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#Los faros iluminaban
jcplana · 1 year
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Albert Sans - La niebla.
La niebla. Había sido humo sólo. El hombre había sido por él envuelto y por el breve viento frío. Pero fue la niebla sólo. Sin memoria en ella el espanto y el cuchillo y la sangre.  —— © Protegido.
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capricornio1972 · 7 months
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CUANDO TE ROMPEN EL CORAZON
En el rincón más profundo de mi ser, floreció un amor intenso, un sentimiento que creíamos inquebrantable. Pero el destino tejía su propia historia, y nuestras almas se desgarraron en el camino.
Tus ojos, dos luceros que iluminaban mis noches más oscuras, ahora reflejan la distancia y la indiferencia. El eco de tu risa se ha desvanecido, y mi alma resuena con el eco de un amor que se desmorona.
Los abrazos que solían ser mi refugio se convirtieron en recuerdos borrosos. Las lágrimas se deslizan como perlas salinas, marcando el mapa de un corazón desgarrado.
Aún persisten las huellas de tus labios en mi piel, como cicatrices de un amor que fue. Los susurros de tu nombre se desvanecen en el viento, pero la herida que dejaste perdura en mi alma.
A pesar del sufrimiento, el amor que sentí por ti permanece como un faro en la tormenta. En cada amanecer, busco sanar las grietas de mi corazón, anhelando que el tiempo cure estas heridas.
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artemartinpietro · 10 months
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Magia medieval: el profundo impacto y la importancia del arte medieval
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Cuando se habla de la Edad Media viene a la mente un aura encantadora, un periodo definido por grandiosos castillos, valerosos caballeros y un arte extraordinario que transformó el paisaje cultural. A través de la niebla de los siglos pasados, el arte medieval es una parte enigmática pero fundamental de nuestro patrimonio común, una época repleta de relatos simbólicos y estilos transformadores que enriquecieron y cambiaron para siempre la historia del arte.
La Revolución Artística de la Edad Media: Mosaicos, Frescos y Esculturas
En el lapso de aproximadamente mil años (500 a 1500 d.C.), el mundo fue testigo de una prodigiosa revolución artística que se manifestó en diversas formas: mosaicos, frescos, orfebrería, esculturas, manuscritos iluminados y vidrieras, cada una de ellas una página de valor incalculable del voluminoso libro de la expresión humana. Es crucial reconocer que estas formas de arte no eran meras declaraciones estéticas. Por el contrario, a menudo estaban cargadas de significado simbólico, alegorías religiosas, lecciones morales o crónicas históricas.
El periodo bizantino, una de las primeras fases del arte medieval, estuvo muy influido por la sensibilidad cultural y religiosa del Imperio Romano. Una de las características más destacadas fue el abandono de la representación naturalista en favor de formas más simbólicas y espirituales. Mosaicos de oro resplandeciente y tonos brillantes, imágenes icónicas de Cristo y los santos, presentadas de forma etérea, casi surrealista, sirvieron de faro de esperanza, misterio y conexión divina en las primeras basílicas cristianas.
En cambio, el arte románico, que apareció en torno al siglo X, se caracterizó por el resurgimiento de la escultura en piedra, los avances arquitectónicos y los frescos llenos de vida. Los artistas se adentraron en un juego expresivo de formas y espacios, demostrando un don para la grandeza y la ornamentación. Estas obras, colosales pero bellamente detalladas, fueron fundamentales para reflejar el espíritu de la cultura, en la que la sociedad comenzó a fomentar un sentido más definido de la individualidad y la autoexpresión.
Del Románico al Gótico: Una Evolución de Grandeza y Esplendor
Sin embargo, fue el periodo gótico, entre los siglos XII y XV, el que marcó el comienzo de la edad de oro del arte medieval. Con la invención del arco apuntado y el arbotante, la arquitectura alcanzó nuevas cotas, tanto literal como metafóricamente. Las catedrales se alzaban sobre las ciudades, con sus agujas perforando el cielo, como testimonio de la magnificencia del esfuerzo humano. Las vidrieras iluminaban estas maravillas arquitectónicas con luz caleidoscópica, narrando historias bíblicas con una vitalidad fascinante. También los manuscritos iluminados cautivaban los corazones con su ornamentada caligrafía e intrincadas iluminaciones que convertían cada página en un retablo radiante.
A menudo se tilda erróneamente al arte medieval de estrictamente religioso, monótono e incluso austero. Sí, la religión era un tema dominante -después de todo, la Iglesia era el principal mecenas de las artes durante esta época-, pero los artistas también encontraban inspiración en la mitología, el folclore y las sencillas alegrías y penas de la vida cotidiana. Desarrollaron lenguajes visuales únicos, ricos en símbolos y metáforas, que abrieron una ventana panorámica a la psique humana y a la sociedad de la época.
El Arte Medieval como Testigo de la Interacción Cultural
Además, el arte de esta época estuvo marcado por la interacción de culturas. La influencia islámica en España, por ejemplo, dio origen al arte mudéjar, que mezclaba elementos artísticos islámicos y cristianos en un estilo único. Las invasiones vikingas dejaron huella de su rica ornamentación en tallas y metalistería. Estos intercambios y simbiosis subrayan la idea de que el arte, a pesar de las fronteras geográficas y culturales, es una red interconectada de expresiones e influencias compartidas.
Mientras nos maravillamos ante los intrincados mosaicos de Rávena, la grandeza de la catedral de Chartres o las ornamentadas páginas del Libro de Kells, no olvidemos que estas obras maestras son algo más que reliquias del pasado. Son testimonios silenciosos pero elocuentes de nuestro viaje colectivo como especie, que ilustran una historia de resistencia humana, creatividad y el profundo deseo de dar sentido al mundo que nos rodea y a nuestro lugar en él.
En la gran narrativa de la historia del arte, el arte medieval ocupa un lugar de innegable importancia. Sigue siendo un espejo cautivador que refleja un pasado lejano pero extrañamente familiar, una época de transición, experimentación e inmensa creatividad. Nos invita a dar un paso atrás, admirar y profundizar en las historias intemporales grabadas en piedra, tinta, vidrio y oro, recordándonos siempre nuestra capacidad colectiva de expresión artística e intercambio cultural. Al fin y al cabo, el arte es el lenguaje que no conoce fronteras ni tiempo, que resuena continuamente a través de los anales de la historia de la humanidad, siempre en evolución y siempre inspirador.
Originally published at https://artemartinprieto.com/on May 13, 2023.
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tigretulipa · 7 months
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Capítulo 1
Frío. Tenía mucho frío. Y miedo, porque sólo sentía sus manos y pies húmedos y helados. Su cuerpo, si lo tenía, no obedecía los intentos de despertarse y salir de esa pesadilla de color oscuridad que no se puede ver. Tenía que relajarse, era sólo un sueño, así que se concentró en su respiración, sentir como el aire entraba en su cuerpo por su nariz hacia los pulmones. Poco a poco, las partes de su cuerpo se fueron uniendo a ella como un puzle y pudo notar cómo la sangre volvía a fluir por sus venas.
Una gota mojó su mejilla.
Seguida por otra.
Y otra.
Y otra más.
Estaba diluviando.
Abrió rápidamente los ojos, aturdida, esperando ver alguna gotera en el techo. Pero no había.
De hecho, por no haber, no había ni techo ni cama. _____ estaba completamente empapada, rodeada por una niebla espesa y amarillenta. Rápidamente, se levantó del suelo en el que estaba tumbada, pero regresó a este a la misma velocidad con la que se había despegado. La sangre latía con fuerza en su cabeza adolorida, como cuando le entraba agua por la nariz al tirarse en la piscina. Tampoco podía oír nada por el pitido agudo y constante en sus oídos.
Intentó volver a ponerse de pie, esta vez más suave y lentamente, pero el mundo giraba a su alrededor y ella sobre sí misma, intentando poner su atención en algo, pero sólo veía lo que parecían ser cajas de cartón. Las orejas le dolieron cuando se le destaponaron y el ruido ensordecedor del agua se metió dentro de su cabeza.
Estaba mareada, había empezado a hiperventilar y por más que intentara recuperar el control de su respiración, no lo lograba. Sentía el cuerpo débil y la cabeza ligera. No quería desmayarse, no allí. Tras varios intentos fallidos, logró ir liberando suspiros profundos y poco a poco, fue entrando en sí.
¿Dónde estaba? La niebla no dejaba ver del todo bien, pero por la oscuridad que había a sus espaldas en contraposición a las luces amarillas que había más adelante, parecía una especie de callejón sin salida. Inspeccionó detenidamente su cuerpo en busca de pistas o heridas de las que tuviera que estar al tanto, pero sólo presentaba algunos rasguños de su caída de antes, nada que pudiera resultar alarmante.
«Vale».
Tenía que salir de allí e intentar descubrir cuál era su paradero. Llamar a alguien por teléfono no era una opción porque lo único que llevaba encima era su pijama empapado y sucio, lo que significaba que tampoco tenía dinero o algo para identificarse. «No». Aquel era un muy mal momento para estresarse por eso. Primero, intentar saber dónde estaba. Después, pensar qué hacer.
Apoyó los brazos en la pared rugosa que tenía a su izquierda y se guio deslizando sus dedos por ella para poder ir avanzando entre la niebla sin tropezarse, hacia las luces del final del callejón. Mientras no fueran las del final del túnel, todo iría bien. Poco a poco se podían empezar a vislumbrar las luces procedentes de coches y farolas, los ruidos de la calle eran también más perceptibles porque la lluvia iba amainando.
Había llegado a una plaza circular con algunos bares y restaurantes ya cerrados, tampoco había nadie paseando porque debían ser altas horas de la noche. Los coches que circulaban por la calle que había al otro lado iluminaban de manera intermitente con sus faros el tramo que llevaba a la plaza. A su izquierda, la pared se alzaba en un gran edificio de cuya fachada colgaban banderas pertenecientes a la Unión Europea. Eso era una muy buena señal, por lo menos en principio no se había movido de Europa o por lo menos se trataría de una embajada.
Al estar quieta de nuevo, volvió a notar el frío en el cuerpo. Necesitaba desesperadamente un lugar en el que resguardarse y entrar en calor. Observando sus alrededores en busca de un refugio, se percató de que los carteles no estaban ni en catalán ni en castellano. «Raro». Al principio no se había dado cuenta porque las palabras “bar” y “restaurant” eran iguales en catalán, pero la información de los menús y especiales parecían estar escritos en francés y otro idioma que en ese momento no reconocía.
Volvió a inspeccionar la plaza con la mirada en busca de pistas o lo que fuera que le ayudara a saber qué estaba pasando. Se dirigió hacia el centro de la misma, mirando de un lado a otro hasta que ató cabos. Qué tonta, las banderas. La bandera belga que colgaba junto a la de las estrellas debería haberle dado una idea clara de dónde estaba.
Supuso un gran esfuerzo no dejarse llevar por la histeria. Reír, llorar, no sabía qué quería hacer. Nada. Genial. Maravilloso y esplendoroso eso de irse a dormir y despertarse a tomar por saco de casa. ¿Seguro que no seguía dormida? No. La bofetada que se había dado dolía un huevo. 
A ver, que podía intentar volver a casa andando, pero no tenía comida, ni bebida, ni dinero, nada de nada que le permitiera sobrevivir la caminata kilométrica hasta casa. Tampoco tenía un mapa para seguir una ruta clara y no perderse. La cosa pintaba chunga y no quería abandonar aún la posibilidad de estar soñando, para mantener la esperanza y eso.
Por lo menos, si necesitaba alguna cosa, podía intentar hacerse entender con su francés pisado gracias a la optativa de francés del instituto o podía probar si la entendían en inglés, porque el neerlandés como que no.
—Ay, por favor… Con lo a gusto que estaba una en su pisito con sus plantitas y sus cosas… —se lamentó cabizbaja, sentada en uno de los escalones que llevaban al edificio de las banderas. Estaba harta de todo, cansada, enfadada, triste, … Se sentía muy frustrada, pero no tenía fuerzas para llorar. Sólo quería volver a despertarse en su cama.
—¡Hoi, jongedame! (¡Hey, joven -mujer-!) —Una grave voz varonil resonó por toda la plaza y _____ se sobresaltó. Un hombre uniformado se le acercaba con paso acelerado desde el interior del edificio. Parecía un agente de seguridad— ¿Gaat het? (¿Estás bien?) —No solo su estatura, los ojos grisáceos del desconocido resultaban bastante intimidantes. _____ se quedó inmóvil mirando al rubio, con una mano en el pecho para calmar su corazón acelerado por el susto—. Mademoiselle, ¿vous allez bien? (Señorita, ¿se encuentra bien?) —Por fin entendía algo de lo que el hombre le estaba diciendo.
Con voz temblorosa, suspiró un “no” en francés. Los ojos del policía, confirmado ahora que lo veía más de cerca, se abrieron como platos y empezó a hablarle muy rápido en francés. _____ sólo entendía algunas palabras sueltas, pero el hombre tampoco daba tiempo para meterse en la conversación y pedirle que hablara más despacio.
Abrumada, las lágrimas por fin empezaron a brotar de los ojos de _____ y el color se esfumó del rostro del guarda cuando esta empezó a sollozar sin parar a pesar de la vergüenza que sentía por hacerlo frente a un desconocido. No podía más.
El hombre le volvió a hablar, esta vez con un tono más suave para intentar calmarla. Entre llantos _____ le hizo entender que no comprendía qué le estaba diciendo, de modo que el agente intentó comunicarse en inglés mientras le repetía “It’s okay” (no pasa nada/tranquila*) dándole palmaditas en la espalda, logrando, pasado un rato, detener las lágrimas de _____.
Cuando el policía le volvió a preguntar qué le pasaba, _____ permaneció en silencio unos segundos para pensar. ¿Qué le diría y cómo? Porque “Me fui a dormir en mi piso en España y me he despertado en medio del callejón de al lado sin saber por qué” no sonaba muy creíble, por muy verdad que fuera. 
—Yo-
—¿Sucede algo? —Una voz dulce procedente de detrás hizo que ambos se giraran.
En la puerta, un hombre de apariencia joven les observaba confuso. El policía se incorporó adoptando una postura muy rígida y le dirigió un saludo muy formal. El joven de la puerta se ruborizó ante esa muestra de respeto y moviendo agitadamente las manos de arriba hacia abajo, le decía que no hacían falta tantas formalidades para dirigirse a él. _____ los observaba a ambos, sorprendida por la reacción del policía y curiosa por el otro joven y lo importante que debería ser para que el otro lo tratara de esa manera.
El agente carraspeó,
—No sabía que aún estabas aquí, ¿a qué es debido? —El joven soltó una pequeña risilla, avergonzado.
—La verdad es que me he quedado dormido en la sala de reuniones —explicó frotándose la nuca con una mano y mirando hacia otro lado—. Cuando me he despertado he visto que no había nadie y me he asustado porque pensaba que me había quedado aquí encerrado —dijo volviendo su mirada hacia el policía y _____. Volvió a reír—. Pero como he visto que el resto de luces estaban encendidas y la puerta de la entrada estaba abierta, he salido a ver si encontraba a alguien—. Tenía una sonrisa boba pegada en la cara, pero _____ sintió cierta ternura hacia él.
Imitando al guarda, se levantó del suelo y los ojos del chico que la observaban se abrieron horrorizados al ver más claramente el estado de la chica: Su cabello aún estaba empapado, tenía la ropa sucia y mojada pegada al cuerpo y sus manos temblaban seguramente por el frío de la noche. Alarmado, les ametralló a preguntas sobre qué había pasado, por qué esa chica estaba en ese estado y si necesitaba ayuda. El policía, habiendo aprendido la lección, le tuvo que detener para que dejara que la muchacha contestara. Quien, apartando la mirada hacia las piedras brillantes del suelo, vaciló un momento, cuestionando si sería buena idea ser totalmente sincera u obviar detalles.
—«A la porra» —decidió—. «Por lo menos, si me encierran en la cárcel o en un manicomio, tendré refugio y comida».
Cuando terminó de contarles su versión de los hechos, levantó tímidamente la cabeza. Las miradas de los otros estaban fijadas en ella. Seguro que el vestido blanco le sentaría fenomenal.
—Necesito pedirte algunos datos —informó el policía. Estaba muy serio. «Oh, oh»—. Para comprobar cuán veraz es lo que nos acabas de contar. ¿De acuerdo? —. _____ asintió. El hombre, antes tan amable, ahora daba miedo. Tenía las cejas rubias fruncidas y sus ojos grisáceos la miraban intensamente, como si buscaran algo. 
Empezó por preguntarle su nombre y apellidos; los de sus progenitores, familiares, amigos y conocidos; en qué parte de España, localidad, calle y número vivía; en qué centros había estudiado; si trabajaba, dónde y durante cuánto tiempo; el número del DNI; su teléfono de contacto; nuevamente el teléfono de familiares, amigos y conocidos que recordara; descripciones que recordara de la calle en la que vivía; nombres de vecinos, tiendas u otros lugares que recordara de donde vivía, así como descripciones de estos; dónde nació en caso de saberlo, entre otras cosas más. Una vez satisfecho con las respuestas, el agente se alejó para contrastar la información cuanto antes.
Tenía el cerebro frito de tanto pensar y recordar y el cuerpo le temblaba por el frío y por los nervios que había pasado por el interrogatorio. Se le había revuelto el estómago y sentía que en cualquier momento sacaría lo que llevara dentro. Una mano cálida se posó sobre su hombro izquierdo. El otro joven la miraba con lástima, ofreciéndole su abrigo para cubrirse. Era todo lo que le podía ofrecer por ahora.
—También deberías visitar el hospital, para asegurarnos de que tu salud no corre peligro. ¿Te parece bien? —Preguntó con gentileza el otro. _____ asintió, le dolía la garganta de tanto hablar.
—Pero —carraspeó ella—, si no tengo nada que me identifique encima, ¿cómo lo hago? Tampoco tengo dinero para pagar lo que sea que me tengan que hacer —le temblaba la voz.
—No te preocupes, por ahora yo me haré cargo de eso —sonrió. _____ se preguntaba cómo podía encargarse de todo ese desastre y mostrarse tan tranquilo. De hecho, no entendía por qué se estaba tomando tantas molestias para ayudarla cuando la podría haber dejado sola con el policía y olvidarse del problema.
—Los nombres que me has dado no coinciden con los de ningún residente europeo —interrumpió el policía mientras se acercaba a ellos—, ni apellidos, ni domicilios, ni teléfonos —informó.
«¿Cómo que no coincidían?»
—Tus datos —añadió—, tampoco. El número de DNI que me has dado pertenece a otra persona.
«¿Qué?»
El rostro del hombre se relajó un poco.
—Pero todo lo demás, coincide. Con mucha exactitud. Por tu acento queda claro que no eres de aquí. Tampoco hablas nuestro idioma y tu castellano y catalán son muy fluidos, el nivel de un nativo —. La respiración de _____ estaba atascada en su garganta, esperando el veredicto. El otro hombre más joven también permanecía tenso a su lado, a la espera de las conclusiones del policía —. Por ahora, dejaremos el tema aparte y te llevaremos al hospital. Cuando salgas ya hablaremos —. Bueno, eso era una buena señal, ¿no?
—Voy a hacer unas llamadas, entonces —anunció el otro hombre mientras se alejaba un poco del grupo. Durante el tiempo que tardó, el agente y la joven habían permanecido en completo silencio —. En breve llegará una amiga que nos puede llevar al hospital. Conoce mucho mejor cómo funciona todo por aquí y tiene coche —les avisó regresando con pasos acelerados.
El silencio había vuelto a reinar en esa plaza, cuando _____ lo cortó:
—¿Iré a prisión? —preguntó inquieta.
—¿Cómo? —Preguntaron ambos hombres al unísono.
—Sed sinceros, lo que os he contado puede dar la impresión de que estoy loca. Dudo que me creáis.
—Bueno —rio el del mechón rizado—, la historia sí es rara. Pero… —. No sabía cómo expresarlo.
—Pero tampoco podemos afirmar o negar que estés mintiendo —añadió el hombre más alto.
El coche que había entrado en la plaza les interrumpió. En un instante lo tenían delante. La ventanilla del copiloto se deslizó hacia abajo y una mujer les hizo gestos frenéticos para que subieran al vehículo.
•·················•🐞•·················•
—Mira que hacerme venir a estas horas… —se quejó la mujer rubia lanzando una mirada al joven por el retrovisor.
Los pasajeros se movieron inquietos en los asientos. _____ miraba las calles iluminadas por la ventanilla que había a su izquierda mientras se regañaba mentalmente, procurando que el pánico no se reflejara en su cara: había confiado en unos desconocidos, se había metido dentro de un coche con desconocidos. Desconocidos que parecían querer ayudarla de manera genuina, pero eran, valga la redundancia, desconocidos. ¿Y si en lugar de llevarla al hospital la llevaban a saber dónde? Una chica sin teléfono ni identificación, un blanco fácil para aquellos con malas intenciones. Se había dejado llevar por la confianza que emanaban el aparente agente de seguridad y el chico aparentemente amable.
—Discúlpenos —. La voz del policía la sacó de sus pensamientos—. El señor Vargas consideró que usted era la más adecuada para ayudarnos en estos momentos.
—Siento haberte despertado… —se lamentó el señor Vargas.
—No pasa nada —suspiró la mujer—. Tampoco estaba durmiendo, me había enganchado a una serie y me habéis pillado justo en la parte más intensa —rio.
_____ miró por el cristal del retrovisor para observar más detenidamente a la mujer. Eran poco perceptibles, pero sus ojos verdes eran despampanantes e iluminaban su adorable rostro. La mujer se percató y le dirigió una mirada fugaz.
—A todo esto —dijo mirando al frente—, me llamo Emma. Un placer —le comunicó, esbozando una sonrisa.
—Yo me llamo _____… —contestó e intentó devolverle la sonrisa con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo. Volvía a estar agotada.
—¡Es verdad! —se alteró el joven sentado a su lado—. Perdona bella (bonita), no nos habíamos presentado aún —exclamó el ¿quizás? italiano mientras le tendía la mano—. Mi nombre es Feliciano Vargas, ¡un placer! — _____ le devolvió el gesto, ganándose una amplia sonrisa del chico.
—Puedes llamarme Luc —se limitó a decir el policía.
—En nada llegaremos al hospital —informó Emma—. Os dejaré en la puerta de emergencias para que vayáis entrando mientras yo busco un sitio para aparcar. Así no perderéis el tiempo.
Cuando bajaron, las piernas de _____ parecían flanes y tuvo que apoyarse en Feliciano para poder entrar. Afortunadamente, no tuvo que esperar mucho para ser atendida. El italiano se encargó de hacer el papeleo mientras ella era atendida por unas enfermeras muy amables.
—Luc —. El italiano llamó la atención del policía mientras caminaban hacia la sala de espera que había al lado de la recepción—. ¿Puedo hacerte una pregunta? No esta, otra —le consultó, jugueteando inquieto con sus manos.
—¿Está relacionado con el hecho que no he puesto demasiado en duda la historia de _____? —intuyó él.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó el italiano sorprendido. El policía soltó una carcajada.
—Hace mucho tiempo que trabajo con vosotros, y tú eres como un libro abierto —. Bajó el tono de voz—. No es algo raro para mi ver cosas así, ya han pasado cosas difíciles de creer en el pasado. Vuestra propia existencia sería difícil de explicar para los otros humanos —le explicó—. No para mí, claro está. Mi familia lleva siglos trabajando con vosotros.
—Es verdad —rio Feliciano—. Aún recuerdo cómo me regañaba tu abuelo cuando llegaba tarde a las reuniones. Era mucho peor que Alemania —. Volvió a reír disimuladamente para no atraer la atención de los demás hacia ellos. Luc le sonrió.
—Mi abuelo era muy estricto, pero es gracias a él y a mi madre que aprendí todo lo que sé —le confesó—. Hay algunas cosas que me hacen creer que no miente. Pero me gustaría hablarlo cuando llegue la señora Bélgica.
Feliciano sentía mucha curiosidad, pero se tuvo que aguantar las ganas de preguntarle más. Se limitó a asentir con la cabeza y levantarse para beber algo.
•·················•🐞•·················•
Emma entró con paso acelerado buscando a sus compañeros. ¿Qué había pasado y quién era esa chica?
Feli estaba sentado cabizbajo en uno de los bancos cerca de las máquinas de café. La rodilla derecha le iba loca de arriba a abajo, si seguía así la bebida del vaso que sujetaba en sus manos se vaciaría antes de que pudiera beberla. Al otro lado, Luc miraba por la ventana que daba a un patio interior, mirando de vez en cuando el reloj del móvil.
—¿Ha habido algún problema? —les preguntó tomando aire.
—No —le informó Luc—. El señor Vargas se ha encargado de todo y la han atendido nada más llegar.
—¿Me podéis poner al corriente, entonces? —les preguntó la belga mientras se pedía un café solo—. ¿Quién es esa chica? —le preguntó a Feliciano.
—Creo que quién mejor te lo puede contar es Luc. Yo me los encontré más tarde —sugirió señalando al hombre con la mano—. De mientras aprovecharé para dar las gracias a Antonio —avisó mientras sacaba el móvil del bolsillo de los pantalones y se alejaba hacia un rincón más tranquilo, dejando que Luc se encargara de poner al día a Bélgica.
En la llamada anterior le había pillado saliendo de un bar con Inglaterra y Francia, así que a esas horas seguramente España ya estaba descansando en el hotel. Optó por dejarle un mensaje escrito para que lo leyera por la mañana. Se quedó embobado mirando la pantalla iluminada. Había dormido unas cuantas horas, pero seguía demasiado cansado para sacar a su yo más enérgico. ¿Qué hora era? Las doce y trece de la noche. Por suerte no tenía que levantarse temprano para trabajar ese día y tendría tiempo para dormir tanto como su cuerpo le pidiese.
Jugaba con el botón de encendido del móvil, pensativo. Aún quedaba por pagar los servicios médicos porque no les había dado tiempo a preparar una tarjeta sanitaria europea, Antonio solo había tenido tiempo para que la añadieran como ciudadana española. Suspiró profundamente. Luc era humano, con una vida normal y un salario suficiente para llevar una vida decente. Además, ya había hecho más de lo que su trabajo le permitía. Bélgica era muy amable, pero no podía pedirle que pagara así por las buenas, y _____ no tenía dinero.
Esto le dejaba solamente a él. Sabía que se estaba involucrando demasiado, pero sentía que no podía darle la espalda a la pobre chica de esa manera. No después de todo lo ocurrido. Romano le mataría cuando se enterara, pero decidió que ese sería un problema para el Feliciano del futuro y regresó con Emma y Luc.
—Otro motivo por el cual me inclino a creer sus palabras —empezó a explicar el agente—, es que poco antes de encontrarla perdida en la calle, vi algo raro por la ventana —informó—. Mientras guardaba las cosas para irme, me dio la impresión de ver por el rabillo del ojo una especie de luz que parecía venir del callejón por el que apareció—. Las encarnaciones de Italia del Norte y Bélgica le escuchaban atentos—. Era una luz rara, había algo en ella que no me terminaba de cuadrar porque no parecía tratarse de un rayo, de los faros de algún coche o de alguna farola. Fue fugaz, pero durante aquellos milisegundos parecía que había amanecido —. Se pasó una mano por la cabellera dorada—. Lo cierto es que dudaba si había sido producto de mi imaginación, pero bajé de todas maneras para comprobarlo. Fue entonces cuando la encontré.
—Bueno, eso definitivamente sustenta las declaraciones de _____ —afirmó Bélgica cruzándose de brazos—. El problema, de ser este el caso, es qué hacemos con ella. No podemos simplemente dejar tirada por allí y que se espabile una vez salga de aquí.
—Tal vez mañana le podríamos volver a preguntar —sugirió Italia—. A lo mejor estando un poco más relajada recuerda algo más.
—O vuelve a su mundo mientras duerme —consideró Luc—, puesto que es así como llegó aquí en primer lugar. Lo cual facilitaría las cosas.
—En ese caso, puedo ofrecerle una habitación en mi casa —ofreció Emma—. Tu Feli te estás alojando en un hotel y tú Luc ya tienes otras cosas por hacer. Yo puedo vigilarla y avisaros si pasa cualquier cosa.
—¿En serio nos harías ese favor? —se alegró el italiano.
—Sí —le sonrió ella—, no es ninguna molestia.
Entonces ya no había mucho más de lo que preocuparse esa noche. Estaban todos exhaustos, de modo que era mejor dejarlo todo para el día siguiente. _____ tampoco se negó a quedarse esa noche con Bélgica.
*En este contexto, considero que podría traducirse también por “tranquila” puesto que es una expresión que se puede usar para calmar a alguien.
Prólogo 🐞 Capítulo 2
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literaturavive · 1 year
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El Vagabundo en la Rambla
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La noche cayó sobre Barna. Ahora en las calles salían los borrachos, las aves nocturnas, los que querían quedarse con otra persona puestos en su cama a las ocho de la mañana. Las lámparas iluminaban las calles, guiando a cada persona sobre las aguas furiosas de la ciudad nocturna como un faro. Pero cada mar tiene su pobre marinero que no tiene destino, porque lo ha olvidado antes de cuatro años. 
Este es el caso de Carlos. Carlos duerme en la Rambla, todo el tiempo sintiendo el frío intenso de la acera acariciando su cara. Tenía veintinueve años, pero una persona sin ojos tan perceptivos podía pensar que tenía cincuenta y algo por todas las arrugas insertadas en su piel. El no sabe por cuánto tiempo ha estado así, y nadie en la ciudad lo ha pensado nunca, pero estiman que lleva unos cuatro años. 
Cada noche hasta la una hace su táctica; no hablar. No mover. No mirar a nadie. Solo ponerse  esa máscara pálida negra, caer a sus rodillas como un monje en su hora de orar, y dar su mano a la ciudad viva, preguntando a ella si puede darle solo un poco: veinte céntimos, nada más. Pero ese número, tan repetido en su cerebro que le dolía solo pensar en ello, casi nunca ha entrado en su mano; porque en las aguas furiosas de la ciudad nocturna, esos marineros pobres les tratan como una nube en el invierno. Es normal, ¿porque necesitas prestar atención? 
El señor Jimenez era otro marinero en la ciudad oscura. Su destino era la redempcion. Por una razón particular que probablemente era la razón más específica para hacer algo así, su jefe le ha echado como un kleenex usado de su trabajo en el Banco Santander. Le dijo que era por quejas desde HR, pero Jimenez no podía ubicar cuando había hecho algo malo. Bueno, eso era la realidad, y su esposa ya había dejado de hablar con él, que le daba más dolor que a un pirata el escorbuto. En ese momento, a las nueve y media de la noche, él y ella estaban en camino a un café muy especial para ellos, porque era donde sus labios habían tocado uno a otro por primera vez. Pero al ver a un vagabundo extendiendo su mano, sentado como un monje en su hora de orar, algo muy grave ha entrado a sus pensamientos: 
‘¿Ahora que hago? Ese trabajo era mi vida, mi pasión, mi escape de todo lo malo de esta vida mía. Coger esa fregona, coger mi cubo de agua, y limpiar el suelo brillante de las oficinas de ese banco. ¿Ahora dónde voy a ir? Ya hablé con las oficinas de tres bancos, y todas me han dicho que ya tienen un limpiador! Maldita sea, ¿ahora que voy a decir a mis padres, que mi vida se acabó prácticamente? No! Voy a encontrar otro banco, uno aún más superior, y voy a limpiar sus suelos con la elegancia de un cisne en un Lago!’ 
‘¿Estas bien?’ Anda, las primeras palabras que se atrevieron a salir de su boca desde el primer día de la semana. 
‘¡Cállate mujer, que necesito pensar!’
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maysavagee · 3 years
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El viejo
Aquella noche volví del cumpleaños de Juan, pasaban de las 12, no me percaté bien de la hora pero lo supe porque de camino a casa escuchamos el Himno Nacional en la radio. Mi amigo me dejaría en casa y él volvería por carretera durante casi 20 minutos o más para volver a la suya. Me despedí de él prometiendo darle su suéter en los días siguientes. Bajé del auto, tomé las llaves y miré la calle, un faro la ha iluminado desde que tengo memoria. El silencio inundó por completo el ambiente, lo interrumpí al abrir el portón de casa y al cerrarlo de vuelta. Cambié de llave y abrí la puerta de mi entrada. Todo estaba oscuro, recuerdo haber pensado Mi hermano aún no llega, ya es algo tarde. Realmente nunca me ha molestado estar sola y la oscuridad muy pocas veces logra hacerme sentir una sensación en la espalda. Prendí la luz y me sorprendió no escuchar ni ver llegar a ninguno de mis gatos. Los llamé y ninguno vino a encontrarme. Pasé la cocina, prendí la luz del pasillo frente al baño y entré a mi recámara. Uno de mis gatos se encontraba sobre la esquina del cuarto, la poca luz que entraba del pasillo me ayudó a observarlo, me miraba hecho un ovillo y gruñía, sus ojos de gato se iluminaban intensamente. Encendí la luz y dije -¿Te pasa algo?- entré como de costumbre al cuarto, dejé la mochila sobre la cama y descansé sobre ella. El gato no dejaba de mirar a la puerta y aquí debo reconocer que mis nervios comenzaron a delatarme -¿Estás loco?- dije intentando distraerme de la extraña sensación que recorría mi cuerpo. Tomé el teléfono y puse una canción para ignorar con mayor facilidad a mi gato. Llevaba un par de canciones cuando un respingo alarmante de mi gato me devolvió los nervios seguido de un ruido provocado por mi perro en mi ventana. Mi respiración se aceleró. Escuché abrirse la puerta del baño en el pasillo, la música se detuvo echándole la culpa al mal tráfico de datos de mi compañía de internet. El silencio me llenó de miedo y una sensación de no estar sola me llenó por completo. Las sillas del comedor se arrastraron por el suelo. La luz de la habitación me dio el valor de ir a investigar, el pensamiento racional me hacía justificar cualquier ruido extraño, mis gatos siempre han sido muy ruidosos. Crucé el pasillo y me encontré con la cocina en el mismo estado que cuando había entrado. Me quedé un rato quieta cuando un hombre muy alto vestido con gabardina negra se acercó a la puerta, era perfectamente reconocible a través de los barrotes y del cristal de la puerta. Me congelé, intentaba pensar en lo poco real que estaba siendo la situación cuando en un segundo se pegó a ella y se puso a golpearla mientras gritaba -¡DÉJAME ENTRAR, DÉJAME ENTRAR!- su voz era de un hombre viejo, su tono era espeluznante, desesperado. Di un brinco mirando la escena inundada de terror. El hombre se alejó riendo, fijando su mirada en mí con una sonrisa que me heló la piel. La música se reanudó y mi segundo gato apareció acariciándose en mis pies. Corrí a mi habitación, me metí bajo las cobijas. Escuché a mi hermano llegar treinta o cuarenta minutos después. Me quedé dormida. Nunca más hablé del tema. El viejo me visitó en mis sueños algunas noches, pidiéndome que lo dejara entrar.
Maysavagee
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esuemmanuel · 3 years
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El Bar De Los Muertos.
by Esu Emmanuel©
 I
Bebíamos de la noche la vid de las estrellas mientras la frialdad de nuestras tumbas nos invitaba a salir de ellas. Ya era costumbre levantarnos al caer el atardecer; apenas se ocultaba el sol y ya estábamos abriendo nuestros ataúdes. Una vez afuera, buscábamos nuestra mesa preferida en el bar que construimos con la finalidad de conocernos y sacarnos un poco de la costumbre que ya era legendaria. Teníamos cientos de años descansando en ese camposanto que nos conocíamos de siempre, pero nunca faltaba el nuevo inquilino que se desconcertaba al escuchar la música al caer el sol, y es que encendíamos la radio para amenizar el tétrico ambiente en el que convivíamos a diario. No era sencillo darle un toque de vida al lugar en el que nuestros restos pasaban la eternidad, pero, al menos, intentábamos inyectarle un poco de animosidad.
Cierta noche, apareció un trío en el bar. No los habíamos visto jamás, lo que nos hizo suponer eran recién llegados; dos mujeres y un hombre, tenían la apariencia de conocerse de hace tiempo, pues bromeaban y reían de manera desgarbada. Las dos mujeres eran hermosas, mientras el caballero tenía un aire algo tonto, parecía nervioso y distraído; hablaba poco y, al parecer, no sabía aún que estaba muerto, se le podía apreciar en los ojos, todavía se le veía arder la esperanza de la vida en las pupilas. Los vimos pasar y sentarse en una mesa cercana a la barra, el hombre pidió por los tres y, a pesar de sentirte extraño en el lugar en el que estaban, no pudo negarse a ser un caballero con las damas. Ambas mujeres reían y miraban los alrededores con ligera curiosidad y asombro; no era un lugar común al que habían llegado y lo sabían. Una de ellas, ya bebiendo un poco de la copa que le había servido una de nuestras más antiguas meseras, preguntó a sus acompañantes si no les parecía tenebroso el ambiente, además se aspiraba un profundo aroma a muerto que era difícil de ignorar. Había bruma y no eran paredes, sino criptas, las que adornaban el espacio. En realidad, nuestro bar era el centro del panteón, ahí en donde se apilaban en largos monumentos los cuerpos que iban depositando los vivos para su eterno descanso. El hombre tragó saliva al observar ya con mayor detalle lo que les rodeaba, miró a los compañeros de servicio e inhalo el perfume que se esparcía en el aire. Recordó que había llegado en automóvil solo, pero con la consigna de encontrarse con ellas ahí. Elevó la mirada a lo que pensó sería el techo, encontrándose con la luz de millones de estrellas que titilaban a la par de la bruma que los cobijaba. No había techo, sólo el firmamento nocturno y gélido. Todo era tan surrealista. Tan increíble. Bajó la mirada, topándose con la mesera, la misma que no lo había dejado de observar. El hombre sintió temblar sus ya heladas extremidades y preguntó, ya sin titubear, a sus acompañantes si sabían en dónde estaban. Las mujeres dejaron de reír, sólo para mirarlo furtivamente y siguieron en su inaudible conversación. No podía escucharlas. De repente, la música que sonaba le llenaba los oídos. No quiso seguir ahí. En la desesperación de no saber a ciencia cierta cómo es que había llegado ahí, se puso de pie y salió a la calle. Estaba desierta. Las luces de las farolas iluminaban tenuemente la callejuela. Elevó la mirada al cielo para encontrarse con la negrura más densa. El fulgor de los astros había desaparecido, no había luna ni brillo, todo era oscuridad, silencio y soledad. Caminó por la banqueta hacia su automóvil, el cual parecía esperarlo pacientemente. Al llegar a la portezuela, se percató de la situación en la que estaba el pobre objeto ya sin valor. Los cristales estaban destruidos al igual que la pintura y los faros. Trató de abrirlo, pero no pudo, estaba atascado. Metió la mano, tratando de alcanzar las llaves que yacían tiradas en el asiento, las tomó con dificultad, mientras lo que parecía ser su corazón, palpitaba apresuradamente. Miró el llavero del cual colgaba la llave del automóvil, percatándose de una mancha de sangre ya seca que la pintaba. Dio unos pasos para atrás con el llavero pegado a su mano, tratando de lanzarlo al piso, pero éste no cedía. No entendía. Nada entendía.
La música continuaba en el bar de los muertos y el hombre que no conseguía comprender cómo había llegado a ese lugar, corría de una esquina a otra con la desesperación de un loco y el llavero pegado a la mano... y yo, el que le miraba caer en un torbellino de zozobra desde la mesa en la cual bebía de mi licor favorito, me puse de pie para acompañarlo. Le di un sorbo a mi bebida y uno a mi cigarro, mientras la noche danzaba despacio ante nuestras gélidas presencias. El hombre seguía corriendo despavorido, queriendo salir de la calle, lo cual era imposible ya. Nadie podíamos salir de la calle. Nadie podíamos volver a la vida. Nadie, de todos los que estábamos disfrutando de esa noche en ese bar, habíamos regresado al mundo de la luz, pues, todo lo que nos quedaba era un espacio en este camposanto que hacía de puente y hogar para el descanso de nuestros espíritus. Estiré mi pie al momento de verlo pasar frente a mí para hacerlo caer. Lo vi rebotar en el piso al mismo tiempo que besaba el asfalto con la cara y el llavero, el cual le colgaba de la mano, se esfumaba. Caminé hacia donde había caído y di otro sorbo a mi cigarro con la tranquilidad que sólo la noche más bella puede otorgar. El hombre, aún agitado, se puso boca arriba. Su rostro estaba bañado en agua; lloraba. Me puse de cuclillas y le sonreí con la camaradería que me caracterizaba, le ofrecí la mano para ayudarlo a levantarse, pero no la tomó. Se quedó ahí, tirado, mirando hacía las sombras de un cielo que no existía. Me tiré a su lado y suspiré; sabía que era un trago amargo el que se estaba bebiendo y que iba a tener que asimilarlo pronto, ya que si no lo hacía podía perderse en la locura, y de estar loco y muerto a sólo estar muerto hay una gran diferencia. Lo escuché sollozar, gritar y quejarse. Vaya que le dolía estar ahí, en esa calle oscura y sin salida, bajo ese cielo negro y vacío. Acompañarlo fue remontarme a mi momento y, como éste, no fue tan diferente. No corrí buscando una salida, pero si lloré el haber perdido la vida en la cumbre del éxito. Era un joven que amaba vivir y gozaba plenamente de mi condición pudiente en la que me había tocado nacer; era hijo de un prestigioso empresario que no dejaba de viajar y que me invitaba a hacerlo con él a partir de que cumplí la mayoría de edad. No podía quejarme de la vida que tenía ni de los placeres que, a muy corta edad, tuve el privilegio de gozar. Fui tan ingenuo, como todos los que creemos que nunca vamos a morir, que me expuse en un sinnúmero de veces a la catástrofe, pensando que la suerte iba a favorecerme siempre. Lamentablemente, no fue así. Gracias a la inmadurez y a la descarada soberbia que padecía, me enfrasqué en vicios que fueron mermando mi inteligencia; buscaba el placer en las mujeres, en el derroche y en el juego. No me importaba tirar el dinero, pues no era mío, y tenía la certeza de que nunca iba a faltarme, pero, la realidad es que el dinero es lo que menos importa perder cuando la vida es la que se pone en juego. La vida sólo es una y tarde lo aprendí. Embriagado de lujo, de hedonismo y locura, me embarqué en una noche de drogas y alcohol, de sexo sin control y fiesta sin fin hasta que mi cuerpo dejó de latir. Me encontraron tirado en la sala de mi apartamento, en medio de la basura que dejó la fiesta en la que morí. Amigos no tuve, pero compañeros de parranda sí, y estos fueron los que dieron fe de mi muerte.
—Tenía veintisiete años cuando morí. —le dije al que lloraba a mi costado mientras le daba el último sorbo a mi cigarro, lancé la colilla al viento y dejé salir el humo a través de mi boca y nariz. El hombre se llevó las manos al rostro y secó su llanto, no podía articular palabra, y lo entendía, así lo entendía sin decirme palabra, pues, lo que fuera que quisiera decir, ya lo había dicho yo en el momento en el que llegué aquí. Dejamos pasar un tiempo, quizás un par de horas, la noche era larga, no había a dónde más ir. El tiempo pasaba lento, no había prisa; así fue como su llanto menguó. Se descubrió la cara y respiró lo que bien podía ser la ilusión del aire. Tragó saliva y volteó a mirarme. Era tan parecido a mí que bien podíamos pasar por hermanos, aunque él era un poco mayor.
—Apenas puedo recordar lo que pasó… —me miró con esos ojos ahogados en agua, con una pena que podía desgarrarle el alma a cualquiera. Temblaban sus manos, sus labios, su cuerpo entero y su respiración podía escucharse haciendo eco en el vacío de la noche.
—A veces es mejor no recordar. —le dije con toda la comprensión que cabía en mí. Estaba siendo sincero. A mí llegada nadie me recibió, ni siquiera se asomaron por curiosidad para conocer al recién llegado. Traté de salir de esta calle millones de veces hasta que recordé mi muerte, eso fue lo que me llevó a aceptar que estaba muerto y esto era el final. Un camposanto en medio de la nada con un triste bar, en el cual pasábamos todas las noches, velando por nuestro eterno descanso y soñando con esa vida que dejamos, algunos temprano y otros ya muy tarde. Nadie de los que estábamos ahí éramos del todo felices. Cargábamos con la agonía del “quizás” y el “hubiera”, había arrepentimiento en nuestras memorias y un dejo de desolación que ni el vino de ultratumba más costoso podía borrar.
—Duele, algo duele dentro. Me siento partido, como si algo me hubiese sido arrancado con furia. Es una tristeza sin mesura, una congoja que me asusta y me provoca querer correr hasta cansarme o desaparecer. —lo escuché atento mientras volvía a irme hacia mi pasado. Es verdad que sentía que algo me había sido robado. Quizás era esa parte del alma que había perdido al morir; el aliento de vida, la parte humana, la corpórea, la real. No sabía. No tenía idea. Nadie la tenía. Éramos únicamente los despojos de una vida que se nos fue de las manos. La mayoría de los que descansábamos ahí habíamos fallecido en accidentes, otros tantos por suicidio. No había ningún alma que hubiese muerto por causas naturales o asesinato. Todos habíamos tenido un cierto grado de responsabilidad en nuestra muerte, eso era lo curioso de ese lugar y, aunque había hablado ya con muchos otros difuntos, pocas veces me había puesto a profundizar en eso.
—¿Y las mujeres con las que llegaste? ¿Quienes son? —le pregunté tratando de hacerlo salir de ese dolor en el que estaba, aunque sabía que no iba a ser sencillo; podía empeorar la situación, sin embargo, tenía la curiosidad de saber quienes eran las mujeres y cómo es que habían llegado juntos. No recordaba que alguien más hubiese llegado así, en trío o en pareja. Para mí era algo nuevo, por eso me llamó la atención. Verlos entrar así, con esa jovialidad, esa alegría y esas carcajadas que nos cimbraron a todos ahí. Luego él, con ese brillo en los ojos parecido al titilar de una estrella solitaria, me cautivó. Tenía esa luz que la vida te pone en la mirada cuando respiras a su par. Debía saber más, de ellas y de él, más de él. Me tenía absorto, aun con su llanto y su dolor, aun con su pena y su resistencia. Tenía ese algo que perdí y que creí no iba a poder encontrar jamás.
Se quedó callado por unos minutos mientras se pasaba las manos por el rostro y secaba las lágrimas que seguían cayendo. Frunció el entrecejo, tratando de recordar de dónde habían salido las damas. Absorto en el vacío de esa nada que nos cobijaba, suspiró cansado y, sin reparar en nada, soltó un fuerte sollozo que terminó por provocarle abrazarse a sí mismo. Se rodeó con sus propios brazos con fuerza al tanto gemía entre dientes unas palabras. Traté de descifrar lo que decía, pero no alcanzaba a entenderlo. Lo dejé llorar, no podía pedirle dejara de hacerlo. Debía respetar su duelo, esa aceptación que tarde, quizás, llegaría. Mientras tanto, callé y miré hacia la nada. Respiré profundo y sonreí, extrañamente lo hice. Hacía tanto tiempo que no lo hacía. Era una sonrisa fuera de lugar, pero emergía de lo más profundo de mis inexistentes entrañas. Y era absurdo, totalmente, pues, mientras él lloraba amargamente, yo sentía que la muerte me estaba dando otra oportunidad para sentirme vivo.
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leonhart-noctem · 3 years
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…No obstante, la noche ascendía, cual humo oscuro, colmando los valles. Éstos no se distinguían ya de las llanuras. Y se iluminaban los pueblos, y las constelaciones de las luces se contestaban unas a otras. Él también, haciendo parpadear con el dedo sus luces de posición, respondía a los pueblos. La tierra estaba llena de llamadas luminosas; cada casa encendía su estrella, frente a la inmensa noche, del mismo modo que se vuelve un faro hacia el mar, todo lo que cubría una vida humana, centelleaba. Fabien se admiraba de que la entrada de la noche fuese, esta vez, como una entrada en una rada, lenta y bella.
Vuelo nocturno
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purawira · 4 years
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Al final del día quedamos solos en la privacidad del auto. Él se incorporó en el asiento del conductor y yo en el copiloto, mientras tenía una paleta en la boca. "Deja ese bombón a un lado", me dijo. Me saqué el bombón de la boca y lo puse frente a mi rostro, examinándolo minuciosamente pensando en mi próxima movida. Él me vio intentando leerme, con curiosidad e impaciencia. Ambos sabíamos que el siguiente paso era el beso, pero ¿qué tipo de beso?
Alejé el bombón de mi rostro y lo puse frente a sus labios. Él me vio con curiosidad intentando saber cuál era mi instrucción. Me acerqué a él, dejando solamente el dulce como separación de nuestras bocas, con lo que la instrucción era un poco más clara. Abrió la boca y yo seguí sus movimientos. Acercó su lengua al bombón y comenzó a lamerlo con cierta inclinación. Al mismo tiempo, yo también pasaba mi lengua por el bombón y comenzamos un beso apasionado con el dulce de por medio. En algún instante él tomó el bombón con su mano, lo sacó del camino y comenzamos a besarnos de manera profunda y cálida.
Comencé a inclinarme directamente en el asiento del piloto. Dejé de besarlo y pasé mi mano por su entrepierna, el asiento del sillón del piloto y la manija baja. La accioné y corrí el asiento hacia atrás; seguido a esto, procedí a sentarme sobre sus piernas, viéndonos de frente y a los ojos. Nada más que las luces de los faros de la calle iluminaban nuestra escena, dándole un tinte amarillo-naranja a la situación. Él, con la paleta en su mano, la puso en mis labios y esperó a que siguiera. Abrí la boca y saqué ligeramente la lengua, a lo que él procedió a poner el dulce en mi lengua y moverlo hacia adentro y hacia afuera.
La tensión sexual subió de sobremanera, pero la intimidad del momento, nos dejó implantada esa situación en nuestras cabezas. El resto, ya sabrán lo que pasó.
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mypatchseries · 4 years
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Crescendo - Capítulo 1
Delphic Beach, Maine
Día presente.
             Estaba de pie justo detrás de Nora, sosteniéndola entre mis brazos, mientras observábamos todo a nuestro alrededor. Me sentía relajado, aunque atento. Aún no olvidaba la última vez que había visto a Dabria, aunque no eran por las razones que a ella le hubiesen gustado, sino por lo que me dijo de los arcángeles. Por encima de nosotros, los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno, lloviendo corrientes de colores en el Atlántico.
La multitud hacía ohh y ahh. Era un junio tardío, Maine estaba saltando hacia el verano con ambos pies, celebrando el comienzo de dos meses de sol, arena y turistas con los bolsillos llenos. Para mí, era el comienzo de una larga y exhaustiva investigación; tenía que encontrar la manera de liberarme de los arcángeles, y sin perjudicar a Nora. Debí suponer que ellos no me dejarían ser un custodio así como así. Me odiaban lo suficiente como para romper una de sus reglas, y enviarme derechito al infierno y sin paradas. Tenía que evitar esa mierda a toda costa.
El departamento de bomberos se estaba encargando de los fuegos artificiales en el muelle que no podían estar más lejos de ciento ochenta metros de la playa donde nosotros estábamos parados. Las olas chocaban en la playa justo debajo de la colina, y la música del carnaval tintineaba a todo volumen.
—Voy a buscar una hamburguesa de queso—dijo Nora, mirándome— ¿Quieres algo?
<<A ti>> pensé.
—Nada de lo que está en el menú—me limité a responder.
Sonrió.
— ¿Por qué Patch, estás coqueteando conmigo?
Puse mis manos en ambos lados de su cabeza y la acerqué a mí para darle un beso.
—Todavía no. Yo iré por tu hamburguesa de queso. Disfruta del resto de los fuegos artificiales.
Sin embargo, antes de poder dar media vuelta para buscar su comida, me detuvo sujetando una de las tiras de mi cinturón.
—Gracias, pero ya la ordeno yo. No puedo soportar la culpa. —dijo.
De acuerdo, no tenía ni la menor idea de a qué se refería. Enarqué mis cejas en modo interrogación.
— ¿Cuándo fue la última vez que la chica del puesto de hamburguesas te dejó pagar por la comida?—preguntó.
—Ha pasado tiempo—respondí.
—Nunca ha pasado. —Replicó—Quédate aquí. Si te ve, pasaré el resto de la noche sintiéndome culpable.
Muy bien, como quiera. Saqué mi billetera y extraje un billete de veinte.
—Déjale una buena propina—le dije.
Su turno de enarcar las cejas, se veía realmente guapa.
— ¿Estás tratando de redimirte por todas las veces que tomaste comida gratis?
Sí, muy guapa.
—La última vez que pagué, ella me persiguió y empujó el dinero en mi bolsillo—le dije. —Estoy intentando evitarme otro toque.
Me miró pensando en si creerme o no, hasta que finalmente notó que decía la verdad. Se marchó, dejándome solo, así que comencé a caminar por los alrededores. La noche estaba provechosa y animada, pero había algo que no me encajaba. Algo que no andaba bien.
Caminaba por la orilla del mar mientras lanzaba miradas furtivas a mí alrededor, y por un momento pensé en ir tras Nora. Pero me contuve; si ella estuviese en peligro lo sabría.
Una mano se posó en mi hombro y me di la vuelta, encontrándome cara a cara con Rixon.
— ¿Solo y triste? —preguntó él.
Sonreí.
—Acompañado y feliz—corregí.
El miró a ambos lados, y detrás de mí, buscando a alguien.
—Pues hermano, creo que te has vuelto loco, porque te veo a ti, y solo a ti.
—Nora fue por una hamburguesa.
— ¡Ah, Nora! Todavía no sé si sentirme celoso de ella, o feliz por ti. Últimamente te has desaparecido de mi vida, Patch.
Solté una carcajada.
—Tengo más trabajo que de costumbre—admití.
—Cierto, ahora eres un custodio—dijo, con un deje filoso.
Fruncí el ceño.
— ¿Qué pasa?
—Nada, no es nada—dijo, reapareciendo su sonrisa— ¿Quieres jugar a los bolos? Te apuesto cien dólares a que no me ganas.
—Siempre te ha gustado perder el dinero, ¿verdad?
Se encogió de hombros, y sonrió. Sin embargo, había algo en esa sonrisa que no me convencía. Algo en la profundidad de sus ojos que no me inspiraba confianza.
Decidí restarle importancia al asunto y nos encaminamos al lugar donde jugaríamos. No estaba tan concurrido, sin embargo había un par de personas (más específicamente mujeres) que se nos quedó observando al entrar.
—Esta es mi vida, cariño—susurró Rixon, guiñándole un ojo a una mujer al otro lado de la sala.
Sonreí.
—A veces me pregunto qué pasaría si te enamoraras de alguien—le dije.
Soltó una ligera carcajada.
—El amor es para los débiles—Dijo, y antes de que pudiera darle un puñetazo en la nariz, agregó: —Y para los más fuertes. Yo no soy ni uno, ni otro.
Me acerqué a la barandilla y pagué por unas cuantas jugadas. Sabía que Rixon perdería, así que no me importaba adelantarme a los hechos.
—Dos oportunidades solamente. Una jugada. Cien dólares—propuso él.
Me encogí de hombros.
—Cien dólares me los gano a cada rato en el billar. ¿No tienes una propuesta más decente?
—Amigo, ¿Cuánto puedes pensar que gano en el servicio de electricidad?
—No me digas, ¿No estafas a las mujeres?
Sonrió perversamente.
—Eso es un secreto.
Se posicionó frente a las bolas y cogió una. Hizo el lanzamiento y sonrió, derribando la mayoría de los bolos.
—Supérame—retó.
Estuvimos un largo rato jugando. Bueno, estaría mejor decir que estuve un largo rato humillándolo, porque lo que él hacía con dos bolas de boliche, yo lo hacía con una. Al cabo de un rato, sólo quedaban tres bolos que me darían la victoria.
—Cinco dólares a que no puedes hacerlo de nuevo—dijo Nora de pronto, apareciendo atrás de mí.
Patch miré hacia atrás y sonreí.
—No quiero tu dinero, Ángel.
—Hey ahora, niños, vamos a mantener esta discusión en un rango que implique solo besos—dijo Rixon. <<Por favor>> añadió en mis pensamientos.
—Todos los tres pinos restante —Me retó Nora.
— ¿De qué clase de premio estamos hablando? —Le pregunté.
—Demonios—dijo Rixon. — ¿Esto no puede esperar hasta que estén solos?
Le regalé una sonrisa secreta a Nora y luego cambié mi peso hacia atrás, acunando la pelota contra mi pecho. Moví mi hombro derecho, estiré mi brazo, y envié la pelota volando lo más fuerte que pude. Hubo un ruidoso estallido, y los tres pinos restantes se dispersaron de la mesa.
—Sí, estas en problemas chica —gritó Rixon por encima de la conmoción causada por un montón de espectadores, quienes me estaban aplaudiendo y silbando.
<<Así es como se hace, cariño>> grité en los pensamientos de Rixon.
Me incliné hacia atrás contra la cabina y le arqueé las cejas a Nora. El gesto decía todo: Págame.
—Tuviste suerte —dijo ella.
—Estoy a punto de tener suerte. —Insinué
—Escoge un premio —Me ladró el anciano encargado de la cabina, agachándose a recoger los pinos que habían caído.
Observé los “premios” que había en el mostrador, deteniendo mis ojos en uno en particular.
—El oso morado —dije, y acepté un osito horrible con una espesa piel morada. Lo sostuve para ella.
— ¿Para mí? —dijo, presionando una mano contra su corazón
—Te gustan los rechazados. En el supermercado siempre eliges las latas abolladas. Estuve presentado atención —. Enganché mis dedos en la banda de la cintura de sus jeans y la atraje más cerca de mí. —Salgamos de aquí.
— ¿Qué tienes en mente? —pero estaba completamente caliente y agitada por dentro, porque sabía exactamente lo que tenía en mente.
—Tú casa.
Sacudió su cabeza.
—No va a pasar. Mi mamá está en casa. Podríamos ir a tu casa —insinuó.
Me envaré. Bien, eso no podría ser posible. Llevarla a mi casa significaría mantener un trato íntimo con ella, y tenía que asegurarme de que los arcángeles no notaran que estaba completamente loco por Nora. Nathanael me lo había advertido. No podía permitir que me quitaran a mi chica, nadie iba a hacerlo.
—Déjame adivinar—dijo. —Vives en un componente secreto debajo de la cuidad.
Cerca.
—Ángel.
— ¿Hay platos en el lavabo? ¿Ropa interior sucia en el piso? Es mucho más privado que mi casa.
—Es cierto, pero la respuesta todavía es no.
— ¿Rixon conoce tu casa?
—Rixon necesita conocerla.
Bien, no tan cierto, pero vamos, lo conocía de toda mi existencia. Tanto en el cielo como en la tierra.
— ¿Yo no necesito conocerla?
Mi boca se torció.
—Hay un lado oscuro que no necesitas conocer.
—Si me la muestras, ¿Tendrías que matarme? —adivinó.
Envolví mis brazos a su alrededor y besé su frente.
—Lo suficientemente cerca, ¿A qué hora es tu toque de queda?
—A las diez, la escuela de verano comienza mañana
Miré mi reloj.
—Es momento de irnos.
Nora hizo un puchero y dio media vuelta. Subimos al jeep y me le pedí que se colocara el cinturón de seguridad. La moto había pasado a la historia. Cuando se corrió el rumor de que me habían regresado mis alas, un grupo de caídos la destruyeron. De ellos sólo quedó el recuerdo.
A las 10:04 hice una vuelta en U frente de la granja y me estacioné cerca del buzón de correo. Apagué el motor y las luces de los faros, dejándonos solo en la oscura naturaleza. Nos sentamos así por mucho tiempo.
— ¿Por qué estas tan callada, Ángel? —pregunté.
— ¿Estaba siendo callada? Solo prestaba atención a mis pensamientos.
El temblor en su voz y en su quijada me hizo notar que estaba mintiendo. Una sonrisa que-apenas-estaba-ahí curvó mi boca.
—Mentirosa, ¿Qué está mal?
—Eres bueno —dijo.
Mi sonrisa se amplió una fracción.
—Realmente bueno.
—Huí de Marcie Millar del puesto de las hamburguesas —admitió. Su rostro tornándose triste—Ella tuvo el suficiente tacto como para recordarme que mi papá está muerto.
Zorra.
— ¿Quieres que hable con ella?
—Eso suena como el Padrino.
Sonreí.
— ¿Cómo empezó la guerra entre ustedes dos?
—Esa es la cosa. Ni siquiera yo lo sé. Solo solía ser acerca de quién obtenía la última leche chocolatada en la cafetería. Luego un día en la secundaria Marcie fue a la escuela y pinto con spray “puta” en mi casillero. Ni siquiera intentó ser cautelosa sobre ello. Toda la escuela lo supo.
— ¿Ella se volvió loca así como así? ¿Sin razón?
—Sip.
Puse uno de sus rizos detrás de su oreja.
— ¿Quién va ganando la guerra?
—Marcie, pero no por mucho.
Mi sonrisa creció.
—Ve por ella, tigre.
—Esa es otra cosa ¿Puta? En la secundaria ni siquiera había besado a alguien. Marcie debió haber pintado con spray su propio casillero.
—Empiezas a sonar como si estuvieras colgada, Ángel —. Deslicé mi dedo debajo del tirante de su top sin mangas, que desde hacía rato me andaba tentando. —Apuesto que puedo alejar de tu mente a Marcie.
Miró en dirección a su casa, y luego a mí. Desabrochó su cinturón y se dobló a través de la consola, encontrando mi boca en la oscuridad. Nos besamos lentamente, con suavidad. Mi boca rozó su garganta y le di un toque de mi lengua.
Mi beso se movió hacia su hombro desnudo, moviendo el tirante de su top sin mangas hacia abajo y frotando mi boca hacia abajo por su brazo.
Nora se arrastró por encima de la consola, sentándose con una pierna a cada lado de mi regazo. Deslizó sus manos por arriba de mi pecho, agarrándome por el cuello y empujándome hacia ella. Abracé su cintura, encerrándome contra ella, y se acurrucó más profundamente.
Deslizó sus manos por debajo de mi camiseta, haciéndome contener la respiración. La sentí llevar sus manos a mi espalda, y rozar levemente el lugar donde se encontraban mis alas. Tomé su mano y la deslicé hacia abajo, lejos de ese lugar.
—Buen intento —murmuré, con mis labios rozando los de ella mientras hablaba.
Mordisqueó mi labio inferior.
—Si pudieras ver mí pasado solo tocando mi espalda, tendrías un momento difícil resistiendo la tentación también.
—Tengo un momento difícil manteniendo mis manos alejadas de ti en estos momentos.
Bien, era bastante cierto. Nora rió, pero rápidamente se volvió seria.
—Nunca me dejes —Susurró, enredando un dedo en el collar de mi camiseta empujándome más cerca. Si pudiera sentir, la sangre ardería en mis venas ahora mismo. Siempre pensé que las emociones no eran algo que podían tener algún efecto en mí, sin embargo, ella había logrado sacar la parte más humana dentro de mí.
—Eres mía Ángel —murmuré, rozando las palabras a través de su mandíbula—Me tienes para siempre.
—Demuéstralo —dijo solemnemente.
Nadie nunca me había pedido que demostrara nada, así que realmente no sabía cómo hacerlo. La estudié durante un momento, luego se me ocurrió algo. Busqué debajo de mi cuello y desabroché la cadena de plata que he usado siempre, incluso cuando era un arcángel. Era demasiado importante para mí, porque con ella tenía poder sobre cualquier ser con alas. Podría hacerlo hablar con ello. Nunca me la había quitado.
Deslicé mis manos en su nuca, donde abroché la cadena.
—Me dieron esto cuando era un arcángel —dije. —Para ayudarme a percibir la verdad de la decepción.
Ella la tocó con ternura.
— ¿Todavía funciona?
—No para mí —entrelacé nuestros dedos y giré su mano para besar sus nudillos.
—Es tu turno.
Ella se quitó un pequeño anillo de cobre del dedo medio de su mano izquierda y lo sostuve para mí, un corazón estaba tallado a mano en el suave lado debajo del anillo.
Sostuve el anillo entre mis dedos, examinándolo silenciosamente.
—Mi papá me lo dio la semana antes de que fuera asesinado —dijo ella.
Mis ojos se cerraron con un golpe rápidamente.
—No puedo aceptar esto.
No podía. Sabía lo que significaba para ella. Sabía que era demasiado para mí.
—Es la cosa más importante en el mundo para mí, quiero que lo tengas—cerró mis dedos, envolviéndolos alrededor del anillo.
—Nora —dudé. —No puedo aceptarlo.
—Prométeme que lo guardarás. Prométeme que nunca nada se interpondrá entre nosotros—dijo. —No quiero estar sin ti. No quiero que esto acabe nunca.
Si había un hombre más feliz que yo en estos momentos, que lo trajeran. Porque su felicidad se vería opacada por la mía. Bajé la mirada al anillo en mi mano, volteándolo lentamente.
—Júrame que nunca dejaras de amarme —susurró.
Aunque ligeramente, asentí.
Se apoderó de mi cuello y me empujó hacia ella, besándome más fervientemente, sellando la promesa entre nosotros, cerró sus dedos contra los míos, el agudo borde del anillo cortando nuestras palmas. El anillo se enterró más profundamente en mi mano, hasta que estuve segura que había roto nuestra piel. Una promesa de sangre.
Al cabo de un rato de lo que sería uno de mis momentos favoritos, Nora se alejó, descansando su frente con la mía. Sus ojos cerrados, su respiración causaba que sus hombros se elevaran y cayeran.
—Te amo —murmuró. —Más de lo que creo que debería.
Entonces fue allí cuando lo escuché. Más que escuchar, lo sentí.
Murmullos, voces no muy contentas. El viento susurrar. La noche oscura.
Arcángeles.
Instintivamente mi agarre en Nora se apretó. No dejaría que me la quitaran. Primero tendrían que enviarme al infierno.
— ¿Qué está mal?— preguntó.
—Escuché algo.
—Esa era yo diciendo que te amo —dijo, sonriendo mientras trazaba mi boca con su dedo.
Mi mirada estaba fija en los árboles, porque sabía que era allí dónde se escondían.
— ¿Qué hay ahí afuera? —preguntó, siguiendo mi mirada. — ¿Un coyote?
—Algo no está bien.
Pude sentir que se congelaba, y se deslizó fuera de mi regazo.
—Estas empezando a asustarme ¿Es un oso?
Desearía que fuese un jodido oso. Los susurros aumentaron. <<Patch>> dijeron en mi cabeza.
—Enciende las luces de los faros y toca la bocina. —dijo ella.
Detrás de nosotros las luces del porche se encendieron. No necesitaba leer mentes o mirar para saber que Blythe estaría esperando a Nora con los brazos cruzados. <<Dos calles más abajo. Te esperamos. No tocaremos a Nora>>
— ¿Qué es? —Me preguntó Nora una vez más. —Mi mamá está saliendo. ¿Está segura?
Encendí el motor y puse el Jeep en marcha.
—Entra, hay algo que debo hacer.
— ¿Entrar? ¿Estás bromeando? ¿Qué está pasando?
Quise decirle que los arcángeles estaban buscándome, pero no creí que fuese correcto. Ellos estaban escuchando. Sabrían que la conexión entre nosotros era demasiado fuerte.
— ¡Nora! —gritó Blythe, bajando los escalones, su tono fue grave. Ella se detuvo a metro y medio del jeep y le hizo señas para que bajara la ventana.
— ¿Patch? —intentó de nuevo Nora, ignorando a su madre.
—Te llamo luego. —respondí.
Blythe tiró de la puerta para abrirla.
—Patch —reconoció secamente.
—Blythe —Respondí, con un asentimiento distraído.
Ella se volteó hacia Nora.
—Llegas cuatro minutos tarde.
—Estuve cuatro minutos más temprano que ayer.
—Rodar minutos no funciona con los toques de queda. Adentro. Ahora.
Nora me miró un poco desesperada, pero sabía que no tenía de otra.
—Llámame. —pidió.
Asentí una vez, prestando atención a los movimientos de las sombras detrás de los árboles. Se alejaban. Tan pronto como estuvo fuera del carro y en tierra firme, el jeep rápidamente se puso en movimiento hacia delante, no perdiendo tiempo en acelerar. Tenía bastante prisa, pues estaba nervioso. Quería terminar con esta charla incluso antes de empezarla.
Detuve el jeep dos calles más abajo, como me habían pedido ellos. El poder que destilaban era sumamente alto; sin embargo, no se comparaban con lo que yo una vez tuve. Para que lograran igualarme, tendrían que existir unos dos mil años más.
Me encaminé entre los arbustos, siguiendo mis sentidos hasta hacerles frente.
—Jev—saludó Celiane.
Celiane era un arcángel, que se me insinuó una temporada sintiéndose encaprichada conmigo. Me odiaba.
—Que pasa, Cel. —dije.
Apretó los puños a la mención de su antiguo apodo y me fulminó con la mirada.
—Venimos a recordarte las reglas, cariñito—dijo ella, con una sonrisa cruel en sus labios.
No sé porque presentía que nada de esto me iba a gustar.
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jcplana · 2 months
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Albert Sans - La puerta.
La puerta.  La casa tuvo otros moradores tras el fallecimiento de la mujer. Fue la puerta la justificación. Lo que aparentaba ser una puerta, pues no había abertura en el muro. Un marco sobre el ladrillo, un armazón de madera, un tirador, sin goznes, sin cerradura. El prado del otro lado. Nada en el plano original de la casa, ninguna remodelación.  Una factura apareció que reflejaba tal labor…
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paolaklug · 4 years
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Cuando escuché por primera vez al Señor del Mezquital, fue hace más de cinco años. Venía en la carretera federal 40, pasaban de las diez de la noche y casi no había nadie sobre el camino. A lo lejos, las sombras de los sahuaros y los mezquites danzaban lentamente ante los delgados faros que iluminaban con torpeza los Valles, las barrancas y las lejanas montañas. Recuerdo que había silencio y lo recuerdo bien, ya que de un momento a otro, no pudo escucharse nada; ni el sonido que el viento hacía al entrar por el resquicio de la ventana, ni el rodar de las llantas del trailer a mi lado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, fue entonces que lo escuché. Y la voz del Señor del Mezquital no es fácil de ignorar, es como escuchar el mar o la tempestad. Y después de hablar, me permitió verlo y cuando lo vi, supe que mi vida habría de cambiar para siempre. Y aunque soy hábil con las palabras, nunca he encontrado ninguna capaz de describir la forma en que me sentí ante su presencia. Durante el transcurso de los años, se apareció ante mi dos veces más, escribí sobre él - confesé parte de lo que me dijo en los Relatos de las Brujas Morenas y el Decálogo de las Brujas - y una vez que hice eso, no volvió a aparecer, por lo menos no, hasta esta noche... 🌩️ 🌵 . #paolaklug #brujasmorenas #natvia #relatosdelasbrujasmorenas #eldecalogodelasbrujas #brujasdeinstagram #witch #witches #witchessociety #brujasofinstagram #bruja #mextagram #culturamexicana #bookstagram #booklover #lacajadelosrelatos https://www.instagram.com/p/CAt-HyFp09a/?igshid=5syugkgx25m5
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neftissposts · 4 years
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2019 ha sido una noria vertiginosa
Parece que giramos tan lento que apenas podemos percibir su movimiento pero este 2019 yo he sentido el vértigo de las subidas y las bruscas bajadas.
Empecé con ilusión dispuesta a cambiar el dolor que ya había sentido durante el año anterior, noté las constantes caídas. Cómo me echaba cara la vida a cada paso que daba para tirarme dos hacia atrás. No levantarme del suelo por días y ser consciente de la incapacidad a la que me estaba sometiendo. La tortura psicológica ha sido abrasadora. Los días en los que mi mente iba más deprisa que el mundo tanto como para hacerme preguntas cuyas respuestas eran unos nuevos interrogantes. Los análisis exhaustivos que me hacía cuando el mundo daba miedo y aquí dentro solo llovía, tras esa puerta que separa este vaso de cristal que vaciaba tanto como podía en mis textos. Conocí la pérdida. Tan de repente, tan inesperada. Unos días de ingreso que vinieron a verme y ahí estaba él y un abrazo más tarde se fue sin saber qué a los dos días me despertarían diciendo que te habías ido para no volver jamás. Fue entonces cuando el miedo de mi subconsciente me dedicó su risa más profunda y me dijo que la duda sería la asesina más poderosa que viviría en mí, que de ella se alimentaba.
Lo que me dejó aún más abajo fue el darme cuenta de la fragilidad de la vida y es que me veía ahí, tan fuera de mi mundo observando la escena y viendo como todos vivían ignorantes mientras la muerte les iba burlando a pasos escasos, al doblar la esquina, y Nadir se estaba enterando. Entré en pánico al verla perseguirme. Iba más allá cuando sólo su idea se sentaba en mi pecho, me cogía del cuello o me susurraba en la cabeza. Dos meses más tarde, se fue ella. Y aprendí que la vida no es justa. Y me frustré por irme dando cuenta a pasos muy adelantados que nosotros íbamos haciendo el camino, que no estaba hecho. Que nosotros ralentizábamos el paso para que nos pillara la guadaña o corriamos. Me di cuenta cuando el aire no me iba a dejar correr. Cuando ví que tenía un duelo que aceptar si o sí. Es entonces cuando caes con todo lo que tienes. Duele aceptar. Duele doblemente ser consciente de lo que implica esa aceptación. Entre espada y pared sólo te queda no temblar demasiado para conseguir salir de ahí de lado y entonces con suerte poder coger aire y seguir. Aunque siempre tengas esa posibilidad de que un día, de repente, dejes de hacerlo.
Conocí mi escala de grises, la hice más mia que nunca. De blancos y negros, oscuridad y luz. Y aunque tuve que llover mucho, pinté arcoíris. Cuanto más aguaceros me nublaban la visión en ese barco a deriva, di con faros que iluminaban, me enseñaban a navegar en marea alta y me enseñaron que las sirenas sí existen. Me anclé a islas desiertas para los días de cansancio mientras unas cadenas bien fuertes me sujetaban y por el camino, en días calmados me bañé en corrientes cálidas, fugaces e intensas.
Cuando el sol me dedicaba sus rayos calentando el alma y abrazando mi ser, conocí la kairosclerosis.Sin necesitar de nada, salvo un sol que me recordase que seguía ahí para mi cuando pudiese volver. De noche, las estrellas me vigilaban y la más pequeña y brillante Deneb Algedi prometió observar,desde un 26 de noviembre en el que empezó a aparecer en mi cielo tímidamente, esta mota de polvo a la que le dieron vida en un lienzo tan negro.Y cómo no usar el mar como unidad de medida si es el que en este vaso tanto me ha ahogado a la par que dado calma.
Tras el cristal, cada día más roto hasta que consiga liberarme y estar con vosotros, seguís observando. Aprendí de este aikido convirtiéndola en mi arma más letal.
Ahora muestro cicatrices y las baño en oro para enorgullecerme de la sangre que derramo en cada texto que escribo.
Ahora veo vuestras olas mientras yo a mis textos les dedico estos guiños.
Ahora mis rosas florecen de nuevo y no quieren permitir que nada les impida crecer todo lo que siempre han querido.
Ahora no están solas porque incluso en Diciembre, el sol se viste de gala para verme entre ellas bailar contigo.
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rominaotero2 · 6 years
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Renata...
Quizas solo fue un simple sueño, tal vez asi es como lo puedo ver ahora, pero parecia tan real, y aqui va asi aquel sueño que me hace sonreir:
Una noche especial y diferente llega un dolor casi de repente, luces, medicos y un llanto eso fue lo que se pudo observar desde mi punto fijo de vision, una camilla de hospital donde veia cortar el cordon umbilical que me unia a dos pequeñas criaturas cubiertas de sangre tan roja como aquellas frutillas que habia desayunado en la mañana. Pasaron dias y descubri que eran dos nenas de nombre Renata y Carla(Agustina, Julia, etc) no entendia porque la segunda cambiaba de nombre cada vez que aparecia, pero de aquella niña Renata con pantaloncitos rosa y remerita azul, con unos ojos color gris que iluminaban cada vez que la mirabas, era como mirar unos faros reflectantes.
Verla me producia una paz en mi, no entendi muy bien porque tenia dos hermosas nenas y solo recordaba el nombre fijo de solo una, sera una forma de decirme algo? No lo se pero lo que si puedo decir es que... RENATA es un aire de esperanza... :)
                                     Aschenike
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namsooh · 7 years
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“Wait, what?!” (minhye aka dvarhye)
My muse goes into the back yard to find your muse holding firecrackers and covered in the remains of what appears to be a pumpkin.
@dvarhye
Si había algo que a Soohyun le molestara era la suciedad. Quizá se debía al hecho de que, desde pequeña, le fue inculcado el hábito de ordenar y mantener limpias las áreas que frecuentaba, y evitar hacer desastres en aquellas que visitaba. Gracias a esto, el sacar la basura de su dormitorio era una práctica regular; casi inconsciente, una pieza más de la rutina habitual que solía realizar antes de prepararse para ir a la cama. 
Quizá algo como aquello habría seguido en sus tintes de simpleza de no ser por la imagen que Soohyun divisó aquella noche. Tan solo las luces a las afueras del edificio de dormitorios donde habitaba iluminaban el pequeño trayecto hacia las espaldas de la construcción, dónde se encontraban los grandes depósitos de basura. La bolsa mediana que contenía en su mayoría papeles y unos cuantos envases vacíos se mecía con el caminar de la castaña, hasta el momento en que se hubo detenido. Frenó, completamente fija en la escena frente a sí. 
Sin duda alguna lucía desaliñada, y por la luz que emanaban de los faros rodeando el edificio pudo notar que en aquellos mechones obscuros pequeñas tiras naranja se enredaban. Se veía sucia, pegajosa…  y también peligrosa. O al menos fue la sensación que la futura lingüista obtuvo al interior de su cabeza en cuanto vio lo que la chica sostenía en su mano. SooHyun alzó la propia a la altura de su pecho, señalando que iba en son de paz “Uh… yo sólo…” apuntó con el dedo al contenedor de basura, y dando un par de pequeños pasos dubitativos se acercó a él lo suficiente para arrojar la bolsa dentro. A continuación, volvió su mirada a la joven cubierta en lo que parecían ser restos de una calabaza. Tantas preguntas pasaron por su cabeza, pero lo único que Soohyun pudo expresar fue “Creo que necesitas una ducha… y dejar esas cosas lejos de aquí…”
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ariadely · 7 years
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Hola, Igor.
Hola, Igor. (parte 1)
Siendo otro diría que encontrar el amor en una fiesta es estúpido y que terminaría fatal, pero penosa mente mi cordura se fue junto a mi mente, y todo tipo de buen juicio que me impediría enamorarme de un simple extraño. Pero simplemente no era yo. Sin ánimos, terminaba de arreglar los últimos detalles de mi "traje" aunque, solo era mi ropa habitual. No es como si el evento pareciera la gran cosa(O eso creía). Pero para mi hermana quien abrupta mente caminaba de un lado a otro del apartamento preparando cosas, viéndose en el espejo y arreglando su ropa, si lo era. Su actitud me parecía muy impropiamente extraño de ella, Ari nunca se prepara tanto para salir. -  Apresúrate. Llegaremos tarde!- 
-Ya voy, ya voy!- dije a regaña dientes  saliendo de mi habitación viendo como mi hermana parecía perder la cabeza mientras me regañaba.
-En serio ese es tu mejor traje?- me señalo de los pies a cabeza enojada. Compartimos el mismo estilo y me critica?
-Es igual que el tuyo!- replique enojado jugando a la ruleta rusa mismo tiempo,Ari es amable con todos menos conmigo :,v.
- Yo lo luzco mejor.- concluyo la pequeña discusión saliendo del apartamento haciéndome un ademan para que saliera también. Como odio ser arrastrado a este tipo de situaciones.
Salíamos del apartamento en silencio de sepulcro de mi parte y de parte de Ari...Bueno, seré sincero. Parecía niña de cinco años  dando saltitos al preescolar, solo que esto es igual malo que aquel lugar de aprendizaje/sufrimiento. Aunque. me avergüenza admitir que la caminata no tenia un mal escenario suponiendo que solo era un "barrio bajo". Las calles de Tumblrland seguían siendo hermosas vayas donde vayas, las luces de los faros y letreros de publicidad que iluminaban la calle formaban una atmósfera grata y sublime. Pero aun así, el precioso ambiente no me hacia olvidar del todo del origen de mi enojo. -Por que tengo que ir yo!?- me queje en medio del trayecto cruzado de brazos formando asi un puchero que se podria comparar a la infantil actitud que mostraba Ari, Solo que ella estaba decidida por ir.
-no te quejes,Eri! se que una simple reunión no es como unos de tus Clubes Nocturnos, pero es la primera reunión en la que me invitan!- sujetaba mi brazo y lo agitaba con emoción y brusquedad quizas para no gritar en medio de la calle. Habria olvidado que, desde que llegamos a la ciudad ella soñaba por ser igual de reconocida de otros bloggers de la gran ciudad de Tumblrland y esta seria su primera invitacion a una reunion de blogs de Arte con otros blogs populares.- Ademas, sera una buena oportunidad de hacer amigos- me dio un leve golpe en el hombro con su codo-, para ti y para mi- concluyo adelantando su paso mientras yo me quedaba atras procesando lo que habia dicho y sujetando mi hombro dejando salir un tenue "auch".
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Primero  Principal, cabe advertir que soy mala escritora :) 
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