FOUCAULT
White Usagui
25 de junio del 2042. Cerros de Valparaíso, Chile.
Por normativa regional, está completamente prohibido el acceso vehicular al casco antiguo; sobre todo a las calles adoquinadas que rodean el cementerio transitorio número uno. Fue por eso por lo que Erick Flores, joven de 24 años con más motivación que sentido común, tuvo que bajarse del bus en el centro y sobrevivir a una escalera de 342 peldaños con un ángulo absurdamente agresivo, tanto así que sintió vértigo al detenerse a medio camino, descansar, e inclinar su espalda hacia atrás.
Llegar arriba fue como viajar 200 años al pasado. Los sonidos del tráfico desaparecían bajo el eco de las herraduras en los dos caballos negros, altos, y elegantes que tiraban un carruaje carmín y de cortinas ocres. El muro al otro lado de la calle sostenía una valla de hierro negro que superaba los cuatro metros. Las picas sulfatadas en las puntas se mezclaban entre las ramas de los plátanos orientales florecidos, proyectando sombras distorsionadas sobre la calle que hicieron volar la imaginación de Erick, parecían siluetas humanas danzantes y tomadas de las manos; estaba seguro de que había visto una pintura muy similar tiempo atrás.
Erick Cruzó la calle detrás del carruaje a trote rápido —costumbre de una vida acelerada—, y caminó por la vereda hacia la entrada principal. Deslizó los dedos de la derecha sobre los barrotes de la valla, mirando los altos, bonitos, variopintos, y extravagantes mausoleos del cementerio. La mayoría eran tan antiguos como la ciudad misma, construidos por las familias mejor acomodadas. Eran tantos que formaban un laberinto de torres, cruces, gárgolas y campanas.
— ¡Señor Erick! —una mujer gritó unos metros por delante.
La frase atravesó su corazón como una flecha. Sabía que era inevitable, pero rechazaba el agridulce momento de cruzar la línea hacia la adultez total.
Erick respondió el saludo con un ademán tímido y una sonrisa de medio labio. Acortar la distancia entre ambos fue tan incomodo que se volvió una eternidad, pero juntaría valor suficiente como para plantarse ante ella y ofrecer la derecha.
— Gracias por aceptarme, de verdad —dijo él, asintiendo.
— No, gracias a ti por unirte a nuestro equipo de trabajo. No es usual ver a alguien tan calificado por estos lugares —aseguró ella, estrechando la mano ajena y sacudiendo con fuerza un par de veces— Me llamo Julia, por cierto.
— Mucho gusto, Julia.
Se soltaron, y caminaron lado a lado hacia la entrada. Pasaron bajo el gigantesco arco romano donde se instaló un punto de control y una boletería. Había muchos visitantes, tanto saliendo como entrando.
— Bienvenido al Cementerio transitorio número uno —dijeron al unísono las dos jóvenes apostadas al costado del torniquete.
Erick había visto documentales, escuchado podcasts, analizado fotografías y estudiado libros, pero vivirlo en carne propia no tenía comparación. No supo que decir al ver las siluetas holográficas que se paseaban por los caminos y jardines del cementerio. Entidades en una paleta de azules traslucidos y con trajes de todas las épocas; aunque el estilo de a finales del siglo XVIII dominaba.
— Yo reaccioné de la misma manera mi primera vez —Julia tomó la iniciativa, pasó la derecha bajo uno de los brazos ajenos y le tironeó para caminar.
— ¿Son algoritmos?
— Un poco más avanzado que eso. Realizamos un escaneo progresivo del cerebro y creamos una réplica digital en nuestros servidores. Los Hologramas, programados para aparecer en sincronía a sus familiares, reconocen rostros y pueden reproducir ciertos aspectos de la personalidad original.
— ¿De allí viene lo transitorio? —Erick miraba como las familias, mezcla de hologramas y vivos, charlaban o hacían picnic en los jardines.
— Kinda —aseguró ella, ladeando la cabeza hacia ambos lados.
— Se llama así porque ya no hay espacio para enterrar fiambres —una tercera voz interrumpió. Era un hombre bajo, ancho, macizo, ceño permanentemente fruncido, y de bigote abundante que cubría su labio superior.
— ¿Fiambres? —preguntó Erick
— Muertos —respondió Julia—. Te presento a don Eustaquio, el jefe.
Don Eustaquio extendió la derecha hacia el joven. El olor a descomposición impregnado en él era fuerte, muy fuerte. Erick respondió con una sonrisa falsa.
— ¿Eres el nuevo? Llegas justo a tiempo, necesitamos algo de apoyo en las fosas. Te acompañaré a los casilleros. Julia, puedes volver a tus funciones.
Julia liberó a Erick, se puso firme e hizo una venia militar antes de irse trotando.
— Muchas gracias por recibirme, don Eus…
— No hace falta, no muchos vienen a trabajar acá —interrumpió el jefe.
Y ambos comenzaron a caminar hacia el centro del cementerio. El espectáculo de los hologramas y las familias mantuvo a Erick maravillado en todo momento.
— Entonces, ¿a qué se refiere con transitorios?
— Te lo dije. A la gente le importan tres hectáreas de pito enterrar a la gente —Don Eustaquio se rascó el trasero y se acomodó la ropa interior—. Nosotros recibimos los cuerpos, simulamos el sepelio y luego los mandamos a la fosa.
— ¿Una fosa común?, ¿cómo un almacén subterráneo?
Fue allí donde la radio análoga de Don Eustaquio comenzó a sonar, era la voz de un hombre con acento español.
— Jefe, se nos atascó la nueve —se escuchó por la radio.
— ¿Radios antiguas? —preguntó Erick, centrado en los movimientos de su jefe.
— Los implantes que teníamos son fáciles de intervenir. Los niños se metían a los canales de comunicación y filtraban nuestras charlas, así que decidimos usar estos. Dan cringe, según ellos; eso los repele.
Don Eustaquio alzó la radio y presionó el botón.
— Ya te dije. Cierras, desconectas, conectas, repites. No es tan difícil.
— Lo intente jefe, de verdad que no funciona —se escuchó por la radio, de fondo también se podían oír metal rechinando y despiches de vapor.
— Voy en camino, aguanten.
Pese a la urgencia, el jefe se dio el tiempo de acompañar a Erick hasta los camarines. Esperó a que se pusiera el traje de seguridad, para acompañarlo hasta las dependencias. La escalera de mantenimiento estaba oculta dentro de un mausoleo. Tener que hacerle frente a otra escalera mermó su motivación.
Tuvieron que realizar un chequeo biométrico frente a la puerta de seguridad. Erick ya había sido registrado el día antes, así que solo tuvo que dejarse escanear para conseguir acceso. Así cruzó hacia un puente elevado de rejilla que bordeaba un gigantesco galpón subterráneo. La zona estaba parcelada de tal manera que pudieron conectar enormes máquinas bajo cada mausoleo, cada una con pasarelas a ambos lados para el transito de personal y repuestos.
Erick sintió como el miedo se abría paso, pero la sensación fue interrumpida de golpe por la incontrolable necesidad de vomitar. El olor a putrefacción era demasiado fuerte. El jefe notó las arcadas, lo tomó de un hombro y lo empujó al borde para que pudiese vomitar al vacío.
— Si tienes que vomitar, hazlo de esta forma. O harás que alguien se resbale. Te acostumbrarás pronto al olor.
Erick tardó casi un minuto en recuperarse. Las nauseas y el asco seguían allí, pero ya no le quedaba nada más que vomitar.
— Creo que el olor se mete por los ojos —aseguró Erick, irguiendo el cuerpo e intentando caminar junto al jefe.
— Bienvenido a la fosa. Acá recibimos y procesamos los cuerpos de los enterrados. El procedimiento es simple —Don Eustaquio fue apuntando las partes principales de la maquinaria —. En la superficie se hace la ceremonia, luego bajan la membrana con el cuerpo, hace 10 años que no se usan cajones.
La máquina recibe las cecinas, se les hierve por 10 minutos para eliminar ciertos aceites en el cuerpo, y luego se pasa a la separadora. Es complicado de explicar, pero se podría decir que separa la cabeza del cuerpo. El primero es empaquetado y enviado al laboratorio. El resto es separado en hueso y carne.
— No, no puedo entenderlo —Erick estaba asustado, confundido, enfermo, asqueado.
— La carne es procesada como composta. Los huesos son molidos y usados para generar bio combustible. Aunque de bio solo tiene el nombre.
— ¿Por qué no solo los almacenan?
— Ya te lo dije: a nadie le importa una mierda lo que les suceda. La televisión te dirá que el objetivo es salvar las memorias y la imagen de los difuntos. Las redes sociales, influencers, y visitantes, te dirán que lo hacen para preservar. Pero la realidad, luego de trabajar 20 años en este lugar, es que solo lo hacen para aparentar. Apariencias, de eso se trata todo. La gente rellena sus vacíos emocionales, el gobierno frena el desgaste natural, y las corporaciones se forran en dinero. Es un todos ganan.
Don Eustaquio obligó a caminar a Erick, y este logró recuperar el ritmo a medida que se acostumbraba al olor. Todo le parecía tan irreal, tan fantástico.
Ya junto a la máquina, Erick pudo ver cómo había algunas personas encaramadas entre los pistones y émbolos. Uno de ellos parecía haberse atascado, liberando vapor caliente por las junturas.
— Dude. Mi pregunta es —uno de los trabajadores charlaba mientras quitaba un brazo a medio pulverizar atascado entre los engranajes—. Si nuestros órganos solo son carne expuesta, ¿por qué el ají solo pica en la punta del culo?
— No lo sé. Quizá los intestinos no tienen terminales nerviosas, o quizá tienen una membrana que los protege del ácido —respondió otro hombre con acento español. Este estaba completamente metido en la máquina, apenas si se le veían los pies.
— ¿Ósea que, si me meto en una membrana, podría nadar en ácido?
— Porque no lo intentas, y así dejas de ser un incordio. Pedazo de aweona’o —dijo el español.
— Son como dos niños pequeños —junto a la máquina, sentada de piernas cruzadas sobre unas cajas, había una mujer vestida de monja. El vestido negro y ceñido tenía un corte al costado que dejaba a la vista un ligero. Usaba un pequeño espejo para repasar su maquillaje.
— Personal, les presento a Erick Flores. Trabajará con nosotros; sean buenos con él.
— ¿Y ella? —Erick no pudo ocultar su curiosidad
La mujer se levantó debajo de un pequeño impulso y se acercó al nuevo. Usaba sandalias y cargaba los tacones con una mano.
— Francisca. Parte del equipo de actores. Los familiares nos pagan para hacer más inmersivo su proceso. Hacemos de todo, desde hermanos, hasta de la monja amante del difunto. Hay papeles y clientes para todo.
Erick asintió ante la presentación, y juntos se giraron hacia la máquina cuando esta comenzó a sonar y moverse con normalidad. El español salió de las entrañas y cerró la tapa, estaba cubierto de sangre y grasa.
— Yo… no creo —Erick titubeó. Intimidado por la máquina, dio un par de pasos hacia atrás.
— Eres joven, aún tienes mucho que aprender. Pero si pudiese tomar lo más importante —Don Eustaquio se paró junto a él, escupiendo hacia un lado—, sería que: mantener el cielo azul, los jardines florecidos, y los corazones contentos, requieren sacrificios. No los ves, y por eso asumes que no existen.
— ¿Entonces, estamos haciendo algo bueno? —preguntó Erick.
Todos se acercaron a él, mirando la máquina recibir y procesar cuerpos.
— Muchacho, literal, así es como se ven las entrañas de un mundo pacifico. Así es como se ven los pilares de la felicidad.
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Andrés Muñoz (quien escribe bajo el pseudónimo de White Usagi), es un escritor de ciencia ficción chileno de 33 años que se especializa en la acción, teoría conspirativa, historia, espionaje, conflictos geopolíticos y contracultura. En 2023 se ha dedicado a mandar relatos y escribir reseñas culturales para diferentes revistas de habla hispana mientras termina de preparar la publicación de su primera novela.
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