del campo: cerdos negros, té verde y orquídeas rosadas: preservación de los recursos naturales de China |
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Cerdos negros chinos, por Bryson John Cheng/ Unsplash
El proyecto Acceso y distribución de beneficios (ABS), que está funcionando en las provincias de Yunnan, Hunan y Guangxi, también está diseñado para prevenir la biopiratería y prevenir la pérdida de biodiversidad y conocimiento tradicional.
Se espera que las regiones remotas y menos desarrolladas, que suelen estar dotadas de ricos recursos…
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Las personas que tienen tonos de piel naturalmente más oscuros tienen más probabilidades de desarrollar codos oscuros.
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Spanish:
Como dama de compañía de la Señorita Furina, tienes la misión de atenderla y acompañarla cada minuto del día hasta que llegue la hora de acostarla.
Te levantas temprano en la mañana para despertarla, tienes que ser muy cuidadosa con ella porque no le gusta el sol a primera hora de la mañana. La ayudas a limpiarse, arreglarse y vestirse, puede que haga algún mini berrinche, pero con los años has aprendido a tratar con sus molestias.
La acompañas a desayunar, lo que significa que le sirves el desayuno y verificas que sus comidas sean nutritivas y deliciosas. Tal vez le dejes comer algún postre pequeño si el día ha empezado bien. Tampoco es que puedas llevarle la contraria tampoco.
La ayudas con su trabajo y la acompañas, tienes el trabajo de hacer que su labor sea más manejable, que tome sus descansos y asegurarte de que esté en donde debe estar según su agenda, la cual llevas junto al caballero Usher.
Luego, poco a poco empiezas a volverte cercana con la señorita Furina, y notas no solo que se cansa fácilmente, sino que también empieza a acercarse más a ti.
Tu uniforme cambia, tus vestidos blancos y negros ahora son más cómodos y el azul del mar los refleja. Furina te dijo que era para que te sientas más cómoda, pero empiezas a notar que combina muy bien con su propio traje. Incluso tu diadema es parecida a su sombrero.
Así como tu atuendo refleja tu cercanía con la arconte, ella hace más espacio para ti en su agenda. Siempre hay un espacio del día, en la hora del té, para que ambas puedan tomar un descanso y charlar.
Cuando visitan la ópera, tu sitio ya no es estar detrás de ella. Notas que tu asiento se ha acercado más, unos centímetros más cerca de su asiento, para que puedan charlar apropiadamente cuando Furina desea compartir algo.
A pesar de que casi podrías decir que Furina es tu amiga, siempre que hablan parece muy reacia a hablar de ciertos temas contigo, por lo que intentas no adentrarte en temas divinos con ella.
Sabes que es una diosa, entonces no deberías de preocupar a tu mortal cabecita en entender cosas que tal vez no puedas comprender, relacionadas con la divinidad de una deidad tan maravillosa y solemne como lo es ella. Por lo que es más tranquilo para Furina.
Hablas de ti, de tu hogar y tu familia, le dejas probar aunque sea un poco de normalidad a través de ti. Tal vez incluso mandé regalos para ti familia, es una forma en que les agradece por criar a una gran acompañante como lo eres tú. Eso es lo que te dijo.
Te dio una mejor habitación, una más cerca de la suya, para que no tengas que despertarte tan temprano. Te otorgó una visión porque lo merecías, para nada es porque quería que tuvieras un poco de ella en tu vida cuando fueras a dormir.
Tu visión parece brillar cuando estás con Furina, y cuando ella nota eso, siempre se avergüenza pero lo oculta.
A los ojos de Fontaine, eres una doncella que asiste a la arconte con diligencia, siempre fiel a sus deseos y que la acompaña. Todos tienen esta idea de que eres una criatura bendecida por los dioses, que tu vida ha sido favorecida por tus buenas acciones con Foçalors y que mereces respeto. Pero nadie parece darse cuenta de la historia de amor que ocurre cuando Furina y tú pasean por Fontaine.
English:
As Lady Furina's lady-in-waiting, you have the mission of caring and accompanying her every minute of the day until it's time to put her to bed.
You get up early in the morning to wake her up, you have to be very careful with her because she doesn't like the sun first thing in the morning. You help her clean, get ready and dress, she may throw a mini tantrum, but over the years you have learned to deal with her annoyances.
You accompany her to breakfast, which means you serve her breakfast and make sure her meals are nutritious and delicious. Maybe you'll let her have a small dessert if the day has started well. It's not like you can disagree with her, either.
You help her with the work and accompany her, you have the job of making her work more manageable, making her take breaks and making sure she is where she should be according to her agenda, which you keep along with Gentilhomme Usher.
Then you slowly start to get close to Lady Furina, and you notice not only that she gets tired easily, but that she also starts to get closer to you.
Your uniform changes, your black and white dresses are now more comfortable and the blue of the sea reflects them. Lady Furina told you it was to make you feel more comfortable, but you start to notice that it matches her own outfit very well. Even your headband is similar to her hat.
Just as your outfit reflects your closeness to the hydro archon, she makes more room for you in her schedule. There is always a space during the day, at tea time, so that you both can take a break and chat.
When you visit the opera, your place is no longer standing behind hers. You notice that your seat has moved closer, a few inches closer to her seat, so that you can chat properly when Lady Furina wants to share something.
Even though you could almost say that Furina is your friend, whenever you talk she seems very reluctant to talk about certain topics with you, so you try not to delve into divine topics with her.
You know that she is a goddess, so you should not worry your mortal little head to understand things that perhaps you cannot understand, related to the divinity of a deity as wonderful and solemn as she is. So it's calmer for Furina.
You talk about yourself, your home and your family, you let her taste even a little bit of normality through you. Maybe she even sent gifts for your family, it's a way to thank them for raising a great companion like you. That's what she told you.
She gave you a better room, one closer to hers, so you wouldn't have to wake up so early. She granted you a vision because you deserved it, not at all because she wanted you to have a little bit of her in your life when you went to sleep.
Your vision seems to glow when you're with Furina, and when she notices that, always gets embarrassed but hides it.
In Fontaine's eyes, you are a maiden who diligently assists the archon, always faithful to her wishes and accompanying her. Everyone has this idea that you are a creature blessed by the gods, that your life has been favored by your good deeds with Foçalors, and that you deserve respect. But no one seems to notice the love story that occurs when you and Furina walk through Fontaine.
Quizás, es por eso que dejo que la imaginación revolotee. Que mis manos te pinten, como si de un cuadro se tratara.
Nunca pudimos sacarnos una foto. Plasmar, casi inmortal, todo lo tangible de aquello que no nos decíamos. Pero rebusco entre los cajones. Allí, en lo profundo del alma. Hago lugar, saco las cajas polvorientas. Y aunque las palabras no resbalan, ni salen a borbotones de entre las sombras, te encuentro.
Puedo sentirte, acá conmigo. Dicen que a veces la mente bloquea las memorias que aún desgarran para mitigar el dolor. Que nos engañamos, al menos por un ratito, para que los agujeros negros no nos consuman.
Yo nunca supe engañarme, Hanji. Creo que vos podés verlo más claro que nadie. Te reías de mi hablar crudo, y me susurrabas al oído, y limabas mis asperezas— tal vez, con el afán de hacerme parecer más suave. Hacerme pensar que este corazón viejo y cansado tenía un espacio pequeño dentro del tuyo.
No me arrepiento, igualmente. De las palabras que callamos, o de no tener fotos tuyas, o de nunca haber sido digno de tu amor. Las fotos envejecen, se destiñen bajo el arrullo del tiempo. Pero yo puedo moldearte bajo mis palmas, casi como si te conociera de memoria. Si cierro los ojos, puedo bordear tus recovecos, llenarte de color.
Es que eso eras, Hanji. Una explosión del color más vivo y vibrante. El brillo de los fuegos artificiales, el neón del atardecer. Eras tu melena alocada en el viento, encrespada como el vaivén de las olas. Los lunares que salpicaban tu barbilla; casi constelaciones lejanas, inconexas.
A la noche, cuando las luces se apagan, tu imagen se me aparece de entre los rincones. Al principio dolía, un dolor tan demoledor que calaba hasta los huesos. Ahora, creo que duele menos. O que aprendí a vivir con el dolor. Como cuando aceptamos que la luna tiene cráteres, huecos, oscuridad incluso bajo la luz.
Quizás, es porque cuando te veo, te veo sonriendo. No hay rastros de guerra, ni de pérdida, ni de lo poco que nos quedó de humanidad. Vestís de blanco, con coronas de "no-me-olvides" en el pelo. El sol te acaricia, igual de suave que como yo hubiese querido hacerlo. Y me decís: "suficiente, Levi". "Ya pasó, Levi".
Y entonces te creo.
Me siento con vos, y permito que la eternidad flote entre nosotros. Te preparo un té con mis mejores hierbas, observo atento cómo el rubor te arde en la piel. Me digo que ya no importan; el dolor que demuele, los secretos bajo llave, las fotos arrugadas, o las que no pudimos conservar.
Si cierro los ojos, puedo delimitar tus facciones. Las líneas rectas de tu nariz, el arco de tus pestañas. Puedo inhalar el calor de tu cuerpo, hablarle a las estrellas.
Y hay semanas, o meses, en los que quisiera volver atrás, gritarte que no te vayas, que sin vos el mundo es una imagen en blanco y negro. Pero, ¿sabés, Hanji? Hoy, que puedo grabarte en acuarelas, entiendo que con eso me basta.
Por eso, te hago un lugar en mi mesa, y en todas las grietas del alma. Limpio la casa para recibirte, desempolvo las cajas. Ya no hago preguntas, aún convencido de que no tengo las respuestas. Dejo que tu voz cante, y entreteja en mil paisajes las maravillas que siempre supiste tararear. Te escucho, como un niño desbordado de ilusión. Y en mi alocado desvelo, te guardo conmigo; en cada parpadeo, en cada amanecer, en cada latido.
Porque estás ahí, todavía. Lo sé, Hanji. Un día, los velos del olvido van a llevarme a mí también. Las galaxias van a tragarme, como polvo de estrellas, y voy a tener todo el aire en el espacio para pensar en cada madrugada en la que fallé.
Pero no me arrepiento. De nada. Qué extraño, ¿no? Si pudiera, te juro, lo haría casi todo de nuevo, así tal cual fue. Las heridas que nos vendamos, el reír a carcajadas, haber sido cómplices en cada pedacito de vida. No lo cambiaría. Y menos aún, si es que pudieran asegurarme que voy a cruzarme con tu sonrisa otra vez. Como cuando me susurrabas al oído. Como cuando mis sueños te pintan.
Entonces me duermo, incluso estando despierto. Cierro los ojos, y mi mente me arrastra hasta ese lugar en donde todo está en pausa— un claro en el bosque, la casa que construimos. Me contás, como siempre, que Erwin está más tranquilo. Que mi mamá te adora. Que Eren y Sasha no paran de pelearse.
Y sonrío. De esas sonrisas que sólo vos podías arrancarme. El té se nos enfría, el sol se derrite tras la ventana. Pero estás ahí, Hanji. Estás ahí, aunque no pueda tocarte nunca más.
Me acuerdo, todavía, de esa vez en la que vimos la luna. Era primavera, y los chicos entrenaban cerca del arroyo. Te pregunté, por qué no brillaba igual que al caer la noche; “¿no debería brillar más ahora, con la luz del día?”, dije. Te relamiste los labios, como siempre que ibas a salpicarme con historias, y respondiste, claro y sencillo: “algunas cosas necesitan de oscuridad para ser descubiertas.”
¿Será por eso que te siento adentro mío, enlazada a cada exhalación? ¿Que nuestro escondite en el bosque es una rendija de cielo, donde nada quema ni lastima? ¿Será que me estoy escurriendo, y en mi afán obsesivo me aferro a tu amor? ¿Que en el vacío que dejaste, sólo hay espacio para sembrar estrellas?
Quizás haya perdido la cordura, Hanji. No lo sé. Pero empiezo a pensar que te transformaste en luna. En cuarto creciente. Con cráteres y todo. Que tu destello rasga hasta las penumbras más negras. Es un faro de esperanza que guía las mareas. “Suficiente, Levi”, repetís, casi como un arrullo de cuna, con tus manos en mi pelo y tu boca en la mía. Y entonces te aprieto, bien fuerte contra mi pecho. Y dejo que llenes las grietas, y las cajas, y que tiñas de color cada foto que no tenemos.
“Estoy bien, Levi”, me asegurás. “Vamos a volver a vernos.”
Y entonces, porque nunca supe hacer otra cosa, o porque ya no me queda nada, te creo.
-Me prometí nunca más volver a Japón-suspiró con pesar, mirando por la ventanilla del avión, una de sus piernas moviéndose nerviosamente.
-Ya...-Flug le detuvo, poniendo una mano en la rodilla-Calma-.
Shisui lo miró, Flug lucia la mar de contento, le encantaba volar.
-Es fácil para ti decirlo-.
-Nunca me has explicado cual es el asunto con tu familia-.
- Nunca me has preguntado-.
-Si... bueno-desvió la mirada a otra parte y Shisui le sonrió.
-Si tu sabes, yo tendré que saber también ¿No es así? Realmente no tienes que decirme nada de ti mismo, Flug-.
-Sería lo justo-.
-Nunca te ha interesado lo justo, querido-.
Flug paso las siguientes dos horas hablando del avión, del modelo del avión, de como funcionaba el avión, de los defectos del avión...
Shisui nada más lo escuchaba, le gustaba su entusiasmo, aunque entendía la mitad de lo que decía.
-... Y es por eso que prefiero ese modelo a este, pero no está mal-Flug suspiró con algo que parecía satisfacción-Como sea...-lo miró con picardia-¿Quieres tener el clasico sexo en el baño del avion?-.
Shisui no pudo evitar reír.
-No, primero que nada es muy estrecho, segundo es un viaje de catorce horas y no tengo deseos de sentirme pegajoso y sudado tanto tiempo y, tercero, no trajimos nada y no quiero que me duela sentarme-.
-Ay, qué aguafiestas-rodó los ojos.
-La azafata de hace un rato te estaba haciendo ojitos, ve con ella-.
Cuando aterrizaron en el aeropuerto de Kansai, era de noche.
-Busquemos un hotel, Flug, iremos a la casa de mi familia en la mañana-.
-¿Está lejos?-preguntó, estirandose, estaba cansado por varias razones, pero no podía evitar mirar con curiosidad a todos lados, era su primera vez en Japón.
-Kyoto, como a una hora-suspiró-Pero, seguramente manden a alguien por nosotros-.
-¿No deberían mandar por ti ahora?-.
-No les avisé que venía-rió-Ni mucho menos que traigo un gaijin-lo miró con diversión-Oh, a mi madre le va a dar algo cuando te vea-rió-Extranjero, pelirrojo, no muerto-.
-Ay, pero si soy encantador-bromeó.
Buscaron un hotel de ahí cerca y pasaron la noche.
Flug observó como su amigo se metía porquerías en las venas, Shisui tenía un problema con las drogas, pero no le reclamo nada, en ese caso en particular prefería dejarlo dormir, aunque fuese a base de narcóticos.
Aunque se preguntaba cómo las había pasado por control, parecía que tenía conocimiento de cómo ocultar sustancias ilícitas, curioso.
Se acostaron y Flug lo abrazó por la espalda, para mantenerlo de costado, ya había tenido que salvarlo una vez y no quería repetir la experiencia.
Tampoco podía enojarse con él por sus malos hábitos, sería una hipocresía, además le debía demasiado, seguramente nunca saldaría las deudas que tenía con él.
En la mañana Shisui estaba como nuevo, por su naturaleza, esa curiosa raza de gente lobo, eliminaba toxinas con facilidad, envenenarse o sufrir una sobredosis era difícil, al menos que lo hiciera a propósito.
Aun así, en cada ocasión Flug no podía evitar preocuparse, así que sonrió al verlo tan reluciente.
-¿Quieres bañarte conmigo? Flug-.
-Uy, si-asintió con entusiasmo.
Shisui ya le había avisado a su familia de su llegada, así que una vez arreglados bajaron al lobby del hotel a esperar.
-Nos invitaron a tomar el té-suspiró, acomodándole la ropa a su amigo-No puedo pedirte que te quites esa bolsa, pero no les va hacer gracia-.
-Lo siento-miró el suelo-Mi cara tampoco les haría mucha gracia ¿No es así?-.
-Creo que no, pero no tiene importancia, vienes conmigo, tendrán que ser hospitalarios aunque no les guste-.
Un par de hombres vestidos de traje fuerona recogerlos en un auto negro bastante elegante.
Trajes y autos negros, lentes de sol, grandotes e intimidantes. Lucian como guardaespaldas.
-Shisui-sama-lo saludó uno con una leve inclinación.
-Juro-san, tanto tiempo-le sonrió-Me alegra ver que estas bien-.
-Más o menos...-el hombre le sonrió y le mostró una mano, le faltaba el meñique.
-Ah, veo que mi madre sigue igual-.
Ambos rieron y Flug se los quedó mirando...
No podía ser ... ¿O si?
El viaje fue largo y silencioso, Flug vio desaparecer la ciudad moderna, para dar paso a la más tradicional Kyoto y de allí...Los bosques.
La casa Sadamoto era tradicional, como un palacio de la era Edo, estaba rodeada de un bosque y terrenos extensos.
Shisui salió del auto y aspiró hondo, con nostalgia y melancolía, los ojos cerrados.
-Diría que huele a casa, pero...-abrió los ojos-Huele a amargura-.
Flug se mantuvo callado mientras los escoltaban al interior de la casa, sin embargo no perdió detalle. Un muro alto, cámaras de seguridad, guardias aquí y allá...
Una casa de la era feudal, hermosas mujeres vestidas en yukatas.
Flug siguió el ejemplo de Shisui y se quitó los zapatos antes de entrar y las saludo con una inclinación, pero prefirió mantener su silencio.
Eran hermosas, como Shisui.
Una raza de gente lobo, con cabello negro y lacio, piel palida y rostros delicados. Todas ellas, desde la matriarca hasta la hija más pequeña, tenían los ojos violetas.
Shisui en cambio tenía un ojo rojo y otro azul, pero sus rasgos y sus manierismos eran los mismos.
Eran todos familia, sin duda.
-Madre-.
-Shisui-.
La tensión podía cortarse con un cuchillo, pero por suerte fueron interrumpidos por el anuncio de que el té estaba listo.
La madre de Shisui avanzó y solo este y Flug la siguieron.
Se sentaron en el suelo, ante una mesita repleta de té y dulces tradicionales.
-¿Me presentas formalmente a tu amigo?-dijo ella, sirviendoles té verde con movimientos delicados.
-Kenning Flugslys, amigo y colega, Flug esta es mi madre, Yuko Sadamoto-.
-Un h-honor-dijo Flug torpemente, haciendo una reverencia.
-No hace falta que hagas eso-le sonrió la mujer-No podemos exigirle tanto a los extranjeros ¿No es así?-.
Flug prefirió no decir nada al respecto.
-Vamos al grano, madre, por favor-.
-Siempre tan apurado ¿Porque mejor no disfrutas del desayuno?-.
-Porque posiblemente tiene veneno, aunque con nosotros dos no te serviría de nada-.
Shisui mantenía su postura firme y su tono calmo, pero no podía evitar enseñar los colmillos.
Flug, a su lado, estaba tenso ... Es que si era eso ¿Verdad?
Observó con más atención a la mujer frente a él. Apenas visible bajo la yukata... Tatuajes.
-Shisui, mi querido hijo-Yuko sonrió-Me alegro que estes de vuelta-.
-Es más fácil si estoy cerca ¿No es así? Dime algo, mi tía ¿Fueron causas naturales o tuviste algo que ver?-.
Yuko torció ligeramente su gesto, pero volvió a sonreír de inmediato.
-Siempre has sido tan insolente, ya que no quieres comportarte ¿Qué tal si esperamos a la cena? Tomate el resto del día, tu amigo y tú-.
Por su tono, aquello no era una invitación, sino más bien una orden.
Shisui asintió nada más.
Los hombres vestidos de traje los escoltaron a un cuarto, cerraron la puerta corrediza y se quedaron ahí parados, vigilando.
-¿Somos prisioneros?-.
-Si-Shisui miró a su alrededor-Mi vieja habitación, no ha cambiado nada, a mi familia no le gusta el cambio-abrió un armario-Creo que tengo una yukata que debería quedarte, querrán que vayas formal a la cena-.
-Shisui...-.
El chico lo ignoró, rebuscando entre la ropa.
-¡Shisui!-.
-Dime-no lo volteó a ver.
-¡¿Eres un yakuza?!-.
-¿Te sorprende?-esta vez sí se volteó y le sonrió, como de costumbre.
-No tienes tatuajes ni nada-.
-Mi cuerpo los rechaza, así que nunca pudieron marcarme con los estándares de la familia-ladeó la cabeza-Pero, tengo el apellido y los genes, eso es innegable, como habrás notado-.
-¿Y qué es lo que pasa?-.
-Lo discutiremos después-se le acercó con una yukata y la midió contra su cuerpo-Si, debería quedarte de maravilla, te veras guapo-rió.
Flug suspiro con resignación, sentía que se había metido en un buen lío.
Luego de las respectivas charlas con sus mecánicos y de que Suyeong reflexionara sobre todo lo que Karel estaba pasando y él, no estaba siendo un buen amigo o compañero al intentar entenderlo, las cosas entre los dos se calmaron notablemente. No debía ser fácil para Karel lidiar con toda esa información nueva, con todas esas personas que sabían más de su propio futuro que él mismo y claro estaba, el estrés de no estar en su lugar seguro y en la luminiscencia que traía la ciudad, estaba cobrándole factura. Suyeong intentó no agregar más estrés obligándolo a probar bocado, sabiendo lo mucho que lo aborrecía ahora, solo dejando ciertos batidos preparados antes de salir a los basureros a patrullar. Se movieron a varias bases de NIMDA, queriendo acabar con las prodiciones de una antes de moverse a otra. Esos lugares eran tranquilos, pero por lo poco que Morris lograba recabar al conectarse con servidores de la ciudad, las cosas no estaban mejor y ahora los pro-androides estaban detrás de la cabeza de todos los miembros de NIMDA. Pronto estarían buscando esos escondites en medio de la nada y es cuando realmente, estarían en problemas. Por ende, el más bajo ideó una estrategia nueva, un plan diferente y aunque era muchísimo más riesgoso, si se consumaba, podrían tener más seguridad que en aquellos escondites. Fue en ese instante, donde colocó todas sus monedas en la apuesta.
El rugido de la motocicleta se apaga dentro de un edificio abandonado, cubriéndola con plásticos negros que encontró en los alrededores para cuando llegase el momento de volver a usarla o si una emergencia sucedía. Suyeong pasó su capucha por encima de la cabeza y ayuda a Karel a acomodar la propia, al igual que la máscara sobre su rostro que le brindaba uno nuevo, Morris había liderado el camino susurrando en su oído si es que había personas o seguridad publica alrededor, moviéndose como en un laberinto hasta que alguien le abrió las puertas traseras de Crystal Heart. Su brazo se mantiene alrededor de Karel en todo momento, la otra mano está lista para desenfundar el arma en su muslo. Caminan en silencio por pasillos de metal, subiendo un elevador hasta la parte más alta del burdel donde la Madam esperaba. Las puertas se corren y Sonia aguarda en sus propios aposentos en la cabeza de una mesa baja rodeada de sake y té caliente, dos cojines les esperan a él y Saem como invitados. Suspira, por fin pudiendo destensarse y quitarse la capucha del rostro. - —Ha pasado tiempo, gracias por permitir que nos quedemos — -la mujer, con una pipa larga y uñas rojas cual carmín parece inmutable por el tiempo, su negro cabello está en un recogido y algunos mechones caen alrededor de su rostro, los ojos de un color similar a sus uñas indican que son un obsequio dado por alguien antes de desecharla hace muchos años atrás. Exhala el humo de su tabaco, moviendo la mano restante como si quitara importancia. “Eres como mi niño, Suyeong. ¿Una madre la cierra las puertas de su casa a su propio hijo?” No sabe si son las palabras o es la frustración de todos esos días inciertos que le hacen tener un nudo en la garganta, inclinándose para tomar aquella misma mano y besar como siempre, las joyas en sus dedos. Suyeong se queda apoyando su frente en la extremidad, necesitando esos segundos de consuelo de alguien a quien respeta y admira. “Estoy feliz de saber que estás con vida”.
Las ráfagas de oriente que dan forma al solitario cerro de Cocotitlán tornaban su grito de guerra en susurros al pasar por la calle Águila que, sólo por esos nueve días, se convirtió en la más larga y empinada. Los ocotes, todo lo contrario, sacudieron sus ramas más jóvenes durante todo aquel tiempo, gozosos de tanto rociar al cielo con la humedad que atesoran en sus troncos. Nosotros fuimos al cuarto día. Mi amiga de la adolescencia y yo.
Un cartel pegado en la puerta indicaba que la cita era al anochecer, pero llegamos cuando los últimos rayos del sol todavía doraban la pedacería de adobe sobreviviente en la fachada. Tanta era la luz del atardecer, que el grueso nudo de tela clavado en el marco de la entrada simplemente no podía devorarla toda: por breves instantes, su brillo imitaba al del plumaje de una parvada entera de zanates.
Mientras el sol terminaba su recorrido en el cielo, mi amiga y yo regresamos cuesta abajo para caminar las faldas de la misma loma que tantas veces sufrió nuestras torpes y bruscas pisadas; cuando nos la pasábamos borrachos de tanta adolescencia y el elixir de sus magueyes atizaba nuestra inflamable juventud. Conforme recorrimos algunas calles, el tañido de las campanas de la iglesia que hacía eco desde otras eras iba y venía entre el ruido de ferias pasadas y canciones que nuestros pies reconocieron pronto. Voces de faunos y ninfas volvieron a habitar nuestras gargantas durante todo el trayecto y los buenos recuerdos nos provocaron un par de risas que más bien sonaron a suspiros, aunque el amargo y denso viento que se instaló en Cocotitlán durante aquellos nueve atardeceres se nos coló por entre los dientes, dejándonos una profunda tristeza mezclada con la pena que acompañaba a nuestra visita.
No fue hasta que una procesión de rebozos y suéteres negros hizo vibrar la tierra en su escalada por la ladera, que nos acordamos de revisar el horizonte, donde la primera estrella del anochecer derramaba los delgados chorros de luz producto de su escandaloso llanto.
El hogar de Doña Luisa nos abrió las puertas. Las docenas de sillas dispersas por todo el amplio patio, que estaba cercado por una selva ornamental, poco a poco fueron siendo ocupadas; todas miraban hacia un pequeño cuarto, el de la puerta más estrecha en toda la casa.
Al fondo, frente al gran muro rojo granada: la cruz de cal en medio de una pradera de flores blancas.
Por la puerta que enmarcaba al complejo altar se asomaban los tobillos y pies de Doña Luisa, enfundados en su calzado de cuero negro, por uno de los costados del marco de madera. En sus empeines y calcetas de lana color marrón, algo del blanco mineral removido por 4 días se hacía notar. Era la única allí dentro. Era lo único que se alcanzaba a ver de ella; no importaba el ángulo desde donde se le quisiera observar.
Silencio. Y en una esquina, terminando de desplegar la última silla de la última hilera, nuestro querido amigo.
No nos apresuramos a saludarlo y esperamos pacientemente a que levantara la mirada. En el novenario, la prisa no tenía lugar. Cuando por fin puso sus ojos en nosotros, esbozó una ligera y finísima sonrisa. La tibieza de nuestro abrazo lo dijo todo. Nos dio las gracias por haber acudido al tiempo que se lamía inútilmente la resequedad de los labios; su lengua estaba igual de sedienta y agrietada. Por suerte, su hermana mayor estaba atenta a su inquietud y aprovechó para acercarle una taza del té que se repartiría más tarde entre los asistentes. Al entregársela, lo miró con cariño. Nosotros insistimos en que esperaríamos hasta el final. Nuestro amigo bebió, miró los zapatos de su abuela y luego nos volteó a ver: la sincronía de nuestros suspiros nos envolvió en una silenciosa humareda, interrumpida solamente por una pequeña que llegó a abrazarse de la pierna derecha de nuestro viejo camarada. Fue entonces que lo reconocí en el rostro de su hija de 3 años, los mismos que llevábamos sin vernos, y cuando busqué la mirada de mi amiga para adivinar si compartíamos la sorpresa, ésta me respondió con el brillo de las lágrimas que se acumularon en la superficie de sus ojos, porque, simplemente y de tanto gusto, no encontraban la forma de arrojarse al vacío. Agobiada de la dulzura que provocó en nosotros, y de carácter sulfurante como el de su padre, la niña corrió a refugiarse de nuestras risas apenas audibles, no sin antes exigir un fuerte abrazo que la ocultara de nuestras miradas curiosas. Mi amigo siempre fue una persona ejemplar.
La llegada del cura nos invitó a sentarnos para dar inicio oficial al rezo.
Todos nos unimos en una sola voz.
Creencias aparte y la tradición de por medio, nos entregamos en cada frase pronunciada durante el ritual, convencidos del poder de la palabra.
En lo personal, me aproveché de la flexibilidad que adquirió el denso tiempo de aquella velada para detenerme a pensar con calma en cada verso.
Todos se levantaron cuando el cura aclaró que sólo los impedidos tenían permiso de seguir sentados; incluso aquellos que dependían de sus macizos bastones de madera de pirul y ése que, por alguna brecha mal librada en la vida, llevaba una pierna enyesada y muletas, rezaron de pie.
Pedimos por el eterno descanso de la madre de mi amigo y agradecimos porque el sufrimiento de este mundo había cesado para ella, la hija de Doña Luisa.
Bertha se había despedido del cerro famoso por sus generosas milpas dejándole algo de su carácter a Esther, su nieta; además de un padre amoroso y gentil.
Al terminar el rezo, bebimos café y fumamos, mientras los niños aprovechaban la huida de las personas, el laberinto de sillas y las volutas de humo de nuestros tabacos encendidos para jugar a esconderse. Mi amigo exhalaba el producto de su combustión con los ojos cerrados, hacia el cielo, y yo le sacaba la última bocanada de sabor amargo-caliente a mi cigarro mientras veía a Esther entrando al cuarto donde estaba la cruz de cal para ver a Doña Luisa, cuyo pie seguía asomándose por el mismo lado del marco de la puerta, en la misma posición; sólamente con un poco de más cal espolvoreada encima.
A mi amigo se le dibujó una sonrisa en el rostro cuando la mano de su abuela apareció por un costado del marco de la puerta y le revolvió el cabello a Esther.
Mi amiga y yo partimos tranquilos después de haber recordado los inviernos de nuestra adolescencia, cuando nuestro eterno compañero labraba la tierra con su padre previo a cada nueva siembra: él conoce bien el ciclo natural de nuestra tierra gracias al maíz que cosechó para que su madre pusiera a hervir. También recordamos, entre risas, aquella buena noche de día de muertos en la que nos invitó a celebrar al pueblo y nos propusimos no dormir hasta cazar 400 conejos vivos que dejaríamos libres al otro día, mientras embriagábamos con pulque y mezcal y rodábamos por las laderas del generoso monte.
Nos fuimos convencidos de que la verdadera vida eterna se hizo presente en la risa de los niños que se quedaron a jugar al final del rezo.
Me fui consciente de que la verdadera vida eterna se alcanza cuando se consigue habitar el presente a cabalidad.
En memoria de Doña Bertha.
Para mi amigo Fabián, su hija, Esther, y su abuela, Doña Luisa.
Y como forma de agradecimiento al noble y guerrero pueblo de Cocotitlán y todos sus habitantes, a quienes considero mis amigos, por el solo hecho de conocer a unos cuantos. Me consta, son de ley
Me tagueó @sadistic-harpy (muchas gracias). Hacía un rato que no tocaba ninguno de éstos textos :3
Mis palabras: wrist, mouth, tears, and throat / muñeca, boca, lágrimas, y garganta
Sus palabras: marca, juego, abdomen, mente
Busca estas palabras en tus trabajos-en-proceso y postea la oración o el párrafo del que son parte.
Voy a taggear a @senfaime y la verdad no sé quién más escriba por estos rumbos, pero si escriben mándenme mensaje para que les tagueé (o considérense tagueades, pero me gustaría saber jaja).
Luck was shocked into silence, his drunken thoughts racing and crashing into each other while. Hunter stood behind Luck, his hands fondling Luck’s skin: caressing and pinching while removing his t-shirt and Luck’s pants and underwear. Hunter grabbed Luck’s wrists with one hand, and stuck two of his other hand’s fingers inside Luck’s mouth, getting them wet. Grinding his half-hard cock against Luck’s bare ass, Hunter whispered:
El mentor: boca
A las seis de la mañana me despiertan los trabajadores del camión de gas moviendo y sonando sus tanques. El sonido del metal chocando me hace agua la boca. Desayuno lo que sobra de la rosca de reyes que me regaló Orlando. A ella se la había regalado una clienta, pero Orlando no puede comer pan. No hay té en la jarra. Se me antoja una infusión de toronjil, para seguir durmiendo todo el día, pero sé que ya sólo tengo manzanilla. Excepto que es mentira, hay una pequeña caja metálica que antes no estaba ahí. Es toda roja y tiene un corazón dibujado con plumón negro que dice “infusión de energía”. Dentro hay una mezcla de hierba que no reconozco.
Luck, Juno & Hunter: tears
Hunter stopped and left. Luck flopped down on the bed in relief. But then he heard steps coming back. He attempted to see over his shoulder, but Hunter grabbed him first. When Hunter hit his ass this time, it hurt much worse. He wasn’t using his hand anymore. Instead, Luck’s skin felt the solid hit of a wooden paddle. Luck sobbed, tears running down his face.
Pueblo chico, infierno grande: garganta.
–Pero qué talento como chupa-vergas tenía ese chavo –suspiró con nostalgia el doctor Juan.
–Es verdad. No he sentido nada igual desde entonces –dijo Emanuel. Volteó a verme–. ¿Tú no tendrás una garganta mágica similar? Porque qué delicia de labios. Fácilmente puedo imaginarlos alrededor de…