Tumgik
#un socialista español del siglo XVII
bocadosdefilosofia · 3 months
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«Mas éste es parecer y rigor de tyranos que quieren más mandar a esclavos que a libres, y más que a hombres a bestias, y les es sospechosa la severa libertad de la philosophía que está dando voces que es más sancto matar a un mal rey que a un ladrón. Más los príncipes que tratan a los ciudadanos no como a esclavos, y que saben de sí que son governadores y no señores, es muy agradable y segura la philosophía, porque es fértil y santíssima madre de la virtud, leyes y reynos, y que en ella está el summo bien, y que el que la alcança es compañero de los Dioses. Son, pues, calumniadores los que contra ella se levantan ignorantes, que lo mismo es philósopho que varón justo, y que el philósopho del buen varón sólo se diferencia en el nombre no en la cosa, y que Pytagoras, no con invidia sino con deseo de justicia se opuso a las riquezas y govierno de otros, y que fue tanto mas justo quanto más desdichado que Julio César: porque el dictador sólo estudió en ser señor oprimiendo a los libres con tiranía y servidumbre, mas el philósopho procuró ser rey para dar libertad y justicia a los que eran esclavos.»
Mateo López Bravo: «Del rey y de la raçón de governar», en Mateo López Bravo, un socialista español del siglo XVII, Henry Mechoulan. Editora Nacional, págs. 155-156. Madrid, 1977.
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jgmail · 3 years
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Una teoría plausible y esperanzadora sobre la gestación del mundo en que vivimos
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Por Jesús Aller
Fuentes: Rebelión
Ellen Meiksins (1942-2016), descendiente de judíos letones emigrados a Estados Unidos, se especializó en el análisis histórico utilizando la teoría marxista, y fue profesora de Ciencia Política en la Universidad de York (Toronto) durante muchos años.
Sus numerosos trabajos, firmados habitualmente como Ellen Meiksins Wood, añadiendo al de su familia el apellido de su primer marido Neal Wood, coautor en ocasiones, están dedicados sobre todo a la evolución política y económica de Europa desde el Medievo hasta la actualidad. Entre ellos destaca El origen del capitalismo. Una mirada de largo plazo, publicado en 1999 y en 2002 en una edición revisada y ampliada. La versión española de Siglo XXI (2021) viene con traducción de Olga Abasolo.
En la introducción de la obra, Meiksins deja clara la tesis que va a defender. El capitalismo, sistema cuyo objetivo básico es la producción y reproducción del capital, es en realidad un recién llegado a la historia, y aunque se ha pretendido presentarlo como resultado de una evolución natural e inevitable, y encarnación de una tendencia innata o de la “racionalidad económica”, esto dista mucho de ser cierto. Este planteamiento, según ella, no se deriva del análisis de los hechos, sino de una visión muy sesgada de la naturaleza y la conducta humanas.
Un elemento esencial de la forma de vida que nos impone el capitalismo, ignorado incluso en el campo socialista en ocasiones, es la absoluta supeditación a los dictados del mercado, lo cual resulta trágico, pues aunque éste se pretende muchas veces que sea simplemente una “oportunidad”, de comprar y vender, la realidad es que esconde una “coacción”, capaz de convertir todos los aspectos de nuestra vida en mercancías. Las implicaciones de este malentendido se estudiarán en detalle en el libro.
El modelo mercantilista
La primera parte de la obra está dedicada al modelo más extendido sobre el surgimiento del capitalismo, el “modelo mercantil”, y los debates que lo rodean. Según él, este sistema representa la “madurez” de unas prácticas mercantiles antiguas, basadas en la búsqueda de beneficio, que evolucionan en paralelo al desarrollo tecnológico. Para los autores que defienden esto, como Henry Pirenne, el capitalismo aporta un cambio más cuantitativo que cualitativo, y analizar su emergencia consiste más que nada en identificar cómo son removidos progresivamente los obstáculos que la impedían.
Numerosos historiadores expresaron sus discrepancias con esta idea. Es destacable por ejemplo la visión de Immanuel Wallerstein, que pone énfasis en la influencia de la acumulación primaria en el centro del sistema-mundo debido a la expansión colonial. Karl Polanyi, por su parte, remarca la riqueza de relaciones no económicas (familiares, comunales, religiosas o políticas) en las sociedades precapitalistas, con mecanismos importantes de regulación, redistribución y reciprocidad, coexistentes con la búsqueda de beneficios, aunque no discute que el motor de la que denomina “gran transformación” sea la expansión de los mercados y el desarrollo industrial.
En El capital, Marx defiende que el capitalismo es resultado, no sólo de la acumulación de riqueza, sino también de un cambio en las relaciones de producción, con la imposición de la competitividad y la reinversión del excedente, y la maximización de la productividad y el beneficio. Es por esto que este sistema económico no surge de una evolución inevitable, sino que obedece a unas circunstancias concretas y es por ello posible imaginar su final. Entre los autores que se reclaman marxistas ha habido mucha discusión entre diferentes visiones, sin que consigan liberarse del todo del modelo mercantilista. Destaca, en este sentido, la aportación de Robert Brenner, que tuvo el acierto de percibir la relación entre la irrupción del capitalismo en Inglaterra y las condiciones sociales muy específicas que se daban allí.
El nacimiento del capitalismo agrario
Meiksins trata de construir un relato alternativo sobre el origen del capitalismo, acorde con los hechos históricos, y para ello comienza por desvincular este sistema de procesos que se suelen emparejar con él. Se admite habitualmente, por ejemplo, que la independencia económica de las clases burguesas en las ciudades medievales de Occidente condujo necesariamente al capitalismo, pero esto choca con situaciones similares en otros lugares y épocas en que esta evolución no se produjo. El comercio puede tener un desarrollo notable y puede haber clases dominantes que se apropien del trabajo ajeno, sin que estas relaciones estén mediatizadas por el mercado y podamos hablar de capitalismo. En repaso a las condiciones en la Florencia de los Medici y la República Holandesa de los siglos XVI y XVII sirve para ilustrar esto.
En el medio agrario se encuentra ya captación de plusvalía en las sociedades precapitalistas, pero sólo existe capitalismo cuando ésta se basa en “la total desposesión de los productores directos, (…) cuya plusvalía del trabajo es apropiada por medios estrictamente ‘económicos’, (…) sin necesidad de prácticas coercitivas directas”. Teniendo esto en cuenta, el capitalismo surgió en el campo, en Inglaterra concretamente, y a partir del siglo XVI, cuando una institución vieja, como ya era el mercado, adquirió una nueva dimensión al apoderarse de todos los aspectos de la vida humana, convirtiéndose “en el principal determinante y regulador de la reproducción social”. La situación creada se caracteriza por el imperativo de la competitividad, la acumulación y la maximización de beneficios, así como de una constante expansión que no hallamos en otras formas sociales.
La razón del cambio está para Meiksins en la centralización política del estado inglés y el control de la propiedad de la tierra por la aristocracia, que delegaba en arrendadores y arrendatarios. Una extrema competencia entre estos últimos, basada en los imperativos del mercado, dio lugar al enriquecimiento de los más productivos y la ruina de los que lo eran menos, con lo que se llegó a la triada: propietarios, arrendadores capitalistas y asalariados, al tiempo que surgía una masa de desposeídos que sería reclutada para la industria. La comparación con lo que sucede paralelamente en Francia, donde el mercado no impone su poder y la extracción de plusvalía se realiza por medios extraeconómicos, resulta esclarecedora.
El aumento de la productividad agrícola en Inglaterra motivado por estos cambios fue el detonante de una ética que entronizaba el lucro monetario, índice indiscutido del “mejoramiento” del sistema, al tiempo que se denigraba como “irracional” cualquier derecho consuetudinario que se opusiera a la maximización del beneficio. Proliferaron así, más que nunca, los “cercamientos”, para vedar usos comunales de los que muchas personas dependían para vivir, y extender además la ganadería ovina. Fue un momento aquel en que, según Thomas More, “las ovejas devoraron a los hombres”, sin que faltara el respaldo teórico de pensadores como John Locke, que idolatraba en sus textos la productividad sobre cualquier consideración humanista.
La expansión capitalista
Los cambios en el campo abocaron a un modelo mercantil, y posteriormente industrial, radicalmente nuevo en el país, basado en la producción competitiva. El mercado llega a ejercer así su imperio en todo el tejido social, y al extenderse sin fronteras la compulsión de la acumulación, la maximización del beneficio y la mercantilización de la fuerza del trabajo, el sistema se convierte pronto en internacional. Polémicamente, Meiksins defiende que, en su opinión, “probablemente sin el capitalismo inglés no hubiera surgido ningún sistema capitalista.”
De acuerdo con estas ideas, la autora diferencia expansiones precapitalistas, como la del Imperio español, por ejemplo, en la cual la apropiación de riquezas americanas no auspició un desarrollo capitalista, de la del Imperio inglés, en la que la trata y el colonialismo sí que robustecieron la economía, ya capitalista, del país y favorecieron la Revolución industrial. El falaz argumento, de Locke y otros, según el cual el mejoramiento de la producción otorga derechos de propiedad, fue un elemento ideológico clave en la expansión inglesa, al aportar una nueva religión de la productividad por la que los que expropiaban a los pueblos colonizados se consideraban a sí mismos benefactores de la humanidad y contribuyentes al bien global. La praxis imperial descansaba así, no sobre teorías racistas o dogmas religiosos como era costumbre, sino sobre un razonamiento puramente económico: el lucro como motor del progreso.
Se concluye que es la coerción por mecanismos económicos, por medio del mercado, lo que caracteriza el capitalismo. De esta forma, la esfera política, desgajada de la económica por primera vez en la historia, necesita ser controlada por ésta para potenciar la acumulación, con lo que los estados-nación adquieren un rol subordinado a los imperativos del capital. En el actual mundo globalizado, el sometimiento militar y el dominio directo del colonialismo han sido sustituidos por la esclavitud económica a través de las compulsiones de un mercado capitalista manipulado para favorecer a las potencias hegemónicas.
Un capítulo final repasa las ideas de Modernidad e Ilustración, que Meiksins ve como proyectos racionalistas y humanistas de lucha contra privilegios, y poco relacionados con la emergencia del capitalismo en Inglaterra. Por esto, ella cree necesario no culpar a las primeras, como se ha hecho frecuentemente, de los desastres provocados por el segundo. En consecuencia, muchos supuestos de la revuelta postmoderna no le parecen bien fundados.
Pasado que ilumina el futuro
La sumisión global a un mercado que domina todos los aspectos de la vida, absorbe la fuerza de trabajo de los seres humanos y los mata de hambre cuando no son productivos es un desafío terrible para nuestra especie. Ellen Meiksins Wood disecciona en El origen del capitalismo el asunto complejo y debatido del mismísimo nacimiento del engendro monstruoso, y ofrece sobre él una visión revolucionaria, que defiende con contundencia y rigor y consigue que resulte verosímil.
La teoría expuesta ilumina el pasado, pero es remarcable también por la ventaja que otorga a la hora de encarar el futuro. Según la nueva perspectiva, el capitalismo no es ya una forma de producción implícita en la naturaleza humana a la que tal vez deberíamos resignarnos, sino que se describe mejor con el símil de una enfermedad infecciosa, la cual desarrollada en Inglaterra por condiciones específicas allí existentes, se ha propagado por todo el planeta.
El origen del capitalismo nos enseña que luchar contra el imperio del mercado no es violentar nuestra esencia, sino tratar de liberarla de un morbo voraz y potencialmente letal que se ha apoderado de ella.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
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minarquia · 7 years
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El auténtico liberalismo alemán del siglo XIX, por Mises Hispano.
[Este ensayo se publicó originalmente en 2004 por el Centre de Recherche en Epistémologie Appliquée, Unité associée au CUNRS de la Ecole Polytechnique]
En este ensayo entendemos por liberalimso la doctrina que sostiene que la sociedad (es decir, el orden social sin el estado) se dirige más o menos a sí misma dentro de los límites de derechos los individuales garantizados. En la expresión clásica, estos son los derechos a la vida, la libertad y la propiedad.[1]
Esto está más cerca del significado francés de libéralisme que del significado que ha adquirido liberalism  en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, incluso en Alemania y otros países. A este respecto, los franceses se han mantenido fieles a la concepción original e histórica del liberalismo. No es casualidad que el término francés laissez faire se use en todo el mundo como sinónimo de una economía que funciona libremente.
Entender el liberalismo como basado en la capacidad autorreguladora de la sociedad creo que es incluso necesario metodológicamente, para permitirnos, como escribe Anthony de Jasay, distinguir al liberalismo de otras ideologías.[2] Sin embargo, no es este el momento de argumentar a favor de esta tesis.
En años recientes ha habido novedades muy interesantes con respecto al tratamiento del liberalismo.
Para empezar, ha habido un cambio masivo en la atención investigadora trasladándose del socialismo y especialmente del marxismo hacia el liberalismo. Esto tiene que ver con algunos acontecimientos muy conocidos en la política mundial, como el colapso de los regímenes socialistas “reales”. Con ello ha llegado al reconocimiento general de que la propiedad privada y la libre empresa son indispensables para una mayor riqueza de las naciones.
Segundo, hay una creciente conciencia de la íntima relación entre la ideología liberal y lo que ha sido calificado como “el milagro europeo”, es decir, el desarrollo del crecimiento económico sostenido que ha caracterizado a Europa y sus retoños en todo el mundo, incluyendo Estados Unidos.[3] Después de décadas de enormes esfuerzos dedicados a analizar la historia de las fantasías socialistas, los investigadores parecen estar despertando a la necesidad de examinar con mayor profundidad los fundamentos institucionales de nuestra propia sociedad y al mismo tiempo las ideas que acompañaron la evolución de estas instituciones.
Finalmente, hay una mayor conciencia de que las ideas liberales nunca han estado limitadas a las naciones de habla inglesa. Esa solía ser la visión predominante en Gran Bretaña y Estados Unidos. Por dar un ejemplo: durante mucho tiempo, prácticamente el único pensador liberal francés del siglo XIX que se trataba era Alexis de Tocqueville. Incluso grandes tratados de pensamiento político moderno (por ejemplo, el trabajo en dos tomos de John Plamenatz de Oxford)[4] ni siquiera mencionaban a Benjamin Constant, y solo recientemente se han traducido al inglés algunos de los escritos políticos más importantes de Constant.[5]
Y si ha sido así con Benjamin Constant, es fácil imaginar la poca justicia que se ha hecho con el grupo Censeur Européen, con Frédéric Bastiat, Gustave de Molinari o la multitud de otros contribuidores del Journal des Économistes, que se publicó en París durante un siglo por generaciones sucesivas de escritores (hasta junio de 1940) y que fue la mejor revista liberal nunca publicada.
También hay, por ejemplo, un floreciente interés entre los investigadores anglófonos por la gran tradición de los pensadores escolásticos tardíos de finales del siglo XVII y principios del XVIII, que pusieron las bases para la economía moderna. Aparte del tratamiento de estos escritores, sobre todo españoles, en la historia del pensamiento económico de Murray Rothbard y algunos trabajos pioneros anteriores, ahora tenemos el trabajo de Alejandro Chafuen, de la Fundación Atlas, que ha destacado su gran importancia en su estudio Faith and Liberty.[6] También podríamos mencionar la creciente atención hacia los economistas liberales italianos de finales del siglo XIX y principios del XX, que contribuyeron de manera importante a las teorías de la escuela de la elección pública.
El hecho es que es cada vez más evidente que el gran edificio de la doctrina liberal ha sido el logro no solo de británicos y estadounidenses, sino también de muchos otros pueblos, no siendo el menor el de los austriacos.
También ha habido un creciente interés por el liberalismo alemán. Esta tradición ha sido olvidada injustamente durante décadas, especialmente después de lo que fue visto como su ignominiosa derrota en el posterior periodo imperial.
Oswald Spengler hablaba en nombre de la escuela nacionalista-autoritaria de su tiempo cuando escribía: “Hay principios en Alemania que son detestados y desprestigiados, pero en territorio alemán solo el liberalismo es despreciable”.[7] El disgusto de Spengler era secundado por muchos otros, en todo el espectro político, disgusto que iba en proporción con el árido “doctrinarismo” coherente de los principios liberales adoptados.
Paul Kennedy, de la Universidad de Yale, escribe sobre “el auténtico veneno y odio ciego detrás de muchos de los ataques al manchesterismo en Alemania”.[8] Este término, “manchesterismo” era un calificativo despectivo, un Schmähwort. Como señalaba en 1870 Julius Faucher, un líder del partido librecambista, fue inventado por Ferdinand Lassalle, el fundador del socialismo alemán. Luego entró en la rutina de la prensa conservadora, convirtiéndose finalmente, como escribía Faucher, en “el alfa y la omega de la sabiduría política”, incluso para el gobierno prusiano.[9] Durante décadas fue habitual incluso en la literatura investigación supuestamente neutral en valores.
Está claro que no cabe duda de que el liberalismo alemán nunca estuvo al nivel, por ejemplo, del pensamiento liberal francés. Pero, tras examinarlo, las contribuciones políticas e incluso intelectuales del auténtico liberalismo alemán son evidentes.
Un concepto básico usado por muchos historiadores en décadas recientes ha sido el de la Sonderweg de Alemania: su vía especial o peculiar de desarrollo histórico. Sea cual sea el valor heurístico que pueda tener este concepto, hay pocas dudas de que ha sido excesivamente aplicado. Después de todo, Alemania no es Rusia. La experiencia alemana incluía: los pueblos libres de la Edad Media, el escolasticismo y la doctrina del derecho natural enseñado en las universidades, el Renacimiento y la Reforma, el auge de la ciencia moderna y un papel importante en la ilustración del siglo XVIII.
La experiencia de doce años de nacionalsocialismo, con todas sus atrocidades, fue terrible. Pero no debería llevar a que olvidemos que, mil años antes de Hitler, Alemania era parte integral de la civilización occidental
Dietheim Klippel es un importante investigador del liberalismo alemán de finales del siglo XVIII.[10] Ha sugerido algunos de los factores políticos que han condicionado en distintos periodos la aceptación de un concepto con carga negativa (o a veces positiva) del Sonderweg alemán, o vía especial de evolución histórica. En concreto, Klippel ha criticado eficazmente la opinión de Leonard Krieger, autor de un trabajo influyente sobre las ideas alemanas de la libertad.[11] Este libro, se queja Klippel, mostraba “una actitud peculiar alemana hacia la libertad” frente a la una concepción “occidental” (indefinida). Pero el hecho es que, aparte de los publicistas e intelectuales influidos por los fisiócratas franceses, existió en Alemania en el siglo XVIII “una amplia corriente de ideas demócratas y liberales, de todas las tonalidades posibles”.
Klippel ha prestado particular atención a la nueva escuela alemana del derecho natural, que sucedió a la vieja doctrina del derecho natural de orientación absolutista de la escuela de Christian Wolff. Metodológicamente, bajo la influencia de Kant y consecuentemente inspirada por John Locke, esta escuela proporciona una teoría de la prioridad de la sociedad civil frente al estado; de la propiedad privada, la empresa privada y la competencia como la esencia de la sociedad autorregulada y de la necesidad de proteger la vida social frente a la usurpación estatal.
Klippel destaca que la postura económico-liberal de estos intelectuales se “dirigía directamente contra la posición legal de algunas partes de la burguesía”, contra los gremios, pero igualmente “contra los monopolios y privilegios de fábricas y talleres”. Aquí destaca una faceta de la lucha de clases que se confunde sistemáticamente por parte de los autores que se apoyan en la concepción marxista de la lucha de clases en lugar de en la liberal.
Sin embargo, en el siglo XIX esta escuela del derecho natural fue totalmente eclipsada por la hegeliana y otras doctrinas.
Una figura clave en el liberalismo alemán de finales del siglo XVIII ejerció una influencia poderosa, aunque no reconocida, en la historia del liberalismo europeo en general. Fue Jakob Mauvillon, descendiente de hugonotes franceses.[12] Entre los numerosos puestos que tuvo Mauvillon en su vida relativamente corta pero muy activa, fue Profesor de política en Brunswick. Aunque se le califica normalmente como un fisiócrata, Mauvillon en realidad tomó como modelo en en teoría económica al gran Turgot, cuyas Réflexions sur la formation et la distribution des richesses tradujo y publicó.
Mauvillon era de hecho, más “doctrinario” (un defensor más coherente del laissez-faire) que cualquiera de los escritores franceses de su tiempo. Defendía la privatización de todo el sistema educativo, desde las escuelas primarias en hasta las universidades, del sistema postal y del mantenimiento de los clérigos. Incluso manifestó la idea de que, bajo condiciones ideales, todo el aparato de la provisión estatal de seguridad podría también privatizarse.
Mauvillon fue un incansable publicista de su causa y es probable que sus ideas acabaran penetrando en el mundo de los altos cargos de Berlín, que en la década de 1790 estaban cada vez más apegados al lema: Libertad [de propiedad]: para poseer, para disfrutar, para ganar”.
Pero con mucho el canal más importante de influencia de Mauvillon fue a través de un amigo de 20 años de Lausana que vino a vivir a Brunswick y de quien Mauvillon fue tanto mentor como una especie de figura paterna. Ese joven amigo era Benjamin Constant. Kurt Kloocke, en su excelente biografía intelectual de Constant, llega a afirmar que: “Es imposible sobrevalorar la importancia de Mauvillon en la evolución intelectual de Constant”.[13] De Mauvillon Constant dedujo la base de su idea de libertad como libertad frente al estado. Tomó del pensador alemán “la reclamación de un reconocimiento incondicional de la religión como la base constituyente de un ámbito libre del estado”.
El entorno conceptual de la libertad personal, el estado derecho y el laisse- faire que eran el núcleo del liberalismo de Constant, reflejaban perfectamente la filosofía política de Mauvillon, incluida la necesidad urgente de mantener el sistema educativo libre de la intromisión estatal.
He destacado este episodio del impacto de Jakob Mauvillon sobre la formación del pensamiento de Benjamin Constant por diversas razones.
Primera, porque es prácticamente desconocido y además tiene interés por sí mismo. Además, ilustra el carácter internacional de la doctrina liberal, la fertilización cruzada de ideas dentro del espacio cultural común de la civilización occidental. Finalmente, debido a la gran importancia de Benjamin Constant. Hayek afirmaba que los grandes liberales característicos del siglo XIX eran Tocqueville y Lord Acton. En mi opinión, si no tuviera que elegir una única fuente del liberalismo del siglo, sería Benjamin Constant.
La ilustración alemana produjo uno de los grandes clásicos del pensamiento liberal traducido bajo el título Los límites de la acción del estado, de Wilhelm von Humboldt. Tanto Hayek como Mises consideraban esta obra la expresión más refinada del liberalismo clásico en idioma alemán. El libro de Humboldt, así como la filosofía política de  Immanuel Kant, eran una reacción con principios contra el Polizeistaat, el estado del bienestar del siglo XVIII, que era un componente central del absolutismo estatal de esos tiempos.
Entretanto, el liberalismo económico en la forma de las ideas de Adam Smith había penetrado en el mundo académico alemán, especialmente en Göttingen y Königsberg, donde Christoph Jakob Kraus, un amigo íntimo de Kant, era su principal defensor. Los profesores desempeñaron un papel en crear el Beamtenliberalismus (liberalismo burocrático) que produjo reformas liberales, especialmente en Prusia, incluyendo las reformas de la época Hardenberg-Stein.
Dado este florecimiento de las ideas liberales en la Alemania del siglo XVIII, ¿Qué pasó para que cambiarán las cosas? ¿Por qué se produjo este cambio de opinión en la cultura política alemana?
No cabe duda de que una razón importante (tal vez la más importante) para el cambio se encuentra en la historia política y militar del periodo: básicamente, el intento de la Francia revolucionaria de conquistar y gobernar toda Europa.
Los jacobinos que llegaron al poder durante la Revolución trataron de imponer sus ideas a Europa a punta de bayoneta francesa. Los derechos del hombre, la soberanía popular, la ilustración francesa con su odio a las tradiciones y creencias religiosas antiguas de los pueblos europeos se impondrían mediante poder militar. Para este fin, los victoriosos e irresistibles ejércitos franceses invadieron, conquistaron y ocuparon buena parte de Europa.
Por lógica, estos ejércitos invasores, al llevar con ellos una ideología extranjera, produjeron hostilidades y resistencia contra dicha ideología, una reacción nacionalista militante. Eso es lo que ocurrió en Rusia y en España. En buena parte, eso es lo que ocurrió en Alemania. El individualismo, los derechos naturales, los ideales universalistas de la ilustración, todos se identificaron con los odiados invasores, que sometieron y humillaron al pueblo alemán. Esta identificación fue una carga que desde entonces tuvo que soportar el liberalismo en Alemania.
La lección que se podría aprender razonablemente de esa experiencia es esta: si se quieren difundir ideas liberales a pueblos extranjeros, a largo plazo el ejemplo y la persuasión son mucho más eficaces que las armas y las bombas.
En las décadas de 1830 y 1840, la explosión demográfica que afectó a Alemania y otros países se estaba agudizando. En todas partes había señales de la creciente pobreza, que el sistema heredado, todavía en buena parte en mercantilista, no podía resolver.[14]
Este es el trasfondo socioeconómico de la aparición del partido librecambista alemán.
El librecambismo, en el sentido de la abolición de barreras al comercio internacional, ya había progresado considerablemente en los estados alemanes, sobre todo en Prusia. La Zollverein, o Unión Aduanera, liderada por Prusia, estaba creando una zona de libre comercio cada vez más grande dentro de la Confederación Alemana. Además, en ese momento Prusia estaba más avanzada en el camino al libre comercio internacional que cualquier otra nación europea, incluyendo incluso a Inglaterra.
El objetivo del partido librecambista era extender los principios del liberalismo económico a todas las áreas de la vida económica. Desde la década de 1840 hasta mediados de la de 1870 (primero en los estados alemanes y luego en una Alemania unificada) este movimiento tuvo un efecto poderoso y duradero sobre las instituciones alemanas. Preparó el escenario para el enorme crecimiento económico del país en ese período y posteriormente.
Más que ningún otro, John Prince Smith fue el creador de este movimiento librecambista y su principal figura desde la década de 1840 hasta casi su muerte en 1874.[15] Para Wilhelm Roscher, de la Vieja Escuela Histórica, fue “el líder de todo este [librecambismo] actual”, mientras que el historiador económico británico W. O. Henderson le calificó como el gran rival de Friedrich List.
Prince-Smith, como suele llamársele en Alemania, es un ejemplo evidente de las influencias extranjeras sobre el liberalismo alemán, ya que nació en Londres en 1809 de padres ingleses. Se mudó a Prusia oriental en 1831, donde se convirtió en Profesor en un gimnasio (liceo). Posteriormente se mudó a Berlín y se convirtió en periodista.
Una de las pocas influencias que reconocía sobre su pensamiento era la de Jeremy Bentham, que era clara tanto por su pronunciado positivismo legal como por su insistencia en tratar todas las cuestiones económicas desde un punto de vista estrictamente utilitarista.
Sin embargo, en un aspecto crucial, Prince-Smith se acerca mucho más a los liberales franceses de la época: a los escritores de la Escuela Industrialiste, a Charles Dunoyer y Charles Comte, a Bastiat y a sus sucesores. Mientras que el utilitarismo benthamita no era concluyente con respecto al “programa” del estado, Prince-Smith defendía una postura del laissez faire y estado mínimo estricto: “Al estado, el librecambismo no le concede otra tarea que no sea sencillamente la producción de seguridad” (“la production de la securité” era el latiguillo industrialiste para la única función que permitían al gobierno). Esta norma era necesaria, creía Prince-Smith, para contrarrestar la dinámica de expansión estatal, por la que el estado intenta “apropiarse de tantas funciones como sea posible, de ligar tantos intereses económicos como sea posible para sí”.
Persiguiendo su objetivo de establecer un movimiento siguiendo el modelo de La liga contra las Leyes del Grano, en 1846 (el año de la abolición de las leyes del grano en Inglaterra) Prince-Smith reunió a varios líderes empresariales y publicistas para formar una Asociación Librecambista Alemana; se crearon filiales de la asociación en Hamburgo, Stettin y otros pueblos del norte de Alemania.
Fue por este tiempo cuando Prince-Smith reunió en torno a él un grupo de jóvenes brillantes idealistas con ambiciones periodísticas, de quienes actuó como mentor en economía. Les inspiró con el evangelio de librecambismo, pero ese era sólo el punto de partida. Como dijo uno de los más eminentes de entre ellos, Julius Faucher, el libre comercio era únicamente la “primera cuña contra el aparato del bienestar y la máquina creadora de felicidad (que los epígonos del siglo XVIII del continente habían hecho del estado)”. Las tareas del estado deben restringirse a actuar como el “operador y guardián de la fuerza necesaria para la defensa de la justicia y las fronteras”. En otras palabras, para defenderse contra agresores internos y externos. Pero, añadía Faucher significativamente en la década de 1860, “si hace falta, también para la expansión de las fronteras”.
El movimiento de 1848 a favor de la reforma constitucional liberal tuvo poco efecto sobre Prince-Smith. Sus esfuerzos continuaron centrándose por el contrario en la mejora económica. Tampoco él ni Faucher atrajeron la atención de los hombres en la Asamblea de Frankfurt, que se estaban concentrando precisamente en los asuntos que Prince-Smith consideraba secundarios: la libertad política y el cambio constitucional.
Prince-Smith se dio cuenta enseguida del incomparable valor de la obra de Frédéric Bastiat para su causa y tradujo y publicó las Armonías económicas de Bastiat en 1850. De hecho, si hubo algún espíritu “extranjero” presidiendo el movimiento librecambista alemán, no fue principalmente inglés, sino francés, en la forma del pensamiento de Bastiat.
Prince-Smith expresó muy pronto sus desacuerdos con los pronósticos pesimistas de Malthus y Ricardo sobre las tendencias de los niveles de vida para las clases trabajadoras y la sociedad en su conjunto. En el optimismo de Bastiat (que era característico de la escuela francesa en general) encontraba una confirmación y amplificación de sus propias opiniones. Se ha señalado que una razón importante para el éxito de los librecambistas era que no presentaba su programa como una serie de demandas o reformas graduales, sino como deducciones de una filosofía social general e inteligible, la del laissez faire de Bastiat.
La ciencia económica ejemplificada en las obras de Bastiat, mostraba que la manera de conseguir que las “manos ociosas” llenaran “estómagos vacíos” era a través de la acumulación de capital. Las intervenciones públicas y los altos impuestos tendían a reducir esa acumulación de capital y por tanto creaban pobreza. Un obstáculo importante era el presupuesto militar. Prince-Smith mantuvo durante mucho tiempo una postura antimilitarista, que era característica de Bastiat y también de la escuela inglesa de Manchester.
Algo secundario e interesante es que la metodología de Prince-Smith y sus seguidores era la tradicional en la economía política clásica británica, la de la ciencia deductiva. Fueron atacados debido a esto por los miembros de la Escuela Histórica Alemana. Así, la famosa Methodenstreit, o disputa sobre el método de la economía, que libro Gustav Schmoller, el líder de la Escuela Histórica, con Carl Menger, el fundador de la economía austriaca, ya estaba prefigurada en la disputa sobre el método entre los economistas históricos y los librecambistas alemanes.
Una buena parte de la actividad de Prince-Smith en esta fase consistió en tratar de convencer a los liberales políticos alemanes de la bondad del librecambismo, ya que muchos de los principales liberales del sur y oeste de Alemania eran proteccionistas. También le preocupaba que “si los librecambistas no proporcionan a la mentalidad popular suficiente nutrición, recurrirán a lo que les ofrecen los socialistas”. Para hacer proselitismo en círculos demócratas y radicales, los discípulos de Prince-Smith recurrían al periodismo en Berlín, defendiendo un programa que uno de ellos calificó como “de un completo radicalismo político (…) para alejar a la corriente democrática de los esfuerzos socialistas y comunistas”.
De hecho, a lo que habían llegado Faucher y los demás era una forma de anarquismo individualista o, como se llamaría hoy, anarcocapitalismo o anarquismo de mercado. Esto pasó en la década de 1840. Es interesante señalar que era al mismo tiempo cuando, en París, Gustave de Molinari estaba proponiendo, de una manera más sistemática, su doctrina de la producción privada de seguridad.[16] Mucho más tarde, la postura de Molinari fue asumida por Murray Rothbard y sí, más recientemente, por mi amigo el profesor Hans-Hermann Hoppe.[17]
Este interludio anarquista temprano de los librecambistas alemanes (que no aprobaba el propio Prince-Smith) resultó ser posteriormente un problema agudo para ellos cuando se convirtieron en miembros respetables del establishment en la Alemania imperial.
En 1858 se fundó el Congreso de Economistas Alemanes, reuniendo a los principales creyentes en la causa, muchos de los cuales habían sido atraídos a esta por Prince-Smith durante sus anteriores veinte años de trabajo. Desde 1860 hasta su muerte, Prince-Smith dirigió la Sociedad Económica en Berlín: su hogar era un lugar de reunión para políticos prusianos, entre otros los líderes del Partido Progresista Alemán y posteriormente del Partido Liberal Nacional. En 1863, empezó a aparecer la Revista Trimestral de Economía, Política e Historia Cultural. Órgano del partido librecambista, la revista se publicó durante los siguientes treinta años, bajo la dirección de Faucher, Karl Braun y otros.
La Revista Trimestral, la Sociedad Económica de Berlín, el Congreso y la influencia informal de políticos y cargos oficiales fueron todos elementos del mismo movimiento, facetas del mismo activismo y todos inspirados, en un grado u otro, por la obra de John Prince-Smith.
Murió en 1875, sabiendo que había contribuido en todo lo que podía a la realidad de una Alemania unida, poderosa y comprometida con el libre comercio.
Con respecto a la economía política, Prince-Smith se oponía a la “ley de hierro de los salarios”, proclamada por Ferdinand Lassalle, con lo que llamaba la “ley de oro”, “que era el efecto de ascender [a los trabajadores] a un modo de vida cada vez más confortable”. (De alguna manera, Leonard Krieger, de la Universidad de Chicago, alabado como historiador del liberalismo alemán, fue capaz de entender esto —probablemente la doctrina más conocida de Prince-Smith— exactamente al contrario). “La capitalización”, declaraba Prince-Smith, “significa salarios al alza”.
En el área de la sociología histórica, Prince-Smith muestra un sorprendente parecido con el materialismo histórico marxista, particularmente en su temprano ensayo “Sobre el progreso político de Prusia” (1843).
Las principales afirmaciones de Prince-Smith incluyen la de que las instituciones sociales y políticas están determinadas por la “base material”; la de que en la sociedad moderna ha aparecido un grado de productividad “que sobrepasa con mucho todos los anteriores”; la de que una cantidad siempre creciente de capital ha hecho aparecer una enorme clase de trabajadores asalariados y la de que el orden económico capitalista se expandiría para abarcar todo el mundo. Estas afirmaciones se parecen a las primeras páginas de El manifiesto comunista, con las indicaciones invertidas y cinco años antes del hecho.
Prusia, sostenía Prince-Smith, estaba entrando en la etapa en la que el elemento feudal necesariamente debe desvanecerse internamente y las relaciones comerciales pacíficas convertirse en la norma de los asuntos exteriores. Está “primacía” de lo económico (la opinión de Prince-Smith de que el poder de las fuerzas económicas llevaría inexorablemente a un orden político liberal) era la premisa que subyacía en el interludio anarcocapitalista la de los jóvenes librecambistas.
Este episodio anarquista, aunque fuera breve, tuvo serias repercusiones sobre la postura política de los librecambistas. Lo que quedó después de que hubieran abandonado el anarquismo fue el desdén por la libertad política en el sentido de la participación ciudadana en la política y el desprecio por los partidos políticos practicado por los políticos de la oposición.
A través de la década de 1850, las ideas librecambistas fueron vistas cada vez más como una parte crucial de la respuesta a la explosión demográfica y la crisis de la economía alemana. De 1858, los librecambistas, que habían estado apareciendo en la escena política en diversas partes de Alemania, que eran principalmente periodistas y activistas, se organizaron en el Congreso de Economistas Alemanes. Este se convirtió en el centro institucional del movimiento librecambista, resistiendo hasta 1885.[18]
Mucha de la élite progresista de Alemania estaba asociada con el Congreso. Los participantes incluían a los líderes de diversos partidos liberales y miembros de los parlamentos alemanes, particularmente de la cámara de diputados prusiana y más tarde, en el periodo de la Confederación Alemana del Norte y el Imperio Alemán, del Reichstag. Acudían frecuentemente funcionarios influyentes de Prusia y otros estados alemanes y posteriormente del imperio.
El medio más importante para la divulgación de las opiniones del Congreso entre el público general era la prensa. Muchos de los periódicos más importantes estaban en manos de miembros del Congreso. De hecho la situación era tal que el jefe de grupo de presión proteccionista de la industria pesada, la Unión Central de Industriales Alemanes, se quejaba de que “toda la prensa es decididamente librecambista”; las opiniones “manchesterianas” del Congreso habían penetrado en todos los círculos sociales. Adolph Wagner, uno de los principales socialistas de cátedra, se quejaba de manera característica del supuesto control de la prensa de Berlín por parte de los judíos librecambistas.
Uno tras otro, los principales problemas económicos que afrontaba Alemania eran tratados con detalle en las conferencias del Congreso y se buscaban soluciones. Con la creación de la Confederación Alemana del Norte en 1867, los líderes del Congreso, ahora principalmente encuadrados en el nuevo Partido Liberal Nacional en el gobierno, pusieron su experiencia a trabajar para su país.
Este periodo fue el cenit de la actividad práctica el movimiento librecambista. Otto Michaelis, parte del círculo cercano a Prince-Smith, trabajó con Rudolf Delbrück en el Ministerio de Finanzas. Miembros del Congreso en el Reichstag lideraban la lucha por la libertad de movimiento y por la abolición de limitaciones sobre los tipos de interés. Se derogaron las restricciones financieras sobre el derecho a casarse, así como la prisión por deudas. El Código Industrial de 1869 eliminaba los gremios obligatorios, los exámenes obligatorios para oficios artesanos, la restricción de ciertas industrias a las ciudades y la prohibición de tener más de una línea de producción en cada momento, entre otras medidas. Karl Braun, el presidente perpetuo del Congreso, alardeaba justificadamente de que ninguna otra asociación en Europa podía mostrar logros similares.
Después de 1871, las reformas liberales se incorporaron a la estructura legal del Reich y se pusieron en práctica otras reformas, por ejemplo, una divisa uniforme sobre la base del patrón oro (otra propuesta más del Congreso). Las políticas defendidas por el Congreso fueron cada vez más la base del programa del gobierno. El librecambismo parecía haber arrasado.
Sin embargo, en 1878 el hombre que había puesto en práctica esta política, el héroe de los librecambistas, Otto von Bismarck, ministro-presidente de Prusia y canciller alemán, cambió de opinión y el mundo de los librecambistas cambió de la noche a la mañana.
Ahora debemos ocuparnos de los acontecimientos políticos cruciales en Prusia y Alemania en la década de 1860. En primer lugar tenemos la crisis constitucional prusiana.
El gobierno de Guillermo I introdujo reformas militares (básicamente, el aumento del control del monarca sobre el ejército) que provocaron la oposición del grupo principal de liberales parlamentarios. Se produjo un bloqueo. El conflicto entre el gobierno y la Cámara de Diputados, controlada por los liberales, se intensificó. Apareció en el país un clima de opinión en el que incluso se rumoreó la palabra “revolución”.
En medio de esta crisis, el rey nombró a Otto von Bismarck como jefe del ministerio. Por decirlo brevemente, Bismarck ignoró desdeñosamente a la Cámara de Diputados y a los liberales, implantó las reformas del ejército y procedió con su programa de unificación de Alemania. Dos guerras con éxito, contra Dinamarca en 1864 y luego contra Austria y otros estados alemanes en 1866, llevaron a la creación de la Confederación Alemana del Norte bajo liderazgo prusiano en 1867. (Finalmente, en 1870-71, la Guerra Franco-Prusiana selló la unificación de Alemania). Los liberales parlamentarios se dividieron sobre la cuestión de apoyar o no a Bismarck.
El pequeño pero influyente grupo de Prince-Smith en la Cámara de Diputados, que incluía, aparte del propio Prince-Smith, a Julius Faucher y Otto Michaelis, se puso naturalmente del lado de Bismarck, a quien habían admirado desde el principio por sus opiniones librecambistas y por su liderazgo en la unificación alemana. No veían ninguna razón para oponerse a un ministro que estaba demostrando estar tan comprometido con la reforma económica, especialmente porque para ellos las cuestiones constitucionales estaban de por sí subordinadas a los importantísimos asuntos económicos.
La primacía que postulaba Prince-Smith de las fuerzas económicas sobre las políticas implicaba para él y sus seguidores una evolución automática hacia el estado mínimo. Su concepción muy limitada y completamente condicionada económicamente no dejaba espacio a ningún interés fuerte en trabajar para instaurar barreras constitucionales concretas al poder ejecutivo, estas aparecerían por sí solas, como consecuencia del avance de la economía.
Esta postura, sostenían, era la coherentemente liberal. Prince-Smith y su escuela había llevado la distinción entre la sociedad y el estado hasta el punto en el que los únicos derechos que consideraban en definitiva importantes eran los ejercidos dentro de la esfera social, los derechos que comprendían la esencia de la “libertad moderna” de Benjamin Constant. Los derechos políticos eran en el mejor de los casos valores instrumentales, sirviendo para reforzar los derechos fundamentales, especialmente los derechos de propiedad y contratación. Si en una configuración concreta de circunstancias ocurriera que los derechos de una sociedad civil pudieran estar mejor garantizados por el recorte de los derechos políticos (si, por ejemplo, el gobierno en lugar de que el parlamento elegido popularmente se mostrara defensor de las libertades económicas o estaba en una mejor posición para defenderlas) no era difícil para los librecambistas ponerse del lado del gobierno.
Aun así, había peligros en olvidar lo que Constant había llamado el sistema de garantías. Cuando en 1863 el Quarterly Journal proclamaba bastante grandilocuentemente: “La política está muerta y solo la economía ocupa el territorio conquistado”, no era la muerte de la política en sí lo que se estaba anunciando. Estaba claro que el estado prusiano no tenía intención de desvanecerse. Por el contrario, lo que los librecambistas estaban proclamando era el fin de cualquier preocupación con respecto a las disposiciones constitucionales. Es como si el compromiso temprano de muchos de ellos con el anarquismo hubiera dejado atrás una repugnancia permanente por la lucha política. Mientras que para el liberalismo occidental principal, incluyendo el liberalismo coherente de Prusia del momento, esta lucha era una característica necesaria y resistente en el empeño liberal, los librecambistas se inclinaban hacia la línea, por ejemplo, de los fisiócratas franceses. Preferían trabajar con y a través de los poseedores de poder político, en lugar de oponerse a ellos. Si una economía libre podría estar segura en ausencia de un sistema constitucional libre era sin embargo una cuestión abierta.
Como la mayoría los liberales prusianos, los librecambistas estaban hablando ahora en términos de “Realpolitik” y del “poder de los hechos”. Naturalmente, apoyaron entusiásticamente la Ley de Indemnización, con la que Bismarck buscaba reconciliar la oposición constitucional mientras retenía garantías con respecto a la conducta futura del gobierno. Los liberales más coherentes, como Waldeck, Schulze-Delitzsch, Hoverbeck, Virchow y, todavía fuera del parlamento, Eugen Richter, rechazaron la propuesta. Los librecambistas estuvieron entre los primeros en abandonar el Partido Progresista en 1867 para formar el nuevo Partido Liberal Nacional. A partir entonces, el liberalismo alemán se dividió el (al menos) dos facciones. Curiosamente, Ludwig von Mises, en Gobierno omnipotente considera que esta derrota en el conflicto constitucional de la década de 1860 significó el fin real del liberalismo alemán.[19]
Durante un tiempo, el punto de vista de los liberales nacionales pareció justificado, ya que trabajaron con Bismark después de 1867 para crear los fundamentos institucionales de una economía liberal en Alemania. Sin embargo, en 1879 Bismark disolvió el “pacto” con los liberales nacionales librecambistas y recurrió al proteccionismo y el socialismo de estado.
La estrategia de Prince-Smith y sus seguidores resultó ser una ilusión.
Entretanto, otro acontecimiento se convirtió en muy importante.
En 1869 se había fundado en Eisenach el Partido Social Demócrata de Alemania, liderado por Bebel y Liebknecht. Una reacción típica desde el bando librecambista fue la de Julius Faucher, para quien el socialismo representaba nada menos que un “peligro para toda la civilización”. Deberíamos tener en cuenta que esto pasó mucho antes de Eduard Bernstein, mucho antes de que el revisionismo se convirtiera en el programa efectivo de los socialistas alemanes. En este momento, estos, como la mayoría de los socialistas europeos, estaban predicando la abolición total de la propiedad privada de los medios de producción. Es comprensible que Faucher y sus amigos, como otros liberales en toda Europa, vieran a los socialistas como los enemigos jurados de la sociedad civilizada.
Este es el contexto de la última obra de Prince-Smith, un largo ensayo titulado “El estado y la economía”.[20]
Aunque había reiterado constantemente que su propósito era ayudar a aumentar los niveles de vida de los trabajadores, Prince-Smith nunca había mostrado lo que podría calificarse como un aspecto “sentimental-humanitario” a la manera por ejemplo de Viktor Böhmert, otro líder del Congreso de Economistas Alemanes. Aun concediendo esto, su último ensayo es notable por una pronunciada dureza en el tono y la aproximación. Prince-Smith se revela como un completo darwinista, afirmando que los economistas en realidad hace mucho que entendieron el mensaje central del darwinismo, que él cree que es la competencia incesante por la supremacía entre las distintas formas de vida.
Prince-Smith rompe totalmente con su pensamiento anterior sobre militarismo y guerra, llegando a ridiculizar las mismas posturas que él mismo había defendido como joven librecambista. Combina las propuestas para introducir la milicia y reducir drásticamente el presupuesto militar. Se burla de quienes creen que “toda nación solo se ve metida en guerras contra su voluntad engañada por sus gobiernos”.
Rechazando implícitamente la campaña asumida por Richard Cobden, considerara los intentos bienintencionados de abolir la guerra a través de tribunales de arbitraje como algo inútil.
Los liberales que predican constantemente contra la guerra están ciegos ante la realidad, rechazando ver, al concentrarse únicamente en la economía, la existencia e influencia del “sentido de estado” del pueblo. A través de este “sentido de estado”, la “débil persona individual” se identifica con una comunidad fuerte y una entidad política “que despliega un poder imperioso y obliga al mundo a que le respete”.
En un pasaje que parece como si hubiera escrito para confirmar la doctrina marxista de la mistificación ideológica bajo el capitalismo, Prince-Smith incluso dice que el impulso de identificarse con la comunidad (es decir, el estado) es también valioso porque nos ayuda “a superar una buena cantidad de privaciones” y “nos permite soportar las penurias más fácilmente”.
Critica a quienes creen erróneamente que la única función del estado es producir “la seguridad indispensable para el trabajo y la propiedad con el menor gasto”. Por supuesto, esa había sido exactamente la misma postura que había defendido él mismo durante décadas.
El economista, deduce Prince-Smith, tendría que aprender del político profesional, para quien la vida en el estado es “el origen de una vigorizante y edificante conciencia de sí mismo”.
Prince-Smith defiende el poder del estado no sólo externa, sino también internamente. Se pone al gobierno parlamentario, al control de los impuestos por la Cámara de Diputados y a la responsabilidad de los ministros ante los parlamentos en lugar del rey y el káiser. Resucita un argumento utilizado por los fisiócratas franceses a favor de “le despotisme légal”, Prince-Smith afirma que la monarquía posee la misma ventaja que tiene una propiedad con un dueño y administrador permanente, frente a la depredación de una serie de arrendatarios temporales. Es curioso que Prince-Smith parezca de esta manera haber previsto la evolución del gobierno democrático hacia un mecanismo de impuestos sin control y redistribución de la riqueza de los miembros productivos de la sociedad.
Prince-Smith temía las consecuencias del sufragio universal masculino que Bismarck había introducido en la constitución del nuevo Reich es para destruir el poder electoral de las clases medias liberales. La sencilla verdad, según Prince-Smith, es que la gente no conoce cuáles son sus verdaderos intereses y se ve fácilmente seducida por demagogos. Abandonada sí misma, apoyaría ataques confiscatorios a la propiedad o, como había señalado ya en la Asamblea Nacional de Frankfurt en 1848, limitaría la competencia para conservar los privilegios de un grupo u otro de productores. No es tolerable que la existencia continuada de la sociedad se ponga en manos del pueblo ignorante y de los grupos egoístas de intereses privados.
Prince-Smith ve a la sociedad capitalista presionada en una carrera contrarreloj. Años antes, había estado seguro de que la prosperidad se generaría rápidamente con la introducción del mercado libre, “siempre que el estado no devore demasiado de lo que se produce”. Ahora su anterior optimismo (así como su actitud censora hacia los gastos del estado, especialmente del ejército) se ha desvanecido.
Así que no es sorprendente que ahora acabe con una nota profundamente pesimista: “el que el pueblo lo entienda antes de que se produzca demasiado daño es, por desgracia, algo bastante incierto”.
“El estado y la economía” muestra lo mucho que se había alejado Prince-Smith de sus primeras posturas liberales a la vista de la amenaza socialista. El gobierno indiscutido del monarca, el estado y su poder como bien supremo, la dispuesta aceptación de la guerra y la promoción de valores no racionalistas como sustitutos de un cálculo económico subjetivo a que a corto plazo podría ir en contra del orden del mercado, todo esto se acepta como medio para rescatar a la sociedad de las masas autodestructivas lideradas por los demagogos socialistas.
Con esta obra final, Prince-Smith se coloca en la cola de los pensadores liberales que acudieron al estado tory tallo como defensa contra socialismo revolucionario. El primero destacó la bien puede haber sido Charles Dunoyer, en el periodo de la monarquía de julio. Algo más tarde, Boris Chicherin, el mayor pensador liberal en de la Rusia del siglo XIX (quien, por cierto, se había convertido a liberalismo económico al leer a Bastiat) iba a llegar a conclusiones similares. Chicherin escribía: “viendo este movimiento comunista en [en Rusia], no queda nada para el liberal sincero sino apoyar el absolutismo”.[21]
Esta transformación, realmente una apostasía (del liberalismo radical a apoyar un gobierno autoritario) podría llamarse el “síndrome de Pareto” debido a su ejemplo más famoso.
El historiador alemán Wolfgang Mommsen ha escrito sobre la “deficiente resistencia del liberalismo” ante el fascismo en las primeras décadas del siglo, particularmente en Italia, pero también en Alemania. Atribuye estuvo a la incapacidad de los liberales de tratar los “nuevos problemas de la sociedad industrial de masas”.[22]
Hay algo de cierto en esta interpretación, pero solo si estos “problemas de la sociedad industrial moderna” se entienden de una determinada manera. El “problema” central que generó cierta deriva liberal hacia el estado autoritario fue la aparición de un movimiento político que reclamaba la fidelidad de la mayoría de la clase trabajadora industrial y proponía destruir el orden social basado en la propiedad privada. Ya confiara en el sufragio universal, como en los tiempos de Prince-Smith, o también en los medios violentos, como en el periodo de la Comintern, los socialistas radicales que planteaban esta amenaza dejaron “perdidos” a muchos liberales europeos, como dice Mommsen. En Italia, liberales como Pareto, Alberto de Stefani y Luigi Einaudi apoyaron la toma del poder de Mussolini. No lo hicieron en debido a ninguna inclinación hacia el “antimodernismo”, sino debido al miedo a la imposición de una dictadura terrorista leninista en Italia.
Fue realmente una tragedia histórica, no solo porque el movimiento liberal, que había empezado proyectando un mundo de libertad casi ilimitada, como en los primeros ensayos de Prince-Smith, a veces acabara bajo presiones históricas poniéndose del lado del estado autoritario. Pero debemos preguntarnos: ¿Quién fue el responsable en último término?
Prince-Smith y su grupo buscaban la colaboración con los poderes políticos para avanzar en la causa liberal. Al final, su plan fracasó. Al mismo tiempo se estaba siguiendo una estrategia alternativa por parte de otro líder liberal: el logro de una sociedad libre a través de la erección de garantías constitucionales y el fortalecimiento del elemento democrático en Alemania. Ese líder era Eugen Richter.
Eugen Richter (1838-1906) fue el defensor más importante del auténtico liberalismo en la época del Segundo Imperio Alemán, de la década de 1870 a los primeros años del siglo XX.[23] Richter fue siempre un defensor de la propiedad privada y la libertad de intercambio, el libre comercio internacional, el estado derecho y el respeto por los derechos de las minorías y del antiimperialismo, el antimilitarismo y la paz. Junto con  Ludwig Bamberger (otro gran admirador de Bastiat) fue el principal opositor al estado del bienestar de Bismarck. Habló en contra del creciente antisemitismo en Alemania, ante el cual cayó finalmente Bamberger como víctima política.
De principio a fin, Richter denunció el creciente movimiento socialista. El socialismo, mantenía y argumentaba con detalle, no solo llevaría a la pobreza universal sino también a un nuevo régimen autoritario, más opresivo que el prusianismo que había habido antes. Para Richter, la causa liberal era toda su vida y al final sacrificó su modesta fortuna, así como su salud, a sus principios.
Eugen Richter hoy está olvidado, salvo por algunos especialistas. Pero en sus tiempos fue un personaje famoso de la política alemana. Fue el brillante aunque ocasionalmente demasiado autoritario líder del Partido Progresista y posteriormente del Freisinn, la expresión política del “liberalismo de izquierda” o liberalismo “determinado”  (entschieden) de Alemania, a lo largo de treinta años, en el Reichstag imperial alemán y la Cámara de Diputados de Prusia. Fue además un periodista incansable, editor de un diario en Berlín y autor de muchos libros y panfletos. Su pequeña obra de ficción, Imágenes del futuro socialista, se tradujo a muchos idiomas y vendió varios miles de copias. También se ganó la animadversión de los socialdemócratas alemanes de su tiempo y de los historiadores socialistas desde entonces.
Fuera de un estrecho grupo de amigos y socios políticos, la opinión sobre Richter ha sido en general bastante negativa. Su “rigidez” “dogmatismo” y “doctrinarismo quejica” han sido atacados repetidamente.
Aun así, incluso sus enemigos se veían obligados a concederle algunos talentos extraordinarios. Incluso Bismark (su mayor enemigo) reconocía que Richter “era indudablemente el mejor orador que hemos tenido. Muy bien informado y consciente; con modales descarados, pero un hombre de carácter. Ni siquiera ahora es un veleta”. Otro oponente político (esta vez del bando liberal) dijo que Bismarck renunciaba a acudir a las sesiones del Reichstag por miedo a las habilidades dialécticas de Richter. Max Weber declaraba que Richter era capaz de mantener su firme posición de poder del partido liberal a pesar de su impopularidad personal, debido a su gran adicción al trabajo y particularmente a su conocimiento sin rival del presupuesto público. Fue el último diputado que fue capaz de discutir con el ministro de la guerra hasta el último penique.
Richter estudió ciencias políticas con Dahlmann y Mohl y finanzas públicas con Karl Heinrich Rau, que estaba entonces en el cenit de su liberalismo económico. Empezó a acudir a reuniones del Congreso de Economistas Alemanes y a contribuir en artículos a la prensa.
Richter se mantuvo fiel al Partido Progresista cuando en 1867 el grupo que iba a convertirse en los liberales nacionales capituló ante Bismark en el conflicto constitucional ocasionado por la ley de reforma del ejército de principios de la década de 1860. Los liberales nacionales siguieron siendo el principal grupo liberal a lo largo de la década de 1870, hasta el cambio de Bismarck al proteccionismo en 1879. Entonces los liberales económicos, liderados por Ludwig Bamberger, abandonaron a los liberales nacionales y durante un tiempo formaron “La secesión”. Pronto se unieron con los progresistas para formar el Deutschfreisinnige Partei, liderado por Richter.
Pero las habilidades políticas de Bismarck hicieron que el partido de Richter perdiera un número masivo de escaños en la dos elecciones siguientes y cuando Federico se convirtió en emperador en 1888 ya estaba enfermo mortalmente de cáncer. Aun así, durante otras dos décadas Richter se mantuvo firme en los mismos principios liberales, que parecían cada vez más obsoletos e irrelevantes.
La piedra angular de la filosofía social de Richter era la interdependencia de libertad política y económica. Como decía: “La libertad económica no puede tener ninguna seguridad sin libertad política y la libertad política solo puede encontrar su seguridad en la libertad económica”. A lo largo de su carrera libró una “batalla en dos frentes” contra un “pseudoconstitucionalismo” bismarkiano y un mercantilismo reavivado por un lado y contra el creciente movimiento socialista por el otro. Por cierto que esta estrategia de una “guerra en dos frentes” (de combatir tanto a los conservadores reaccionarios como a los socialistas) fue habitual entre los liberales europeos del siglo XIX, al menos desde los tiempos de Benjamin Constant.
La adopción del proteccionismo por Bismarck proporcionaba la ocasión para una crítica de Richter y otros liberales para analizar esta política en términos sorprendentemente similares a los usados por la moderna escuela de la elección pública. Bismarck desempeñaba el papel de “emprendedor político” en la terminología actual. Richter mordaz y brillantemente analizaba lo que estaba pasando en el Reichstag, ya que los intereses del hierro y el acero se unieron con los agricultores al este del Elba. Los beneficios de la política de Bismarck se concentraban entre los subvencionados, mientras que los costes se dispersaban entre los desafortunados consumidores.
Pero Richter no parece haber sido consciente de cómo su análisis perjudicaba a su propia postura política. Los liberales nacionales habían sido “traicionados” por Bismarck. En particular, los liberales económicos de la escuela de Prince-Smith habían visto arruinarse su estrategia de alianza con los posibles poderes cuando dichos poderes sencillamente cambiaron de opinión. Pero la estrategia de Richter de reforzar el poder del Reichstag frente al gobierno resultó ser igualmente fútil. Los auténticos liberales quedaban impotentes contra la lógica de la política electoral de masas en las sociedades democráticas, que lleva a un estado siempre en expansión a través del triunfo de los intereses especiales en busca de rentas.
Entretanto, lo que quedaba de los liberales nacionales continuaba capitulando en un asunto tras otro. Incluso después de la secesión, los liberales nacionales fueron la principal facción que apoyó la Kulturkampf (lucha de culturas) de Bismarck contra la Iglesia Católica. Esta campaña anticatólica fue también asumida por los progresistas, especialmente por Rudolf Virchow, aunque el propio Richter fue moderado en su apoyo ocasional. Los liberales nacionales apoyaron las leyes antisocialistas; el abandono del librecambismo de Bismarck y su introducción del estado de bienestar; la germanización coactiva de los polacos en Prusia oriental; la expansión colonial y la Weltpoltitik y la expansión militar y especialmente naval bajo Guillermo II.
Junto con Bamberger, Richter fue el principal oponente en el Reichstag a la creación de Bismarck del estado moderno del bienestar.[24] Los liberales tenían varios argumentos convincentes. En definitiva, sostenían, el estado del bienestar generaría lazos y sentimientos de dependencia de los ciudadanos hacia el estado. En realidad, este era el propósito explícito del programa del estado del bienestar de Bismarck.
En sus últimos años, Richter fue el principal enemigo de la política de Weltpolitik, o política global del káiser Guillermo II. Richter se oponía al colonialismo alemán, igual que los liberales franceses se oponían al colonialismo en Argelia, el resto de áfrica y el sudeste de Asia. Su postura sobre el ejército era que Alemania debería tener fuerzas suficientes para fines defensivos. Pero la absurda y costosa surenchère con Francia y Rusia de gasto militar y creación de ejércitos, creía Richter, iba probablemente a crear sospechas y hostilidad. Sobre todo fue un enemigo incansable de la creación por parte del Kaiser de una gran armada oceánica alemana. El almirante von Tirpitz reconocía abiertamente a Richter como su enemigo más peligroso con respecto a la armada. Pero Richter argumentaba continuamente que una armada enorme era innecesaria para Alemania y, además, generaría antagonismo con Inglaterra. Por supuesto, al final tendría razón.
Richter mantuvo seguidores fieles y comprometidos hasta el final. Los partidarios de los liberales nacionales tendían a provenir de bancos, grandes empresas proteccionistas y capitalistas que tenían intereses en la expansión imperialista. Los conservadores tenían su apoyo en el sector agrícola proteccionista. Los socialdemócratas se apoyaban cada vez más en la clase obrera industrial. Los que permanecían leales al auténtico liberalismo eran un grupo mucho más pequeño: clases profesionales (excepto los maestros de escuela y los clérigos), pequeños empresarios, artesanos y la pequeña comunidad empresarial judía, especialmente en Berlín. Uno de los compañeros liberales de Richter describía el partido de este como: el partido del hombre pequeño, que confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, que no reclama ningún regalo del estado, sino que solo desea que no se le perjudique al mejorar su situación de acuerdo con sus fuerzas y que lucha por dejar a sus hijos algo mejor en la vida de lo que recibió.
Los auténticos liberales alemanes han caído en una oscuridad total. Hoy los personajes que se alaban como los liberales alemanes de principios del siglo XX son hombres que, en realidad, fueron colectivistas y precursores del estado totalitario.
Un buen ejemplo es Walter Rathenau. Sobre esta mística en colectivista, F. A. Hayek escribía, en Camino de servidumbre:
Aunque se habría estremecido ante las consecuencias de su economía totalitaria, [Rathenau] merece un lugar importante en una historia completa del desarrollo de las ideas nazis. A través de sus escritos ha determinado, probablemente más que otro hombre alguno, las opiniones económicas de la generación que creció en Alemania durante la Primera Guerra Mundial e inmediatamente después y algunos de sus colaboradores más íntimos formaron luego la espina dorsal de la administración del Plan Quinquenal de [Hermann] Göring.[25]
Hayek añade a Walter Rathenau en nombre de Friedrich Naumann, muchas de cuyas opiniones, indica Hayek, eran similares a las de Rathenau y eran “características de la combinación germana de socialismo de imperialismo” que se convirtió en la ideología predominante en Alemania.
La culminación apropiada de este soi-disant “liberalismo” alemán llegó en 1933. Para entonces el llamado partido “liberal” había asumido, muy apropiadamente, el nombre de Staatspartei, el Partido del Estado. Los “liberales” en el Reichstag habían reducido su número a cinco. Cuando Adolf Hitler propuso la Ley Habilitante, en marzo de 1933, que entregaba el control total sobre la sociedad alemana a los nazis, los “liberales” del Partido del Estado votaron a favor de la ley. Los únicos miembros de este último Reichstag casi independiente en tener el honor de votar en contra de la Ley Habilitante fueron los socialdemócratas. Los liberales reales debían desear sinceramente que hubiera sido de otra manera. Entre los “liberales” que votaron a favor de la apropiación nazi estaba Theodor Heuss, luego primer Presidente de la República Federal y primer líder del Partido Democrático Libre.
Fue solo después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial cuando renació en Alemania algo que se parecía a un liberalismo genuino, inspirado en parte por los austriacos Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, que habían conservado la herencia liberal del siglo XIX para el XX.[26]
El artículo original se encuentra aquí.
  [1] Ver Ralph Raico, “Prolegomena to a History of Liberalism”, Journal des Economistes et des Etudes Humaines, vol. 3, nº. 2 y 3, pp. 259–272.
[2] Anthony de Jasay, Choice, Contract, Consent: A Restatement of Liberalism (Londres: Institute of Economic Affairs, 1991), p. 119.
[3] Ralph Raico, “The Theory of Economic Development and the ‘European Miracle’”, en Peter J. Boettke, ed., The Collapse of Development Planning (Nueva York: New York University Press, 1994).
[4] John Plamenatz, Man and Society (Londres: Longman, 1963), 2 vols.
[5] Benjamin Constant, Political Writings, Biancamaria Fontana, ed. (Cambridge:Cambridge University Press, 1988). Sobre la importancia de Constant en la historia del liberalismo, ver Philippe Nemo, Histoire des idées politiques aux temps modernes et contemporains (París: Quadrige/PUF, 2002), pp. 620–669.
[6] Murray N. Rothbard, An Austrian Perspective on the History of Economic Thought, vol. 1, Economic Thought Before Adam Smith (Aldershot, Eng.: Edward Elgar, 1995), pp. 97-133; Alejandro A. Chafuen, Faith and Liberty: The Economic Thought of the Late Scholastics (Lexington Books: Lanham, Md, 2003).
[7] Oswald Spengler, Preussentum und Sozialismus (Munich: C. H. Beck [1919] 1921), p. 33.
[8] Paul Kennedy, The Rise of the Anglo-German Antagonism, 1860–1914 (Londres: Allen and Unwin, 1980), p. 152.
[9] Citado en Ralph Raico, Die Partei der Freiheit: Studien zur Geschichte desdeutschen Liberalism, (The Party of Freedom: Studies in the History of German Liberalism) tr. Jörg Guido Hülsmann (Stuttgart: Lucius and Lucius, 1999), p. 29.
[10] Ver Raico, Die Partei der Freiheit, p. 15.
[11] Leonard Krieger, The German Idea of Freedom: The History of a Political Tradition (Chicago: University of Chicago Press, 1972).
[12] Raico Die Partei der Freiheit, pp. 19–20.
[13] Kurt Kloocke, Benjamin Constant. Une biographie intellectuelle (Ginebra: Droz, 1984), p. 58.
[14] Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 23-25 y la literatura allí citada.
[15] Sobre Prince-Smith y sus seguidores, ver  Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 49–86, passim; también ídem, “John Prince Smith and the German Free-Trade Movement“, en Walter Block y Liewellyn H. Rockwell, Jr., eds., Man, Economy, and Liberty:Essays in Honor of Murray N. Rothbard (Auburn, Ala: Ludwig von Mises Institute), pp. 341–351.
[16] Ver al sitio web del Instituto Molinari, ubicado en Bruselas: http://ift.tt/1ksyT9T.
[17] Ver, por ejemplo,  Murray N. Rothbard, Power and Market: Government and the Economy(Menlo Park, Cal.,: Institute for Humane Studies, 1970; y Hans­-Hermann Hoppe, Democracy: The God that Failed. The Economics and Politics of Monarchy, Democracy, and Natural Order (New Brunswick, N. J.: Transaction Publishers, 2001).
[18] Ver Volker Hentschel, Die deutschen Freihdndler und der volkswirtschafiliche Kongress, 1859–1885 (Stuttgart: Klett, 1975).
[19] Ludwig von Mises, Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total War (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1944), pp. 19-45.
[20] Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 77-86.
[21] Victor Leontovitch, Geschichte des Liberalismus in Russland (Frankfurt/Main: Klostermann, 1957), p. 142.
[22] Wolfgang Mommsen, Der europäische Imperialismus: Aufsätze und Abhandlungen (Göttingen: Vandenhoeck and Ruprecht, 1979), p. 167-168.
[23] Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 87-151 y passim; también Raico, “Eugen Richter and Late German Manchester Liberalism: A Reevalution“, Review of Austrian Economics, vol. 4, (1990), pp. 3-25.
[24] Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 153-179.
[25] F.A. Hayek, Camino de servidumbre (Madrid: Alianza Editorial, 2005), pp. 215-216).
[26] Ver el revelador comentario de Erich Streissler, en ídem, Wie Liberal waren dieBegründer der österreichischen Schule der Nationalökonomie? (Viena: Carl Menger Institute, 1987), p. 24: “A través de Menger, su escuela se convirtió en recipiente del liberalismo económico, en un momento en que en otros países corría una suerte desafortunada. Esta escuela asumió lo que entonces era una ‘causa perdida’ y protegió al liberalismo en su momento de mayor decadencia, especialmente en el periodo de entreguerras”.
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kiro-anarka · 4 years
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Con la semblanza que le dedicara Eric Hobsbawm a Francisco Sabaté en su celebrado ensayo Bandidos, el legendario resistente antifranquista entraba en el panteón del bandolerismo social, un fenómeno universal basado en el mito del buen ladrón y en el que se agrupan experiencias tan diversas como las de los cangaceiros de Brasil, los dacoits de India, los forajidos del lejano Oeste americano o los expropiadores anarquistas ibéricos. Fue Sabaté quien en 1957, cuando ya era considerado el enemigo público número uno de la dictadura franquista, ejercería una influencia decisiva en la vida de Lucio Urtubia, el albañil navarro que años más tarde desafiaría al mayor banco del mundo, el First National City Bank, al falsificar miles de cheques de viaje de esa entidad. Bandido sin ánimo de lucro, rara avis de la militancia política y enemigo de las armas, este Robin Hood moderno dedicó su vida a luchar contra las dictaduras y el sistema capitalista. Personaje hobsbawmniano hasta la médula, Urtubia murió el pasado 18 de julio, el mismo día en que falleció Juan Marsé, el escritor que recreó las desventuras de todos aquellos sabatés que pululaban, como espectros de la derrota, en la Barcelona de la posguerra. Pero Lucio, a diferencia de ellos, casi siempre le ganó la partida al establishment.
Lucio no descansaba nunca. La revolución le demandaba noches en vela pero el trabajo de día era fundamental para pasar desapercibido ante la policía
Es precisamente ese detalle –haberse salido con la suya pese a enfrentarse a poderosos  gobiernos, banqueros jueces y policías– el que otorga a Lucio un halo especial que lo despoja de toda la épica asociada a los héroes populares con final abrupto y lo convierte en un antihéroe singular y cercano. Si repasamos la trayectoria de los personajes de ese Sherwood insurrecto que exploraron Hobsbawm y otros historiadores sociales, nos encontraremos en la mayoría de los casos con finales trágicos y, en ocasiones, truculentos. El propio Quico Sabaté, a quien Hobsbawm encuadra en el “cuasi bandidismo” de los expropiadores, murió acribillado en las calles de Sant Celoni en enero de 1960 después de haber escapado a un gigantesco cerco policial en el Pirineo oriental. No hay casi registros de algún Robin de los Bosques que haya muerto en la cama. De finales agónicos, sin embargo, los ejemplos abundan. Ahí están los casos del bandolero andaluz Diego Corriente, el francés Gaspard de Besse, o el más fiero de los bandidos de los Cárpatos de finales del siglo XVII, Juraj Jánošík.
A Lucio, albañil de profesión, lo acompañó casi siempre la fortuna y un peculiar talento para atraerse hasta a sus potenciales adversarios. “Lucio representa todo lo que yo hubiera querido ser”, confesó el magistrado francés Louis Joinet, quien con el tiempo llegaría a ser consejero de cinco primeros ministros de François Mitterrand e invitaría al expropiador a cenar en el Palacio del Elíseo. En el prólogo de una de las autobiografías de Lucio, La revolución por el tejado (Txalaparta), Francisco Rodríguez de Lecea (traductor de una biografía francesa de   Urtubia) relaciona las palabras del juez con el deseo de libertad, entendida esta como la autogestión de la propia vida. Una libertad interior, eso sí, en riesgo continuo para un hombre que atracó bancos, falsificó cheques y pasaportes, pisó la cárcel y vivió, al menos, dos vidas paralelas: la del albañil laborioso y la del militante clandestino. Una vida barojiana, en palabras de Rodríguez de Lecea, plena de aventuras.
Lucio Urtubia (Cascante, 1931) llegó a París a mediados de los años cincuenta con un profundo sentimiento antifranquista pero sin una definición ideológica clara. Se pensaba comunista hasta que se topó con varios obreros anarquistas que le vieron en el ADN el sello rojinegro. Y no se confundieron. Lucio no tardó en afiliarse a las Juventudes Libertarias, la única organización política a la que estuvo adscrito en toda su vida. Pese a moverse en su misma órbita, nunca pidió el carné en la CNT. Un día de 1957 recaló en su domicilio parisino Quico Sabaté, convertido ya entonces en una leyenda viva de la resistencia libertaria. El hombre más buscado por la Brigada Político-Social se quedaría varios meses refugiado en el pequeño piso de Urtubia en Clichy. “Nano, lo que hace falta es gente que pase a la acción”, le solía decir Sabaté a un inexperto Lucio mientras preparaba la cena. La vida de Urtubia, desde entonces, sería pura acción. El guerrillero de L’Hospitalet tenía asuntos pendientes con la justicia francesa y negoció una entrega temporal a condición de no ser extraditado a España, donde le aguardaba el garrote vil. Su abogado era el veterano Henry Torrès, que ya había defendido 30 años antes a Durruti y sus compañeros por el intento de asesinato de Alfonso XIII en París. Lucio asiste perplejo al encuentro con Torrès y se siente protagonista de la historia. Aprenderá ahí la importancia de rodearse de buenos abogados y en el futuro le defenderá Roland Dumas, que llegaría a ser ministro socialista de Asuntos Exteriores a mediados de los ochenta. Antes de partir, Sabaté le deja a recaudo su objeto más preciado, una ametralladora Thompson (por si los franceses no cumplen su parte del trato y es necesario llevar a cabo una acción relámpago para rescatarlo).
Bajo el influjo del Quico, Lucio no tardaría en realizar sus primeras expropiaciones. Lo más importante, según su mentor, era no perder los nervios en los primeros segundos. Pero Sabaté era un hombre de hierro, fogueado en mil batallas. Y al solador de pueblo las armas le quemaban en las manos. Muchos años más tarde no tendría reparos en confesar que se orinaba en los pantalones en cada atraco. Su temor era que alguien muriera. Empuñar una ametralladora no era lo suyo. Desde los tiempos de Los Errantes (el grupo de Durruti, Ascaso y compañía que llevó el palo revolucionario a tierras latinoamericanas con éxito dispar), los expropiadores anarquistas se expusieron siempre al enfrentamiento armado, matando y muriendo en el intento. Lucio estaba dispuesto a pasar a la acción y a reivindicar la expropiación como método de lucha contra el sistema.  Participó en varios atracos para financiar la causa antifranquista, pero un día cayó en la cuenta de que podía ser más útil con otro tipo de armas: una imprenta y su inagotable imaginación para planear falsificaciones. No fue el primer libertario al que se le ocurrió la idea de desestabilizar al sistema con tinta y paciencia. A finales del siglo XIX, Tomás González Morago –quien pasa por ser uno de los primeros anarquistas ibéricos (promotor de la visita evangélica del revolucionario italiano Giuseppe Fanelli a territorio español en 1868)– también se valió entonces de su trabajo de grabador en la Casa de la Moneda para falsificar billetes. Si el atraco debía entenderse, en palabras de Sabaté, como una suerte de representación teatral, la falsificación suponía la sublimación del robo como una de las bellas artes. Imprimir dólares, para Lucio, era un juego de niños, una tarea sin demasiada dificultad para un equipo de profesionales como el que llegó a conformar. Ni el propio Lucio supo explicar nunca cómo afloraban las ideas a su mente, de qué manera alguien sin muchos estudios, “un muerto de hambre”, como solía presentarse ante jueces y abogados, pudo pergeñar esos planes subversivos a gran escala.
Dólares para el Che
¿Inundar el mundo de billetes verdes para devaluar el dólar y dañar así la economía estadounidense? ¡Qué idea alocada!, piensa Ernesto Guevara cuando el albañil navarro se la cuenta en el aeropuerto de Orly en 1962. Lucio se sentía atraído en los primeros años sesenta por la joven revolución cubana e imaginó una gigantesca imprenta clandestina entre manglares y palmas reales. Había conseguido la entrevista con el comandante por mediación de la embajadora cubana. Le entregó algunos billetes de muestra pero el Che no se mostró muy receptivo y Lucio salió de la reunión decepcionado con el guerrillero. Poco tiempo después, los cubanos le transmitieron su rechazo oficial a la propuesta. Urtubia no se desanimó. Siguió a lo suyo. En el tumultuoso París de los años sesenta no le fue difícil encontrar colaboradores comprometidos con la causa antifranquista. Poco a poco fue rodeándose de un selecto grupo de expertos impresores y acondicionando los talleres con materiales prestados de las obras en las que trabajaba. Lucio no descansaba nunca. La revolución le demandaba noches en vela pero el trabajo de día era fundamental para pasar desapercibido ante la policía, la coartada perfecta que mantuvo a lo largo de toda su vida. Los equipos coordinados por Lucio imprimían octavillas y panfletos políticos y falsificaban pasaportes, carnés de identidad y hasta nóminas y cheques de empresa para el cobro de salarios ficticios. El engranaje funcionaba como un reloj y daba cobertura a organizaciones armadas de varios países europeos y sudamericanos (miembros de la resistencia antifranquista, las Brigadas Rojas, Acción Directa, Tupamaros, Montoneros…). Todos tenían en sus papeles la marca de agua del anarquista navarro. Lucio se jactaba de su poder: “Nosotros suplantábamos al Estado”. Pero nunca olvidaba sus orígenes: “Mi suerte fue nacer pobre, porque no tuve que hacer ningún esfuerzo para perderle el respeto a los poderes, al Estado, la Iglesia...”.
Nunca olvidaba sus orígenes: “Mi suerte fue nacer pobre, porque no tuve que hacer ningún esfuerzo para perderle el respeto a los poderes, al Estado, la Iglesia...”
La justicia francesa le involucró en 1974 en el secuestro del director del Banco Bilbao en París, Ángel Baltasar Suárez, obra del GARI (Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista) en respuesta a la ejecución en España del joven anarquista Salvador Puig Antich. Lucio y su mujer, Anne Garnier (una izquierdista de familia burguesa a quien había conocido en el mayo del 68 francés), fueron detenidos por su presunta participación en el secuestro, que se saldó con la liberación de Suárez y la detención de parte de los activistas. Lucio y Anne siempre negaron cualquier responsabilidad en los hechos. Quedaron en libertad y fueron juzgados en 1981, cuando ya se había promulgado una ley de amnistía en España y en Francia no querían saber nada de las cuentas pendientes del franquismo. Ambos fueron absueltos. Al albañil de Cascante le volvía a sonreír la suerte.
El gran golpe
La idea de falsificar dólares siempre rondaba por la cabeza de Lucio, pero la condena de 20 años que conllevaba le disuadió de seguir por ese camino. Alguien le sugirió entonces que orientara su vena artística hacia los cheques de viaje, mucho menos lesivos en términos penitenciarios: solo cinco años a la sombra en caso de que se descubriera el entuerto. A finales de los años setenta, Lucio, que para entonces ya contaba con clientes en medio mundo, se dispuso a dar el golpe de su vida, una expropiación mayúscula, planetaria, en la que llegarían a participar 30 equipos distribuidos en varios países: la falsificación de cheques de viajes del First National City Bank (Citibank). Cuando las planchas de impresión estuvieron preparadas, y tras muchos ensayos previos, Lucio encargó la compra de talonarios bajo identidades falsas para poder duplicarlos en su taller. Llegaría a imprimir 8.000 hojas de 25 cheques cada una: unos 20 millones de dólares. Los equipos comenzaron a actuar. Formados por parejas y perfectamente compenetrados entre sí, entregaron los travellers checks en sucursales bancarias de varias ciudades europeas a cambio de dólares. El mismo día y a la misma hora. Los beneficios se dividían en tres partes: una para el grupo ejecutor, otra para la causa (compra de material, etc.) y una última parte para las familias de los presos y el pago de  abogados. “Es un honor robarle a un banco”, piensa Lucio en voz alta.
El Citibank descubrió el fraude demasiado tarde. Había perdido millones de dólares y buena parte de su credibilidad ante sus clientes. Necesitaba frenar la sangría. La policía francesa se esmeró y poco a poco fue tirando del hilo hasta que dio con Lucio, atrapado en una treta urdida por un confidente. Lo detuvieron en julio de 1980 con un maletín lleno de cheques en el café Les Deux Magots de París. Un supuesto comprador le había ofrecido al albañil la compra de cheques al por mayor por el 30% de su valor. Una venta millonaria que eliminaba riesgos innecesarios. Lucio cayó en la trampa. Al ser detenido, negó todas las acusaciones.
Las planchas de impresión no aparecían por ningún lado. Y los cheques falsos seguían intercambiándose. Cuando se celebró el juicio, Lucio logró a través de su abogado que el influyente magistrado Joinet mediara con los directivos del banco para que se alcanzara un acuerdo entre las partes. Al Citibank le interesaba cerrar el episodio cuanto antes. Las falsificaciones eran, a juicio de los técnicos del banco, “de excelente calidad”, las mejores detectadas hasta entonces, obra de “un profesional de la imprenta”. A puerta cerrada se produjo una de las escenas que en más ocasiones relatara Lucio: la surrealista negociación con el equipo jurídico del Citibank. Tras un primer intercambio de improperios, los abogados de la entidad escucharon asombrados las exigencias del expropiador. A cambio de la entrega de las planchas, las películas y los cheques sobrantes, el falsificador les pedía la retirada de los cargos y una jugosa “indemnización”. Uno de los abogados de Lucio, Thierry Fagart, fue el encargado de realizar el canje en un hotel de los Campos Elíseos. Depositó un bolso con las planchas y los cheques y se llevó a cambio un maletín con varios millones de francos franceses. A Lucio le cayó una pena menor: doce meses de prisión de los que ya había cumplido la mitad. Había pasado pocas noches a la sombra durante su dilatada vida de expropiador. Una minucia comparada con los suplicios que sufrieron muchos de sus compañeros, torturados en cárceles franquistas, fusilados en cualquier tapia, encarcelados durante largos años…
Ni siquiera llegó a tener cuentas pendientes en su tierra, pese a haberse dedicado al contrabando y haber desertado en 1954 cuando cumplía el servicio militar y se descubrió su implicación en el robo de prendas del que, por otra parte, participaban también los oficiales. Aunque nunca lo denunciaron, el joven Lucio no estaba dispuesto a regresar. Había cruzado la frontera con dirección a París, donde vivía una hermana suya. La ciudad  le fascinó desde el primer día. Allí echaría raíces, se casaría y tendría una hija. Retirado de las actividades ilícitas, en los años ochenta impulsó la creación de una cooperativa de la construcción. En 1996 adquirió una vieja casona en el barrio parisino de Belleville y la transformó en un lugar para vivir y socializar: el espacio cultural Louise Michel (en homenaje a la heroína de la Comuna de París). En el frontispicio de la casa puede leerse: “Les temps de cerises (el tiempo de cerezas)”, la emblemática canción de la Comuna.  
En la biografía Lucio, el anarquista irreductible (Ediciones B), Bernard Thomas relata que el albañil ácrata accedió a contarle su vida cuando se enteró de que había escrito con antelación un libro sobre otro expropiador de renombre, Marius Jacob, cabeza visible de los Trabajadores de la Noche, aquellos bandoleros sin pólvora de los albores del siglo XX, arrebatados justicieros que se mataban de risa con sus disfraces de curas y militares. Jacob se suicidaría en 1954. De ese mismo molde transgresor, libertario e irreverente  estaba hecho Lucio Urtubia, el último expropiador.
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latikobe · 5 years
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Las ideas de la libertad: el debate sigue
Portada de “Cómo hablar con un conservador”, de Gloria Alvarez
MIAMI, Estados Unidos. – Gloria Álvarez ha vuelto a la carga. Ha escrito “Cómo hablar con un conservador”. Este volumen es la deriva lógica de otro texto suyo muy exitoso y muy polémico: Cómo hablar con un progre. Su nueva obra lleva dos reclamos bajo el título: “Por qué en lugar de fomentarla el conservadurismo obstruye la libertad en nuestras sociedades” y “Por qué el liberalismo es mucho más efectivo que el conservadurismo para aniquilar el marxismo cultural”.  Obviamente, Gloria le concede a la palabra “liberalismo” el sentido que se le da en Europa y América Latina. En Estados Unidos “liberalismo” es algo afín a la socialdemocracia, al menos en lo que al gasto público se refiere.
Por una punta, los progres, los socialistas y (especialmente) los comunistas, se sintieron justamente aludidos e increparon a Gloria: “¿es que sólo la izquierda comete errores?”. “¿Cómo es posible provenir de una nación como la guatemalteca, con un 65% de pobres, y predicar las virtudes del mercado y del gobierno mínimo?”. Gloria les responde inteligentemente. Pero, por la otra punta, la derecha conservadora también la atacó. Gloria es militantemente atea y los creyentes suelen ser intolerantes con quienes no adoran “al dios verdadero”, que es, claro, el suyo. Gloria es feminista a la manera liberal, es decir, sin disfraces de falsa moralina. Es ecologista, al extremo de lanzar en su país en el 2012 una organización dedicada a la reforestación.
Gloria es, por encima de todo, un espíritu libre. Cree en la despenalización de la prostitución y del consumo de drogas. Las personas pueden hacer con sus cuerpos lo que deseen, porque ése es el terreno más urgente de la libertad. Incluso, tienen el derecho a cometer errores como fumar marihuana, aspirar cocaína por las fosas nasales, inyectarse heroína o untarse sustancias en los genitales que aumenten el placer sexual. No le corresponde al conjunto de la sociedad, y mucho menos al Estado, dictar cómo debe ser la conducta en la cama. Lo que dos adultos, o más, hagan en la intimidad de una alcoba sólo es un asunto de ellos.
A una fiesta de “orgullo gay” Gloria asistió con una camiseta con una leyenda “heterosexual” a darles apoyo a los manifestantes. No hay que ser gay para sentirse solidario con la causa de los gays. Gloria no los propone, y mucho menos los recomienda, pero sabe que la libertad incluye comportamientos y actitudes variados. La libertad, incluso, abarca el derecho a morir dignamente. Como dejó escrito un suicida español: “vivir es un derecho, no un deber”.
Como advierten los trillados comunicadores, las ideas de Gloria suelen provocar dos actitudes contradictorias. La mala, es que a todo eso suele oponerse el más rancio conservadurismo. La buena, es que el liberalismo ha ido paulatinamente derrotando las ideologías que lo adversaron desde que fue parido en la atmósfera de la Ilustración en los siglos XVII y XVIII. Los conservadores, los marxistas, los colectivistas de todo pelaje, incluso los creyentes, aunque no lo reconozcan, han tenido que incorporar ideas y creencias liberales ante la evidencia racional innegable.
¿Por qué, entonces la resistencia a las ideas de la libertad? A mi juicio, porque surgen de la particular naturaleza sicológica de ciertas personas. Gloria es un espíritu libre porque tiene confianza en sí misma. Su ideología surge de su estructura sicológica y no al revés. Gloria no le teme a la vida. No obstante, hay innumerables personas que están llenas de pánicos y prefieren sentirse protegidas por una entidad superior. Ésta es la gente devota de los gobiernos fuertes, de los partidos únicos o de los caudillos. Por eso los liberales, los libertarios, los anarco-capitalistas son una minoría. Una formidable minoría que ha impregnado al resto de las formaciones ideológicas, pero sigue siendo el comportamiento de los emprendedores y de los espíritus libres y sin miedo.
Eso me hace pensar que es muy probable que “Cómo hablar con un conservador” tenga éxito en penetración y en ventas, como lo tuvo “Cómo hablar con un progre”, pero difícilmente logre convencer a quienes sustentan una visión conservadora de los seres humanos. Es posible cambiar de ideas, como se demuestra con mil ejemplos válidos que van desde Octavio Paz a Mario Vargas Llosa, pero mucho más difícil es renunciar a la estructura psicológica y a la autopercepción. En todo caso, el debate sigue y es muy positivo que Gloria Álvarez sea la abanderada de las virtudes de las ideas de la libertad. Es excelente.
Las ideas de la libertad: el debate sigue
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