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nuestrodestinocomun · 2 months
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Un breve periodo de oscuridad antes de la luz (El Artista)
Dionisio comenzó a desempeñar su cargo de arquitecto municipal en el Ayuntamiento de Sevilla durante los años 70. Bajo su mandato, contempló cómo la ciudad se iba expandiendo más allá de sus límites.
Fue testigo de hechos y sucesos históricos, como el derrumbe del muro de la calle Torneo, que tiempo atrás se había construido para proteger a los viandantes de las vías ferroviarias que discurrían paralelas al río y que ya habían caído en desuso. De esta manera, Torneo, dejaba de ser esa angosta calle aprisionada por la que resultaba imposible pasear. Con esta obra, se permitía que la ciudad volviera a reencontrarse con el río Guadalquivir.
También estuvo inmerso en las intervenciones y labores previas a la celebración de la Exposición Universal de 1992. Este período, que ocupó la parte central de su carrera, estuvo repleto de premios y reconocimientos.
Aunque se involucró en la fase inicial de las monumentales obras que se acometieron en la Plaza de la Encarnación al final de su carrera, la EXPO´92 era sin duda su trabajo de mayor repercusión y el que más recordaba.
Fueron días de intenso trabajo, de frenética actividad política y social, también de muchas noches de insomnio y preocupaciones. Años después, sentado en el salón de su casa recordaba esos momentos, los sacrificios realizados para poder alcanzar todas las metas propuestas.
Instalado junto con su mujer Fanny en el barrio de San Lorenzo de la capital, en una casa ubicada en una de las calle perpendiculares a la Alameda de Hércules, con acceso directo a la calle Torneo, disfrutaba de una de sus muchas pasiones como era caminar junto río, contemplar las vistas y a la gente pasear, el paisaje que había contribuido a redescubrir y recuperar para los ciudadanos.
Sentía que él mismo, al igual que las obras de la Exposición Universal de 1992, habían envejecido mil años. Lo que un día fueran imponentes avenidas y edificios erigidos para mayor gloria de los políticos que lideraron las obras de construcción, eran ahora lúgubres moles que, calladas y en silencio, cedían lentamente a los efectos del tiempo y la erosión. Sentía que su vida transitaba por ese mismo lánguido y gris camino.
Se lamentaba por no haber dejado antes sus tareas profesionales y haberle dedicado más tiempo a su mujer, principalmente cuando ésta, anticuaria de profesión, empezó a enfermar de alzhéimer.
Volvían a su mente una y otra vez aquellos años en los que todo eran viajes al extranjero para visitar ferias de antigüedades, a la búsqueda de las magníficas piezas que su mujer lograba localizar. Fanny era una persona activa y resolutiva. El negocio de antigüedades que regentaba poco a poco fue despegando y Dionisio no tuvo más remedio que apartar ese gesto de incredulidad que desde el comienzo había dibujado en su cara, cuando pensaba que las aspiraciones de su mujer se trataban tan solo de una mera afición pasajera. Estaba realmente impresionado y orgulloso por todo lo que ella había conseguido, por todos los resultados alcanzados en su carrera.
En los último años Fanny había empeorado mucho. El ojo clínico y certero que la caracterizaba para recolectar bellas piezas con las que poder negociar con otros anticuarios había tornado en una especie de trastorno similar al síndrome de Diógenes, y los trastos sucios y viejos se acumulaban como basura en varias estancias de la casa.
Esta situación a punto estuvo de costarles la vida el invierno pasado cuando una chispa producida por la deteriorada instalación eléctrica hizo arder algunas de las bolsas que se acumulaban en la cocina dando lugar así a un pequeño incendio. La rápida intervención de los vecinos avisando a los bomberos, que consiguieron apagar el fuego rápidamente sin más complicaciones, evitó lamentar mayores daños.
El corrupto administrador de la comunidad del edificio colindante, que asistió a la tala de la bugambilia que había crecido descontroladamente en el patio, y que invadía parte de las ventanas del edificio contiguo, extendió el rumor en el barrio de la situación de los dos ancianos, provocando un malestar innecesario en la comunidad. Goteras y humedad en algunas habitaciones, roedores entre las bolsas de basura que se amontonaban en las esquinas, mesas atestadas de objetos inservibles, posibilidad de derrumbe del edificio, situación de abandono de la dueña de la casa que pasaba los días sentada en una silla de ruedas sin mayor atención. Un promotor inmobiliario estaba muy interesado en adquirir la casa y le había prometido al administrador una cuantiosa y jugosa comisión si conseguía que los dos ancianos se deshicieran de ella.
Durante algunas horas de la mañana una mujer les ayudaba en algunas tareas y también se encargaba de asistir a Fanny. El resto del tiempo lo afrontaban como podían. Eran los dos muy mayores, y la realidad era que no disponían de mucha más ayuda. El hecho de que los hijos vivieran fuera del país desde hacía ya muchos años se traducía en un deterioro enorme y acelerado del edificio, que discurría de forma paralela al estado de salud de Fanny.
Todos estos sucesos pusieron en alarma al vecindario, hasta tal punto, que algunos vecinos intentaron contactar con los hijos del matrimonio. Durante varias semanas la vida trascurrió sin mayor novedad hasta que por fin, Javier, el menor, el que vivía en Alemania, dio señales de vida notificando que viajaría a Sevilla para encargarse de sus padres.
Con la llegada del nuevo habitante el ritmo y la rutina de la casa se vieron positivamente alterados. Todos estos nuevos estímulos eran beneficiosos para Fanny, hasta tal punto que en ocasiones parecía reconocer a Javier, y en determinados momentos de lucidez, incluso también a su esposo. Durante las mañanas padre e hijo realizaban las reparaciones básicas que la casa demandaba y por las tardes, salían los tres a pasear por el camino del río.
Fue en una mañana del mes de Abril, cuando Fanny se despidió definitivamente de ellos. Ni amigos ni más familiares velaron por ella ese día, tan solo algunos de los vecinos que estos últimos meses habían estado pendientes de ellos, quizá su auténtica familia en lo que sería la última etapa de sus vidas en el barrio.
Dionisio no quería permanecer por más tiempo en la casa, por lo que la pusieron en venta. Tras meses de negociación llegaron a un acuerdo con el promotor inmobiliario en cuestión que finalmente la adquirió para demolerla y construir un enorme edificio de apartamentos turísticos.
Decidieron que Javier volvería a Alemania para realizar los preparativos del traslado de su padre, que de ahora en adelante viviría con él. Mientras tanto Dionisio se encargaría de ir preparando aquellas cosas que querría llevarse consigo, deshaciéndose de aquellas otras en las que ya no estaría interesado.
El día que acordaron en que su hijo iría a recogerlo en furgoneta para llevar todas sus cosas hasta su nuevo domicilio en Alemania, se encontraba nervioso y profundamente agitado. Eran cerca de las tres de la madrugada, en una calurosa noche del mes de julio, cuando ya no pudo esperar más y empezó a sacar todos sus pertenencias a la calle. Sus memorias empaquetadas. Le emocionó ver los pocos recuerdos que finalmente había conservado, lo esencial, pensó, ordenados metódicamente en cajas y dispuestos en montones en la misma calle por donde tantas y tantas veces había transitado cada día para realizar sus recados y encargos. Dejó un espacio por donde pudieran circular los vehículos, sacó una pequeña silla de camping y se sentó a esperar a que llegara su hijo. Mientras tanto, observaba animado y sonriente a algunos de los vecinos que, asomados a los balcones al no poder conciliar el sueño por el calor, contemplaban sus idas y venidas a la casa.
Su hijo le había prometido que en Alemania podría disponer de un pequeño estudio donde pintar, lo que siempre había soñado desde pequeño, convertirse en artista. Sería como el estudio de Monet que visitó junto a su esposa durante las vacaciones que pasaron en el norte de Francia, en la región de Normandía.
Lo había decidido mientras esperaba sentado en la calle. Perpetuaría la memoria de su esposa a través de su arte, de sus pinturas. Se dedicaría a retratar escenas de su vida, en todos los escenarios posibles que pudiera recordar, con los mejores vestidos, para que todo el mundo pudiera conocerla y no fuera olvidada. La historia de Fanny contada en imágenes.
Huiría de las multitudes, de la sociedad, de la vida cotidiana y se encerraría en su estudio para volver a encontrarse, para ponerse en marcha, para escuchar la voz de su conciencia, de su propio universo, que le susurrarían al oído cómo encontrar las formas, los volúmenes, los colores idóneos para poder traerla de vuelta.
En este último tramo de su vida no estaría solo, lo acompañarían sus artistas, todos los pintores que idolatraba, también sus escritores y músicos favoritos. Los libros y lecturas que le habían hecho tanta compañía durante su vida, su adorada música clásica.
No era momento pues para sentirse abatido, para lamentarse. Era el tiempo de ponerse a trabajar, de desenterrar las ideas de su mente y de ofrecerse al mundo, como si su vida literalmente dependiera de ello, como la nueva persona que ahora era, como el artista en que se iba a convertir, un espacio de luz resplandecía ante el.
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nuestrodestinocomun · 4 months
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Don Leocadio
Querido Sr. D. Leocadio, permítame decirle cuánto ha significado usted para mi.
Ha sido mi maestro ante vicisitudes y desventuras. De usted he aprendido que la insistencia y la tenacidad son fundamentales para alcanzar los objetivos que nos proponemos. Que no debemos tener límites, que debemos aspirar al infinito, que podemos llegar más alto, más lejos, que los muros que nos contienen los construimos nosotros mismos, que las reglas por las que nos regimos las podemos hacer trizas con las mismas manos y con la misma determinación con las que un día las redactamos atándonos a ellas. Que no podemos ser entes amedrentados.
Usted me enseñó que los cobardes no tienen alma, que la pierden al humillarse ante la adversidad. Que nunca se debe cuestionar el amor que se tiene por uno mismo, que jamás se debe claudicar ante la presión que los demás ejercen, que el cariño de una madre es lo más importante en esta vida, y que uno debe nutrirse de todas estas cosas para encontrar el valor de afrontar el día a día.
Es usted como un viajero en el tiempo que vuelve a mi una y otra vez, en todas y cada una de las ocasionas en las que lo he requerido, para comprobar que continuo con vida, a pesar de las lances y peligros. En estas y todas las vidas que vivamos aguardaré siempre su llegada para fortalecer mi alma y mi mente, contra los obstáculos y dificultades que vayan surgiendo.
No puedo dejar de recordarle y contemplarle en cada una de las experiencias y situaciones que hemos vivido juntos. Le buscaré en todos los atardeceres, bajo un cielo ámbar, cempasúchil, su figura perfilada contra el fondo dorado de una puesta de sol en el horizonte.
Me encontraré profundamente atenazado y perdido si alguna vez no acudiera en mi ayuda, extraviaría el camino señalado por usted y Dios sabe donde podrían terminar mis pasos. Usted hace que se desplomen las máscaras, que seamos capaz de contemplar cómo son realmente las personas que nos rodean. Tiene esa virtud, ese poder, desenmascara los sentimientos, hace que caiga el velo que oculta  la verdad.
No quiero defraudarle Don Leocadio. Usted procede de los nobles linajes de las familias del norte, en la frontera, su cuerpo ha experimentado las condiciones vitales, climáticas y atmosféricas más extremas, nunca podría estar a su altura. Por sus genes transitan titanes, colosos, seres sobrenaturales. Por sus venas corren océanos con la tinta de las leyendas narradas sobre sus hazañas y gestas heroicas.
Acompasado al ritmo de sus pasos late mi corazón, al unísono con el suyo. Amigo mío, mi querido Don Leocadio, permítame decírselo así. No conozco a un ser más noble que usted, que me haya enseñado tanto en tan poco tiempo.
Cuando al fin, bajo el firmamento descansen nuestros huesos, nos buscaremos de nuevo para continuar nuestro camino donde un día lo dejamos. Volveremos a cantar sus melodías favoritas en tierras alpujarreñas, donde usted descansará, placidamente dormido, junto al piano de nuestra cabaña. Saldremos al encuentro de la mañana, nos refugiaremos en las aguas de las Anchuricas, seremos los salvajes de La Toba.
Bajo un bendito y sagrado árbol, entre las doradas hojas del otoño, aquel donde una vez ocultamos mensajes velados, nos buscaremos y nos volveremos a encontrar, nos miraremos a los ojos, nos oleremos, nos tocaremos y nos reconoceremos, sabremos que nuestras almas fueron una. Nuestro átomos retumbarán de alegría, recorreremos juntos los mismos valles y montañas  por los que un día anduvimos, como dos sinceros amigos. Jugaremos con el agua de los ríos, empaparemos nuestros cuerpos de su frescor. Nos secaremos al sol sobre verdes y frondosas praderas al atardecer.
¡A los páramos!, ¡a los páramos!. Usted y yo volveremos al fin a nuestros queridos y gélidos páramos, caminaremos bajo la luz del sol, de la luna, sin que nadie nos detenga, sin rendir cuentas a nadie. Libres. Seguiremos el sendero del Rey que cruza el país de sur a norte, parando solo para descansar, hasta que las fuerzas desfallezcan, y ya no merezca la pena seguir porque habremos cumplido con nuestro cometido, porque nuestro destino nos habrá alcanzado.
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nuestrodestinocomun · 6 months
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El Caos del Universo
El tren acelera, alcanzando la máxima velocidad justo al llegar al túnel que atraviesa la montaña. Dejas atrás el valle, todo lo que hasta ahora te era conocido. Con la fuerza de una enorme centrifugadora que atrae el tiempo hacia su centro, te impulsas hacia delante, te evades de ti mismo, hacia la siguiente parada.
“El mundo es una acumulación caótica del desorden de cada uno de sus habitantes”, solías decir.
Los pasajeros del vagón van concentrados en los fragmentos de vida que durante el trayecto deciden compartir. Instantes que cada uno elige cómo emplear. Unos se decantan por leer, o por mirar simplemente a través de la ventana. Los hay que deciden perturbar al resto de pasajeros que permanecen tranquilos y en silencio, mediante el sonido de sus teléfonos móviles. Otros intentan entablar una conversación con la persona contigua que les ha tocado en suerte.
Los viajes tienen un componente nostálgico que reside en la estática de la tristeza que nos acompaña durante el trayecto. Una sensación que se acrecienta en aquellos desplazamientos que no son estrictamente por placer, los que te hacen partir de un punto del que no deseabas separarte jamás.
Contemplas los paisajes que pasan por delante de la ventana e imaginas a qué dedicarán sus vidas esas personas que pareces distinguir en la distancia. ¿Llevarán una vida parecida a la tuya?, ¿se preocuparán por las mismas cosas?, o ¿quizá no exista realmente gente que viva en esos sitios?. Concluyes finalmente, que da igual a qué dediquen sus vidas, todos pierden el tiempo, no saben que realmente lo que se les escapa es la propia vida, por no disfrutarla, por no disfrutarse.
Todos tenemos ansias por cambiar nuestro presente, pero siempre conseguimos encontrar alguna excusa que nos haga demorar el cambio que permanentemente estamos madurando en nuestra mente y que la mayoría de las veces consideramos revolucionario y rompedor, hasta que un día decidimos revelárselo a un amigo o un familiar, y por la expresión de su cara comprendemos que efectivamente no era el plan del siglo, que ya otros antes habían pensado lo mismo y habían fracasado justo en el punto en el que tú lo estabas haciendo.
Piensas que el libro que tienes en tus manos lanza frases crípticas y enigmáticas sobre tu futuro, según se adapten a tus expectativas. Encontraré pareja, tendré dinero y salud, los vecinos dejarán de hacer ruido por las noches, seré feliz. Cualquier mantra literario es bienvenido siempre que encaje en nuestros planes.
Estos pensamientos permanecen en el aire justo el tiempo en el que el tren llega a la próxima parada. Al bajarte en el anden sientes cómo las huellas de trenes pasados y presentes se entremezclan, cómo las vidas de extraños, que van y vienen, se cruzan de forma aleatoria, de forma azarosa. La magia de la vida, el caos del universo.
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nuestrodestinocomun · 6 months
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La Junta de los Ríos
“La luz del sol ilumina la habitación al completo, se filtra a través de los árboles del jardín y crea pequeñas sombras que se mecen proyectadas sobre la pared. Este fenómeno solo sucede durante los meses de verano. Se que estoy de vuelta en el pueblo, en casa de mis padres. Escucho a Loki, abajo con mi hermano”, dice Julia.
“Tendré que darme prisa si quiero llegar a la hora fijada, aún tengo que darle una vuelta a los animales de la granja, antes de salir hacia el lavadero del pueblo donde hemos quedado”, dice Alfredo. No quiero llegar tarde, la excursión de la Junta de los Ríos es exigente y no es recomendable hacerla al medio día durante los días de verano, cuando el sol cae implacable de pleno sobre el ardiente suelo de pizarra que abunda durante todo el camino.
“Soy como un insecto que quedó atrapado esperando ser devorada por la araña”, dice Rosa, mientras espera a Luis, contemplando la telaraña que ha crecido en un ángulo de la ventana de la cocina.
“Aún tengo tiempo de llegar a casa para asearme y cambiarme de ropa, quiero causarle buena impresión a Julia, hace tanto tiempo que no la veo”, dice Luis.
“A veces siento que si desapareciera, no le importaría a nadie, que si no acudiera hoy a la cita con mis amigos para hacer la excursión que programamos ayer, esa que tantas veces hicimos cuando vivíamos todos juntos en el pueblo, seguramente nadie me echaría en falta”, dice Ernesto mientras termina de preparar una mochila con las cosas que ayer le pidió Teresa que comprara.
“Ojalá venga Ernesto, no lo vi muy convencido ayer cuando me lo encontré en el mercado y estuvimos comprando las cosas que llevaríamos hoy para la excursión”, dice Teresa.
“Ya estamos todos, excepto Luis que siempre llega tarde”, dice Julia. Volveremos a caminar juntos como en los viejos tiempos. Nos saludaremos como si no hubiesen pasado los años. Como si fuéramos los mismos amigos que un día se separaron, justo en este mismo punto en el que ahora nos volveremos a encontrar, el antiguo lavadero del pueblo, en la Calle Gracia, con sus frías y  cristalinas aguas. Nos abasteceremos de agua, para adentrarnos en el imponente paraje que nos espera, con sus colinas y sus senderos, por los que transitaremos a la búsqueda de nuestro propio destino.
“Por una vereda entre huertos abancalados de frutales y hortalizas, de nogales y castaños, vamos dejando atrás las últimas granjas, la seguridad del hogar, y nos adentramos en lo salvaje”, dice Alfredo. Julia y Luis, van por delante, abriendo la expedición, con Loki. Teresa, Rosa y Ernesto los siguen. Nos adentramos en el desconocido mundo que me relataba mi abuelo cuando era pequeño, la tierra que fue testigo de las sangrientas guerras de Las Alpujarras, la revolución de los moriscos.
“Nos aproximamos al Molino de la Carraca, testigo de la historia reciente de estas tierras, la era de Pepe el Juez, mi abuelo, el último molino que estuvo en funcionamiento en el pueblo”, dice Luis. Ahora tristemente sepultado entre la vegetación, como mi infancia, soterrada, sumergida y olvidada bajo los años, bajo los recuerdos. Los vecinos del pueblo acudían al molino, para trabajar con mi abuelo, para recoger el grano con el que se hacía el pan del pueblo, para alimentar a los animales de la familia de Alfredo. Al llegar los recibía y me presentaba orgulloso, su nieto Luis. Al pasar por el sendero dejamos el edificio a la derecha, abandonando y desatendido, en la quietud del bosque, como a veces se descuida y se desatiende a la familia, a los amigos.
“Amigos, caminemos, pero obviando aquellas veredas que suben a la izquierda,  esas no deberemos tomarlas, no lo olvidemos, o nos perderemos”, dice Teresa. Nuestra referencia siempre debe ser la Acequia Nueva que camina paralela a nosotros, permanente y ruidosa en el fondo del valle, perseverante e infatigable guía hacia la Junta de los Ríos, a una hora de camino desde el pueblo, donde el río Grande y el río Chico se reúnen estruendosos.
“Al atravesar estos parajes resuenan en nuestras cabezas los gritos y aullidos estridentes de los rebeldes y sus familias durante los últimos días de la Guerra de las Alpujarras, escenario de traiciones y asesinatos, donde sus últimos monarcas, se aferraban al inútil e insufrible poder que presagiaba sus muertes, resistiendo a las tropas cristianas de Don Juan de Austria”, dice Ernesto. Vienen a nuestra mente, los recuerdos de esos relatos con los que el abuelo de Alfredo nos atemorizaba en las noches de verano, cuando nos reuníamos los seis en su casa. Como la historia del salvaje asesinato del último rey de Andalucía, Aben Aboo, por sus tropas, tras haber matado él mismo con sus propias manos a su primo Abén Humeya y sustituirlo en el regio cargo. Como la historia de los tres hermanos moriscos que salieron un día con su rebaño de ovejas y resultaron emboscados por los caballeros cristianos en su afán por terminar con el reinado de Abén Aboo. Estas mismas laderas fueron testigos de su desaparición a pesar de los intentos de Mofas, la perra de los tres hermanos, de encontrarlos.
“Bajemos por la ladera, vayamos despacio, como vagando sin rumbo”, dice Rosa. Tomemos el sendero de la derecha, el que conduce hacia el cruce de los ríos, el pequeño camino de bellos y gráciles tallos, de hierbas frescas, en el que un grupo de petirrojos nos viene a saludar mientras se alimentan del grano de los tallos y los insectos del lugar. Entremos en esa nebulosa de aves que nos acompaña durante un rato, mansos y confiados en nuestra buena voluntad. Incluso Loki, al frente con Julia y con Luis comprende la virtud y la paz de este lugar. Al igual que estos petirrojos, Julia se aleja y se escapa de mi, y se eleva cada vez más alto, con sus letras, con sus palabras.
“Soy un nido, soy el árbol, soy las ramas sobre los que los petirrojos se posan y descansan al descender de su vuelo”, dice Julia. Siento que me elevo con ellos sobre la vertiente escarpada del barranco que no me pierde de vista, los Tajos del Reyecillo, imponente y soberbio, con sus cuevas colgadas del abismo, desde donde cuenta la leyenda que un rey se arrojó con su caballo dejando en la roca marcadas sus huellas, la Patá.
“Debemos darnos prisa si no queremos que el sol nos encuentre en nuestra expedición hacia el horcajo”, dice Alfredo. Desde aquí puedo ver ya el sendero que debemos tomar para avanzar en nuestra marcha. Caminaremos al fin entre árboles, por pequeños senderos cubiertos de abundante vegetación, donde pasta el ganado, entre riachuelos que darán de beber a Loki y con los que jugará a atrapar el agua, que nos darán de beber a los seis y nos refrescarán del esfuerzo realizado.
“Ardo y tiemblo al salir de este sol y entrar al fin en esta sombra. Zumba una abeja en mi oreja, de repente está aquí, y de repente ya ha pasado. Escucho el discurrir del agua por las acequias a nuestros pies, acompañándonos en la marcha. Esto es aquí, esto es ahora, pero sin darnos cuenta, ha pasado”, dice Teresa.
“Estos riachuelos van secándose conforme el día va avanzando, se evaporan por el calor del sol. He visto como Rosa le ha dado la mano a Ernesto. El que ama, arde, se consume, se evapora”, dice Luis.
“Ahora, exploremos. Caminemos estos senderos, que ya se empieza a intuir nuestro destino cercano entre los árboles. La Junta del río Grande y el río Chico”, dice Ernesto. Crucemos el puente sobre el río Chico, y frente a nosotros, en el horcajo de los ríos, coronando la colina, contemplamos las ruinas de la antigua fábrica de seda, con su arco morisco, casi intacto, con su historia, la historia de nuestra tierra, que compartimos los seis, a pesar de ya no estar juntos, a pesar de ya no ser uno. A pesar de que los tres hermanos y Mofas desaparecieron entre las colinas que ahora recorremos. Rosa me escucha atentamente, las constelaciones de sus ojos iluminan mi día.
“Amigos, subamos estas sendas de fresnos, nogales y saúcos. Hablemos bajo, casi susurrando, para poder escuchar el mensaje de estos árboles milenarios. De este bosque encantado que adoro, en el que nos sumergimos. De los tres hermanos que aún vagan por estos parajes. Ernesto, dame tu mano, me gusta cuando me cuentas estas historias”, dice Rosa.
“Las terrazas casi inalteradas desde tiempos moriscos nos observan a nuestro paso. Los senderos cuajados de moreras, que en otros tiempos utilizaran para fabricar la seda de vestidos y trajes, nos custodian en nuestra marcha. En mi cabeza, una palabra árabe resuena, vergel, de donde proviene el nombre de nuestro pueblo”, dice Alfredo. Amigos, tomemos la senda que rodea la vieja fábrica por la derecha, bajo el antiguo arco, como lo hicieran antes nuestros antepasados, y continuemos nuestro camino hacia las pozas de agua de los tres hermanos.
“La vegetación se hace cada vez más y más espesa. El sendero se estrecha y nos obliga a ir en filia india, uno detrás de otro. Alfredo nos dirige y Loki da continuas batidas hacia delante y hacia atrás para controlar que los seis amigos se mantienen unidos en esta aventura”, dice Julia.
“Alfredo siempre ha sido nuestro faro, nuestro guía, por eso encabeza la expedición y va abriendo camino en el sendero que nos conduce a las pozas. Resulta evidente que es el motivo por el cual Julia termina regresando a esta tierra”, dice Luis.
“Siento que hoy, el aire en este lugar, está cargado de una electricidad magnética, puedo percibirlo en mi piel, en mis cabellos, en mis manos y en mis pies, una chispa frenética y delirante que me invita a vivir intensamente, que nos invita a mantenernos unidos, siento que empiezo a vibrar, me gustaría gritar y cantar”, dice Teresa. Una versión alternativa de la leyenda de los tres hermanos cuenta que aunque fueron emboscados por los caballeros cristianos lograron salvarse y aún siguen vagando por estos lugares, junto con su perra Mofas como espíritus mágicos, poseyendo los cuerpos de los excursionistas, que como nosotros, deciden visitar estos lugares, para mostrarles las historias de aquellos que antes que nosotros habitaron estos parajes.
“Jamás había visto a Ernesto de esta manera”, dice Rosa. “Jamás había visto a Rosa de esta manera”, dice Ernesto. Vamos de la mano hacia las pozas de los tres hermanos. Bañémonos en sus aguas límpidas, frescas y cristalinas. Una poza por cada uno de los tres hermanos. Será nuestro bautizo.
“Loki es el primero en llegar a la primera de las pozas y comienza a saltar en la orilla, intentando morder y controlar el agua”, dice Julia. Los demás llegamos a continuación, emocionados por encontrarnos en este mágico lugar, por estar los seis juntos, poseídos por el espíritu de los tres hermanos, de la Junta de los Ríos, del río Grande, del río Chico, que resuenan estruendosos en el fondo de nuestro corazón y de nuestra alma.
“Subamos a las otras pozas, bañémonos, desnudémonos, abracémonos, sumerjámonos en este instante inolvidable y eterno”, dice Teresa.
“Mis ojos estallan en lágrimas como nunca antes lo hubiesen hecho, contemplo a mis amigos, son titanes, bellas criaturas del bosque”, dice Alfredo.
“Siento que un enorme gigante de piedra nos hubiese dejado caer en esta tierra, en este lugar, desde sus manos rocosas, a través de las copas de los árboles”, dice Luis. No tendremos que regresar a los trémulos senderos de la vida, podremos permanecer aquí juntos, mis amigos y los espíritus del bosque.
“Seré tuya”, dice Rosa. “Seré tuyo”, dice Ernesto. Cada átomo mío está en el viento, será mi forma de tocarte allá donde estés, dicen los dos al unísono.
Definitivamente vibramos, nos agitamos.  Nuestro cuerpo entero se transforma en moléculas que se funden con el aire, con el agua, con la tierra de este lugar.
Ya no somos los individuos que antes conocíamos (Julia, Rosa, Teresa, Alfredo, Ernesto y Luis) somos facciones, átomos que cambian tan rápido, que se mueven y oscilan tan deprisa que parecen no existir, que desaparecen de este mundo. Solo queda de nosotros, los seis amigos, las huellas impregnadas en pintura que un día dejamos sobre la piedra.
El bosque parece desdibujarse a nuestro alrededor, la tierra se convierte en una inmensa claridad y ni un sonido rompe el silencio del paisaje que habitamos.
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nuestrodestinocomun · 8 months
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Los colchones desnudos en verano
Las sábanas revueltas, arrugadas, cayendo al suelo por un lado de la cama, como un telón arrancado de la última función del día, mostrando el colchón desnudo.
El sonido de una radio a lo lejos mezclándose con las últimas imágenes del sueño. Un recuerdo familiar de la infancia. La sensación de viajar en un buque a la deriva, el sonido de la madera crujiendo y las velas ondeando bajo el sol del verano. La brillante luz de la tarde filtrándose por los huecos de la persiana en la habitación, un camarote sin rumbo en alta mar.
Ahora soy más consciente, me despierto, justo cuando termina el disco que estaba escuchando. El libro que leía, doblado bajo un brazo. Un cúmulo de pensamientos acuden a mi mente. La mayoría, fantasías, relacionadas con amar a una persona rota e intentar recomponerla, como si fuera un puzzle, como en una canción de Bill Callahan.
Sigue haciendo aún demasiado calor para esta época del año, y eso me impide pensar con claridad, me ralentiza. Miro el reloj, casi las siete de la tarde. Habría que sacar al perro, pero lo pospongo ya que recuerdo que tengo que llamar a Esther, se lo había prometido. Una persona rota a la que no puedo recomponer, ya que no soy Bill Callahan, por mucho que lo intente.
Esther es una compañera del trabajo, y amiga, está esperando su primer hijo, acontecimiento que se ha visto empañado por coincidir en el tiempo con la enfermedad terminal de su marido. Todos los días a la hora del café hablamos y me cuenta sobre la evolución de lo que a día de hoy son sus dos únicas prioridades, los dos únicos tablones a los que aferrarse en medio del océano.
Marco su número y al otro lado escucho su voz, quizá he llamado demasiado temprano y la he despertado. Se recompone rápidamente y empieza a contarme las novedades. Las noticias malas siempre primero. Juan no responde a los últimos tratamientos. Las buenas, para compensar el golpe de las malas, la niña se va a llamar Julia, por la canción de los Beatles.
Continúa diciéndome que en las últimas semanas en las que no nos hemos visto, durante las vacaciones, se ha precipitado todo. El desenlace final de su marido está próximo y la niña ya está en camino. Va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.
El apartamento donde viven es pequeño y me pide si es posible que la ayude a realizar una pequeña mudanza a un piso que ha alquilado justo al lado del suyo para pasar la cuarentena. De esa manera Juan podrá ver a la niña, evitando que los dolores del padre se sumen a los llantos nocturnos de la niña.
También me ha pedido que alguna noche me quede con la niña mientras ella atiende a su marido en lo que pueda necesitar. O bien que yo mismo, si no es mucha molestia, lo acompañe al hospital, en el caso que ella no pueda dejar a la niña. Seguramente debiera quedarme también al cuidado de los dos, padre e hija, para que la madre descanse, aunque eso ella no me lo ha pedido directamente.
Se que me voy a sentir desbordado, pero no puedo negarme. No conocen a nadie más en la ciudad y, al fin y al cabo, yo no tengo nada que hacer.
Esther sabe que los tiempos y los plazos juegan en su contra, y existe una posibilidad bastante alta de que padre e hija no lleguen a conocerse nunca y sufre enormemente por ello.
Quedamos para realizar la mudanza en unos días y me despido de ella poniéndome a su disposición para lo que necesite y vuelvo otra vez a la cama. La conversación ha sido demasiado y no me encuentro con ánimo para hacer nada más.
En el dormitorio la tenue luz de la tarde, al reflejarse sobre la cama, ilumina toda la habitación. No puedo evitar fijar mi mirada en el colchón blanco y desnudo, sin las sábanas. Pienso en Esther. En el colchón inmaculado, puro e inocente de la cuna de Julia, y en el trágico y solitario lecho que dejará atrás Juan cuando ya no pueda seguir luchando contra la enfermedad.
Pienso en lo frágiles y débiles que somos ante las adversidades de la vida, en lo desprotegidos que a veces nos encontramos, en como una simple y sencilla colchoneta, un jergón, un artículo inventado por el ser humano, en teoría para mejorar su vida, pueda representar en ocasiones momentos tan dispares de la existencia de una persona.
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nuestrodestinocomun · 8 months
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Somos oriente, somos occidente
Somos oriente, somos occidente. Somos la efigie que la arena esculpió. El tiempo detenido en un verano inagotable. Nuestra cara iluminada por el brillante cinturón de Orión.
Somos oriente, somos occidente. Somos dos milagros a merced de la tormenta. Dos haces de luz arrojados al vacío, entrelazados por el invisible hilo que nuestras madres tejieron. La corriente inevitable y tranquila que, sin mirar atrás, dirige su camino hacia el mar.
Eres oriente, eres occidente. Mi origen, mi causa, la piel debajo de mi piel. Las tardes entre el maizal. Mi naturaleza.Mi hermano mayor, mi subconsciente y mi memoria. La costra que cicatriza una misma herida. La furia y la rabia. El temple y la paciencia. Sobre los verdes chopos del riachuelo, la gran W que dibujamos en el cielo.
Somos oriente, somos occidente. Somos sangre que brota. Vísceras. Agua, piedra y metal. Raíces arraigadas que se adentran en la carne viva. Un mundo subterráneo que se oculta discreto y humilde en la hondura.
Somos oriente, somos occidente. Somos dos estrellas que giran en el espacio orbitando otras vidas a la deriva. Un cristal que se hace añicos a fuerza de insistir, de golpear. Los últimos compases de la música que un día comenzamos a soñar.
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nuestrodestinocomun · 10 months
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Palabras
Siempre tuvo todas las palabras en su mente, solo necesitaba dotarlas del orden adecuado y por fin podría otorgar a su vida un auténtico sentido y liberarse.
Según como disponía esas palabras en su cabeza se convertían en llaves que abrían cualquier puerta o bien en muros imposibles de escalar. Sabía que tenía un poder, una herramienta para ayudar a las personas o influir en ellas a través de su lenguaje, el problema era que aún no lo controlaba. Y lo peor de todo es, que la mayoría de las veces, producía un efecto contrario al que pretendía conseguir.
Le resultaba muy molesto la forma en la que el destino a veces se reía de el. Era algo desesperante, le irritaba, le sacaba de sus casillas. La gente no lo comprendía.
El proceso comenzaba al intentar visualizar las palabras en su mente formando un mensaje claro y nítido. Pero de repente, cuando eran liberadas al exterior, para su asombro, descubría que no era de ninguna manera lo que había imaginado decir. Como si de repente unas palabras pesaran más que otras, quedando rezagadas en su interior, desobedientes, siendo adelantadas por las más gráciles y temerarias, pero al mismo tiempo desafortunadas e hirientes por el erróneo y lamentable mensaje final que recibía su interlocutor.
Recordaba aquellos veranos en los que jugaba con sus hermanas por turnos a averiguar los mensajes que se gritaban debajo del agua en la piscina de la finca familiar. Por mucho que lo intentaba, por muy fuerte que gritara, o aguzara su oido, siempre se frustraba al intentar entender en vano los endemoniados acertijos a los que le sometían o al pretender transmitir un mensaje que nunca llegaba con claridad al receptor.
Llevado a un plano más ético, más trascendental, pensaba, no hay nada más peligroso que una palabra mal entendida, o mal transmitida. “¿Y si resultara que estamos siendo diariamente engañados por nuestras propias palabras y realmente no pronunciáramos aquellos mensajes que verdaderamente queremos transmitir?”. De esta manera cuando nuestros dirigentes políticos llevan a su pueblo a guerras innecesarias y cruentas realmente estarían pensando que no desean poner a sus ciudadanos en peligro, pero embaucados por estas mismas palabras, acaban profiriendo mensajes distintos y engañosos. Y una vez que las palabras han sido dichas, es imposible volver atrás.
Y eso le sucedía a Marty.
Empezó una noche de verano, en medio de  una situación desesperada, ideó el discurso perfecto para poder retener a su mujer, pero nada más lejos de la realidad. En su cabeza resonaba “quiero que te quedes, no te marches por favor” sin embargo las palabras que se abalanzaron pesadas como el acero contra el suelo fueron otras muy distintas. Volvió a pensar otra frase y produjo el mismo efecto, hasta que finalmente ella cansada de tanta retórica fraudulenta abandonó el domicilio familiar para no volver jamás.
Esa misma semana también le sucedió en la oficina, cuando se disponía a darle la razón a su jefa por enésima vez, para su sorpresa, las palabras que brotaron de su boca fueron bien distintas. Lo que le condujo a un despido fulminante. Igualmente experimentó casos similares con amigos y familiares.
En cada situación que se presentaba ante el, una verborrea descontrolada se apoderaba de su cuerpo conduciéndole a situaciones límite y momentos indeseables difíciles de soportar, diametralmente opuestos a los que había imaginado en su mente.
Qué decir de esas insustanciales conversaciones de ascensor. Las había estado evitando durante toda la semana. ¿En qué podrían haberse convertido bajo el influjo de esta maldición que lo poseía? No deseaba comprobarlo.
Llegó por tanto a la lógica conclusión que cualquiera habría deducido. A partir de ahora debería elegir cuidadosamente sus palabras, de manera que fueran aquellas  estrictamente contrarias a sus propios pensamientos, como método para arreglar sus problemas y hacer más felices a los que le rodeaban, aunque eso pudiera conducir a su propia infelicidad, probablemente, en la mayoría de los casos.
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nuestrodestinocomun · 10 months
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Centauros en la orilla
A Fermín le gustaba salir de excursión a una pequeña playa fluvial que estaba lo suficientemente cerca del pueblo para llegar en unas pocas horas y poder disfrutar así de un día de baño tranquilo y soleado.
Cuando el río no estaba demasiado crecido permitía pasar a la otra orilla por un minúsculo y resbaladizo camino de piedras que sobresalía del agua, y después, ayudándose de las raíces y las ramas de los árboles que crecían en la falda de la montaña se podía trepar hasta la cumbre y contemplar las increíbles vistas de la sierra que desde allí se divisaban.
Mientras permanecía tumbado bajo el sol, venían a su mente imágenes de la primera vez que visitó la playa y alcanzó la cima, hace muchos años atrás, durante una excursión que se planteó un domingo con el grupo de amigos del instituto. 
Esos mismos amigos con los que había compartido infinidad de momentos. La mañana en que pasaron por casa de Nones al enterarse que a su padre le habían diagnosticado cáncer, aquella tarde en la que Nano les había contado que su hermano pequeño era gay, y el miedo que sentía de que pudieran hacerle algo en el pueblo, cuando fueron a visitar a Gustavo después de la operación, o aquel otro día en que Antonio les citó para contarles que dejaba los estudios para hacerse camionero, “para ser su propio jefe”, les decía.
A éste último le gustaba remarcar que siempre eran los mismos amigos a los que el destino acababa reuniendo al final del camino, como si se tratara de algún tipo de sociedad clandestina de la que nadie más tenía conocimiento, la escisión secreta y revolucionaria de un grupo más numeroso.
Fermín recordaba emocionado aquella primera subida a la cumbre acompañado de los miembros de la secta. Las faldas de la colina a orillas del río eran de un verde tan perfecto, tan fragantes, empapadas por el agua de las lluvias caídas en los días anteriores. Durante la subida echaba la vista atrás para seguir los movimientos del resto del grupo intentando ascender por la colina, pero la mayoría resbalaba y volvían a caer al agua. Solamente los miembros de la hermandad conseguían avanzar con éxito.
Al llegar a la cumbre se sentaron en fila, unos junto al lado de los otros, como hermanos, con los pies colgando al borde del talud de la montaña, como una metáfora de los días que compartían.
Sentían la naturaleza que les rodeaba como un vasto y cálido abrazo que los reconfortaba. En silencio, con el atardecer al fondo, una belleza intangible y final, abrumados por el momento y por los sentimientos, escuchaban de fondo el familiar comentario de Antonio que siempre gustaba realizar en el clímax del momento. “Siempre somos los mismos”.
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nuestrodestinocomun · 10 months
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Las Páginas Pegadas
Ya no logras comprender nada de lo que ocurre en tu vida.
Sientes que hubieses perdido el hilo de la historia. Deambulas somnoliento y desorientado, a la deriva, entre páginas huecas de tu existencia que permanecen pegadas entre si, que debes separar con urgencia para recomponer las escenas extraviadas de tu día a día.
Intuyes que la realidad ya no es una única realidad, que para extraer el auténtico significado a cada instante debes profundizar drásticamente  sobre cada momento vivido y desenterrar su esencia.
Desconoces el motivo por el que suceden ciertas cosas y te sientes incapaz de explicar el motivo por el cual unos fenómenos dan lugar a otros que se revelan ante ti sin previo aviso para desestabilizar tu frágil y delicado equilibrio.
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nuestrodestinocomun · 10 months
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La Vida Continua (Anno Nuovo)
El viento fresco de la mañana me despeja la cara. Pienso en los días pasados, en los viajes a Suecia, en la alegría de la gente durante los festivales de verano, en lo que me trajo hasta aquí.
La mañana del primer día de año nuevo. Un año más. El contador a cero, con el cofre de las esperanzas a rebosar. Salgo a pasear, sin destino aparente, sabiendo que nadie espera al otro lado del paseo.
Durante el recorrido me cruzo con las mismas personas de todos los días. No ha habido cambio aparente en ellas. Lo que anoche eran promesas de año nuevo y buenas intenciones ha quedado como papel de regalo arrugado al pie del árbol de navidad.
Resulta ridículo mentirse por más tiempo, sin embargo todos nos seguimos engañando a lo largo de nuestra vida. Nadie sabe realmente lo que quiere, y si lo sabe, lo olvida mientras presta atención a cualquier otra cosa insustancial que se cruza en su camino.
Una enorme nostalgia me invade al recorrer las calles del barrio. Calles que anoche se vestían de luces y fiesta y que ahora son testigo de la resaca emocional y también de los deseos frustrados y los sueños olvidados.
Los arcaicos y deteriorados edificios de la avenida, derruidos por el tiempo y por el hombre, son impúdicamente sustituidos por nuevas viviendas envueltas en una densa bruma de melancolía y aflicción.
Me cruzo con parejas que pasean a sus mascotas y compruebo con tristeza como vuelcan su amor no correspondido sobre los pobres animales que nada comprenden, y que quedan a merced del cariño humano y sus complicadas problemáticas.
Al llegar al puerto me acerco a la barandilla para divisar una goleta que surca las aguas del Báltico, mientras un grupo de gaviotas se mecen suavemente sobre las olas. Una gaviota, luego dos, tres. La bella vista del horizonte se mezcla con una madeja de imágenes que vertiginosamente revolotean en mi mente. Aquella playa de agosto, descalzo, el agua alegre y atropellada mojaba mis pies. Y mientras el dibujo empapado de la arena se aleja de la orilla, me viene a la mente el recuerdo de una canción que comienzo a susurrar en voz baja, casi en silencio, para no estropear el momento.
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Viaje a Cádiz (2006)
Lorenzo vino a recogerme a la estación de autobuses y me llevó directamente a su casa. No recuerdo celebración o divertimento alguno que nos apartara de nuestra misión. Dormir una noche en Sevilla, tan solo el tiempo justo para tomar al día siguiente el primer autobús hacia Cádiz, y finalmente regresar a casa lo antes posible.
Había salido una convocatoria para cubrir una plaza en un colegio de la capital gaditana, y Lorenzo se había ofrecido a darme cobijo durante aquella noche previa a la entrevista.
Sandra, su mujer, y él, no habían conseguido tener aún descendencia, y el piso rezumaba aquel silencio tenso e incómodo que existe en los matrimonios sin hijos que en ocasiones abruma a los visitantes, por la profusión de atención que les dedican.
La mayoría de las habitaciones, todas ellas llenas de trastos y restos de anteriores mudanzas aún sin desempaquetar, daban al inmenso patio de un colegio cercano y tenían mucha luz, por lo que eran idóneas para poder ubicar los estudios de ambos dos, una vez que consiguieran instalarse definitivamente.
Parecían dos astronautas vagando por el espacio, esperando ansiosamente avistar la inminente llegada de su prole, desde los confines de la galaxia con la onda expansiva desatada de un enorme Big Ban, que daría lugar a la formación de su propia familia.
No recuerdo cenar nada, y aunque sin duda me ofrecieron tomar algo con ellos, posiblemente lo rechacé haciendo alusión a los nervios que acumulaba desde hace ya unos días, con motivo del viaje que debía realizar, deseando poder encerrarme con mis propios pensamientos en la habitación que me habían asignado.
La mañana siguiente amaneció fresca, el cielo estaba completamente nublado y se había levantado algo de niebla. El autobús enfilaba la autopista en dirección hacia la costa, flanqueado por enormes y frondosos árboles que se mecían con el viento a ambos lados de la carretera y que iban apareciendo, a media que avanzábamos, como fantasmas entre la bruma.
No encontramos ningún vehículo más en nuestro camino, ni en la trayectoria contraria. Nadie que pudiera ser testigo de mi fuga.
A medida que nos alejábamos más y más de Sevilla mis problemas iban quedando tan atrás que resultaba difícil recordarlos, al tiempo que eran sustituidos por otros nuevos de diferente tipo conforme nos aproximábamos al horizonte.
El autobús tomaba las curvas con precaución, describiendo un movimiento preciso y grácil, como si fuera el anuncio de un coche en la televisión. Un suave vaivén que me mecía y hacía que entrara en un profundo sueño en el que me transportaba a escenas de mi infancia cuando mi padre aún estaba aquí. En mi cabeza no resonaba ninguna música o mensaje, como en otras ocasiones. Imaginaba mi cuerpo flotando, fuera del autobús, junto a la ventanilla donde me encontraba sentado, observándome a mí mismo contemplando el paisaje durante el recorrido.
Al llegar a Cádiz vinieron a mi mente recuerdos de momentos compartidos con amigos en diferentes rincones de la ciudad. Instantes pasados de mi vida. Carnavales, veranos con Carlos y amigos, viajes familiares.
La luz grisácea del día y el motivo de mi visita durante la situación actual en la que me encontraba, no conseguían despejar las nubes que me acompañaban.
Bajé la avenida intentando localizar el colegio, pues no sabía exactamente donde se ubicaba. Unos minutos antes de la entrevista llegué al centro escolar, donde me encontré con los candidatos que esperaban fuera el edificio a que el conserje abriera las puertas del edificio.
Las campanas de una iglesia cercana anunciaban la hora en punto prevista y el sonido de los cerrojos y los goznes daban  paso a la apertura de la puerta. El conserje comenzó a llamar a los candidatos. Aguardé mi turno pacientemente hasta que pronunciaron mi nombre.
No tenía experiencia previa alguna, solo mis estudios y los cursos realizados y las recomendaciones de antiguos profesores que pertenecían al mismo centro, pero en otra provincia, y que habían accedido a redactarme una carta de recomendación.
La entrevista comenzó con las clásicas preguntas sobre datos personales, estudios, aficiones. En principio parecía que todo discurría sobre ruedas, ya que incluso cuando llegamos a la sección sobre experiencia laboral no pareció importarles mucho que no la tuviera, ya que necesitaban gente nueva que pudieran formar para dotar a la plantilla de más personal.
Cuando me preguntaron qué disponibilidad tenía para incorporarme al puesto me acordé de mis hermanas, de mi madre. Tan solo su imagen me hizo dar una respuesta que seguramente condicionó el proceso de selección. “Mi situación actual es complicada y necesitaría unos días para poder dejar todo preparado en casa”.
El silencio que acompañó a mis últimas palabras permaneció en el aire durante tanto tiempo que alguien atento a la conversación podría haberlas visto saliendo por la ventana del despacho hacia otras tierras lejanas, cruzando el océano.
Recogí de la mesa toda mi documentación y salí por la puerta agradeciéndoles el tiempo que me habían dedicado y sabiendo a ciencia cierta que no me llamarían.
Cuando algunos amigos de mis padres me preguntaron por la entrevista no llegaron a entender mi respuesta y les respondía justificándome diciendo que aún no estaba preparado para dejar mi casa, aún me necesitaban.
Y creo que no me equivoqué, los siguientes meses fueron difíciles, muy complicados. Sentía que necesitaba estar en casa junto a mi familia para ayudar en todo lo que hiciera falta.
No pasó mucho tiempo cuando recibí una nueva llamada para otra entrevista, que finalmente me conduciría a mi primer trabajo. Sabiendo y siendo consciente que ahora estaba preparado y que había dejado atrás cosas que antes me habrían resultado imposible afrontar.
Aún recuerdo los instantes después de la entrevista en Cádiz, de camino a la estación de autobuses, paseando por la playa, recordando a mi padre, imaginándomelo junto a mi, acompañándome ese día, dándome consejos y apoyándome.
Ya montado en el bus contemplaba los colores de la bahía que me transportaban a otros tiempos mejores y más alegres.
Durante unos breves segundos fui feliz.
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“Ser nadie más que tú mismo – en un mundo que se esfuerza día y noche en convertirte en alguien más – implica luchar la batalla más dura que alguien puede luchar, y nunca dejar de pelear”
Con estas vigorosas y valientes palabras el poeta vanguardista y escritor americano Edward Estlin Cummings (más conocido como E.E. Cummings) alienta en su texto “A Poet´s Advice to Students”, mediante consejos y experiencias, a los poetas y a todos aquellos que se encuentran inmersos en el a veces oscuro, pero vital y profundamente necesario camino de la creación artística, para arrojar luz y esperanza sobre el mismo, para trabajar duro y encontrarse a uno mismo.
Sirva esta introducción como anuncio de la nueva aventura musical de Michaelsberg, experiencia esta con la que ya se estrenara en 2021, en el álbum “Lost in the abysses of time” inspirado en la novela de Virginia Woolf “The Waves”, por motivo del 90 aniversario de su publicación. En este caso es un poema del citado escritor E.E. Cummings, titulado “This is the garden: colours come and go” el elegido para inspirar los nuevos temas de Michaelsberg en 2023.
El concepto del “jardín” es algo que aparece constantemente en la literatura de todos los tiempos, constituyendo una alegoría llena de simbolismos y metáforas relacionadas con la vida y la muerte, con la juventud, con nuestro paso por este mundo, y cómo las experiencias de nuestro día a día van dando lugar a lo que en el futuro serán nuestros recuerdos.
El jardín simboliza la belleza, la juventud. Con el paso del tiempo, en los seres humanos, la edad hace que la lozanía de los cuerpos, su belleza y elasticidad se desvanezcan, de igual manera, el color, el perfume y el olor o el brillo desaparecen de las flores y de las plantas, que se van marchitando poco a poco.
Asimismo el cambio de color de la naturaleza representa también que las cosas más valiosas de la vida son las mas difíciles de mantener.
Otros grandes artistas como E.E. Cummings han recurrido al símil del jardín para desarrollar sus más bellos e inspirados escritos y poemas.
La ya citada Viriginia Woolf en su relato “Kew Gardens” realiza también una narración en la que va intercalando las conversaciones de la gente que pasea por un jardín de Londres, con las descripciones de plantas e insectos, hasta tal punto que a veces todo acaba fundiéndose en un único ecosistema. “Las figuras de estos hombres y mujeres pasaban ante el arriate con un curioso movimiento irregular que recordaba al vuelo de las mariposas blancas y azules que zigzagueaban de un macizo al siguiente”
El poeta español Francisco Brines en su bello poema “Ante el jardín nublado” reflexiona de la siguiente manera sobre la vida: “Soy la mirada en el jardín nublado, del yerto mundo, de la cama difunta, que produce los sueños. ¿En dónde están, y a dónde va mi vida que ya no está?”.
La escritora y poetisa Emily Dickinson, que vivió la mayor parte de su vida en la casa familiar de Amherst (Hampshire, Masachusetts) pasaba horas contemplando desde la ventana de su habitación un pequeño jardín, así como los prados y bosques cercanos por los que solía salir a explorar y a recopilar flores que luego prensaba: “No quiero que lo sepan las laderas por las que tanto paseé, ni decirles a los amados bosques el día en que me iré”.
Incluso el gran poeta alemán Goethe era también un apasionado de la botánica que le llevó a escribir un tratado sobre las mismas en “La metamorfosis de las plantas” con una minuciosa capacidad de observación y su enorme sensibilidad poética.
Sin más dilación, les dejamos a continuación con el poema de E.E. Cummings acompañado de la música de Michaelsberg, inspirada en dicho texto.
"This is the garden:colours come and go, frail azures fluttering from night’s outer wing strong silent greens silently lingering, absolute lights like baths of golden snow. This is the garden:pursed lips do blow upon cool flutes within wide glooms,and sing (of harps celestial to the quivering string) invisible faces hauntingly and slow. This is the garden. Time shall surely reap and on Death’s blade lie many a flower curled, in other lands where other songs be sung; yet stand They here enraptured,as among the slow deep trees perpetual of sleep some silver-fingered fountain steals the world."
Bandcamp: This is the garden
Esperamos que lo disfruten.
Cuídense.
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La Casa en Ruinas
Mi casa es una ruina, precaria. Destrozada y maltratada por los visitantes, que durante años pasaron por sus estancias.
Con picos y martillos echaron abajo pared a pared todos los muros de cada una de las habitaciones, sin contemplación. Pinturas, dibujos y graffitis decoran los pocos tabiques que aún quedan en pie. Son marcas que los visitantes dejaron como testimonio de su paso, caricaturas que recapitulan los últimos años de mi vida, un sumario maldito.
En las esquinas de los aposentos, de fluidos y humores corporales impregnadas por los forasteros, crecen libremente plantas salvajes que amenazan con invadir todo el minúsculo espacio que aún resiste.
Los bellos colores del jardín, con sus flores, sus plantas y toda su magnífica  vegetación, se fueron desvaneciendo a lo largo del tiempo por falta de cuidados.
El techo de la vivienda, se derrumbó durante el invierno. Las primeras nieves acumuladas sobre el tejado hicieron que toda la estructura finalmente cediera.
Tenía por costumbre salir todos los días al exterior de la casa para adecentar y despejar el camino de acceso. Apartaba las ramas que caían en la entrada y limpiaba la suciedad, hasta que la puerta principal, que curiosamente era lo único que quedaba en pie, dejó de poder ser utilizada, al quedar bloqueada y no poder abrirla.
Como consecuencia de todos estos infortunios, y debido a que la parcela ya no era accesible, dejé de recibir invitados. Pero también por el mero hecho de que ya nadie precisaba visitarme para saber cómo me encontraba o a qué dedicaba mis días. Al poder verse el interior de la vivienda a través de los muros derruidos,  de las defensas quebradas, los vecinos perdieron el interés. Ya no había nada que husmear o territorio que conquistar. No había peligro que temer.
Sin embargo esa insistente y molesta afición del vecindario por controlar mis movimientos me condujo a la decisión de alejarme de todos, a esconderme definitivamente y para siempre, ocultándome entre los escombros y deshechos de la casa, de tal manera que aunque los curiosos se asomaran, no conseguirían ya dar nunca conmigo.
Intenté realizar alguna reparación, una mínima reforma para salir adelante, pero todo terminaba desmoronándose sin remedio alguno.
A pesar de su estado actual, continúo luchando por mantenerla en pie. Cada tarde, desde mi casa en ruinas, se pueden contemplar los más bellos atardeceres, brillante y refulgente augurio al que me aferro, como única esperanza y anhelo de tiempos mejores que consigo vislumbrar en el horizonte.
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ALAMEDA (2023)
PARTE I. EL AMBIGÚ.
Manuel esperaba sentado en las escaleras, bajo la vieja cancela de entrada al cine Alameda, lamentablemente cerrado desde hacía varios días. Sobre la verja, un cartel ya obsoleto, estropeado por las pintadas y desgastado por la luz del sol, indicaba que durante los fines de semana el acceso al centro comercial se realizaría por la calle Potro, situada en la paralela por detrás del edificio.
Frente a él se encontraba el conservatorio municipal. Un edificio del siglo pasado, descuidado y casi abandonado, con la mampostería de piedra al descubierto y óxido en las estructuras de metal que, recubiertas de herrumbre, concedían al edificio un aspecto aún más lamentable y deteriorado.
Contrastaba con la maraña de sonidos que se podía escuchar desde la calle,  producidos por los diferentes instrumentos musicales durante ensayos y lecciones, y las conversaciones de multitud de jóvenes que se agolpaban en el acceso al edificio, saludándose de forma escandalosa antes de entrar a clase.
Manuel no estaba especialmente interesado en la música, pero agradecía estar distraído con todas estas actividades que acontecían a cuenta del conservatorio, mientras esperaba a Esteban, que como siempre llegaba con retraso.
Había estado trabajando durante todo el año anterior en la taquilla del cine, pero la inevitable crisis producida por la pandemia, dejada al fin atrás, unido al crecimiento de las plataformas online de series y películas, y el mal estado de las salas y del recinto en general, había terminado con la ya de por sí malograda situación del negocio.
Se le haría extraño no volver a ver a Rosa, que trabajaba en el ambigú, o a Antonio, el guardia de seguridad. Aunque podría verlos fuera del trabajo, objetivamente pensaba que no era algo realista.
El año pasado ya experimentó esta misma melancólica extrañeza cuando salió ardiendo el ambigú. Durante unos días se estuvo especulando con un posible escenario en la que quizá el cine no sería capaz de seguir adelante. El olor a quemado que se extendió a las salas colindantes, el miedo de algunos clientes a que se volviera a repetir el mismo incidente con catastróficas consecuencias y el hecho en sí mismo de no disponer del servicio de ambigú durante un tiempo, tampoco ayudaban.
Hasta que un día el encargado del cine, Jacinto, cansado de la situación, consideró oportuno emplear uno de los locales del antiguo centro comercial para ubicar el nuevo ambigú. Realmente tendría un aspecto menos tradicional, pero estaría emplazado fuera del recinto del cine, sería más accesible y además permitiría que la gente de paso que atravesara el pasaje que conectaba las dos calles paralelas en las que el  cine estaba enmarcado, Jesús del Gran Poder y Calle Potro,  pudieran comprar si lo deseaban, palomitas, chucherías, chocolatinas o una botella de agua. Sería un quiosco más del barrio.
Estaba Manuel inmerso en sus pensamientos, cuando por fin apareció Esteban por la esquina de la calle Pescadores. Todavía tenía que buscar aparcamiento, le gritó a Manuel desde el coche, mientras bajaba la ventanilla e iniciaba el giro hacia Jesús del Gran Poder. Probaría en las calles por detrás de la Casa de las Sirenas, o a unas malas, lo dejaría en la Avenida de Torneo. No tardaría.
Manuel conoció a Esteban en el instituto, iban a la misma clase. Comenzaron por inercia sentándose uno junto al otro en el aula el primer día y, entablando conversación, poco a poco, encontraron que eran capaces de salir al paso de multitud de situaciones, aprendiendo uno del otro. Desde entonces se habían hecho inseparables, a pesar de no tener nada en común.
Pensaba que la suya era una de esas relaciones de amistad basadas en que cada uno suplía lo que al otro le faltaba.
Manuel era una persona tranquila, reflexiva, afable, aunque no excesivamente dado a efusividades, pero se podía contar con él en caso de emergencias o situaciones desesperadas. Se decantó finalmente por letras al finalizar el instituto y había comenzado Filología Inglesa, con la idea de hacer un master en escritura creativa,  un intercambio universitario en Polonia, o quizá especializarse en traductores e intérpretes. Aún no lo tenía claro, pero sabía que Esteban le ayudaría con su determinación a aclararse.
Esteban, la otra pieza del engranaje,  tenía una personalidad aventurera y extrovertida. Desde pequeño había soñado con ser Ingeniero de Caminos, como su abuelo, y poder viajar por el mundo supervisando enormes obras de ingeniería que desafiaran a  la naturaleza. Había comenzado Ingeniería Civil, para más adelante completar su formación con un grado superior que le permitiera especializarse en la profesión que había elegido prácticamente desde que había nacido. Era una persona resolutiva y decidida, pero a veces, esa precipitación en sus decisiones le hacía decir o hacer cosas sin pensar que tenían sus consecuencias.
Hace unos días Manuel había recibido una llamada de Jacinto comunicándole que la gerencia de la empresa que gestionaba el cine había decidido vender el edificio y los terrenos para construir un complejo hotelero. Todavía no tenía todos los detalles, pero conforme tuviera más noticias lo iría notificando a todo el personal. Al menos les pagarían los meses de julio y agosto, gracias a la indemnización recibida, a cambio de vaciar el edificio de aquellas cosas en las que estaba interesado en salvar del derribo. No tenía claro cuántas horas representaría las posibles jornadas de trabajo, ya que habría que revisar el almacén y la oficina, pero sin duda sería un trabajo tedioso y requeriría de la ayuda de varias personas, ya que el solo no podría llevarlo a cabo.
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Los Espectadores Ilusorios (2023)
Concentra tus pensamientos en una idea fija y cierra los ojos. Las imágenes que te vienen a la mente, escenas que nunca sucedieron y que imaginas, que en absoluto viviste, ni experimentaste.
Recortes mentales de otras vidas, de las que nunca fuiste protagonista, que jamás te pertenecieron, de otros tiempos que de ningún modo fueron los tuyos, destinos que no lograste alcanzar o personas que no llegaste a conocer.
Todas esa imágenes se funden en una sola, en una única representación circular que gira en torno a ti. Ruedas que giran sin descanso en un espacio interminable. Ruedas que giran en perfecta armonía, engarzadas unas en otras con grácil precisión, describiendo bellos y elegantes movimientos hipnóticos sin fin. Vigila sus giros con tus ojos, con tu cabeza, al final con todo tu cuerpo.
Sucumbe a un delirio en el que eres succionado por enormes torbellinos generados por esas mismas ruedas que día a día giran imperturbables e inevitables sin importarles si quiera tu destino.
Círculos concéntricos que te vigilan desde la profundidad de su cénit infinito, que se difuminan en oscuros ojos negrísimos que te observan al pasar, que te descubren que ya no eres quien creías ser, sino aquel que mira su vida pretérita en el abismo profundo y oscuro que te contempla cada día sin tregua. Aquel que se observa desde el otro lado del espejo como el espécimen descatalogado y extraño en que se ha convertido. Como aquel que otros conocieron hace tiempo, en otra ciudad, en otra vida, y del que mantienen un recuerdo vago y congelado tal y como era en aquél entonces, uno de esos objetos olvidados en el fondo de un cajón, que de repente un día recupera con dicha y estupor, para dar luego paso a la más absoluta indiferencia.
Sueña otras personas, otras calles, otras ciudades, otros países, imagina que le sucede a otras personas y no a ti, mientras las ruedas siguen girando y girando sin tregua ni descanso, ajenas a tu propio arbitrio, a tu ingenua voluntad.
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Mimi Parker (LOW)
Shining from the inside out
"Filling holes with tiny sounds. Shining from the inside out. Picture of you where it began. In metal."
Estas estrofas pertenecen a “In metal”, la canción que cierra brillantemente “Things We Lost in the Fire”, el séptimo álbum de la banda estadounidense Low. La extraordinaria y visceral oda que una madre, en este caso Mimi Parker, le dedica a su hija recién nacida, Hollis. El deseo de conservar ese sentimiento, un momento exacto de la vida, un recuerdo, de la forma mas bizarra, fiel y perdurable.  En metal. Para que no se pierda nunca, para regresar a ese instante una y otra vez, siempre que sea necesario, para rememorarlo eternamente.
La historia de amor entre Mimi y Alan, la historia de Low, empieza como toda las grandes historias, a edades muy tempranas, desde la infancia. Ambos, con un bagaje musical en la familia. Alan lo comenta en ocasiones durante las entrevistas, con quién mejor que con Mimi podría haber formado una banda. Como muchas parejas, se complementan el uno con el otro. Si Alan es la tempestad,  el nervio, el acelerador, el caos en ocasiones, Mimi es la sabiduría, la calma, la templanza, a veces el freno necesario.
Al principio, durante los conciertos, cuentan que jugaban a probar la paciencia del público que les escuchaba, con esas cadencias minimalistas, en la línea de otros grupos slowcore como Codeine, Bedhead o Galaxie 500, ralentizadas, como suspendidas en el tiempo, durante la época de su primer disco “I Could Live In Hope”, en el cual los cambios de acordes y los ritmos se sucedían de forma pausada, apenas imperceptibles, con largos desarrollos instrumentales, invocando en la audiencia una respuesta, una reacción, bien de relajación, de calma, o bien de desesperación, de rabia desatada, casi violenta, ante los compases prácticamente congelados de sus canciones. Temas como “Lullaby” de este su primer disco, ya comandados por la prodigiosa voz de Mimi, adelantaban lo que estaba por venir.
Quizá precisamente por ese motivo, por resultar especiales y únicos, consiguieron la atención necesaria para seguir grabando, y llegaron a ser una banda interesante y atractiva, con algo nuevo que ofrecer.
Seguirían experimentando su particular sonido en los siguientes discos. “Long Division” donde la voz de Mimi sonaba cristalina y angelical (quizá demasiado angelical, se quejaba ella a veces) sobre una etérea atmósfera de guitarras en la espectacular “Shame”, un clásico de la banda. O “The Curtain Hits the Cast”, con esos casi quince minutos del tema “Do You Know How To Waltz”, que podían cautivarte o exasperarte a partes iguales.
Tras varias publicaciones, como fueron el especial de navidad “Christmas”, que les reportó fama y popularidad con la increíble versión de “Little Drummer Boy” y el mini EP minimalista “Songs for a Dead Pilot”, llegó el siguiente álbum oficial, “Secret Name”, el primer álbum con el sello experimental Kranky, cuna de formidables grupos como Stars of the Lid, Labradford, Grouper, Tim Hecker, Lotus Plaza, Deerhunter, o Goodspeed You! Black Emperor. Un enorme salto cualitativo para la banda, que sin duda alguna influyó en la composición y la producción de las canciones, el primero con el productor musical Steve Albini (Big Black, Shellac) y que daría lugar a momentos tan inspirados como los de “Starfire”, “2-Step” o “Day of…”.
La colaboración con Albini dio sus frutos y repitieron la fórmula en el siguiente disco de la banda “Things We Lost in the Fire”, con brillantes canciones como “Sunflower” o "Dinosaur Act”, pero también con las cada vez más cósmicas y bellas aportaciones de Mimi, liderando canciones como “Laser Beam”, “Embrace” y el himno que ya es “In metal”. Auténticas obras maestras llenas de sensibilidad y emoción.
Antes de embarcarse en el siguiente disco se aliaron con la banda australiana Dirty Three para  grabar “In the Fishtank EP”, en el que las cadencias minimalistas de los australianos y los de Duluth encajaron a la perfección, dando lugar a momentos únicos e irrepetibles como la versión de “Down by the River” ralentizada para la ocasión y en la mágica voz de Mimi.
Tras esta colaboración llegaría “Trust”, la que sería la última referencia con el sello Kranky, grabado en un antigua iglesia católica que emplearían años más tarde también para la producción del álbum “C´mon”. El disco fue acogido con frialdad por la crítica, las canciones suenan algo contenidas, a pesar de la belleza de las melodías y la presencia cada vez más importante de Mimi en las canciones. Sería el final de una etapa, que se confirmaría años después, con su siguiente trabajo.
La industria musical seguía su expansión por aquellos años, debido al efecto de las redes sociales y así lo hizo también la popularidad de Low, aunque eso no tuvo efectos negativos sobre la calidad de su música, al contrario. Después de  “Trust”, cansados quizás de la consabida etiqueta de slowcore que se les había asignado desde el comienzo de su carrera, iniciaron una nueva etapa caracterizada por una evolución imparable.
Para el siguiente disco “The Great Destroyer” recurren al también mítico productor Dave Fridmann, responsable del sonido de grupos como Mogwai, Mercury Rev o The Flaming Lips, por citar algunos. Fichan por el sello Sub Pop (Nirvana, Soundgarden). Dirigen sus pasos hacia un sonido más pesado y distorsionado, más revolucionado, ya sea por el cambio de sello, debido a las indicaciones del propio productor, o bien como reflejo de las turbulencias internas por las que atravesaba la banda, como consecuencia de los problemas de salud de Alan.  En cualquier caso, temas con “Monkey”, “California”, “Silver Raider” o “Walk into the Sea” se hacen un hueco por derecho propio en el firmamento de canciones de Low.
Para su siguiente trabajo, “Drums and Guns” vuelven a repetir con Dave Fridmann, en el que sería uno de sus primeros discos más arriesgados, con sonidos más allá de la convencional guitarra eléctrica que han venido utilizando hasta ahora, adentrándose en la utilización de loops. Un disco, por primera vez, incluso de carácter político, gestado en el ambiente de malestar por la guerra de Irak durante la época Bush. “Breaker”, “Hatchet”, “In Silence” o “Murderer” son algunos de los grandes momentos del disco. Una banda sonora marcial que avanza firme hacia el futuro de la banda.
En “C´mon”, la siguiente referencia de la banda cuatro años después, vuelven con un sonido más clásico y preciosista. Producido por la propia banda y el productor Matt Beckely, regresan al lugar donde registraron “Trust”, como queriendo resarcirse de esa grabación. “C´mon” es el reverso positivo de aquel disco, quizá demasiado oscuro y sombrío, que la crítica no llegó a entender del todo en su momento. El disco es prácticamente un trabajo de singles. “Try to Sleep”, “Witches”, “$20”, “Something´s Turning Over” o “Nightingale” son espléndidas gemas pop talladas de forma minuciosa por estos orfebres musicales. Mimi deslumbra en “You See Everything” así como en la bella y cautivadora “Especially me”. “Nothing But Heart” pone el broche a la parte final al disco, con las distorsionadas guitarras de Alan, los geniales arreglos vocales de Mimi, los increíbles punteos de Nels Cline a la guitarra, y la voz de sus hijos hacia el final de la canción. Low han vuelto. ¡Vamos!
Quizá la colaboración del guitarrista Nels Cline en su anterior disco, es la pista que les conduce a trabajar en su próxima referencia titulada “The Invisible Way” con Jeff  Tweedy, cantante, miembro fundador de Wilco, así como productor musical, gracias al cual consiguen un disco con un sonido impecable, nítido, a la manera de las grabaciones tradicionales, muy acústico, enfatizando los instrumentos individuales en cada canción. Una nueva vuelta de tuerca al repertorio de la banda y a su sonido, que les vale buenas criticas con grandes temas como “Plastic Cup” o “Waiting” y en donde además Mimi se muestra mucho más protagonista que en el resto de discos hasta la fecha, cantando hasta en cinco temas. La escuchamos acompañada de un piano en “So Blue”, en la espiritual “Holy Ghost”, en la bella “Four Score”, su voz también suena junto al ritmo imparable del single “Just Make It Stop”, y en la canción que cierra el disco, “To Our Knees”.
Su siguiente trabajo, el número once,  “Ones and Sixes” abre la puerta a trabajar con el productor musical BJ Burton (Bon Iver, Taylor Swift, Miley Cyrus) que influye radicalmente en el sonido de la banda, llevando la música de los de Duluth a nuevos territorios, logrando un milagroso equilibrio entra la fragilidad y melancolía de las melodías que los caracterizan y las atmósferas experimentales y distorsionadas que rodean a las nuevas composiciones. En el álbum encontramos también contribuciones de Glenn Kotche, batería de Wilco. La portada del disco fue obra del artista contemporáneo inglés Peter Liversidge. Resulta increíble que tras 20 años de carrera una banda siga reinventándose día a día de esta manera, con temas como “Congregation” o “Into you”, o los compases finales de “Landslide” en donde encontramos unos coros de Mimi en un registro prácticamente desconocido hasta la fecha, o el tema “DJ” que cierra magistralmente el disco. “ One and Sixes” es un disco extraño y gélido, pero al mismo tiempo cercano y cálido, que cobra sentido a medida que la banda avanza por estos nuevos territorios.
En “Double Negative” continúan caminando la senda de experimentación que ya habían iniciado con BJ Burton en el disco anterior, y comiezan a vislumbrarse los trazos del sonido que posteriormente consolidarían junto a él en “Hey What”. Empiezan a encajar todas las piezas de la maquinaria conformada por Sparhawk, Parker y Burton. Seguramente su disco más oscuro, pesimista, industrial y distorsionado hasta la fecha, conceptual, con un mensaje político de protesta, en contra de la administración de Trump. El más alejado del sonido tradicional de Low, quizá el más admirado por crítica y público y también el más audaz. Recuerdan en ocasiones a los ejercicios que en su día realizaron otros artistas como Radiohead en “Kid A”, My Bloody Valentine, William Basinski, o incluso Björk en “Homogenic”. Nos rendimos a los pies de Mimi en “Fly”, o ante momentos únicos del disco como “Tempest”, “Always Trying to Work it Out” o “Dancing and Fire” donde Alan canta “It´s not the end, it´s just the end of hope”, en aparente alusión también a su primer álbum, “I Could Live in Hope”.
Este verano pasado, cuando ya había saltado la noticia de la enfermedad de Mimi, Primavera Sound Barcelona publicaba en sus redes el vídeo íntegro del concierto de Low durante el festival. Mimi aparece como siempre estoica, con la entereza que siempre la ha caracterizado, tras su batería, con pelo corto, más delgada y con un color de tez preocupantemente blanca. Contrastaba con la agitación eléctrica y compulsiva de Alan entregado a su guitarra eléctrica.
“Hey What”, la última referencia de Low, publicado en 2021, tiene por tanto un significado aún más especial si cabe. Por el momento en que fue grabado y publicado, por la vuelta de tuerca al sonido del mismo, que ya habían iniciado en “Double Negative” y por tratarse posiblemente del último disco de la banda. Por la enorme repercusión y la buena acogida que tuvo el disco en el momento de su publicación. Aprendido y dominado el nuevo lenguaje que habían diseñado y creado junto a BJ Burton en el disco anterior lo expanden y lo doblegan a su antojo, hasta alcanzar nuevas cotas, siguen ofreciendo a los oyentes tensión sin liberación, como originalmente hacían, pero con nuevas armas. El disco comienza solemne con la poderosa apertura que es “White Horses” que conecta con “I Can Wait” donde declaran que no pueden esperar por todo, “I can wait, but I can’t wait for it all, and I can’t wait too long”. En “All Night” afirman haber luchado contra  el adversario en una lucha sin cuartel. En la increíble y galáctica “More” Mimi grita pidiendo “I want all of what I didn’t have”. Todo es nuevo, todo es distinto, pero al mismo tiempo, nada ha cambiado. Un disco igualmente conceptual, lleno de matices y de atmósferas, como el predecesor, pero este con vocación de ganador, de superviviente, emergiendo desde la oscuridad hacia un cielo alto, brillante y refulgente. Imparables. En pie de guerra.
“Lo más cerca que he estado nunca del sonido que siento en mi cabeza ha sido durante algunos fragmentos concretos de Blonde on Blonde. Un sonido fino, de mercurio”, - decía Bob Dylan, procedente también de Duluth, sobre trasladar la música que escuchaba dentro de su cabeza, las melodías exactas de su mente a las grabaciones. Sin duda Low lo habían conseguido con estos dos últimos discos.
Low es Mimi y Alan, Alan y Mimi, nunca habría sido posible sin ninguno de los dos. Cuando empezaba a sonar la voz de Alan en alguna canción, esperabas con la respiración contenida escuchar la voz de Mimi, con su especial timbre, a punto de quebrarse en un principio, ganando fuerza y protagonismo hasta que lo llenaba todo con su color y sus increíbles matices, únicos e inconfundibles.
Es imposible no emocionarse cuando vienen a la memoria algunos preciosos e inolvidables momentos de la banda, como la conmovedora versión de Bee Gees que Mimi y Alan interpretan en directo desde el salón de su casa, apenas susurrándola,  en el documental “You may need a murderer”.
Pocas grupos pueden presumir de esta forma de entender la música, de esta actitud que siempre los ha caracterizado, de tener los pies en la tierra y mantenerse firmes a sus propias convicciones musicales y religiosas, a pesar de todos los contratiempos y vicisitudes de la vida.
Los últimos y emocionantes compases de “The price you pay (It must be wearing off)”, la canción con la que se cierra “Hey What”, resuenan en mi cabeza en estos últimos meses. Son testigos fieles, dignos, orgullosos y eternos de Mimi Parker. Tambores que retumban, rabiosos y acelerados, hacia el final, los tambores de Mimi, que suenan como poderosos latidos de un corazón que ha vivido al máximo hasta los últimos momentos de su vida, que quería más,  y que ha dejado un hueco imposible de llenar, únicamente con aquellos pequeños sonidos que brillan en nuestro interior, de dentro a fuera, con las imágenes de un comienzo, todo ello grabado en metal, para no olvidar jamás.
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nuestrodestinocomun · 2 years
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Las Acequias
El alegre y caudaloso torrente de agua descendiendo salvaje por las acequias de la huerta. Una noche cualquiera de la infancia, durante unas vacaciones de verano en agosto. Mi mirada asombrada e inquieta, la de un niño, en plena noche de luna llena.
El sonido de las acequias me saca de la cama y me impulsa hacia la ventana, justo al tiempo que la señal acordada llega a mis oídos, desde el otro lado de la huerta. La señal acordada. El chiflido del labriego, lanzado al aire como una plegaria dirigida a los dioses.
No se hace esperar. El maestro del agua, el guardián de la compuerta, procede a liberar a la ninfa rompiendo el cristalino silencio de la noche. La calma que precede al huracán, que se desata con el enfurecido y bravo discurrir del agua por la acequia, caballos desbocados atraviesan el canal. Llevan tiempo encerrados y nada les gusta más que mostrar su poder.
Me despierto, aunque ya esté levantado y asomado a la ventana con los ojos abiertos, ahora sí, me despierto. Me embriaga el júbilo del agua avanzando impetuosa por las acequias. Liberada de su prisión. Miro a mis hermanas dormir, no se si despertarlas para que puedan ser testigos y contemplar este milagroso suceso.
No puedo calibrar la importancia y el significado del suceso. Nervioso me digo a mí mismo que un día merecerá la pena recordar este episodio único de nuestras vidas, asistir a este ceremonial, a esta liturgia que se realiza cada cierto tiempo, y que suele coincidir con la luna llena para que el labriego disponga del máximo de luz.
Su experiencia y el vínculo con la tierra es tal, que sabe hacia donde debe dirigir su vara para distribuir el sagrado líquido elemento entre las parcelas y los terruños de arena reseca. Pero no quiere errar el tiro, y como virtuoso y hábil artesano, prefiere disponer de la mayor iluminación posible sobre su obra.
Durante toda la noche trabaja a conciencia, conduciendo el agua desde la acequia hasta la tierra. La espera ansiosamente a la salida del canal. Después abre y cierra compuertas. Una vez que el río de vida alcanza la tierra se afana en crear murallas y defensas naturales para conducir el agua hacia donde quiere. Es su poder. Y desea que llegue a tantos sitios, pero el agua es poca y necesaria en más lugares, la extensión de terreno inmensa, mucho más grande que sus deseos, y el calor del verano juega en su contra.
Por eso aprovecha el frescor de la noche para poder trabajar ligero, sin prisas. Es un maestro arquitecto trazando carreteras, surcos y puentes. Perfila el talud de las barreras, desviando el agua de balsas ya anegadas hacia otras zonas que también lo requieran.
La azada del labriego resplandece a la luz de la luna. El azul y metálico artilugio que empuña brilla en la oscuridad. Todo en él resplandece, como un ser mitológico que sale de las cavernas cada cierto tiempo para obrar el milagro del regadío. Es un príncipe, un selvático monarca de manto plateado y magnético, que agita a sus pies.
El estruendo, que en un primer momento desencadena la tormenta de agua, da paso a un murmullo suave y delicado, a medida que el labriego va excavando en la tierra surcos cada vez más finos para desviar límpidos hilos de agua a las zonas más necesitadas. Desde mi atalaya escucho el susurro de su oración, el ruido del metal chocando contra las piedras. Mis pulmones se colman en cada inspiración con el sagrado olor del agua mezclada con la tierra.
Me separo un instante de la reja de la ventana para dirigir la vista hacia mis hermanas. Siguen durmiendo, apenas se han movido levemente en sus camas, tan solo para cambiar de postura, ajenas al magnífico espectáculo que acontece fuera.
Antes de regresar a la cama contemplo un rato más al labriego trabajando a lo lejos, en mitad del campo de la huerta, una noche de verano. Desaparecerá con los primeros rayos de la luz del sol, dejando los campos ahítos de agua y colmando mi alma de recuerdos y emociones que atesoraré, hasta la próxima noche de luna llena.
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