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#hombres descalzos
frederickondategui · 2 months
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Frederick Ondategui tied foot | Pies amarrados de Frederick Ondategui
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tinchosneaker · 8 days
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taeyeontupatrona · 6 months
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Sexy latino with big feet and meaty soles/ latino con pies grandes y suelas carnosas
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damecolacao · 1 year
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Derrick Davenport
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favyansworld · 9 months
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Sol 🌞 #sockworsship #dresssocks #sayacks #smellysocks #scklguysin #socks #blacksocks #peet #hands
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viejospellejos · 11 days
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Pillan a un hombre corriendo descalzo detrás de un Ferrari en la AP-7:
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Charly garcía is an Argentine rock musician that got famous in the 60's
his most famous songs are "Tu amor" "Fanky" And "Influencia" below is fan submitted propaganda
"Es un demente, se tiró de un noveno piso, es anarquista, mostró el culo en un recital, tiene vitiligo y le hace el bigote blanco y negro, bardeaba siempre a los milicos, es un hombre trola, he has it all"
"NO PUEDE NO TENER A CHARLY GARCIA. bowie latinoamericano antes de que existiera bowie. sobrevivió un piscinazo. que sería de la música de nuestro continente sin el!!!!!"
"Ícono del rock argentino, escribió poesía incomparable + es re buena fuente de memes. Lit qué mas querés" "Bigote multicolor, decirle a la policía “no es mi culpa que usted no haya estudiado”, tirarse de un 8vo (?) piso a una pileta en Mendoza, autointernarse, su flirteo con Susana Giménez, tantos otros momentos, ser el músico más influencias del rock and roll Latino. SE PUEDE PEDIR MÁS? SAY NO MORE."
Shakira is a Colombian Indie rock musician, she started her career in 1990 at the age of 13.
I decided to give her a chance since shes niche with her small fanbase of 68.......... point 7 million listeners, shes also a furry. <3
Famous songs of her are "Inevitable", "Pies descalzos, Sueños blancos" and "Te aviso, Te anuncio" propaganda below;
"WHY NOT???"
"Al principio tocaba rock y aún sabe tocar batería e guitarra(también puso una bruja en su balcón apuntando a la case de su ex suegra eso está bien rock de ella)"
"pa mamar gallo nada más"
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Una cita junto al mar.
Me preguntaba si iba a venir. ¡Qué ilusa era! De seguro ni se acuerda de mí y mucho menos de esta cita en el mar que habíamos concertado hacía ya cinco años. Y, sin embargo, había una parte de mí que quería creer que todavía me recordaba, que no había olvidado todo lo que habíamos vivido y sido el uno para el otro.
Era aquí, precisamente, donde nos habíamos conocido hace siete años. Yo era una arquitecta recién divorciada, después de un largo pero muy infeliz matrimonio, y él era un joven estudiante de pos-grado. Ambos fuimos llevados al mar por diferentes cuestiones. Yo al buscar paz y consuelo, y el que sólo encontraba al mirar las olas mientras sentía la brisa acariciarme el rostro y peinar mis cabellos, y él al encontrar un espacio para reflexionar y pensar sobre su futuro. Recuerdo la primera vez que lo vi. Estaba descalzo sobre la arena, las olas llenando sus pies de espuma para luego retroceder y dejar un espacio entre la arena mojada y ellos. Yo miraba hacia el horizonte, a ese ocaso precioso que se dibujaba. Los ocasos en el mar me eran de un sabor diferente, le daban a mi alma un sentido más precioso por ser tan apacible y maravillosos a la mirada. Llevaba puesto un vestido amarillo de algodón con tirantes que dejaban al descubierto a mis brazos, un sombrero de playa ancho y blanco. Tenía los brazos cruzados y me abrazaba a mí misma, mientras lloraba en cuclillas viendo el horizonte. Hoy se había finalizado mi divorcio después de dos años de litigio arreglando la división de bienes y la custodia de nuestras hijas. Había luchado tanto por ese matrimonio que se había despedazado. A los treinta y cinco años me sentía hueca, como si hubieran arrancado de tajo todas mis ilusiones. Cinco años es todo lo que había tomado, sólo eso. Los últimos tres ya habían sido necedad de mi parte por tratar de salvar lo insalvable. Luis ya no disimulaba su flagrante infidelidad y su excesivo derroche de dinero que yo misma ganaba. No sabía cómo había podido escoger tan mal, sólo podía achacarlo a la locura del primer amor y a todas esas fantasías románticas que, leer tantos libros de romance, me habían metido en la cabeza. Diez años después yo era una mujer cambiada, más realista y menos idealista, con heridas en el alma que todavía sangraban. Me sentía aliviada, pero a la vez destrozada. Había venido aquí porque no quería llorar frente a mis hijas, pero necesitaba desahogarme. El mar siempre me traía consuelo y sosiego. Podía pasarme horas perdida, contemplándolo, aunque sólo alcanzaba a verlo borroso, siendo difuminado por mis lágrimas. La brisa soplaba fuerte. No podía evitar pensar que, ojalá así como se llevaba mis lágrimas, se llevará también todo lo que guardaba en el corazón: mis sueños hechos pedazos, el dolor del desamor de Luis y la desilusión por mi hogar roto.
En una ráfaga de viento, mi sombrero de paja salió volando. No me moví, no me importaba en lo más mínimo. Seguí sollozando cuando, de repente, sentí que una sombra me tapaba el sol. Volteé y lo primero que divisé fueron unos pies descalzos. Eran pies delgados, largos, algo huesudos, unos pies masculinos, pero bien cuidados, los cuales yacían parcialmente enterrados en la arena. Entonces, una profunda e igualmente masculina voz, llena de una gentileza inconfundible, me preguntó...
“Disculpe, ¿esto es suyo?”
Fue entonces que mis ojos recorrieron el camino desde los pies hasta la fuente de esa voz tan llena de ternura que había penetrado mi desdicha. Tenía los ojos más azules que jamás había visto. Eso fue lo primero que pensé. Era un hombre joven, bronceado, de cabello castaño y ondulado que no podría tener más de veinticinco años. Me despejé la garganta y, apresuradamente, me limpié las lágrimas del rostro para incorporarme. Era un hombre muy alto, yo no le llegaba ni al hombro.
“Si, es mío. Gracias”.
Acepté el sombrero de la mano del hombre y agaché el rostro. Había algo en este hombre me hacía sentir vulnerable.
“Disculpe mi atrevimiento, pero la he observado desde hace rato, mas no quise inmiscuirme. Creo que su sombrero fue la señal que necesitaba para acercarme. No la conozco ni sé por qué llora tan desconsoladamente, pero si algo he aprendido en esta vida es que, a veces, tener con quien hablar, hace un poco más llevaderas las penas. Quiero ofrecerle eso. Un par de oídos que la escuchen atentamente y que no la juzgarán. Permítame invitarle un café. Me llamó Rodrigo”.
Había algo en su semblante, una gran gentileza, una suavidad en su mirada, un sincero deseo de ayudar que terminó por convencerme. Esa tarde me llevó a un café a la orilla de la playa. Allí conversamos por horas. Yo le conté mi historia. De cómo había conocido a Luis mientras estudiaba en la universidad y todo lo que había sucedido desde entonces. Él me escuchó con cuidado sin interrumpir. Cuando ya había purgado todo lo que me volvía pesado el corazón, él empezó a contarme de su vida.
Creo que quería tranquilizarme y ponerme más cómoda al ponernos en igual condición de vulnerabilidad. Me contó que él recién había llegado a la ciudad a estudiar una maestría en Finanzas, también que extrañaba a su madre y a su hermana, pero que, por el deseo de superarse para poder sacarlas adelante, había decidido seguir con su educación, aunque lejos de casa. Me confesó que por eso había venido al mar. Estaba reconsiderando su decisión de seguir estudiando tan lejos de casa. Su madre era viuda y él, su único hijo varón, se sentía sumamente responsable por ella y por su hermana menor, pero entendía también que el programa de maestría le abriría puertas y podría proveer para ellas un mejor futuro. Había trabajado mucho para ganarse la beca que le permitiría seguir con sus estudios, pero a veces desfallecía en su determinación. Estaba solo y no tenía amigos, además de extrañar mucho su hogar. Así pasamos toda esa tarde, la cual se volvió noche, platicando. Ambos nos sentíamos muy bien. Al despedirnos, intercambiamos números de teléfono y prometimos seguir en contacto.
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Al día siguiente recibí un mensaje de texto de Rodrigo.
"¿Cómo sigues? ¿Te sientes mejor?"
Así empezamos a platicar, regularmente, vía texto. Nos fuimos conociendo cada día más. A veces hablábamos por teléfono, cuando necesitábamos escuchar una voz amiga. Pasaron varias semanas así, hasta que Rodrigo me invitó a tomarme un café. Ese día caminamos por la playa, platicamos y nos tomamos un café en la cafetería a la orilla de la playa, aquella en donde nos habíamos conocido. Había pasado por Rodrigo a su universidad y, ya entrada la noche, lo fui a dejar a su modesto apartamento cerca del campus. Al estacionarme enfrente de su edificio, procedí a despedirme de él con un beso en la mejilla, así como se despiden los buenos amigos; lo consideraba precisamente eso. Pero, al momento de acercarme a su mejilla, él volteó su rostro y capturó mis labios con los suyos. La sorpresa me hizo abrir la boca, a lo cual aprovechó para poner su mano sobre mi cuello y profundizar el beso. Dios, había pasado tanto tiempo desde que un hombre me había besado así. El deseo floreció en mi vientre, recordándome que, a pesar de todo lo que me decía, constantemente, era una mujer de carne y hueso. Me besaba con un hambre que me hizo gemir en su boca. Me hacía sentirme deseada, sexy y tan mujer. Sí, no la madre ni la galardonada profesional, sino simplemente mujer, tan mujer. Me bebió el aliento e hizo de mi boca una extensión de la suya. Cuando tuvimos que respirar, soltó mis labios y, sosteniéndome el rostro con ambas manos, me miró directamente a los ojos.
“Laura, quédate, por favor”.
Ese fin de semana, mis hijas estaban en la casa de su padre, así que nadie me esperaba en casa y Rodrigo lo sabía. Lo vi a los ojos. Podía ver la sinceridad en ellos, la misma que relucía en los míos. Esa noche me dejé llevar y la pasamos juntos. Por un instante se nos olvidó todo: el mundo, nuestras familias, nuestras responsabilidades y planes, las diferencias de edad y posición. Éramos sólo Rodrigo y Laura, un hombre y una mujer.
Así comenzó nuestro idilio. Aún ahora, después de tantos años, me hacía suspirar. Fueron tantas memorias y vivencias las que pasamos juntos. Él me devolvió la fe, el gozo de vivir, la confianza en mí misma y la seguridad de que aún había hombres buenos. Nos ayudábamos mutuamente, nos escuchábamos y ofrecíamos apoyo en lo que podíamos. Éramos amigos, confidentes y amantes. Yo me volví su hogar lejos de casa y él mi refugio anhelado. Nos amábamos mucho y a pesar de todo. Aunque Rodrigo era menor que yo, él era muy maduro y respetuoso, además de ser el más apasionado de los amantes, también era el más tierno y cariñoso de los hombres. Vivimos dos años maravillosos, llenos de felicidad, pero llegó el día que habíamos previsto desde el comienzo de nuestra relación. Rodrigo terminó su maestría y era hora de regresar a casa. Quizás por eso nunca quisimos hacernos promesas. Vivíamos día a día. Ese último día lo pasamos juntos y amanecimos en la playa, viendo el amanecer y prometimos volvernos a encontrar, pasara lo que pasara.
Era así que aquí estaba, parada en esa playa, esperando por él, cumpliendo mi promesa, aunque ya había esperado más de una hora. Seguramente, Rodrigo ya me había olvidado; eso pensaba. Miré el mar, una última vez, y me presté a regresar a mi auto. Fue entonces que lo vi. No había cambiado nada y, al mismo tiempo, había cambiado mucho. Mi corazón se volvió loco en mi pecho. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, pero no podía despegarle la vista. Se aproximó hasta estar frente a mí. Veía las lágrimas también en sus ojos. Tomó mis manos en las suyas y, por un momento, fuimos otra vez sólo Laura y Rodrigo, nada más. Me abrazó y estuvimos así por largos minutos, después me llevó a ese café en la playa que era tan nuestro.
Me contó que había regresado a su ciudad y que su hermana y madre habían estado tan contentas de volverlo a ver. Había conseguido un buen trabajo en una compañía transnacional, lo cual le permitió comprarse una casa. Su madre vivía con él, aunque su hermana no, ya que se había casado con un muy buen hombre que la hacía feliz. El también se había casado con una compañera del trabajo y estaban esperando su primer hijo en unos meses. Lo oí platicar sobre su vida. Se le notaba la felicidad y eso me llenó de alegría. Yo le conté de cómo mis hijas habían crecido y estaban en la secundaria ya. Le conté de mi éxito en el trabajo y del proyecto que actualmente ocupaba mi tiempo. Le conté de Armando, un doctor divorciado con quien estaba saliendo desde hace un tiempo, cómo era tan especial conmigo al cuidarme y al hacerme reír. Le conté, también, cómo Armando me había propuesto matrimonio, pero yo insistía en esperar hasta que mis hijas se graduaran de la secundaria. Así estuvimos varias horas platicando. Alegrándonos de las alegrías y simpatizando con las penas y dificultades que el otro había experimentado durante estos cinco años.
Llegó la noche y la hora de despedirnos.
“Te ves más hermosa que nunca. Cuídate mucho, Laura. Recuerda tu valor y sigue persiguiendo tus sueños. Eres una mujer asombrosa. Siempre daré gracias por el tiempo que te tuve en mi vida. Fuiste la forma que el Universo utilizó para hacerme crecer, para cobrar aliento. Aprendí tantas cosas valiosas a tu lado, todo ese amor que me brindaste, tan desinteresadamente, me dio la fuerza que necesitaba para seguir y el valor para afrontar lo que vendría después. Te llevo siempre en el corazón con gratitud y mucho cariño. Te deseo lo mejor”.
“ Yo también te agradezco, Rodrigo, por todo lo que me brindaste; un hombro donde llorar, unos brazos siempre listos para abrazarme, un compañero y un amigo que me dio su compañía y escucha en el que fue el tramo más difícil de mi vida. Me alegra sobremanera que hayas logrado lo que te propusiste y que, tú y tu familia, sean tan felices. Siempre te recuerdo, doy gracias por ti y pido por tu bienestar. Mi cariño y respeto los tienes siempre. Yo también te deseo lo mejor”.
Así nos despedimos y volvimos a renovar nuestra cita en el mar. Nos volveríamos a encontrar, después de cinco años más, y veríamos dónde la vida nos tendría, pero mi corazón agradecía que, lo que ya habíamos vivido, nada ni nadie podría arrancárnoslo del alma.
E.V.E
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Uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Ganador del Premio Nobel en el año 1998.
Novelas recomendadas: "Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres", "Memorial del convento" y "El año de la muerte de Ricardo Reis".
Esta es la primera parte de su discurso cuando recibió el Nobel de Literatura por parte de la Academia Sueca en el año 1998.
El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".
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loquenodije-blogesc · 5 months
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CREO EN LOS HOMBRES!!!
Creo en hombres sensibles y gentiles
En los hombres místicos que creen en sí mismos.
En hombres que buscan la templanza y la paz dentro de ellos.
En hombres poetas, soñadores, magos, escritores, alquimistas, artistas, profesores y ángeles.
En hombres que les gusta bailar y cantar y hacer de la vida una celebración.
Hombres que abrazan a su niño interior herido, escuchan y abrazan la verdad y que quieren sanar y ayudar a los demás a curarse.
En hombres que se niegan a ser esclavos de su propia herida y que, a pesar del dolor, la limpian y la curan pacientemente, con amor y coraje.
En hombres que vienen de las estrellas y recuerdan el poder de sus alas, el poder de sus manos y el poder de sus corazones.
En hombres que conocen la intuición y la usan como su brújula, y comparten la libertad porque son libres y no conocen otra manera de vivir.
Creo en los hombres protectores de la energía femenina, que saben leer la mirada de su amada y que no quieren cambiarla, simplemente acompañarla sabiamente en su vuelo.
Creo en hombres completos que no necesitan nada fuera porque ya saben que todo está dentro.
En hombres que hacen fuego cuando tienen frío, que se refugian en el agua cuando tienen sed. En hombres con ojos sinceros que se ven a sí mismos y es por eso que aman y respetan a todas las criaturas que existen en la Tierra.
Creo en los hombres, perfectamente imperfectos, porque es en esa imperfección también encuentran su belleza.
Hombres sensibles que saben cómo recibir y dar amor en equilibrio, que escuchan y que también hablan, los que viven y los dejan vivir y que viven la sexualidad como sagrada, porque saben que es un regalo maravilloso.
Hombres con sentimientos claros, que son accesibles.
Que andan descalzos y hablan con las plantas.
En los hombres tiernos y salvajes al mismo tiempo.
En el hombre sagrado y en toda la divinidad que tienen.
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tinchosneaker · 7 days
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taeyeontupatrona · 6 months
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Latino de pies grandes, anchos y carnosos pt.2
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favyansworld · 9 months
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#peet #sexy #suggarbaby #photo #world #stgochile #chile #hands
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notasfilosoficas · 1 year
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“Un amigo es un alma que permanece en dos cuerpos”
Diógenes el Cínico
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Diogenes también llamado Diógenes el cínico, fue un filósofo griego nacido en la colonia jonia de Sinope en el año 323 a.C., perteneciente a la escuela cínica.
Primeros años
Nada se sabe acerca de su infancia excepto de que era hijo de un banquero llamado Hicesias, y que ambos fueron desterrados por haber fabricado una moneda falsa.
Diógenes se vanagloriaba de haber sido cómplice de su padre y este suceso de alguna forma configuró su pensamiento filosófico.
Diogenes y su padre salieron a Atenas, y se dice que fue un esclavo llamado Manes, quien lo abandonó mas tarde.
Diogenes se burlaba de la relación de extrema dependencia entre las personas. Le llamó la atención el maestro ascético Antístenes un discípulo de Sócrates que, según Platón había presenciado su muerte.
Historia
Diógenes superó a su maestro Antístenes en tanto en austeridad como en modo de vivir, y vivió evitando los placeres terrenales, poniendo en evidencia las actitudes banales de la vida como la vanidad, el fingimiento social, el autoengaño y la artificiosidad de la conducta humana.
Platón lo llamaba “Diógenes delirante”, caminaba descalzo durante todas las estaciones del año, dormía en los pórticos de los templos, tenía un bastón para caminar, un manto para cubrirse y una tinaja para comer y beber.
Diógenes criticó la teoría de las ideas de Platón optando por oponer la materialidad de los entes particulares. 
Según una leyenda creada por Menipo de Gadara, en un viaje a Engina, fue capturado por piratas y vendido como esclavo, Su comprador, un tal Jeníades de Corinto quien le devolvió su libertad y lo convirtió en tutor de sus dos hijos. 
Pasó el resto de su vida en Corinto en donde se dedico de lleno a predicar doctrinas de virtud y autocontrol.
A Diógenes se le atribuye la famosa anécdota en la cual conoció a Alejandro Magno, quien intrigado por la fama del filósofo quiso conocer, hallandolo en a las afueras de Corinto. Durante el encuentro Alejandro Magno se presentó y con gran magnanimidad y poderío le dijo “pídeme lo que quieras”, a lo que Diógenes le contestó; “Quítate de donde estás por que me tapas el sol”.
Carlo Magno le contestó; “No me temes?” A lo que Diógenes le preguntó; “Te consideras un buen o un mal hombre?”; “Me considero un hombre bueno” contesto Alejandro. A lo que Diógenes respondió; “Entonces…por que habría de temerte?”.
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Muerte
Sobre la muerte de Diógenes se cuentan diversas versiones, que van desde la muerte por comer un pulpo vivo hasta la de haber caído de un caballo. Otra versión apunta a que murió por su propia voluntad reteniendo su propia respiración, version que suena imposible.
Epicteto lo recordaba como un modelo sabiduría y los corintios erigieron una columna en mármol con la figura de un perro, pues de Diógenes hablaban de su comportamiento parecido a la de un perro, y quienes comenzaron a apodarlo como “el perro” con la intención de ofenderlo, hallaron en Diógenes un apodo muy apropiado del cual se enorgullecía.
Los motivos por los que se le relacionaba lo cínico con lo canino eran la indiferencia en la forma de vivir, la impudicia a la hora de hablar o actuar en publico, las cualidades de un buen guardian para defender su filosofía y la facultad que tenía para distinguir a amigos de enemigos.
Fuente: Wikipedia
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alasdepaloma · 1 year
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Iba caminando por la tilde de la música esdrújula. Miraba al cielo del poema, al sol de su rima y al arco de luz dividido en sonetos de amor y ternura. Descalzos sus pies como su alma, cautivo al papel y a su efluvio; siervo de la fantasía y de la irrealidad del embrujo. Su entrecano cabello enamorado del ébano de la tinta, resplandecía en contraste con el dorado del letrado sol… La luna dormía entre las hebras protectoras de su pensamiento. Era el hijo de las letras. El espíritu del verbo que se conjuga en la garganta del adorador de la palabra y vibra en los labios de aquél que sólo sabe besar cuando el amor ha aprendido a declamar. De pronto se desperdigaba entre la corpulencia de la cubierta… La puerta de los sueños… La entrada hacia esos mundos sanadores, curanderos de las almas que van rotas, tristes, desesperanzadas, idealistas y soñadoras. Sus mejillas desvaídas de pronto se ruborizaban entre el polvo que levantaban las letras más atrevidas, aquellas que corren y que agitadas entran directamente al corazón de los lectores. Entonces… Él también, como ráfaga violentamente plácida, se inmiscuía entre los latidos del solitario, del introvertido, del que ha elegido desampararse de la realidad, del ruido y de la ceguera catástrofe que cargan los codiciosos, los que fingen el amor o lo compran con riquezas vacuas. Le miré con atención, y de él me enamoré. Juro que de él me enamoré en el instante el que sentí su aliento ceñirse a las paredes de mi cerebro… Entonces me besó cada órgano que me compone y me hizo volver a sentir a aquellos que desaparecieron de mí. Dejé de sentirme mujer, dejé de pensar en el hombre… Sentí la energía que no es ni femenina ni masculina… Sentí la energía asexual del cosmos, ese mundo equidistante del nuestro, ese que es tan real como la irrealidad de un amor eterno. Me enamoré de su piel de agua helada, de la transparencia de sus ojos de amanecer adormecido, de sus manos con dedos largos y finos… amplios como el exquisito sabor que degustan los temporales de la cabeza para guardar las sonrisas, las añoranzas, la acción de los imposibles, la inalcanzable paz que se torna alcanzable, el respeto a la vida, los fieles amores, la perfección del imperfecto, del absurdo de la vida. Te amo, Dios de los símbolos, creador de alegorías, mi esperanza en metáforas. Vida mía.
—PalomaZerimar.
8/11/2022
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knario47 · 3 months
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SEGÚN NICOLASO DA RECCO
Pequeñas Historias de Canarias
Números Guanches y números en tamazigh.
Expedición de Nicolaso da Recco en 1341.
Sin embargo parece que estas islas no son muy ricas, pues los marineros apenas han cubierto los gastos de su viaje. Los cuatro hombres que han traído son jóvenes, sin barba; hermosa figura, van desnudos, y solo llevan una especie de delantal (femoralia), que hacen con una cuerda, rodeándose los riñones y de la cual pende gran número de hilos de palma o juncos del tamaño de un palmo y medio, o a la más de dos, sirviéndose para cubrirse las partes vergonzosas, tanto por delante como por detrás, de modo que, ni el viento, ni ningún otro accidente puede descubrirlas: no se hallan circuncidados, y tienen los cabellos largos y rubios con los cuales se tapan, llegándoles casi hasta el ombligo, y andan descalzos.
Se dice que la isla de donde los han sustraído se llama Canaria, y que está más poblada que las otras. Se les ha hablado en diferentes lenguas y ninguna han comprendido; no exceden de nuestra estatura; tienen los miembros robustos, son fuertes, bastante valerosos, y al parecer de una gran inteligencia.
Se les ha hablado por señas, y han respondido del mismo modo como los mudos; se respetan entre sí, y entre ellos existe uno, al que manifiestan honrar con particularidad. El delantal de este jefe, es de hojas de palmera, mientras que los demás lo llevan de junco pintado de amarillo o encarnado.
Su canto es muy dulce; bailan casi al estilo francés; son alegres y risueños, bastante civilizados y menos salvajes que muchos españoles.
Cuando se les condujo a bordo, comieron pan e higos y dieron a conocer gustarles el pan, aunque nunca lo habían probado; rehusaron absolutamente el vino, y no quisieron beber sino agua. Comieron también el trigo y la cebada a manos llenas, como igualmente el queso y la carne que en su país es abundante y de buena calidad; sin embargo carecen de bueyes, de camellos, de burros, pero en cambio poseen abundancia de cabras, carneros y cochinos salvajes. Se les enseñaron monedas de oro y plata e ignoraban absolutamente su uso; tampoco conocían los aromas, se les enseñó también anillos de oro, vasos cincelados, espadas, sables; mas demostraron no haber visto jamás estos objetos, y nunca se habían servido de ellos.
Dieron prueba de una fidelidad notable, pues si uno de ellos recibía alguna cosa buena de comer, antes de probarla, la dividía en trozos y la repartía entre los demás.
El matrimonio es conocido entre ellos, y las mujeres casadas llevan delantal como los hombres, pero las doncellas van desnudas del todo, sin avergonzarse de su desnudez. Cuentan como nosotros, colocando las unidades delante de las decenas, del modo siguiente:
1- nait 9- alda morana (morava)
2- smetti 10- marava
3- ammeloti 11- nait-marava
4- acodetti 12- smatta-marava
5- simusetti 13- amierat-marava
6- sesetti 14- acodat-marava
7- satti 15- simusat-marava
8- tamatti 16- sesatti- marava, etc.
Etnografía y Anales de la conquista de las Islas Canarias, Sabino Berthelot
Números en tamazigh.
• 1 – ⵢⴰⵏ (yan)
• 2 – ⵙⵉⵏ (sin)
• 3 – ⴽⵕⴰⴹ (kṛaḍ)
• 4 – ⴽⴽⵓⵣ (kkuz)
• 5 – ⵙⵎⵎⵓⵙ (smmus)
• 6 – ⵚⴹⵉⵚ (ṣḍiṣ)
• 7 – ⵙⴰ (sa)
• 8 – ⵜⴰⵎ (tam)
• 9 – ⵜⵥⴰ (tẓa)
• 10 – ⵎⵔⴰⵡ (mraw)
• 11 – ⵢⴰⵏ ⴷ ⵎⵔⴰⵡ (yan d mraw)
• 12 – ⵙⵉⵏ ⴷ ⵎⵔⴰⵡ (sin d mraw)
• 13 – ⴽⵕⴰⴹ ⴷ ⵎⵔⴰⵡ (kṛaḍ d mraw)
• 14 – ⴽⴽⵓⵣ ⴷ ⵎⵔⴰⵡ (kkuz d mraw)
• 15 – ⵙⵎⵎⵓⵙ ⴷ ⵎⵔⴰⵡ (smmus d mraw)
• 16 – ⵚⴹⵉⵚ ⴷ ⵎⵔⴰⵡ (ṣḍiṣ d mraw
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