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#Las damas no casadas se quedaban con sus padres
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Primero observa la pintura "La boda desigual" del pintor Vasily Pukirev de 1862 ... y luego lee el Texto.
Históricamente.
Hasta hace poco, la única manera en que una mujer podía sobrevivir y mantenerse a sí misma era a través del matrimonio.
El concepto de tener un trabajo, poseer una propiedad, tener derechos legales es un concepto muy reciente.
Las damas no casadas se quedaban con sus padres y se consideraban una "carga", algunas se iban a vivir con familiares que podían permitirse el lujo de alimentarlas y sostenerlas y otras eran obligadas a recluirse en conventos.
El matrimonio por amor era un tema de ficción y poesía, pero no fue una realidad hasta la revolución industrial, cuando las mujeres podían trabajar y mantenerse, y así poder finalmente ser libres para elegir a su esposo.
Sin embargo, las mujeres de clase media y alta no tenían ese derecho a casarse por amor hasta el siglo XX.
Ahora que eres libre de elegir y ser independiente económicamente, no desperdicies el tiempo, no involuciones
ℜ𝔬𝔰𝔞🖤
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jartitameteneis · 4 months
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Históricamente. Hasta hace poco, la única manera en que una mujer podía sobrevivir y mantenerse a sí misma era a través del matrimonio. El concepto de tener un trabajo, poseer una propiedad, tener derechos legales es un concepto muy reciente. Las damas no casadas se quedaban con sus padres y se consideraban una "carga", algunas se iban a vivir con familiares que podían permitirse el lujo de alimentarlas y sostenerlas y otras eran obligadas a recluirse en conventos. El matrimonio por amor era un tema de ficción y poesía, pero no fué una realidad hasta la revolución industrial, cuando las mujeres podían trabajar y mantenerse, y así poder finalmente ser libres para elegir a su esposo.
Sin embargo, las mujeres de clase media y alta no tenían ese derecho a casarse por amor hasta el siglo XX.
En la imagen…
La boda desigual.
Vasily Pukirev 1 8 6 2
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knario47 · 3 years
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TENESOYA
Guayre Ancor Ikanaren
TENESOYA, CRÓNICA DE UN RAPTO ANUNCIADO
Así nos cuenta el insigne Tomás Arias Marín de Cubas la captura de Tenesoya en las costas de Bañaderos, en el norte de Gran Canaria:
“Luego que llegaron de España imbio a Canaria Doña Ignes a ver si por alguna espia se supiesse lo que alla pasaba: volvió la caravela con tres cautibas, una mosa, las dos ancianas, que en el Charco del bañadero, en la Costa del Airaga se estaban bañando; las ancianas cuidaban de la Mosa que era Señora sobrina del Guadartheme: cautivaron las quatro hombres por tierra a vista de la lancha que luego los recogía; acudiendo a la defenza quince o mas canarios a nado, mataron dos a estocadas y a otros retiraron heridos, que siegamente se metian a hazer presa. Desmaiada la Mosa, le rociaron con agua salada, y vuelta en si se arrojo a el agua y fue detenida y atada luego...”
Hemos comentado en anteriores artículos nuestra convicción de que Marín de Cubas, que escribe su obra Historia de las siete islas de canaria en el siglo XVII, tuvo que tener en sus manos la crónica primigenia de Pedro de Argüello. Este texto que hemos leído es un respaldo indudable a dicha hipótesis. Ningún otro historiador describe estos hechos antes que él; y lo hace de un modo tan directo y con tal cantidad de detalles que no puede caber duda acerca del carácter primario del texto, es decir, que alguien que está viendo lo que ocurre, lo narra posteriormente al cronista que lo escribe. Probablemente, como nos dice Lobo en su obra Las Princesas de Canarias, haya sido la propia Luisa de Betancor la que contara sus andanzas, una vez establecida en Gáldar. Su vecino Pedro de Argüello, el cronista de la isla, tenía pues muy cerca de su casa a privilegiadas informantes, no solamente a Luisa, pues también en torno a la misma plaza residían Catalina y Margarita Hernández, las hijas de Tenesor, y hasta la mismísima Catalina de Guzmán, la hija de Egonayga, el guanarteme bueno que convivió algunos años con Tenesoya hasta su matrimonio con el castellano Hernando de Guzmán.
Algunos comentarios sobre el texto de Marín de Cubas:
-La fecha del asalto es motivo de disensiones entre los historiadores. Voy a echar más fuego a esa hoguera señalando una fecha de referencia tardía, en torno a 1475, poco tiempo antes del gran desembarco con el que se inicia la cruenta guerra de conquista. Como principal argumento para defender esa datación señalamos que su prima Arminda (Catalina de Guzmán) recuerda la escena y la da a conocer al cronista, cuando ya es mayor, según recoge la Ovetense:
“y afirmaba la hija del guadarteme, que era persona de mucha verdad, que la noche que Luisa de Betancur se vino de casa de su tío a enbarcar, que se levantó de junto della y abrió la puerta que es muy pesada, que yo la he visto, y que abriéndola hace mucho (ruido) y que pasó por los perros que tenían fuera muy bravos y que la puerta no hiso rruydo ni los perros ladraron, que todo lo tubo por gran milagro…”
- Tenesso, la hija de Aymedeyacoán, convivía en la corte de Gáldar, con Arminda y su padre, el viejo Egonayga. Sabemos que Arminda era por entonces una niña pequeña pues a finales de 1482 aún no había alcanzado la pubertad. Si hubiera sido púber en esas fechas, habría sido la casada con Bentejuí en lugar de su prima. Presumimos por estas razones que Arminda Masequera, como ya adelantamos en el capítulo a ella dedicado, nació en torno a 1470 y que debía tener entre 5 y 7 años de edad (antes no conservaría recuerdos) cuando tuvo lugar el rapto y la posterior evasión de su madrastra. Debemos concluir de todo esto que Tenesoya no era una menina o dama de compañía de la princesa sino la misma Guayarmina de Gáldar a la que Egonayga habría desposado tras la muerte de Atendiura, su primera esposa real. De nuevo las crónicas acuden en apoyo de estas ideas con la continuación del relato de doña Catalina de Guzmán:
“ y luego que halló menos y el Guadarteme lo supo, acudió a la mar y quando llegó halló que estava embarcada y dio a la vela la vuelta de Lanzarote, de lo cual tomó gran pesar que la amaba mucho y con este dolor estuvo algunos días del cual enfermó dejando por única heredera una hija de ocho años que era de su mujer lijitima, la qual y el govierno de la isla encomendó a un su sobrino, mansebo cuerdo, hijo de su hermano…”
- Los asaltantes son sin duda los hombres de Diego de Herrera, el autodenominado rey de las islas, cuya actividades más rentables, además de la venta de la orchilla, estaban relacionadas con la venta de esclavos capturados tanto en las costas africanas como en las islas que quedaban por sojuzgar. La escena recreada por el cronista nos habla de cuatro hombres agazapados que apresan a unas mujeres que se bañaban en el charco y que rápidamente son recogidos por una lancha que estaba al quite. El rapto de Tenesso no fue por tanto una incursión más en busca de esclavos. Los asaltantes están aleccionados sobre el lugar, la fecha y la relevancia de la mujer que baja a la marina, como dice Cairasco, para realizar determinados ritos de purificación. Néstor Álamo en su preciosa obra Tenesoya Vidina y otros relatos, se recrea en la historia imaginando que el carabelón que trae a los intrusos debió arribar la noche anterior dejando en la playa un comando de raptores con instrucciones precisas.
- Los liberados fueron muy numerosos, como señalan las crónicas, por lo que habría que pensar que, en vez de bueno, el guadarteme Egonayga debió ser tildado por los suyos de pacato. El pobre viejo, en dos episodios no alejados en el tiempo, en el ataque de las mesnadas de Silva a la capital de su reino, y en el rapto y rescate de Tenesoya, permitió la liberación de centenares de soldados enemigos, muchos de los cuales habrían de incorporarse más tarde al ejército real castellano contribuyendo decisivamente, por su conocimiento del terreno y de las costumbres de los canarios, a la victoria final de los invasores. Entre los liberados en el canje hay que hacer mención, por la relevancia del personaje, del que será poco después el primer alcalde de la Villa Real de Las Palmas, Juan de Mayorga (no Francisco, según Cebrián Latasa), quien, no por casualidad, ejerció de padrino de bautismo y de curador de Arminda, junto a su esposa Juana Bolaños. Lo fue por petición expresa de los propios faycanes que condujeron a la reina-niña hasta El Real. La razón de fondo es que Mayorga pasó un tiempo cautivo en la corte del viejo Egonayga después de que la Torre de Gando, de la que era su alcaide, fuera atacada por los canarios al mando de Maninidra y derruida hasta los cimientos.
http://geneacanaria.blogspot.com.es/
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songsforirene · 4 years
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august slipped away into a moment in time ∞
Viví tantas vidas que ya no me acuerdo de todo. Fui modelo, novicia, pintora, maestra, revolucionaria. Después, fugitiva. Tuve mucho miedo. No sabía si vendrían por mi. Pensaba en mi padre, en qué diría si supiera lo que pasó con su atelier, con mi escuela. Había fuego en las calles y muchos de sus clientes murieron en ellos o en la guillotina. Otros pocos llegaron a huir de París. Yo, que había apoyado la revolución y celebré en la ventana de mi habitación con un pañuelo blanco las llamas de La Bastilla, ahora huía como ellos. Pero no huía por noble o por aristócrata, huía por Olympe, mi amiga y maestra, por nuestras palabras en su documento, por nuestros amigos girondinos, por mi firma en la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Cuando peligró nuestra existencia, las que la habíamos apoyado comenzamos a temer. No fue hasta que la detuvieron que temimos por nuestra vida. Muchas abanderadas de la causa, mujeres nobles, burguesas, de dinero, viudas, casadas con maridos progresistas, todas acudieron a nuestra ayuda para asistirnos y evacuarnos de París. La Señora Reniè, una noble francesa radicada en Italia cuyo marido había sido un revolucionario decapitado por el Comité de Salvación Pública, nos rentó un viaje a Italia para sacarnos de París. El mismo Comité estaba persiguiendo a Olympe, su amiga, y probablemente mientras nosotras dejábamos la ciudad a ella también la habrían decapitado. La señora Reniè no nos dijo el destino, por temor a que alguna de nosotras cediera ante la eventual presión de un interrogatorio. Hasta llegar al final del viaje, no íbamos a saber hacia dónde estábamos yendo. En el fondo y durante todo el viaje temí llegar a Milán, la ciudad que había evitado por tantos años. Pero al embarcarme en ese viaje, no tenía idea si estaba moviéndome hacia ella, sin saberlo, como lo había hecho durante toda mi vida hasta llegar a Britania aquella vez. ¿Cómo se vería Heloise quince años después? 
Me fui de Paris el 3 de marzo de 1793, antes del amanecer. El cochero era un hombre joven, se evidenciaba en la barba que no le crecía y las manos desproporcionadamente grandes en comparación con su menudo cuerpo. Me pregunté muchas veces de dónde habría salido. No era experimentado y seguramente jamás habría salido de Francia. Todos los cocheros de la nobleza deberían haber sido asesinados durante El Terror o tal vez habrían sido verdugos. Este muchacho era de los pocos que quedaban. Agradecía la presencia de Margot y Esmée conmigo, compañeras que nunca había conocido, pero que habían firmado la declaración y que eran tan fugitivas como yo. Ellas estaban igual de asustadas. Dejaban atrás París, sus familias, sus amigos -o los que quedaban de ellos- con la amargura de creer en la Revolución y que la Revolución no crea en ellas. Salimos de la ciudad hacia el este, lo identifiqué de inmediato. Durante las primeras horas no dijimos nada. Cuando el viaje comenzó a pasar lento, hablamos de nuestras vidas, de nuestra esperanza de volver algún día. Después, intentamos adivinar a dónde nos estaban llevando. Coincidimos que era hacia Italia pero no sabíamos donde. Roma quedaba muy lejos, el Sur era inhóspito. Milán era la opción segura. Temí porque fuera la correcta. 
El viaje fue largo e insidioso. No recuerdo con exactitud cuántos días estuvimos en camino. La lluvia nos azotó varias veces, pero el cochero se resistió a frenar. La comisión por entregarnos vivas debería ser muy alta. Me pareció muy extraño que mi cabeza tuviera precio, pero por estar viva. El primer descanso lo hicimos en Berna, durante la primera mañana. Frenamos en un hospedaje rural en las afueras. El desayuno era abundante y barato. Margot comía como si no hubiera mañana (ahora pienso que no sabíamos si lo habría, efectivamente) y Esmée apenas tocaba su comida. El cochero desayunó en otra mesa, mientras nosotras nos mirábamos en silencio. Me aferré al escaso dinero que tenía en una bolsa de tela debajo de mi corset. No era lo suficientemente grande para que un desconocido creyera que estuviera embarazada, pero era todo lo que tenía. Eso y mi valija con algún vestido de trabajo, un delantal, y mis pinceles y pinturas. Solo tenía un lienzo conmigo, como una bala de plata. 
En algún momento del siguiente día me dormí. Llevaba más de veinticuatro horas despierta. Al abrir los ojos, reconocí inmediatamente la silueta de los edificios a lo lejos. Las cúpulas eran como huellas digitales. Reconocibles bajo la mirada escrutadora de quien aprecia los detalles y conoce a la perfección el objeto de deseo. Podía ver Milán a kilómetros de distancia y sin largavistas. Me pregunté en qué lugar de ella se encontraría Heloise. En qué lugar se encontraría su esposo. Me moví rápido hacia adelante y bajé la ventanilla del carro. La espalda del cochero se hizo visible. 
-¿Llegamos?- le pregunté. 
-No, señorita- me respondió. 
-Pero, quiero decir, ¿es Milán nuestro destino?
Sentía el pulso acelerado. 
-No, señorita. Estamos de camino hacia Bologna. 
Si no quería ir a Milán, ¿por qué sentí una desazón en el pecho? 
***
La luz tenue del convento que nos recibió no animó nuestros espíritus. Los pasillos eran largos, las paredes gruesas y frías. El cielo raso demasiado alto e invisible. Al mirar para arriba, parecía que una miraba la nada. 
-La hermana Ersilia las va a guiar a sus recámaras- nos dijo la superiora. 
Nunca había estado en Bologna. La ciudad era elegante y jóven, como si las iglesias y los edificios no tuvieran cientos de años. El viento que se respiraba no era tan añejo. Había más vida de la que hubiera imaginado. Pasamos los primeros días en el convento leyendo, hablando con casi nadie, oyendo desde lejos el órgano de tubos de la Iglesia anexa al Convento. Desde mi cuarto podía ver los cristales de colores de uno de los ventanales norte del edificio religioso. Conseguí que la señora Reniè vendiera una de las propiedades de mi padre y acceder a cierto dinero para comprar un piso modesto y antiguo en el centro cerca del Hospital de la ciudad. Al cabo de una semana conseguí mudarme. La madre superiora consiguió que el principal benefactor de la Iglesia comisionara un retrato de ella. Fue el primer dinero que recibí por mi trabajo en Bologna. Pasé varios días pintandola, aunque las sesiones se hacían monótonas. La madre era una mujer anciana y callada, de semblante serio. Las líneas de expresión endurecían su rostro. Cuando terminaban las sesiones, pasaba a visitar a Esmeè y a Margot, que aún permanecían en el convento. El último día, luego de la última sesión, me hablaron del encuentro de las Refugiadas de Bologna. 
-Es una reunión entre exiliadas- me comentó Margot, que tenía cierto brillo en los ojos por tener un plan interesante en esa ciudad tan extraña-. No es nada político. Solo para conocernos, saber que contamos la una con la otra. La señora Reniè estará ahí. 
Esmeè no parecía tan entusiasmada. 
-Solo quieren que pongamos dinero para traer más fugitivas de Francia- dijo, ajena a nuestra conversación pero sin perder el interés en lo que decíamos. 
-¿Irás, Marianne?
-No lo sé. 
Una fiesta parecía lo más lejano a mi estado de ánimo. No me encontraba cómoda allí, estaba en un constante estado de somnolencia y confusión. Los días pasaban como si estuvieran cubiertos de un velo de sordidez y absurdo. Me fui del convento sin dar precisiones sobre lo que quería hacer. Realmente no las tenía. Resolví que tenía dos días para pensarlo. Me encerré en mi pequeña casa, dormí durante el día y pinté a la luz de la vela por la noche. Me había comprado otros lienzos. Pinté el cielo de Bologna como si fuera el de París, imaginando que quien lo mirara no iba a distinguir de qué ciudad se trataba. Ningún detalle del cuadro lo delataba y yo prefería pensar que el cielo era el mismo. Me hacía sentir menos sola. 
Llegó el día del ágape. Resolví vestirme con el único vestido que me hacía parecer digna, pero mi estado de inercia en ese lugar y en esa vida se acentuaban en cada paso que daba hacia la dirección dónde sería la fiesta. La noche aclaraba con los indicios de que se acercaba la primavera. Caminé con paso lento, dudando de si realmente quería pasar la noche allí, fingiendo que la rebeldía de un par de mujeres y la posición desafiante de nuestro manifiesto era suficiente motivo para exiliarse de la tierra propia. No sabría cuando iba a volver. ¿Merecía la pena ser una mártir? Ahora no veía tan claro el motivo por el cual había sido tan testaruda en perseguir la profunda creencia de que la Revolución no incluía a las mujeres y que debería hacerlo. No me parecía tan importante semejante causa como para olvidar Paris, mi taller, mi escuela, mi pinturas. Me estaba aburguesando y sentándome en la comodidad de lo que no debería haber cambiado, pero caminar por esas calles desconocidas me ponía los nervios conservadores. 
El evento se celebraría en la residencia de una de las pocas mujeres nobles exiliadas en la ciudad. Su casa, de techos altos y adornos caros, estaba iluminada con una tenue luz de candelabro en la habitación principal. Una criada me hizo pasar y yo supe que esa no era la vida a la que estaba acostumbrada. Mi arte me había llevado cerca de las mujeres ricas que terminaron exiliadas o guillotinadas, pero nunca fui yo la mujer retratada sino la que retrataba a las demás. Yo era la compañía de esas damas y mi ingenio y palabras rápidas me habían colocado en un lugar por encima de mi dominio. El lugar era precioso, pero lúgubre. Las mujeres caminaban de acá para allá con paso ajetreado, no con la lentitud que se demanda en un baile que también tiene hombres. Acá no había ninguno. Se podía hablar con sinceridad  y no era necesario pavonearse con la caminata ficticia por él salòn, esperando el cortejo de algún caballero. Había un cuarteto de cuerdas en una esquina y una mesa rebosante de comida donde varias mujeres, como yo, vestidas con sus prendas de fiesta conversaban. Me miraron a entrar. Nadie me conocía. Podría haber sido una impostora y en algún punto tal vez lo fuera. Sentí un dedo en mi hombro. Me di vuelta. 
-Viniste, finalmente- me dijo la voz de Esmeè.
-¡Y vos!- respondí, sin esconder la alegría en mi voz de ver una cara conocida. 
-Y yo- dijo Margot, no queriéndose quedar atrás.
Nos dimos un abrazo entre las tres. 
-¿Ya han visto a la señora Reniè?
Las dos negaron con la cabeza. No la conocían y les había salvado la vida. 
-Pero al llegar, alguien nos reconoció- le comentó Margot-. Y nos van a presentar a las exiliadas que nos ayudaron. Todas pusieron dinero para traernos.
En efecto, una mujer de vestido caro y un tocado de plumas discreto pero que evidenciaba su poder económico, se paró delante de la chimenea y levantó una copa pidiendo atención. Detrás de ella se alineaban una serie de mujeres con sus vestidos y caras adustas. No les presté demasiada atención. En esa imágen, el salón parecía más magnífico y vi por primera vez un fresco gigante que descansaba por encima del fuego. Lo admiré desde lejos. 
-Bienvenidas a nuestra celebración mensual de las Refugiadas de Bologna- anunció, con un vitoreo tímido del público-. Ya hemos reclamado a siete mujeres de Francia y discípulas de nuestra querida amiga Olympe, que abandonaron su ciudad y su hogar, escapando del Terror de Robespierre y esos hombres inseguros. En esta noche tan especial, nos fundiremos en un cordial abrazo y disfrutaremos de la velada. Les recuerdo a todas que el próximo mes, mi hijo Maxime… 
Señaló a un jóven que asomó por una de las puertas, agachando la cabeza y reverenciando a las mujeres del salón, gesto poco común en los hombres. Marianne lo reconoció. Era el cochero resolutivo que las había llevado a salvo a Bologna. 
-... estará viajando nuevamente a París para recuperar a dos refugiadas más y ponerlas a salvo hasta que el dolor deje de azotar a nuestra querida Francia. Ahora, nos gustaría presentarles a las más recientes invitadas que nos enriquecerán con su presencia esta noche. 
La mujer extendió una mano y nos señaló a mí, a Margot y Esmeè que estábamos cerca. Dimos dos pasos hacia adelante y caminamos en procesión hacia ella, que encabezaba la línea de mujeres a quienes debíamos estrecharles la mano. Yo iba por detrás, cerrando la fila. Cuando estreché la mano de la mujer, me dijo:- Julie Reniè, para servirle. 
Le expresé mi gratitud en palabras atolondradas, intimidada por su generosidad y ayuda. Caminé tratando de no demostrar mi temerosidad, estrechando las manos agraciadas y suaves de todas esas mujeres. Murmuraba muchas gracias al mirarlas a los ojos, me pareció una procesión eterna. Eran unas diez. Sus miradas eran francas y blandas, como si me dieran la bienvenida después de un viaje peligroso. Tal vez lo hubiese sido, pero yo no estaba segura de que la compasión cupiera sobre mi. Llegué al final y al chocar los ojos con la última mujer, mi corazón abandonó mi cuerpo. El salón se volvió etéreo, como de humo, y las miradas blandas y francas de las demás nada tuvieron que ver con la dureza de esos ojos que me miraban. Mis hombros y mi postura defensiva ante las miradas de esa celebración cedieron por completo. Estaba completamente desnuda, desprotegida, desprovista de palabras. Se me agotaron los recursos en la boca. 
-Hola, Marianne- me dijo Heloíse, con su rostro inescrutable. 
Una colección de pólvora china que había estado guardada en mi pecho aguardando el momento en que se prendiera el más mínimo y tímido fuego comenzó a explotar en sentimientos irreconocibles. Sentí mi pulso acelerar. 
-Heloise…
-Es un placer verla a salvo. 
La fila de mujeres anteriores a ella se desvanecieron en charlas. Margot y Esmeè se perdieron en el público, un grupo de mujeres las rodeó para preguntarles cómo había estado el viaje. Un torbellino de invitadas las rodearon y aislaron el campo magnético que nos encerraba. El resto de las voces se volvieron ininteligibles. Intenté recomponerme pero podía sentir mis labios separados, mi garganta seca y como respiré por la boca. 
-Entiendo que debe ser una sorpresa verme- replicó Heloíse, al notarme contrariada-. Julie insistió en que no tuviéramos contacto con las recién llegadas. De todas formas, hasta hace unos días yo no sabía que era usted quién venía. Nunca imaginé esto. 
Demasiadas preguntas se amontonaron y quedaron a medio salir. No noté cambios en ella, era la misma persona que conocí junto al mar. 
-¿Qué… qué hace acá?- alcancé a decir-. Para mi también es una sorpresa verla. 
-Vivo aquí- respondió Heloise-. Esta es mi casa. Yo comencé con la llegada de las exiliadas. 
-Pero…¿cómo? 
Lógicamente, para mi, eso no tenía sentido. El esposo de Heloise nunca consentiría eso, cómo era posible. 
-Soy viuda, Marianne- me respondió-. No hace falta que pregunte por mi marido. Mi hijo tiene 19 años, está casado y lleva los negocios de su padre en Milán. La vida es menos complicada de lo que ambas creíamos. El destino tiene elecciones interesantes. 
-¿A qué se refiere? 
-A que demasiado nos ha castigado en el pasado. 
Sonreí sin abandonar mi mirada atónica. Solo quería tocarla. Había tantas cosas que me gustaría contarle. La voz de Margot nos sacó de nuestro ensimismamiento. 
-La señora Reniè quiere conocerte, Marianne. 
Me tomó del brazo, tirando de él. Si alguien miraba mis pies debajo del vestido, podría haber visto como estaban estaqueados en el piso. Julie Reniè apareció junto a Heloìse. 
-Veo que ya ha conocido a nuestra otra benefactora, Marianne- dijo la señora que había tomado la palabra al comienzo de la velada-. Es un placer conocerla y que haya llegado sana y salva a la ciudad. 
-Gracias a usted, señora- respondí con un hilo de voz, tratando de quitar mis ojos de Heloise-. Su hijo fue… fue muy servicial. Estaré eternamente agradecida. 
-Olympe me comentó antes de morir en una de sus cartas que usted la retrató antes de que la llevaran presa- comentó-. ¿Ha traído tus elementos? Deberíamos inmortalizar a las Refugiadas de Bologna.
Heloíse asintió a su lado. 
-Lo siento, Heloíse, pero Sophie te está buscando- dijo a continuación. 
Mi corazón se enterneció al escuchar ese nombre. 
-¿Sophie?- dije, sin pensarlo. 
-Mi criada- respondió Heloìse, pero sus ojos querían decir otra cosa. Estaban en efecto diciendo que si, que ella también estaba allí. 
-Permiso- se excusó. 
La vi caminar hacia una de las puertas que enmarcaban el salón. Volví a sentir un vacío en el pecho con su ausencia. No podía quitarme la sorpresa de encima y ya estaba adormecida por su nueva partida. La señora Reniè nos detalló la génesis del grupo y de cómo esa comunidad de mujeres sobrevivía en la ciudad. Muchas de ellas eran viudas de maridos girondinos, otras convivían con sus esposos, también exiliados. Algunas de ellas también mantenían su pertenencia al grupo en secreto. La línea fundadora del grupo estaba compuesta por esas once mujeres a las que habían saludado al comienzo. Todas ellas escaparon de Francia luego de la Revolución, dado que sus pensamientos no eran contrarios y provenían de la burguesía más próspera de París, pero su disposición con respecto a determinados giros políticos hicieron que se volvieran contrarias al gobierno revolucionario. Mientras este relato atrapaba a mis amigas, yo me sentía cada vez más lejos de allí, buscando con los ojos a Heloise en algún lugar del salón, deseando volver a verla para secretamente hacerle todas las preguntas que tenía atascadas en la cabeza desde hacía quince años. La luz tenue del salón no ayudaba y las velas que decoraban las paredes y daban luz no eran suficientes para distinguir rostros con facilidad en ese mar de invitadas, a pesar de que Marianne se creía capaz de identificar la cara de Heloise en una eternidad de gente. Muchas veces lo había pensado así en ese tiempo, queriendo consolarse de que si la viera en la calle algún día, no dudaría que se trataría de ella. 
La encontró hablando con otro grupo de mujeres, sosteniendo una copa de vino. Mantuve la mirada, tratando de que mi insistencia produjera en ella una pulsación diferente, o un escozor en su piel al estar siendo escrutada. Levantó la vista directamente hacia el lugar donde yo estaba. Me miró a los ojos por dos segundos y giró su cabeza levemente, sin quitarme los ojos de encima. Nadie podría haberlo notado. Luego se dió vuelta sobre los tobillos y comenzó a caminar lentamente por la misma puerta que había utilizado para ir en busca de Sophie. Me disculpé y caminé hacia ella. Abrí la puerta. La vi delante mío, a cinco metros de distancia, de espaldas, con el pelo recogido y caminando con paso rápido sin mirar atrás. Esa sensación de perseguirla me resultaba dolorosamente familiar. El corredor me pareció inusualmente largo. Quería alcanzarla, pero no estaba segura de si ella quería lo mismo o me estaba guiando a otro luga. Tal vez no me guiaba a ningún lado y solo caminaba por si misma, para alejarse de ahí. Aceleró la marcha y comenzó a correr. Hice lo mismo, frenéticamente. Esta vez no había un acantilado, había una pared. Frenó en seco antes de llegar a ella. Se giró sobre sí misma y agitada me dijo: 
-Siempre soñé con hacer eso. 
-¿Estrellarse contra una pared? 
-Verla de nuevo.
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 ┊✿┊« rentrer à la maison »      ‣ privado      ‣ 06:00 a.m.      ⌈ 🍵🥀🍁 ⌋ en París, Francia.     #AutumnEquinoxVeela #iswveelas #leslefleur
22 de octubre de 2017 · Le parfum du cœur ·   { ✨🗼 } au revoir   — C'est bien, nous sommes à la maison. —le dijo a su prima en perfecto francés mientras se sacudía el resto de los polvos «flú» –como él los llamaba– que quedaban sobre su negra ropa. Había hecho todos los arreglos necesarios para que tanto él como su prima pudiesen partir para París desde el sábado temprano: y cuando decía temprano, quería decir TEMPRANO. Fue por ello que no dudó en ingresar al ala femenina de los leones media hora antes de las seis de la mañana, observando a su prima dormir con un poco de terneza antes de, «a la medieval», comenzar a aplaudir y gritar—. BONJOUR! C'EST LE PETIT MATIN! LÈVER! —había dicho en imperiosos gritos, buscando que la menor despertase y tomase lo que fuese a llevar como equipaje antes de que ambos partiesen a Francia.   No podía decir que la razón por la que ahora se encontraban en París le alegrase, realmente, era todo lo contrario. Joan sentía una pesadez en su corazón que difícilmente iba a poder atenuar con el hecho de que tenía la oportunidad de comer un buen crème-brûlé o hablar en francés para ser humillado por los nativos en dicha lengua. Petunia era su tía favorita –que Margueritte, en paz descanse, le perdonase– y es que las ocurrencias de la veela nunca estaban de más; incluso cuando le había dicho que tenía pareja masculina y ella le había dicho con toda tranquilidad que siempre se le había visto lo p✿to, el veela se lo había tomado con gracia… ¿cómo no? Era irreverente, divertida, cariñosa… y, como veela, estaba a punto del delirio por el temor de perderla.   — Où est… ? —preguntó al aire, aunque en realidad iba dirigido a su primas, después de todo, ella tenía un muchísimo mejor francés, por no decir que era su ciudad natal, y podría guiarle muchísimo mejor de lo que Joan podría, pareciendo un pésimo intento de mimo, y comenzando, ambos, a ganar miradas de ambos sexos. Mal, mal, ambos como «papas casadas» y de luto no tenían tiempo para ello. Debían ir a casa; y entonces una pequeña realidad nubló el semblante de Joan: sí, podría comer una buena buen crème-brûlé, pero no sería, jamás, tan buena como la que preparaba su tía abuela. Los pequeños detalles eran los que más dolían, sin duda.
· Le parfum du cœur · Sin lugar a dudas la muchacha se arrepentía de haber quedado tan temprano con su primo, luego de que este apareciera de madrugada en su habitación -porque para ella las seis de la mañana era más que madrugar- gritando y haciendo tal escándalo que sólo le hizo llevarse almohadasos de su parte, además de rogarle poder dormir ㅡUne éternité de plus. ㅡ aunque sus súplicas valieron teóricamente nada, ya que minutos después se encontraba lista. ㅡ Revenir ne me rend pas heureux. ㅡ confesó en un suave suspiro, mientras dirigía su vista a un lugar al azar, evitando hablar del tema. Aunque esta todavía se encontraba adormilada, siempre había algo que logrará sacar su parte sensible. La enfermedad de su abuela no era un tema ajeno, tanto ella cómo su primo tenían miedo de sufrir la pérdida de la persona que siempre les había sacado una sonrisa. Tenía tantas cosas que contarle a la mujer que había sido la única imagen semejante a una madre durante el último periodo de su infancia y toda su adolescencia. Quería contarle de sobre David, sobre sus bajas calificaciones y recibir regaños de su parte. Pero cuando trataba de ocupar su mente para no tener pensamientos negativos sobre su adorada abuela Petunia, el rostro de su hermana traía dolorosos recuerdos. La principal causa de haber elegido Hogwarts y no Beauxbatons era huir de ella, del parecido que poseía con su madre ¿Acaso podría soportar aquello durante el fin de semana? No estaba del todo segura, sabía que en cuanto la viese de nuevo se derrumbaría otra vez. Con un leve movimiento de su cabeza le indicó al mayor el camino, cayendo en la realidad y la incomodidad que le generaban aquellas miradas. ㅡ Eso es todo tu culpa... ㅡ anunció olvidándose de su idioma materno, para que nadie más que él pudiera entender aquella conversación. ㅡ Es igual que cuando salgo con nuestras primas. ㅡ comentó en un tono lleno de celos, pues las demás muchachas de la familia poseían la misma elegante y delicada belleza que su primo. Aunque sus primas adoraban ser el centro de atención por parte de las miradas masculinas, Tessa odiaba ello, por lo que apresuró su andar, tratando de salir a la avenida principal y situarse lo más rápido posible en su casa.
{ 🍁✨ }   Ya conociendo el camino era mucho más sencillo; si bien los veela que poseen amistad con la tierra tienen una orientación casi natural, el hecho de tener que portar zapatos y que la tierra se encontrase debajo del asfaltado le dejaba como un pequeño ratón fuera del campo, ¡no sabía qué hacer! Por suerte, aquella era la ciudad de su prima, quien se encargaría de guiarle, sin dudas—- No es mi culpa… no puedo evitarlo. —consiguió reírse sólo un poco, mientras se ceñía el bolso al cuerpo, mirando el lugar sintiendo un deje nostálgico de infancia, sonriendo sutilmente, sin demasiada alegría, antes de codearla—. Además, no todas las miradas son para mí.   Pronto las calles se volvieron terrenos conocidos, conforme entraban a Versalles y Joan dejó de seguir a su prima, encaminándose por la calle con toda naturalidad. Repentinamente se sintió apremiante por llegar a su destino, sintiendo una presión en el pecho con cada paso que les acercaba finalmente al imponente châteu que pertenecía a los Lefleur que habitaban en esa región: Château de Versailles. La historia era larga, una que ameritaba su propia narración, pero podía resumirse como todas aquellas que contaban los trobadores desde tiempos antiguos: los seres místicos recibían regalos de los temerosos humanos, así, Luis XIV pidió a las veelas la prosperidad para su proyecto otorgándoles la misma edificación… sin embargo…   — ¿Primero las damas~? —preguntó Joan cercano al Gran Canal, el estanque más grande del palacio, ofreciéndole la mano para ayudarle a subir, para que pudiese pero siendo juntos que saltaron al agua. Aquel portal al Palacio mágico siempre le dejaba… mareado, por decir menos; no era ni por menos un pasaje tan cómodo como aquel de la estación 9 y tres cuartos. Antiguo, hasta un poco torpe, les dejó salir en el mundo mágico delante del Gran Canal del Château de Lefleur. Joan se agitó el cabello, mirando el esplendor siempre cautivador de la propiedad de su familia veela: una réplica exacta del Château de Versailles, aunque obviamente con el toque de las veelas: todo siempre en contacto con la naturaleza de mil maneras.   — Versailles, ¿cierto? —le preguntó a su prima; aquel era el palacio que ocupaba Petunia (hasta donde Joan sabía) después de la muerte de su dueña original, Margueritte. Habían designado aquellos por edades; originalmente Petunia poseía el Gran Trianón y Gloire seguía siendo dueña del Pequeño Trianón. Suspiró… ¿debía ser tan grande? En esos momentos maldecía la lejanía de todo, cuando no deseaba más que llegar a su familia.
· Le parfum du cœur · Un leve resoplido se escapó de los labios de la muchacha; si bien era cierto que no todas las miradas iban dirigidas hacia su primo, ella tampoco se daría el lujo de admitir tal cosa. "Eso era de Veelas" su más grande e irracional excusa. Conforme avanzaban, las paredes de Château de Versallies se hacían cada vez más imponentes y ella sentía hacerse cada vez más pequeña, con un sinfín de responsabilidades sobre sus hombros y el horrible nerviosismo atascándose en su garganta. ㅡ Merci, Joan... ㅡ agradeció el gesto de ayudarle a subir sobre el borde del estanque, el cual estaba un poco resbaladizo y húmedo. Lo cual para ella significaba que alguien más había llegado a Versallies. Luego de saltar, Tessa había recordado la razón de su odio al viajar por el Gran Canal, el mareo que sentía era indescriptible y de las veces que había sugerido crear una entrada más "Accesible para personas con mareos" su padre y su querida abuela le habían contestado con un seco tono "Te acostumbrarás". ㅡ Oui, précisément Le Grand Trainon. ㅡ informó mientras avanzaba con pasos un poco torpes y que no disimulaban en absoluto su mareo. Llegando hacia el patio de armas, frente a la parte residencial que ocupaba su familia gracias a la bondad de las Veelas Lefleur. Se giró nuevamente en dirección a su primo. ㅡ Je pense que ma soeur est arrivée. ㅡ musitó, para luego hacer una pequeña venia y señalar al portavoz que se encontraba en la puerta del recinto. Petunia se había destacado siempre por hacer de pequeñas situaciones una fiesta mayor, es por ello que su llegada era un secreto, o al menos para anciana Veela, ya que su hermana había sido quién le había rogado su presencia.
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jartitameteneis · 1 year
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Primero observa la pintura y luego lee el Texto.
Históricamente. Hasta hace poco, la única manera en que una mujer podía sobrevivir y mantenerse a sí misma era a través del matrimonio. El concepto de tener un trabajo, poseer una propiedad, tener derechos legales es un concepto muy reciente. Las damas no casadas se quedaban con sus padres y se consideraban una "carga", algunas se iban a vivir con familiares que podían permitirse el lujo de alimentarlas y sostenerlas y otras eran obligadas a recluirse en conventos. El matrimonio por amor era un tema de ficción y poesía, pero no fue una realidad hasta la revolución industrial, cuando las mujeres podían trabajar y mantenerse, y así poder finalmente ser libres para elegir a su esposo.
Sin embargo, las mujeres de clase media y alta no tenían ese derecho a casarse por amor hasta el siglo XX.
La boda desigual
Vasily Pukirev 1 8 6 2
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