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Final de las vacaciones y una reflexión poética para no abismarme en ansiedades ni preocupaciones o enojos con respecto a algunas cuestiones laborales que no son las más felices y que vuelven a acecharme...
Tiempo sin límites
lleno de contemplación y redescubrimiento
mirar un arroyo una flor la trayectoria
del sol atardeciendo
eso único cierto y necesario
mundo sin paredes
sin estridencias
ni etiquetas
sostenido como un consuelo ante los ojos
adherido como un anzuelo en la boca del pez
ese mundo como una tarde
una placidez un candor
un borde de sueño
sonidos de agua entre las piedras
rayos del sol despatarrados
ese mundo transporta luz al mío
me apacigua
acompaña
hago las paces conmigo
decoro a gusto mi paraíso
me despejo en ese pedacito de momento
y aunque ya pasó
lo siento duradero
Texto e imagen de mi autoría.
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23 de abril Día del libro y del derecho de autor
Por la noches, por las mañanas, por las tardes, por las noches, en todo momento me sirvo libros. Por los trinos, por los tiempos, y contra los gastados trucos del poder de turno; contra la helada desazón que desayuno ciertos días oscuros… Por los grises y los colores cuando me abordan frenéticos; por los libros, por los tan bellos libros de papel que son inabarcables objetos de deseo y me hacen creer en felicidades certeras y posibles, por los libros que tengo y que me tienen y por los que figuran en la sedienta y apretada lista de deseos interminable -imagino: vivir en un mundo raro, nuevo, exquisito, en el que lo natural fuese gastar medio sueldo en libros cada mes pues de lo contrario moriríamos, eso, las lecturas como alimento primordial, sueño-.
Por la noche, por las mañanas, por las tardes, por las noches untarme lecturas detrás de los ojos, urdir estrategias para conquistar más libros, unir textos por temáticas y usar la realidad como telón… Masticar poesías, frases como fresas…
Por los libros de papel, por los que brillan en las pantallas, por los que se escriben en secreto en la cabeza, por los libros, en fin, flores de toda estación, viejas compañias…
Flor Zara
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Cuando las poesías se buscan y dialogan entre sí
Esta soy yo buscando algo como consuelo o refugio en la lectura y escritura: una breve poesía que escribí a partir de una sensación angustiante y de una foto de una tablet rota que tenía guardada y otra poesía que encontré mientras seguía mi búsqueda personal de amuletos literarios, de compañía silenciosa. 
Así como un dispositivo roto Nosotros Obsoletos como un manual de Windows 95 Así como una pantalla rota astillada podrida tirada rota Así
Flor Zara
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Y esta es la poesía que encontré después y que creo que bien puede dialogar con la mía (y qué lujo si lo hace!):
Comparaciones I
Como un jazmín liviano que cae sosteniéndose en el aire que cae cae cae. Y qué va a hacer.
II
Como un perro que aúlla interminable que aúlla inconsolable a la luna a la muerte a su tan breve vida. Como un perro.
III
Como el que desvelado a eso de las cuatro mira con ojos tristes a su amante que duerme descifrando la vieja eterna estafa.
IV
Como aquel que se saca los zapatos y suspira y se deja caer con ropa y todo y sin mirar sin ver fija en el techo anchos ojos vacíos.
V
Como un disco acabado que gira y gira y gira ya sin música empecinado y mudo y olvidado. Bueno así.
Idea Vilariño
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Veinte pecados de mediación lectora con algunos antídotos
1. Creer o pretender que el gusto propio sea universal. 2. Leer como un medio, un pasaje hacia otro estadio: leer es haber llegado. 3. Imponer y no ofrecer. 4. Obligar y no seducir. 5. Dormirse en los laureles de lo que resultó satisfactorio anteriormente y no innovar. 6. Intentar medir, analizar, sopesar la actividad lectora. 7. Olvidar que la escucha y la observación son instrumentos al alcance de la mano. 8. Inculcar ideología, interpretación personal, o valores morales: el mensaje de un texto es el que cada cual quiera encontrarle, para sí mismo. 9. No ir más allá de los propios hábitos lectores: hay que desacomodar estanterías, revolver, incursionar en nuevos géneros, autores, fuentes. 10. No crecer como lector autónomo: deberíamos nutrir la curiosidad, la imaginación y la exploración literaria, empezando por casa. 11. Hacer campaña a favor de la lectura siendo (o no, que es mucho peor) un gran lector uno mismo. La mejor campaña es convidar lecturas; por otro lado, es imposible contagiar varicela si no la tengo:  "No creo que nadie pueda enseñar a otra persona a leer literatura. Por el contrario, estoy convencida de que lo que una persona transmite a otra es la revelación de un secreto: el amor por la literatura. Es más un contagio que una enseñanza" (Ana María Machado,2003). 12. Recomendar un libro que no leí y no recomendar lo mejor que he leído. 13. Subestimar el potencial lector del auditorio. 14.  Elegir lecturas sin tiempo, a las apuradas. El proceso de selección del corpus a leer debe ser premeditado, consciente, producto de la reflexión. Por eso mismo es antitético de la prisa. 15. Darle en exceso o restarle importancia al factor tiempo: dejar que los encuentros fluyan, no limitar, tampoco alargar el momento sin necesidad; no se trata de horas cátedra. 16. No tener en cuenta el valor del silencio o de la conversación, como consecuencia del hecho de haber leído en voz alta para otros. Respetar el silencio, estimular la charla. 17. No conocer de antemano el libro o texto que se va a leer: evitar llegar a la lectura en voz alta sin la debida preparación del material. 18. Dar consignas, actividades, cuestionarios, etc. No se trata de un taller literario ni de una clase escolar. 19. Pretender hacer más atractiva la lectura con efectos especiales o agregados: nada más interesante que una buena historia. 20. Omitir el disfrute del encuentro: si no es ameno para uno y para el auditorio no deja huella, no siembra.
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Rescate de un texto mío a propósito del Día del libro
Este texto lo escribí hace un par de años para una actividad del Postítulo que estudiaba (aún debo la tesina!)...
Pero me parece oportuno traerlo a la vida nuevamente, en esta fecha -y resucitar esta página, de paso!-.
Recuerdo cierta tarde en la biblioteca de una universidad reconocida en la que trabajaba haber tenido noción no sólo de la compañía, el calor y la proximidad de los libros que me rodeaban sino también -y gracias al comentario de una empleada de otro sector- de su peso, de su corporeidad. Ella se paró frente al mostrador de Circulación y Préstamos en el que atendía yo y me contó, entre otras cosas que: “amo los libros, incluso la posibilidad de que se me caigan en la cabeza (de arriba del estante)”, y hacía la mímica del libro cayendo sobre ella, con sus tapas-alas desplegadas. Por caso, a mí no se me cayó alguno encima pero sí ocurrió sobre mi computadora portátil cuando revisaba entre varios ejemplares de los estantes más altos de mi biblioteca personal. Las teclas shift y control quedaron así un tanto aplastadas…
Y que los libros muerden, muerden, y es una herida deliciosa. Y que los libros son para devorar también es otra verdad irrebatible y sino vean la historia del niño comelibros de Oliver Jeffers o las ratas de la novela de Verónica Sukaczer, Nueve ratas en busca de un cuento, aunque en estos ejemplos la expresión “devorar” es tomada demasiado literalmente. Como expresa Cristián Ferrer, citado por Sandra Comino, (...) “los libros, además 'de morder', también suelen ser mordidos por los lectores” y es que un libro que no es “probado” por un lector, que no es saboreado, hojeado, manoseado, aunque luego la lectura se interrumpa o se abandone, no es un libro, sino tan sólo un objeto sin uso, como dice Graciela Bialet refiriéndose a sus hábitos de lectura, en una de las clases del Postítulo: “un libro, en el formato que tenga, no dejará nunca de ser un objeto, si no encuentra a su lector”. 
Entonces, estamos hablando de la materialidad del libro  y de su reino de posibilidades, del poder de la palabra, sus sugerencias, resonancias, imbricados en la trama de la conquista del lector y de su emancipación intelectual. Y es que para saber hay que leer, leer de todo, palabras, signos, conductas, tendencias, leerse a uno mismo a los ojos. Leer e interpretar, leer y devorar, leer y acontecer. Ante esta verdad universal hay quienes se repliegan y atentan contra la libertad del pensamiento, hay quienes han avizorado la amenaza no solamente en Marx, sino, y sobre todo, en Bornemann, Devetach, y en obras como El Principito. Lo que me recuerda a aquella novela monumental de Ray Bradbury, alegoría de la trascendencia de la mordedura de los libros: “Un libro, en manos de un vecino, es un arma cargada. Quémalo. Saca la bala del arma. Abre la mente del hombre. ¿Se sabe acaso quién puede ser el blanco de un hombre leído?”
El blanco de un hombre leído es superar/derrotar/debilitar todo lo que afecte al derecho a elegir, a la represión y el hambre de ideas y de alimentos, el hambre de acciones, el sometimiento, la miseria mental, los prejuicios...Por eso la literatura ha sido considerada desde hace añares un arma peligrosa. Por su “ilimitada fantasía”, su capacidad de simbolizar y denunciar: dar testimonio y al mismo tiempo envolver en metáforas realidades adversas, decir sin nombrar. Por la sensibilización que el acto de leer con frecuencia nos va labrando, el juicio crítico que se va desplegando cual acordeón y nos libera de los discursos hegemónicos. Por la carga de ideas -una escritora cuyo nombre no recuerdo decía algo así como “sólo pienso, si pienso alguna vez, con una pluma en la mano”-, hechos narrados, soñados, apuntados para no ser olvidados, el trazo de las letras de miles y miles de hombres y mujeres que intentaron resguardar las voces de su tiempo, la lectura ha sido considerada un instrumento afilado, amenazador. Bienvenida siempre sea la literatura -de ficción o no ficción- que resiste y perdura más allá de las crisis y las modas. Para cerrar me permito citar un breve poema de Javier Piccolo que resume el resquemor que ciertos sectores de la sociedad tienen por la cultura: 
la pablito gonzález
en los cantris
 están extremando medidas de seguridad
 se levantan muros
cada vez más altos
 se ponen guardias 
 cada vez más violentos
se compran armas 
 cada vez más grandes
están muertos de miedo
 es lógico
en el barrio
 han puesto una biblioteca
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Recreo
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En el recreo, la biblioteca
es una plaza,
es un tiempo para armar
como los bloques.
El pizarrón contiene 
criaturas de tizas de colores,
juegos de ahorcado
y nombres,
las mesas están llenas de chicos
jugando al ajedrez
mientras otros leen
a la sombra 
de los estantes.
En el recreo, la biblioteca
es una plaza interna;
afuera llueve,
adentro juegan, escriben, 
leen, dibujan, los chicos de la escuela.
Los cables del aparato escolar
se despeinan por un rato...
Afuera llueve,
adentro 
el tiempo
es un avioncito de papel...
Flor Zara
La imagen es de Aaron Becker.
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Sin batería, o de cómo unas vacaciones indeseables pueden volverse más atrapantes que una serie de zombis y vampiros
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Título: Sin batería
Autor: Franco Vaccarini
Editorial: Norma
La trama es simple: Nacho se va de vacaciones con su papá a un lugar que este último eligió: una casa en la isla, en un río perdido en el Delta del Tigre. Nacho, que acaba de terminar la primaria, asiste con aburrimiento, en un principio, a este nuevo escenario, para enseguida pasar a la frustración y la rabia: la tormenta que los recibe en la isla les tiene preparada una sorpresa: el corte de luz. Corte que durará un par de días. La notebook y el celular sin batería. La comprobación de que se puede seguir viviendo sin luz: “Me di cuenta de que los seres humanos estamos hechos de carne, hueso y electricidad. Digo, la electricidad es lo que da vida al conjunto. Yo tengo un espíritu eléctrico, como el motor de la heladera. Empecé a sorprenderme de poder seguir pensando, hablando moviéndome.”
La frustración y resignación de Nacho a pasar esas indeseables vacaciones, sin luz, sin wifi, en contraste con la alegría casi pueril de su padre, cuyo mensaje exclusivo es “disfrutá de la naturaleza”, y “el Tigre es así”, cuando su hijo lo increpa acerca de los constantes cortes de luz. Poco a poco, el protagonista va incursionando en esa vida al natural, gracias a la compañía de dos vecinos de su edad: Nazareno y Luna. Así, aprende a remar, a observar la naturaleza y explorar la isla que inclusive tiene su propia “casa embrujada”. Entremedio de estas aventuras, por supuesto, vuelve la luz pero no es tan simple regresar al confort tecnológico: el imperativo del padre “disfrutá de la naturaleza, no vas a estar encerrado mientras estamos en el paraíso”, la preocupación -a la distancia- de la madre, para prohibir que Nacho vea su serie favorita por considerarla violenta para su edad, lo expulsan de su propio paraíso hecho de pantallas y electricidad. En paralelo a las vivencias de Nacho en la isla,  su interés por Luna va creciendo con el correr de los días. El descubrimiento de sensaciones nuevas finalmente lo lleva a dejar de depender de sus dispositivos electrónicos: “Luna ató la soga, bien corta, a uno de los palos del muelle, para retener el bote. La agarré de la mano para ayudarla a salir sin que se mojara los pies y tropezó y se me vino encima con el envión. Nos caímos. Su cuerpo quedó encima del mío. Sentí que la vida era lo más lindo que me había pasado. Todo tuvo sentido, todo había valido la pena gracias a esos segundos en los que sentí el olor de Luna, que era como un alien hecho de chocolate y frambuesa, como una casita mágica donde uno puede hospedarse, como un sueño de felicidad. Le iba a decir algo lindo, pero antes de hablar ya estábamos los dos de pie, acomodándonos la ropa. Fue como estar desnudos pero con ropa; que, lo supe ese día, era una forma terrible de desnudarse.” Y no comento más, porque mejor que leer mis impresiones sobre este libro es leer el libro en sí, zambullirse en ese río…
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Niño lector
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Recibes un libro de la biblioteca del colegio. Suelen repartirlos en los primeros cursos. Rara vez se atreve alguien a manifestar un deseo. A menudo contemplas con envidia cómo el libro que deseas llega a manos de otro. Recibes por fin el tuyo. Durante una semana has estado a merced del texto, que te envolvía espesa y suavemente, sigiloso y constante, tal como van cayendo los copos de nieve. La confianza con que entrabas no tenía límites. El silencio del libro, te iba seduciendo por entero. Su contenido no era lo importante, pues su lectura tenía lugar en una época en la que todavía te inventabas historias en la cama. El niño sigue sus huellas, que aparecen ya medio borradas. Y, al leer, se tapa los oídos; su libro está puesto en una mesa demasiado alta; sobre la página siempre hay una mano. El niño lee las aventuras de su héroe en el torbellino de las letras como una figura y un mensaje en el movimiento de los copos. Respira el mismo aire que los acontecimientos, y percibe el aliento de todos los distintos personajes. Se encuentra más mezclado con los personajes que el adulto. Le afectan mucho los acontecimientos y el intercambio de palabras; y finalmente, cuando se levanta, está todo cubierto por la nieve de lo que ahí ha ido leyendo. 
Walter Benjamin, de “Calle de dirección única”.
La imagen es de Rebecca Dautremer. 
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Otra minipoesía
Cuando tarde en la noche nos vamos sumergiendo
lentamente en los vapores del sueño
nuestros dedos se desposan
nuestras manos enredadas como ramos de hilo
o cables o caminos incrustados en una sola huella
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como si atravesáramos así juntos
el pesado portón de la vigilia
hacia
el otro lado
el otro prado
Flor Zara
Fotografía de Vivian Maier.
La imagen es de Dante Gabriel Rosetti.
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Minipoesía
Solo soy buena en dos o tres cosas,
para la practicidad de la vida soy bastante mala
-como si tuviera dos o tres vidas extra para serlo-.
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Imagen de Elena Vizerskaya
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Tiempo, poesía y otros fantasmas I (recopilación de fragmentos de entrevistas)
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“La poesía es un uso del tiempo que contradice las virtudes productivas que adora el capital.”
“Lo primero que puedo decirte es que los poemas, muchas veces,  se escriben en la memoria antes que en el papel o que en la pantalla de la computadora. Respecto de tu pregunta en relación a la memoria y el tiempo, vivo las cosas, a menudo, como si siguieran sucediendo, por más que hayan pasado. No es nostalgia por un supuesto pasado dorado, que casi nunca es. Es otra cosa. Como si una frase, un hecho tuviera un margen que se prolongara en el tiempo en forma de memoria psíquica y hasta corporal. El tiempo, la sucesión, las pequeñas horas son elementos que aparecen en lo que escribo. Y el instante como un lugar de incandescencia. Eso es evidente ya desde los títulos de los libros. Pensar u obsesionarse con la memoria en términos de algo definitivo y fijo es absurdo e inútil.  En todo caso, la memoria precaria, siempre frágil e inestable, si tiene forma de amor o de ternura, es una experiencia posible que  otorga la poesía.” (..)
Carlos  Battilana, en entrevista http://revistacolofon.com.ar/carlos-battilana-la-poesia-es-la-matriz-de-escritura/
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“El fantasma es el pasado que sigue sucediendo.” 
Mariana Enríquez en http://www.elcultural.com/noticias/letras/Mariana-Enriquez-En-Argentina-un-relato-de-terror-no-es-solo-un-relato-de-genero/10382
“Escribir como una forma de meditar, de acceder a un espacio en el que imaginamos no solo lo que es ser otra persona, sino también lo que puede ser un animal, o un meteorito, o el tiempo. Escribir para encontrar el instante de peligro en el que la voz del yo se calla y la antena empieza a sintonizar música marciana.”  
Liliana Colanzi en http://www.indiehoy.com/libros/mundo-muerto-liliana-colanzi/
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Novela distópica para toda edad, (aunque esté catalogada como “literatura juvenil”), bien desarrollada la trama, la psicología de los personajes; la escritura de Valentino -sobre todo en los pasajes, como los de las fotos arriba compartidas, en los que habla en la voz de dos de los protagonistas- tiene un encanto poético, íntimo, que nos sumerge en la historia. 
Un mundo en el que el sol se va extinguiendo día a día, con las consecuencias desastrosas que acarrea. Un mundo en el que las ratas son los únicos seres vivos que gozan de total buena salud. Un grupo de amigos adolescentes que descubren un modo posible de sobrevivir a la devastación. Y en el medio, sus sueños, sus sentimientos, sus cavilaciones. 
Con una trama similar a la de “El secreto de la cúpula”, la novela de Margarita Maine, también catalogada como juvenil, también de ciencia ficción, pero mucho más trabajada en cuanto a climas y personajes. 
“Muchas veces se había despertado con la sensación de ser una pura idea. Algo así como un mal sueño del que tarde o temprano debería despertar. Pero ahora, hacía rato que había descubierto que la realidad existía, que ella misma existía y que su pesadilla privada podía tener algunos rincones de colores.”
¿Quién no sintió algo parecido? 
La recomiendo.
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El sentido de las letras, el deleite
Hace aproximadamente dos años Magui hacía firuletes enredados en los renglones de las hojas y decía: “yo no sabo escribir, yo hago esto”, y ese era su lenguaje cifrado, personal.  Ahora, a los cinco, reconoce muchas de las letras y las hace de memoria o las copia. Ayer hizo tarjetitas con forma de corazón para sus amigos del jardín y quería escribir sus nombres en cada corazón de cartulina.
-Mamá, ¿cómo se escribe Benjamín?
-Primero la B larga, la que tiene dos pancitas…
Garabatea en una hoja borrador:-¿es ésta?
Y así hizo todas sus tarjetitas. Tiene tantas ganas de aprender a escribir que yo debería empezar a enseñarle a leer por sílabas, como me recomendó una maestra orientadora de la escuela en que trabajo.
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 El descubrimiento y asimilación del abecedario, la conquista del lenguaje escrito, menuda hazaña si lo pensamos bien. Tengo un leve recuerdo de mi etapa previa a la escritura, dibujando letras que creía provenían de mi imaginación, combinándolas con dibujos, bajo el libre albedrío de la creatividad sin riendas.  Y, más tarde, cuando comprobaba que eran muy similares a las letras que veía en los libros, en los diarios, en los carteles de la calle y de las etiquetas en los productos del supermercado. Tengo, además, otro recuerdo más reciente que fue la -para mí- tortuosa obligación de aprender griego en el profesorado, memorizando la forma de las letras y su sonido, sus nombres...Artículos que sonaban algo así como “jo, je, to, to, ten, tó” practicando a viva voz en el colectivo con mis compañeros. Pero nunca terminé de descifrar el griego ni mucho menos asimilarlo, únicamente símbolos raros y vagos en los cuadernos oficio de clase.
 Y aquí vuelvo a mi deletreo de los nombres de compañeros de Magui del jardín:
-La O el redondel.
-La M de Magalí.
-La I palito con puntito.
-La J palito con curvita, etc.
Justamente, una promotora de una editorial, en la Feria de editoriales que se realizó en febrero pasado en la escuela, me regaló un libro para mi hija, que es una compilación de cuentos de diversos autores acerca de las letras, por medio de sus aventuras desfilan algunas reglas ortográficas: está por ejemplo el cuento sobre la V que se enamora de la N y la presenta a su anterior rival, la B, a la prima de su novia, la M. Y otros como el de la letra Z que se aburrió de ser la última del abecedario y se disfraza de N, con las consecuencias que acarrea su ausencia en el mundo escrito. Un librito en letra grande imprenta que apela al recurso del disfraz -como hizo la Z- para presentar algunas letras protagonistas de cada historia. Es un libro por demás ameno y recomendable para chicos en etapa de preescolar o primeros grados.
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  Esta reflexión sobre la escritura y los primeros esbozos de la misma, me ha llevado a recordar un texto del eterno Galeano en el que animiza a las letras, pero con resonancias más bien eróticas:
“La A tiene las piernas abiertas.
La M es un subibaja que va y viene entre el cielo y el infierno.
La O, círculo cerrado, te asfixia.
La R está notoriamente embarazada.”[1]
En suma, encender el juego con las palabras es una actividad para toda la vida, llenar renglones y renglones en el cuaderno de los días, revelándonos a nosotros mismos en cada trazo, en cada símbolo escrito.
[1] En: “Mujeres”, Biblioteca Página/12.
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Trabajosa y necesaria escritura...Y procastinación también.
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Maldiciones cotidianas
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Hay una especie de maldición: es el tiempo
el tiempo que repta pegajoso y no muta cuando estas haciendo algo tedioso,
el tiempo que no alcanza y te condena a morir en el paroxismo de su carrera impiadosa
Hay una maldición de otra especie y soy yo
cuando me dejo presionar por el tiempo
y eso ocurre todo el tiempo
y no hay final
ni remate para el cuento
Por mí, letra e imagen.
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Inédita
Tratando de compilar escritos míos de todas las épocas, intentando armar algo así como un libro -“algo así”, no, intentando armar un libro- sacar un reino de entre las ruinas de papeles y palabras -¡cuántas palabras como enredaderas que utilicé para describir cada momento real o inventado!-. Mi mano aferra el mouse y con la ruedita bajo, bajo, bajo, hasta lo más oscuro de mí. Y por debajo mío tentáculos e intentos de mil formas, cosas hechas con palabras, poesías que dibujé hace algún tiempo o mañana, seres de letras que salen y zapatean, una fauna colosal que me descoloca.  Y es tanto, tanto,  el caudal de textos que si no me aferro a una esperanza, a un objetivo -si no me encuentro-, el libro que quisiera crear quedaría eternamente abismado en mi soledad, único universo interno sin miradas, sin salida,  como un objeto perdido en una oficina que nadie reclamó.
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Uno siempre quiere más
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Ganas de quedarme en casa
Ganas de quedarme en mí misma
dedicarme a revolver mis papeles
y reescribirme
y tachar mucho
y rescatar otro tanto
Ganas de quedarme en casa a saborearme
Uno de esos días en que no hay pronóstico de tedio
Ganas de quedarme en ojotas
con los ojos sumergidos entre cuadernos y libros
Un viaje al infierno del último cajón
de un escritorio desvencijado
trayendo un poema antiguo y reluciente
Afincarme en el momento
Sopesarlo
Disfrutarlo
Y que permanezca
Este debe ser un mal poema
 -si es verdad lo que se dice
de que sólo los sentimientos desgarrados
producen poesía valiosa-
este debe ser un poema muy malo
de precaria literatura
vecino del reggaetón que dejaron
en mi memoria auditiva
las últimas fiestas de cumpleaños 
y qué hacer
y qué hacer con él entonces
más que dejarlo colgado 
del cursor del mouse 
e irme
(La imagen es de Alexey Ezhov)
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