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#Kōno Taeko
ochoislas · 2 years
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Miró la extensión del mar, ya casi negro. ¿Cuánto hacía que no veían una lámpara iluminar de lleno? Ya no se acordaba de los faroles de los pescadores que viera antaño desde allí mismo, ni de las farolas apiñadas que se encendían por donde estaba el balneario, ni de las luces que guiñaban perfilando en la oscuridad el borde de la península, raleando según se adentraban en el mar, ni siquiera de las farolas de Ginza. Le venía a la memoria cuando fue con su padre a Nara y vio el espectáculo de las diez mil linternas del santuario de Kasuga una tarde de verano al caer la noche. Hubiera querido describirle lo bello que era aquello. Pero, como si él quisiera impedírselo, dijo:
—Me hace falta luz.
[...]
Al punto recordó. Estaba en segundo curso del instituto femenino y, si fue en las vacaciones de verano de 1937, habían pasado de eso ocho años. Tras ir con su padre al norte, donde se encontraba el templo donde estaban enterradas generaciones de la familia, pasaron por Nara, y aquel espectáculo de las diez mil linternas que vieran en el santuario de Kasuga se le aparecía ahora vivamente.
En la noche del día quince, cuando se celebraba la Fiesta de Difuntos con un mes de retraso, todos y cada uno de los faroles de la galería lacada de rojo estaban encendidos en interminable procesión. Había escuchado que en realidad eran dos mil. Los faroles que colgaban bajo el alero, a alturas algo disparejas, casi se tocaban. La distancia entre ellos no era regular. Su tamaño variaba. Y su forma. La mayoría eran hexagonales, con diseños calados, pero diferentes en cada caso. La luz se filtraba por el papel que los forraba, destacando netamente los singulares dibujos.
El cuadro se definía cada vez más. Hinako se incorporó, se volvió a sentar. No era ya consciente de la presencia de Masataka. Si éste se hubiera despertado y dicho algo, habría sido lo mejor. Ella le habría explicado entonces cuán espléndida era la visión que se le aparecía. Pero no se sentía nada. Podía seguir durmiendo o estar callado con los ojos abiertos, tanto daba.
—Vamos a poner unas nosotros también —decía su padre tendiéndole una lucerna en su naveta de metal, que había ido a buscar a la entrada. Tenía otra en la mano y cuando abrió la puertecilla de uno de los faroles, un anciano le dijo: «Ya hay dos ahí», y entonces se acercó a otro donde le decían que no había más que una. Hinako abrió entonces uno de los que tenía cerca, cuyos dibujos le llamaron la atención, y encontró tres lamparillas. Abrió otro donde no había más que una y puso la suya. Al cerrar se fijó en la puertecilla, que tenía grabada en singular estilo una plegaria por la victoria.
—Mira, papá. La familia que encargó éste tiene a alguien que ha ido a la guerra
Su padre miró allí donde le señalaba antes de responder: —Qué lerda eres. Así sería en su tiempo, pero si te fijas...
Tenía grabado el nombre de una era de hacía varios siglos. Al parecer muchos de los faroles eran muy antiguos. Incluso había uno que provenía de un señor feudal de la corte de los Taira.
Un sacristán pasó corriendo con una cesta llena de lamparillas con mechas nuevas, y su padre le preguntó: —¿Cambian el papel del interior? porque se ve muy nuevo...
—Si hay unos oficiales que lo hacen. Reparan los que se han roto y cuidan que todo esté en orden —respondió el hombre.
Así pues hasta los faroles de épocas remotas eran cuidados con esmero para que cada año, en tal noche y en la del Festival de Primavera, lucieran y la gente acudiera a contemplarlos. Serían por lo menos dos millares, colgando de los aleros y los pilares lacados de rojo, parpadeando y proyectando sombras chinescas sobre la multitud que charlaba y zapateaba. Hinako ya no podía decir cuál era aquél donde había puesto su lamparilla. Pero sin duda se establecían correspondencias. Los lazos que se ligaban entre el gentío y las dos mil linternas eran como un rumor de sombra y luz. Cada una era bella en sí. Pero lo extraordinario era el conjunto de todas aquellas luces descabaladas que se apretaban a lo largo de la roja galería, sin que se les viera el fin.
Kōno Taeko
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crucifiedlovers · 1 year
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The more details [she] put into her fantasy, the more desire she felt for the man walking like a shadow, almost invisible but ever present, at her side.
Taeko Kōno, ‘Night Journey’ from Toddler-Hunting and Other Stories (trans. Lucy North)
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embossross · 4 months
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2023 in books: fiction edition
literary fiction published 2013-2023 (based on English translation)
The Employees by Olga Ravn (⭐⭐⭐⭐⭐)
Detransition Baby by Torrey Peters (⭐⭐⭐⭐⭐)
When We Cease to Understand the World by Benjamín Labatut (⭐⭐⭐⭐⭐)
There’s No Such Thing As an Easy Job by Kikuko Tsumura (⭐⭐⭐⭐⭐)
Human Acts by Han Kang (⭐⭐⭐⭐⭐)
Bunny by Mona Awad (⭐⭐⭐⭐⭐)
Frankissstein by Jeanette Winterson (⭐⭐⭐⭐⭐)
All Your Children Scattered by Beata Umubyeyi Mairesse (⭐⭐⭐⭐⭐)
Mister N by Najwa Barakat (⭐⭐⭐⭐⭐)
Fever Dream by Samanta Schweblin (⭐⭐⭐⭐)
Gideon the Ninth by Tamsyn Muir (⭐⭐⭐⭐)
Brickmakers by Selva Almada (⭐⭐⭐⭐)
True Biz by Sara Nović (⭐⭐⭐⭐)
Abyss by Pilar Quintana (⭐⭐⭐⭐)
The Meursault Investigation by Kamel Daoud (⭐⭐⭐⭐)
Frankenstein in Baghdad by Ahmed Saadawi (⭐⭐⭐⭐)
Spring Garden by Tomoka Shibasaki (⭐⭐⭐⭐)
Rombo by Esther Kinsky (⭐⭐⭐⭐)
Concerning My Daughter by Kim Hye-Jin (⭐⭐⭐⭐)
The House of Rust by Khadija Abdalla Bajaber (⭐⭐⭐⭐)
Men without Women by Haruki Murakami (⭐⭐⭐)
The Sky Above the Roof by Natacha Appanah (⭐⭐⭐)
Sweet Bean Paste by Durian Sukegawa (⭐⭐⭐)
Luster by Raven Leilani (⭐⭐⭐)
Solo Dance by Li Kotomi (⭐⭐⭐)
Untold Night and Day by Bae Suah (⭐⭐⭐)
The Shadow King by Maaza Mengiste (⭐⭐⭐)
The Deep by Rivers Solomon (⭐⭐⭐)
Afterlives by Abdurazak Gurnah (⭐⭐⭐)
Wreck the Halls by Tessa Bailey
Indelicacy by Amina Cain (⭐⭐⭐)
Out of Love by Hazel Hayes (⭐⭐⭐)
Freshwater by Akwaeke Emezi (⭐⭐⭐)
The Reactive by Masande Ntshanga (⭐⭐⭐)
The Houseguest: And Other Stories by Amparo Dávila (⭐⭐)
The Glutton by A.K. Blakemore (⭐⭐)
Homebodies by Tembe Denton-Hurst (⭐⭐)
Nervous System by Lina Meruane (⭐⭐)
Owlish by Dorothy Tse (⭐⭐)
The President and the Frog by Carolina de Robertis (⭐⭐)
The Magic of Discovery by Britt Andrews (⭐)
literary fiction published 1971-2012
House of Leaves by Mark Z. Danielewski (⭐⭐⭐⭐⭐)
The Vampire Lestat by Anne Rice (⭐⭐⭐⭐⭐)
Corregidora by Gayl Jones (⭐⭐⭐⭐⭐)
Signs Preceding the End of the World by Yuri Herrera (⭐⭐⭐⭐⭐)
Changes: A Love Story by Ama Ata Aidoo (⭐⭐⭐⭐⭐)
Open City by Teju Cole (⭐⭐⭐⭐⭐)
The Lover by Marguerite Duras (⭐⭐⭐⭐⭐)
Mild Vertigo by Mieko Kanai (⭐⭐⭐⭐⭐)
Abandon by Sangeeta Bandyopadhyay (⭐⭐⭐⭐⭐)
Toddler Hunting and Other Stories by Taeko Kōno (⭐⭐⭐⭐⭐)
Parable of the Sower by Octavia E. Butler (⭐⭐⭐⭐)
Elena Knows by Claudia Piñeiro (⭐⭐⭐⭐)
Ceremony by Leslie Marmon Silko (⭐⭐⭐⭐)
Perestroika by Tony Kushner *a play (⭐⭐⭐⭐)
Strange Weather in Tokyo by Hiromi Kawakami (⭐⭐⭐⭐)
By Night in Chile by Roberto Bolaño (⭐⭐⭐⭐)
Drive Your Plow over the Bones of the Dead by Olga Tokarczuk (⭐⭐⭐⭐)
Three Strong Women by Marie NDiaye (⭐⭐⭐⭐)
Kingdom Cons by Yuri Herrera (⭐⭐⭐⭐)
Paradise Rot by Jenny Hval (⭐⭐⭐⭐)
The God of Small Things by Arundhati Roy (⭐⭐⭐⭐)
A Mountain to the North, A Lake to the South, Paths to the West, a River to the East by Laszlo Krasznahorkai (⭐⭐⭐⭐)
Interview with the Vampire by Anne Rice (⭐⭐⭐⭐)
Queen Pokou by Véronique Tadjo (⭐⭐⭐)
The Private Lives of Trees by Alejandro Zambra (⭐⭐⭐)
The Hour of the Star by Clarice Lispector (⭐⭐⭐)
Sweet Days of Discipline by Fleur Jaeggy (⭐⭐⭐)
Mr. Potter by Jamaica Kincaid (⭐⭐⭐)
Bluebeard’s First Wife by Ha Seong-nan (⭐⭐⭐)
The Body Artist by Don DeLillo (⭐⭐⭐)
Glaciers by Alexis M. Smith (⭐⭐⭐)
Curtain by Agatha Christie (⭐⭐⭐)
The Iliac Crest by Cristina Rivera Garza (⭐⭐⭐)
My Name Is Red by Orhan Pamuk (⭐⭐⭐)
The Dovekeepers by Alice Hoffman (⭐⭐⭐)
Like Water for Chocolate by Laura Esquivel (⭐⭐⭐)
Rashomon and Seventeen Other Stories by Ryūnosuke Akutagawa (⭐⭐)
Coraline by Neil Gaiman (⭐⭐)
The End of the Moment We Had by Toshiki Okada (⭐⭐)
The Optimist’s Daughter by Eudora Welty (⭐)
literary fiction published start of time-1970
Catch-22 by Joseph Heller (⭐⭐⭐⭐⭐)
🔁 The Stranger by Albert Camus (⭐⭐⭐⭐⭐)
The Heart Is a Lonely Hunter by Carson McCullers (⭐⭐⭐⭐⭐)
🔁 One Hundred Years of Solitude by Gabriel García Márquez (⭐⭐⭐⭐⭐)
The Posthumous Memoirs of Brás Cubas by Machado de Assis (⭐⭐⭐⭐⭐)
Empty Wardrobes by Maria Judite de Carvalho (⭐⭐⭐⭐⭐)
Stoner by John Williams (⭐⭐⭐⭐⭐)
The Chandelier by Clarice Lispector (⭐⭐⭐⭐)
An Apprenticeship, or the Book of Pleasures by Clarice Lispector (⭐⭐⭐⭐)
The Woman in the Dunes by Kōbō Abe (⭐⭐⭐⭐)
As I Lay Dying by William Faulkner (⭐⭐⭐⭐)
Nightwood by Djuna Barnes (⭐⭐⭐⭐)
Dracula by Bram Stoker (⭐⭐⭐⭐)
Chess Story by Stefan Zweig (⭐⭐⭐⭐)
Aura by Carlos Fuentes (⭐⭐⭐⭐)
Fathers and Sons by Ivan Turgenev (⭐⭐⭐)
All Passion Spent by Vita Sackville-West (⭐⭐⭐)
The Hole by José Revueltas (⭐⭐⭐)
Baron Bagge by Alexander Lernet-Holenia (⭐⭐⭐)
Carmilla by J. Sheridan Le Fanu (⭐⭐)
Barabbas by Pär Lagerkvist (⭐)
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brandonshimoda · 5 months
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THE BOOKS I READ IN 2023
*I read it before
**I read it more than once this year
Aaron Caycedo-Kimura, Common Grace
Adania Shibli, Minor Detail, translated from the Arabic by Elisabeth Jaquette
Ahmad Almallah, Bitter English
Alison Lubar, It Skips a Generation
Atef Abu Saif, The Drone Eats With Me: A Gaza Diary
Brynn Saito, Under a Future Sky
Camonghne Felix, Dyscalculia: A Love Story of Epic Miscalculation
*Carolina Ebeid, You Ask Me to Talk About the Interior
Chanté L. Reid, Thot
*Christina Sharpe, Ordinary Notes
Christine Shan Shan Hou & Vi Khi Nao, Evolution of the Bullet
Christopher Okigbo, Labyrinths (with Paths of Thunder)
Cristina Rivera Garza, Liliana’s Invincible Summer
Dionne Brand, Chronicles of the Hostile Sun
*Dionne Brand, No Language is Neutral
Dionne Brand, Primitive Offensive
Édouard Louis, Who Killed My Father, translated from the French by Lorin Stein
**Emily Lee Luan, 回 / Return
Erin Marie Lynch, Removal Acts
Fady Joudah, Footnotes in the Order of Disappearance
Farid Tali, Prosopopoeia, translated from the French by Aditi Machado
Gabriel Palacios, A Ten Peso Burial For Which Truth Is Sign (coming out 2024)
Ghayath Almadhoun, Adrenalin, translated from the Arabic by Catherine Cobham
Hauntie, To Whitey & The Cracker Jack
Hervé Guibert, To the friend who did not save my life, translated from the French by Linda Coverdale
Hiromi Ito, Tree Spirits Grass Spirits, translated from the Japanese by Jon L. Pitt
*James Baldwin, No Name in the Street
*James Baldwin, Nobody Knows My Name
*James Baldwin, The Devil Finds Work
James Fujinami Moore, Indecent Hours
Jami Nakamura Lin, The Night Parade
Jawdat Fakhreddine, Lighthouse for the Drowning, translated from the Arabic by Huda Fakhreddine and Jayson Iwen
Jed Munson, Commentary on the Birds
Jennifer Hayashida, A Machine Wrote This Song
Jenny Odell, Inhabiting The Negative Space
Jenny Xie, The Rupture Tense
*Joy Kogawa, A Choice of Dreams
Joy Kogawa, A Garden of Anchors: Selected Poems
**Joy Kogawa, From the Lost and Found Department: New and Selected Poems
Joy Kogawa, Gently to Nagasaki
*Joy Kogawa, Jericho Road
*Joy Kogawa, Obasan
Joy Kogawa, The Rain Ascends
Joy Kogawa, The Splintered Moon
*Joy Kogawa, Woman in the Woods
Juan Felipe Herrera, Akrílica, eds. Farid Matuk, Carmen Giménez, Anthony Cody
Kamo-no-Chomei, Hojoki: Visions of a Torn World, translated from the Japanese by Yasuhiko Moriguchi and David Jenkins
Keorapetse Kgositsile, Collected Poems, 1969-2018
*Kiku Hughes, Displacement
Kōno Taeko, Toddler-Hunting, translated from the Japanese by Lucy North
Leila Khaled, My People Shall Live: Autobiography of a Revolutionary, as told to George Hajjar
Lena Khalaf Tuffaha, Kaan and Her Sisters
**Lindsey Webb, Plat (coming out in 2024)
Lisa Hsiao Chen, Activities of Daily Living
Liyana Badr, A Balcony over the Fakihani, translated from the Arabic by Peter Clark with Christopher Tingley
Lucille Clifton, An Ordinary Woman
*Lucille Clifton, Blessing the Boats
Lucille Clifton, Good News About the Earth
Lucille Clifton, Good Times
Lucille Clifton, Two-Headed Woman
Mahmoud Darwish, The Butterfly’s Burden, translated from the Arabic by Fady Joudah
Mahmoud Darwish, If I Were Another, translated from the Arabic by Fady Joudah
Mahmoud Darwish, Palestine as Metaphor, translated from the Arabic by Amira El-Zein and Carolyn Forché
Maya Abu Al-Hayyat, You Can Be The Last Leaf, translated from the Arabic by Fady Joudah
Maya Marshall, All the Blood Involved in Love
Michael Prior, Model Disciple
*Mitsuye Yamada, Camp Notes and Other Poems
Mitsuye Yamada, Full Circle: New and Selected Poems
Mohammed El-Kurd, RIFQA
**Mosab Abu Toha, Things You May Find Hidden in My Ear
Mourid Barghouti, I Saw Ramallah, translated from the Arabic by Ahdaf Soueif
Mourid Barghouti, I Was Born There, I Was Born Here, translated from the Arabic by Humphrey Davies
Mourid Barghouti, Midnight, translated from the Arabic by Radwa Ashour
Na Mira, The Book of Na
Najwan Darwish, Nothing More to Lose, translated from the Arabic by Kareem James Abu-Zeid
Natsume Sōseki, Kokoro, translated from the Japanese by Edwin McClellan
Nona Fernández, Voyager: Constellations of Memory, translated from the Spanish by Natasha Wimmer
Noor Hindi, DEAR GOD. DEAR BONES. DEAR YELLOW.
Osamu Dazai, No Longer Human, translated from the Japanese by Donald Keene
Osamu Dazai, The Flowers of Buffoonery, translated from the Japanese by Sam Bett
The Palestinian Wedding: A Bilingual Anthology of Contemporary Palestinian Resistance Poetry, edited and translated from the Arabic by A.M. Elmessiri
R.F. Kuang, Yellowface
Ryunosuke Akutagawa, Kappa, translated from Japanese by Lisa Hofmann-Kuroda and Allison Markin Powell
Salim Barakat, Come, Take a Gentle Stab: Selected Poems, translated from the Arabic by Huda J. Fakhreddine and Jayson Iwen
Samih Al-Qasim, All Faces But Mine, translated from the Arabic by Abdulwahid Lu’lu’a
Samih al-Qasim, Sadder Than Water: New & Selected Poems, translated from the Arabic by Nazih Kassis
*Saretta Morgan, Alt-Nature (coming out in 2024)
Satsuki Ina, The Poet and the Silk Girl (coming out in 2024)
Sawako Ariyoshi, The Twilight Years, translated from the Japanese by Mildred Tahara
Shailja Patel, Migritude
Sham-e-Ali Nayeem, City of Pearls
Sharon Yamato, Moving Walls
Shivanee Ramlochan, Everyone Knows I Am a Haunting
**shō yamagushiku, shima (coming out in 2014)
Shuri Kido, Names and Rivers, translated from the Japanese by Tomoyuki Endo and Forrest Gander
*Solmaz Sharif, Customs
Stella Corso, Green Knife
*Taha Muhammad Ali, Never Mind: Twenty Poems and a Story, translated from the Arabic by Peter Cole, Yahya Hijazi, Gabriel Levin
Terry Watada, The Game of 100 Ghosts (Hyaku Monogatari Kwaidan-kai)
Victoria Chang, Obit
*Wong May, Superstitions
THE BOOKS I'M CURRENTLY READING, THAT I HAVEN'T FINISHED YET
Chi Rainer Bornfree and Ragini Tharoor Srinivasan, The Portal (not yet published)
Elaine Castillo, How to Read Now
Eqbal Ahmad, The Selected Writings
Essays, ed. Dorothea Lasky
Fadwa Tuqan, A Mountainous Journey: A Poet's Autobiography, translated from the Arabic by Olive Kenny
James Welch, Winter in the Blood
Lan P. Duong, Nothing Follows
Mattilda Bernstein Sycamore, Touching the Art
Preti Taneja, Aftermath
Wanda Coleman, Wicked Enchantment
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covenawhite66 · 1 year
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Novel
MUSASHI BY EIJI YOSHIKAWA, TRANSLATED BY CHARLES S. TERRY
THE WAITING YEARS BY FUMIKO ENCHI, TRANSLATED BY JOHN BESTER
AN ARTIST OF THE FLOATING WORLD BY KAZUO ISHIGURO
THE SAMURAI’S GARDEN BY GAIL TSUKIYAMA
KABUKI DANCER BY SAWAKO ARIYOSHI, TRANSLATED BY JAMES R. BRANDON
CLOUD OF SPARROWS BY TAKASHI MATSUOKA
Manga
LONE WOLF AND CUB BY KAZUO KOIKE AND GOSEKI KOJIMA
IN THIS CORNER OF THE WORLD BY FUMIYO KŌNO
GOLDEN KAMUY BY SATORU NODA
ŌOKU BY FUMI YOSHINAGA
KAZE HIKARU BY TAEKO WATANABE
Japanese American
THE COLOR OF AIR BY GAIL TSUKIYAMA
WE ARE NOT FREE BY TRACI CHEE
CLARK AND DIVISION BY NAOMI HIRAHARA
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jpf-sydney · 9 months
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Monkey business. Volume 5
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Shelf: 905 MON A5 Monkey business. Volume 5 : new writing from Japan. editors Ted Goossen, Motoyuki Shibata.
Brooklyn, N.Y. : Public Space Literary Projects, 2015. ISBN: 9780615962757
197 pages : illustrations ; 22 cm.
Text in English. Majority of the works are translated into English from the Japanese.
Table of contents:
Photographs are images / a vignette by Aoko Matsuda ; translated by Jeffrey Angles.
The great noise / a short story by Masatsugu Ono ; translated by Motoyuki Shibata and Ted Goossen.
Variation and theme / a graphic narrative by Satoshi Kitamura, inspired by "Doubles," a poem by Charles Simic.
The thirteenth month / a short story by Mieko Kawakami ; translated by Hitomi Yoshio.
The crullers / a short story by Stuart Dybek.
Mother leads me from Iwanosaka toward Sugamo / a chapter from a novel by Hiromi Itō ; translated by Jeffrey Angles.
<In another time and place : four stories>
Star date / by Laird Hunt.
Hemingway's valise / by Rebecca Brown.
A ritual / by Matthew Sharpe.
3 > 16 > 44 / by Steve Erickson.
So what shall I write about? / an essay by Haruki Murakami ; translated by Ted Goossen.
Family traditions / a short story by Eric McCormack.
Twelve Twitter stories / by Toh Enjoe ; translated by David Boyd.
Goodbye, Christopher Robin / a short story by Gen'ichirō Takahashi.
Hazuki and me / a short story by Hiromi Kawakami ; translated by Ted Goossen.
Shoehorn technique / comic strips by Ben Katchor.
Under the cherry trees / a short story by Motojirō Kajii ; translated by David Boyd.
In the box / a short story by Taeko Kōno ; translated by Jay Rubin.
The forbidden diary (part 9) / an excerpt from a fictional diary by Sachiko Kishimoto ; translated by Ted Goossen.
This is how we talked about it / a short story by Yōko Hayasuke ; translated by Motoyuki Shibata and Ted Goossen.
On not knowing my own books / an essay by Kelly Link.
Botchan and Tsuru-san / a short story by Taki Monma ; translated by Ted Goossen.
Rivers / a short story by Keita Jin ; translated by Paul Warham.
The book of three hundred teacherous women / an excerpt from a novel by Hideo Furukawa ; translated by Michael Emmerich.
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deepartnature · 2 years
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Cooking with Taeko Kōno - Valerie Stivers
“The Japanese writer Taeko Kōno is a maestro of transgressive desire whose stories often—and deliciously—use food as a metaphor for sexual appetite. Kōno, who died in 2015, is considered one of Japan’s foremost feminist writers and one of its foremost writers of any kind. She won many of the country’s top literary prizes, including the Akutagawa, the Tanizaki, the Noma, and the Yomiuri. The single selection of her work in English, Toddler-Hunting & Other Stories, first published by New Directions in 1996 and translated by Lucy North and Lucy Lower, contains ten dark, deceptively simple stories about women who find the gender roles in Japanese society unbearable, and are warped by them. ...”
The Paris Review
The Paris Review - Category Archives: Eat Your Words
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guaripetemagazine · 5 years
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The Shocking, Subversive Endings of Taeko Kōno’s Stories
The Shocking, Subversive Endings of Taeko Kōno’s Stories
The fiery, beguiling stories in Taeko Kōno’s collection Toddler Hunting and Other Storiesare vertiginous tightrope walks between two planes of reality. Kōno (1926–2015) wrote these stories between 1961 and 1969, when several Japanese women writers were poking holes in the long-held idea that a wife is defined in relation to her husband and is submissive to him. (See also, for instance, the…
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islamcketta · 6 years
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Depression robs me of feeling and enjoyment. It can also be a strong wake-up call to get back in touch with the things I value quick quick. Listening to the Kavanaugh hearings and all the blather afterwards I felt all the emotions—from the hope that a woman’s voice would be heard against the establishment to the devastation of having my worst expectations confirmed. I tried in those first few days to engage with my family and to touch the thing that always brings me back to myself—books—instead I found myself changed. I don’t know yet if for the better or the worse, or even if this change is permanent, but it’s big enough to explore, here, with you.
Silencing the Cacophony of Mansplaining
The first thing I noticed about how my reading was changing was that I suddenly wanted to throw A Feast in the Garden by George (Gyorgy) Konrád against the wall. I’ve had this reaction before when reading Roberto Bolaño—I loathed his narrator’s didacticism and the way it put me directly in touch with the (male) narrator’s thoughts about the story while distancing me completely from the (female) protagonist’s actual experience. Yes, this could have been done for effect, blah blah blah, but as a woman in this society I’ve had my fill of men explicating something I could or have experienced. I actually loathe the phrase “mansplaining,” but even more so I loathe the male voices that seem to find their only personal fulfillment in explaining—especially when they’re explaining my own experience (or something I know more about than they do) to me. This is not all men, but it’s too many. And I think it’s part of my on-again, off-again beef with Hemingway. Something I did not realize until this week.
So for one moment I feared I was off male narrators forever. Thankfully, Konrád is a brilliant artist and I came to see the effect of what he was doing in this book (which I am still reading, slowly, as his writing demands and deserves). I do, however, feel a lot more comfortable chucking narrators who don’t earn their keep right out my damned window…
Do I sound angry? I am. And embracing my actual feelings instead of trying to make them palatable was something that led me to this next book…
Getting Intimate with Women’s Darkness with Toddler-Hunting & Other Stories
I felt a little dumb when Toddler-Hunting & Other Stories arrived and I realized it was not by Yōko Ogawa (whose dark short stories in Revenge I adored) but instead by Kōno Taeko, a completely different female Japanese author who is also not afraid of taking readers to dark places. But Toddler-Hunting & Other Stories was fantastic, so much so that I wish I could give proper credit to whomever recommended it to me.
What made this the exactly right book for me exactly right now is that listening to Dr. Ford’s honest, gentle, people pleasing ways in that hearing I honestly believed someone might hear her. But that too-common female approach to power got bowled the fuck over and I needed to experience a completely different approach to female power. Do Kōno’s protagonists feel even a little bit guilty about how damned bad they are as they do things like stalk other women’s children? Maybe. They don’t feel at all bad about asking for whatever they want in bed, though, and I loved them for that (even though I wish at least one was the dominant rather than the submissive in the recurring BDSM scenes in this book). I loved being inside the experience of women who felt real to me in their myriadness.
By far my favorite story in this collection is “Snow,” a tale whose psychological underpinnings are so on point I gasped and felt physical pain when I figured out what was going on. It delved deep and unashamedly into the ugly that can be relationships between women—something I fear will prevent the kind of voting backlash I hope for in November. Toddler-Hunting & Other Stories is fantastic. Read it.
Embracing Allegory in Playthings
I’m not going to presume that Alex Pheby’s Playthings is a tightly scripted allegory of our present day (partially because it was originally published in 2015 and also because it’s actually about one of the most famous cases of paranoid schizophrenia in history), but let’s pretend for a moment it is. At first I was not sure that I could delve deeply into Schreber’s all-consuming self-centeredness (for example, he so completely can’t deal with the fact that his wife has a stroke that the action in that scene then has to completely center around him), but I went with it long enough to get immersed in this superb example of what it feels like to be gaslit by everyone around you. Pheby does a wonderful job of draining the life (at least from Schreber’s point of view) from all the characters around the protagonist and of portraying this man’s madness. I guess that’s the secret sauce of gaslighting, isn’t it? We all have some secret weakness that can be turned against us and drive us to madness. The fact that Schreber is in fact mad makes it just that much easier.
The old-timey feel of this book belies its modern effectiveness. I loved the way Pheby played with chapter introductions—using the length of 18th century-like chapter titles and the feeling of interludes—to transition us through this strange story. The historical setting also contributes to this effect. I was glad we never quite get Schreber’s diagnosis because experiencing the symptoms (and getting to wonder how much the people around him were exacerbating them) was much more powerful than having a concrete, rote, dead name applied to that experience (maybe because I don’t like things being explained to me). Telling myself that this book was an allegory made getting through the day a lot easier and I was enthralled enough by the middle of Playthings that I stopped taking notes. That’s a good sign. Check it out if you want a fictional look at what it feels like to feel completely insane.
I have not recovered from the depression or the related dashing of my hopeful illusions (over and over and over), but I’m no longer letting the current political crazytown keep me from my favorite coping mechanism, either. What are you reading to put light in these dark days?
If you need a good literary escape, pick up a copy of A Feast in the Garden, Toddler-Hunting & Other Stories, Revenge, or Playthings from Powell’s Books. Your purchase keeps indie booksellers in business and I receive a commission.
The post Reading in the Aftermath of the Kavanaugh Confirmation appeared first on A Geography of Reading.
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ochoislas · 2 years
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Sin embargo a Hinako no le desagradaba ir a los baños públicos. A éstos les iba mejor que nunca, porque faltaba el combustible para las casas que tenían baño propio. Iba al más cercano, donde coincidía con la gente del vecindario. Si estaba cerrado, como no se resignaba, caminaba hasta otro que quedaba más lejos. Por lo general iba a la caída de la tarde, que era cuando se juntaban más mujeres, porque preferían volver de noche con la cabeza mojada.
¿Sería cosa del agua caliente o del vapor? El caso es que desde pequeña cuando tomaba un baño sus pensamientos y emociones cambiaban, por poco que fuera. Su despejo o su torpor se cuadriplicaban: de pronto recordaba algo que tenía pendiente y que había olvidado por completo; y en aquella situación en que ni sentía ni pensaba, no se dejaba nada atrás. Quizá fuera que por fin sus emociones y sus pensamientos recobraban allí la libertad.
Parecía ocurrir sobre todo en la gran sala del baño público. Desde el momento en que se zambullía en el ángulo más apartado del gran baño, donde se apiñaba la gente, se sentía otra. Solía darse de cara con el imponente termómetro ilustrado sobre los azulejos de la pared, encajado entre dos grandes grifos. A lo largo de las dos tablas fijadas a cada lado del tubo de vidrio había escrito en horizontal y de arriba abajo a trechos regulares: «caliente», «templado», «tibio», y tales palabras iban acompañadas de distintos rostros masculinos: uno intentando aguantar, otro risueño y otro todo lívido. Ya los conocía y empero, cada vez que los veía, parecían cobrar cierta novedad. Un día, después de mucho mirarlos, vino a preguntarse por qué no habrían pintado rostros femeninos siendo un baño exclusivo de mujeres.
Por encima de aquellos rostros, en el muro, un gran cuadro que iba de media altura hasta el techo figuraba un paisaje costero. Cuando Hinako llegaba temprano y todavía no habían encendido las luces, aquel paisaje marino la refrescaba. A la izquierda corría un pinar paralelo al mar y la playa de arena, bajo un cielo donde flotaba una nube. Mirando aquel paisaje le daba de pronto por pensar cuántos años hacía que no había vuelto a Kaihama. Sin dejar de mirar el cuadro, veía entonces la costa de Kaihama ceñida de montañas. En la eminencia que dominaba la ensenada había un pequeño cementerio en pendiente. Estaba en plena solana y abría un vasto panorama del mar hasta el horizonte. No conocía a nadie enterrado en el lugar, pero seguro que descansar allí era tan agradable como una siesta a comienzos de estío. Pensando en todo esto se arrobaba hasta el punto que un par de veces descubrió, al recoger sus cosas tras salir del baño y ver la jabonera vacía, que se había dejado el jabón, algo de tanto precio en aquellos tiempos.
El barullo crecía a su alrededor y a menudo no tenía que esforzarse para escuchar ésta o aquélla conversación. Allí oyó, por ejemplo, cómo los senninbari —aquellas fajas, cada una con mil puntadas de mil mujeres distintas, que esposas, prometidas, madres y hermanas regalaban a los soldados cuando partían al frente con el voto de verlos tornar sanos y salvos— aparecían en el frente en catres infestados de piojos y pulgas... O que si se colgaba una moneda de cinco sen de un hilo sobre el retrato de un soldado y ésta de pronto se paraba, era que estaba muerto. De lo contrario, si se meneaba sin parar, seguía bien. En una ocasión reciente se trataba de Fulano, que lo habían declarado inútil; contaban que la familia había probado durante mucho tiempo sin que la moneda se parara...
Eran tiempos en que todo el mundo tenía que usar madera para cocinar. Como en casa de Hinako, donde no pasaba un día sin que hubiera que quemar leña. Habían reservado para ello tres calderos tiznados. Y, como no había hogar dentro de la casa, se había dispuesto junto a la puerta de la cocina un tejaroz cubierto de chapa para acoger el fogón. De las casas cercanas a los baños se veían salir fumatas dispersas al caer la tarde. La casa de Fulano debía de ser una de ellas. Y corría el cuento de aquella casa donde habían prendido un hermoso fuego bajo el caldero de arroz, dejándolo cocer solo, y cuando volvieron no había más que la candela. Se les habría caído el alma a los pies. Por más que no fuera muy considerado con aquella gente, a Hinako le habría encantado ver al fulano o fulana llevándose el caldero, que quemaría lo suyo.
Kōno Taeko
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ochoislas · 2 years
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Matsuda ya estaba en el vestíbulo con los zapatos puestos, bebiéndose de pie la botella de leche que Fumiko le había llevado.
—¿Estás bien? —le preguntó, apartando la botella de la boca. Fumiko sonrió sin decir nada.
—No vamos a poder hacer eso cuando estés embarazada, ¿sabes? Tendremos que ir suave. Mas vale que te vayas haciendo la idea.
—Pero después que tenga al bebé…
—No te preocupes  —Matsuda echó atrás la cabeza y apuró la botella—. Te voy a hacer una habitación insonorizada. La verdad es que ya debíamos tener una ¿no? —le tendió la botella vacía—. Llamaré a tu trabajo —dijo, volviendo la cabeza al salir.
Todavía estaba puesto el futón. La única diferencia en la habitación eran los postigos abiertos de par en par. Era la estación húmeda pero el sol lograba abrirse paso entre las nubes, junto con la brisa.
Fumiko se dejó caer al borde del porche. Se concentró en sus sensaciones con cada hebra de su ser. Sentía por toda la piel, ahora ardor, luego un dolor punzante, de nuevo ardor… sensaciones alternas que poco a poco iban perdiendo intensidad. Todo su cuerpo respondía en sucesivas oleadas a cada brisa, una sensación que le encantaba. Matsuda se había ido sin desayunar porque se les había hecho tarde, y ella tampoco había comido nada todavía: sentía calambres. Pero siguió sentada allí. Al poco rato le entró soñolencia y echándose en el futón, cerró los ojos. ¡Qué deliciosa brisa de verano temprano!
Cuando se despertó eran casi las dos. De repente le vino a la cabeza: ¿qué pensaría un niño suyo si la viera así? Recogió el futón y fue a la cocina.
Al abrir la ventana le llamó la atención un objeto extraño en la encimera. Era de forma oval, negro azabache y parecía bullir. Mirándolo bien vio que se trataba de un pedazo de carne cruda pululando de hormigas. Ya, eso era, sobre la tabla de cortar. Recordaba haberlo metido ella misma en la nevera.
Sería una de las tajadas que le había pedido a Matsuda por la mañana para que se las apretara contra sus lesiones; aunque entonces no tenían hormigas, claro. Ya se lo había pedido en otras ocasiones. Matsuda le traía los filetes de la cocina al dormitorio con unos palillos, mientras ella lo observaba tendida en la cama, rompiendo a reír cada vez que la carne le rozaba los hombros o las caderas. Tenía que haber olvidado meter de nuevo la tabla de carne en el refrigerador.
Ahora cientos de hormigas, frenéticamente enjambradas, cubrían el filete. No se veía prácticamente ninguna vagando en torno a la tabla ni dirigiéndose a ella desde ninguna parte, así que no podía saber de dónde salían. Bueno, ya no había prisa en espantarlas, la carne ya estaba echada a perder. Que les aprovechara. Fumiko se quedó allí plantada mirándolas pulular y rebullir como un único organismo. Estaba atónita, no tenía ni idea de que había tantas hormigas viviendo en la casa, nunca antes había visto ninguna.
Kōno Taeko
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ochoislas · 2 years
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A Fumiko le encantaba escuchar a Matsuda hablar de su infancia.
«Cuando murió mi abuela —le contó en una ocasión—, no había quién me encontrara. Estaba con mi escopeta de balines tirándole a las palomas. Con la conmoción nadie escuchó el ruido.» Otra vez le dijo: «Ahora soy de estatura media, pero en la primaria era más pequeño de lo normal, el segundo más bajo de mi clase. En la fila siempre era el segundo. Me daban ganas de llorar». Matsuda se levantaba de un salto, extendía recto los brazos y fingía estar en fila. «"En fila", decía el profesor. ¡Cómo odiaba esas palabras!» A Fumiko le resultaba tan atractivo cuando actuaba así. Y a veces en la cama, le estaba arrancando la ropa y de pronto se calmaba y apretaba la cabeza contra su pecho, como un niño. Justo después podía sacar un botón que había saltado de su blusa y ponerlo sobre la almohada diciendo: «¡Lo encontré!». Fumiko sentía tal felicidad que tenía que romper a reír.
Pero Fumiko nunca jamás había querido tener su propio bebé. Nada más pensar en parir uno y tener que criarlo la repugnaba. Incluso ahora que su periodo se retrasaba, lo único que sentía era temor, rencor hacia Matsuda y preocupación por cómo conseguir abortar. Ni una sola vez había añorado o fantaseado con la posibilidad de ser madre. El anuncio de Matsuda de que le gustaría ser padre la molestó: entonces, pensó, a pesar de todas sus promesas, había empezado secretamente a querer uno. Verlo emocionado por ser padre la hacía sentirse engañada y celosa… también desdeñosa cuando recordaba lo infantil que era. ¿Cómo podía imaginarse aquel muchacho que era lo suficientemente maduro para ser padre? Se le olvidaba que tenía treinta años, sólo uno menos que ella.
Sin embargo por las noches antes de acostarse, tras extender el futón cuando él se lo pedía, hacía un último viaje al baño y al volver a la cama le decía: «Todavía nada». A ella misma le sorprendía el tono sereno su voz. El número de veces que visitaba el baño pareció lógicamente aumentar. En la oficina no iba tanto, pero en casa, por lo que fuera, iba todo el tiempo. Siempre le daba el parte a Matsuda, si estaba. Aunque nunca preguntaba, sabía que lo estaba esperando por cómo la miraba.
Pero eso no quería decir que si resultaba estar embarazada lo fuera a tener. Si en los próximos días seguía sin llegarle el periodo, empezaría a indagar cómo deshacerse del bebé. Y si podía tenerlo todo resuelto para principios del semestre, tenía la firme intención de irse fuera. Seguro que si el aborto era posible Matsuda tendría que consentir y renunciar a la idea de tenerlo. Pero ¿y si no era posible? No tendría más remedio que quedarse. Pero ni en ese caso se veía deseando tenerlo. Pero entonces ¿por qué se tomaba el trabajo de informar a Matsuda todo el tiempo? Él iba a suponer, lógicamente, que ella había acabado pensando como él.
Fumiko veía cómo su cara se iluminaba cada vez que le decía que su periodo no había venido. «Figúrate —decía— que tienes esa cosita dentro, una motita sólo todavía, del tamaño de una semilla de sésamo. Mas vale que miremos por nuestra semillita.»
Fumiko se dio cuanta que esto la afectaba. Dejó de decir: «Todavía no me ha venido» y comenzó a decir: «Todo en orden». A veces añadía, sin querer: «¿Estás contento?». «¡Claro!», respondía Matsuda. Ella suspiraba: «Estás empeñado en que lo tenga ¿no?». Él metía la cabeza en su pecho y asentía dos o tres veces, como un niño que se moría de ganas de tener algo pero temía que su madre se lo prohibiera. Verlo así lo hacía irresistible para Fumiko. Pero como parecía estar actuando, también le venía bien responderle hipócritamente. «¿Entonces quieres que lo tenga?», volvía a preguntar, para que lo hiciera otra vez. Matsuda volvía a asentir empujando la cabeza contra su pecho. «Pues bueno… lo tendré por darte gusto.»
Apenas una semana después las fantasías de Matsuda ya habían alcanzado dimensiones ridículas, y la actitud de Fumiko le había hecho perder cualquier escrúpulo de compartirlas con ella. Fumiko no podía evitar sentirse consternada al verlo así. Seguía rezando por dentro para que le viniera el periodo. No se trataba sólo de que quisiera ir a estudiar fuera, era que no tenía el menor interés en el bebé. No le nacía el deseo de tenerlo. Le parecía algo tan interminable e inútil: llevar un bebé dentro de acá para allá, darlo a luz y luego cuidarlo. Y por otro lado era ella la que estaba alimentando aquellas fantasías de Matsuda, que parecían haber cobrado vida propia. El hecho era que ella disfrutaba tanto cuando Matsuda hablaba del bebé… en ocasiones   —para colmo de hipocresía— incluso era ella la que iniciaba la conversación.
[…] Fumiko no podía parar de reír. Mientras reía pensaba cuánto le gustaría verlo actuar de ese modo. No podía forzarse a tener un bebé y no era lo bastante abierta para permitirle tenerlo con otra mujer, pero ver a Matsuda haciendo de padre… eso sí que quería verlo.
Kōno Taeko
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ochoislas · 2 years
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—Bueno, considerando el lazo que vamos a contraer, no resultará indiscreto hacerle a usted unas preguntas —al parecer de eso se trataba cuando los interrumpieron—. ¿Hay algo que odie en particular? Sobre todo quisiera saber qué es lo que no soporta en absoluto.
No había acabado de decirlo y Hinako tenía ya la respuesta. Pero le costaba expresarla. Y eso que no era de quedarse callada. Se preguntaba si no sería posible esquivar el incordio de la familia, siendo así que una gran parte de los Otaka, que parecían ser tantos, vivía en Tokio. ¿Sería demasiado pedir que redujeran el trato al cogollo de los padres y los hermanos con sus respectivas familias? ¿Pero lo que él le estaba preguntando no era de otra naturaleza?
—Quiere usted saber qué es lo que no me gusta, qué aborrezco más que nada, ¿no es así?
—Sí, eso es. ¿Hay algo en concreto?
Las relaciones familiares no parecían venir al caso todavía. Ella no era contraria a que los visitaran familiares. Tampoco se negaría a ir a verlos con Masataka. Pero no se veía con fuerzas para aguantar la frecuentación incesante de una gran familia, y hubiera preferido poder zafarse. Pero, en fin, sólo era un deseo, y quizá fuera mejor dejarlo para otra ocasión (de hecho, unos días después él accedió a su petición). En aquel instante no tenía ninguna idea de lo que podría contestarle.
—Dígamelo con plena libertad. Creo que lo mejor para los dos es que sepamos tales cosas.
Ante tanta insistencia Hinako creyó que lo más prudente era decir: —Se lo ruego, empiece usted.
—¿Yo? Si lo prefiere... Las mujeres que lloran. Eso es lo que más odio del mundo. Es todo, pero ¿lo tendrá usted presente?
—Sí.
A la vez que asentía Hinako, sin llegar a comprender la razón, se sintió aliviada, e incluso más fortalecida ante Masataka.
—Bien, le corresponde ahora a usted, Hinako. Estoy dispuesto a acceder a lo que sea.
—Odio el perfume —dijo abruptamente, con tono áspero, lo primero que le vino a la mente—. Nunca podré usarlo.
—No es un gran sacrificio. Entendido. ¿No lo ha usado nunca?
—No.
Mentía. Probablemente sería aquélla la primera cosa que le ocultara.
Durante las vacaciones de verano del año anterior los alumnos de quinto habían sido movilizados y debían relevarse por grupos cada semana en una fábrica de ropa militar. A tenor de las instrucciones que les dieron, debían ponerse encima de la ropa de gimnasia el delantal y la pañoleta blancos que usaban en la cocina cuando daban clase de hogar. En la fábrica les repartieron grandes máscaras blancas. Su tarea consistía en manipular pieles. Debían sacarlas de un gran montón de cueros de vaca o del animal que fuera, sacudirles el polvo, y extenderlas para poder clasificarlas en cuatro categorías: sin tara, o con defectos menores, medianos o grandes. Unos operarios se las llevaban luego en carretillas. Con las cejas y pestañas blancas por los pelos que salían flotando, manipulaban las pieles entre montañas de cueros, y además en pleno verano. El primer día, cuando sonó la campana para dar de mano, Hinako se sintió aliviada, pero al mismo tiempo suspiró pensando que le quedaban por delante cinco jornadas de aquel mismo trabajo. Por el camino, al poco de dejar la fábrica, Hinako y sus compañeras empezaron a darse cuenta del fuerte olor a cuero que las impregnaba. Ya en casa empezó a resultarle insoportable. Y cuando tras tomar un baño advirtió que el olor no se iba, lo comentó irritada.
Al día siguiente Yūzō, su padre, le compró un perfume. «Hecho en Francia», con una caja color crema. Lo probó y lo encontró raro. Pero le repugnaba menos que aquel olor insufrible a cuero. Se puso por todas partes. A la mañana siguiente, tras presentarse en la fábrica, y justo antes de que formaran dos filas para dirigirse al trabajo, el oficial que las tenía a su cargo mandó a su grupo quedarse atrás. Ponto sacó a Hinako a rastras, y empezó a golpearla mientras la cubría de insultos.
Ahora sentía una renovada confianza en su padre por haber sido capaz de procurarse entonces perfume francés. Pero era precisamente por tratarse de perfume, y además francés, por lo que seguía en la tienda. En aquel tiempo de guerra ni el más osado habría pensado en perfume, y menos habría sido capaz de ponérselo.
Durante unos cuantos días Hinako se las arregló para evitar a Yūzō por la mañana y a la noche, con el fin de que no llegara a ver las marcas de los golpes. Era un triste miramiento que tenía con él. Su tristeza se teñía además del desconsuelo de no poder ya apoyarse en su padre, quien sin embargo era tan digno de confianza.
Y ahora quería ocultar aquel asunto a Masataka, movida por un sentimiento que no llegaba a entender, pero que nada tenía que ver con el que había albergado con respecto a su padre. Cuando la golpearon ni siquiera había llorado, tal era el susto que tenía por lo ocurrido y las consecuencias que hubiera podido acarrear. Si había pensado que era preferible no confiarse a Masataka, no era precisamente porque acabara de decirle que detestaba a las mujeres que lloraban. Aunque no había motivo, no podía evitar pensar que aquello era algo que de ningún modo podía contarle a quien iba a ser su esposo.
Levantó la vista. Para darse arrestos se puso a imaginar qué pasaría si no lograba disimular, y entonces se atrevió a enfrentarlo con aplomo.
Kōno Taeko
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ochoislas · 1 year
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Al bajar a la cocina Noriko seguía sopesando qué ponerse al día siguiente, cuando saliera de casa por última vez. Estaba decidida a morir de un modo que dejara patente su deseo de vivir. Aún más resuelta estaba a dejar marcas de la más atroz de las agonías. Lo mejor sería arrojar sangre, con tal de que quedaran manchas horripilantes. Lucharía hasta su último aliento, debatiéndose espantosamente con brazos y piernas, revolcándose y resbalándose en su propia sangre, embadurnándolo todo… Pensándolo bien, la sangre no destacaría nada en el quimono negro que llevaba aquella mañana. Menos mal que no tenía por qué ir vestida así.
Noriko recordó un conjunto blanco que se había hecho dos años antes. La tela había amarilleado un poco; aquel año no se lo había puesto todavía. Pero seguía siendo blanco a fin de cuentas. La sangre resaltaría estupendamente. Pero luego cayó: el blanco era el color de la muerte. Si se le hubiera pasado, habría acabado con lo que menos quería. Bueno, entonces la única ropa que cuadraba, teniendo en cuenta la estación, era su traje sastre beige. Una sencilla chaqueta y falda de punto, que raramente se ponía. Sabía que el traje estaba en el armario, pero lo abrió de todos modos, para asegurarse.
Sí, allí estaba: contrastaría de forma impactante con la sangre. También había allí colgado un traje de invierno morado, una gabardina, un abrigo, un traje de primavera verde claro y una blusa plisada compartiendo percha con un cárdigan. Nada de eso se había limpiado desde la última vez que lo usó; habría que tirarlo todo también. Además —le vino entonces a la cabeza— estaba también el zapatero de la entrada: sólo necesitaría un par ya; pero los demás zapatos, sandalias, y chanclos de agua estaban tirados dentro de cualquier manera. No quería dejarlos así. Pero Asari también usaba el armario y el zapatero, y podría extrañarse si los vaciaba demasiado pronto.
Noriko se dirigió a la cocina: había que añadir armario y zapatero a la lista en la lata de arenques secos. Pero a medio camino se detuvo. «No puedo olvidar —se dijo— que yo fui la señora de esta casa. Si me deshiciera de todo, parecería una hija que salió corriendo para casarse, o la criada que se escapa tras desvalijar la casa.» Volvió atrás, colocó un collar de carey sobre el traje beige en su percha y cerró el armario. Luego, al pasar ante la entrada, echó una mirada al zapatero. Dentro estaban sus zapatos marrones y varios pares de Asari, todos bastante limpios.
Despachar algunas de sus tareas pendientes era un alivio, pero luego pensó que nada aquello se le habría pasado nunca por la cabeza si no hubiera empezado a preparar su vestimenta del día siguiente. Si no estaba atenta, pensó ansiosa, iba a olvidar tantas cosas… moriría sin cumplir importantes tareas… Cuanto más se agobiaba más difícil le resultaba ser consciente de donde terminaba un asunto y empezaba otro.
Y ya eran casi las tres. Estaban justo abriendo la puerta de los baños de enfrente. Noriko se imaginó eligiendo uno de los barreños de madera apilados en el baño; escuchó el eco huero que hacía al ponerlo en el suelo ante la desierta hilera de grifos. El sol de la tarde entraría por los montantes blancos reflejándose en el fondo de la pila… Su último baño, pensó Noriko. Deseaba oír el baquetazo del balde de madera; ver el sol dando en la pila.
Kōno Taeko
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crucifiedlovers · 1 year
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[She] could not bear to remember that she herself had once been a little girl. But in fact her childhood had been happier than other periods of her life. She couldn’t recall a single hardship; she might have been the most fortunate child who ever lived, a cheerful thing when she was young. But beneath the sunny disposition, in the pit of her stomach, she’d been conscious of an inexplicable constriction. Something loathsome and repellent oppressed all her senses — it was as if she were trapped in a long, narrow tunnel; as if a sticky liquid seeped unseen out of her every pore — as if she were under a curse. Once, in science class, they’d had a lesson about silkworms, and with a scalpel the teacher had sliced open a cocoon. [She] took one look at the faintly squirming pupa — a filthy dark thing, slowly binding itself up in thread issuing from its own body—and knew she was seeing the embodiment of the feelings that afflicted her.
Taeko Kōno, ‘Toddler-Hunting’ from Toddler-Hunting and Other Stories (trans. Lucy North)
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ochoislas · 2 years
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Como en el caso de las otras aulas, las ventanas que daban al patio, cara al sur, estaban abiertas. Cuando Sadako se detuvo ante la cristalera una de las dos maestras, la que estaba delante de la pizarra —porque al parecer había dos a cargo de cada clase—, le echó una mirada como preguntando qué pasaba. Sadako, en silencio, le hizo ademán de que siguiera.
La otra maestra estaba sentada a un piano terciado junto a la pizarra, del lado de la cristalera. En el centro de la pared opuesta a la pizarra se encontraban un muchachito cubierto de flores de papel celeste de la mano de una chiquilla, ésta con flores rosa; a ambos lados colgaban dibujos infantiles a la cera. En la misma pared había un nicho con tres estantes en los que había ordenadas muchas cajitas iguales, que debían de ser de los colores, y a los lados colgaban de cualquier modo las escarcelas de plástico azul oscuro o rojo que los niños llevaban en bandolera.
Las minúsculas sillitas estaban dispuestas en dos filas pegadas a las paredes, y los niños dispersos por toda la clase miraban a la maestra, cada uno con una especie de pandereta —que tenía sonajas sólo en la mitad— en cada mano. Cantaban acompañados por el piano, y siguiendo el ejemplo de la maestra que sacudía el instrumento en los pasajes críticos, las agitaban con fuerza. Muchos pateaban el suelo a la vez que tocaban, no se sabía si obedeciendo a una pauta o por propia iniciaiva. Se oía el barullo de las dos aulas vecinas y del patio. Y además la ejecución de los niños era tan caótica que resultaba difícil captar la melodía o incluso el ritmo de aquella música, decididamente alegre.
Pero con todo Ukiko no se cansaba de aquel espectáculo. Como si el hijo de su antiguo amigo no se encontrara entre los niños... Y no es que, tras haberse señalado un fin, su espíritu flaqueara ya nada más entrar en la escuela y dirigirse a la oficina para preguntar por Sadako. Además, quizá el niño había faltado aquel día, no se podía dar por hecho que estuviera. Ukiko había ido sin saber si formaba parte de la clase de Sadako o de otra. Sin embargo desde el instante en que la joven secretaria volvió de avisar a Sadako, le tendió un par de chinelas, y, una vez calzada con ellas, entró en el parvulario —caso por demás insólito en ella— para luego ser invitada a la clase de Sadako, empezó a ver cómo surgía en su ánimo cierta dubitación respecto al propósito que se había fijado. Uno de aquellos niños con blusita celeste que a instancias de Sadako repetían en total cacofonía las letras de la pizarra... o de los que no se estaban quietos en su sitio en otra de las clases... o de los que brincaban en el patio de recreo a sus espaldas, era su objetivo. Cuando lo pensaba su corazón se aceleraba más que si hubiera sabido desde el principio cuál era. Su minúscula talla, sus gestos pueriles, sus imprevisibles reacciones y aquél ímpetu que exhibían eran todos rasgos magnificados por su mismo número y por la circunstancia de que ella no era madre. Aún más fuerte le latía el corazón cuando imaginaba los particulares de la empresa hasta su completa ejecución. Cuanto más los ponderaba, cuanto más contemplaba su propósito y el modo de culminarlo, mientras más vueltas le daba, más disfrutaba de aquel espectáculo.
Ukiko tenía ya la certeza de que su objetivo se encontraba entre los niños que cantaban y agitaban sus pequeñas panderetas en ambas manos acompañados del piano; no obstante seguía gustando del espectáculo sin el menor reparo. Estaba consciente de que entre aquella treintena de pupilos —o más exactamente entre la mitad: los muchachitos de blusa celeste— se hallaba el chiquito tránsfuga que había vuelto a su casa con la blusa en la mano, porque quería ver a su hermanito recién nacido: el mero hecho de saber que su objeto quedaba así circunscrito sin poder alcanzarlo la sumió en un deleite más agudo. Como regodeándose todavía en aquella viva sensación, se contentaba contemplando a los niños en grupo sin procurar identificar al que le interesaba.
Por mor de las otras maestras Sadako había evitado mirar al niño al acercarse a la cristalera, mostrándoselo a su amiga; pero entonces pareció juzgar que ya había pasado suficiente tiempo como para que el gesto resultara natural: «¿Lo ves, allí? El rapado —dijo Sadako señalando a Ukiko un niño en medio de la clase, a la vez que disimulaba mirando a otro arrinconado al fondo—. Detrás hay una niña ¿no? Pues el que está al lado... menudito... ¿ya lo viste?
[...] Cuando sonó el tambor el pequeño agitó sus panderetas con semblante de pura felicidad. Tal expresión de dicha era rara incluso en un niño. La música desembocaba una y otra vez en el mismo pasaje, y cada vez el rapaz parecía en el colmo de la felicidad al agitar sus instrumentos cuando batía el tambor. Los otros también esperaban con impaciencia la llegada del pasaje para sacudir las panderetas, intercambiando sonrisas y miradas, pero el caso del niño era singular. Como le había hecho notar Sadako, éste era un poco más pequeño de cuerpo que los demás, lo que volvía aún más conmovedores sus delicados hombros bajo la blusa celeste. Aunque tampoco parecía mal nutrido ni falto de ejercicio. Tenía un aspecto sano y atezado. Cuando llegaba aquel pasaje musical entrecerraba los ojos y apretaba los carrillos con fuerza. Lo embargaba tal euforia que quizá por eso se olvidaba de cantar el pasaje, teniendo toda la boca ocupada en expresar su felicidad.
Kōno Taeko
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