mirando la pantalla apagada del celular. Me levanté con un suspiro y me fui hacia el baño.
 Después de una larga ducha, me ondulé el cabello y me puse la mejor ropa interior que tenía mientras me convencía a mí misma de que solo era una cena con dos chicos….
 Eran las diez en punto y ahí me encontraba, mirando por mi ventana a ver si aparecía quien tanto esperaba. Dije que no, podría haberle mandado un mensaje diciendo que no viniera a buscarme, incluso pensé en inventar una enfermedad para no ir a esa cena, pero ahí estaba… escuchando la bocina de su auto fuera de mi puerta.
 Salí de mi casa mirando hacia todos lados por si por alguna casualidad de la vida, apareciese alguien conocido. Pero eso no pasó.
 Llegué el Mercedes Benz GT63S de Namjoon, la puerta estaba abierta así que solo entre de inmediato en el asiento del copiloto.
—   Estoy segura que me voy a volver loca. No sé por qué no estoy en mi casa en pijama comiendo una napolitana con papas fritas.
—   Te perderías el show de Namjoon intentando cocinar y al final pidiendo rappi.
 Me giré asustada para encontrar a Jungkook al volante, con esa mueca característica en su boca que no llegaba a ser una sonrisa.
 Llevaba una remera negra, con una campera azul marino a cuadros que hacía conjunto con el pantalón y el cabello recogido en una coleta con pequeños mechones sueltos.
—   Pensaba que...
—   Vamos —dijo.
 Asentí y me quedé callada. Él puso el coche en marcha y salimos de allí sin mediar palabra.
—   ¿Puedo poner música? —pregunté.
—   Si. Espera. —pulsó los mandos del sonido que tenía en el volante y comenzó a sonar La Ocasión.
—   Me gusta.
—   ¿Sí? —preguntó sin mirarme—. No te imaginaba escuchando esta música. 
—   ¿Y qué música te imaginabas que escucho?
—   Y no sé. ¿Pop?
 Me reí y él esbozó una media sonrisa de lado: — A veces escucho pop, pero no es mi género preferido —susurré—. Agregando que, podía haberme ido yo sola a su casa.
—   No importa.
—   No hablas mucho —comenté.
—   Relájate. El silencio no es malo. Solo... relájate.
—   Ya... —dije mirando por la ventanilla. Relajarse en aquella situación no era fácil.
—   Namjoon puede llegar a ser muy confianzudo —comentó—. Pero al final vos mandas y nosotros solo tratamos de obedecer. 
 Y ese comentario terminó de dejarme fuera de órbita. ¿Pero estos chicos no conocían las conversaciones superficiales? Bueno, de introducir cosas me parece que sabían demasiado. Después de eso...
 Jungkook bajó al garaje con una habilidad que seguro yo habría dejado el auto estampado contra alguna columna. Apagó el motor y salimos del auto.
—   Bueno, ¿vamos?
 Solo asentí y lo seguí fuera del coche. Pasos sobre el cemento del garaje. El zumbido del tubo fluorescente del ascensor. El silencio denso envolviéndolo todo. El sonido de llaves en el bolsillo de su pantalón... A la derecha una terraza, donde Namjoon trataba de terminar de preparar la mesa. 
 Todo estaba iluminado por una hilera de luces blancas y sobre la mesa ondeaban unas cuantas velas. Un poco de brisa me acarició el pelo y Jungkook me pidió que me sentara. En la mesa se podía ver un poco de ensalada con cortes diferentes de carne. Namjoon me trajo una copa de vino acompañado de una sonrisa como saludo y se sentó en la cabecera de la mesa, a mi lado. Frente a mí, Jungkook.
 Era gracioso como desde el salón sonaba la misma canción que cuando veníamos en el auto con Jungkook.
—   ¿El departamento es de ustedes? —pregunté para tratar de sacar algún tipo de conversación antes de empezar a comer.
—   De Nam —respondió Jungkook al tiempo que alcanzaba el vino.
—   Era de mis padres —aclaró el nombrado—. Era demasiado grande para mí. Cuando conocí a Kook, él estaba buscando un departamento y a mí me sobraba lugar. Aunque por aquel entonces no se parecía en nada a lo que es ahora.
—   ¿El piso o Jungkook? —bromeé.
—   Buena pregunta —apuntó—. Pero supongo que ninguno de los dos.
—   El departamento estaba lleno de muebles viejos y ratas, y Kook llevaba el cabello corto y en ese entonces no le gustaba compartir pero aprendió.
—   Namjoon llevaba rastas —contraatacó.
—   Cuando yo empecé a trabajar me gasté parte en renovar el departamento y Jungkook ya era como de la casa. Somos amigos, nos llevamos bien y...
—   Y les gusta compartir cosas... —dije antes de meterme un poco de ensalada en la boca.
—   —Ni yo mismo lo hubiera definido tan bien —replicó Namjoon.
—   ¿Vos vivís sola? —inquirió Jungkook.
—   Sí. Prefiero vivir sola. Para mí es un lujo poder entrar y salir sin dar explicaciones a nadie.
—   Tal cual. Así nadie te molesta cuando te pones a imaginar cosas —contestó Namjoon.
 Kook empezó a reír y yo me sonrojé.
—   Ah, sí, Nam ya me contó todo. Todo bien, ¿no? ¿Imaginaste cositas lindas conmigo? —me preguntó con una sonrisita insolente.
—   Bueno, no era para tanto, ¿no? Solo éramos tres personas cenando, tres personas conociéndose un poco mejor. No pasaba nada.
—   La ensalada está rica —apunté.
—   Le incomodan los silencios —le aclaró Jungkook a Namjoon.
—   ¿Te incomodan? Bueno, no te preocupes. Intentaremos llenarlos con sonidos —me guiñó un ojo.
 Me atraganté con el vino y me puse a toser.
—   Qué impresionable —exclamó Jungkook mirándome.
—   Pero... —conseguí decir.
—   No se vale poner en pedo.
—   La cosa es que te relajes un poco, no que termines inconsciente —apuntó Jungkook con sorna.
—   ¿Eso es todo lo que voy a hacer? ¿Tomar, relajarme y después...? 
—   En teoría… —respondieron los dos a la vez.
—   Bueno, esto es raro.
—   No lo es —afirmó Namjoon antes de meterse un pedazo de carne en la boca.
—   ¿Qué hay de malo? —planteó Jungkook.
—   ¿Qué hay de malo en qué exactamente? —pregunté haciéndome la tonta.
—   En cojer los tres —respondió Jungkook.
—   Bien. No se iban por las ramas...
—   Mierda...
—   Sí, mierda —se burló Namjoon.
—   Es que, no sé muy bien cómo es esto. Porque, si no he entendido mal, la cuestión es que les gusta, bueno...
—   Acostarnos con la misma mujer —puntualizó Namjoon.
—   Y ¿qué hay de malo? Quiero decir..., cuando algo es moralmente reprochable de verdad es porque afecta de forma negativa a alguien, ¿no? ¿A quién hace daño que tú explores un poco dónde están los límites de tu propia sexualidad? —puntualizó Jungkook.
—   ¿No debería hacernos daño a nosotros mismos? —señalé—. Quiero decir que, sumergirse en el vicio sexual es...
—   ¿Vicio sexual? Bueno, cualquier acto sexual que no tenga fines reproductivos es vicio entonces. Eso solo son mentiras moralistas. Lo cierto es que hablamos de costumbre más que de moral. Alguien dijo que el sexo era de dos en dos y entre hombres y mujeres y nosotros parece que no tenemos los huevos suficientes para ponerlo en entredicho.
—   Qué conversación más rara para una cena —suspiré—. Me parece raro o poco normal el cómo me lo plantearon. ¿Qué quieren que les diga?
—   Esto va así. Fases: primero rechazo. Después curiosidad. Luego negación. Más tarde aceptación —dispuso Jungkook muy seguro de lo que decía.
—   Tengo preguntas.
—   Tiene preguntas —dijo en tono jocoso Jungkook.
—   ¿Y si solo cenamos? —preguntó Namjoon—. Al menos por ahora...
 Como bien había apuntado Jungkook, el silencio me molestaba, así que les pregunté acerca de sus trabajos y cosas banales. La conversación se volvió fluida, normal y divertida. Por debajo, la canción que sonaba en el parlante.
 Una vez terminamos de cenar, mientras hablábamos sobre historias para no dormir, fuimos trasladando platos sucios a la cocina. Namjoon sacó unos pequeños cupcakes de chocolate de la nevera, los sirvió en un bonito plato rectangular y fue a buscar unos frutos rojos.
 Jungkook estaba apoyado en la mesada y yo me encontraba frente a él. Namjoon dejó el plato con el postre encima de la encimera, y agarro uno de los cupcakes, que se desmoronó mostrando un líquido de chocolate salir de su interior. Sus dedos manchados de chocolate fueron directos hasta mis labios, que se entreabrieron de forma instintiva. Primero manchó la superficie y cuando mi lengua salió tímidamente para lamer las gotas, se introdujeron un poco dentro de mi boca.
—   ¿Te gusta? —preguntó con ese tono oscuro y grave que le secuestraba la voz cuando la situación se encendía.
 Asentí. Miré a Jungkook, que seguía atento los movimientos de mi boca. Namjoon se acercó y me susurró que lamiera bien sus dedos; al ver que yo tenía los ojos puestos en la tercera persona que ocupaba la cocina, me cogió la barbilla con la otra mano y me obligó a dirigir la vista hacia él.
—   Mírame a mí.
 Agarre su mano y pasé la lengua por sus dos dedos saboreando y succionando ligeramente. Cuando terminé y le solté, fue su boca la que se acercó a la mía.
—   Tienes una boca de escándalo. Casi no puedo pensar en otra cosa.
 La boca de él me recibió entreabierta; su lengua no tardó en adentrarse en busca de la mía y gemí de placer ante un beso tan contundente y demandante. Era el beso de un hombre que sabía lo que quería, en todos los sentidos. La atmósfera se cargó de electricidad cuando una especie de ronroneo salió de la garganta de Namjoon cuando mordí con cuidado su labio inferior. Sus manos acariciaron mis brazos y después, agarrándome de los hombros, me giró de cara a Jungkook, acomodando mi trasero apretado a su bragueta. Me apartó el pelo a un lado y su boca empezó a besarme el cuello, haciéndome gemir.
 Jungkook se acercó un poco y yo, al atisbar movimiento, abrí los ojos asustada.
—   Tranquila... —susurró.
 Namjoon maniobró desde detrás hasta abrir el botón de mi pantalón y meter la mano dentro de la ropa interior. Sus dedos juguetearon sobre mi clítoris hasta arrancarme un gemido. Jungkook se acercó más. Le miré con los labios entreabiertos y las mejillas ardiendo cuando me acarició el pelo.
—   ¿Siempre fuiste tan linda? —dijo con un hilo de voz.
 Jungkook deslizó los nudillos y los dedos por mi cara y después por mis labios en particular. Los labios se me curvaron en una sonrisa tímida y, por fin, él me sonrió. Levanté las manos hasta hundirlas en su agradecido y desordenado cabello y enredé los dedos entre sus mechones. Él se inclinó hacia mí y, despacio, se acercó.
—   ¿Puedo besarte? —me preguntó.
 Los dedos de Namjoon seguían deslizándose terminando siempre el recorrido sobre mi clítoris. En un gemido ronco se dejó llevar hasta el fondo de mí y me penetró con dos dedos. Cuando los arqueó en mi interior, fui yo misma la que acercó a Jungkook hasta mi boca y nos fundimos en un beso. No me lo podía creer. 
 Aún notaba el sabor de la saliva de Namjoon cuando se mezcló con la de él. Jungkook besaba diferente, pero increíblemente bien. Había menos urgencia y algo mucho más caliente, como prohibido. Era lento, tortuoso y... algo tierno. Los movimientos de su lengua, lentos y decadentes, me arrancaron un ronroneo de placer.
—   ¿Ves? —susurró Namjoon junto a mi oído—. Puedes tenernos cuando quieras y cuanto quieras.
 Volví a acercar a Jungkook a mi boca y nos besamos hondamente. Empecé a gemir dentro de sus labios a medida que el movimiento de los dedos de Namjoon se aceleraba. 
 Jungkook se alejó un poco de mí y le dijo a Nam, con voz suave, que frenara.
—   Se va a correr.
—   No, todavía no... —reprochó Namjoon.
 Asentí como pude y en cuanto Namjoon sacó la mano de dentro de mi ropa, Jungkook tiró de mí hasta envolverme entre sus brazos y besarme.
—   ¿Me dejas llevarte a mi dormitorio? —me preguntó. No supe qué contestar. Estaba saturada de sensaciones—. Voy a besarte —añadió—. Y solo haré lo que tú quieras que haga. Pero tienes que saber que me muero por ver cómo te abandonas y te corres.
—   Yo... no lo sé —dije.
—   Pues averígualo...
 Jungkook volvió a besarme y cerré los ojos; sus brazos me cargaron sobre él y anduvo hasta su dormitorio. Él era narcótico y combinaba a la perfección con el de Namjoon, que deslizaba sus manos por mis brazos. La boca de Kook se deslizó por mi barbilla, mi cuello y después por mi escote. 
 Eché la cabeza hacia atrás, apoyándola en el pecho de Namjoon, que trataba de subir mi blusa de tirantes. Me aparté de los labios de Jungkook y levanté los brazos para desprenderme de otra pieza de ropa. Me saque las zapatillas y Namjoon me ayudó a quitarme los pantalones vaqueros; después Jungkook me subió de nuevo a sus brazos en un solo ademán, como si no pasase nada, y se dejó caer suavemente sobre la cama conmigo debajo. 
 Namjoon se quitó la camiseta y se desabrochó los pantalones. Vi por el rabillo del ojo cómo terminaba de desnudarse, hasta quedar solo con la ropa interior. Se acercó a la sencilla mesita de noche y sacó dos preservativos del cajón. Aquello me aterrorizó. ¿Los dos dentro de mí...?
—   Para... —le pidió Jungkook—. La estás asustando.
—   Ey bebé, no te asustes —dijo en un susurro Namjoon.
 Asentí y me costó horrores tragar saliva; tenía la boca seca y me di cuenta de que los dientes casi me castañeteaban.
 Namjoon me giró hacia él y abordó mis labios, besándome a escasos centímetros de Jungkook, que se quitó la camiseta. Se levantó de la cama y Namjoon aprovechó para echarse a mi lado, agarrarme de la cintura y subirme encima de su cuerpo para así frotarme instintivamente sobre su erección a lo que él gimió.
—   Eso es, deja que Kook lo vea.
 Cerré los ojos al sentir unos labios en mi cuello y dos manos desabrochándome el sujetador. Mis pechos quedaron al descubierto y la lengua de Jungkook se deslizó por toda mi espalda como una enredadera para, finalmente, acomodarse de rodillas detrás de mí. Noté el bulto de su pene duro pegarse a mi trasero. Me moví y los dos se movieron conmigo, al unísono.
 Tiré de la ropa interior de Namjoon hacia abajo hasta destapar su erección y Jungkook me levantó en para quitarme también la mía. El corazón empezó a bombearme fuertemente en el pecho.
—   ¿Qué estoy haciendo? —musité.
—   ¿Quieres parar? —susurró Jungkook en mi oído.
—   No. No. Sigan.
 Jungkook se recostó sobre mí y besó mi cuello con tantas ganas que estoy segura que dejo muchas marcas.
—   Toma —dijo Namjoon pasándole un preservativo.
—   ¿Quieres? —me preguntó Jungkook.
 Ni siquiera lo pensé. Me incorporé y tiré a Jungkook en la cama, abrí el preservativo y se lo puse lo más rápido que pude. 
 Me subí sobre él y me introduje su erección, que fue entrando en mí lentamente a pesar de lo húmeda que estaba. Era gruesa y mi cuerpo tiraba para dilatarse y acomodarse a su tamaño.
 Su gesto se contrajo de placer y se mordió con fuerza el labio inferior. Namjoon se apartó un poco, dejándonos hacer pero mirando de cerca. Yo moví las caderas encima de Jungkook con tantas ganas que le hice blasfemar.
 Alargué las manos y le toqué el pecho, clavando la yema de los dedos en sus pectorales, sin dejar de moverme. Los muslos me ardían del esfuerzo, pero algo dentro de mí me suplicaba que no parara.
 Namjoon terminó acercándose, sentí su boca en la nuca y uno de sus dedos jugar... detrás. 
 Me incliné hacia delante para besar a Jungkook, dejándome más accesible, y su dedo entró por completo para salir después.
—   ¿Te gusta?—me preguntó.
—   Sí —noté cómo me contraía, abrasada de calor por dentro.
 Namjoon siguió penetrándome con su dedo a la vez que yo me introducía la erección de Jungkook.
—   Para..., para un segundo —me pidió.
 Tanto Jungkook como yo dejamos de movernos y Namjoon empujó hasta que la cabeza de su pene empezó a colarse dentro de mí. Me quejé y él paró entre jadeos; la sacó, la humedeció con saliva y volvió a intentarlo. Esta vez, de golpe, coló varios centímetros dentro de mí.
—   ¡Ah! —volví a quejarme cuando una especie de rampa me partió por la mitad.
—   Namjoon... —dijo con voz reprobatoria Jungkook.
—   Ya está, ya está.
 Los tres nos quedamos quietos durante unos segundos. Los sentí palpitando dentro de mí. Estaba incómoda pero tan excitada y tan caliente que no se me pasó por la cabeza la idea de parar. Jungkook movió la cadera y Namjoon aprovechó para colarse un poco más hondo. 
 Me apoyé en el pecho de Namjoon con los ojos cerrados.
—   ¿Bien? —me preguntó en un susurro.
 Asentí, dándoles permiso para seguir moviéndose, y fueron tomando ritmo. Uno hacia dentro, otro hacia fuera, primero con suavidad, después un poco más firmemente. No podría describir la sensación...
 Estábamos empezando a tomar ritmo y yo me sentía tan colapsada de sensaciones que lo más probable era que el orgasmo me estuviera esperando agazapado en un rincón..., hasta que se escuchó un chasquido y Jungkook movió las manos con loco.
—   La puta que me parió... —se quejó—. Para, para. —Nos quedamos quietos y él me obligó a levantarme—. Se rompió...
—   Mierda... —gimió Namjoon, que debía de estar muy cerca.
 Jungkook tiro de mí y saco parte del preservativo y después desenrolló la parte que había quedado en él para luego levantarse. Namjoon no se pudo contener y me embistió de nuevo. Sin tener a Jungkook dentro la penetración fue mucho más suave.
 Seguimos moviéndonos y Jungkook gruñó frustrado mientras abría el cajón de la mesita de noche en busca de otro condón.
 Estire una mano para agarrar a Jungkook por detrás de uno de sus muslos y cuando estaba a la altura de mi boca, me metí su erección dentro, sin darme opción a pensar más. Lanzó un grito contenido de placer y me encendí. Tenía un sabor dulzón y su piel olía de una manera deliciosa. 
 Las embestidas de Namjoon eran brutales y sentía la vibración de su pecho al contener sus gruñidos de placer.
 Abrí la boca y acaricié despacio con mi lengua la piel suave de Jungkook para después succionar con cuidado. Su mano se puso sobre la mía y marcó un ritmo aún más rápido.
—   Chúpamela un poco más.
—   La recibí en mi boca húmeda y empujó con fuerza provocándome una arcada.
—   Perdón.
—   Le gusta duro... —dijo Namjoon, que seguía enterrándose dentro de mí. La piel chasqueaba al chocar y separarse y notaba todo mi cuerpo húmedo de sudor y de flujo—. ¿Verdad?
 Miré a Jungkook a través de mis pestañas y asentí un poco. Él volvió a empujar fuerte y se agarró a mi pelo.
—   ¿Puedo correrme en tu boca? —me pregunto.
 Asentí. Se mordió el labio y los tres nos fundimos en unos gemidos intensos que empezaron a rebotar contra las cuatro paredes del dormitorio. La primera en correrme fui yo. Miré a los ojos a Jungkook mientras lo hacía. 
 Jungkook fue el siguiente en terminar, lanzando su orgasmo al fondo de mi garganta, la siguiente descarga cayó sobre mis labios, al igual que la que vino después. Después de eso él se desplomó sobre la cama.
 Namjoon se agarró con fuerza a mis caderas y se dejó ir con dos estocadas más. La última hasta me dolió, pero era esa clase de dolor placentero por el que pasarías mil veces en la vida. 
—   Qué desastre... —musitó Jungkook.
 Y a mí, que debería estar muerta de vergüenza, me entró la risa. Namjoon apoyó la frente en mi nuca y se echó a reír también. Jungkook nos miró sorprendido y también sonrió.
 Namjoon me besó en la sien justo antes de levantarse y andar a oscuras hacia el cuarto de baño que había junto a su habitación. Yo también me puse de pie con cuidado de no manchar las sábanas y Jungkook se incorporó también. 
 Entró por delante de mí en el cuarto de baño, donde solo encendió una de las luces, me llamó en un gesto y los dos nos metimos en la ducha. Abrió el agua, que salió inmediatamente templada y con la palma de su mano fue ayudándome a limpiarme.
—   Bueno.
 Apoyé cansada la sien sobre su pectoral y sus dedos serpentearon sobre la piel de mi espalda mojada. Bajo su músculo sonaba rítmico el corazón, tranquilo, sereno, sosegado, constante.
—   No puedo creer lo que acaba de pasar —susurré, empezando a ser consciente.
—   Normalmente no es así. Suele salir bien. Te lo prometo; esto funciona. 
—   No es eso —musité—. ¿Cuál era la segunda fase del proceso?
—   Curiosidad. —Se rio mirándome.
—   ¿Y la tercera?
—   Rechazo.
 No dije nada. Jungkook miró la puerta entornada del baño y después me agarro en brazos, de manera que mis piernas rodearan su cadera y mis ojos quedaran a la altura de los suyos.
—   Cada vez que creas que te arrepientes, llámame y te voy a hacer ver de por qué vale la pena arriesgarse a probar cosas nuevas.
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vividioza · 3 years
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Vomitar. 12-03-21
Pues me entraron ganas de escribir y hacerlo público porque las imágenes que subo en Instagram no me definen, eso es sólo una parte de mí, una muy pequeñita y hoy tengo ganas de mostrar algo más.
Siempre me jacto de ser un libro abierto, pero soy un libro abierto “selectivo”, y hoy quiero mostrarles un día random de una persona que vive entre el adormilamiento y la introspección.
Lo siguiente que van a leer no es mas que vómito gramatical y seguramente con errores de puntuación porque jamás he sabido usar el punto y coma. Júzguenme, no me importa :)
Como antecedente les cuento que llevo algunos meses escribiendo en un diario, no con el fin de publicar un libro como “La Tregua”, sino para monitorear mi salud mental.
Les cuento que el día de hoy empezó raro, me levanté con una sensación de tristeza, después de un sueño extraño donde me secuestraban saliendo de una peluquería en el centro de la Ciudad de México, en donde a mis amigos de Playa les estaban cortando el cabello.
Desperté sin ganas de moverme, sin ganas de hacer lo que me prometí a mi misma que haría porque me hacía sentir bien. Estaba a punto de posponer el reloj, pero algo dentro de mi dijo: levántate, no te sabotees. Así que me paré de la cama, saqué un nombre sagrado de Dios que decía: “del pensamiento a la acción” entendí clarito el mensaje e hice mi saludo al sol.
Al terminar me sentí bien pero aún había un hueco de ansiedad (si a esta altura de la vida usted no conoce tal sentimiento, tiene toda mi admiración). Seguí la rutina de siempre, me bañé con alguna serie de mierda de fondo, salí, me puse crema para no envejecer, apagué el calentador, me vestí, me cepillé, me maquillé, me peiné, me cepillé los dientes y salí tarde (todo siempre igual, siempre en el mismo orden).
Llegué a la oficina en 5 minutos, porque esa es la ventaja de vivir en un pueblo. Llegué con muy pocas ganas de llegar, parecía no ser la única con ese sentimiento porque teníamos la energía puesta en: ¿a dónde iremos mañana?.
Extrañamente, y perdóname mamá por lo que vas a leer. Una de mis amigas y compañeras con problemas de ansiedad nos ofreció drogas legales con prescripción médica, decidimos tomarnos media porque YOLO y porque idiotas. A los 15 minutos tuve una sensación de descontrol y básicamente lo que sigue de la historia soy yo vomitando como regadera en todos lados. Acción que el 100% de mis amistades reales me ha visto hacer.
Salí corriendo a mi casa, donde vomité aún más y mejor, por un momento me sentí como en la ayahuasca, depurando lo que no me sirve. Después de eso me acosté y lo demás son horas y horas de mi persona dormida y descansando.
La primera vez que desperté de mi siesta, desperté ansiosa, sintiéndome mal, buscando explicaciones a cosas que no necesitan explicación. Buscándole la cara a gente que no quiere que se la encuentren. Me volví a marear, volví a vomitar y me volví a dormir.
La segunda vez que desperté de mi siesta, desperté todavía más confundida. Mi primer pregunta fue: ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy sola? ¿Qué hora es?, vi el celular y había muchos mensajes de muchas personas diferentes. Todas importantes para mí y al parecer yo para ellas. Por fin aterricé.
Entre esos mensajes estaba un mensaje que me dio luz para buscar vuelos y poder ir a ver a mis papás y tocar base en eso que siempre me recuerda de dónde vengo, quién soy y por quiénes soy.
A la par, pude por fin hablar con una de mis mejores amigas para desearle un feliz cumpleaños. Hablar con ella fue mi segundo aliento, escuchar feliz a la gente que quieres siempre da ánimos.
Entre los mensajes estaba el de un amigo diciéndome: “Ya sé que me odias, lo sé, puedo vivir con ello. Me has odiado tantas veces, pero luego me vuelves a amar porque por supuesto que me amas”. Tercer aliento y primera reflexión.
Sé que la mayoría del tiempo suelo ser una persona manipuladora emocional. Si no tengo bajo control y bajo mis estándares las cosas, me frustro, hago berrinche y pataleo.
La realidad es que en el fondo, por más que haga berrinche, patalee y demás dramas de toddler, la gente sabe que mi cariño es real y profundo. Saben que la parte menos evolucionada de mí sigue siendo reactiva, pero que mi cariño es sincero y profundo, tanto que se lo aguantan (claro, no todo el mundo puede con ese paquete y no los culpo).
Seguí recibiendo mensajes que no hicieron más que seguir el flujo de lo iniciado.
El mejor amigo playense preguntando: ¿Cómo sigues? Si necesitas que vaya por ti o te lleve algo, me avisas. Tú, si llegas a leer esto: Gracias por aguantarme, aceptarme, quererme y cuidarme. Sé que piensas que soy muy dura, intentaré ser un poquito menos dura y juiciosa. Ten un poco más de paciencia, estoy iniciando ese camino, es difícil.
Después otra amiga me preguntó que cómo seguía, que seguro hasta el tercer ojo se me abrió. De repente y un poco fuera de contexto me dijo: “ya Vivi, ten apego por la gente, ya no te van a herir, ya sabes cómo evitarlo. Siempre he dicho que eres puro amor (...) pero cambiaste el amor cursi por el rudo (...) área de oportunidad.” Me reí, le di la razón y le dije que tenía claras las fisuras. Gracias, pequeño ser. No le apostaba nada a nuestra amistad porque como siempre todos me caen mal de inicio, pero le agradezco a tu ruptura y tu reencuentro constante por habernos juntado en este breve espacio.
Otro mensaje decía: ¡Ya compré mi boleto, llego mañana a las 11:00! Y esto simplemente es sinónimo de felicidad porque es una persona que me da paz y libertad.
Luego llega un TikTok que simplemente era un: “Mira, sí soy” haciendo burla a su falta de skills en la cocina y recordándome un poco de la cotidianidad que ya no tenemos.
De repente entra un mensaje de una amiga de la universidad, con una espantosa foto retro, de un recuerdo del que no tengo registro alguno. Junto con esa foto me mandó un mensaje diciéndome que estaba con otra gran amiga mía, que estaban pensando en mí y que me extrañaban.
Eso fue suficiente para tomar la decisión y comprar el vuelo, le hablé a mis papás y me entró un nuevo aliento. Para los que no saben, tengo mamitis y un año sin estar en esa cocina me deja un hueco en el pecho.
Después estuve ilusionada viendo vuelos para León para la boda de mi mejor amiga, misma donde tendré la dicha de ser Dama de Honor, y aunque no sé bien qué tengo que hacer, tengo claro lo que no tengo que hacer (vomitar como en la boda de mi otra mejor amiga).
Por último, y el mensaje que me inspiró a escribir públicamente viene de alguien pidiéndome un consejo: “Me gusta alguien que no debería porque no se adapta a lo que la sociedad me pidió, ¿qué hago? No quiero caer, me da miedo”
Mi respuesta en resumen fue: ve a todas esas parejas que están con la persona que socialmente les correspondía solo por cubrir con el rol del “hombre”o la“mujer” perfecta, son infelices e insatisfechos. La sociedad apesta, lo que marca la sociedad es una mierda. Por otro lado, el miedo, MIEDO, otra palabra de mierda, no sirve, bebé.
Después de algunos mensajes me agradeció y me dijo que debería ser psicóloga, aunque me gusta más cuando me llama bruja. Yo le di las gracias por ser receptivo a mis golpes, porque mis métodos no siempre son los mas ortodoxos y amorosos. Me dijo que así como lo hacía era perfecto. Y una vez más se me volvió a llenar el alma de amor y me dieron ganas de escribirlo todo.
Todo este choro sale porque vivir acá es hermoso pero a la vez es muy difícil.
De entrada, mucha gente viene de paso, al final son pocos los nativos de aquí, el ejercicio de desapego es constante, podría decir que ya tengo un doctorado y aún así hay mucha gente a la que me cuesta dejar ir.
En los últimos años me he hecho amiga de poca gente, pero todos acaban yéndose y es algo bastante duro porque es como vivir muchas vidas en muy poquito tiempo. En la ciudad, emocionalmente había más estabilidad con los “amigos de toda la vida” pero también había menos aprendizaje. Unas por otras.
También he perdido varías “amistades” no por distancia geográfica, sino por incompatibilidad de caracteres. Porque aquí hay un mix de personas con entornos socioculturales muy diferentes. Aprendí a no aferrarme, aunque cada una de esas perdidas me ha dolido en su momento.
El punto es que me había sentido sola porque se me está yendo gente y no me había detenido a vivir mis emociones, estaba bloqueándolas porque siempre se me ha juzgado por vivirlas, sentirlas y decirlas porque: INTENSA.
Acá aprendí que sí soy súper intensa, y me vale. Así vivo mi vida y mis emociones, con intensidad. Me recuerdan que estoy viva. A uno se le juzga de intenso por decir lo que uno piensa y siente. Hoy puedo estar triste y mañana puedo estar feliz, así es esto cuando uno no es un monje budista.
Así que, sin más vueltas porque ya estoy dormitando. No quiero perder un solo detalle del día de hoy y se los quiero compartir porque de un día súper ordinario con tintes de mal día, uno puede y debe sacar lecciones y aprendizajes.
Las mías del 12 de marzo son:
1.- legalicen la marihuana
2.- no se automediquen
3.- si lo hacen que no sea en vano
4.- la soledad física no representa una soledad real
5.- la gente que te quiere de verdad te acepta tal y como eres. Con claros y oscuros.
6.- los mensajes siempre están, sólo hay que ser receptivos
7.- una vez que ya saben qué tienen que hacer, tomen acción. No pospongan.
8.- Vomitar: arrojar violentamente por la boca lo contenido en el estómago.
9.- el Electrolit de mora es el mejor
10.- sorprendan a la gente que quieren, díganles que los quieren. A veces sólo necesitamos eso para regresar al carril.
11.- rómpanse y reencuéntrense, sólo hay una vida para hacerlo.
12.- si pensar en ver a su familia no les da paz, resuelvan lo que tengan que resolver ahora, no hay después.
13.- quédense donde ustedes puedan ser ustedes. Pero primero conózcanse para saber dónde quedarse.
14.- no duerman toda la tarde porque luego están a las 4:00 am escribiendo mamadas.
15.- gracias a todos los actores de reparto
Pd.- hace mucho tuve tumblr y lo borré porque me daba vergüenza leer mi dramatización de la vida. Hoy ya no me doy vergüenza.
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chieeeeblog · 4 years
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Irina Pavlichenko, la última de las Cosacas.
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¿Quién soy yo...?
Soy una muchacha de solo 18 años. Mi familia... Bien, te contaré sobre mi familia. Su historia real.
Mi familia era parte de las pocas tribus cosacas que aún quedan en el territorio ruso. Los Zaporozhian, aquellos que rodeaban el río Dniéper. Mi familia siempre ha sido famosa por ser grandes guerreros, y así lo era mi padre. Siempre fiel al Zar, se nos conocía por ser un pueblo unido, ligado a nuestras tradiciones, cristianos y valientes. Mi padre, y sus pares, gozabamos de gran prestigio durante gran parte del siglo.
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Sin embargo, revueltas en el corazón del Imperio comenzaron a preocupar no solo al Don, sino también a mi padre: El prestigio no era gratuito, pues si es que el mandato del Zar sufría peligro, ellos, todos los Cosacos debían prestar su servicio como soldados de guerra.
Así comenzó el caos. Mercenarios que aborrecían al Zar, o incluso pueblerinos, nos despreciaron. Nos odiaban, nos aborrecían. Todo por servir a nuestra palabra, nuestras vidas corrían peligro. Por ello, debimos irnos, lejos, dejar todo atrás, todo...
“Hija mía, Irina, hija mía... Te amo, nunca lo olvides. Pero se avecina la guerra. Una guerra cruda. Debes irte. Debes marcharte y prometer que serás una chica de bien: Recuerda que eres una cosaca, y los Cosacos no nos rendimos”.
Mi familia partió lejos, mis hermanos y mi madre buscaron refugio en el corazón de Ucrania. Mi padre, acudió a la guerra. Aún me pregunto qué será de él... Mi amado padre.
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Aquella última noche lloré amargamente. Temerosa de lo que podría ocurrir en ese extraño país.
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En América...
Para llegar aquí, mi padre vendió todos sus animales. Es un solo boleto, para mí. Yo soy la luz de sus ojos, él no quiere que la guerra me opaque.
Tardé 3 meses en llegar, 3 largos meses. Aprendí el suficiente inglés para poder desenvolverme, pero no imaginaba que al pisar tierra, todo sería más complejo, más difícil.
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Capítulo 1, Episodio 1.
Poseía el dinero suficiente para dormir en diferentes tipos de hostales, a veces para armar una tienda y dormir en la interperie. Poco y nada faltó para comenzar a conocer a la gente, con mi primitivo inglés.
“¿Mi familia? Mi familia solo eran granjeros, mi padre murió de una enfermedad...” Puede que sea una mentira, pero es lo único que puedo mencionar, si con ello protejo la identidad de mi honorable padre.
Episodio 2
Una amistad trascendental.
Águila Roja marcó un antes y un después en mi identidad. Me mostró parte de su mundo, y me hizo rememorar gran parte de mi hogar. Él también pertenece a su tierra, como yo lo hacía en la mía. Él me ha enseñado ha valorar esta vida, puesto que la oportunidad que mi familia me ha otorgado es única.
¿Qué pensará Águila Roja si cuento mi honesta verdad?
Nuestra partida fue inquietante: Sus últimas palabras fueron “Aléjate de Rhodes”.
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Episodio 3.
Saint Denis...
He encontrado, al fin, un lugar decente donde podré trabajar. Rhodes ha ardido en llamas, y yo aún no sé porqué... La gente es amable, y parece que el destino desea sonreírme al fin.
Han pasado meses desde que no trato de par en par con la civilización... ¿Qué me esperará el día de mañana?
Episodio 4
Semanas, e incluso meses han transcurrido y aún no he visto algún rostro conocido. Me ha costado engancharme a la cultura de la Gran ciudad, pero pronto consigo una amable oferta: ser la camarera del Saloon La Bastille. Mi padre estaría tan orgulloso de saber que he encontrado un trabajo honrado.
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Al principio, reconozco sentirme inquieta y algo temerosa. Mi jefe, de voz profunda y mirada penetrante, fue el primero en ponerme a prueba.
Estoy orgullosa de cumplir con las expectativas. Solo restaba convencer a la señorita Julia, la segunda dueña del salón. ¡Sí, fui contratada! Sentí un cálido bienestar en mi pecho, después de tanto al fin conseguía una labor honesta...
Desde entonces, conocí gente importante. Desde el alcalde, el obispo, mis colegas de trabajo y... El teniente Oliver, de quien contaré más tarde
Episodio 5
El segundo día de trabajo es, para mí, uno que jamás podré olvidar. Águila roja llegó de pronto al salón, y mi corazón no pudo más de la felicidad. Estaba muy entusiasmada por al fin verle, dichosa y contenta. Al fin me sentía querida, y comprendida.
Sin embargo, tras nuestra reunión, parecía que también habría una despedida. Las vagas palabras de mi querido amigo me hacían dudar, no entendía de pronto su melancólico pensamiento. Me contó sobre lo de Rhodes, sobre los Apaches. Me habló sobre su destino y tras ello, amargos pensamientos no me dejaron tranquila.
Pienso que Águila Roja me oculta sus verdaderas intenciones... ¿O es que lo hizo para protegerme? ¿Fue acaso... Amor?
Me ha suplicado que guarde sus palabras. Sus secretos. Por el cariño que me ha dado, juro llevarme estas palabras a la tumba.
Episodio 6
“Irina, Irina” Me llaman los clientes y yo, apresurada, corro a atenderles. Una y otra vez, de aquí para allá. “Irina, tráeme un café. Irina, un whiskey. Gracias Irina.”
Al final del día, terminó exhausta y sin fuerzas. Pero con los pocos dólares ganados, logro comprar tomos interesantes sobre temas fascinantes. Me es increíble la facilidad con la que entiendo y aprendo; ¿será este mi gran talento...? ¿Podré hacer un buen uso de mis capacidades?
Otro día, fue extenuante. Conocí tantas y diferentes personas, también han vuelto las mismas... como el señor Bane. Cuando habla, yo sonrío. Cuando pronuncia mi nombre, sonrojo inevitablemente. Luego, tengo la sensación de que su aura pareciese ser tan densa como impenetrable, y ya no le deseo tan cerca. Como una caja de Pandora.
Las horas pasan, y luego de mi evidente cansancio, el señor Solomon - un cliente del cual me he llevado bien- me invita a una excursión. Es cierto que estoy extenuada, pero quisiera compartir junto a otras personas.
Al emprender rumbo, nos encontramos con la clínica abarrotada de gente. Todos se agolpan de pronto, y comienzan a murmurar sobre lo sucedido.
«Han abatido a algunos agentes» y entre esos comentarios, uno parecía una broma de mal gusto.
“Han matado a un indio, un tal Águila Roja”. Consternada, avancé entre la muchedumbre.
— ¿Águila Roja? ¿Le han matado?
— “Sí, señorita. Lo siento realmente mucho”.
Entonces lloré. Corrí hacia el puerto. Corrí y lloraba bajo una lluvia torrencial. Lloré con todas mis fuerzas, y deseé lanzarme a uno de los barcos, lejos de la cruel América.
Lloré tanto, apuñalada por la confusión. No lo comprendía. Era la persona que más apreciaba en este lugar, y me ha dejado sola. Tan sola.
Me siento en la desesperación. Estoy... completamente sola.
Episodio 7.
En aquel fatídico día, le he pedido al señor Solomon que pudiese ayudarme. Necesitaba contactar a Sol Negro, un amigo que conocía por medio de mi difunto amigo. Él me ayudaría en mis preguntas. Él me ayudaría a despedirme de mi amado amigo.
Ha sido un día ajetreado también. Ha vuelto el teniente y parece estar herido por lo ocurrido, al parecer. Me preocupa. Solo deseo que esté bien. Comprenderán porqué.
He recibido un telegrama. Es de Sol Negro. Supe algunas cosas, pero deseaba escucharlo de su boca. Supe, además, que trabajaba en la clínica. Era el momento, necesitaba saber la verdad...
“ No, Irina. Águila y yo nunca estuvimos en aquel atraco. Fue un malentendido y Águila lo pagó con su vida ”.
No lo entendía. No lo entiendo. Rhodes, el incidente, su muerte. Lloré también frente a Sol Negro. Me siento desamparada, si era el único que me comprendía.
Ahora estaba muerto. Y nada me importaban los comentarios, nada me importaban los misterios. Él me protegió, él me enseñó a tener sueños y un propósito.
Melancólica, volví al salón. El señor Eddy, uno de mis jefes, me ha invitado a pasear. Seguramente ha visto mi rostro y mi aura ensombrecida.
“Solo piensa por ti, y que no influyan los demás, Irina”
El paseo fue maravilloso. Pasamos una noche en la fogata, sobre montañas de aire puro. Reí y escuché sus sollozos, entendí su alma. Siento una conexión que no puedo descifrar. Él es reservado, pero su honestidad hace que mi corazón goce de gusto.
Señor Garratt, ¿es posible que aún tenga un espacio en este mundo?
Episodio 8 y final
Los días pasan, y aún me desenvuelvo en este lugar. Conozco gente única, y aprecio tener siempre un colega cerca. Es cierto que debo ocultar la tristeza y otorgar un buen servicio.
Olvido aquella triste tarde junto a la compañía del Señor Butch, del señor Jack, de la señorita Sheriff, como decía él... También, de aquel hombre, el señor Oliver Bane. No puedo explicarlo, no tengo palabras. Ya lo había escrito, es una contradicción un tacto adictiva.
Nuestras breves conversaciones nos acercaron. El señor Oliver me invitó a un paseo. Una cita. Que vendría por mí.
Aquella era mi primera cita propiamente tal, pues el teniente le ha puesto ese adjetivo. Nunca he estado en una cita, pero allí estaba. Compartiendo bajo una cascada, hablando sobre nuestros pensamientos. Me sonrojaban sus halagos, yo no sabía cómo responder. Los nervios me carcomían, completamente abrasada por su determinación y su carácter.
Yo, tan inexperta... No comprendía si acaso esa era la forma de tener una cita. Una charla, un paseo, palabras encantadoras. ¿Qué es lo que estoy sintiendo?
Capítulo 2, parte 1
La llegada de Ilena.
Parecía otro día más, otro cualquiera bajo mis obligaciones. Atender a la barra, limpiar de aquí para allá. Sin embargo, una extraña situación ocurrió de pronto: Una muchacha, en ropas sucias y desgastadas, además descalza, se paró de pronto en el umbral del salón. En seguida dirigí mi mirada, y no pude más que correr hacia ella. Por supuesto, la muchacha de rubios cabellos corrió entre las callejuelas de Saint Denis. Caminé y busqué, pensaba haberla perdido, pero cuando giraba vi su silueta. Incluso, debí mentir a la policía quienes también parecían buscarla. Quería ayudarla, necesitaba socorrerla. Un fulgor en mi pecho me hizo continuar, no podría detenerme
Una vez dí con su paradero, prometí no hacerle daño ni suponerle una amenaza. Daba mi alma en ese mismo instante por brindarle mi auxilio.
“No te haré daño, no llamaré a la policía. Traeré pan y leche para ti. Quédate aquí ”. Dicho esto, corrí al salón y traje algunos alimentos que pagué en seguida.
Comprendí entonces que Ilena había sufrido las consecuencias de su hambre voraz: hurtó algunas cosas de la tienda, y los agentes policiales le habían atrapado. No la había pasado bien, y en ella pude observar mi propia soledad y melancolía.
Hablando con ella, entendí su situación. Era una alemana de buena cuna, pero de triste destino en tierras extranjeras. Mi corazón parecía desde ya quererla, no deseaba separarme de ella.
Así, ofrecí mi ayuda. Le di mis mejores botas, y la presenté a sus nuevos jefes: Ahora, sería muy dulce y nueva compañera.
Adorable, de increíble carácter y envidiable belleza. Veía en ella a mis preciosas hermanas. Veía en ella la injusticia del destino, y la oportunidad misma.
Ilena pronto se aclimataba. Es única, por ella doy mi palabra.
Por cierto, el señor Eddy y la srta Julia ya me han contado sobre sus propósitos de realizar una fiesta en un barco. Por supuesto, ya estaba asumida de que iría a trabajar y aquello no me importaba, al contrario. No obstante, he recibido una invitación. El señor Garratt me invitó a ir junto a él, como su compañía, ¿cómo podría ser digna de tal invitación?
Capítulo 2, parte 2
El gran día llegó. Era la gran fiesta. Irían personas importantes, como el señor Malone, los Jefferson y otros tantos dueños de tiendas y pequeñas empresas.
Estaba nerviosa. No poseo el dinero para encontrar un vestido para la ocasión, pero una de mis vecinas me ha prestado una blusa lila y un vestido más alegre. Me ha avergonzado aparecer así, tan simplona... peor aún fue quizás estar frente a mi pareja de fiesta, quien lucía extremadamente bien.
En un momento dado, atacada por los nervios y mi inexperiencia, el señor Garratt ha sostenido mi rostro y me ha hecho mirarle a los ojos. Mi pecho palpitó sobre exaltado, emocionada, confundida, y a la vez, feliz. Feliz de serle tan importante. Y a la vez totalmente desprovista de mis juicios, pues no lo entiendo, no puedo comprender qué es lo que siento.
(...) Una vez en el barco, compartí un poco más con él. Existe algo en él, que solo me permite observar sus virtudes. Le observo siempre admirada, siempre maravillada; me parece un hombre apuesto, valiente y tenaz. ¿Hay algo acaso que esté mal en él? No, no existe algo como aquello para mí. Sin embargo, de algún modo, aquello parece no estar bien. Es “algo” que no logro comprender.
Pasadas las horas, mi estómago ya no aguantaba más ese lugar. Auxiliada por mi querida Ilena, decidí despedirme de los presentes, y volver finalmente a tierra.
Volviendo un momento al salón, y compartir un buen momento junto al señor Malone, he decidido ir a chequear aquellos posibles lugares que servirían de escuela. Tengo una idea en mente, pero necesito una segunda opinión.
Guié al señor Oliver hacia el lugar que tanto deseaba. Sentía tanto fulgor en mi corazón por aquel lugar, que nuevamente mi idealista cabeza olvidaba los problemas de aquel lugar. Fue entonces que el teniente me trajo a tierra, atajándome en el aire entre mis divagaciones.
“Es un lugar algo peligroso, y no solo por la fauna. También es extenso, y quizás ya esté ocupado ”. Tras sus palabras, no pude hacer más que llorar. Soñaba despierta, veía lo bello del proyecto, y él, como un verdugo, cortaba de raíz esos bellos pensamientos...
Sí. Lo admito. El señor Bane parece ser un antítesis de todas las cosas que hago o pienso. Es crudo, tajante. Es determinado y un adicto a sus protocolos. El jamás vería los asuntos como yo las veo. Él jamás haría una primera y optimista observación como yo lo hago. Aún así... aún así, solo le basta un par de directas y poco adornadas palabras para aligerar mi pesar.
Así estuvimos buscando por toda Lemoyne otro lugar. A veces, irritada por su gélido pesimismo, y otras, embobada como un oso a la miel.
Capitulo 2, episodio 3.
Le he enviado una carta al señor Bane. Anoche conversamos sobre tantas cosas. Entre ellas, mapaches rojos.
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Hoy ha sido día precioso. He conocido a mi nueva compañera de trabajo: Aurora. Es preciosa, y parece que el lugar se llenará de chicas bellas.
Junto a ella, y bajo la petición del señor Malone, nos dirigimos hacia la armería.
Vaya sorpresa me ha dado al encontrarme con mi antiguo amigo, Carter Sullyvan. Estaba feliz, muy contenta y dichosa de haberle visto al fin. Sin embargo, debía contarle sobre la muerte de nuestro amigo Águila. Nos era doloroso, habíamos compartido junto a él y así también nos conocimos. Fue un momento agridulce. Aún así, saber que el señor Sullyvan se encontraba en Saint Denis me llenaba de júbilo.
Lamentablemente, yo no fui la última en recibir malas noticias. El señor Eddy me detuvo, y me señaló que se iría a New York debido a complicaciones de su enfermedad. Como es esperarse de una chica tan sensible, lloré sin remedio. En el acto, el señor Garratt sostiene mis manos y me abraza. Yo me congelo. Allí estaba nuevamente esa profunda, contradictoria sensación recorriendo mi cuerpo. Sentí su calor y pude advertir mis propios pulsos subiendo de pronto.
(...) Pasado un tiempo, comencé a extrañar la compañía de Ilena. Deseaba verla, mas no la encontraba por ningún lado. El señor Bane parecía saber muy bien dónde estaría, así que me llevó a la taberna de los obreros.
La busqué allí, y al no encontrarla, la esperé entre medio de los callejones húmedos y oscuros.
Entonces, allí apareció. Leía La Divina Comedia, y me preguntó cómo es que existía tanto orden en el infierno.
“Ha pasado por todo eso, y sin embargo fue un final feliz, ¿no?”
Hablamos cara a cara. Entendía su repulsión a la aristocracia, pero insistí en que ningún bando importa si existía un odio injustificado y generalizado. Mi familia estaba siendo perseguida por aquellos mismos que pregonaban la equidad.
Fue en ese entonces que Ilena abrió su corazón y me contó el terrible infierno que sufrió debido a la prostitución.
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“¿Tú crees que esta gente es mala, o que yo no tengo salvación?”
Contemplé su rostro serio y delicado.
“Si te permites ayudar, podrás ser feliz. Nadie acá es malo sino un actor en su vida.”
Es lo que había aprendido junto a su amigo, Águila...
Ilena le sonrió. Entonces preguntó por mí y mis posibles intereses amorosos.
Entonces yo la observé y sentí que mi mente y mi corazón al fin comprendía, al menos, parte de lo sucedido.
Mi amor por el señor Eddy era platónico. Idílico, como un precioso sueño. Pero un sueño, al fin y al cabo. Existía en mis mejores ideales, existía en mi despierta mente.
El señor Bane era un caso totalmente distinto. Es real. Sus preciosas virtudes se mezclaban con irritantes manías suyas. Pero allí estaba, disfrutando siempre de su compañía.
Ahora solo quedaba una incógnita que despertó mi preocupación.
Ilena mencionó;
“Ten cuidado con Oliver, no por nada es mayor y no está casado”.
(Continuará...)
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mypatchseries · 4 years
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HUSH, HUSH - Capítulo Dos
 Ya había anochecido.
 Dejé de contemplar el cielo y bajé de un salto del Arcángel. La noche estaba fresca y tediosa.
 —Me pregunto que tendrá esta instalación, que te mantiene sobre ella tanto rato—dijo una voz detrás de mí.
 —Me gusta ver todo desde arriba. Me recuerda los viejos tiempos—le respondí.
 Rixon dio unos pasos hacia el Arcángel, observando su altura.
 —Sí, suponía que era algo como eso. Por cierto, ¿Dónde has estado? ¿Acostándote con meseras otra vez? —preguntó.
 Enarqué las cejas.
 —No veo como puede importarte lo que haga—le dije.
 Medio sonrió.
 —Ya, ¿Aún enojado por lo de la amiga de aquella pelirroja? Tuvo suerte de que fuera su amiga, y no ella misma. La verdad es que estaba bien buena. La pelirroja, me refiero—dijo él.
 No le di tiempo siquiera de pestañear, eché el brazo hacia atrás y con toda la fuerza que tenía aterricé el puño en su mandíbula. Rixon salió disparado unos cuantos metros hacia atrás, escupiendo sangre.
 —Imbécil, me has roto un diente. —dijo.
 Fingí estar indignado.
 —Que mal, de verdad. Mi intención era romperlos todos—medio gruñí.
 —No sé qué mierda es lo que te está pasando… Cada vez que menciono a la pelirroja o a su amiga te pones… activo. ¿Qué pasa Patch, te gusta? —preguntó, riendo, como si la idea de aquello fuese completamente ridícula.
 —Bueno, si quieres acostarte con ella, pues… Está bien, dejaré de espiarla en las noches mientras se desnuda—dijo él.
 Lo miré incrédulo, con la sangre comenzando a hervir.
 —Que tú… ¿Qué has dicho? —exigí.
 Sonrió burlonamente. Una sonrisa que daba a entender que no te arrepentías de nada de lo que habías hecho, aún cuando fuera una estupidez.
 —Te dije que estaba bien buena—fue lo que dijo.
 Arremetí contra él. Lo golpee en las costillas, el estomago, la mandíbula, golpee su cabeza contra el suelo, rasgué cada centímetro de su piel con mis golpes.
 Lo inmovilicé bajo mi cuerpo.
 —Escucha bien lo que te voy a decir, porque no voy a volver a repetirlo—dije, apretando su garganta con fuerza. Rixon reía, pero estaba nervioso—Ella es mía, ¿de acuerdo? Si vuelves a acercarte a ella, te arrancaré las piernas. Si te atreves siquiera a mirarla, te arrancaré los ojos. Y si tienes intenciones de tocarla, te juro entonces, que voy a matarte con mis propias manos. ¿Te ha quedado claro? No te quiero cerca de ella—gruñí.
 Lo solté, y me levante, limpiando mis manos ensangrentadas.
 —Mierda, Patch, tardaré semanas en curarme. Esto alejará a las chicas—dijo él.
 Pues bien, pensé.
 Me alejé de él en dirección a la salida del Delphic. En cualquier minuto darían entrada a los humanos al parque.
 Consulté mi reloj y me di cuenta que Nora no me había llamado aún. ¿Por qué no lo había hecho? De seguro estaba tratando de reprimirse. Sí, eso es lo que pasa. Llamará, pensé.
 Me subí a mi Ducati Streetfighter y aceleré en dirección al salón de Bo., donde seguro me esperaba algo bueno.
 Al llegar al lugar, me adentré en él colocando un billete de veinte dólares en la mano del portero. Seguí mi camino sin detenerme dándole a entender que se quedara con el cambio. Bajé a la sala de billares, y me encontré con que un grupo de tipos que creían tener apariencia mortal me esperaba. Sonreí para mis adentros al ver sus rostros. Pensaban que me intimidaban.
 —Buenas noches, caballeros—dije, sonriendo ante la palabra "Caballeros"
 —Vaya, Albert nos ha dicho que eras realmente peligroso, pero no te ves lo suficientemente fuerte para serlo. ¿Seguro que sabes jugar Billar? Esto no es un juego de muñecas—dijo el más grandote.
 No entendí exactamente que tenía que ver la fuerza con el juego, pero reí incrédulamente con su suposición de que no era "fuerte".
 —Algún día dejaré que te hagas tus propias ideas—prometí.
 Tomé el taco de billar de siempre, y lo preparé para la jugada.
 —Y bien… ¿De qué estamos hablando? —pregunté.
 —Un yate—dijo uno de ellos.
 —Pensé que habría algo más valioso. —dije.
 — ¿qué más puedes querer? —preguntó otro de ellos.
 Dirigí mi mirada al fondo, donde un grupo de mujeres se encontraban observándonos. Bueno, observándome a mí, para estar claros. Les sonreí.
 Entre ellas se encontraba una pelirroja de mediana estatura, sus cabellos estaban claramente con un falso rizado. Contuve un gemido de sorpresa. Me recordaba a… Nora.
 Volví a revisar mi teléfono y no había llamadas aún.
 — ¿Y bien? —preguntó el mismo tipo de hace un rato.
 —No importa. El yate es suficiente—dije, volviendo al juego.
 —Bueno, ¿Qué apostaras tú? —preguntó otro de ellos.
 —No creo que sea necesario apostar nada, ya que no seré yo quien pierda. Pero si tanto quieren saber… una Ducati Streetfighter—dije.
 —Prepárate a perderla entonces.
 Sonreí. Era agradable apostar contra alguien tan arrogante. Hacía que el juego se tornara un poco divertido. Mi teléfono sonó.
 — ¿Si? —contesté, sin mirar el número.
 —Llamo para ver si podíamos quedar esta noche. Dijiste que estabas ocupado, pero…
 Tuve que utilizar todo mi autocontrol para no explotar en carcajadas.
 —Nora. —Contesté, con un suspiro de alivio y diversión. — Creí que no llamarías nunca—Le dije, recordándole sus palabras.
 —Bien. ¿Podemos quedar o no? —preguntó.
 —Resulta que no puedo—dije, observando a lo tipos que me miraban frustrados.
 — ¿No puedes o no quieres? —preguntó, exasperada.
 —Estoy en medio de una partida de billar—dije, conteniendo la risa aún—Una partida muy importante.
 — ¿Dónde estás?
 —En el salón de Bo. No es la clase de sitio que frecuentas—dije.
 Me pregunto si tu testarudez te traerá aquí, pensé.
 —Entonces hagamos la entrevista por teléfono. Tengo un par de preguntas…
 Colgué. Tenía poco tiempo para terminar la partida antes de que Nora llegara.
 —Bien, terminemos con esto—dije.
 Unos 30 minutos después, ya era dueño del yate.
 Y Nora aún no aparecía.
 Otro grupo de tipos fornidos se acercó para apostar un Ferrari Italia Turbo 480.
 Estaba a punto de hacer el tiro ganador, cuando escuché mi nombre.
 — ¡Patch!
 El taco resbaló entre mis dedos clavándose en la mesa. Mierda.
 Inmediatamente entré en la mente de todos los que me rodeaban, haciéndoles ver que había ganado. No quería perder mi Ducati.
 Fijé mi atención nuevamente en Nora, y observé que el Portero estaba tratando de sacarla del lugar. Sonreí.
 —Está conmigo—le dije al tipo, notando que la sujetaba.
 Suéltala, Rugí en su mente.
 Pareció desconcertado un segundo, y aflojó su agarré. Ella se aprovechó de eso y se acercó a mí, liberándose de los pétreos brazos de aquel hombre.
 Un estremecimiento recorrió mi cuerpo al verla, y seguí sonriendo.
 —Perdona por colgarte. La cobertura aquí no es muy buena—dije.
 Me di cuenta de que teníamos demasiado público. Miré a nuestros espectadores y les di a entender que aquí sobraban.
 Uno a uno, se fueron alejando del lugar. El último de ellos chocó con Nora, y la hizo trastabillar. Tuve que apretar los puños y concentrarme en mantener la calma para no saltarle encima aquí mismo y partirle el cuello.
 Sacudí la cabeza dándome cuenta de lo que había pensado. ¿Qué estaba pasando conmigo?
 — ¿Bola Ocho? —Preguntó. — ¿Cómo están las apuestas?
 Sonreí. ¿Entablando una conversación?
 —No Jugamos por dinero.
 ― Qué mal. Iba a apostar todo lo que tengo en tu contra. ―Levantó su trabajo, dos líneas ya completas―. Unas pocas preguntas rápidas y me voy.
 Fijé mi mirada en el papel.
 ― ¿Cretino? ―Leí en voz alta, apoyándome en el palo de billar―. ¿Cáncer de pulmón? ¿Se supone que eso es profético?
 Se abanicó con el trabajo.
 ― Asumo que contribuyes a la atmósfera. ¿Cuántos puros por noche? ¿Uno? ¿Dos?
 ― No fumo.
 ― Mm-hmm. ―Dijo, colocando el papel entre la bola ocho y la morada lisa. Escribió "Si, fuma puros" en la línea tres.
 ― Estás jugando sucio. ―Dije, sonriendo ante lo que había hecho.
 Hace mucho que no sonreía verdaderamente, no recordaba lo bien que se sentía.
 ― Espero que no te favorezca. ¿Tú sueño más anhelado? ―preguntó.
 No lo pensé mucho. Solo tenía un sueño en la cabeza últimamente. Y, para mi agrado, la haría ruborizar.
 ― Besarte.
 ― Eso no es gracioso. ―Dijo. El rojo llenó sus mejillas.
 ― No, pero te hizo ruborizar.
 Se sentó sobre la mesa. Cruzó las piernas, usando la rodilla como tablero de escritura.
 ― ¿Trabajas?
 ― Limpio mesas en el Borderline. El mejor mexicano en la ciudad.
 ― ¿Religión?
 Bueno, esa no era mi pregunta favorita. Pero casi esperaba que la hiciera. Puse una mano en mi mandíbula como si estuviera pensando.
 ― Religión no... Culto.
 ― ¿Perteneces a un culto? ―parecía sorprendida.
 ― Y resulta que tengo necesidad de sacrificar a una mujer sana. Había planeado seducirla para que confiara en mí antes, pero si estás lista ahora...
 Sabía qué pensaría que me estaba burlando de ella. Nunca creería en la verdad de mis palabras.
 ― No me estás seduciendo.
 ― Todavía no he empezado.
 Saltó de la mesa y me encaró. La proximidad envió chispas ardientes a mi estomago.
 ― Vee me dijo que vas en último curso. ¿Cuántas veces has suspendido la biología de segundo año? ¿Una? ¿Dos?
 ― Vee no es mi portavoz.
 ― ¿Estás negando haber suspendido?
 ― Te estoy diciendo que no fui al instituto el año pasado. ―Una vez más, creyó que mentía.
 ― ¿Faltaste sin autorización?
 Tenía la necesidad de responderle sinceramente. Bajé el taco de billar y le hice señas para que se acercara, tal y como hacen los niños cuando quieren contar un secreto. No se acercó.
 ― ¿Un secreto? ―Dije en tono confidencial―. Nunca antes he ido a la escuela. ¿Otro secreto? No es tan aburrida como esperaba.
 Miré su rostro y contuve una sonrisa, sin mucho éxito.
 ― Crees que estoy mintiendo.
 ― ¿No has ido a la escuela, nunca? Si eso es cierto, y tienes razón, que no creo que la tengas, ¿qué te decidió a venir este año?
 ― Tú.
 Sabía que eso la haría sentir asustada. Me arrepentí luego de haberlo dicho, pero solo un poco. Era la verdad, pero no quería que saliera corriendo… quería mantenerla allí, de alguna manera.
 ― Esa no es una respuesta de verdad.
 Me acerqué a ella lo suficiente como para que solo hiciera falta una inclinación, si quería besarla. Y quería.
 ― Tus ojos, Nora. Esos fríos ojos gris pálido son sorprendentemente irresistibles. ―Incliné la cabeza a un lado, estudiándola desde un nuevo ángulo. Mirando sus labios―. Y esos labios sensuales atraen como un imán.
 Antes de que pudiera llevar a cabo lo que quería, se alejó. No sin estremecerse ligeramente. Su cuerpo me correspondía.
 ― Eso es suficiente. Me voy.
 Me miró como intentando deducir por qué actuaba así. Supuse que para una humana, mi actitud era sarcástica y engreída. Bien. Eso la mantendría alejada, y así no pondría tantos peros a la hora de matarla.
 ― Pareces saber mucho sobre mí. ―Dijo―. Más de lo que deberías. Pareces saber exactamente qué decir para ponerme incómoda.
 ― Me lo pones fácil.
 Ella era como un libro abierto, siempre dejaba claro que era lo que le molestaba y lo que no.
 ― Admites que lo haces a propósito.
 ― ¿Hacer qué?
 ― Esto. Provocarme.
 Mi mirada que estaba meticulosamente en sus labios, noto el suave fruncimiento de este al decir cierta palabra…
 ― Repite "provocarme". Tu boca se ve provocadora cuando lo dices.
 ― Hemos terminado. Termina tu partida de billar. ―me entregó con brusquedad el palo de billar. No lo tomé. Quería que se quedara.
 ― No me gusta sentarme a tu lado. ―Dijo―. No me gusta ser tu compañera. No me gusta tu sonrisa condescendiente. ―Noté como su cuerpo me decía que estaba mintiendo―. No me gustas tú. ―Dijo, tratando de convencerse más a si misma que a mí, y empujó el palo contra mi pecho.
 ― Me alegro de que el Entrenador nos pusiera juntos. ―Dije. Pensando en el tipo que se hacía llamar "Entrenador"
 ― Estoy trabajando para cambiar eso. ―Replicó.
 Sonreí ante la idea de que lo intentara. Sabía que el entrenador accedería a su petición, pero si yo influía en su mente, o en la de Nora, eso no pasaría. Mi mirada se desvió a su cabello, y estirando mi mano, dejé caer al suelo lo que tenía allí.
 ― Un papel. ―le expliqué. Observaba mi muñeca.
 ― Ese es un desafortunado sitio para una marca de nacimiento. ―Dijo.
 Mierda. Bajé la manga casual pero perceptiblemente sobre la muñeca.
 ― ¿La preferirías en algún lugar más privado? ―pregunté, tratando de distraerla.
 Funcionó.
 ― No la preferiría en ningún sitio. ―Parecía nerviosa―. No me importaría si no la tuvieras en absoluto. ―Realmente estaba nerviosa―. No me importa tu marca de nacimiento, punto.
 Bien. Ya tenía suficiente.
 ― ¿Alguna pregunta más? ―Pregunté―. ¿Comentarios?
 ― No.
 ― Entonces te veré en bio.
 La vi vacilar, como si quisiera decir algo más. Luego de que se lo pensara mejor, salió disparada hacia la salida.
 La observe fijamente hasta que la vi desaparecer.
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the-aluminum-crow · 5 years
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“Esto es México”
Recuerdo que la primera vez que mi padre me dijo que tenía que tener cuidado cuando estuviese en la calle tenía 5 años. ¿Por qué? Le pregunte –Eres una niña y en el futuro serás una mujer; en aquel momento solo reí y seguí jugando sola en la calle.
Si en embargo entendí por qué tan solo un par de años después cuando la inseguridad y la violencia en el país donde vivo aumento de golpe. Desgraciadamente ser una mujer en América Latina es sinónimo de una muerte temprana, más específicamente en México donde la taza de feminicidios /violaciones es tan alta y tan normalizada que se tomó como “Parte de nuestra Cultura General”. Crecí viendo volantes en la calle con rostros de mujeres-niñas a blanco y negro sonriendo a la cámara, debajo de la foto siempre esta una descripción de la ropa que llevaban puesta la última vez que las vieron y un teléfono.
Si no veía los volantes entonces aparecía un caso en las noticias de la tarde pero siempre en un estado lejano del mío, al sur o en el centro del país así que me decía a mí misma que no debía de preocuparme.
Pero luego recordé a mis compañeros “jugando” a levantar las faldas de mis amigas cuando estábamos en 2do año de primaria. A una de mis compañeras con el hombro dislocado porque le había dicho a un niño de un grado mayor que no le gustaba. El día en que un niño casi me quebro la nariz en educación física por no reirme del chiste obseno que habia escuchado de su abuelo.
Al miedo con el que a los 11 años de edad caminaba durante la madrugada hacia mi secundaria luego de que el camión nos dejase (a mí y a otras dos chicas de mi colonia) en una gasolinera que estaba a dos kilómetros de la escuela, el cómo los trabajadores nos miraban, las cosas que gritaban. Por las cuales según ellos debíamos de sentirnos halagadas, el cómo solo se detuvo cuando le pedimos  a un conocido de último año que nos encaminase. El hecho de que cuando uno de los trabajadores se quiso propasar con una de nosotras se detuvieron por “el” y le pidieron disculpas a “el”. Por querer tocar lo que era “suyo”. Luego los carteles dejaron de ser físicos por lo menos en mi ciudad, ahora pliegan el inicio de Facebook, los comentarios y los grupos de whatsaap. Yo también llamaba a mis tías exageradas al recibir sus mensajes en  cadena sobre un individuo de “X” apariencia que rondaba por el fraccionamiento en una moto levantando muchachas. Yo también me reía de su preocupación. Hasta que una camioneta quiso llevarme a plena luz del día mientras hacia ejercicio a no menos de diez metros de mi casa, rodeada de gente que no hizo nada a pesar de que grite, en ese entonces ni siquiera tenía la mala costumbre de escuchar música todo el tiempo, ni siquiera recuerdo cómo fue que me zafe de las personas que me jalaban e intentaban ponerme un paño en la boca. No usaba ropa “Provocativa” sabes, mi ropa de ejercicio siempre fue un pants y una blusa de manga larga. Lo que si recuerdo es que regrese a casa llorando y que por el shock no comí en dos días. Cuando se lo conté a mis padres casi un mes después porque quería informar sobre las placas de la camioneta no me creyeron…
Mi padre que jura adorarme sobre todas las cosas me llamo mentirosa y me pregunto que llevaba puesto, Tenía 13 años ¿Qué clase de ropa podía llevar si incluso seguía jugando con mis muñecas? Después de ese día no volví a hacer ejercicio, me rehusé a ir a la parada del camión sola e incluso hice que papá me llevara a la escuela un tiempo. Desde ese día tengo ansiedad cuando estoy fuera de casa. 
Luego en la preparatoria: los chistes sobre violación, asesinato o maltrato a la mujer, de los cuales nunca pude reírme aunque fuesen mis “Amigos” los que los contasen. Los comentarios machistas de mi hermano hacia mi comportamiento sobre como “No soy una mujer de verdad “y por lo tanto no merezco respeto. ¿Qué es una mujer de verdad? La misoginia internalizada de mi madre que salía a flote porque no le servía el plato a mis hermanos, porque no quería limpiar yo sola toda la casa, porque al cumplir los 15 mi vida no comenzó a girar alrededor de los hombres o el quererme ver bien para ellos, si me arreglo a veces pero solo para ver mi reflejo en las vitrinas de las tiendas y sonreír para mí. Los cuestionamientos sobre la sexualidad, nuestra pelea sobre el aborto porque encontró métodos en mi historial cuando lo único que yo quería era ayudar a una amiga. Una amiga que no estaba en una relación saludable y que no estaba preparada  para ser madre.
Durante mi primer año allí cuando suspendí una materia “importante” mi profesor me acoso y cuando no deje que me tocara para subir mi calificación, me mando a recurso. No dije nada porque el profesor llevaba mucho tiempo allí  era un “pan de dios”, “un hombre honesto y trabajador” Y yo solo era una alumna de nuevo ingreso, Apenas iba a cumplir 15 años ¿De que servia decir algo? Si yo solo era la sensiblona que lloraba por "una mala calificación". Hoy en día me siento muy culpable de no haber dicho nada en el momento.
Antes de que saliera de preparatoria la ola de desapariciones y violaciones se disparó de nuevo en mi ciudad, con un nuevo modus operandi se llevaban a las chicas luego de que salieran de sus escuelas. Aunque no sé si sea correcto escribirlo de esa forma tal vez solo se visibilizaron los casos. Era tanto el caos que para mí se volvió normal ver a la policía federal fuera de mi escuela y custodiando las entradas de esta. Aunque nunca me hizo sentir segura pues notaba como la mirada de los “Agentes” se desviaba hacia mis compañeras más estilizadas. Una vez cuando yo iba saliendo de mi módulo de contabilidad más dormida que despierta  (estaba en la tarde así que cuando salía todo estaba oscuro y el transporte se acababa temprano , entonces todo se quedaba desolado en cuestión de unos 10 minutos) Había dos agentes arrinconando a una niña de primero que vivía por mi casa (sabía que vivía cerca porque se subía al camión después de mi), ella se veía muy asustada, estaba tartamudeando , solo quedábamos yo, un grupo de chicos mayores que no estudiaban allí pero les gustaba fumar en la puerta de la escuela  y la niña. Yo estaba esperando a mi papa, y viendo fijamente hacia donde estaba la niña. Me debatía entre meterme a la escuela a buscar a un maestro o acercarme a la niña y caminar con ella hasta la parada del camión. El grupo de chicos mayores se estaba riendo a carcajadas apostando en voz alta si la niña gritaría o los agentes los dejarían grabar, la niña no grito pero si sollozo, vi el carro de mi papa acercándose por la esquina así que tome aire, me acerque hacia los Agentes. Tome la mano de la niña y la jale lejos de ellos diciéndole “mi papa ya llego por nosotras vámonos “mire lo más feo que pude a los agentes. En el carro la niña rompió a llorar yo no atine a hacer otra cosa más que abrazarla, ella le pregunta a mi papa si la podíamos dejar en la puerta de su casa. Mi papa no hizo preguntas pero dijo que si, cuando la dejamos en el portal de su casa su mama salió enojada pero se le quito cuando la vio con los ojos hinchados, tuvimos que explicarle lo que paso a su mama; que también se soltó llorando y mentando madres. Antes de irnos, la niña me dio un abrazo fuerte y me dio las gracias.  
Lo último que me paso fue el año pasado cuando fui a una entrevista a una universidad en la que ya no estudio , para no hacerla de larga fui a sacar copias de un documento que me faltaba al centro de mi ciudad y un señor de 40 comenzó a seguirme ,intente perder lo por las calles pero la multitud me empujaba de vuelta a él, tuve que esconderme en un centro comercial, le dije al “policía” que alguien me seguía pero mi perseguidor entro detrás de mí diciendo que era mi padre y que yo estaba en mis días. Me persiguió dentro del centro comercial, me atrapo me amenazo con una arma blanca y casi me lleva a no sé dónde, La única razón por la que ahora puedo escribir todo esto es porque una bendita señora mayor se puso a discutir con él y a hacer alboroto, entonces otro guardia vino y el señor salió corriendo, yo corrí a esconderme a los baños. La señora fue a buscarme a los baños; se quedó conmigo hasta que me calme, incluso me invito comida dentro del mismo centro comercial. Platicamos mucho comiendo y dijo que me ayudo porque tenía una nieta de mi edad a la se habían llevado después de perseguirla muchas veces como a mi hasta que no hubo alguien que la ayudo y un día ya no regreso. Cuando volvi a mi casa mí má y mi hermano mayor estaban comiendo,en lugar de preguntarme porque llegue con los ojos rojos comenzaron a gritarme por no contestar el telefono,a pesar de los regaños trate de contarles :mi hermano se burlo,me llamo exagerada y "buscadora de atención";mí madre me dio una conferencia amateour de autodefenda mientras yo picaba sin ganas la comida.Ese mismo día por la tarde mi mejor amiga me llama para decirme que a mi ex-vecina miembro de mi generación de secundaria fue encontrada enterrada en el patio de su novio, la mato porque no quería que lo dejara.
 A lo que quiero llegar es que no soy lo que se considera bonita y mi forma de vestir es más bien “masculina”, tampoco salgo mucho. Entonces dime ¿qué te hace pensar que el caso de la señorita  de 17 años violada por 4 “protectores” de tu seguridad en la capital es mentira?, ¿Qué hacemos entonces con los vídeos de las cámaras de seguridad? ¿Qué hacemos con las pruebas de salud que se le hicieron? Querid@  ¿Qué te hace pensar que tienes el derecho de burlarte de semejante tragedia?  ¿Acaso no tienes una madre, amigas, una novia, una hermana?Y aunque no las tuvieras ¿No tienes en ti una minima pizca de empatia? Por favor dime que no estas molestándote porque un colectivo reclamo su derecho de justicia sobre un sistema impune y una persona que no cumple con su trabajo. ¿Sabías que hicieron público el nombre de esta señorita? ¿Qué la gente en las redes se está burlando de ella y en cambio siente lastima por el cerdo que esta protegiendo a sus violadores? Tan solo porque al “pobre-cito” le llenaron la cabeza y el rostro con brillantina. La vesícula se me llena de bilis al pensar que se abrirá una carpeta de investigación por vandalismo para las chicas que estuvieron en la marcha. Hay que tener en cuenta algo, la brillantina se cae con un buen baño, los vidrios rotos pueden remplazarse por unos nuevos y las paredes ser pintadas. Pero esa chica jamás volverá a ser la misma, al cerrar su carpeta ha sido completamente deshumanizada condenada a ser solamente otro número entre los muchos casos impunes relacionados contra la violencia hacia la mujer. Y tengo mucha rabia porque desde aquí no puedo hacer nada más que reeducarme a mí misma. Por supuesto que nunca sentiré ni la quinta parte del dolor que la chica en cuestión, ni el rechazo social al cual la han empujado. Sin embargo es bonito ver marchas aunque el motivo no sea agradable ver a personas que están al alcance de hacer algo por más mínimo que sea me llena de esperanza, Porque alguien allí afuera puede hacer algo mucho más que yo que solo me limito a escribir. Y tal vez debería parar aquí porque estoy perdiendo cohesión si debería lo haré ahora.
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rverbaljv · 4 years
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Actividad No. 11
Leer la siguiente lectura panóramica:
El ojo Silva (cuento)
de Roberto Bolaño
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Para Rodrigo Pinto y María y Andrés Braithwaite.
Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.
El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.
En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y en donde lo conocí.
No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el D.F.: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados.  
Nos hicimos amigos y solíamos encontrarnos una vez a la semana, por lo menos, en el café La Habana, de Bucareli, o en mi casa de la calle Versalles en donde yo vivía con mi madre y con mi hermana. Los primeros meses el Ojo Silva sobrevivió a base de tareas esporádicas y precarias, luego consiguió trabajo como fotógrafo de un periódico del D.F. No recuerdo qué periódico era, tal vez El Sol, si alguna vez existió en México un periódico de ese nombre, tal vez El Universal; yo hubiera preferido que fuera El Nacional, cuyo suplemento cultural dirigía el viejo poeta español Juan Rejano, pero en El Nacional no fue porque yo trabajé allí y nunca vi al Ojo en la redacción. Pero trabajó en un periódico mexicano, de eso no me cabe la menor duda, y su situación económica mejoró, al principio imperceptiblemente, porque el Ojo se había acostumbrado a vivir de forma espartana, pero si uno afinaba la mirada podía apreciar señales inequívocas que hablaban de un repunte económico.
Los primeros meses en el D.F., por ejemplo, lo recuerdo vestido con sudaderas. Los últimos ya se había comprado un par de camisas e incluso una vez lo vi con corbata, una prenda que nosotros, es decir mis amigos poetas y yo, no usábamos nunca. De hecho, el único personaje encorbatado que alguna vez se sentó a nuestra mesa del café Quito, en la avenida Bucareli, fue el Ojo.
Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculos de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierda que pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile.
Una vez vino el Ojo a comer a mi casa. Mi madre lo apreciaba y el Ojo correspondía al cariño haciendo de vez en cuando fotos de la familia, es decir de mi madre, de mi hermana, de alguna amiga de mi madre y de mí. A todo el mundo le gusta que lo fotografíen, me dijo una vez. A mí me daba igual, o eso creía, pero cuando el Ojo dijo eso estuve pensando durante un rato en sus palabras y terminé por darle la razón. Sólo a algunos indios no les gustan las fotos, dijo. Mi madre creyó que el Ojo estaba hablando de los mapuches, pero en realidad hablaba de los indios de la India, de esa India que tan importante iba a ser para él en el futuro.
Una noche me lo encontré en el café Quito. Casi no había parroquianos y el Ojo estaba sentado junto a los ventanales que daban a Bucareli con un café con leche servido en vaso, esos vasos grandes de vidrio grueso que tenía el Quito y que nunca más he vuelto a ver en un establecimiento público. Me senté junto a él y estuvimos charlando durante un rato. Parecía translúcido. Esa fue la impresión que tuve. El Ojo parecía de cristal, y su cara y el vaso de vidrio de su café con leche parecían intercambiar señales, como si se acabaran de encontrar, dos fenómenos incomprensibles en el vasto universo, y trataran con más voluntad que esperanza de hallar un lenguaje común.
Esa noche me confesó que era homosexual, tal como propagaban los exiliados, y que se iba de México. Por un instante creí entender que se marchaba porque era homosexual. Pero no, un amigo le había conseguido un trabajo en una agencia de fotógrafos de París y eso era algo con lo que siempre había soñado. Tenía ganas de hablar y yo lo escuché. Me dijo que durante algunos años había llevado con ¿pesar?, ¿discreción?, su inclinación sexual, sobre todo porque él se consideraba de izquierdas y los compañeros veían con cierto prejuicio a los homosexuales. Hablamos de la palabra invertido (hoy en desuso) que atraía como un imán paisajes desolados, y del término colisa, que yo escribía con ese y que el Ojo pensaba se escribía con zeta.
Recuerdo que terminamos despotricando contra la izquierda chilena y que en algún momento yo brindé por los luchadores chilenos errantes, una fracción numerosa de los luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor. Pero después de reírnos el Ojo dijo que la violencia no era cosa suya. Tuya sí, me dijo con una tristeza que entonces no entendí, pero no mía. Detesto la violencia. Yo le aseguré que sentía lo mismo. Después nos pusimos a hablar de otras cosas, libros, películas, y ya no nos volvimos a ver.
Un día supe que el Ojo se había marchado de México. Me lo comunicó un antiguo compañero suyo del periódico. No me pareció extraño que no se hubiera despedido de mí. El Ojo nunca se despedía de nadie. Yo nunca me despedía de nadie. Mis amigos mexicanos nunca se despedían de nadie. A mi madre, sin embargo, le pareció un gesto de mala educación.
Dos o tres años después yo también me marché de México. Estuve en París, lo busqué (si bien no con excesivo ahínco), no lo encontré. Con el paso del tiempo empecé a olvidar hasta su rostro, aunque siempre persistió en mi memoria una forma de acercarse, un estar, una forma de opinar desde cierta distancia y desde cierta tristeza nada enfática que asociaba con el Ojo Silva, un Ojo Silva que ya no tenía rostro o que había adquirido un rostro de sombras, pero que aún mantenía lo esencial, la memoria de su movimiento, una entidad casi abstracta pero en donde no cabía la quietud.
Pasaron los años. Muchos años. Algunos amigos murieron. Yo me casé, tuve un hijo, publiqué algunos libros.
En cierta ocasión tuve que ir a Berlín. La última noche, después de cenar con Heinrich von Berenberg y su familia, cogí un taxi (aunque usualmente era Heinrich el que cada noche me iba a dejar al hotel) al que ordené que se detuviera antes porque quería pasear un poco. El taxista (un asiático ya mayor que escuchaba a Beethoven) me dejó a unas cinco cuadras del hotel. No era muy tarde aunque casi no había gente por las calles. Atravesé una plaza. Sentado en un banco estaba el Ojo. No lo reconocí hasta que él me habló. Dijo mi nombre y luego me preguntó cómo estaba. Entonces me di la vuelta y lo miré durante un rato sin saber quién era. El Ojo seguía sentado en el banco y sus ojos me miraban y luego miraban el suelo o a los lados, los árboles enormes de la pequeña plaza berlinesa y las sombras que lo rodeaban a él con más intensidad (eso creí entonces) que a mí. Di unos pasos hacia él y le pregunté quién era. Soy yo, Mauricio Silva, dijo. ¿El Ojo Silva de Chile?, dije yo. Él asintió y sólo entonces lo vi sonreír.
Aquella noche conversamos casi hasta que amaneció. El Ojo vivía en Berlín desde hacía algunos años y sabía encontrar los bares que permanecían abiertos toda la noche. Le pregunté por su vida. A grandes rasgos me hizo un dibujo de los avatares del fotógrafo free lancer. Había tenido casa en París, en Milán y ahora en Berlín, viviendas modestas en donde guardaba los libros y de las que se ausentaba durante largas temporadas. Sólo cuando entramos al primer bar pude apreciar cuánto había cambiado. Estaba mucho más flaco, el pelo entrecano y la cara surcada de arrugas. Noté asimismo que bebía mucho más que en México. Quiso saber cosas de mí. Por supuesto, nuestro encuentro no había sido casual. Mi nombre había aparecido en la prensa y el Ojo lo leyó o alguien le dijo que un compatriota suyo daba una lectura o una conferencia a la que no pudo ir, pero llamó por teléfono a la organización y consiguió las señas de mi hotel. Cuando lo encontré en la plaza sólo estaba haciendo tiempo, dijo, y reflexionando a la espera de mi llegada.
Me reí. Reencontrarlo, pensé, había sido un acontecimiento feliz. El Ojo seguía siendo una persona rara y sin embargo asequible, alguien que no imponía su presencia, alguien al que le podías decir adiós en cualquier momento de la noche y él sólo te diría adiós, sin un reproche, sin un insulto, una especie de chileno ideal, estoico y amable, un ejemplar que nunca había abundado mucho en Chile pero que sólo allí se podía encontrar.
Releo estas palabras y sé que peco de inexactitud. El Ojo jamás se hubiera permitido estas generalizaciones. En cualquier caso, mientras estuvimos en los bares, sentados delante de un whisky y de una cerveza sin alcohol, nuestro diálogo se desarrolló básicamente en el terreno de las evocaciones, es decir fue un diálogo informativo y melancólico. El diálogo, en realidad el monólogo, que de verdad me interesa es el que se produjo mientras volvíamos a mi hotel, a eso de las dos de la mañana.
La casualidad quiso que se pusiera a hablar (o que se lanzara a hablar) mientras atravesábamos la misma plaza en donde unas horas antes nos habíamos encontrado. Recuerdo que hacía frío y que de repente escuché que el Ojo me decía que le gustaría contarme algo que nunca antes le había contado a nadie. Lo miré. El Ojo tenía la vista puesta en el sendero de baldosas que serpenteaba por la plaza. Le pregunté de qué se trataba. De un viaje, contestó en el acto. ¿Y qué pasó en ese viaje?, le pregunté. Entonces el Ojo se detuvo y durante unos instantes pareció existir sólo para contemplar las copas de los altos árboles alemanes y los fragmentos de cielo y nubes que bullían silenciosamente por encima de éstos.
Algo terrible, dijo el Ojo. ¿Tú te acuerdas de una conversación que tuvimos en el Quito antes de que me marchara de México? Sí, dije. ¿Te dije que era gay?, dijo el Ojo. Me dijiste que eras homosexual, dije yo. Sentémonos, dijo el Ojo.
Juraría que lo vi sentarse en el mismo banco, como si yo aún no hubiera llegado, aún no hubiera empezado a cruzar la plaza, y él estuviera esperándome y reflexionando sobre su vida y sobre la historia que el destino o el azar lo obligaba a contarme. Alzó el cuello de su abrigo y empezó a hablar. Yo encendí un cigarrillo y permanecí de pie. La historia del Ojo transcurría en la India. Su oficio y no la curiosidad de turista lo había llevado hasta allí, en donde tenía que realizar dos trabajos. El primero era el típico reportaje urbano, una mezcla de Marguerite Duras y Hermann Hesse, el Ojo y yo sonreímos, hay gente así, dijo, gente que quiere ver la India a medio camino entre India Song y Sidharta, y uno está para complacer a los editores. Así que el primer reportaje había consistido en fotos donde se vislumbraban casas coloniales, jardines derruidos, restaurantes de todo tipo, con predominio más bien del restaurante canalla o del restaurante de familias que parecían canallas y sólo eran indias, y también fotos del extrarradio, las zonas verdaderamente pobres, y luego el campo y las vías de comunicación, carreteras, empalmes ferroviarios, autobuses y trenes que entraban y salían de la ciudad, sin olvidar la naturaleza como en estado latente, una hibernación ajena al concepto de hibernación occidental, árboles distintos a los árboles europeos, ríos y riachuelos, campos sembrados o secos, el territorio de los santos, dijo el Ojo.
El segundo reportaje fotográfico era sobre el barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca.
Aquí empieza la verdadera historia del Ojo. En aquel tiempo aún vivía en París y sus fotos iban a ilustrar un texto de un conocido escritor francés que se había especializado en el submundo de la prostitución. De hecho, su reportaje sólo era el primero de una serie que comprendería barrios de tolerancia o zonas rojas de todo el mundo, cada una fotografiada por un fotógrafo diferente, pero todas comentadas por el mismo escritor.
No sé a qué ciudad llegó el Ojo, tal vez Bombay, Calcuta, tal vez Benarés o Madrás, recuerdo que se lo pregunté y que él ignoró mi pregunta. Lo cierto es que llegó a la India solo, pues el escritor francés ya tenía escrita su crónica y él únicamente debía ilustrarla, y se dirigió a los barrios que el texto del francés indicaba y comenzó a hacer fotografías. En sus planes —y en los planes de sus editores— el trabajo y por lo tanto la estadía en la India no debía prolongarse más allá de una semana. Se hospedó en un hotel en una zona tranquila, una habitación con aire acondicionado y con una ventana que daba a un patio que no pertenecía al hotel y en donde había dos árboles y una fuente entre los árboles y parte de una terraza en donde a veces aparecían dos mujeres seguidas o precedidas de varios niños. Las mujeres vestían a la usanza india, o lo que para el Ojo eran vestimentas indias, pero a los niños incluso una vez los vio con corbatas. Por las tardes se desplazaba a la zona roja y hacía fotos y charlaba con las putas, algunas jovencísimas y muy hermosas, otras un poco mayores o más estropeadas, con pinta de matronas escépticas y poco locuaces. El olor, que al principio más bien lo molestaba, terminó gustándole. Los chulos (no vio muchos) eran amables y trataban de comportarse como chulos occidentales o tal vez (pero esto lo soñó después, en su habitación de hotel con aire acondicionado) eran estos últimos quienes habían adoptado la gestualidad de los chulos hindúes.
Una tarde lo invitaron a tener relación carnal con una de las putas. Se negó educadamente. El chulo comprendió en el acto que el Ojo era homosexual y a la noche siguiente lo llevó a un burdel de jóvenes maricas. Esa noche el Ojo enfermó. Ya estaba dentro de la India y no me había dado cuenta, dijo estudiando las sombras del parque berlinés. ¿Qué hiciste?, le pregunté. Nada. Miré y sonreí. Y no hice nada. Entonces a uno de los jóvenes se le ocurrió que tal vez al visitante le agradara visitar otro tipo de establecimiento. Eso dedujo el Ojo, pues entre ellos no hablaban en inglés. Así que salieron de aquella casa y caminaron por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa cuya fachada era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras de las que sobresalía, de tanto en tanto, un altar o un oratorio.
Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando el suelo, ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo. En un arranque desafortunado le hice notar que no sólo no recordaba el nombre de la deidad sino que tampoco el nombre de la ciudad ni el de ninguna persona de su historia. El Ojo me miró y sonrió. Trato de olvidar, dijo.
En ese momento me temí lo peor, me senté a su lado y durante un rato ambos permanecimos con los cuellos de nuestros abrigos levantados y en silencio. Ofrecen un niño a ese dios, retomó su historia tras escrutar la plaza en penumbras, como si temiera la cercanía de un desconocido, y durante un tiempo que no sé mensurar el niño encarna al dios. Puede ser una semana, lo que dure la procesión, un mes, un año, no lo sé. Se trata de una fiesta bárbara, prohibida por las leyes de la república india, pero que se sigue celebrando. Durante el transcurso de la fiesta el niño es colmado de regalos que sus padres reciben con gratitud y felicidad, pues suelen ser pobres. Terminada la fiesta el niño es devuelto a su casa, o al agujero inmundo donde vive y todo vuelve a recomenzar al cabo de un año.
La fiesta tiene la apariencia de una romería latinoamericana, sólo que tal vez es más alegre, más bulliciosa y probablemente la intensidad de los que participan, de los que se saben participantes, sea mayor. Con una sola diferencia. Al niño, días antes de que empiecen los festejos, lo castran. El dios que se encarna en él durante la celebración exige un cuerpo de hombre —aunque los niños no suelen tener más de siete años— sin la mácula de los atributos masculinos. Así que los padres lo entregan a los médicos de la fiesta o a los barberos de la fiesta o a los sacerdotes de la fiesta y éstos lo emasculan y cuando el niño se ha recuperado de la operación comienza el festejo. Semanas o meses después, cuando todo ha acabado, el niño vuelve a casa, pero ya es un castrado y los padres lo rechazan. Y entonces el niño acaba en un burdel. Los hay de todas clases, dijo el Ojo con un suspiro. A mí, aquella noche, me llevaron al peor de todos.
Durante un rato no hablamos. Yo encendí un cigarrillo. Después el Ojo me describió el burdel y parecía que estaba describiendo una iglesia. Patios interiores techados. Galerías abiertas. Celdas en donde gente a la que tú no veías espiaba todos tus movimientos. Le trajeron a un joven castrado que no debía tener más de diez años. Parecía una niña aterrorizada, dijo el Ojo. Aterrorizada y burlona al mismo tiempo. ¿Lo puedes entender? Me hago una idea, dije. Volvimos a enmudecer. Cuando por fin pude hablar otra vez dije que no, que no me hacía ninguna idea. Ni yo, dijo el Ojo. Nadie se puede hacer una idea. Ni la víctima, ni los verdugos, ni los espectadores. Sólo una foto.
¿Le sacaste una foto?, dije. Me pareció que el Ojo era sacudido por un escalofrío. Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para toda la eternidad, pero lo hice.
Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana.
Después el Ojo siguió hablando. Dijo que el niño le había sonreído y luego se había escabullido mansamente por una de los pasillos de aquella casa incomprensible. En algún momento uno de los chulos le sugirió que si allí no había nada de su agrado se marcharan. El Ojo se negó. No podía irse. Se lo dijo así: no puedo irme todavía. Y era verdad, aunque él desconocía qué era aquello que le impedía abandonar aquel antro para siempre. El chulo, sin embargo, lo entendió y pidieron té o un brebaje parecido. El Ojo recuerda que se sentaron en el suelo, sobre unas esteras o sobre unas alfombrillas estropeadas por el uso. La luz provenía de un par de velas. Sobre la pared colgaba un póster con la efigie del dios. Durante un rato el Ojo miró al dios y al principio se sintió atemorizado, pero luego sintió algo parecido a la rabia, tal vez al odio.
Yo nunca he odiado a nadie, dijo mientras encendía un cigarrillo y dejaba que la primera bocanada se perdiera en la noche berlinesa.
En algún momento, mientras el Ojo miraba la efigie del dios, aquellos que lo acompañaban desaparecieron. Se quedó solo con una especie de puto de unos veinte años que hablaba inglés. Y luego, tras unas palmadas, reapareció el niño. Yo estaba llorando, o yo creía que estaba llorando, o el pobre puto creía que yo estaba llorando, pero nada era verdad. Yo intentaba mantener una sonrisa en la cara (una cara que ya no me pertenecía, una cara que se estaba alejando de mí como una hoja arrastrada por el viento), pero en mi interior lo único que hacía era maquinar. No un plan, no una forma vaga de justicia, sino una voluntad.
Y después el Ojo y el puto y el niño se levantaron y recorrieron un pasillo mal iluminado y otro pasillo peor iluminado (con el niño a un lado del Ojo, mirándolo, sonriéndole, y el joven puto también le sonreía, y el Ojo asentía y prodigaba ciegamente las monedas y los billetes) hasta llegar a una habitación en donde dormitaba el médico y junto a él otro niño con la piel aún más oscura que la del niño castrado y menor que éste, tal vez seis años o siete, y el Ojo escuchó las explicaciones del médico o del barbero o del sacerdote, unas explicaciones prolijas en donde se mencionaba la tradición, las fiestas populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad, y pudo ver los instrumentos quirúrgicos con que el niño iba a ser castrado aquella madrugada o la siguiente, en cualquier caso el niño había llegado, pudo entender, aquel mismo día al templo o al burdel, una medida preventiva, una medida higiénica, y había comido bien, como si ya encarnara al dios, aunque lo que el Ojo vio fue un niño que lloraba medio dormido y medio despierto, y también vio la mirada medio divertida y medio aterrorizada del niño castrado que no se despegaba de su lado. Y entonces el Ojo se convirtió en otra cosa, aunque la palabra que él empleó no fue "otra cosa" sino "madre".
Dijo madre y suspiró. Por fin. Madre.
Lo que sucedió a continuación de tan repetido es vulgar: la violencia de la que no podemos escapar. El destino de los latinoamericanos nacidos en la década de los cincuenta. Por supuesto, el Ojo intentó sin gran convicción el diálogo, el soborno, la amenaza. Lo único cierto es que hubo violencia y poco después dejó atrás las calles de aquel barrio como si estuviera soñando y transpirando a mares. Recuerda con viveza la sensación de exaltación que creció en su espíritu, cada vez mayor, una alegría que se parecía peligrosamente a algo similar a la lucidez, pero que no era (no podía ser) lucidez. También: la sombra que proyectaba su cuerpo y las sombras de los dos niños que llevaba de la mano sobre los muros descascarados. En cualquier otra parte hubiera concitado la atención. Allí, a aquella hora, nadie se fijó en él.
El resto, más que una historia o un argumento, es un itinerario. El Ojo volvió al hotel, metió sus cosas en la maleta y se marchó con los niños. Primero en un taxi hasta una aldea o un barrio de las afueras. Desde allí en un autobús hasta otra aldea en donde cogieron otro autobús que los llevó a otra aldea. En algún punto de su fuga se subieron a un tren y viajaron toda la noche y parte del día. El Ojo recordaba el rostro de los niños mirando por la ventana un paisaje que la luz de la mañana iba deshilachando, como si nunca nada hubiera sido real salvo aquello que se ofrecía, soberano y humilde, en el marco de la ventana de aquel tren misterioso.
Después cogieron otro autobús, y un taxi, y otro autobús, y otro tren, y hasta hicimos dedo, dijo el Ojo mirando la silueta de los árboles berlineses pero en realidad mirando la silueta de otros árboles, innombrables, imposibles, hasta que finalmente se detuvieron en una aldea en alguna parte de la India y alquilaron una casa y descansaron.
Al cabo de dos meses el Ojo ya no tenía dinero y fue caminando hasta otra aldea desde donde envió una carta al amigo que entonces tenía en París. Al cabo de quince días recibió un giro bancario y tuvo que ir a cobrarlo a un pueblo más grande, que no era la aldea desde la que había mandado la carta ni mucho menos la aldea en donde vivía. Los niños estaban bien. Jugaban con otros niños, no iban a la escuela y a veces llegaban a casa con comida, hortalizas que los vecinos les regalaban. A él no lo llamaban padre, como les había sugerido más que nada como una medida de seguridad, para no atraer la atención de los curiosos, sino Ojo, tal como le llamábamos nosotros. Ante los aldeanos, sin embargo, el Ojo decía que eran sus hijos. Se inventó que la madre, india, había muerto hacía poco y él no quería volver a Europa. La historia sonaba verídica. En sus pesadillas, no obstante, el Ojo soñaba que en mitad de la noche aparecía la policía india y lo detenían con acusaciones indignas. Solía despertar temblando. Entonces se acercaba a las esterillas en donde dormían los niños y la visión de éstos le daba fuerzas para seguir, para dormir, para levantarse.
Se hizo agricultor. Cultivaba un pequeño huerto y en ocasiones trabajaba para los campesinos ricos de la aldea. Los campesinos ricos, por supuesto, en realidad eran pobres, pero menos pobres que los demás. El resto del tiempo lo dedicaba a enseñar inglés a los niños, y algo de matemáticas, y a verlos jugar. Entre ellos hablaban en un idioma incomprensible. A veces los veía detener los juegos y caminar por el campo como si de pronto se hubieran vuelto sonámbulos. Los llamaba a gritos. A veces los niños fingían no oírlo y seguían caminando hasta perderse. Otras veces volvían la cabeza y le sonreían.
¿Cuánto tiempo estuviste en la India?, le pregunté alarmado.
Un año y medio, dijo el Ojo, aunque a ciencia cierta no lo sabía.
En una ocasión su amigo de París llegó a la aldea. Todavía me quería, dijo el Ojo, aunque en mi ausencia se había puesto a vivir con un mecánico argelino de la Renault. Se rió después de decirlo. Yo también me reí. Todo era tan triste, dijo el Ojo. Su amigo que llegaba a la aldea a bordo de un taxi cubierto de polvo rojizo, los niños corriendo detrás de un insecto, en medio de unos matorrales secos, el viento que parecía traer buenas y malas noticias.
Pese a los ruegos del francés no volvió a París. Meses después recibió una carta de éste en donde le comunicaba que la policía india no lo perseguía. Al parecer la gente del burdel no había interpuesto denuncia alguna. La noticia no impidió que el Ojo siguiera sufriendo pesadillas, sólo cambió la vestimenta de los personajes que lo detenían y lo zaherían: en lugar de ser policías se convirtieron en esbirros de la secta del dios castrado. El resultado final era aún más horroroso, me confesó el Ojo, pero yo ya me había acostumbrado a las pesadillas y de alguna forma siempre supe que estaba en el interior de un sueño, que eso no era la realidad.
Después llegó la enfermedad a la aldea y los niños murieron. Yo también quería morirme, dijo el Ojo, pero no tuve esa suerte.
Tras convalecer en una cabaña que la lluvia iba destrozando cada día, el Ojo abandonó la aldea y volvió a la ciudad en donde había conocido a sus hijos. Con atenuada sorpresa descubrió que no estaba tan distante como pensaba, la huida había sido en espiral y el regreso fue relativamente breve. Una tarde, la tarde en que llegó a la ciudad, fue a visitar el burdel en donde castraban a los niños. Sus habitaciones se habían convertido en viviendas en donde se hacinaban familias enteras. Por los pasillos que recordaba solitarios y fúnebres ahora pululaban niños que apenas sabían andar y viejos que ya no podían moverse y se arrastraban. Le pareció una imagen del paraíso.
Aquella noche, cuando volvió a su hotel, sin poder dejar de llorar por sus hijos muertos, por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los jóvenes que murieron jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por los que tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende, llamó a su amigo francés, que ahora vivía con un antiguo levantador de pesas búlgaro, y le pidió que le enviara un billete de avión y algo de dinero para pagar el hotel.
Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo dijo que sí, que no podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar. -
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¿de qué trata? ¿cuál es la propuesta ideológica?
Fecha de entrega: jueves 4 de junio de 2020
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soulwritingsposts · 4 years
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CUENTO
LAS MADRES DE LA PLAZA DE MAYO
Si hubiera sido solo una tarde como cualquier otra, a lo largo de toda la estrecha calle donde estaba nuestra pequeña casa, no se hubiera escuchado más que el pasar de unos cuantos carros, voces lejanas de las pocas personas que por allí pasaban y, primordialmente, el cantar de las aves que tan común era de escuchar por todas partes del Monserrat y que se aglomeraban magníficamente en la concurrida Plaza de Mayo. Mi hermano estaría justo a punto de llegar, con sus botas embarradas y su cara sucia, tal vez hubiera recibido de mi madre un regaño en vez de una bienvenida por haber ensuciado toda la cerámica que tanto se había esmerado en pulir, la imaginaba saliendo de la cocina con su delantal y una enorme arruga en medio de sus cejas; yo por otra parte, estaría sentada en la mesa del comedor, jugando con dos palitos de madera como si se tratara de un par de muñecas de verdad, y sonreiría al ver a mi hermano llegar con una sonrisa igual en su rostro al notar la actitud ya común de nuestra mamá cuando arruinamos su perfecta armonía.
Pero hoy, sin embargo, no era un día como cualquier otro; a lo largo de toda la calle que se encontraba a solo unos metros de la Plaza de Mayo se podía oír claramente los gritos de protesta de las mujeres allí reunidas, era la primera marcha de la resistencia, después de tres años de haber visto a aquellas mujeres reunidas constantemente en aquella plaza, esta era la primera vez que las veía tan encimadas en sus acciones, llevaban ya más de doce horas dando vueltas a la plaza, pidiendo justicia para sus hijos y el fin de la dictadura; en aquel entonces yo claramente no entendía más de la mitad de los términos que utilizaban, pero sabía que estaban tristes y molestas con solo ver a sus caras, ya que simplemente querían a sus hijos de vuelta, eso estaba muy claro. 
Ese día en particular no vería a mi hermano llegar del trabajo, ni oiría a mi mamà regañarlo por ensuciar la casa con sus botas, ese día me encontraba sola en aquella plaza.
-¡Traiganlos de vuelta! ¡Traiganlos de vuelta!- gritaba mi madre en medio de las mujeres, pedía con fervor que le devolvieran a su hijo.
-¡Muestren a los responsables!- Seguía gritando, yo no entendía qué pasaba con las personas que mandaban, pero si entendía bien lo que pasaba con mi familia.
En ese momento pensé en cómo fue que comenzó todo esto; fue un día soleado, de esos en que la gente solo desea ir a una alberca, o quedarse en casa sin hacer nada, sin embargo, eso era un lujo que nosotros no podíamos darnos.
-Tenemos frutas de cualquier variedad, acérquese señor, excelente sabor y excelente precio- decía yo con una sonrisa inocente en mi rostro, todas las mañanas mamá y yo sacamos nuestro pequeño puesto de frutas a la plaza mientras mi hermano trabajaba en la mina.
- Lucia, debes hacerlo sonar más convincente, si lo dices de esa forma los clientes van a salir corriendo- decía mi mamá al oír mi voz de alegría forzada.
- Mami estoy cansada, quiero irme a casa, tengo hambre- dije alargando mi brazo hacia una de las frutas.
- ¡CHU! - Me ahuyentó mi mamá dándome una palmada en la mano- Cuando terminemos con estas que quedan, podremos ir a casa y comer locro.
Esa era su oferta, sabìa que me encantaba el locro y siempre lograba convencerme de seguir con el trabajo hasta el final, en aquel entonces solo tenía ocho años, pero debía acompañar a mamá a la plaza para no quedarme sola en casa, a veces veía mujeres que se reunían en la plaza y protestaban, pero no entendía porque lo hacían y cuando le preguntaba a mamá ella decía:
-Piden que la gente mala que se llevó a sus hijos, los traigan de vuelta.
Yo no preguntaba mucho más porque tampoco me interesaba, pero pensaba que esas personas debían ser muy crueles para llevarse que esa manera a los hijos de otra persona, mamá siempre nos decía a mi hermano y a mí, que éramos su mundo, y que, si algún día moríamos, ella moriría con nosotros, así que no podía imaginar cómo se sentiría si a alguno de nosotros nos llevara esa gente mala.
Un día, después de terminar con las ventas y volver a casa, noté que mi hermano Felipe estaba tardando mucho en volver, mamá estaba en la cocina como siempre a esta hora para preparar la cena, pero ya estaba por terminar y el aun no llegaba, y mamá parecía que ya lo había notado.
- ¡Marta! ¡Marta! ¡Marta! - Se escuchó desde afuera, sabía por su voz que era la amiga de mi mamá, Eugenia, una mujer bajita y robusta, pero con el corazón tan puro como nadie, mamá abrió la puerta y ella entró corriendo- Marta, Felipe, es Felipe, Marta se lo llevaron, lo desaparecieron, los compañeros de él se dieron cuenta, no está por ninguna parte.
Eugenia hablaba tan rápido que no pude entender casi nada de lo que dijo, y mi confusión fue aún mayor cuando mamà cayó al piso sin aliento, inconsciente y blanca como un papel, di un brinco de mi silla y me arrodillé a su lado, Eugenia la miraba nerviosa y sin saber que hacer, y yo la miraba a ella del mismo modo.
Ese día las cosas cambiaron drásticamente, y me tomo un tiempo entender cómo había pasado todo esto. Mamá despertó unos minutos después y me pidió ir afuera a jugar, yo solo sonreí y fui contenta a la calle para jugar con las ramitas que encontraba por el piso, luego pensé en Felipe.
- Si algún día me voy de casa, tú deberás encargarte de que mamá no se vuelva loca por asear tanto - Me dijo un día, yo solo reí al imaginarme a mamá histérica por una mota de polvo, y él me siguió - Lucía, serás una niña brillante, y más que brillante debes ser buena hija y muy valiente, no dejes que nadie te diga qué hacer.
- Mamá lo hace - dije confundida.
- Mamá es la única que puede hacerlo, porque es mamá- Dijo dándome un golpe en la frente.
- Cierto, cierto - respondí sobándome en donde me golpeo- Pero Pipe, soy pequeña aun, no te puedes ir, papá lo hizo una vez, tu no puedes hacerlo- dije recordando cómo papá se había ido un día sin decir nada, y dejándonos atrás.
- Pedro se fue porque tenía miedo, yo no tengo miedo, pero hay gente mala que quiere que lo tenga.
- No entiendo.
- No es necesario que lo hagas Luci – dijo abrazándome – Solo recuerda lo que te digo, no podemos dejar a mamá sola.
En ese momento me pregunté si esa conversación con mi hermano tenía algo que ver con lo que había dicho Eugenia momentos antes, y eso solo hacía que me sintiera más confundida, así que en el momento exacto después de que la amiga de mamà se fuera, entrè de nuevo a casa y le dije:
-Mami, ¿Qué pasa con Pipe?
-¿Recuerdas a la gente mala que se lleva a los hijos de otras personas?- me preguntó pasándome un mechón de cabello tras la oreja con un gesto tierno, yo asentí en señal de que si lo recordaba- Lucía, esas personas malas se llevaron a Felipe, porque él no tiene miedo, y ellos quieren que lo tenga- En ese momento entendí que todo esto si tenía que ver con esa conversación con mi hermano y sin saber muy bien que hacer, solo abracé a mamá y la escuchè llorar apoyada en mi cabeza.
Después de aquel día, se volvió una costumbre ver como mi madre lloraba en las noches e incluso a veces veía como bebía hasta quedar inconsciente, salía a marchar de día, cada día, durante días y de los cuales se volvieron semanas, luego meses... y yo, una simple niña que aún no entendía lo que ocurría seguí creciendo con un vacío que no se llenaba nunca. La pérdida de mi hermano no solo fue un dolor inmenso para mi familia, sino la ruptura total de la misma. 
Desde que tengo memoria la ausencia de mi padre no fue nada más que un mal sabor de boca para mi madre, y mi hermano encabezando nuestro hogar desde tan solo los 15 años creció con rencor hacia él, tanto así que ni siquiera le decía padre, por lo tanto, mi única familia eran mi mamà y mi hermano, y sin él, había perdido a la única figura paterna presente en mi vida.
Uno de los tantos días que mi madre salió a la plaza para reunirse con las madres de la Plaza de Mayo, noté que algo estaba diferente en ella; se mostraba más emocionada y enérgica que de costumbre y salió mucho más temprano de lo normal, sin embargo, no pregunté nada y solo vi cómo se iba.
Aquella mañana se llevó a cabo la primera marcha de la resistencia. Las madres pasarían 24 horas dando vueltas en la Plaza de Mayo, pidiendo justicia para sus hijos, para mi hermano. Fue ahí cuando encontré significado a las palabras de Pipe, “No podemos dejar a mamá sola” me había dicho, ahora entendía que esto es lo que me estaba pidiendo en ese momento, así que, sin pensarlo mucho más, salí corriendo a la plaza lo más rápido que pude.
Al llegar busqué a mi madre rápidamente, cuando la vì, corrí justo para hacerme en el perfecto lugar donde podría verme, y ella, confundida, me dijo moviendo los labios:
- ¿Qué haces aquí? - Y siguió mirándome confundida.
Yo solo sonreí, y con eso, ambas entendimos que esta no era una lucha de solo las madres, esta era una lucha de familias enteras contra la gente mala, independientemente de que no entendiera porque lo hacían, o quienes eran, sabìa que era mi hermano el que dejaba un plato siempre desocupado en casa a la hora de comer, y eso me bastaba para estar allí en esa plaza, sonriéndole a mamà y prometiéndonos mutuamente no dejarnos nunca solas.
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mirrorintheforest · 5 years
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Capítulo 5
Tiare
—The horn on the bus goes beep, beep, beep —cantaron juntos la tercera estrofa de la insoportable canción infantil, Lana tocaba el claxon al son de los "beep", iban muy animados.
—Por favor, paren —dije inútilmente suplicante mientras descruzaba mis brazos.
Parecía que habían empezado a cantar hace mil horas, comenzaba a desesperarme. Aunque quizás fuera porque yo quería cantar la de Itsy-Bitsy araña. 
Al ver que hacían caso omiso a mis palabras volteé a la ventana, observé como escasas nubes oscuras buscaban cubrir el resplandeciente cielo. Las personas no caminaban por las aceras, sin embargo, al pasar por un restaurante pude ver como este desbordaba de gente.
Un leve aroma a especias abrió mi apetito y recordé que estábamos a punto de llegar a la casa de unos amigos de Luzu y Lana que vinieron de viaje a Los Ángeles. Si no mal recuerdo, sus nombres eran Juan y Rocío, además de una clase de pan celoso o algo así; que si no entendí mal era un pato.  
Con ellos íbamos a almorzar, porque los mejores tutores del mundo mundial no fueron capaces de ir a comprar —aunque sea mortadela— al mercado. Debo admitir que me sentía muy nerviosa por el encuentro; realmente quería causar una buena impresión, y siempre fui pésima para ello.
El coche se paró de repente y mi único deseo era que se hubiera quedado sin combustible. 
—Here we are! —alertó Lana con su ya característica sonrisa.
Bajé del auto con las manos temblando. Dios, era una mala idea; una pésima idea, de seguro arruinaría todo y se burlarían de mí, y...
—Cheer up, darling!, ellos no muerden. —Lana acarició mi brazo a modo de consuelo.
Traté de sonreírle, pero más bien pareció una mueca.
Tenía razón, ¿Qué tan mal podía salir?
Nos dirigimos al imponente edificio en el cual se estaba hospedando la pareja (y su pato). Cuando golpeamos la puerta una alegre muchacha nos recibió cordial y nos invitó a pasar, supuse que esa era Rocío. Me sorprendió enterarme de que ellos también hablaban español.
La chica poseía una cabellera parecida a la de Lana, ojos marrones, piel pálida y una dulce voz. Era atractiva y sonriente.
Luego de que saludara a cada uno de nosotros individualmente nos guió a la sala, donde un simpático pelirrojo nos esperaba alegremente, ese seguramente era Juan. 
Él se acercó a saludarnos y darnos la bienvenida, diciendo algo como «Quizás esto no sea Septiembre13, pero es casi igual de bonito» que sinceramente no entendí.
Era alto, bueno; para mí todos son altos, así que creo que era de estatura media. Su piel era muy pálida y sus ojos eran de algún tono entre el café y el verde. Luego de un par de segundos de observarle noté que no pestañeaba. ¿Por qué no pestañeaba?
Supuse que quería una guerra de no parpadear.
Bajé mi vista a mi pequeña hermana, quien parecía haber pensado lo mismo. Nos miramos mutuamente y sonreímos con la misma idea en mente.
Giramos hacia el pelirrojo y devolvimos el ataque. Naomi desistió luego de unos breves segundos y a mí me fue imposible no pestañear por más de veinte. 
Mientras refregaba mi ojo derecho pude ver una pequeña mueca de suficiencia en el muchacho, bufé por lo bajo. Me sorprendía lo inmadura que a veces podía llegar a ser.
Nos invitaron a tomar asiento y eso hicimos. Más pronto que tarde, Rocío y Lanita comenzaron a conversar animosamente, recibiendo algunas interrupciones por parte de la pequeña que amablemente quería entrar en el tema. Juan y Luzu, quienes se encontraban muy cerca de mí, también comenzaron a conversar sobre un videojuego que al parecer a ambos les parecía interesante. 
Rocío, quien anteriormente dijo que le llamásemos Ro, se levantó excusándose; iba a traer bebidas y el pelirrojo —quien insistió en que le dijésemos J o JP— le acompañó para ayudarle. Luzu y Lana asintieron para asegurarles que estaba bien.
—Oye Luzu —El nombrado volteó a verme, levantando sus cejas expectante—, ¿Ellos también son You… youtu… tu… eso?
El rió inclinando su cabeza: —Sí, sí lo son.
Oh, pues qué bien. ¿Qué habrá de genial en trabajar de eso?
Antes de lo esperado, la pareja volvió a la sala de estar con una bandeja de vasos, cuando apoyaron esta en la mesa ratona tomé uno de lo que parecía Coca-Cola. Dios, hace años no bebía esa soda.
Todos volvieron a sus respectivas charlas hasta que el timbre sonó.  Hasta entonces me había dedicado únicamente a sostener el vaso sobre mi regazo y cada tanto daba un sorbo de la bebida.
—Debe ser la pizza —mencionó JP caminando a la puerta.
El muchacho volvió al poco tiempo con tres cajas de pizza, los mayores aplaudieron, él hizo un par de reverencias y apoyó las cajas en la mesa para después abrirlas, olía exquisito. JP encendió el televisor sin volumen antes de sentarse, no es que en realidad alguien fuera a ver algo en él, pero hacía bien de fondo.
Bueno, ¿Qué digo?, si mirarlo era lo único que podía hacer para distraerme, porque claramente no tenía con quién hablar.
Luego de un rato mirando repeticiones de Hannah Montana en Disney Channel y probando una rebanada de cada pizza, me digné a interrumpir alguna conversación; no quería que pensaran que era una rarita o que no me caían bien, mi madre siempre me dijo que debía ser amable incluso con los desconocidos. Para ella era fácil, podría incluso regalarle una sonrisa a un asesino.
—Hey Ro —Ella dirigió su atención a mí—, ¿Dónde tienen a su pato? 
— ¿Pato? —preguntó confusa. 
—Sí, el pan celoso, o algo así. 
Lana y ella comenzaron a reír, ¿Qué dije?
— ¿Hablas de Celopan? —logró responder entre risas.
—Supongo que sí... —Me encogí de hombros sin saber si era bueno o malo.
— ¡Él no es un pato!, es nuestro amigo.
— ¿Y por qué se llama Celopan, es ese un nombre real?
—Es el nombre de su canal —dijo como si fuese obvio. ¿Un canal?, ¿Qué clase de canal?
No pregunté más, me limité a vocalizar un «Ah», aunque no hubiera entendido y mi pregunta inicial tampoco hubiese sido respondida; me sentía demasiado avergonzada como para volver a hablar. Por eso odio interactuar con gente desconocida, joder, no podía ser más tonta.
Volví a mi posición anterior, el programa había cambiado; mostraba a dos chicas en una habitación; una rubia que recientemente había entrado por la ventana y otra castaña con cara rara.
Tomé otra porción de pizza, y escuché atentamente la conversación de Juan y Luzu, por no tener nada mejor que hacer.
— ¡Te lo digo!, si estuviesen en batalla ganaría Salamence —comentó convencido JP.
—No... No, qué va tío, Dragonite le vencería fácilmente —negó persistente Luzu.
— ¡Que sí! —repitió el pelirrojo.
— ¡Que no! —continuó tercamente mi tutor. 
Mastiqué lentamente el último trozo de la porción que me había servido, mientras ellos seguían discutiendo como niños pequeños. Cuando me pareció que si continuaban se tomarían a golpes les interrumpí carraspeando.
—En mi opinión considero que son dos pokémon muy similares, y eso hace que sea muy difícil decidir —comencé llamando la atención de ambos, me parecía muy interesante el tema; me hacía recordar a mi hermano mayor—. En verdad, Salamence y Dragonite tienen sus cualidades y estrategias. —Ellos asintieron, indicándome que continuara— Creo que en un combate normal ganaría Salamence porque tiene más puntos de salud, más velocidad y un mayor ataque especial. —JP le echó la lengua a su compañero quién puso los ojos en blanco— Sin embargo, puede que Dragonite haya aprendido rayo hielo, lo que es doblemente efectivo para Salamence. —Ahora Luzu realizó el gesto del pelirrojo— Pero, también depende mucho de las habilidades y tácticas del entrenador. Por lo que, en conclusión, yo diría que hasta que se demuestre lo contrario es un empate.
Al principio no reaccionaron y me sentí un poco descolocada, seguramente había dicho algo tonto arruinando todo.
Joder, siempre así, ¿Verdad Tiare?
Pero luego sonrieron e hicieron mini reverencias. ¿Qué pasó aquí?
—Cada vez me sorprendes más. —Me susurró Luzu.
♣    ♣    ♣    ♣    ♣
Luego de horas en la casa de Rocío y Juan finalmente estábamos de nuevo en el coche, y contra todo pronóstico me la había pasado muy bien con ellos; habían sido muy majos.
Luego del incidente de la batalla pokémon Juan y Luzu me habían incluido completamente en su conversación, —y aunque con bastante vergüenza— había hablado sobre varias cosas con ellos; sobretodo videojuegos, resultaba que ambos eran bastante aficionados a ellos. Rocío también decidió unirme a uno de sus temas luego de aquello. Resultaba bastante cómodo charlar con ellos, eran simpáticos y bastante abiertos.
Celopan había aparecido en el apartamento también luego de un par de horas, sin embargo se había limitado a saludarnos, y tan apresurado como había entrado se había marchado a su habitación diciendo que tenía que editar y subir no sé qué.
Nos retiramos un par de horas después de la llegada del muchacho, y en nuestra despedida Rocío se nos había acercado a Naomi y a mí. Traía unos peluches en sus manos, eran un oso y un conejo; bastante grandes a decir verdad. Le entregó el oso a Naomi con una sonrisa, luego se giró hacia mí con una mueca de vergüenza y me entregó el conejo. Me había quedado mirando el objeto en mis manos por un tiempo considerable. Ella estaba a punto de decir algo cuando la interrumpí: «Gracias —susurré, los ojos me ardían—, gracias Ro —repetí levantando la mirada hacia ella y sonriéndole—».
Juan también se me había acercado después de eso, escondiendo una mano detrás de sí y manteniendo sus ojos bien abiertos; esa vez no caí en su juego. Al estar a un par de pasos de distancia me tendió la mano que escondía, sobre su palma reposaba una GBA. Reí tímidamente, Naomi rió conmigo. Al ver la cara desconcertada de JP le pedí a Lana —que estaba a mi derecha— que sostuviera el conejo de peluche, cuando lo hizo comencé a hurgar en mi bolso y en el fondo de este encontré lo que buscaba; la antigua GBA que le había robado a mi hermano. Se la mostré y volví a reír, con ojos sorprendidos miró hacia Luzu quien nos observaba de igual manera levantando sus brazos y negando en señal de que no tenía nada que ver. Para aceptar de alguna forma su oferta le ofrecí hacer un intercambio de consolas por un par de días, él aceptó.
Volviendo a la situación en el coche al parecer nos dirigíamos a la casa de un Saiyajin, una orca dinosaurio y un vaso de Starbucks. No pregunten.
—Luzu —Le llamé, haciendo que volteara completamente—, ¿Cuándo llegan los muebles?, porque realmente no quiero volver a dormir en ese sofá.
Él rió para luego quedar completamente serio, como si se hubiese acordado de que debía hacer algo. Giró hacia Lana y susurró algo que no alcancé a oír, ella apretando fuertemente el volante le respondió «Ya le mandamos un mensaje, they’re waiting for us, quieren conocerlas.» y Luzu maldijo por lo bajo.
—Chicas —comenzó refiriéndose obviamente a Naomi y a mí, a menos que hubieran otras niñas en el maletero—, las dejaremos en la casa de nuestros amigos y luego pasaremos a buscarles, ¿Okey?
— ¿Por qué? —preguntó mi hermana confundida.
—Para que puedan ser amigos, y se conozcan mejor sin la...
—Porque a my sweetheart se le olvidó por completo that today llegaban los muebles, darling. —Le interrumpió Lanita mezclando los idiomas; solía hacerlo.
—Eso —dijo Luzu volviendo a su asiento.
Naomi asintió y continuó jugando con el oso de peluche que le regaló Rocío.
Por mi parte, miré por la ventana el resto del camino, abrazando al conejo en mi regazo. Las escasas nubes del mediodía se habían multiplicado, logrando así su objetivo de opacar el hermoso cielo; una tormenta se avecinaba, y no una precisamente pequeña.
Cuando llegamos al edificio ellos nos dejaron solas y nosotras entramos por nuestra cuenta, sin embargo tuvimos un problema con el recepcionista. El canoso hombre no nos dejaba subir al piso de los amigos de Luzu y Lana, decía algo sobre chicas locas que siempre venían.
—Señor, por favor, nuestros padres nos dejaron aquí —repetí por enésima vez al terco hombre que se rehusaba a dejarnos pasar.
— ¿Y quiénes son tus padres, si se puede saber?
—Luzu y Lana. —Le contesté seria, fue lo que ellos nos dijeron antes de partir: «Digan que van de parte de Luzu y Lana, no deberían hacerles problemas, y si los hay digan que son nuestras hijas. Supongo que los chicos avisaron al recepcionista sobre eso».
—Ja, ja. Ya no me trago ese cuento, váyanse o tendré que llamar a seguridad.
—Pudrase, anciano —dije rechinando los dientes. Supongo que a “los chicos” se les había olvidado hacerlo después de todo.
Tomé a Naomi del brazo y salí del lugar. Joder, ¿Por qué no me cree? Ni que fueran celebridades.
Nos sentamos en una banca que había frente al moderno y pulcro edificio repleto de ventanas, que remarcaba en grandes letras su nombre; complejo de apartamentos "Nueva España".
— ¿Qué hacemos ahora, peque? —Le pregunté inclinándome hacia delante y apoyando una mejilla sobre la palma de mi mano izquierda para poder verle.
—Hm —murmuró pensando—... ¡Ya sé!, le llamamos a Luzu y él le llame a alguno de estos chicos, que baje, le hable al señor gruñón y nos dejan entrar. Listo —terminó sonriente, luego de hacer una explicación con gestos de manos incluidos.
—No es tan fácil, linda —susurré sonriendo—. No tenemos un celular, y por más que consiguiéramos dónde llamar, desconozco el número de Luzu, o Lana.
Ella asintió para luego recostarse en mi hombro, yo me enderecé para que le fuese más cómodo y comencé a acariciar su cabello.
Luego de un par de minutos en la misma posición, observando la calle y los autos que pasaban, una vocecita en mi cerebro me susurró una opción que no había considerado.
—Tengo una idea —musité contra su cabeza, llamando su atención, escuché un débil «Do you?» de su parte, incitándome a continuar—, tú solo sube. —No quería dar explicaciones, me paré dándole la espalda y esperé a que ella subiese, para así poder llevarla a "caballito".
Cuando estuvo lista caminé hacia detrás de la edificación, donde había basura, cartón, graffitis y ¡Bingo!, escaleras contra incendios.
Con Naomi aún en mi espalda salté para alcanzar el comienzo de las escaleras, sin embargo, estaban muy altas para mí por lo que le pedí a la pequeña que se parase en mis hombros y bajase la escalera, quién luego de haberme "escalado" y haber intentado un par de veces logró cumplirlo.
Le ayudé a llegar a suelo y chocamos los cinco.
Después de luchar para que subiese por la escalera de manos me di cuenta de que no sabíamos en qué piso vivían. Al llegar al primer descanso hice uno de esos "facepalm" que Juan me enseñó.
Continuamos subiendo hasta un desconocido piso y a medida que más nos alejábamos del suelo, más me apretaba la pequeña mano que sostenía.
Llegamos a la ventana del tercer piso y dirigí mi mirada a Naomi para estar segura de si golpear o no, ella asintió confiada por lo que de la misma manera golpeé el vidrio escondiendo a mi hermana detrás de mí; solo por si acaso. Me llevé por sorpresa a una tierna señora de los años dorados con una dulce sonrisa plantada en su cara.
—Oh, no sabía que los del delivery también entregaban por las ventanas —mencionó riendo.
—No señora, no soy del delivery. —Sonreí lo más amable que pude ante esta bochornosa situación— Lamento molestarla... verá... yo… soy la... novia de —comencé, picando a Naomi con un dedo para que dijese el nombre de alguno de los chicos que debíamos visitar, ella susurró un "Samuel", que repetí sonriente—... Samuel.
— ¿Hablas del joven musculoso y pelo negro que vive más arriba? —preguntó inocente.
—Sí, el mismo. ¿Le conoce? —respondí tratando de no parecer nerviosa.
—Oh sí, claro que sí. Es un encanto, siempre me ayuda con las bolsas de la compra, y a veces se queda a tomar un café. Cuando no está muy ocupado, claro.
Bueno, por lo menos era la "pareja" de alguien decente.
—Lo sé, por eso le quiero. —Sonreí nuevamente y oí una leve risa detrás de mí, volví a picar a mi hermana— Pues, la situación es que soy su novia, pero solo desde hace un mes. —Ella asintió comprendiendo— Y... hoy su madre ha llegado de imprevisto. —Vaya historia me estaba montando— Yo le dije que estaba de acuerdo con que su madre nos visitara, pero él —Desvié mi mirada un par de segundos—, él se opuso diciendo que aún era muy pronto. —Tragué grueso, esperaba que se lo creyera— Entonces él me echó por la escalera —Apunté donde estaba parada—, y me dijo que esperara a que me mandase un mensaje… —Voy a considerar trabajar estafando gente— Ya llegó el mensaje, pero no me arriesgué a entrar por el frente, por si su madre me pillaba... La cuestión está en que no recuerdo exactamente en qué piso vive —terminé realizando una mueca de pena y pude jurar que vi lástima en sus ojos.
—Chica —dijo tomando mi mano entre las suyas, comprendiendo mi "problema"—, no te preocupes. —Sonrió, y pude notar como carecía de algunos dientes, sin embargo era algo impresionante que conservara su dentadura original a su edad— Él y sus amigos viven en el 507, dos pisos más arriba.
Le sonreí agradecida: —Gracias, en verdad gracias. —Le abracé a medias y luego ella se despidió con la mano. Le devolví el gesto antes de que cerrase la ventana y la cortina.
Oí apenas un «Ay, el amor juvenil» y pasos alejándose. Naomi se separó de mí para poder verme de frente.
—Eres una increíble actriz. —Me halagó. Lo sé cielo, lo sé.
—Ay, ya basta, me haces sonrojar.
Subimos dos pisos más, y cuando iba a golpear la ventana esta ya estaba abierta. Miré a mi hermana desconcertada y ella se encogió de hombros.
Entramos sin problema alguno, yo adelante para ayudarle y asegurar que no hubiera ningún peligro cerca.
Cuando ya estábamos dentro nos miramos, ella alzó sus cejas, vaya infancia la de la niña. ¿Quién en el mundo no la querría? Si yo tuviese su edad mataría por hacer lo que ella... Y por visitar Disneyland.
Por el rabillo del ojo vi como un muchacho en pijama cruzaba el pasillo frente a nosotras con un plátano a medio comer en la mano. Cuando estaba a punto de desaparecer de nuestra vista retrocedió unos cuantos pasos y se quedó estático. Giramos al mismo tiempo, encontrando nuestros ojos. Luzu no me contó nada sobre un chino de mejillas abultadas.
Le saludé amablemente levantando la mano y él extendió sus brazos apuntando con la fruta en nuestra dirección.
Volteé hacia Naomi, quien me miró tan extrañada como yo a ella, volvimos a mirar al asustado chico.
—Vegetaaa... —llamó, pronunciando el nombre de forma extraña, sin dejar de mirarnos, ni por un segundo. ¿Sabrá él que Vegeta es un personaje ficticio?
El "mencionado" apareció, pero ni se asemejaba al verdadero.
— ¿Qué pasa macho? —comenzó— ¡Ostras Julián! —gritó al vernos quitándose la zapatilla para utilizarla como arma.
El chino se giró hacia él enojado: —Esa es MI frase —aclaró frunciendo el ceño.
— ¿Pero qué dices?, se meten unas chicas a nuestra casa y a ti te importa más tu frase. —Le regañó.
Ellos siguieron discutiendo sin dejar siquiera presentarnos. ¿Qué hace que los hombres de esta ciudad se comporten así?, ¿O serán solo los amigos de Luzu?
Tomé la mano de mi hermana y crucé a su lado dirigiéndome por el pasillo a otra sala más tranquila. En esta se encontraba un muchacho absorto en su móvil, tenía el mismo peinado que el chino de mejillas abultadas.
Sentí como Naomi jalaba la manga de mi chamarra, volteé hacia ella y asentí indicándole que me dijese lo que le molestaba.
—Tengo hambre... —habló con una mano sobre su barriga y los ojos llorosos, mostrando un tierno puchero.
Dios, mi hermana sus extraños hábitos alimenticios.
—Está bien —respondí sonriendo—, ven, vamos a buscar una cocina.
Caminamos por la casa un poco hasta hallar la pulcra cocina, con paredes color crema y elegantes gabinetes negros.
Solté la mano de Naomi y me acerqué al refrigerador para ver que había; vacío. ¿De qué viven estos hombres?, ¿Siguen un dieta a base de oxígeno y agua?
Cerré el vacío frigorífico y dirigí mi vista a las mesadas; tampoco había nada sobre ellas a excepción de cuchillos y otros utensilios. Diablos, ¿Es esto en serio?
Me fijé dentro de cada uno de los muebles, sin embargo únicamente encontré ositos de goma Haribo, por lo que tomé el único paquete y se lo ofrecí a mi hermana, quien lo aceptó encantada.
Bien, un problema menos.
Le dije a Naomi que podía ir a donde quisiese, pero que no rompiese nada ni molestase a nadie, y volví a la sala donde antes se encontraba un chico enfrascado en su celular.
Me senté en un taburete que había por allí a esperar a los chicos que seguramente nos estarían buscando.
Siempre he odiado esperar, es una de las cosas que más odio —aparte de las personas con voces chillonas y las cucarachas—, y ellos se estaban tardando.
Comencé a jugar con mis dedos, el aburrimiento era grande. Por el rabillo del ojo entre algunos mechones de mi enmarañado cabello logré ver a un chino de mejillas abultadas y ceño fruncido —lo que provocaba que sus ojos se achinaran más—, que caminaba en mi dirección.
— ¡Hey!, hola —hablé volteando a verle.
—Nada de "heys" —respondió tomando bruscamente mi brazo—, ¿Quién rayos eres y qué haces en mi casa?
—Oye, suéltame, lastimas. —Fruncí el entrecejo— Y tampoco me hables así, chino bruto —susurré.
— ¿A QUIÉN CARAJOS LLAMAS CHINO, ESPANTAPÁJAROS? —Me gritó.
— ¡NO ME GRITES, GORDO! —escupí en respuesta.
— ¡YO NO SOY GORDO, NO ES MI CULPA QUE SEAS ESCUÁLIDA!
— ¿PERO QUÉ DICES?, ¡TRÁTAME BIEN, IDIOTA!
— ¿POR QUÉ TRATARÍA BIEN A UNA HOBBIT LADRONA?
— ¡NO SOY UNA HOBBIT, PIE GRANDE! —Ahora sí que estaba enojada, sé que soy baja, pero odio que me lo recuerden— ¡Y TAMPOCO TE HE ROBADO NADA!
— ¿Y QUÉ HACES EN MI CASA ENTONCES?, VUELVE A LA GUARDERÍA —continuó en una voz demasiado elevada.
—Mira, hombre de las cavernas, deja de repetir que tengo baja estatura. ¡Y ya para de gritar!, se lo suficiente civilizado como para arreglar el problema de forma sensata. —Le dije rechinando los dientes, tratando de contener mis ganas de patearle los testículos. Porque quizás estaba muy enfadada, pero Naomi seguía aquí, y lo que menos quería era que escuchara la discusión.
—Está bien —respondió de la misma manera—. ¿Podrías largarte de mi bendita casa, niña?
—Mi nombre es Tiare, idiota, apréndetelo —comencé—. Y te aseguro, que si fuera por mí no me quedaría otro segundo en este horrible lugar.
—Pues, ¿Por qué no te vas?, AHORA.
—No es tan sencillo, no puedo simplemente irme y ya —bufé.
—Espero que seas capaz de repetírselo a la policía, y así ellos mismos te escoltan. —Se burló cogiendo el móvil.
—No llames a la policía, no es necesario. La cuestión es que mis “padres” me mandaron aquí.
— ¿Y quiénes son tus “padres” si se puede saber?
—Luzu y Lana —contesté simple.
— ¡JA!, anda a otro perro con ese hueso. Ellos no tienen hijos.
Rodé mis ojos, ¿Tan difícil es que me crean?
— ¿Estás seguro de eso?
—Claro que sí, son mis amigos. Si tuvieran una hija me lo hubiesen dicho.
—Yo no estaría tan seguro si fuese tú —comenté—. Pero, bueno, son tus amigos, ¿No?
Por un momento pude ver duda en sus ojos, sin embargo esta se esfumó enseguida; como si de vapor se tratase.
—Claro que lo son —dijo, como tratando de convencerse—. ¿Sabes qué?, voy a llamar a Luzu para que él mismo lo confirme, y te vayas al fin de mi piso.
Deslizó varias veces su dedo por la pantalla del artefacto entre sus manos para luego dirigirlo a su oreja y bajarlo nuevamente al cambiar de parecer. Dos pitidos se escucharon desde el altavoz antes de que pudiésemos percibir la voz de mi "padre".
«¿Sí?» —Se oyó al otro lado de la línea.
— ¿Luzu? —preguntó el chino.
«¿Willy?» —respondió de la misma manera. Ah, así que él es la orca.
— ¿Cómo estás, compañero?
«En realidad un poco ocupado. —Un chirrido saltó del teléfono, supongo que Lana trataba de mover un mueble— ¿Qué se te ofrece?»
—Simplemente quería hacerte una pequeña pregunta.
«Pues, habla.»
— ¿Tienes hijos? —Dijo burlón, como si ya supiese que la respuesta era negativa— De como unos doce años... —susurró lo último, que ganas de partirle la cara.
«Hm —murmuró pensando—, que yo sepa no.»
Willy —si es que se llama así— sonrió con aires de suficiencia, me limité a voltear los ojos.
«Sin embargo... Hijas sí, tengo dos pequeñas. Tiare y Naomi, ¿No llegaron aún?» —Lo escuché, e imaginé que seguramente estaba en esa tonta posición de la mano en el pecho, la vista al cielo y secándose una lágrima falsa.
Ahora yo sonreí burlona al ver la mandíbula desencajada de la orca china frente a mí.
— ¿Qué, cómo, por qué, cuándo? —comenzó a balbucear el chico.
—Cierra la boca que entran las moscas. —Le susurré tomando el móvil de sus manos antes de que se le cayera, el muchacho aparentaba encontrarse en una especie de estado de shock, por lo que le guié al sofá, donde se sentó y cubrió su desconcertada cara.
«Willy, amigo, ¿Sigues ahí?» —Escuché levemente la voz.
—Oh —Toqué una tecla del aparato para quitar el modo altavoz y lo atraje a mi oreja—, él… sí… está un poco mareado.
«¿Tiare?, ¿Qué haces, cómo están, llegaron bien?»
—Hey, tranquilo fiera. —Reí— Estamos bien, Naomi está comiendo algo y yo estaba resolviendo algo. ¡Llegamos bien!, es decir, nos dejaron frente a la puerta.
«Sí, bueno, es que tardaron en llamar y Willy preguntó si tenía hijos»
—Es que, tuvimos un pequeño percance en la entrada.
« ¿Qué pasó?»
—El amable viejo que trabaja de recepcionista no nos permitió subir por unas supuestas chicas locas que siempre venían —Luzu bufó y se escuchó un «We know about» de parte de Lanita—, entonces tuve que rodear el edificio cargando con Naomi para encontrar las escaleras de incendios —De alguna manera sentí como sonreían, «She's so smart» habló una delicada voz—, pero al llegar al primer descanso me di cuenta de que no sabíamos en qué piso vivían. —Oí risas— Entonces golpeé una ventana y una anciana me atendió pensando que era el delivery, el caso es que fingí ser la novia del tal Samuel y ella me dijo que vivían en el 507.
«Eres muy astuta.»
—Lo sé, es un don natural —dije recostándome en el respaldo del sofá—. Bueno, como sea, cuando entramos por la ventana abierta, un chino asustado con un plátano en la mano llamó a un príncipe Saiyan falso, que le robó la frase, cuando llegamos a la sala el que supuse que era el vaso de Starbucks estaba muy concentrado en su celular como para darse cuenta de que pasamos allí. A Naomi le dio hambre, por lo que partimos a la cocina donde solo había ositos Haribo y se los di. —Lana mencionó un «Oh-oh» — Cuando volví a la sala tuve una discusión con la orca dinosaurio que terminó en la llamada que recibiste.
« ¿Y ahora que está haciendo Willy?» —Se limitó a preguntar.
Volteé a él, seguía en la misma posición.
—Creo que está cuestionando el origen del universo —respondí picoteando su cara con la uña sin conseguir que se moviese.
Se oyeron risas del otro lado de la línea.
—Oye, Luzu. —Volví a hablar— ¿Qué están haciendo ustedes?
«Hace poco llegaron los muebles, así que estamos desempaquetando y eso... Por cierto, ¿Qué habitación quieres?»
—La pequeña está bien —murmuré pensando en que yo estaría menos tiempo que mi hermana en esa casa, prefiero que ella se sienta cómoda.
«Vale, y, ¿Cuál era el color de tu pintura de pared?»
—Azul, Luzu, el azul eléctrico. El lila pastel es para Naomi.
«Lo anoto, y...»
— ¿No les gustaría que fuera a ayudar?, me encantaría pintar.
Escuché murmullos de la conversación que tenía la pareja, hasta que Lana dijo: «No, stay there. Como es probable que no terminemos hoy, les dejaremos las camas hechas e iremos allá. You can help us tomorrow, though... Si no es molestia.»
—Claro, les esperamos. —Se despidieron y cortaron la llamada.
Dejé el móvil al costado del chico que aún no se movía, comenzaba a preocuparme.
Moví sus hombros, pero no reaccionaba. Quizás estaba dormido.
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eldiariodelarry · 5 years
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El Huaso, parte 25: Fantasías
Lista de capítulos
Respondimos al mismo tiempo, pero nuestras respuestas fueron opuestas.
—No —respondí yo.
—Sí —dijo el Huaso.
Lo quedé mirando sorprendido por su respuesta pero no dije nada. El Sergio tenía una sonrisa media maquiavélica en su cara, que probablemente sería la misma que pondría yo si viera que se acerca el drama.
—¿Y con quién hariai el trio, Pato? —le preguntó curioso el Sergio.
—Con alguna mina —respondió él. No sabía si tranquilizarme o indignarme más con eso. El Sergio tuvo un leve gesto de decepción en la cara.
—Las minas son re fomes pa los trios —dijo el Sergio para tratar de disuadirlo.
—¡Mentira! —dijo mi pololo—, quizás las minas con las que estuviste eran fomes.
—¿Acaso tu ya hiciste un trio? —le pregunté al Huaso, muy sorprendido.
—Larry, fue hace mucho rato. Antes de que nos conociéramos —me dijo él, sin darle importancia.
Me quedé un rato en silencio tratando de procesar la información.
—¿Y cual sería la gracia de un trío con dos minas? —le pregunté.
—No tiene ninguna, es muy fome —respondió el Sergio.
—Tienen que estar ahí en el momento —respondió mi pololo, canchero.
—Y tu Larry, ¿por qué no? —me preguntó el Sergio.
—Porque no… no sé en realidad. Soy muy tímido —inventé. En realidad había dicho que no porque pensé que era lo que el Huaso respondería—. Aparte capaz que los otros dos se embalen y me dejen aislado.
—Na que ver —dijo el Sergio—. En el trío es todos con todos. Es una wea del momento. Aunque no te guste mucho el tercero igual te lo comí, por la calentura de la situación. Aparte a ti ni cagando te dejaría aislado en un trío —me sonrió coquetamente y me sonrojé un poco. El Huaso le pegó una mirada seria y el Sergio cambió de rumbo—. Bueno, como sea, piénsalo. No dejí que tu timidez te limite las posibilidades de disfrutar, ¿cierto Pato?.
—Si po —respondió el Huaso—, voy a tener que despeinarte un poco —me dijo dándome unas palmadas en la mano.
En ese momento llegaron el Kevin con el Dani, y tuvimos que dejar la conversación hasta ahí. Habían comprado un par de pizzas para preparar, así que nos dedicamos a eso y nos pusimos a conversar entre todos. En su mayoría estuvo entrete la noche, pero el Sergio haciéndose el hetero se ponía medio pesado junto al Kevin. El Dani y el Kevin de repente hacían comentarios medios homofóbicos y yo prefería no decir nada para no ocasionar conflictos (y si me tildaban de gay, podían sospechar del Huaso).
Comimos y conversamos y luego nos fuimos a acostar, muy temprano (para lo que estaban acostumbrados los primos) porque de verdad ya estábamos agotadísimos. Al menos yo estaba muy cansado, y los primos decían que también porque estuvieron webiando toda la semana ahí.
Yo estaba acostado en mi cama revisando el celu cuando el Huaso entró a la pieza después de lavarse los dientes, y cerró la puerta con seguro. Estaba solo con el short del pijama, que al final siempre se lo sacaba para dormir, y se tiró en la cama, encima de mí. Me quitó el celular y me dio un largo beso.
—¿Te enojaste? —me preguntó, poniendo cara de gato con botas.
—No, ¿por qué tendría que enojarme? —le dije con naturalidad.
—Por lo del trío —sonrió inocentemente.
—No me puedo enojar por weas que hiciste con tus parejas anteriores —respondí después de un largo suspiro—. Lo que me sorprendió es que hayas dicho que harías un trío, pero no porque quisieras, sino que porque nunca hablamos de esto. ¿Tan fomes somos que ni siquiera conversamos estas cosas?
—No somos fomes, ¿o acaso encuentras fome ponerte a tirar en un probador? —argumentó—. Lo que pasa es que nunca surgió el tema —se acomodó debajo de las sábanas conmigo y me abrazó—. Ya, dime, ¿que te gustaría hacer?
—¿Cómo? —no entendí a qué se refería.
—¿Cuál es tu máxima fantasía sexual? Tiene que ser conmigo sipo. Yo por ejemplo quisiera hacer un trío contigo y alguna mina.
—¿Por qué insistes con una mina? —le pregunté aún incrédulo—, si el Sergio ya te dijo que son fomes.
—No sé, como que me calienta la idea de verte a ti con una mina —me dijo riéndose.
—¿En serio? —pregunté sorprendido—. Pero si yo na que ver con las minas, soy super gay y tu lo sabes.
—Si, pero que le vamos a hacer po, así como a la mayoría de los hombres nos calienta ver a nuestras minas con otra mina, me pasa lo mismo contigo. Me gustaría ver a mi mino con una mina.
—De verdad no entiendo esa wea de que los caliente ver minas besándose —le comenté un poco enojado—. Los calienta esa wea, pero se enojan cuando ven a dos weones de la mano.
—Ya, pero amor, no te enojes —me abrazó más fuerte—. Ahora dime tú, ¿qué te gustaría hacer?
Me quedé en silencio un rato, pensando que responder. Muchas ideas se me pasaron por la mente, cada una más loca que la anterior.
—Un trío igual —respondí sin darle importancia.
—¿Y así tan fome? —me preguntó—. Larry no me mientas, dime la verdad.
—Es que me da vergüenza —dije tapándome la cara.
—¿Qué tan ridículo puede ser? Cuéntame —me besó el cuello para relajarme.
—Ya, mira es una wea que vi en un video una vez, y me calentó mucho… yo sé que es imposible de hacer porque igual es cuático, pero me gustaría hacerlo, o sea, me calentaría mucho —le expliqué.
—¿Qué cosa? Que me teni intrigado.
—Un gang bang —le dije en voz baja, y casi murmurando, pero igual entendió. Se quedó en silencio un rato, sorprendido por el nivel de mi fantasía.
—Pero amor… —fue lo único que atinó a decir. Yo estaba preparado para que me empujara y me tratara de lo peor por degenerado—. Eso es muy… difícil de hacer.
—Si sé que estoy loco, por eso no quería decirte —quería que puro me tragara la tierra.
—No, no. Es que es difícil encontrar tantos weones. Y la verdad no sé si me gustaría tener que tomar turnos para darte cariño.
—¿Y cuando dije que yo sería el pasivo?
—¿Qué? —me preguntó asustado. Me reí de su reacción y me calmé un poco.
—Por eso te decía, es muy difícil. Encontrar muchos weones limpios y ricos que me quieran culiar igual es difícil po.
—Igual si pones esos requisitos no creo que sea tan difícil. Ya tenemos a mi primo seguro.
—¿En serio dejariai que un monton de weones me usen como quieran? —le pregunté serio.
—No sé en verdad —respondió después de pensarlo un rato—. Me daría como celos. Pero en volá con la calentura del momento igual debe ser rico.
—Es mas fácil hacer el trío —le dije—. Aunque no me guste la idea con una mina.
—¿Y si mezclamos los dos, y hacemos un trío con otro loco, y tu pasivo todo el rato? —sugirió.
—Puede ser… —dije, contento porque estaba desechando la idea de incluir a una mujer.
Cerramos la conversación con un beso, y el Huaso de inmediato se puso fogoso, pasando sus manos por todo mi cuerpo, y apretando mis glúteos con fuerza.
Me volteó y me bajó el bóxer, pero lo detuve.
—Mejor no, amor —le dije—. Tus primos nos pueden escuchar.
—Pero lo hacemos calladitos —sugirió él.
—Mañana —propuse.
—Pero mañana estaremos donde mis viejos po, va a ser peor.
—Sí, pero la pieza de tus viejos está muy lejos de la tuya —hay menos riesgo de que escuchen.
—Bueno —aceptó a regañadientes. Se enojó y se dio vuelta a dormir.
Yo no tenía muchas ganas de discutir, así que solo cerré los ojos y me quedé dormido casi al instante. A la mañana siguiente comprobé que el enojo solo le duró por el momento, ya que cuando desperté me estaba abrazando.
Nos levantamos y desayunamos con los primos. Nos arreglamos, empacamos y esperamos que llegaran mis suegros para llevarnos de vuelta a La Serena. A eso de las 2 de la tarde llegaron, almorzamos y después de la sobremesa nos despedimos de los primos. Me despedí con un abrazo bastante cínico con el Kevin, pero la cortesía va primero. El Sergio también me dio un abrazo, mas largo de lo normal.
—Piensa en lo del trío po —me dijo al oído—. Cualquier cosa me avisan nomas.
No le respondí, porque no sé que se responde cuando el primo de tu pololo te ofrece hacer un trío. Le sonreí cordialmente, deseando que si alguna vez nos motivábamos con el Huaso, de verdad lo llamara a él.
Llegamos a La Serena como a las 11 de la noche, muy cansados como para hacer algo, así que llegamos solo a ducharnos y dormir.
Al día siguiente, era lunes y mis suegros nos despertaron para desayunar, antes de irse a trabajar. Nosotros de mala gana nos levantamos y pusimos nuestra mejor cara de no-sueño. Cuando mis suegros se fueron, el Huaso estaba lavando la loza, y apenas sentí que el auto se fué, me acerqué a él por la espalda y le besé el cuello. El siguió lavando como si nada. A diferencia mía, él no era tan cosquilloso en esa zona del cuerpo.
Al ver que seguía lavando sin inmutarse (aunque con una sonrisa en la cara), le bajé el pijama y dejé a la vista sus glúteos musculosos. Me agaché tras de él y los apreté con mis manos antes de darle un mordisco a cada uno. Con mis manos separé sus cachetes y pasé mi lengua por su espacio interglúteo, buscando su ano.
Al llegar a su ano, se estremeció y sentí el agua de la llave correr sin obstáculos. Apoyó sus manos en el borde del lavaplatos y yo continué jugando con mi lengua en sus zonas ocultas. Al rato cerró la llave para no malgastar el agua, y yo seguí estimulando su cuerpo.
Tomé su pene ya erecto por entre sus piernas y lo acerqué hacia atrás para poder mamarlo. Primera vez que le hacía un oral desde atrás y al parecer le encantó. Se estremecía con cada nueva área que alcanzaba con mi lengua, y al sentir su cuerpo temblar, me daba más motivación para continuar.
Me levanté a besarlo y su cara de felicidad lo decía todo. Lo tomé de la mano y lo llevé hasta su habitación. Nos desvestimos y lo tiré a su cama, y él como buen pololo se acostó de guata, levantando levemente su trasero, invitándome a continuar jugando. Continué haciéndole beso negro, hasta que me hizo saber que estaba listo para recibir algo más.
Le metí mi pene y entró con una llave a su cerradura. La experiencia previa ya le había dado la dilatación necesaria para recibirme. Sus gemidos me excitaban mucho y hacían que mis movimientos fueran mas rápidos y fuertes. El verlo apretando las sabanas en sus puños me provocaba mucho. Le di unas últimas estocadas profundas y me salí. Lo voltié, dejándolo de espaldas e hice que me hiciera sexo oral. Él, totalmente entregado lo hizo, disfrutando de mi pene mientras se masturbaba.
Al rato volví a atacar en sus regiones bajas, esta vez mirándolo a los ojos. Me acerqué a besarlo mientras mi cadera seguía su movimiento sin cesar, y él se masturbaba. Después de un par de minutos en esa posición, dejó de masturbarse y arqueó la espalda, mientras su respiración se entrecortaba y le costaba trabajo seguir con el beso, hasta que sentí unos disparos húmedos y tibios en mi abdomen, los cuales vinieron acompañados de un fuerte gemido de parte del Huaso. Yo continué con mis embestidas en su zona trasera mientras él seguía gimiendo del placer que le provocaba haber alcanzado el orgasmo y que yo siguiera estimulándolo. Acabé dentro de él sumando mis gemidos a los de él.
Me acerqué a besarlo y me quedé acostado encima de él, abrazándolo. Estábamos llenos de semen y sudor, pero no nos importó porque lo disfrutamos, y no hay nada mejor que esa sensación de haber disfrutado al máximo el sexo. Al rato nos quedamos dormidos, tal cual acabamos.
Despertamos como a la media hora, nos levantamos y nos duchamos juntos, para ahorrar agua y seguir regaloneando, y luego nos fuimos a dar una vuelta para almorzar, aprovechando que sus papás no volverían hasta la tarde.
Fuimos a caminar al borde costero, aprovechando nuestra última tarde juntos en La Serena.
—¿Qué te parece ella? —me decía él, señalando a chicas guapas que paseaban por ahí como potencial candidata para el trío.
—Ya quedamos en que mezclaríamos ambos —le dije inquieto.
—Si, pero igual porsiaca. El plan B.
No me sentía cómodo mirando a minas en la calle y pensar en ellas como posibles compañeras sexuales. Por suerte el Huaso no insistió más. Sin embargo, miraba a los guapo veraneantes que se paseaban sin polera por el borde costero y mi imaginación volaba al imaginármelos junto al Huaso.
Volvimos a la casa y mis suegros ya estaban tomando once. Nos sumamos y luego me fui a la pieza a ordenar todo con la ayuda del Huaso. El papá de mi pololo nos llevó al terminal de buses a tomar el bus que saldría a las 22 horas en dirección a mi ciudad.
Antes de subirme al bus, el Huaso me acompañó al baño, donde nos pudimos despedir tranquilamente.
—Te amo —me dijo él mientras me abrazaba.
—Yo también te amo —nos besamos lentamente en el baño vacío y luego salimos.
No era necesario decirnos mas cosas. No teníamos que prometernos que nos llamaríamos o nos mandaríamos mensajes. Ya estábamos acostumbrados a las despedidas y sabíamos que nos veríamos en un par de semanas.
Me despedí con un abrazo de él y de mi suegro antes de subir al bus, y una vez arriba, me puse los audífonos y me sumergí en la música de mi celular. me quedé dormido apenas el bus salió de la ciudad, y no desperté hasta llegar al terminal de Antofagasta.
Siguiente Capítulo: Alarma
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kreacciones · 6 years
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F.R.I.E.N.D.S - Yugyeom (GOT7)
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Mientras él hablaba a lo lejos yo le miraba como si fuera la cosa más preciada del mundo. Golpeaba con mis dedos la mesa y formaba un ritmo que mi compañero de fiestas noto, él notoriamente divertido chasqueo los dedos ante mis ojos y hizo que saltará en mi silla.
-Señorita la baba se le caerá por esa boca si no la cierra.-Jackson río.
-Oh...¿Qué sabes tu?- dije molesta y a la vez divertida.
-Yo no sé cómo aún no le dices a él que le gustas.
-Como si fuera tan facil- tomé el vaso con alcohol en mi mano y lo mire fijamente- además, él tiene novia.
-Novia que tú misma le presentaste- hice una mueca y bebí del vaso.
-Que iba a saber que yo que le gustaría..- peor error de la vida, presentarle mi compañera de piso, a mi mejor amigo.
Llevábamos años como amigos... Y me había gustado casi desde que tenía memoria, pero no había sido capaz de decirle nada, nunca... Pero tampoco es que no le haya enviado señales, de hecho muchas veces nos quedabamos mirándonos y sentía que quería besarme... Pero nunca lo había hecho.
Habíamos ido al mismo colegio, vacacionabamos juntos y... Y aún asi, nunca me había dicho nada con respecto a si sentía algo... Aunque sea unas mariposas...nada.
-No sé el porqué Yugyeom no te ha hablado de lo que siente...
-¿Qué?- mire a Jackson, el cual río ante mi reacción.
-Una vez se puso tan pero tan borracho que me confesó muchas cosas... y entre esas estás tú- sacudí mi cabeza con duda.
-No me mientas Jackson...- le apunte con mi dedo y el lo tomo entrelazando mis manos con las suyas.
- No lo hago, de hecho... Ahora mismo, está viendonos- sin soltar su mano percibí la mirada de Yugyeom desde lejos.- Se volvería loco si hago esto- en el sillón se acercó a mí y yo me tense- solo finge que estás con varias copas demás...
- Jackson... Pero que..- su brazo se puso detrás de mi espalda y yo reí nerviosa.- Dios, ¿Qué rayos?- no entendí su punto hasta que mire hacia delante y los ojos de Yugyeom me miraban desde la sala.- Oh...- volví mi vista a Jackson y él sonrió, estaba ahora a centímetros de mi rostro.
-¿Quieres apostar?- se mordió el labio y yo reí, Jackson no me gustaba en si, pero era tan divertido que cualquier cosa que hiciera me causaba gracia, incluso ahora que estaba tan cerca mía... O también era la cantidad de alcohol que llevaba en la sangre.
-¿Qué cosa?
-En el momento en el cual te bese, no van a pasar más de dos segundos y Yugyeom vendrá a sacarte.- me sonroje a la vez que me ponía nerviosa.
-Yo... ¿Me vas a besar?- Jackson era solo un amigo, un colega y de verdad que no sentía nada por él... Pero esta situación era muy irreal.
-Solo para demostrar mi punto- y sin más junto sus labios con los míos, provocando que pegará un salto por el susto. Era difícil explicar la sensación de sus labios, ya que estaba mayoritariamente borracha y además Jackson no me gustaba, por lo cual solo podía seguirle el beso, ademas hace muchísimo tiempo que no tenía este tipo de contacto. Pero el beso solo duró un momento antes de que abriera los ojos y sintiera un brazo alrededor de mi cintura junto con un torso rozándome la espalda.
-Jackson, que hablamos de ella- la voz de Yugyeom provoco un escalofrío nada sano en mi vientre.
-Vamos amigo, está soltera y yo igual...estas cosas pueden pasar- Jackson se puso de pie y se acercó, pero yo reí al ver la diferencia de estatura entre él y Yugyeom.
-Esta borracha- Levante mi cabeza y mire su barbilla.
-¿Acaso me tomaste la alcolemia para saberlo?- el me miro y me sonrió.
-Tus mejillas te delatan- puse mis manos allí y provoque su risa- Vámonos, iré a dejarte a casa.
-Pero yo no quiero irme...- proteste mientras me soltaba de Yugyeom y abrazaba a Jackson, le cual dió una sonrisa triunfante ante su amigo.
-Eres mi responsabilidad, vamos...- Tiro de mi, pero no cedí y Jackson termino por abrazarme contra él.- No lo hagas más difícil.
-Puedo volver con Jackson- dije inocentemente y reí al ver que había abierto la caja de Pandora ante Jackson.
-Si, tranquilo... Puede que nos iremos al mío y luego... no sé, lo que quieras bebé- el movimiento rápido que hizo Yugyeom permitió que me sacara de un solo tirón, abrazándome y casi golpeando el rostro a Jackson.- Ey, ey, ey... Tranquilo hermano, estábamos jugando.
- Es lindo ver cómo te preocupas por mi- dije riéndome y casi llore de la risa al ver cómo Yugyeom me miraba sorprendido.
-Ahora si que nos vamos- empecé a caminar a la salida con a mayor elegancia que podía, pero termine doblandome un tobillo y Yugyeom tuvo que cargarme hasta su departamento. No era la primera vez que estaba allí, de hecho la mayoría de las veces en las cuales íbamos a fiestas terminaba acá y dormíamos en la misma cama, solo que siempre yo terminaba peor que él y la que se levantaba con más dolor de cabeza era yo. Me lance en su cama sin siquiera sacarme los zapatos y le di la espalda a Yugyeom, el cual me saco los zapatos y me cubrió con una manta para luego acostarse a mi lado.
-¿Estás molesta?- dijo cuando yo estaba a punto de dormirme.
-No, ¿Porque?
-Me estás dando la espalda... Y tú nunca haces eso.
- Estoy cansada, no me quiero mover.- dije casi con un aire de enojo, fue tan repentino que hasta yo me sorprendi.
- Siempre me pides que te abrace...- la voz de tristeza en Yugyeom provoco que quisiera llorar. Sentí que se movió y me asuste cuando senti una de sus manos abrazarme por la cintura y su mentón apoyarse en mi hombro, mirándome de lado. Su voz ahora sonó mucho más cerca, ya que susurro en mi oido.
-Siempre me dices que tienes pesadillas cuando no te abrazo.- se presionó contra mí como si fuera un gatito buscando calor y yo entrelace una de mis manos con la que estaba en mi vientre.
-No... No quiero que me abraces más- dije casi con la voz entrecortada.
-¿Porque?- su voz sorprendida causó más estragos en mi. Temblorosa me gire para verlo a los ojos y lentamente guíe su mano por debajo de mi camiseta hasta dar con mi corazón, el no hizo ningún movimiento para sacar su toque de esa zona prohibida para nosotros, de hecho lo único que hacía era respirar lentamente mientras mi corazón latía más desbocado al sentir su toque en esa zona.
-No puedo ser tu amiga si mi corazón sigue así cuando te tengo cerca.- mire sus ojos y los vi más oscuros que siempre, su boca entre abierta me causaba vertigo, era tan apetecible que quería morderla ahí mismo.
-¿Porque me lo dices ahora?- el pregunto después de un rato. Su mano grande ahora rozaba mi zona sensible y empeze a sentir que moriría.
-Porque tuve una conversación profunda con Jackson, y debe ser que tengo más alcohol en mi cuerpo que me atrevo a decirlo ahora.- Yugyeom miro por un instante enfrente suyo, como si estuviera en un debate mental.- A veces me he preguntado si es solo un capricho... Si con tan solo besarte... Las ganas se me fueran- con mi mano toque su mejilla y el volvio la vista a mi. -Dejame besarte Yugyeom... Por favor déjame probarte- me levanté y me acerque a él, Yugyeom no se movió, de hecho miraba mis labios como si realmente lo quisiera. Apretó ligeramente su mano y yo involuntariamente solté un gemido desde lo más profundo de mi garganta, una de mis manos recorrió su cuello y la otra tocaba su rostro.
-No estoy seguro de esto...- dijo antes de que me acercara más aún.
-Si quieres que me aleje...solo dímelo...- mordí mi labio y sonrió de lado.
-Ese es el problema, no quiero alejarme... - su sonrisa se desvaneció para empezar a usar su lengua en ellos. La tensión entre los dos estaba creciendo, sentía un pinchazo de placer creciendo poco a poco dentro de mi, hasta que se desató cuando por fin junte sus labios con los míos y así la guerra se desató.
Nuestras bocas chocaban sin control mientras nuestras lenguas se fusionan. Su mano masajeaba mi pecho mientras las mías pasaban por su torso. Sentía como quería besarlo más, tocarlo, diablos... Mi sueño más oscuro se estaba haciendo realidad y eso me provocaba vertigo. Mi espalda estaba tocando la cama mientras él se posicionaba encima mía, cuando ya no podía ni siquiera respirar me separé de él y lo mire directamente a los ojos.
- ¿Fue un capricho?- me preguntó con una media sonrisa, yo me sonroje al ver lo que había hecho.
-Oh Dios... Yo...- toque mis mejillas con las manos y Yugyeom río.
-Yo no sé cómo sentirme con respecto a esto- se sincero mientras unos mechones de su pelo caían por su frente- no te mentiría si.. si te digo que había soñado con tenerte así... Pero...
-Lo se... Es extraño, pero... Diablos me encanta como me haces sentir. Me encantas... - mis manos bajaron por sus brazos, sintiendo como se tensaban.
-Las cosas no van a volver a ser las mismas si ... Si te cumplo el capricho. - puse mi dedo en sus labios para luego besarlos con más fuerza aún, lo empuje hacia mi atrayendo con mis piernas su cintura. Lentamente tomé su camiseta y se la saque por su cabeza, admirando los tatuajes que se había hecho hace poco en su abdomen. El hizo lo mismo, quito mi polera y la lanzó lejos de mi, sus grandes manos recorrieron desde mi ombligo hasta el borde de mi bralette.
-Me encanta este tipo de ropa interior- sonreí y lentamente lo desabroche, el me miraba como si fuera la cosa más sexy del mundo, provocando que cada vez sintiera más ganas de cumplir mi capricho. Cuando lo saqué lo deje caer a mi lado y por primera vez, sentí vergüenza por estar así de expuesta ante él. Cuando ya estaba por sacarle el botón del pantalón mientras lo besaba lentamente escuché un ruido desde la puerta principal.
-¿Yugyeom?- la voz de una chica me sorprendió y a él igual.
-Oh maldita sea- lo empujé con fuerza y agarre la polera que estaba en el piso, tomé mis zapatos y corrí al closet.- Solo actúa normal- mire a Yugyeom, el cual me miraba casi en shock en la cama, pero se puso de pie y se me acercó.
-Fingiremos que no hay nadie.
-¿Qué?- tapo mi boca con su mano y entró conmigo al closet. Fue allí cuando los pasos se acercaron y abrieron la puerta de la habitación. La chica camino a la cama y río por el desorden, que ella no sabía que habíamos provocado.
-Eres tan desordenado... No has cambiado nada- no sabía si lo decía en broma o realmente lo sentia. Ella camino y fue al baño, al ver que no había nadie saco su teléfono y marco algo en él, para luego salir por la puerta para irse del departamento.
Suspiré sonoramente y salí de allí sin mirarlo, sentí culpa y a la vez vergüenza de lo que había hecho. El me abrazó por la espalda y me beso la mejilla.
-No debí permitir esto- dije, el me dió la vuelta, quedando frente a frente.
-¿Sabes quién entró?- negué con la cabeza.- Era mi hermana- gire la cabeza con duda y el rio- Mamá la debe haber enviado para algo, mira.- mostró su celular y era un mensaje de texto, en el cual le decía que su madre le avía mandado comida, que se la dejo en la cocina y que limpiará su departamento.
-Oh... Pero... Igualmente Yugyeom, tienes novia...
-Ya no- dijo mirando hacia la cama.- terminamos hace unas semanas, ella llevaba varias semanas viéndose con alguien y... Bueno le desee lo mejor con él, igualmente nuestra relación no duraría tanto.
-Bah... No me había dicho nada- empecé a pensar y recuerdo haberla sentido más distante, pensé que era por la universidad, pero a lo mejor no quería contarme ya que era la mejor amiga de su ex novio.- Pero aún así, me siento fatal... Yo- no alcance a terminar la frase antes de sentir sus labios presionando los míos.- Yugyeom- me aleje un momento y lo mire, él sonrió y se acercó para robarme otro beso.- Diablos, me haces ceder fácilmente...- mordí mi labio y el de un movimiento me elevó de la cintura para apoyarme en la pared.
-Sabes... Cuando Jackson te beso, senti una rabia en mi interior...algo que solo sentí cuando en la graduación te besaste con tu nuevo novio.- Vi como se sonrojaba un momento.- diablos, si que estaba enojado conmigo por no haber...
-¿Haber que?...- el sacudió la cabeza.
-No importa- me volvió a besar mientras yo sonreía por volver a sentir sus manos en mi cuerpo.
- Espera...- lo frene y el rio.
-¿Qué pasa?
-No quiero que los demás se enteren- el giro la cabeza confundido.- Es más interesante cuando es a escondidas de los demás- él sonrió y asintió.
-Ademas nadie sabe que estaba soltero aún, no quiero que digan nada de ti. Además... ¿Crees que esto funcione?
-Yo creo que sí... No es un capricho al fin y al cabo- lo mire y sonreí.- ¿Somos amigos entonces?
-Si ser amigos significa esto... Seremos los mejores del mundo - reí y volví a mi afán de besarlo. Pero de la nada, volví a la realidad, me senté de golpe en la cama, sentía mi cuerpo caliente y la cabeza me daba vueltas, sentí una mano en mi cintura y pegue un salto.
-¿Estás bien?- la voz de Yugyeom me tranquilizó y a la vez me puso más nerviosa.
-¿Qué...Que hago acá?- estaba en su habitación, pero yo aún seguía con la mayoría de mi ropa puesta.
-Ehhh... Estabas muy mal y te traje acá, no es la primera vez igualmente- se encogió de hombros y río.- Estás pálida...
-Yo...- toque mi corazón y este latía desbocado en mi pecho.
-Ven, vuelve a dormir, puede que hayas tenido una pesadilla o algo- me abrazó y dejó que me apoyara en su pecho.
-No lo era... Soñé contigo- dije sin pensar.
-¿Qué soñaste? - mi rostro se puso rojo y agradecí al cielo porque las luces estaban apagadas.
-Nada importante...- me calle nuevamente mis sentimientos por miedo al desprecio.
-Te da vergüenza decirlo- empezó a hacerme cosquillas haciendo que lo terminará golpeando en el pecho mientras no paraba de reír.- Yo también los he tenido... Y son siempre contigo- su voz sonó tan grave que sentí como la sensación de mi sueño volvía a mi.
-Oh... ¿También te despiertas con una sensación de decepción?- el me miro a los ojos.
-No, es algo más como enojo...- hice una mueca- por no poder cumplirlo.
Su rostro estaba a centímetros y empecé a repetir la ecuación, a tocar su rostro con gentileza y al final mirarlo directamente a los ojos.
-Sin arrepentimientos...- eleve mi dedo meñique y el lo enlazo con el suyo.
-Sin arrepentimientos- y a diferencia de la otra vez, él comenzó a besarme, sin conversaciones anteriores ni ceremonias, solo él y yo en la oscuridad de la noche.
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wrinser · 6 years
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[BungouTober 9: Past/Now] Libertad
(Este fic pertenece a mi autoría. Porfa no te lo robes :c) W.O
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Los sueños de una niña nunca deben romperse. Todos ellos serán llevados a cabo un día u otro. Todo ello tomará tiempo, sin embargo, se cumplirán en algún momento.
Aquella niña, de hoy dieciocho años, que ha sufrido mucho, hoy es completamente libre. Ese ha sido su más grande deseo. Su vida puede ser manejada a su manera. Ha decidido servir a los demás. Esto parecerá una vuelta atrás, sin embargo, esta vez es por su elección. No con el objetivo de alimentar a seres hambrientos de poder.
Hoy está llevando una tela blanca sobre su cabeza cubierta por sus brillantes cabellos rojizos, piel de tonalidad clara, sus ojos azules vertían lagrimas ante la felicidad de ser libre.
Aquella niña soy yo, Lucy Maud Montgomery. Sé que es algo narcisista dar esa descripción de mí misma. Por favor, continuemos.
Mis ojos que desbordaban en lágrimas bañaban mi rostro. Sin embargo, mi llanto no quería decir mas que la felicidad llenaba todo mi ser.
Sentada sobre el borde de la cama, los brazos se apoyaban sobre mis rodillas mientras mis manos envolvían mi rostro. Mi llanto era inaudible, mis manos cubrían también mi boca, por lo que lucía como un murmullo confuso. Al cabo de un rato procuré calmarme. Comencé a inhalar y exhalar lentamente. Las lágrimas gradualmente cesaban su fluir. Refregaba mis manos sobre mis ojos para intentar secarme.
¿Cuánto durará esto? Me cuestioné en el momento en el que dejé de llorar. Desconfiando de mis propias decisiones… Pero, escasísimas veces se me dio el lujo de decidir por mí misma… ¿Cómo sabré si estoy haciendo bien?
Soy libre hace más de un mes. Pero, aún teniendo el apoyo de varias personas, pongo en tela de juicio mis conclusiones. Espero estar haciendo las cosas bien.
Llevaba puesto nada más que un sujetador y un pantalón apretado. No me había dado cuenta de esto hasta hace unos pocos segundos. Me levanté. Justo cuando cuándo me pongo de pie, los rayos del sol me nublan la vista ¿Qué hora es? Me pregunté al instante. Primero que nada, me acerqué a la ventana, cubriéndome los ojos con las manos, teniendo cuidado de no tropezar con nada. Posé mis manos sobre las cortinas de tela, mientras volteaba mi rostro. Mi ojo derecho, que, al girar mi cabeza, era el único el cual el sol posaba su rayo de luz, lo tenía fuertemente cerrado. Más bien ambos. En mi rostro se dibujaba una expresión de irritación ante el fuerte brillo… Por fin cerré las cortinas El resplandor del sol disminuyó considerablemente su brillo. No recuerdo porque había dejado las cortinas abiertas ni porque estaba vestida de este modo. De todas formas, no tengo señales de algo malo, así que puedo estar tranquila.
Siguiendo, tomé el reloj que estaba sobre una pequeña mesita de luz al lado de la cama. Aquel reloj de agujas marcaba exactamente las nueve en punto. Luego de ver la hora, coloqué el reloj sobre su lugar. En fin. Luego de eso me dirigí al armario. Era difícil de abrir. Durante un minuto haciendo fuerza para abrirlo nada sucedió… Miré hacia abajo. Había una pequeña traba que impedía la apertura de la puerta. Me sentí bastante avergonzada. Hubiera sido muy humillante si alguien me hubiera observado. Mi rostro se volvió rojo. Esta vez realmente, pues las cortinas eran de ese color, lo cual daba aquella tonalidad a la habitación.
Logré abrir la puerta. Pareciera que me estoy expresando como si fuera un logro, pero me siento muy estúpida en este momento. No había nada… ¿Qué demonios? Dije. Miré a mi derecha. Se encontraba una silla con ropa sobre esta. No me había dado cuenta de su presencia. Aquella silla estaba exactamente al lado de la ventana. Aquella misma que acabo de cerrar sus cortinas… Soy una idiota, me dije.
Abrí la puerta de mi habitación luego de ponerme mis ropas. Una camisa blanca cual cuello me lo cubría gran parte de este; una falda del mismo color, la cual me llegaba casi a los talones; un delantal negro; y unos zapatos negros, cuales medias me cubría los talones. Suponía que hoy debía trabajar, así que me vestí de esa manera.
Mientras me vestía, un chico entró a la habitación. Cercano a mi edad. Atsushi Nakajima es su nombre. Me puse muy roja pues había entrado justo cuando estaba completamente desvestida. Por suerte, salió rápidamente.
Salí afuera, todavía sonrojada. Él me estaba esperando junto a la puerta. Estaba solo. Lo miré con una pequeña sonrisa. Me preocupa, pues hace tan solo quince días estuvo luchando con unas tales ratas. Así que aún tiene mucho trabajo. Sin embargo—lo miré nuevamente con una pequeña sonrisa—, aprecio mucho que se haya tomado el tiempo de pasar este día conmigo.
Me pidió disculpas por entrar de la nada.  Acepté sus disculpas, pero le dije que debería tocar antes de entrar. Alegó su acción diciendo que se había olvidado, y se disculpó nuevamente. Le pregunte si tenía algo planeado. Me contestó afirmativamente… Iríamos a la cafetería donde estoy trabajando actualmente. Mis suposiciones eran ciertas. Lo miré con cierto rostro de indignación. “Por el momento…” dijo. Comprendí parcialmente.
Mientras caminábamos directo a la cafetería, en el mismo edificio donde está la agencia de detectives, espontáneamente me detuve. Atsushi me miró, lucía desconcertado. Me preguntó por qué me detuve de repente.
—Atsushi, gracias—dije con mi rostro mirando al suelo.
—¿Por qué? —me pregunto él.
—Gracias, porque sin tu ayuda no habría podido salir del Gremio. Gracias, por comprenderme en todo. Gracias, por tan una buena compañía. Gracias… —a este punto volvía a llorar, intenté secarme con el delantal. Quería seguir hablando, pero las palabras no me salían.
Atsushi me tomó del mentón, e hizo que lo mire los ojos.
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—No te preocupes…—dijo, mientras me secaba las lágrimas con su otra mano— Estaré cuando lo necesites—me sentí avergonzada, mi cara de nuevo se volvió roja.
El viento se volvió fuerte. El largo mechón que sobresalía de su patilla derecha se metió en su boca. Me reí tímidamente. Él también rio, mientras se sacaba el cabello de su boca.
Debíamos apresurarnos. Me tomó del brazo. Tan mala suerte fue que me tomó del brazo derecho, donde tenía mis heridas. Me ardió, pues me apretó un poco fuerte. Se disculpó. Acepté sus disculpas mientras me frotaba el brazo. Me sugirió vendar aquellas heridas con el propósito de que duelan un poco menos.
Luego de un rato llegamos al edificio. La cafetería que se encuentra en el primer piso. En ella se encuentra Kyouka, Dazai, Kunikida, Yosano, así como la otra empleada. No recuerdo bien su nombre.
Me senté con Atsushi en una de las mesas libres. La empleada me trajo una taza de café junto con una porción de pastel. A Atsushi le trajo lo mismo. Su sabor me era similar al que preparaba yo… No. De hecho, es el mío. Me pregunté por qué exactamente mi pastel fue el que me dieron. No pregunté para no importunar.
Yosano se acercó a mí. Poniendo sus brazos sobre sus espaldas, se inclinó. Y me dio los buenos días. La saludé yo también, como es debido. Atsushi le mencionó lo de mi brazo. Me asombré un poco. La doctora accedió. No obstante, lo haría luego.
Me pregunté por qué todos estaban aquí ¿No tienen trabajo qué hacer? Esta vez sí pregunté. Atsushi me respondió que hoy la Agencia se tomará, casi, el día libre.
Kunikida se acercó, pues supongo que habrá escuchado lo que dijo Atsushi. Le reprochó que él sí debía trabajar, pues todavía debe muchos informes, y no tiene tiempo para diversión. Sin embargo, me miró y me dirigió la palabra. Me dijo que en maso menos una hora llegaría algo para mí. Me sorprendí, pues hasta ahora no tuve relativamente nada. Era, según dijo, algo importante. Ni siquiera él sabe que es exactamente, mencionó, así que no me podría dar mayores detalles. Desde entonces me quedé con la intriga.
Kyouka se acercó a Atsushi, le habló en voz baja a la oreja. No escuché nada, naturalmente. Atsushi me dijo que lo espere, pues se había levantado. Respondí de acuerdo. Luego pasó a retirarse junto con la niña.
Me quedé esperando. Dazai se sentó frente a mí. Comenzó a hablarme sobre sus métodos de suicidio. Realmente no le presté demasiada atención, sin embargo, de pronto se puso serio. Se levantó y comenzó a hurgar en sus bolsillos. Yo miraba a los demás. Tomando café, conversando, trabajando, etc. Lo mismo de todos los días. Me parecía que algún día debería estar junto a ellos. El cargo que estoy ocupando también me agrada, no tengo porque arriesgar mi vida. Aunque sí debo decir que me quemé varias veces.
Dazai me dirigió la palabra. Tenía un casete en sus manos. Lo miré con un rostro que demostraba nula comprensión. Me dijo que entre a la habitación de Anne para escucharlo. Le pregunté por qué no entra él conmigo. Me respondió y recordé, que él nunca podría estar allí. Pues su habilidad anularía la mía, por lo tanto, cualquier intento de llevarlo con Anne es en vano. Nunca funcionará. Entendí. Siguió explicando; dijo que por eso fue el casete, para que entre yo sola y lo escuche. Acepté hacerlo.
Estoy con Anne. Ella me estaba esperando, en sus grandes manos se encontraba una… ¿casetera? No recuerdo haber traído ese objeto aquí. En fin, tomo el casete y comienzo a escucharlo. Hay interferencia los primeros veinte segundos, pero luego aquello se soluciona. La voz de Dazai se comienza a oír.
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—Buenos días, Lucy ¿Cómo estás? —dice— Espero que estés bien. Hoy será un día especial para ti, más bien una mañana bastante emocional… Valoro tu decisión de apoyarnos durante la guerra contra Dostoyevsky. Posiblemente si el presidente no hubiera estado siendo protegido en tu habitación, la Port Mafia lo hubiera asesinado. Sin embargo, no es por esto que quiero que me escuches.
» El presidente ha evaluado tu desempeño y cree que serías de ayuda para la Agencia. Sin embargo, hemos de necesitar hacer una prueba para saber si tu fuerza, y no he de referirme a la física, pueda soportar algo tan grande como lo que se vendrá. Prepárate, pues serías de gran ayuda en la Agencia de Detectives. Hablé con tu excompañero Edgar Allan Poe, ahora mismo Ranpo está con él, fue a buscarlo. Espero que lo hayas escuchado cuando sea así. Él ha escrito algo para que tu prueba concluya. No daré más detalles.
» Continuando. Con la División Especial de Habilidad hemos investigado algo que para ti sería de suma importancia. No puedo darte más detalles. Solamente yo, Atsushi y la División saben de esto. Esperemos que llegue pronto.
» Suponemos que Dostoyevsky de alguna forma volverá a atacar. No sabemos como ni cuando, pero tenemos la certeza de que tú serás de gran ayuda si algo sucede.
Ocurre un completo minuto de total silencio.
—…Creí que hablaría más —dijo nuevamente Dazai en el audio—. Pero ahora se me van las palabras. Bueno, será mejor que termine esto.
El audio se corta repentinamente.
Me siento algo emocionada, feliz, triste, confundida… una montaña rusa de emociones es por la que estoy pasando ahora mismo. No sé cómo sentirme. Otra vez comienzo a llorar. Me siento en el suelo y sigo llorando. Anne me levanta. Me sube a sus manos. Siento que estoy en el aire, pues mis manos están tapando mis ojos. Aquellos ojos que solamente brotan lágrimas pronto logran ver como aquella gran muñeca observa a la niña llorona, pareciera que diga “No te preocupes, todo estará bien.”
Caigo espontáneamente al vacío, me siento asustada.
De repente abro los ojos, cuales están llenos de lágrimas. Estoy nuevamente en la cafetería. Dazai me está tomando del brazo izquierdo, prontamente lo suelta. Veo mi otro brazo, está cubierto por vendas. Veo a Yosano, me observa con una sonrisa, se la devuelvo, mientras intento secarme las lágrimas.
He llorado ya tres veces hoy, si tan así fuera lo que Dazai me dijo que pasaría, supongo que lloraré de nuevo. Espero no pase, pero si sucede luciré como una llorona… No. Debo llorar. El contener tanto dolor sobre mí algún día terminará explotando, no sabré que hacer y todo se desestabilizará. No debo aguantar nada.
Al refregarme las manos y poder ver con relativa normalidad, ya que las lágrimas me nublaban un poco la vista, veo detrás de mí a Tanizaki y Kenji. Junichirou sostiene un sobre con lo que he de suponer son varias hojas. Me pregunto que es.
Atsushi está al otro lado. Tiene sus brazos sobre sus espaldas. Prontamente posa sus manos frente a mí. Tiene un ramo de flores, no sé de qué especie eran específicamente, pues nunca las había visto. Pero me sentí agradecida al tomarlas mientras mi rostro se sonrojaba un poco.
También están Poe y Ranpo junto él. Me sorprendí pues Poe tenía un libro. Lo que me sorprende no es el libro en sí, lo que me asombra es el tamaño del libro. En un suponer, tenía aproximadamente ochenta y cien páginas. Me sorprende de Poe, quien suele escribir bastante.
Tanizaki me dio el paquete. Tenía el sello de la División Especial de Habilidad. Y Poe me dio el libro que tenía, su firma estaba en la tapa.
Todos están alrededor de mí. Me siento algo un poco incomoda, pero a la vez feliz. Notifico lo que acabo de decir. Kunikida y Dazai permiten el que todos se retiren. De todos modos, dijeron, será mejor que lo lea a solas para no sentirme presionada. Todos pasaron a retirarse…
Di comienzo abriendo el sobre que traía Tanizaki. Era un informe. Me sorprendió un poco que las primeras tres hojas estén completamente blancas. Pero mi mayor asombro hasta ese momento fue el título. Era exactamente “Hugh John Montgomery y Clara Woolner Macneill Montgomery”. Contenía el sello de la División y la firma de, deduzco, Ango Sakaguchi. Continué, y voy a resumir hasta lo que llegué a leer.
Era una mañana algo cálida, yo estaba sobre los brazos de una mujer, esa mujer… esa mujer era mi madre, Clara es su nombre, quien, junto con mi padre, Hugh, me estaba dejado a las puertas de un orfanato… No, me estaban dando en adopción. Era yo tan solo una bebé de cinco meses, no sabía lo que me esperaría. Aquel orfanato fueron los peores años de mi vida, grandes heridas sufrí estando en ese lugar. No quisiera volver allí. No soportaría estar allí.
Los primeros meses fui bien alimentada. Sin embargo, en un momento todo comenzó a destruirse. Era apartada, era maltratada, era mal alimentada. Esto solamente me ocurría a mí. No entiendo porque no a los demás. Las condiciones económicas y estructurales del orfanato eran las adecuadas para una buena calidad de vida en el establecimiento.
Quiero terminar ahora mismo porque realmente no me siento muy bien. Así que iré a la parte final, de todos modos, mucho de esto eran números y datos. A este punto no me sentía bien, estaba bastante triste por todo lo que estaba leyendo. Detalle a detalle describía todo lo que sufría, incluso describe a la perfección el día cuando sufrí las quemaduras en el brazo. Me pregunto cómo lograron tal detalle. Estaba llorando fuertemente. Cuando de pronto leo que dice que en la siguiente pagina me especifica la ubicación de mis padres biológicos. Justo cuando estaba por voltear aquella pagina alguien me quita de las manos todo el informe. Me exalté bastante. Aquella persona me insistía que le dijera donde está la Agencia de Detectives. Me negué rotundamente.
Uno de los hombres me tomó de la espalda, apretándome para que no me soltara. El hombre volvió a insistir, me negué nuevamente, se enojó y sacó un encendedor de su bolsillo. Amenazó con quemar el informe. Intenté liberarme para sacárselo, no funcionó. Se rio y finalmente terminó quemando todo el informe. También otra de las personas que venían con el destruyó el libro de Poe.
Sentía todo tipo de emociones en ese momento. Pero la que más se demostraba era el enojo. Llevé a todos, pues venía con varios compañeros, a la habitación de Anne. Mi odio hacia esas personas subió a niveles exorbitantes. Aquellas personas se notaban super confundidas. Me amenazaban de muerte, intentaban dispararme con las armas que poseían, pero Anne los detuvo. No tardé mucho es asesinarlos completamente. Estaba en un estado de locura e inconciencia la cual me llevó a eso. La habitación de Anne se tiñó completamente de rojo.
Me retiré de la habitación. Fuera, Dazai, Atsushi, Kenji, Poe y Yosano se mostraban presente, me veían llorar. No soportaba no saber ese dato super importante… Dazai… él es el que sabe todo. Él debería saber dónde están. Me le acerqué llorando, le supliqué que me dijera… Él no sabía tampoco. Nadie sabía ¿Cómo es esto? Si el fue parte de la investigación, él debería saber también.
Miré a mi alrededor. La cafetería destruida y con bastante sangre. Yo también estaba manchada. El informe estaba en el suelo, quemado. El libro de Poe destruido, esparcido por doquier. Estaba completamente sola cuando ocurrió esto, así que, relativamente, no hubo heridos ¿Como harán para corregir todo esto? Pensé.
—Lucy… —habló Dazai mientras estaba con mis pensamientos— ¿Acaso no quieres ser libre? No tienes por qué preocuparte por ello. Si eso tanto te preocupa estaría significado un retroceso. Estarías siendo esclava de tu pasado. Hicimos esto para que no te vuelvas a aferrar a ese pasado tortuoso por el que viviste. Aquello debías tomarlo como un simple dato. No quiero que pienses que no importa. Pero aferrarte a lo malo en ningún momento será bueno.
—Pero…—dije.
—¿Pero? —me interrumpió— Debes enfocarte en tu vida actual. Tu pasado ya no debe influir en tus decisiones. Toda la agencia te apoyará.
—¿En serio? —pregunté mientras lloraba.
—Así es—dijo Atsushi—. Vamos, te comprendo perfectamente. Yo pasé por lo mismo que tú, pero no hay que sufrir por ello. Intento no recordar esos tiempos, pero siempre vuelven a mi cabeza. Un día se irán completamente. Y así también será contigo…Y por favor, no llores—decía mientras me secaba las lágrimas.
—Gracias, chicos. Pero, tengo una duda, ¿qué es lo que contenía el libro de Poe?
—Bueno—habló Edgar—, aquel libro de relativamente pocas páginas, contenía lo que sería tu prueba para ingresar a la Agencia.
Comprendí. Me sorprendió que haya hablado con tal naturalidad. Le mencioné esto. Se tornó tímido de nuevo, y se sentó.
—Así es, Lucy. Aquello que dijo Poe era lo que contenía dicho libro —dijo Dazai—, pero observando esto creo que es suficiente. Pero me sorprende que aquellas personas estén aquí. Te juro que no hemos planeado nada. Fue total. coincidencia El presidente vendrá y decidirá tu accionar.
Estaré esperando…
Por el momento, me siento confundida. No creo que me acepte por esto. He asesinado a gente. No lo merezco.
Ango Sakaguchi entra por la puerta, lleva un bolso. Él ve todo el desastre que provoqué. No le presta atención por ahora, pero le dice a Dazai y al resto de los presentes que deberán solucionar esto. Prontamente se dirigió a mí, me saludó, yo hice lo mismo. Saco de su bolso un sobre, del mismo grueso del informe de mis padres… No. Era el mismo informe. Lo miré desconcertada. Mencionó que le sugirió a Tanizaki y a Kenji que llevaran una copia por si ocurre algo, pero dijeron que no sería necesario.
Rápidamente me senté y comencé a leer. Me dirigí velozmente a la pagina de la ubicación de mis padres… Logré leerla, mis ojos se llenaron de brillo, estaba asombrada, abracé a Ango… No diré dónde están, pues me guardaré ese dato para mí.
Tengo la certeza de que mis decisiones influyeran mucho en mi futuro. Eso es más que obvio. No debo aferrarme a mi pasado. No debe afectarme. No debe hacerme mal. Al fin y al cabo, soy libre. Nadie podrá robarme esto… espero que sea así.
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79-pdf · 6 years
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6:30 am. y partí al consultorio de Cerro Navia a pedir una hora, me queda a quince minutos así que llegué rápido. Ya adentro hice la espera de más o menos una hora y media y apareció la “señora de los números”. Ella se presentó y dijo algunas cosas, entre ellas que no se le daría hora a quien no tuviera el “carné de control”, que es una libreta de comunicaciones de un colegio de la comuna. Yo no tenía la libreta y el kiosko que la vende a modestos cuatrocientos pesos abría a las 9:30. Eran cerca de las 8:00 y yo ya había recibido número: el veinte. Habían diecinueve personas antes que yo. Era el turno del 20 y me acerqué al mesón, el señor que atendía hizo un gesto como pidiéndome algo mientras veía su computador, le pasé el número 20 pintado en goma eva; volvió a hacer el mismo gesto, esta vez le pasé el carné de identidad, me miró y pidió el famoso carné de control, yo le dije que no lo tenía, que me habían dicho que se podía con el carné de identidad —mentira—, él me dijo que no, que no se podía. Yo ya sabía, lo había dicho la señora de los números, pero aun así hice un gesto de decepción y tomé mi carné para irme. El señor me miró y pidió el carné, buscó mi nombre en su computador y me dijo que tenía hora para las 09:30 con la Dra. Reynoso; perfecto le dije yo, algo tímido. Me entregó el carné junto a una mirada que no le entendí y diciéndome que no debería darme la hora, yo le agradecí dos veces y me fui a la casa con la hora y fecha en un papelito que él me entregó. Llegué a la casa con la intención de dormir pero no pude, eran las 9:00 y encendí la tele: estaban dando un matinal. En algún momento dicen la fecha del día: jueves 1 de febrero. Mierda, dije, la hora era para ese mismo día. Yo pensé que era para el viernes, que el vienes era primero de febrero. Gracias televisión chilena. Me volví a vestir raudo y partí de nuevo, esta vez a ubicar a la Dra. Reynoso del sector naranjo. Corrí un poco y hallé el sector y a la Doctora. Entré a su consulta, hubo algo de blablá con otro poco de etc. y acabó diciéndome, en compañía de otro doctor que había llegado para examinarme, que tenía dos opciones: hacer la interconsulta y esperar a que me llamaran para darme hora con el especialista o bien, derivarme al hospital de urgencia. Lo primero podría tardar meses, mientras que lo segundo significaba atención inmediata (o casi). Otro poco de blablá con otro poco de etc. y bueno, tomé la segunda opción. Entre nervios y dudas esperaba afuera a la ambulancia que me llevaría al hospital, pensaba en irme a la casa y hacer como siempre que nada pasaba. Cuarenta minutos después llegó la ambulancia, me subí y habían dos mujeres adultas adentro, muy juntitas, una de más edad que la otra. La ambulancia pasó a recoger a otra persona que vivía cerca y nos fuimos al hospital. Nadie habló en el trayecto.
11:20 y llegamos a urgencias (la posta), entramos y mientras lo hacíamos pasábamos entre heridos y enfermos, de esos que no se curan con paracetamol. Rápidamente ingresamos a “categorización”. A la señora María Angélica y a mí nos tocó el brazalete amarillo que significa “menos graves”. La otra persona que recogió la ambulancia fue derivada a otro lugar. 11:30 estábamos en la sala de espera general a la expectativa de ser llamados por altoparlante. Yo estaba en el primer asiento de la penúltima fila, la señora Margarita, quien horas más tarde me diría su nombre, estaba sentada delante de mí y, a su vez, la Sra. María Angélica estaba sentada delante de ella —la primera acompañaba a la segunda—. Eran las 2:00 pm. y todavía no llamaban a la Sra. María ni a mí. La Sra. Margarita de vez en cuando miraba para atrás como para asegurarse que yo aún estuviera ahí, o algo parecido. En una de esas ocasiones ella me ofreció “agüita”, que había comprado recién. Yo le dije que no, que muchas gracias, que había “agüita” en el baño de en frente; ella respondió que la suya estaba “heladita” y entre sonrisas nerviosas le volví a decir que no, que muchas gracias. Insistió con un “juguito”, esta vez sí me reí porque me pareció chistosa su insistente amabilidad y mi porfiada apatía. No se preocupe, le dije. Lo cierto es que hacía mucho calor y el aire estaba seco, esa “agüita heladita” me habría venido bien. Seguía pasando la hora y ya habíamos conversado algunas cosas con la Sra. Margarita, muy breves sí porque yo no soy de muchas palabras y por lo que noté, ella tampoco. La Sra. María era su hermana menor, tenía diabetes y otras cosas que no recuerdo, llegó por un problema en una de sus piernas. La Sra. Margarita me hacía algunas preguntas, me preguntó si alguien de mis familiares sabía que yo estaba ahí, yo le dije que no, que aunque quisiera no podría pues no tenía celular, sólo un reloj de bolsillo (el que miraba a cada rato) y este no hacía llamadas. Ella, de nuevo, me ofreció su celular: yo, de nuevo, le dije que no, que muchas gracias. Todas esas horas daban para pensar y repensar y entonces yo me acordé de mi mami, que me decía que yo era un despreciativo (así tal cual) por decir “no gracias” cada vez que ella me ofrecía algo. Pensaba en que era cierto y que la próxima vez que la Sra. Margarita me ofreciera algo (si lo hacía), yo le diría un gran sí.
2:44 pm. y me llamaron al fin, justo en el momento en que irme (escapar) se hacía más cercano (otra vez). Entré a la sala 4, me examinaron y me dijeron que esperara otra vez porque me harían exámenes de sangre. A la sala de espera otra vez, pero no la de antes sino que la de adentro de la posta, donde esperan los ya atendidos: Autovalentes se llama. Ahí hacía menos calor pero la espera era igual de aburrida, aunque a ratos pasaban cosas “llamativas”: Se sentó a mi lado un señor calvo de 1.55 de estatura y desprendí que tenía ganas de conversar. Me contó algunas cosas de su vida que yo no pregunté, me dijo también que él era cazador y cazando fue que lo mordió una araña, y por eso estaba ahí. Recuerdo que en el momento me dio la impresión que él tenía frustración de carabinero o, “complejo de paco” como le dicen. Hizo varios comentarios al respecto que me llevaron a pensarlo: dijo que había “retao bien retao” el día anterior a los dos guardias que estaban ahí, les dijo que por eso eran guardias y no carabineros, porque no tenían sentido común, no tenían CI., eran hueones y por eso ganaban un moco de plata en esa hueá fea de uniforme. Fuerte. Pensaba yo que, como dicen, el sentido común es el menos común de los sentidos y que claramente, no era característica distintiva de Carabineros de Chile; ni del señor a mi lado. Los guardias también eran llamativos y si, talvez podría parecer que tenían poco sentido común: El primero tenía una forma de actuar muy involuntariamente chistosa, su mirada y sus gestos no verbales al echar a la gente que no eran pacientes (acompañantes) provocaba reacciones en la gente, algunos nos reíamos pero la mayoría lo reprochaba a pesar de que, de todos modos, él sólo recibía órdenes por interno. Órdenes del segundo guardia, quien caminaba con “el potito parao”, según algunas señoras, provocando la risa de las mismas cuando se paseaba por el sector.
5:00 pm. Me hacen exámenes de sangre y conectan un suero, en lo que me voy a sentar veo en la puerta a la Sra. Margarita que estaba preocupada por su hermana, que ya estaba adentro conmigo. Me acerco a la puerta y le pregunto si me puede ir a comprar una bebida y una galleta, le paso unas chauchas y esta vez la que sonreía era ella. Ahí me dice que su nombre era Margarita. 9:10 pm. Y me anuncian que los exámenes que me habían hecho estaban listos. Diez horas en urgencias del hospital viendo ir y venir todo tipo de heridos y enfermos que hasta yo me sentía herido y enfermo, o bueno, al menos lo segundo era cierto. 9:30 pm. Llegó un doctor y los analizó, minutos después me llamó. Él era muy joven, bajo y rubio y hablaba también muy bajo, su nombre era Diego y me dio la impresión de que era Uruguayo. El Dr. Diego me hizo algunas preguntas y me dijo que mis exámenes estaban muy bien, que no me hospitalizarían, que sería derivado a un especialista y me llamarían por celular (que no tenía). En eso que hablábamos le hice una pregunta que la verdad no recuerdo, el doc. no supo responderme. Acto seguido vio algo en su computador, y mientras partía en dos la ficha que estaba escribiendo cuando me hablaba, me dijo “quédese tranquilo que lo vamos a hospitalizar”. Lo repitió dos veces porque yo no salía del asombro, estaba lejos de “quedarme tranquilo”. Estaba asustado. Despabilé y le pregunté que por qué ese cambio repentino, no me dio mucha explicación pero lo último que dijo es “no podemos esperar más”. Me fui a sentar otra vez. La Sra. María, que seguía ahí también esperando sus exámenes de sangre, me preguntó qué me habían dicho, le conté y me dijo “pucha, eso era lo que no quería”. Las camas para hospitalizarse son escasísimas, ahí la hospitalización consta básicamente en dejarte en una silla con suero a la vena mientras se desocupa una cama, y ese proceso puede tardar días inclusive.
Seguía yo esperando, comiendo las galletas que me había comprado Margarita, junto con la bebida y un pan cortesía de ella (esta vez no pude negarme). Estaba medio triste y medio nervioso, a esas alturas no esperaba “la hospitalización”, sino que esperaba “algo”, no sé, que algo pasara, por supuesto sin abandonar ni por un segundo la idea de irme de aquel lugar, sin más. 10:20 pm. me llama un enfermero y me lleva a otro sector donde no había ido, me hace algunas preguntas mientras llenaba la ficha correspondiente y me dice que quedaría hospitalizado, que “por mientras” esperara aquí. No pasa un minuto y aparece el jefe de urgencias: él me ve, me examina, me habla un poco y me dice que no, que mejor me vaya a mi casa y vuelva el día de mañana (viernes) a las 8:30 am. y lo buscara a él. Me fui. Y me fui digamos “contento”, llevaba once horas en ese lugar y quería comer algo que no fueran galletas, y dormir.
Dormí. Viernes por la mañana y me encaminé al hospital. Encontré al jefe de urgencias, hablamos, me presentó con otra persona, hablamos. Ella llamó a otras dos médicos que no eran de urgencias, hablamos también y me examinaron. Creo que a una de ellas le caí muy bien, a la Dra. Vásquez. Me hizo un par de chistes cuando me vio el piercing en la lengua, me abrazó con cariño un par de veces mientras llamaba por teléfono a otra médico y le que yo era lindo y que me quería llevar para su casa.  Llegó la otra médico y me examinó también, nunca antes me habían tocado tanto. Luego se fue y la Dra. Vásquez, quien es jefe de medicina, me dijo que haría todo lo posible, que iría a arriba a arreglarlo todo. Y así ocurrió, horas más tarde estaba en una cama hospitalizado en la sala 2, con seis personas más.
~ 2018
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Si él alguna vez llega a leer esto
Lo he conocido por dos años y medio, y creo que he extendido el tiempo permitido un poco.
Cuando lo conocí no supuse que él me importaría siquiera, pero lo hace.
Perdí mi virginidad con él, y graciosamente, le dije eso a varios chicos después de él, pero fue de hecho con él hace dos años exactamente.
Antes de aceptar cuando lo propuso, bastante antes de hecho, me dije a mí misma "Tengo dos años, y entonces se irá". No estoy segura exactamente si sabía desde entonces que se iría a estudiar fuera, pero no importa.
Mucho tiempo el "dos años" se sintió como un temporizador.
Irónicamente, estaba segura de que tendría suficiente de él -o él de mí- en el primer año, y que para cuando se fuera ya no importaría.
Sí, me equivoqué bastante.
Supongo que él no me dejó decirle que lo quería.
Al principio estaba aterrada de decirlo, y en diciembre podría haber jurado que él lo sabía por mi mirada. Y cuando (lo admito, tengo qué ahora) hablé de lo mucho que había dolido su idea de despedida y ella me preguntó si le había dicho lo que sentía por él, ella dijo "Nunca tengas miedo de lo que sientes Brenda".
Con esa frase en mente, unos 6 meses después, cuando él se iba de la ciudad le mandé mensaje y le pedí que nos vieramos.
"No pensé que te importaría" dijo él.
"Pero lo hace". No conseguí verlo.
"Detesto cuando tienes razón" pensé recordando que él dijo que ya no nos veríamos.
Supuse entonces que había intentado decirle lo que sentía, maldita sea, no iba a rogarle vernos sólo para humillarme diciendole que me gustaba, sí, me gustaba de la manera seria que él más tarde negaría.
Poco después, unos dos meses después, decidí que la maldita frase "Nunca tengas miedo de lo que sientes, Brenda" estaba quemando mi mente.
Supongo que por primera vez había algo que me asustaba un poco más que el dejarle saber lo que sentí por él: Tenía miedo de perderlo.
No en la manera romantizada y tonta que suelen decir, sino que tenía miedo de que alguien que me había hecho sentir tanto se perdiera en el universo, y estaba sinceramente aterrada de tener que preguntarme si él realmente había existido o lo había imaginado (porque yo soy así, a veces dudo de mi memoria, y esta se desvanece cruelmente); De preguntarme si él seguía existiendo.
Tenía miedo de olvidarlo.
Le mandé mensaje. No pude decirle que "me gustaba" así que le dije que "me había gustado". Supuse que sería suficiente para olvidar "Nunca tengas miedo de lo que sientes, Brenda". Lo fue.
Dijo varias cosas, me dijo que lo explicara para aprender algo. Eso fue frío, porque él era frío. Y lo expliqué. Porque el frío me hacía sentir cómoda.
Dijo también que "no creía que realmente hubiera sentido eso". ¿Saben? Creo que estaba temblando un poco, pero cuando leí esa frase me tiré a reir. Me reí mucho.
¿Quién demonios era él para decirme lo que maldita sea había sentido por él?
Claro que no, había detestado lo que sentí por él. Sí, tengo que decirlo, él era arrogante, y eso dolió. No que dudara, dolió el hecho de que lo dejé ser arrogante conmigo. Dolió el hecho de que me sentí usada pero simplemente quería más de él. No importaban las circunstancias, quería más de él y le di todo lo que pidió aun cuando nunca le interesó nada de mí.
Si es que alguna vez llegas a leer esto, reitero: Quería todo de ti.
Incluso, quería tu arrogancia.
Sí, quería sexo, y quería conocerte, y quería tu frío y quería al chico que me dijo que amaba a su madre después de llamarla y decirme "Está con sus seres queridos" con una mirada triste. Quería al chico que me dijo que se quedaría conmigo a las tres de la mañana. Quería al chico que me evitó cuando traté de abrazarlo y dijo "No me gusta mi cumpleaños". Quería al imbecil que se burló de mí después de que le llamase ebria y me mintió diciendo "Me dijiste que te encantaba" cuando sabía que era lo único que no había dicho porque eso era verdad. Quería al chico que me dijo "Me hace sentir bien ser necesitado".
Te diré quién eres para saber lo que sentí por ti: Nadie.
Creeme, sé lo que sentí por ti de manera razonable. También lo sé de manera irracional.
Con eso dicho, continuando con la "pequeña" historia, más tarde le preguntaría si podíamos ser amigos. Él dijo que sí.
Eso me hizo feliz.
¿Saben qué cosa también me hizo feliz?
Me hizo feliz cuando él tomaba tiempo para responder mis mensajes porque para mí misma era dificil tomar tiempo para responder mensajes y el tiempo es algo que realmente valoro.
Me hizo feliz cuando empezó a contestar mis preguntas, porque eso era realmente un cambio, y apreciaba que me dejara conocerlo un poco, se sentía como tener una pequeña parte de él, y yo quería cualquier cosa que él aceptara darme.
Finalmente, me hizo feliz una última cosa: Me hizo feliz que él fuera feliz (porque lo he visto triste, y luce como tormenta y abismo y persona al mismo tiempo).
Supongo, de todas maneras, que él no dirá que es feliz, y que tampoco creerá que lo quiero, o en dado caso que me gusta.
Porque él es grande, y le gustan las cosas más grandes aun. Para él cariño y felicidad son cosas demasiado grandes, y está bien. Para mí es mucho más simple.
Para mí, él es feliz cuando habla de su carrera, o de sus planes. Para mí, él es feliz cuando se abre a las personas. Para mí, él es feliz cuando viaja. Para mí él es feliz cuando cambia un fibonacci de sangre a uno de estrellas, y cuando cambia "Fingir una sonrisa que no es tuya" a "Es tuya".
Y yo estoy agradecida de que él pueda ser feliz, y espero que un día él pueda decir que es feliz, en toda su gran manera.
-*
Le llamo "pensamiento de regadera matutina". El término surgió en la madrugada de año nuevo, cuando ambos tomabamos una ducha él dijo que se quedaba donde lo necesitaban. Lo cuestioné. Maldita sea que lo cuestioné bastante porque no lo entendía. Sólo lo entendí tiempo después, cuando descubrí que si miraba atrás a cómo había sido toda mi vida era siguiendo el mismo pensamiento de regadera matutina.
Si miro esta carta sé que la escribo siguiendo el mismo pensamiento de regadera matutina.
Supongo entonces que si es necesario, algún día podré saber de nuevo de ti
Lamento haber tenido miedo a perderte y olvidarte; Lamento alguna vez haber tenido miedo a lo que siento.
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simplehistoria · 7 years
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¡Hola a todos, después de mucho tiempo les traigo una historia!
Lamentablemente, esta será mi ultima historia por tiempo indefinido. Escribir es de las cosas que más disfruto en la vida, sin embargo, siento que he perdido el toque y la inspiración me ha abandonado. Pero no me mal interpreten, he puesto todo de mi en esta última historia y espero la disfruten mucho.
                       Enlazados
                               1
“Voy caminando sobre un mar de hojas secas,
Vuelan los ángeles sobre Berlín,
Van entonando junto a mí un aleluya
Mientras la lluvia cae dentro de mí…”
 La música dejó de sonar dentro de mi cabeza cuando mi hermano pequeño tiró del cable de mis audífonos. Eran apenas las 6:30 a.m. y no era una sorpresa que él estuviera despierto.
-¿Qué haces despierto, Alan? –cuestioné en un susurro.
En casa todos dormían: mi madre, mi hermana y mi padrastro. Alan en realidad no era mi hermano, era hijo de mi padrastro y otra mujer a la que nunca conocí. Aun así, era la persona a la que más amaba en el mundo. Siempre con su sonrisa y su característica inocencia le daba color a mi sombría existencia.
-¿Tienes miedo? –fue su respuesta.
-Nunca tengo miedo –mentí, esforzándome al máximo para que las facciones mi rostro no me delataran y dejaran expuesto el temor que me consumía.
-Todos tenemos miedo –espetó mientras se sentaba en la silla que estaba junto a mí. Tomó una de las tantas cucharas que había sobre la mesa y la introdujo en mi plato de cereal. Lo recorrí para que quedara situado en medio de los dos-. En toda mi vida no he conocido a una sola persona que nunca tuviera miedo.
-Apenas tienes doce años, ni siquiera has conocido a tanas personas.
-Las suficientes para saber que tengo razón –sonrió. Y ahí estaba esa sonrisa que siempre me ayudaba a salir adelante. No podía entender como era que de alguien como mi padrastro pudo haber salido alguien como Alan. O como era que mi madre seguía cometiendo una y otra vez el mismo error al estar con alguien como él.
-Cállate y sigue comiendo –acoté sin más explicación, y no me esforcé por disimular la sonrisa que se había formado en mis labios.
El único sonido en casa provenía de nuestras cucharas al estrellarse contra la cerámica barata de la que estaba hecha el plato, y así era mejor. Mucho mejor que cuando el hombre que ahora dormía junto a mi madre llegaba molesto y se ponía a gritar como loco y buscaba hasta la más mínima de las excusas para desquitar su coraje con nosotros. O más específicamente conmigo. Al parecer me odiaba (en realidad estaba seguro de ello sin importar las veces que mi madre me repetía que eso no era así) por ser hijo de otro hombre y no suyo. Como si yo tuviera la culpa de eso. Como si alguna vez hubiera elegido algo en mi vida.
-¿Te duele mucho? –preguntó por fin. Era una pregunta que esperaba desde el momento que apareció a mi lado.
-¿Qué? –respondí con otra pregunta.
Pasó sus dedos por la piel mallugada de mi pómulo derecho. La noche anterior había recibido un golpe porque escuchaba música sin audífonos. ¿Se imaginan si todos los padres golpearan a sus hijos por escuchar música sin audífonos? No me imagino como estarían las familias si eso pasara.
-No tanto. Sólo debo aguantar un poco más a ese hijo de puta y después podré irme de casa.
Sonrió al escucharme llamar “hijo de puta” a su padre. A pesar de que era un padre ejemplar con él y con mi hermana, lo odiaba tanto como yo. O quizá más. ¿Qué iba a saber yo de los sentimientos que guardaba ese pequeño cuerpo?
-Me llevarás contigo –la esperanza que abundaba en su voz me hizo estremecer.
-Claro que sí.
Sonrió. Levanto el plato vacío de la mesa y lo colocó sobre una pila enorme de trastes sucios. Quise reprenderlo por estar descalzo pero contuve al verlo sonreír.  ¿En qué momento de la vida perdíamos esa facilidad que tenían los niños para sonreír?
-Mucha suerte en tu examen. Apuesto a que lo pasarás.
-Espero que sí…
-¿Puedes hacerme un favor? –interrumpió. Sabía lo que quería pero lo dejé continuar-. ¿Podrías comprarme otro cuento? Antier terminé de leer el que me compraste la semana pasada.
Extendió un billete y unas cuantas monedas. Sabía con seguridad que las había tomado de la billetera de su padre pero no dije nada. No sabía si reprenderlo por tomar dinero que no era suyo o felicitarlo por haber terminado otro libro.
-Sabes que te compraría la librería entera si tuviera el dinero. Saliendo de la universidad pasar�� a la librería y buscaré otro cuento.
-Gracias –fue lo único que dijo antes de despedirse con un beso en la mejilla y correr a nuestra habitación. Me dirigí al baño a cepillarme los dientes y observé por un momento el rostro demacrado que me observaba desde el espejo.
-Sólo un poco más. Aguanta un poco más y nos iremos de aquí –dije al mismo tiempo que pasaba los dedos por el cristal justo donde se reflejaba el pequeño hematoma.
Me puse los audífonos una vez más y salí de casa.
“Extraño tu voz.
Estoy en tierra de nadie,
Me falta hasta el aire,
De espaldas al sol,
Pasa otro día sin ti”.
 Al igual que mi madre, yo estaba enamorado de la idea del amor. No quería imaginar un amor perfecto y mucho menos a un chico perfecto. Odiaba idealizar las cosas y al final terminar decepcionado. Pero siempre que escuchaba alguna canción la cantaba pensando en aquel chico que estaba destinado a estar en mi vida. Aún carente de ojos, nariz y de labios porque aún no lo conocía pero sabía que ahí estaba. Esperándome como yo lo esperaba a él: con el corazón abierto y sentimientos verdaderos.
 /\/ * \/\
 Ver la cara de seguridad con la que todos salían de ese examen me ponía más nervioso que nunca. Me pareció que las preguntas habían sido demasiado sencillas para ser un final. Admito que había olvidado algunas fórmulas matemáticas y que en la hoja de respuestas rellené el circulito de la letra que tenía más tiempo sin responder, pero intuía que eso no me haría reprobar la materia. Las demás las había respondido con toda seguridad. No podía permitirme reprobar, la universidad era lo único que mantenía en pie mi esperanza de salir de casa…
-Hey, tranquilo, ¿tan mal te fue?
No respondí. ¿Me hablaba a mí?
-¿Por qué esa cara de preocupado? No es el fin del mundo.
Me hablaba a mí. Ahora sí que estaba seguro. Sus ojos y esos labios sonrientes me hacían recordar a Alan y me sorprendió encontrar a una persona que no fuera un niño con esa alegría. Si mi memoria no me fallaba, él era Tomás. Había trabajado algunas veces con él en varios equipos pero no éramos amigos.
-No me fue mal,  creo que las cosas fueron más fáciles que lo que esperaba y eso me pone un poco nervioso.
-Estas bromeando, ¿cierto? Casi no entendí nada de la sección de física. Lo cual es una vergüenza teniendo dos padres ingenieros.
La tranquilidad y fluidez con la que hablaba me hacía sentir abrumado. Era un chico rico, de eso estaba seguro, podía apostar que sus tenis valían más que toda la ropa que yo traía puesta.
-Si no eres bueno en las matemáticas, ¿qué haces en una ingeniería? –fue mi pregunta.
-Me gustan, no soy bueno pero me apasiona resolver los problemas matemáticos. Chris estudió una ingeniería en sistemas y ver todo lo que puede hacer me ayudó a elegir la misma carrera. Ah, Chris es mi padre.
-Ya. Eres Tomás ¿cierto?
No quería ser grosero pero no sabía que responder. En algún momento de mi vida envidié a esas personas que eran capaces de hablar con alguien por primera vez como si fueran amigos de toda la vida. Antes los envidiaba. Ahora no. Me había resignado a ser alguien callado.
-Tomás. Tom. Tomy. Como quieras decirme. Han deformado tanto mi nombre que ya me da igual cómo me llaman.
Reí junto con él. No solo tenía la sonrisa y mirada de Alan, también tenía esa habilidad para contagiar su alegría.
-Tú eres Eric.
Asentí a pesar de que no me había preguntado. Él si recordaba mi nombre.
-Discúlpame, pero debo irme. Aún debo pasar a la librería y tengo que llegar a casa antes de las cuatro o me dejarán sin comer.
Se rio creyendo que era una broma y reí también para mantener esa mentira. Él no sabía que mi padrastro obligaba a mi madre a levantar la mesa sin importar que yo me quedara sin comer.
-¿A la que está en la plaza? –preguntó.
-¿Hay otra?
-No lo sé, pero creo que me iré contigo. ¿Vienes en auto?
Confirmado. Era un niño rico. No solo usaba tenis y ropa carísima, también tenía auto. Seguro se reiría conmigo si se enterara que la mitad del dinero que traía era el que me había dado mi hermano menor para comprar un libro.
-No.
-¿Quieres que te de un aventón? Llegarás más rápido.
Podría haberme negado argumentando que era prácticamente un desconocido, que podría ser un asesino en serie fingiendo ser un chico bueno y que si así era mis órganos terminarían siendo subastados en alguna página ilegal de internet. Pero acepté. Acepté porque la vida me había enseñado a aprovechar cada cosa buena que me ponía en frente, por más pequeña que fuera me aferraba a ella y la disfrutaba tanto como podía.
Era un auto rojo, y si supiera más de autos podría dar más detalles pero no lo sabía. Así que solo diré que era un fabuloso auto rojo. Subió al auto y esperé a que quitara los seguros para poder sentarme a su lado en el asiento del copiloto.
-¿Tienes edad para conducir?
-En unos meses cumplo los dieciocho pero mientras tanto tengo un permiso condicional. Chris no estaba de acuerdo pero Alex logró convencerlo. Alex también es mi padre –dijo con una amplia sonrisa. Tenía dos padres, dos hombres como padres y parecía el chico más feliz del mundo.  Eso no era un sorpresa para mí, todos en el salón sabíamos que sus padres eran homosexuales y nadie tenía problema con eso. Porque ¿qué tenía de malo tener como padres a dos hombres?
-Tus padres sí que confían en ti –fue lo único que dije porque ¿quién era yo para decir algo al respecto?
Con el paso del tiempo y por la convivencia con mi familia había aprendido a apagar mi cerebro. En realidad no lo apagaba porque si lo hiciera ya estaría a muerto, pero si podía hacerlo dejar de pensar. Dejarlo en blanco. Evitar que pusiera atención en algo durante mucho tiempo y que simplemente vagara en las imágenes y sonidos que percibía en ese momento. Me obligué a no pensar que acababa de subir en el auto de un chico que apenas conocía. Me obligué a dejar de pensar que tenía dos padres y que quizá en algún futuro yo podría estar casado con un hombre y tener una familia como sus padres. Lo vi encender el estéreo de su auto y en cuestión de segundos comenzó a sonar una melodía dulce.
“We hid on a plane
Flying across the sky,
Searching for islands
Where we could land
Too far away to be found.
 We took off our clothes
And danced like if we’d gone mad.
Took a dip in the ocean
To wash away all the sand…”
 El auto salió suavemente del estacionamiento de la universidad y se adentró en las venas de concreto de la diminuta ciudad. Mi mente se concentró en la melodía de la canción y en el aire fresco que salía de las rejillas del aire acondicionado.
-Vaya que fue un golpe fuerte ¿no?
Su voz llegó distorsionada a mis oídos gracias a la música.
-¿Qué?
-Que debió ser fuerte el golpe que te diste para dejarte ese moretón en la cara.
-Ah, ya, ya. En realidad he recibido peores –confesé sin detenerme a pensar en lo que estaba diciendo. No me había parecido tan mala idea subir a su auto hasta ahora que parecía estar interesado en mi vida.
-Nadie debería recibir golpes en la vida.
-Pues no todos tenemos una vida perfecta como la tuya –respondí pensando en su ropa carísima, en su auto, y en lo feliz que era.
Mi voz escapó de mi garganta, tan hosca que al instante me arrepentí de haberle respondido así. Por un momento nos quedamos en silencio y dejando que la suave voz de la cantante llenara el espacio entre nosotros. Hablaba muy poco, y las veces que lo hacía lastimaba a los que trataban de acercarse a mí.
-Faltaste por varios días, ¿todo bien? –pregunté, tratando de comenzar nuevamente la conversación.
-Mi abuela murió hace días. Fue un golpe terrible para Chris, y no podía dejarlo solo. En realidad fue un golpe terrible para todos, pero más para él.
-Lo lamento.
-¿Por qué? Tú no hiciste nada –su voz carecía de reproche y me obligué a mirarlo por unos instantes. Me sonreía, era esa clase de sonrisa con la que alguien te podría asegurar que todo estaría bien aunque el mundo se estuviera cayendo a pedazos a tu alrededor.
-Espero que tú papá se recupere pronto de ese dolor.
Mantuvo esa sonrisa mientras conducía el resto del camino. Entró en el estacionamiento de la enorme plaza y caminamos en silencio hasta la librería.
-Cuando mis padres me adoptaron y estuve el primer día con ellos, me trajeron a esta librería –me contó sin voltear a verme-. Recuerdo que Alex me compró tantos libros que tuve que leer por más de un año para terminarlos todos.
Su voz tenía una curiosa mezcla de alegría y nostalgia. Traté de imaginarlo de pequeño en un internado, las cosas horribles que probablemente le habían pasado y me arrepentí aún más del comentario que había hecho en el auto. Su vida tampoco era perfecta. Al menos no antes.
-No pudiste tener mejor bienvenida a la familia que con una buena selección de libros –contesté.
Sonrió. ¿Por qué la gente sonreía tanto? ¿Por qué yo no podía sonreír tanto como ellos?
Al entrar cada uno tomo diferente pasillo. Él se dirigió al pasillo de thriller y ciencia ficción, y yo caminé hasta llegar a la sección de cuentos infantiles. A pesar de que Alan ya no era un niño pequeño (tan pequeño) le encantaba leer cuentos infantiles. Los disfrutaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Estaba hojeando varios cuentos y comprobando que el dinero que traía en la bolsa de mi pantalón fuera suficiente para comprarlos cuando Lirán apareció saltando frente a mí. Sus dedos se clavaron en mis costillas causando un leve dolor.
-Eso duele –me quejé-. No lo hagas.
Lirán era sobrino del dueño de la librería, era dos años menor que yo y también era mi mejor amigo. Podría ser mi novio perfecto de no ser porque le gusta una chica de su salón de clases.
-¡No inventes! –exclamó sorprendido-. Si el Ogro te hizo eso juro que ahora mismo voy a tu casa y le rompo las piernas.
El “Ogro” fue el apodo que eligió para mi padrastro cuando le conté de él hace algunos meses.
-Lirán, baja la voz –protesté acercándome a él y cubriéndole la boca-. ¿No puedes ser más discreto?
Levanté un poco la cabeza tratando de asegurarme que Tomás no hubiera escuchado algo. Lirán era así, tan impulsivo y expresivo, mucho más que cualquiera persona que hubiera conocido en mi vida.
-¿Quieres que sea discreto cuando ese maldito bastardo te está destrozando la cara? –farfulló molesto-. Me niego a quedarme sin hacer nada mientras a ti te están moliendo a golpes.
-Hey, tranquilo, no es nada grave, solo un pequeño moretón.
Puso los ojos en blanco y se apartó de mí. Mis manos que apenas unos segundos habían estado en su rostro cayeron laxos a mis costados. La primera vez que vi a Lirán, tenía el labio inferior roto y varias puntadas en la ceja. Ese día le había dicho que había caído y el sólo me creyó a medias. Supongo que le di lástima porque también ese día me regaló el primer cuento de Alan. Varias visitas a la librería después, le conté la verdad, le conté la verdad. Le conté el infierno en el que vivía gracias a mi padrastro.
-Como quieras –fue su respuesta. Respiro hondo y trato de relajarse-. ¿Vienes por el cuento de Alan?
-Como siempre –sonreí.
-Nos acaban de llegar nuevas ediciones, están en el mostrador.
Caminó en dirección al mostrador y yo detrás de él, buscando disimuladamente con la mirada a Tomás. Seguía en el área de ciencia ficción. Bien.
Lirán era un poco más bajo que yo, y sobre su hombro pude ver los títulos que extendía en el mostrador. Varios eran cuentos clásicos, pero mi atención se centró en una portada azul en la que se podía leer “El océano al final del camino”. Pasando mi mano entre sus costillas y su brazo lo tomé. La contraportada no decía mucho pero algo me decía que le encantaría a Alan.
Estaba por pagarlo…
-¿Puedes cobrar todo junto?
Tomás me quitó el libro de las manos y lo colocó junto a dos títulos que él había elegido. Lirán asintió confundido y empacó los tres libros en una sola bolsa. Sacó dinero de su billetera y pagó una elevada cantidad. Estaba tan confundido como Lirán y no pude contradecirlo para que me dejara pagar mi libro.
-¿Quién es él? –preguntó Lirán en un susurro nada discreto. Avergonzado respondí:
-Los susurros no funcionan cuando la persona de quien quieres ocultar algo está al lado de ti –volteé a ver a Tomás-. Tomás, él es Lirán. Es un compañero de la universidad.
Tomás era más alto que yo y por lo tanto mucho más alto que Lirán. Ambos sonrieron con amabilidad, la mirada de Lirán trataba de decirme algo. Algo que yo ni siquiera entendía.
-Ya casi son las cuatro, ¿quieres que te lleve a tu casa?
Observé el reloj digital que estaba sobre la computadora y evidentemente, sólo faltaban veinticinco minutos para las cuatro.
Asentí y me despedí de Lirán; estaba a pocos pasos de la salida cuando lo escuché gritar desde la computadora que le debía una explicación. Sonreí y seguimos caminando.
Guíe a Tomás a través de las calles hasta llegar a mi casa. Era una colonia no muy lejana al centro de la ciudad, donde las familias podían vivir tranquilamente. Mi casa era pequeña pero se veía aceptable. Sí. Aceptable. No lujosa. No humilde. Aceptable.
Estacionó su auto cerca de un basurero que estaba frente al pequeño jardín. Cuando entramos al auto, en el estacionamiento de la plaza, él había dejado la bolsa con libros sobre mis piernas, y ahora de esa misma bolsa sacaba el libro que él me había comprado.
-¿Estás seguro que no quieres aceptar el dinero del libro? –pregunté una vez más antes de bajar.
-Es un regalo, sólo acéptalo –rio. También sonreí y bajé del auto con el libro en las manos. No podría explicar por qué, pero me temblaban un poco las piernas y podía sentir mi corazón golpear con fuerza dentro de mi pecho.
-Nos vemos mañana –me despedí a través de la ventanilla.
-Espera, estos también son tuyos –me tendió la bolsa con los libros restantes-. Quizá no sea tu mejor amigo ni nada parecido, pero te aseguro que puedes confiar en mí. No dejes que ningún ogro te lastime de esa manera…
Todo mi cuerpo se quedó paralizado, expectante al contacto de sus dedos sobre mi mejilla. Sus ojos transmitían sentimientos con tanta intensidad que podía sentirlos como míos.
Con manos ligeramente temblorosas, tome la bolsa de libros y saqué la cabeza del auto, que, en algún momento había metido por la ventanilla.
-Nos vemos mañana, Eric.
Me despedí con la mano porque era incapaz de articular alguna palabra. Había escuchado lo que Lirán había dicho, ahora podía estar seguro…
El teléfono vibró dentro de mi pantalón y al ver la pantalla leí un mensaje de Lirán: “Hay muchas cosas que debes explicarme ;)”. Ay, Lirán, ¿cómo iba a explicar algo que ni siquiera yo entendía?
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