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EL NEOFUTURISMO YA ESTÁ AQUÍ (OTRA VEZ) ARTE FEO QUÉ RICO EN ARTWEEK 2.0
Por Verana Codina
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Váya que nadie estaba preparadx para el segundo round de la temporada más love/hate de todas: la semana del arte en CDMX. Tras un pequeño contratiempo, la feria de arte Material pospuso su fecha de apertura —originalmente agendada en febrero junto con Zona Maco— para finales del mes de abril. Con un cambio de sede, pasaron de un edificio como el Frontón México en la colonia Tabacalera, a una antigua fábrica de textiles ubicada en la Atlampa. Si nos ponemos simplistas, podemos decir que se movieron de un edificio bello e ilustre, a uno ‘feo’ y roto; de una zona céntrica y bonita, a una remota y ‘abandonada’ —o al menos esa era la perspectiva de muchos de los visitantes acostumbrados a la centralización de una ciudad que empieza en la Condesa y termina en la Roma—.
Cuando pongo entre comillas feo —en el caso del arte— o abandonada —en el caso de la colonia— lo hago porque me ayudan a acentuarlas como categorías estéticas que hemos tomado y hemos doblado para que desde la definición original se enfatice su significado aunque como algo favorable. Creo que ya superamos —por lo menos por ahora— la belleza como valor exclusivo del buen gusto, dando paso cada vez más a la posibilidad de lo ‘feo’ o lo raro, lo no conocido. Venimos atravesando un momento cúspide en el que pareciera que las categorías rígidas e inamovibles desaparecen para dar lugar a lo inter, multi, trans, queer, no binario.
Algunos de los motivos, temas o materialidades presentes en parte de la obra expuesta tanto adentro como en exposiciones fuera de la feria comparten una obsesión y deseo por la posibilidad de un mundo donde converge lo múltiple. Desde un burro-coche que sirve pulque, pasando por una Alexandra Drewchin aka Eartheater más cercana a los aliens que a los humanos, continuando con los cuerpos distorsionados, largos, contorsionados en las pinturas de Samuel Guerrero, a la par de las corporalidades artificialmente creadas de Julio Aquino, siguiendo con los óleos chorreantes de libido de Brittany Shepherd y terminando con el universo de imágenes y materiales viscerales del dúo ASMA.
En un momento del fin de semana, mientras veíamos una pintura de la artista argentina Sofía Berakha donde aparece la figura de un Volvo, le dije a un coleccionista: ‘hoy todos están obsesionados con los coches’. Para quienes hayan visto en el cine Titane, la última película de la directora francesa Julia Ducournau, sabrán de lo que estoy hablando. El neofuturismo ya está aquí y no podemos escaparlo.
Este movimiento utópico surge a finales del siglo xx, primero en la arquitectura y pronto se mueve al diseño y al arte. Como su nombre lo indica, toma ciertos valores fundamentales del futurismo, un movimiento de vanguardia que buscó exaltar el mundo contemporáneo, glorificar la urbanidad, las máquinas, la velocidad y la guerra. A la vuelta del nuevo milenio, el neofuturismo, influenciado por la cibercultura, abrazó las posibilidades que abrieron la realidad virtual y la hiperconectividad. Esta interacción entre el humano y la tecnología, presente en nuevas corrientes y formatos como el ciberfeminismo, el bioarte, el arte digital, el net art, ayudó a configurar la estética posthumana cuyo fin es descentrar la especie, ubicándola entre cualquier otra forma de vida, para crear una armonía futura, especialmente en relación con los demás, con la naturaleza y lo que forma parte de ella.  
Lo no categorizable, lo natural y lo artificial, lo que es y no es biológicamente humano, lo cyborg, son condiciones de un futuro imaginado abierto a la posibilidad de fusión entre agentes y especies. En el caso de las más recientes pinturas de ASMA, ubicadas en el booth de Peana, se utilizan materiales industriales para crear paisajes psicoafectivos donde habitan todo tipo de objetos, plantas y elementos cuya organicidad solo se ve interrumpida por el uso de un material industrial como el silicón que genera una sensación más parecida a la que produce el body horror en el cine, un guácala qué rico.
Y si de escenarios alternos se trata, no podría dejar de mencionar Tartán, la exposición individual de la ya mencionada Sofía Berahka en la galería Lodos. Al recorrerla encontramos pinturas, donde se hace obvio su interés por la moda, las cuales mezclan patrones a rayas, cuadrículas y materiales como cadenas que envuelven el lienzo. Lo que se muestra en ellas sugiere la experiencia interna de la artista al transitar la ciudad, que a su vez la compara con la experiencia misma de pintar. Acompañadas de un texto, la artista reconstruye el recorrido por una urbe en la cual las formas que dan vida a edificios se transforman en pedazos de tela, perdiendo la distinción entre una ventana y un pantalón a cuadros.
Magdalena Petroni, presente entre los artistas de la exposición colectiva que inauguró la nueva galería General Expenses, también utiliza cadenas, ropa, retazos de tela y otros materiales como autopartes, latas, y exceso de pintura enchastrada para construir sus inquietantes esculturas. Mórbidas y perversas, convierten sus formas en insectos ciberpunk habitantes de la ciudad que desconciertan los sentidos.  
Hibridaciones como las de Maggie no paran ahí. Samuel Guerrero por su lado, con una habilidad técnica ejemplar, crea pinturas donde aparecen corporalidades que contorsionadas pierden el sentido de perspectiva para ganar misterio y curiosidad por lo desconocido. Sus extrañas figuras son quimeras maquínicas: cabeza humana, cuerpo de automóvil y cola de árbol, interrumpidas por un constante uso de motivos pertenecientes al imaginario actual que te devuelven a la realidad, haciendo de sus mundos un uncanny valley sin salida.
Si continuamos por el oscuro sendero de lo uncanny, encontramos las perturbantes artificiallygeneratedimages de Julio Aquino en la más reciente exposición de Relaciones Públicas. Las imágenes provienen originalmente de una cuenta de instagram con un usuario bajo el mismo nombre, conformado por un archivo de obra técnicamente creada por una inteligencia artificial. Para la muestra, las piezas salen de la digitalidad y son expuestas como pinturas de pequeño formato que recuerdan al delirante trabajo de Francis Bacon.
El recorrido aquí trazado muestra un imaginario en común que busca la inclusión de lo feo —lo deforme, lo desagradable, lo inquietante, lo otro— en circuitos, en este caso galerías, espacios de exhibición o una feria de arte, donde antes no se veía. Cuando digo arte feo qué rico doy cuenta de un panorama que ha sido alcanzado por lo que anteriormente desagradaba, y lo convierte —sin bajar la guardia porque cuando un lenguaje se reproduce tanto como para ser percibido dentro de lo que es considerado ‘normal’ puede comenzar a perder fuerza— en una victoria para los procesos de transformación y transmutación no solo de los cuerpos, sino también de la mente.
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