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#lorenzo salvara
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Lorenzo: Welcome to the “fuck Locke” support group. We meet here once a month and say a collective “fuck Locke”
Requin: But first, some words from our newest member!
Sabetha, visibly sweating: So I may have misunderstood
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msfehrwight · 5 years
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It is unlikely that I can give you true justice. For that, Camorr again apologises.
Scott Lynch: The Lies of Locke Lamora
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gentlememe-bastards · 3 years
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Lorenzo: You’ll pay for this
Locke: I’m getting paid for this
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thethornofcamorr · 4 years
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I hope we get to see locke and jean return to camorr at some point in the series
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avntures · 6 years
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     sofia honestly thrives on attention but like,, the kind where she’s completely in control of how people r looking at her and of the situation in general.  she loves people paying attention to her n she loves that she’s fully running the interaction w/out them even realising she’s doing it, and while she’s never rly thought about using it to gain more power for herself, it’s one reason why she’s gonna make a spectacular one half of the amberglass spiders duo; she’s already so goddamn good at subtle manipulation.
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La heroica gesta del teniente Carlos Esteban y su compañía durante la guerra de Malvinas
29 de abril de 2018
Jorge Fernández Díaz
título Original de Nota:
Los héroes negados que la escuela no quiere recordar
LA NACION
Cuando el teniente trepó hasta la cima y se llevó los prismáticos de campaña a los ojos, vio el escalofriante espectáculo que se abría paso en la bruma: fragatas, destructores, helicópteros y lanchones iniciaban el masivo desembarco. Era el Día D en el estrecho San Carlos, y la treta del teniente primero Esteban había sido un éxito: una vez tomado el pueblo y requisadas prolijamente las viviendas en busca de radios, armas y vehículos, había permitido que los isleños continuaran con su rutina y había escondido a su tropa. De lejos y con aquellas apacibles chimeneas humeantes, parecía un acceso despejado; si los ingleses no hubieran caído en la trampa su estrategia hubiese sido distinta: los comandos habrían llegado por la noche y habrían asesinado a los soldados argentinos.
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En ese momento, Esteban hizo un cálculo correcto: había en aquellas costas cinco mil hombres, y él disponía de solo cuarenta efectivos. Nadie le hubiera reprochado seguir la lógica, que consistía en dar por radio la "alerta temprana" a sus superiores, y luego rendirse con honor. Pero aquel muchacho de 28 años que estaba a cargo de la Compañía C hizo lo inesperado: avisó y presentó batalla. Su proeza está en los libros de la historia militar de la Argentina y de Inglaterra; nadie conocía muy bien, sin embargo, lo que pensaba íntimamente durante esa guerra maldita. Carlos Esteban se había recibido en Córdoba de licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Sabía a esas alturas que Galtieri no sabía, y que esa conflagración era un enorme error estratégico. Estaban destinados a perder, pero no podía contárselo a nadie. Tal vez no le hubiera desagradado a Borges relatar la parábola de un valiente que aun reconociendo la futilidad trágica de su sacrificio, carga todo el tiempo con su secreto escepticismo y realiza a su vez una hazaña heroica.
Esteban, sus oficiales y aquella antología de conscriptos de la clase 62 que habían sido entrenados hasta la fatiga formaron parte del discretísimo operativo de reconquista de las islas Malvinas, y más tarde rodearon Darwin y redujeron a una población dócil que los esperaba con banderas blancas. El jefe de esa localidad se llamaba Hardcastle, y mientras tomaban el té en su casa, Esteban advirtió con un estremecimiento que su propia mujer posaba en un retrato con la hija del flemático anfitrión: habían estudiado juntas en un colegio bilingüe de La Cumbre. Se le antojó que esa asombrosa casualidad podía ser una señal del destino. A veces se alejaba del campamento para llorar, extrañaba mucho a su esposa y a su pequeño hijo; creía que nunca iba a volver a verlos. Después se recuperaba y echaba una arenga a sus bravos, a quienes todos cuidaban con esmero y con quienes compartían penurias sin distingos. Esa actitud fue tan ejemplar que años más tarde el Pentágono envió una psiquiatra para determinar por qué entre ese puñado de reclutas no se habían producido ulteriores suicidios ni secuelas graves, ni denuncias ni maltratos, y en qué había consistido la fórmula mágica de sus líderes.
El 1° de mayo la Inteligencia les anticipó que sufrirían un ataque de aviación, y se refugiaron en los acantilados; hubo ocho horas de bombardeo y de guerra aérea con varios muertos, pero ellos salieron ilesos. Les dieron una nueva misión: marchar a la zona norte y controlar el estrecho por el que podía colarse la segunda flota más poderosa de Occidente. Es precisamente allí donde sucede el legendario combate de San Carlos, que comienza cuando Esteban baja la colina, se comunica con la comandancia y prepara a los gritos el repliegue. El primer Sea King surge entonces de la nada, y Esteban ordena cuerpo a tierra y silencio absoluto. A los cien metros, da orden de abrir fuego: los fusiles tronaron, las balas sacaron chispas del fuselaje y el helicóptero se bamboleó, empezó a largar humo y aterrizó de manera brusca. Sin pérdida de tiempo, el teniente dispuso un cambio de posición. Justo en ese momento un Gazelle con un sistema de cohetes se les vino encima. Lo atendieron con la misma fusilería. El aparato se sacudió en el aire, la cabina estalló en mil pedazos y el piloto, mal herido, intentó escapar hacia la desembocadura; su máquina cayó en el río y comenzó a hundirse.
Los británicos, desde la cabecera, empezaron a dispararles con morteros. Ellos cruzaron otra cuchilla y un Gazelle idéntico quiso cortarles el paso: "Repetimos la concentración de fuego y se desplomó totalmente en llamas -recuerda Esteban-. No hubo chance de que se salvara nadie de la tripulación". En esa mañana de sangre, el efecto sorpresa y la adrenalina jugaban a favor de los perdedores. Que siguieron moviéndose, ahora para ganar altura. El tercer Gazelle se presentó en sociedad apretando los gatillos, pero dibujaba un blanco perfecto: cientos de proyectiles le dieron una dura bienvenida y lo sacaron de circulación. Fue en ese instante en que se abrió una extraña tregua. Cuatro helicópteros que costaban veinte millones de dólares habían sido derribados en veinte minutos. Los ingleses, sorprendidos, hacían el control de daños y evaluaban la insólita situación, y la Fuerza Aérea argentina preparaba un ataque para impedir la avanzada. Esteban sabía que la infantería inglesa los buscaría por cielo y tierra para eliminarlos. Era hora de partir.
Lo que sigue es una ardua aventura que Hollywood no hubiera desaprovechado: los cuarenta y dos, considerados ya "desaparecidos en acción", caminaron tres días y tres noches por la turba y el frío. En el libro Bravo 25 se revelan sus peripecias: encontraron una casa vacía con algunos pocos alimentos donde a veces sonaba el teléfono en vano, pernoctaron al abrigo de las ventiscas y fueron acechados -mientras aguardaban escondidos y con aliento cortado- por un helicóptero que dio varias vueltas a su alrededor sin decidirse a destruirla o a marcharse. Anduvieron bajo el sol pálido hasta el agotamiento, dieron con un caserío kelper, lo coparon a punta de pistola y enviaron dos estafetas en Land Rover a dar la buena nueva al Ejército. Tras incontables peligros, los rescataron, y en Puerto Argentino fueron recibidos con algarabía. Mohamed Alí Seineldín estaba particularmente exaltado. Esteban le relataba el despliegue impresionante que había visto en el estrecho, pero el teniente coronel parecía sordo a los datos; confiaba en la Virgen: cuando lleguen los piratas -decía- ella producirá una tormenta y los hundirá. Esteban seguía guardándose su amargo y exacto diagnóstico; a las pocas horas solicitó permiso para regresar a Darwin y participar de la defensa final. Allí su jefe acordó la rendición tras una intensa y desigual refriega. Esteban y sus oficiales eran tratados con deferencia y admiración por el enemigo, aunque nunca quisieron privilegios: compartieron con los soldados rasos sus mismas incomodidades. Al regresar a la patria, toda la "compañía de oro" fue condecorada, y el áspero informe Rattenbach la dejó a salvo de cuestionamientos. Esteban está retirado y es hoy director del Departamento UADE Business School: en su posgrado enseña escenarios estratégicos, planeamiento, negociación política y derecho diplomático. Pocos saben quién es ese profesor afable. Mayo contiene las efemérides de lo que estrategas militares denominan el "combate de San Lorenzo del siglo XX". Escasas o quizá ninguna escuela dará cuenta, sin embargo, de esta historia callada por nuestra estupidez y nuestra mala conciencia. Esta derrota verdaderamente sublime.
Jorge Fernández Díaz
https://www.lanacion.com.ar/opinion/los-heroes-negados-que-la-escuela-no-quiere-recordar-nid2130055/
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goldenlandscape · 6 years
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Rey de Corazones.
Observó como las hojas caían de los árboles en esa fría noche de otoño, apilándose hasta al día siguiente que alguien las recogiera, si acaso alguien se dignaba a hacerlo. El muchacho estaba sentado sobre un columpio en un parque, y sino fuera por el borracho que estaba en el área, o el vagabundo que dormía allí, estuviera solo. De cualquier forma, él estaba por su cuenta. Ladeó la cabeza y se columpió, pareciéndole curioso como se veía reflejado en las simples hojas de tonalidades naranjas que estaban marchitándose, dando fin a su ciclo de vida. 
«Que fácil es caer» pensó, viendo como se acumulaban en el suelo, sin vida, sin esperanza. 
La vida se estaba marchitando ante sus ojos, y él pronto caería también, acabando su ciclo y alguien más podría ocupar su lugar. Era prescindible en su familia, si acaso los podía considerar de esa manera. Él no tenía recuerdos previos desde aquel día que se despertó a los diez años en Florencia en la casa de un desconocido que le salvó la vida cuando se ahogaba en el río,  y ese fue lo que el pelirrojo consideraba como su primer recuerdo. Aunque que para él todos eran desconocidos a partir de ese momento. Era doloroso, para ambas partes, saber que no podía recordar personas que significaron demasiado para él. 
Soltó un suspiro mientras se levantaba, resguardando sus manos del frío dentro de los bolsillos del abrigo que tenía en ese momento. Era soportable, pero no le agradaba tener las manos heladas. Emprendió la marcha nuevamente, decidido sobre lo que iba a hacer en ese momento, porque su destino era otro, y ese parque solamente había sido una parada para replantearse sus decisiones. Una acción sin sentido porque él raramente se retractaba, y cuando una idea se le metía en la cabeza, la ejecutaba hasta el final. 
Dejó que sus pies le guiaran, preguntándose cuál era la hora en ese instante, arrepintiéndose de no haber llevado consigo un reloj o el celular, sabiendo que esto último habría sido su peor opción. Se mordió el labio, siempre había sentido ansias de no saber qué hora era, tenía esa necesidad de ser consciente del tiempo para mantenerse en calma, y se mentalizó para hacerlo, porque no tenía límite en ese momento. Nadie le estaba esperando. No había alguien que le quisiera, eso era lo que él sentía. Si él simplemente no regresaba, no habría un cambio en su familia. 
Entonces, ¿Para qué continuar? 
Se detuvo cuando llegó al puente y se fijó en los autos que los transcurrían, preguntándose quién podía fijarse en el chico de doce años que estaba allí. Se rió secamente, y se apoyó en las barandas de esa estructura, mirando el agua que estaba bajo él, y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Detestaba la profundidad que proporcionaba esa cantidad de agua, siendo consciente que él no sabía nadar... Y le temía. Entre sus mayores miedos estaba presente el de ahogarse, y allí estaba, simplemente pensando que sería una buena idea para desaparecer. 
Decidió mirar atrás, por si había alguna señal que le hiciera cambiar de opinión, esperando encontrarla en los pocos autos que pasaban por allí, en las luces del puente, o en aquellas que observaba desde su posición de la ciudad. Porque, en ese momento, se dio cuenta lo hermosa que podía verse la ciudad bajo la luz de la luna. La tranquilidad lo embriagaba, con sonidos suaves que apenas se percibían, y eso solo lo hacía pensar que seguía siendo una buena oportunidad. Se iría con una preciosa imagen grabada en sus memorias de sus últimos minutos.
Miró nuevamente el río San Lorenzo, riéndose de la ironía que representaba el su nombre para el muchacho. Quizá por eso se sintió traído a ese lugar, sin darse cuenta que podía existir una conexión con su persona que él simplemente era incapaz de recordar. Como gran parte de su vida. Después de todo, su memoria estaba completamente vacía, y lo único que recordaba eran los últimos dos años. No se sentía satisfecho por lo que le faltaba en su vida. Sus recuerdos, su familia, su felicidad. ¿Qué sentido tenía? Ninguno. 
Aprovechó de respirar profundamente, y soltar el aire de sus pulmones unos segundos después. Debía mentalizarse, y ser rápido para evitar que alguien se le acercara e intentara detenerlo. Sabía que lo harían. Sabía que alguien podía notarlo y él no quería que eso sucediera. No quería una persona entrometida en su vida que le hiciera cambiar de opinión. 
Comprobó que nadie estuviera cerca, y no había ningún transeúnte en ese momento. Era ahora o nunca. No representaba ninguna dificultar subirse en las barandas, pasándose al borde para quedar del otro lado, sosteniéndose cómo podía del hierro y mirando hacia abajo, a un paso más cerca de acabar con todo. Sufriría, sí, pero sabía que en algún momento iba a a cesar y era agradable para él hacerlo de esa manera. Su vida empezó cuando salió del río Arno, y acabaría en el río San Lorenzo, en otro continente. 
Pero sus planes jamás resultaban como él lo deseaba, y fue así como la última persona que esperaba que le pillara... Estaba allí. 
—¿Quieres que te empuje? —inquirió, apoyándose en las barandas del puente justamente a su lado.
No lo miró, y tampoco se dignó a contestarle.  
—Puedo hacerlo, si tantas ganas tienes de morir, ¿O te gustaría otra forma? Te puedo hacer una lista, cobarde. —Denzel hizo énfasis en la última palabra.
—No te atrevas a llamarme así.
—¿Entonces por qué intentas quitarte la vida? No seas idiota, Angelo.
—Ace —corrigió.
—Ni te mereces que te diga así, hombre, ¿Cómo puedes considerarte Ace cuando te vas por el camino fácil? La vida es una mierda, sí, pero no por ello te vas a rendir, ¿Por qué no demuestras lo que vales?
Ace guardó silencio un instante, y se atrevió a voltear para mirarle en esa ocasión. Se encontró con los orbes esmeraldas de su primo clavados en él, pero no podía deducir la expresión con la cual le estaba mirando. ¿Estaba enojado, decepcionado, o simplemente lo juzgaba? No podía descifrarlo tras aquella máscara de serenidad que Denzel conservaba,  y ciertamente llegaba a incomordarle hasta el punto que apartó la vista. La falta de emoción en él simplemente le molestó.
—Porque no hay nada que demostrar, carezco de valor  —contestó de manera monótona.
—Ja, ¿Dónde está tu arrogancia, pequeño? ¿Dónde están tus garras? Solo eres un insignificante animal asustado de la vida, quizá sí estás mejor muerto—espetó lentamente y le sonrió. 
Ace pudo percibir las emociones que transmitía su voz, y esa sonrisa que se había dibujado en su rostro tratando de ocultarlas. Estaba enojado con él. Denzel, quien siempre le había defendido y le tenía paciencia, en ese momento la estaba perdiendo toda, la poca que le quedaba mientras veía a su primo intentando acabar con su vida. 
—Llevas días actuando de esta manera y me repugnas, Bianca no murió para verte siendo tan patético, Angelo —continuó, y en esta ocasión, Ace no lo dejó pasar.
El joven lo tomó del cuello de su camisa, y sintió el metal de las barandas clavándose en su cuerpo, Fue bastante curioso cuando vio sus ojos en esta ocasión: echaban fuego, y en ese momento, él lucía más vivo que nunca. Por un instante Denzel consideró que había regresado, el Ace que él conocía, ese niño que lucía vivo, capaz de desafiar el mundo si así lo quería, como si fuera el rey que debía reclamar el universo como su territorio, como el león que demostraba que era él quien mandaba. Ese era el Ace que él recordaba, uno que no se dejaba pisotear por las emociones... Pero fue efímero, esa fiereza desapareció al instante, y la sonrisa que le mostró podía romper corazones. Estaba quebrada, denotaba toda su tristeza. Era una sonrisa suicida, y lo sabía.
Denzel no podía ignorar cómo él se había roto desde que lo perdió todo, como sus seres queridos habían sido sepultados y él estuvo presente, siendo desconocidos para él porque sus recuerdos habían desaparecido, y en ese momento, esas personas carecían de importancia para él, no tenían ningún significado sin importar qué le dijeran los demás, nunca pudo recordar aunque su cuerpo, su alma y su corazón lo hicieran, su mente abnegaba de ello. Como había perdido todo recuerdo que tenía de quienes más le importaron, y no podía ni crear nuevo porque ya no estaban con él. Se sentía solo, y Denzel no era lo suficiente para un niño que quería recuperarse a sí mismo. Un niño que estaba perdido y estaba ahogándose en su realidad. 
No pudo reaccionar, cuando sucedió, mejor dicho: Denzel ni lo intentó cuando lo soltó, y el cuerpo de Ace retrocedió para comenzar a descender. 
Cerró los ojos mientras caía, esperando por el momento en que su cuerpo se sumergiera en el agua y comenzara su tortura... En cuanto sucedió, su cuerpo comenzó a gritar, eso lo sintió en cada uno de sus músculos que se tensaron al instante, rogándole que luchara para salir de allí, dejando que el terror que le causaba encontrarse en el agua se esparciera por todo su ser. Le pedía aire. Le pedía tierra. Pedía que se salvara y saliera. Que detestaba ese lugar mientras se hundía más en esa oscuridad. Pero le pareció la mejor opción, porque le recordaba a su vida, porque cada día que transcurría, era como si se estuviera ahogando en la realidad mientras los que estaban a su lado respiraban y él no podía soportarlo. 
Se dejó abrazar por las profundidades, y un recuerdo fugaz pasó por su mente: Florencia. Su tierra. Se vio a sí mismo contemplando el río Arno junto a una mujer. Y se sintió en paz en ese momento. Quizá era su madre, que había olvidado, y cuando todo iba a acabar para él, le recordaba; no veía su rostro pero su cabello era como él suyo, una preciosa melena pelirroja atada en una trenza de medio lado. Era agradable observarla. Tal vez de esa manera podía irse en paz, dándose cuenta mientras se ahogaba, y su cuerpo luchaba por salir de allí, que él no podía comprobar lo que se decía al momento de morir: ver toda tu vida frente a tus ojos. Porque había perdido esos recuerdos, y su vida solamente había comenzado hace dos años atrás, no tenía demasiado para rememorar en ese momento. Pero la imagen de esa mujer le tranquilizaba, y le reconfortaba cuando más le necesitaba, sabiendo que era a ella a quien necesitaba para sentirse protegido... Y solo era una ilusión. 
Se sintió más miserable que nunca... Hasta perder la consciencia. 
Despertó en la camilla de un hospital, completamente desorientado y sin saber realmente cómo había parado allí. Miró a su lado, justamente donde se encontraba su primo leyendo un libro tranquilamente. Apenas levantó la vista para mirarle, y continuar con su lectura sin prestarle atención. Ace mantuvo sus ojos clavados en él, simplemente viendo como pasaba las páginas hasta que finalmente habló. 
—¿Qué tal tu siesta, bello durmiente? ¿Sabías que el agua estaba helada?
Negó con la cabeza, no se había fijado en ello, se veía incapaz de recordar la temperatura del agua porque las sensaciones que percibió en ese momento fueron otras que pasó por alto ese detalle. Se quedó mirando fijamente el libro, apenas percibiendo lo que sucedía a su alrededor. Estaba rememorando lo sucedido, y eran imágenes difusas en su cerebro de ser extraído del agua y que le auxiliaran. Sí, no solamente su primo estaba capacitado para rescatarle sin problema alguno, sino que había llamado a emergencias para ello. Consideró que había sido innecesario, y se mordió el labio pensando qué hacer a partir de ahora. 
—¿Por qué lo hiciste?  —formuló la pregunta curioso, queriendo una respuesta de su parte.
—Porque soy tu ángel guardián... Ace.
Chasqueó la lengua molesto porque no era lo que él quería, no era una respuesta que le dejara con una sensación de satisfacción, sino todo lo contrario. ¿Lo habría hecho por él o por sí mismo? He allí la cuestión, sabiendo que las personas podían tomar acciones simplemente para sentirse como buena persona pero... Denzel no era así. Hasta ese momento, sí le había demostrado que le importaba, a su manera, y él solo quería hacerse el ciego ante ello. No podía hacerlo más. 
Permitió que el doctor le examinara para determinar su estado y sí podía retirarse, dándose cuenta que su primo había ocultado la verdad tras su caída y tuvo que fingir por la mentira que él proporcionó. Le estaba agradecido, porque se iba a evitar la molestia que venía con un intento de suicidio, pero le dijo que había sido porque le robaron y el ladrón lo arrojó por el puente cuando huyó para evitar que le siguiera. Se lo creyó, claramente. Así que simplemente se concentró en pensar qué hacer con su vida en ese momento.
Había fallado, ¿En serio lo intentaría de nuevo hasta triunfar? Justamente allí cuando sintió ganas de ir de nuevo a Florencia, observar el río desde la misma posición que lo hizo con la mujer pelirroja. Y quizá, el Dios que todo lo veía, no quería ese destino para él y era cierto que Denzel estaba en su vida por algo. Le debía continuar en este mundo. 
—¿Lo volverás a intentar? —le preguntó mientras salían del hospital.
Negó con la cabeza, no se arrepentía de lo que hizo, y aunque aún mantenía sus razones para acabar con su vida, no lo haría. Quizá algún día podría encontrar algo a lo que aferrarse, y quizá ya lo tenía, solamente que no se daba cuenta. Pero a partir de ahora haría eso, aún si tuviera que viajar por el mundo, buscaría ese motivo para mantenerse con vida, sin darse cuenta que eso era uno. Viviría para saber porqué hacerlo, y era gracioso para él.
Le bastaba. 
Experimentaría todo lo que pudiese de esa manera, simplemente para sentirse vivo, porque seguramente algún día le llegaría el día que realmente todo acabaría para él, y no podría evitarlo. Él esperaba que cuando el momento llegara, dijera que lo hizo todo, que fue dueño de cada segundo que este mundo le dio, que vio todos los lugares que le apeteció, y las cosas que hizo allí se irían con él. Con cada hueso roto podría jurar que él vivió. Eso era lo que deseaba. 
Y realmente se sintió un estúpido por no haberse dado cuenta de ello. Quizá simplemente tenía una mezcla de sentimientos en ese momento y por ello fue capaz de llegar a esa conclusión. Era cierto que había perdido recuerdos que jamás recuperaría, eso le dijeron, que no tenía esperanzas con ellos... Y no por eso debía rendirse, todo lo contrario. Lo que le fue arrebatado, él lo recuperaría. Haría nuevos recuerdos que iba a atesorar por el resto de su vida, viviendo con el miedo de perderlos nuevamente, pero no lo haría. Se iba a encargar de conservarlos hasta el día en que muera. Realmente ahora le apetecía irse con un buen sabor en la boca, y no con tristeza. 
—¿Qué harás entonces?
—Viviré —contestó con firmeza. 
—¿Tienes motivación para ello?  —cuestionó Denzel. 
—Pues... algo así, solo no me apetece morir. 
—Entonces, ¿Caer al agua y una buena siesta en el hospital te hizo abrir los ojos? Si sabía que esto iba a ocurrir, te hubiese ayudado antes —su primo suspiró pero se veía aliviado de ello, y le revolvió ligeramente el cabello a Ace con una sonrisa. 
Ace lo miró un instante, ¿Cuán preocupado habría estado por él? ¿Lo supo todo este tiempo? ¿Y qué estaba esperando para ayudarlo? Realmente tenía demasiadas interrogantes que se quedaron en él, sin poder preguntárselas en voz alta, manteniendo el silencio. Porque estar al borde de la muerte si le había ayudado, y más ver a aquella mujer, ¿Realmente iba a deshonrar su memoria yéndose antes de tiempo? Porque Denzel tenía razón: Eso no era lo que quería Bianca. Le asesinaron por él, y ella le protegió hasta su último aliento. Debía vivir, y algún momento reunirse con ella para contarle cómo vivió, y cómo no tenía ningún remordimiento de ello. 
Su vida no simplemente le pertenecía, debía vivir por aquellos que ya no estaban por él.
—No vuelvas a ser el rey de corazones.
Ace ladeó la cabeza sin comprender a lo que se refería, y su primo pareció sorprendido porque no se esperó que fuese incapaz de captar la referencia. 
—¿Jack jamás te explicó? El Rey de Corazones también se le conoce como el Rey Suicida, así que contrólate, Angelo.
—Ace.
Denzel rió.
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liliaanisimova · 7 years
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Don Lorenzo Salvara. One of the most wealthy man in Camorr and loyal servant of the Duke. “The Lies of Locke Lamora".
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betteralready · 11 years
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[GB fic] Taste Test (Salvaras/Reynart)
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Reynart sat back in his chair, licking away the cream from the corner of his mouth.  It was light and sweet on his tongue, with a delicate hint of fruit and citrus when he closed his mouth and breathed in through his nose.  He smiled, taking care to not pull at the soft belt that held his hands securely behind his back.
“Doña Salvara, now that is hardly fair,” he said, turning to where he presumed the lady would be.  The silk blindfold he wore was thin and wrapped twice around his eyes.  It would have been easy to tilt his head and have the cloth slip down, but he held himself up straight, not wanting to loosen it at all. “If I am not mistaken, the flavor is that of a hybrid.  One of yours?”
 “It is,” Sofia said, her voice coming from somewhere behind him.  Her hands rested on his shoulders and Reynart could feel the lace cuff of her sleeve brush against his cheek as she leaned over to speak in his ear.  There was a smile in her voice, he could hear it and picture it in his mind.  “But I have a higher opinion regarding your sense of taste, captain.  Shall I give you another bite?”
They had been playing the guessing game for some time now.  Sofia’s voice, while quite lovely in almost any situation, was at the point of making Reynart uncomfortable in his seat.  It was her voice, yes, and also the way her body pressed against him, and how she held up his chin so that he could open his mouth and accept another bite of cake from her fork.
“Lemon and plum?” he guessed, chasing after the fork when she drew it back.  He felt the four metal tips poke against the side of his jaw in warning, trailing playfully over and leaving behind a streak of frosting down to his chin.  He heard Sofia tsk in disappointment, and she ran her thumb over his skin to clear away the cream.
“Incorrect,” she said, laughing, and then Reynart could hear the wet sound of someone sucking on skin – the pad of her thumb, and the frosting on it.
He shivered, involuntarily turning his head so that he could better hear the sound.  Sofia must have noticed, because she laughed again and tightened the blindfold on him.
“That was the first time you have been wrongt, Stephen,” she said.  Her hands lingered at the back of his head, playing with his hair.  “It was lime and red plum.” 
“You must be desperate for a victory, to be so specific,” Reynart said, unable to help himself despite his position.
“Very desperate,” Sofia agreed, tugging his hair so that his head tilted back.
“Oh?  Tell me more- ah,“ he cut off as pressure was applied between his legs.  Surprised, he bucked up in his seat, the chair lifting on two legs for a quick second before Sofia pushed him back down on all fours.  Reynart exhaled sharply, moving his hips along with the hand against him.  “Perhaps I should… start giving the wrong answers more often,” he panted, and was very proud of himself for not whining in protest when the pressure disappeared.
“Oh no, it was punishment enough, making you wait like that,” Sofia said, and gripped his shoulder.  “Stephan, please keep still.  You look very unbecoming trying to rub against your breeches like that.”
It took an effort to stop himself – he hadn’t even noticed he was doing it.  Reynart grinned, open-mouthed and breathless. “Do I, my lady?”
There was no immediate answer, and he took it as a small win.
“Hm.  Well, I suppose we better move this game along for all of our sakes.  How about one more tasting?” Sofia asked.  There were the sounds of silverware clinking together and dishes being moved.
“If you wish,” Reynart said, trying to make his voice as calm and amiable as possible.  He turned his head, trying to make sense of the noises he heard.  She was cutting another slice of cake – there had been an assortment when he had first entered the room – and he heard padded footsteps approach, much sooner and quicker than he anticipated. 
Hands were laid on either side of his thighs, warm and squeezing lightly, teasing him.  The strong scent of sweet spice wafted under his nose.
“Open your mouth,” Sofia instructed, and Reynart did.
What pressed against his lips was not cake, but a very enthusiastic mouth and an even more enthusiastic tongue.
Reynart made a quiet noise, surprised but very happy.  He laughed into the kiss, straining forward against his binds to return it without reservation.  He could feel a smile, and the teeth of the grin that followed after.  The image and thought of it made him moan, quiet and low, before he abruptly sat back, mouth wet all over.
“A pleasant taste,” he said, licking his lips and trying to regain his breath.  He smirked and turned his head to where he thought Sofia was standing, to his left and not between his legs. “I believe that particular flavor was my lord Salvara?  Without the glasses, I assume.”
Lorenzo laughed, settling more comfortably against him as Reynart spread his legs further apart to make more room.    “An easy guess, Stephen.  You’ve sampled me before.”
At that, Reynart flushed but smiled.
“Without glasses?” Sofia said in mock skepticism.  “Are you sure?”
“Taste him yourself,” Stephen said, crossing his ankles to trap Lorenzo, though he didn’t need to do a thing; he could feel Sofia’s hand on his chest to brace against as she bent down to kiss Lorenzo.
This, Reynart didn’t want to miss.  He shook the blindfold from his eyes and found the Don and Dona Salvara together in front of him.  The couple was not as kept together as they had sounded.  Sofia’s hair was mussed out of their curls and Lorenzo’s shirt was opened and untucked.  There were bits of cake on them both.  Reynart wasn’t sure when those happened, but he wasn’t going to complain.
“Had enough cake, captain?” Lorenzo asked, once Sofia was done with him.  His cheeks were bright red and his hands had never wandered far from the seams of Reynart’s breeches.
“Not quite,” Reynart said, grunting a little when he had failed to notice Sofia untying his hands.  He immediately reached over to draw her down.
“Well,” she said, pulling her husband up so they could both crowd over Stephen, small chair be damned. “Don’t keep us waiting.”
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the characters x saying fuck
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gentlememe-bastards · 3 years
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Lorenzo: Pick a card, any card.
Locke: Fine
Lorenzo: Wait! That’s my credit card!
Locke: You said any card
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gentlememe-bastards · 3 years
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Locke: Why are you looking at me through a fork?
Lorenzo: I’m pretending you’re in jail.
Locke: Why?
Lorenzo: It’s spiritually healing.
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gentlememe-bastards · 3 years
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Would you fuck a clone of yourself? Gentlemen Bastards Edition
The Falconer: I don’t want to fuck my clone because that would be gay sex and I’m not gay
Zamira: I’m not gay but I would totally fuck my clone
Nazca: I’m gay but I still don’t want to fuck my clone, that’s gross and weird
Locke: I don’t want to fuck my clone because my self-loathing is THAT strong
Don and Doña Salvara: I’d totally fuck my clone because I want to know if I’m good in bed
Jean: I’d totally do all sorts of things to my clone I’d be too embarrassed to ask someone else to do
Father Chains: I would not have sex with my clone because what if my clone is evil
Sabetha: I’d fuck my clone because who would know better how to fuck ME than ME?
Selendri: It’s basically the same as masturbating, right? So no big deal.
Requin: To be honest, fucking my clone has always been my fantasy
Ezri: It’s not the same as masturbating; it’d be like having sex with your twin. Wrong and bad!
The Sanzas: Not only would I have sex with my clone. I’d probably make a bunch of clones and just get it on with all of them at once because that’s how pro clone-fucking I am.
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gentlememe-bastards · 4 years
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Lorenzo: I have decided to trust you.
Locke disguised as Lukas Fehrwright, under his breath: A horrible decision, really.
Lorenzo: What?
Locke: What?
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gentlememe-bastards · 4 years
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Locke: Ok, we’ve gotta get through this locked door. Lorenzo, quick, give me your credit card
Lorenzo: Here
Locke: Thanks. Now Jean kick the door down
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gentlememe-bastards · 4 years
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Lorenzo: What kind of twisted person are you?
Locke: Does it really matter “what kind”?
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