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#tapizado
frasesenespa-ol · 1 year
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Solo porque a ti te gustan las mujeres con tapizado no quiere decir que eso sea igual para todos. Tienes que ampliar tus gustos.
Mujeres Audaces (Jennifer Crusie)
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mobleslagavarra · 1 year
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Silla Mara Liquidacion
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Silla Mara Liquidacion
Silla Mara Liquidación por anulación de pedido, 30% de descuento Pack de 4 sillas con patas en madera de Haya maciza y tapizado Tela de Froca serie Lido Marrón Entrega inmediata Read the full article
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muebleando · 2 years
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thinkwinwincom · 2 years
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Mira 'El viaje de Chihiro' una y otra vez - The Atlantic
Mira ‘El viaje de Chihiro’ una y otra vez – The Atlantic
Hecho desaparecer salió en 2001 cuando tenía 8 años. Después de verla en un cine japonés, me tambaleé contra la pared en el calor del verano, sacudido por lo que acababa de ver: la grotesca transformación de padres en cerdos, monstruos sin rostro que vomitaban, la evolución de una niña sonriente en una valiente heroína. Cómo un dragón podía ser un mago y también un río, cómo la asociación y la…
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chuspatchwork-blog · 4 months
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thecraptacular · 7 months
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Contemporary Pool - Poolhouse Inspiration for a mid-sized contemporary indoor rectangular and tile pool house remodel
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lesbianese · 8 months
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Guest - Bedroom Ideas for a large, contemporary guest bedroom remodel with white walls, a fireplace, and a medium-tone wood floor
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fujofi · 9 months
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Mediterranean Sunroom in Seville An illustration of a sizable sunroom with a traditional ceiling and no fireplace
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ultisart · 1 year
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Poolhouse (Madrid)
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ofertazos · 2 years
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colchonesymas · 2 years
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angel-amable · 4 months
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mobleslagavarra · 1 year
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Puff Juegos en LIQUIDACION
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Puff Juegos en LIQUIDACION
Puff Juegos en LIQUIDACION acolchado y con 6 juegos distintos, uno en cada cara. Mide 42x42x42  y solo quedan 2 Read the full article
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muebleando · 1 year
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stua · 10 days
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ESOS MOMENTOS DE CALMA Lo que hace a Calma diferente es que es la mezcla de hamaca y butaca, para lograr una comodidad nueva en el exterior. Calma consiste en un largo chasis suspendido, que además está tapizado, con un confortable relleno interior. Nos podemos tumbar, apoyar la cabeza y echar una siesta. Y con reposapiés opcional, para una comodidad total. Cuenta con ellas para tu terraza, este año con servicio inmediato. CALMA: www.stua.com/es/design/calma
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wingzemonx · 18 days
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 149. La Destrucción del DIC
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 149. La Destrucción del DIC
Francis, Gorrión Blanco, Lisa, Cody y Lucy no tardaron mucho en encontrarse con los extraños atacantes; casi en cuanto salieron de la sala de interrogatorios y avanzaron al pasillo. Algunos de ellos vestían uniformes y pasamontañas negros, pero otros más, para horror de Francis, vestían el distintivo uniforme azul de los soldados de la base; su uniforme, y el de sus supuestos compañeros, igual que aquello dos que habían tenido que matar hace sólo unos minutos atrás en la sala de interrogatorios. Y aun así, incluso estos no tuvieron reparo en abrir fuego en su contra en cuanto los vieron.
El sargento hizo que todos se refugiaran detrás del muro más cercano para ponerse a cubierto. Luego él mismo sacó su arma y comenzó a disparar a su vez contra los atacantes para mantenerlos a raya, aunque era imposible que él sólo pudiera hacer tal cosa con tan sólo su pistola. Por suerte, no se encontraba solo del todo.
En cuanto la ronda de disparos de Francis se acabó, y al parecer al mismo tiempo lo hizo la de los demás, Gorrión Blanco no tardó en salir presurosa de su escondite. Y antes de que Francis pudiera decirle algo, la joven utilizó su telequinesis, empujando a todos a los atacantes a la vez para estrellarlos con fuerza contra los muros como si los acabara de revolcar una ola. Un par de ellos murieron al instante, otros más quedaron malheridos, y el resto intentaron recuperarse rápidamente para proseguir con el ataque. Francis salió en ese momento, y con disparos certeros de su arma ya cargada abatió a tres de ellos, y Gorrión Blanco hizo lo propio con el resto, estrellándolos con violencia contra los muros.
El pasillo quedó rápidamente tapizado de rojo, y adornado con los cadáveres de aquellos hombres. Una escena bastante desagradable, en especial para aquellos en el grupo menos acostumbrados a tal nivel de violencia.
—No mires —le susurró Cody a Lisa, abrazándola contra él mientras avanzaban por el pasillo ahora despejado.
—No te preocupes por mí —le murmuró despacio la bioquímica, aunque de todas formas no miró, y permaneció con su rostro contra el pecho de su novio, aferrada a él en busca de aunque fuera un poco de sensación de protección—. ¿Estos hombres son en verdad soldados de la base? —cuestionó alterada, mirando de reojo el cuerpo de uno de ellos al pasar a su lado, y reconociendo fácilmente su uniforme—. Tienen que ser impostores, ¿no es cierto?
Sin tener que decirlo directamente, era claro que aquella pregunta iba dirigida a Francis. Sin embargo, éste no respondió, pese a que la verdad era que había reconocido con facilidad a varios de ellos, incluyendo los que acababa de liquidar con sus propias balas.
Él menos que nadie entendía lo que ocurría. ¿Cómo era posible que de la noche a la mañana sus propios hombres se hubieran volteado en su contra de esa forma? Su primer pensamiento hubiera sido que se debía al control mental de algún UP, incluso del propio chico Thorn al que se suponía iban justo a despertar esa tarde. Quizás habían errado con la dosis del sedante, o habían subestimado el alcance de lo que ese chico era capaz de hacer, y el resultado había sido todo eso.
Pero la infiltración de esos otros hombres de negro, claramente mercenarios, y ese extraño mensaje en las radios, que ahora deducía era la señal para comenzar el ataque… Todo eso implicaba una planeación previa, no un hecho que había ocurrido fortuitamente. Este ataque había sido planeado con plena consciencia, y sólo podría haber sido posible con personas infiltradas en la base. Pero, ¿quiénes? ¿Cuántos? ¿Y desde cuándo…?
Sin importar lo que fuera que estuviera en verdad detrás de todo eso, no podía permitirse perder el enfoque. Aquel era un campo de batalla, como tantos otros en los que había estado. Y las personas que lo acompañaban, aunque fueran civiles, dependían de él para salir de ahí con vida. No podía fallarles; ni a ellos, ni tampoco al director y al capitán, en especial desconociendo en quienes podían confiar ahí dentro.
El grupo llegó hasta una sala cuadrada y amplia, que parecía ser punto de intersección para otros cuatro pasillos. Francis, al delante de todos, pegó su espalda contra el muro, y con arma en mano se asomó con cuidado para revisar con la vista los alrededores. No había nadie; ni enemigos, ni tampoco potenciales aliados.
—Despejado, andando —indicó con firmeza, al tiempo que comenzaba a moverse, y los demás lo hicieron igual
—¿Andando hacia dónde, exactamente? —exclamó Lucy con tono de queja, siguiéndolos desde más atrás, pero con poca convicción en su paso—. ¿No deberíamos ir a la salida más cercana?
—Quizás tenga razón, sargento —le susurró Gorrión Blanco, avanzando a su lado—. Estando aquí dentro estamos prácticamente a la merced de estas personas.
—Tenemos que llegar a los ascensores —respondió Francis con voz cortante—. El Dir. Sinclair y el Capt. McCarthy estaban realizando el interrogatorio en el nivel inferior. Debemos llegar hasta ellos y brindarles apoyo. Sólo entonces saldremos todos juntos de aquí.
—¿Te has puesto a pensar que esas personas podrían estar ya muertas? —exclamó Lucy con tono punzante.
—Lucy —masculló Cody como reprimenda, volteándola a ver sobre su hombro.
—Sólo digo que si él quiere correr y jugar al héroe por todo este desastre, que lo haga. Pero no tiene por qué llevarnos a nosotros a la muerte con él.
—¡Lucy! —repitió Cody con más fuerza que antes.
—O vienen conmigo, o los encierro en una habitación hasta que todo esto termine —los amenazó Francis, girándose hacia ellos con su arma en mano—. Y no les garantizo que quien los encuentre después vaya a ser un aliado, o alguien tan amable como yo.
Se hizo el silencio entre ellos, pero en sus miradas se notaba la duda, en especial en Cody y Lucy.
—Pueden confiar en él —murmuró Lisa con seriedad—. Y también en ella —añadió, volteando ahora a ver a Gorrión Blanco, tomando a ésta un poco por sorpresa—. Sólo estando a lado de ellos dos estaremos a salvo.
Gorrión Blanco no pudo evitar sonreír un poco al escucharla decir eso. Le gustaba saber que la Dra. Mathews confiaba en ella, aunque fuera en una situación tan extrema como esa.
Por su lado, Cody asintió como aprobación a las palabras de su novia, y luego añadió:
—Si Lisa así lo cree, entonces yo también. Los seguimos.
—Bien —masculló Francis con seriedad—. Los ascensores están por aquí.
Dicho lo que se tenía que decir, el grupo siguió avanzando bajo la guía del Sgto. Schur.
—Grandioso —masculló Lucy con tono quejumbroso al final de la formación—. Vayamos entonces a la muerte segura…
Su comentario le ganó otro par de miradas de desaprobación, en especial de parte de Cody y Lisa. Ninguno le dijo nada a ella directamente, pero Lisa no tuvo reparó en compartir en voz baja su opinión a su novio.
—Tú amiga sí que es simpática —masculló con tono sarcástico.
—No es su culpa… creo —respondió Cody, un tanto dubitativo—. Es sólo que a veces no escucha lo que sale de su propia boca.
—Los puedo escuchar —farfulló Lucy a sus espaldas, claramente descontenta.
— — — —
Tras su accidentado, y casi milagroso, escape de aquella sala de observaciones, Russel había logrado de alguna forma moverse entre los pasillos repletos de toda esa locura, sin recibir ningún disparo de por medio. La base se había convertido en un verdadero infierno. A donde quiere que iba, todo lo que encontraba era sangre y cuerpos tapizando el suelo y las paredes. En un momento, tras girar corriendo una esquina, un pisotón mal afortunado de su pie derecho terminó por hacerlo resbalar en un charco de sangre en el suelo. El cuerpo del científico se precipitó al piso, golpeándose con fuerza contra su cadera. Pero lo peor fue por mucho que, encima de todo, había quedado prácticamente recostado sobre el cuerpo de un soldado muerto, al que además de todo le hacía falta la mitad de su cara.
Russel soltó un fuerte alarido al aire, se paró lo más rápido que pudo y se alejó trastabillando hasta pegar la espalda contra la pared. Al forzarse a desviar su mirada del cadáver, todo lo que vio fue rojo al notar que su impecable bata blanca estaba empapada en esos momentos de sangre. Se la quitó frenético, tirándola a un lado con desesperación. Se quedó petrificado en su sitio un buen rato, con sus piernas temblándole, pero negándose a ceder. Sólo el retumbar de disparos cercanos lo despertó y lo forzó a moverse de nuevo.
Aunque no pareciera en un inicio tener un destino fijo, su cuerpo pareció saber por sí solo lo que debía hacer: ir a su despacho privado, en donde guardaba su teléfono satelital. Era quizás el único medio por el que podría comunicarse con el exterior; con Douglas, Albertsen, o quién sea que pudiera mandarles apoyo. Por supuesto, no se le había escapado la horrible posibilidad de que alguno de ellos pudiera estar también involucrado en todo eso; si Ruby Cullen lo estaba, nada más lo podría sorprender. Pero en una situación tan desesperada, no le quedaban muchas opciones.
La ventaja que tenía para poder moverse con mayor libertad era su tarjeta y huella dactilar, que le daban acceso a prácticamente cualquier puerta, sala y ascensor de la base, lo que le permitía moverse por rincones que esperaba que sus atacantes no conocieran. De esa forma logró subir por las escaleras de emergencia de un ducto secundario hacia el nivel del departamento científico.
Se horrorizó, sin embargo, en cuanto ingresó por los alguna vez limpios y puros pasillos blancos, encontrándose con un reguero de cuerpos. Pero estos eran, para su espanto, miembros de su propio equipo; hombres y mujeres de ciencia, no soldados entrenados para pelear, que habían trabajado con él hombro a hombro, alguno por años. Personas que dependían directamente de él, y que debería de haberlos protegido de alguna forma.
¿Así es como se sentía ser un capitán y presenciar a tus hombres caer a tus pies?
Sintió de nuevo que su cuerpo se desplomaría al piso, o que sería atacado en cualquier momento por una arcada. Respiró hondo para intentar calmarse lo más posible, y forzarse a avanzar con paso cauteloso por el pasillo, cuidando de no tocar ninguno de los cuerpos. Unas voces cercanas lo hicieron girar en otra esquina y dirigirse a su destino por el camino largo. El pasillo de su oficina estaba, por suerte, despejado por lo que pudo prácticamente lanzarse corriendo hacia su puerta. Por un momento intentó abrirla directamente, empujándola con su hombro, olvidando por completo la cerradura electrónica. Sus manos nerviosas rebuscaron de nuevo su tarjea, la colocó sobre al sensor a un lado de la puerta, y escuchó a los segundos como el cerrojo se abría; el sonido le pareció tan estridente que por un momento temió que alguien pudiera haberlo oído.
Colocó su mano en la manija y abrió la puerta con cuidado. Había apenas abierto una pequeña rendija de diez centímetros, cuando sintió el frío y duro cañón de una pistola justo contra la parte trasera de su cabeza.
—No se mueva —pronunció una voz fría a sus espaldas, y le pareció casi sentir el aliento de aquella persona picoteándole la nuca—. Y no hable…
Russel soltó un pequeño chillido de miedo. Alzó tímidamente sus manos temblorosas en señal de rendición, sujetando entre sus dedos de la derecha la tarjeta de acceso.
—Por favor… no lo hagas… —susurró entre tartamudeos nerviosos—. No sé lo que quieres, pero por favor, no lo hagas… No soy un soldado, soy sólo un científico. Todo lo que he hecho es por el bien de la humanidad…
Sus desvaríos no tenían sentido, y él lo sabía muy bien. Aun así, su boca parecía moverse sola, soltando aquel desesperado e inútil ruego de clemencia.
—Cállese —pronunció con severidad aquella persona, pero sin alzar de más la voz—. Entre a la oficina, ahora —le ordenó de forma tajante, empujando su cabeza con el arma.
Russel obedeció, avanzando hacia la puerta para abrirla por completo e internarse en las sombras de su propio despacho.
—Encienda las luces —le ordenó aquella persona a continuación, y Russel acercó sin chistar su mano hacia el interruptor, y todo el lugar se iluminó al instante de luz blanca.
Su despacho era relativamente pequeño, y en esos momentos bastante desordenado, aunque él afirmaba que las mentes creativas siempre se movían y trabajan en espacio caóticos como ese. Había papeles, libros, y discos regados por todas partes; incluso unas viejas cintas VHS amontonadas en una caja, y piezas de computadora en otra.
Russel escuchó la puerta cerrarse con fuerza a sus espaldas, y su cuerpo reaccionó con un sobresalto, casi como si aquello hubiera sido un disparo. Por suerte no fue así. Pero aún no podía sentirse seguro, pues aquella persona había entrado con él, y su pistola seguía pegada contra su cabeza.
—¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué hacen esto?  —se atrevió a preguntar, con la única pizca de arrojo que le fue posible.
—¿Se refiere a lo que ocurre allá afuera? —preguntó su captora, sonando incluso burlona al hacerlo—. No tengo idea de qué sea. Yo estoy aquí por otro motivo, y sólo aprovecho el momento.
Aquello lo desconcertó bastante. ¿Qué quería decir con aquello?
Sintió como el arma se apartaba de su cabeza en ese momento, y pareció ser suficiente indicativo de que podía bajar los brazos y darse la vuelta. Lo hizo con suma precaución, sin embargo, a la espera de que su captor le indicara en cualquier momento que se detuviera; no lo hizo. Al poder observar al fin a aquella persona, Russel se sintió aún más confundido.
Era una mujer increíblemente preciosa, tanto que estaba seguro de nunca haberla visto antes en esa base; no hubiera olvidado un rostro así jamás. Su piel era pálida y lisa como porcelana, adornada con algunos discretos lunares oscuros que casi parecían haber sido puestos sobre la superficie clara de su rostro de forma intencional. Su cabello castaño rojizo era brillante y sedoso, y sus rizos caían libres en sus hombros. Pero quizás lo más atrapante eran su par de ojos color miel, astutos e hipnotizaste. Usaba el saco azul de los soldados de la base, pero era claro que debajo de éste no traía el uniforme completo, pues se asomaban sus piernas cubiertas con unos ajustados pantalones oscuros.
A Russel no solían atraerle mucho las mujeres blancas, o más bien las mujeres en general. Pero esa chica en especial le pareció cautivadora por algún motivo que no supo interpretar, en especial dada la poco ortodoxa situación por la que cruzaba. Era evidentemente además que estaba fuertemente armada, no sólo por esa pistola con la que lo había apuntado hace un momento y que aún sujetaba con sus manos, apuntando con el cañón hacia la altura de las rodillas del científico.
—Es usted el Dr. Shepherd, ¿no es cierto? —preguntó aquella mujer, inclinando su cabeza hacia un lado.
—¿Quién eres tú? —respondió Russel por reflejo. Podría haberle negado que era él, pero supuso que sería inútil.
—No le interesa —escupió la extraña con sequedad, y volvió alzar su arma, apuntando ahora directo a la frente de Russel—. Me mandaron por usted, y vendrá conmigo. Y por lo que he visto, si acaso quiere salir con vida de aquí, no es que tenga muchas otras opciones.
—Si no estás con esas personas, entonces podemos ayudarnos —soltó Russel por reflejo—. Tengo un teléfono satelital especial que puede traspasar los inhibidores de la base. Con él podemos comunicarnos con el exterior y pedir refuerzos para que nos saquen de aquí.
La mujer lo miró con curiosidad, entornando un poco los ojos.
—¿Dónde está?
—En el cajón de mi escritorio —respondió señalando tímidamente con una mano hacia dicho sitio.
La mujer señaló con su cabeza hacia el escritorio, indicándole que podía acercarse. Russel se aproximó rápidamente hacia éste, y abrió el cajón superior de la derecha. Ahí se encontraba el artefacto, pequeño y rectangular, con una larga y gruesa antena.
—Aquí está —anunció entusiasmado, sacando el teléfono—. Sólo debo…
Antes de que pudiera terminar su frase, el ensordecedor estruendo del disparo cubrió la oficina entera, haciendo que Russel se sobresaltara. La bala que salió del arma de aquella mujer no lo tocó, pero estuvo bastante cerca pues impactó directo en el teléfono satelital que sujetaba hace un instante en su mano, volviéndolo pedazos de plástico y circuitos que cayeron al suelo como copos de nieva.
—Al parecer ahora sí soy su única opción, doctor —masculló la mujer con tono burlón—. Ahora muévase —prosiguió con mayor seriedad, apuntando con su cabeza ahora hacia la puerta—, que ese disparo pudo haber alertado a alguno de esos sujetos de afuera, y usted aún tiene que llevarme a un sitio antes de irnos.
—¿A dónde? —cuestionó Russel, aun temblando por el disparo.
—Al Nivel -20, a la sala 217.
Russel se sobresaltó atónito. Ese cuarto era en dónde estaba…
—¿Por qué ahí?
—Tampoco lo sé —exclamó la mujer, exasperada, y sin bajar su arma se le acercó rápidamente, lo tomó con agresividad de su camisa y lo jaloneó hacia la puerta—. Sólo me dijeron que debo llevarme lo que está en esa sala junto con usted. Así que ahora camine.
—Estás demente —farfulló Russel mientras avanzaba trastabillando hacia a puerta. Intentó resistirse un poco, pero aquella mujer era más fuerte de lo que parecía a simple vista—. Lo más seguro es que nos maten antes de poder llegar siquiera al ascensor.
—Entonces es bueno que lo tenga como escudo, doctor —rio la mujer con sorna, justo antes de abrir la puerta y prácticamente empujarlo con bastante agresividad hacia el pasillo—. Camine —le ordenó con rudeza, usando de nuevo su arma como incentivo.
 Resignado, y quizás en ese momento ya no siendo capaz de controlar siquiera su propio cuerpo, Russel comenzó a avanzar justo en la dirección para ir a dónde esa mujer quería ir. Y mientras lo hacía, comenzaba a hacerse a la idea de que no saldría con vida de ese lugar.
— — — —
Grish Altur, otra agente al servicio de la Capt. Cullen, tenía una misión crucial en el ataque al Nido. Dicha misión la llevó a dirigir a su grupo hacia el nivel de las celdas de contención, uno de los niveles más peligrosos pues muy pocos conocían toda la clase de amenazas que el DIC tenía ahí cautivas. Por suerte, ellos iban en busca de sólo una de ellas en particular, aunque eso no impidió que tuvieran que abrirse entre los soldados apostados en ese nivel para proteger las diferentes celdas. Fue una tarea complicada, pero al igual que en el resto de la base, el factor sorpresa fue su carta fuerte. Además de ello, Grish era una experta tiradora, capaz de poner la bala en donde ponía el ojo, dos de cada tres veces, lo que les dio la ventaja de acabar con una cantidad grande enemigos en corto tiempo, y con la menor cantidad de bajas de su lado.
Usando su aguda estrategia, lograron avanzar con bastante rapidez hacia la sala en particular que buscaban. Había dos soldados apostados en ella, que al parecer ni siquiera al escuchar los disparos a la distancia se atrevieron a dejar su puesto; así de importante era lo que ahí guardaban. En cuanto vieron a Grish y su equipo aproximarse, no tardaron en abrir fuego, logrando alcanzar a uno de ellos, abatiéndolo. Golpe de suerte para ellos, pero no les duró mucho pues de inmediato Grish contraatacó con sólo dos disparos certeros, cada uno a la pierna derecha de alguno de ellos. Los soldados cayeron al suelo sobre sus costados, y el resto del su equipo no tardó en acribillarlos una vez estuvieron tirados.
Una vez todo estuvo tranquilo, Grish respiró hondo, y se tronó un poco su cuello para liberar un poco de tención. Centró su mirada entonces en la puerta que esos dos soldados custodiaban, marcada únicamente con un V y I, simulando el número 6 romano; justo como les habían dicho.
—¿Es aquí? —cuestionó Grish, un tanto escéptica por el hecho de que resultara tan sencillo.
—Es lo que la información de Kat dice —le informó uno de sus acompañantes, encogiéndose de hombros.
—Bien, andando entonces.
Tomaron rápidamente la tarjeta de seguridad de uno de los guardias caídos, y con ella abrieron la puerta del cuarto de control. Los cuatro ingresaron a la habitación, en donde el hombre de los controles ya los aguardaba con su arma en mano. Antes de que pudiera disparar aunque fuera una vez, Grish fue mucho más rápida y certera, acertándole un tiro justo en el centro de la frente, sin siquiera detenerse a apuntar. El soldado cayó hacia atrás abatido, de espaldas contra los controles.
Grish sonrió satisfecha, e incluso sopló contra el cañón de su propia arma de forma presuntuosa.
El grupo avanzó hacia la consola, y sin la menor ceremonia uno de ellos hizo a un lado al hombre muerto y tomó asiento frente a los controles para ingresar al sistema. Mientras tanto, Grish avanzó hacia el vidrio unidireccional que separaba ese cuarto del de al lado. Ahí, encerrada en aquel pequeño cubo transparente, se encontraba justo la persona que habían ido a buscar.
La mujer de cabellos rubios en mono anaranjado estaba de pie en el centro de la curiosa prisión, mirando expectante hacia los lados, como esperando que algo saliera de alguna de las esquinas del cuarto. Grish pensó por un momento que había oído los disparos, pero según las especificaciones que había leído, ese cubo debía ser a prueba de sonido, por lo que se suponía no debería ser capaz de escuchar nada desde ahí dentro, que no proviniera de la bocina interna.
¿Quizás de alguna forma “sentía” que algo estaba ocurriendo? Había pasado cinco años en campo rastreando y vigilando a varios UPs, y aún seguía sin entender cómo era que funcionaban con exactitud sus extraños poderes.
—¿Es ella? —comentó curioso uno de sus compañeros. Grish se limitó sólo a asentir como respuesta.
—No parece gran cosa —comentó otro de ellos con tono burlón.
—No se confíen —les advirtió Grish, volteando a verlos con severidad—. Después de todo, es quien hirió tan gravemente al Salvador.
—De seguro es sólo una exageración —señaló el primero que había preguntado. Grish no respondió, pues en verdad no estaba segura.
Aquello era lo que los rumores decían, aunque otros más le achacaban lo ocurrido a la tal Gorrión Blanco, la chica que el Dir. Sinclair y Shepherd habían despertado con su químico raro. Pero al igual que a la mayoría, a ella le resultaba difícil de creer que alguien fuera capaz de herir al Anticristo, incluso siendo un UP. Pero sin importar cómo hubiera sido, o quién lo había hecho, la realidad es que el chico había sido sometido y aprehendido, y ese era el motivo de toda esa operación.
Pero aunque ninguna de esas dos hubiera tenido algo que ver, ambas representaban un peligro, en especial esa mujer ante ella: Charlene McGee, la ballena blanca del DIC. Por lo mismo, ninguna de las dos podía ser dejada con vida. Y en el caso de la Sra. McGee, el maestro Neff tenía un papel específico para ella, lo que hacía que esa misión fuera en efecto tan importante.
Tras observar a la Sra. McGee un rato más, se giró y caminó hacia la consola, parándose a lado del hombre que había tomado de control de ésta, inclinándose para ver los monitores y los controles por encima de su hombro.
—¿Y bien?, ¿lo encontraste?
—Eso creo —respondió su compañero con seriedad—. Justo como nos dijeron, ese cubo es totalmente hermético, y el oxígeno es suministrado por el mismo conducto superior por el que pueden también llenarlo de sedante. Con este control de aquí podemos cortar el oxígeno por completo, y con este otro activar un extractor que se encargará de dejar el interior prácticamente al vacío. Con eso no tardará en asfixiarse.
—Hagámoslo entonces —propuso otro de ellos, uno de los hombres de negro de Armitage. Era obvio que estos mercenarios carecían de la disciplina y la paciencia requeridas de un agente como ellos, pero igual el hombre sentado en la consola pareció estar de acuerdo y se dispuso a hacerlo.
—Aguarda —le detuvo Grish, tomándolo sutilmente de su mano—. ¿Puedes abrir el canal de comunicación desde aquí? Quiero hablar con ella.
—¿Para qué? —cuestionó su compañero, confundido.
—Llámalo cortesía profesional —le respondió Grish de forma cortante—. ¿Puedes o no?
El hombre asintió, un tanto vacilante, y de inmediato pasó a revisar para buscar el control que los comunicaría con la bocina interna del aquella jaula. Grish aguardó paciente a su lado.
— — — —
En efecto, el cubo de plástico térmico que aprisionaba a Charlie era a prueba de cualquier sonido exterior que no proviniera de aquella bocina, por lo que en general se encontraba siempre envuelta en un profundo y muy molesto silencio. Y por consiguiente, no había como tal escuchado los disparos, gritos y golpes que venían de afuera de la sala. Aun así, había sentido una extraña y repentina sacudida que la había hecho levantarse de un salto de su camilla, y ponerse en alerta, a la espera de que alguien, o algo, aparecieran ante ella.
No era la primera vez que sentía algo así, pero sí había pasado bastante tiempo desde la última vez. Recordaba que de niña era más común para ella sentir la cercanía del enemigo a su acecho, derivado por supuesto por su Resplandor. Pero de adulta aquella habilidad había menguado bastante; de otra forma, quizás podría haber percibido a los atacantes en aquella bodega, antes de que le disparara a Kali, y quizás todo hubiera sido diferente…
Pero no tenía tiempo para hundirse en dichos pensamientos. No sabía qué era lo que sentía acercarse, pero sabía que era algo real, no un simple y normal presentimiento.
Su incertidumbre pareció ser recompensada en cuanto la bocina sobre su cabeza sonó, y de ella provino una voz de mujer que no le resultó conocida.
—Sra. Charlene McGee, debo decir es un placer conocerla al fin. Todos en el DIC hemos escuchado mucho de usted.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Charlie con voz cautelosa—. ¿Qué está pasando allá afuera?
—Eso no tiene por qué preocuparle —le respondió aquella persona desconocida, y a Charlie le pareció percibir incluso algo de burla en sus palabras—. Pero le complacerá saber que su más grande sueño se está haciendo realidad mientras hablamos.
—¿Y eso es…?
—La destrucción del DIC, por supuesto —respondió la voz en la bocina sin más, dejando a Charlie un tanto desconcertada—. O, al menos, del DIC como lo conoce actualmente. Y le complacerá también saber que usted tendrá un papel crucial en ello, recordada por siempre como la culpable detrás de lo ocurrido el día de hoy. Todo un ejemplo para los que vengan después de usted.
—No entiendo ni una sola palabra de lo que dices —le respondió Charlie con brusquedad—. Así que si lo que esperas es que colabore con ustedes de alguna forma, tendrás que ser mucho más convincente.
La voz en la bocina soltó de pronto una fuerte y casi estridente carcajada.
—¿Colaborar? —exclamó aquella mujer de forma risueña—. Me temo que no ha comprendido. Al igual que todos los demás incautos de esta base, su sacrificio será necesario para poder lograr un propósito mayor. Regocíjese con ello.
Charlie se quedó aún más confundida con aquella afirmación, pero supo en lo más hondo de su ser que no era para nada algo bueno. Pero antes de que pudiera cuestionar más al respecto, la comunicación terminó.
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—Ahora sí, corten el suministro de oxígeno y asfixiémosla —ordenó Grish en la sala de control, una vez que su voz dejó de escucharse en el interior de aquel cubo. Su compañero en la consola no tardó en hacer justo lo que decía.
Primero cortó el oxígeno, y luego activó el extractor, cuyo fuerte zumbido sobre su cabeza no tardó en captar la atención de Charlie. No tardó tampoco en darse cuenta de que el al aire en el interior comenzaba a ponerse pesado, y que poco a poco le costaba más respirar, hasta incluso comenzar a sentirse mareada. Todo frente a los ojos observadores de Grish y los otros del otro lado del vidrio.
—Sólo queda esperar a que pierda el conocimiento —señaló Grish con cierta jactancia—.  Y sin suficiente oxígeno ahí dentro, no la tendrá tan fácil para hacer sus trucos de fuego.
Parecía el plan perfecto, y todo gracias al Dir. Sinclair y la ingeniosa prisión que había diseñado para su archienemiga. Quizás le hubiera complacido saber que fue usada justo para lo que él esperaba, pero a esas alturas lo más seguro es que ya estuviera muerto, al igual que todos sus hombres.
El cuerpo de Charlie se tambaleó hacia un lado y se golpeó con fuerza el hombro contra una de las paredes transparentes. Luego cayó al suelo de rodillas y podría haberse desplomado por completo si no hubiera interpuesto las manos primero. Se quedó en cuatro, con su cabeza agachada y su cabello rubio cayendo sobre su rostro, mientras su cuerpo temblaba violentamente y se agitaba en sus esfuerzos casi sobrehumanos para jalar aire.
Parecía que todo terminaría más pronto de lo esperado…
De pronto, Grish y sus hombres vieron como la reclusa alzaba rápidamente su rostro, centrando sus intensos ojos directo en su dirección, casi como si fuera capaz de verlos a ellos directamente. Todos se estremecieron ante esta sensación, pero se forzaron a mantener la calma. Aunque esto no fue tan sencillo en el momento en el que contemplaron como la pared del cubo a la que Charlie miraba comenzaba a tornarse rojiza poco a poco, como una mancha voraz que iba creciendo y extendiéndose, hasta cubrir casi por completo las demás paredes.
—¿Qué está…? —murmuró uno de los hombres de Armitage, confundido, y al parecer algo preocupado.
—No teman —indicó Grish con voz neutra—. La División Científica creó esa jaula especialmente para resistirla. No logrará más que calcinarse viva a sí misma.
Todos guardaron silencio, contemplando el extraño fenómeno que ocurría ante ellos, sin comprender del todo el alcance de éste, Aunque ninguno estaba ahí físicamente, de alguna forma podía sentir como la temperatura del interior del cubo aumentaba exponencialmente, mientras esas paredes se tornaban más rojizas y brillantes, como lava hirviendo. El oxígeno en el interior pareció ser suficiente para que el calor tan intenso prendiera en llamas la cama, el lavado, e incluso las ropas de Charlie; aun así, ésta no se movió, ni siquiera pestañeó aunque estuviera cubierta de fuego. Fue una escena impactante y algo grotesca de ver.
De un momento a otro, toda la superficie del cubo estaba totalmente impregnada de ese intenso calor, y para su sorpresa éste pareció traspasar los muros y comenzar a afectar el exterior. Vieron como el suelo y el cristal unidireccional comenzaban a desquebrajarse, y las cámaras comenzaron a explotar.
Y entonces comprendieron que en efecto, algo no estaba bien.
—¡¿Qué demo…?! —exclamó Grish alarmada, dando instintivamente un paso hacia atrás. Vaciló un momento antes de ordenarles a sus hombres que salieran de la sala. Y para cuando se decidió a hacerlo, ya era tarde.
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!! —escucharon como Charlie gritaba con todas sus fuerzas, resonando como un fuerte rugido, a pesar de que no deberían poder escuchar nada del interior de esa cosa. Y un instante después, fueron testigos de cómo aquella prisión transparente estallaba por completo en una tremenda explosión que lo sacudió todo.
El vidrio se rompió en cientos pedazos, y Grish y sus hombres fueron golpeados de frente por una fuerte onda expansiva de calor, fuego, y escombros que los lanzó por los aires, y cubrió todo de rojo.
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La sacudida de la explosión provocada por Charlie fue tan grande, que incluso estando dos niveles arriba, Russel y Mabel lograron sentirla en su camino a los ascensores. Fue como un pequeño temblor bajo sus pies, mismo que casi hizo que el Dr. Shepherd cayera al suelo, sino fuera porque se logró sostener rápidamente del muro.
—¿Qué fue eso? —pronunció nervioso, mirando con aprensión a su alrededor.
—Ni idea… —susurró Mabel con seriedad, observando de reojo hacia sus pies. Había venido de abajo, eso lo tenía seguro. Pero lo único que a ella le interesaba es que fuera en un nivel diferente al que se dirigían—. No se distraiga —exclamó con rudeza, al tiempo que empujaba a su acompañante con una mano para obligarlo a seguir caminando. Russel no tuvo más remedio que así hacerlo.
Ciertamente a Mabel le preocupaba que quienes fueran estas personas intentaran algo más extremo, como volar toda esa base en pedazos antes de que pudiera salir. También le causaba curiosidad saber a qué se debía todo ese caos, y cómo era además que Verónica sabía que esto ocurriría. ¿Acaso eran personas que trabajaban ara Thorn? De ser así, estaba convencida de que eso sólo la pondría en más peligro.
Pero ella tenía una carta bajo la manga, y es que no era más la misma Doncella que el mocoso de Thron habían conocido; no desde que consumió el vapor de Rose. Así que si ese paleto o sus sirvientes intentaban algo en su contra, se llevarían una amarga sorpresa.
Tras dar la vuelta en una esquina, se encontraron de frente con dos soldados con uniforme del DIC que caminaban en su dirección contraria.
—¡Oigan! —gritaron los dos con fuerza, alzando sus armas hacia ellos.
Russel imploró al cielo (cosa que casi nunca hacía) para que fueras soldados reales del DIC y no alguno de estos infiltrados. Pero en cuanto le pareció más que evidente que se preparaban para abrir fuego en su contra, esa esperanza murió rápidamente.
Sin embargo, antes de que alguno pudiera jalar el gatillo, Russel miró sorprendido como ambos bajaban sus armas de golpe, y sus miradas se volvían perdidas y distantes, como si observaran fijamente algo sumamente interesante. Y unos segundos después, sin que las expresiones de sus rostros se mutaran ni un poco, alzaron de nuevo sus rifles, pero en esa ocasión no hacia Russel y su captora, sino que se giraron y apuntaron el uno al otro, con los cañones de las armas casi pegadas a sus pechos.
—¡Alto!, ¡no se muevan! —pronunció en alto uno de ellos como una advertencia—. ¡Dije alto!
—¡Dispáreles!, ¡ahora! —exclamó con potencia el otro, y ambos jalaron sus gatillos al mismo tiempo.
Y mientras en sus mentes de seguro abrían fuego contra algún enemigo que se les aproximaba, la realidad es que terminaron disparándose entre sí, perforándole el pecho a su compañero con una pequeña ráfaga de balas. Ambos cayeron hacia atrás, desplomados en el piso.
Russel se sobresaltó, atónito al presenciar esto. ¿Eso había sido caso…?
Miró lentamente sobre su hombro, en el momento justo para contemplar cómo Mabel observaba fijamente en dirección a los dos soldados muertos. Y, en especial, notó el singular e intenso brillo plateado que adornaba sus ojos; un brillo muy particular que él ya había visto antes.
—No puede ser —susurró despacio—. ¿Eres una UX?
Mabel volteó a mirarlo, y un segundo después el brillo de sus ojos se esfumó, volviendo a su color miel habitual.
—No sé de qué está hablando —le respondió con dureza—. Pero usted no entendería jamás lo que yo soy.
Russel decidió no decirle que en realidad conocía bastante bien lo que era ella; quizás demasiado bien, pues había dedicado una parte de su carrera ahí en el DIC a intentar comprender lo mejor posible la naturaleza casi sobrenatural de dichos seres, sin mucho éxito de momento… salvo quizás por lo que se ocultaba en la habitación 217 del nivel -20; justo a dónde ella quería que la llevara.
Mabel volvió a empujarlo para que siguieran avanzando, y recorrieron el corto tramo que los separaba de los ascensores.
—Use su tarjeta —le ordenó pegando el cañón del arma contra su nuca. Russel obedeció, pasó su tarjeta por el sensor del ascensor, y luego lo mandó a llamar. Éste no tardó en llegar a su nivel, y las puertas se abrieron ante ellos—. Entre, ahora.
—No sabes lo que hay ahí abajo —intentó explicarle Russel con desesperación—. En verdad estás cometiendo un error…
—Ya veremos —sentenció Mabel con dureza, y no tardó en empujar de forma casi violenta al científico hacia el interior del ascensor, que trastabilló y casi cayó al suelo de éste. Y tras obligarlo a volver a usar su tarjeta, ahora en el panel dentro del ascensor, e introducir el código de seguridad, hizo que comenzaran a bajar rápidamente hacia el nivel -20.
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Cuando Grish logró abrir de nuevo los ojos, lo único que vio fue rojo, y el brillo incandescente de las llamas que la rodeaban. Su calor además le golpeaba la cara, y sentía el aire quemándole la garganta en cuanto intentó aspirar aunque fuera un poco a sus pulmones. Estaba tirada en el suelo, mareada y confundida. Intentó gritar para llamar a alguno de sus compañeros, pero de su garganta no lograron salir más que unos cuantos gemidos, seguidos de unos borbotones de sangre que se le acumularon en la boca y escurrieron en su barbilla.
Giró su cuello como pudo a su alrededor, pero sólo vio escombros y más fuego, hasta que logó distinguir la cara desfigurada de uno de sus hombres a unos metros de ella, con la quijada desencajada tras un fuerte golpe, sus ojos desorbitados mirando a la nada, y la mitad de su cuerpo sepultado tras grandes trozos de concreto y hierro. Más atrás, entre el humo y las ondas de calor, le pareció distinguir las piernas de alguien más… pero nada más.
En ese momento, de alguna manera lo supo: todos estaban muertos, excepto ella… Y, en realidad, no era que su caso fuera mucho mejor, pues lo peor vino en el momento en el que hizo el vano intento de levantarse. En cuanto intentó mover el torso, un agudo y paralizante dolor la detuvo, y la hizo desplomarse de nuevo al suelo, al tiempo que soltaba al aire un ensordecedor grito.
Miró de reojo hacia su lado derecho, el punto en donde aquel dolor se había originado, y distinguió con horror la causa: un enorme pedazo transparente, de seguro perteneciente a alguna de las paredes de la prisión en forma de cubo, insertado tan hondo en su hombro derecho que casi le había rebanado el brazo entero, y ahora sólo se mantenía unido a ella por la gracia de unos cuantos ligamentos y músculos, como las hebras descocidas de un manga. No sangraba, pues aquel pedazo de seguro había estado tan caliente cuando la atravesó que le había cauterizado la herida el instante. Pero eso, por supuesto, no hacía nada para mitigar su espanto.
Volvió a intentar gritar en busca de ayuda, pero de nuevo su voz no le funcionó. Intentó arrastrarse hacia un costado con ayuda de su brazo bueno, pero cada movimiento, cada respiración, se volvió un suplicio.
De pronto, entre las llamaradas y el humo, logró distinguir la silueta de alguien que se aproximaba en su dirección. No veía con claridad de quién se trataba, pero no le importaba; quien quiera que fuera, le gritó desesperada por ayuda, o al menos en su mente creía estarle gritando. Pero su voz, tanto interna como externa, se calló de golpe en cuanto aquella persona se abrió camino entre las llamas y apareció de cuerpo entero ante ella.
Era ella, la mujer del cubo: Charlene McGee, casi totalmente desnuda, con apenas unos retazos carbonizados que en algún momento pertenecieron a su traje de prisionera, pero que no le cubrían prácticamente nada. Pero en su piel desnuda y expuesta, no había ni una sola marca de quemadura, ninguna herida, ningún golpe; estaba perfecta, con sus cabellos rubios agitándose como si se movieran al ritmo de las ondas de calor, y sus ojos brillando intensamente por el reflejo de las llamas en ellos, pero casi pareciendo como si en verdad dichas llamas provinieran de sí misma.
¿Cómo había sobrevivido a tal explosión sin un rasguño? ¿Cómo podía haber causado todo eso con su sola mente? No podía ser humana… Tenía que ser un monstruo…
Una oleada de terror, pero también de ira, inundó el cuerpo de Grish en ese momento, mientras observaba a aquella mujer ante a ella.
—Mal... dita… —masculló, su voz surgiendo de ella rasposa y dolorosa. Aproximó a tientas su mano izquierda en busca del arma en su costado, y en cuanto la sintió entre sus dedos, se sobrepuso a todo el dolor y la debilidad y la alzó hacia ella.
Charlie, al ver la pistola, se lanzó rápidamente hacia ella como una fiera.
Grish Altur, una de las mejores tiradoras del DIC, que daba en el blanco cada dos de tres veces, talento que le había hecho ganar muchas condecoraciones y elogios durante todos sus años de servicio… Pero en ese, que fue quizás el disparo más importante de toda su vida, las circunstancias extremas obviamente la llevaron a fallar… La bala pasó a un costado de la cabeza de Charlie y siguió de largo, logrando a lo mucho arrancarle uno de sus mechones rubios.
Un instante después de haber dado ese último disparo, Grish sintió como el arma se calentaba de golpe, quemándole entera su palma y obligándola a soltarla. Al segundo siguiente, Charlie se lanzó sobre ella, y la tomó con fuerza de la cabeza, azotándola contra el suelo; un charco de sangre se formó justo debajo de ella, pero Grish aún siguió lo suficientemente consciente para forcejear e intentar quitarse a su atacante de encima. Charlie tomó su cabeza firme entre sus manos, se enfocó entera en ella, y al segundo siguiente Grish sintió como toda su cara comenzaba a calentarse, subiendo de temperatura exponencialmente cada segundo.
Ahora sí fue capaz de gritar muy, muy fuerte, pero los gritos, y el dolor que los ocasionaban, no duraron mucho. La cabeza de la agente prácticamente explotó, presa de la enorme presión que se acumuló dentro de ella debido al calor, y entonces su cuerpo se quedó totalmente flácido e inmóvil debajo de Charlie. Ésta se quedó aún unos momentos quieta, sujetándola firmemente como si temiera que se fuera a mover en cualquier momento. Cuando fue evidente que eso no pasaría, dejó escapar un largo resoplido exhausto, y se dejó caer de costado a un lado del cuerpo.
Sentía que la cabeza le dolía horriblemente, y todo el resto de su cuerpo no se quedó atrás. Tenía claro que si acaso se atrevía a cerrar los ojos, aunque fuera un instante, muy seguramente se quedaría dormida; y eso era un lujo que no podía darse en esos momentos.
—Estoy demasiado vieja para esto… —murmuró despacio para sí misma con voz débil.
Se forzó a alzarse de nuevo, y le echó un vistazo más cuidadoso a la mujer a la que acababa de calcinarle el cerebro. O, más específico, miró con más cuidado sus ropas. Era un uniforme del DIC, en específico de sus agentes de campo; Charlie los conocía bien, pues habían sido sus principales perseguidores en los últimos años. Y si echaba un vistazo rápido al resto de los cadáveres en esa sala en ruinas, terminaría viendo que al menos un par más de ellos usaban los uniformes azules de los soldados de la base.
«¿Qué demonios está pasando?» se cuestionó totalmente perdida.
Su primera conclusión hubiera sido que Lucas los había enviado para matarla al fin, pero no tardó mucho en darse cuenta de que aquello no tenía sentido. Ya la tenía cautiva y en su poder; no tenía que hacer todo eso para deshacerse de ella. Además, estaban las cosas que esa mujer había dicho, y que hacían parecer que lo que hacía, no lo hacía por órdenes de alguien del DIC. Pero, entonces, ¿de quién…?
«¿Thorn?» pensó un tanto sorprendida, como un pensamiento que la golpeaba repentinamente, sin razón aparente. Pero era lo que parecía que tenía más sentido; todo ese desastre de alguna forma tenía que ver con él.
Fuera lo que fuera, no podía permitirse perder más el tiempo en ese lugar.
Rápidamente, y sin mucha delicadeza cabe decir, comenzó a despojar a Grish de cada una de sus prendas.
FIN DEL CAPÍTULO 149
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