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#Para que haga un efecto nomás
wachi-delectrico · 11 months
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El otro día estaba aburrido y dibujé una princesa Luna de memoria con los útiles de mi sobrina jsjsjs
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Holaaa! Ya esto va pa mis chikis de insta y asumiendo toda mi responsabilidad como futura profesional de psicología.
No sé como abordar el tema muy bien, así que va lo que salga nomás. El punto es los medicamentos.
Quiero empezar justificandome si jxbdjd con que esta es mi percepción, en base a lo que he visto, leído, escuchado y por sobre todo, vivido 💖
Mi perspectiva o filosofía de vida, es mía y yo no tengo porque llegar e impornerla hacía otras personas o futuros pacientes dentro del área. Además entiendo perfectamente la importancia para lograr cierto "equilibrio" en las personas que lo requieren cuando ya no ven otra alternativa o se ven muy complicadxs. Por su parte, mencionar que trato de ser lo más flexible con estos temas y más cuando se trata de la mejoría del paciente (ya sea superficial o real del alma), además de que yo nunca me he visto en tratamiento psiquiátrico y farmacológico, aunque si recomendado.
Here we go, desde que inicié en el mundo de la espiritualidad y de empezar a afrontar esas trabitas mentales (ansiedad, depresión, baja autoestima, etc), llegó a mí la información de cómo es que los medicamentos más que venir a salvar a las personas o al paciente, finalmente solo apaciguan los verdaderos síntomas.
Los medicamentos o fármacos psiquiátricos, sí te ayudan, pero no es como que te ayuden de verdad, solamente hacen que el síntoma desaparezca. "Oh, me siento ansiosa", se toma un ansiolítico, y se le pasa. Pero lo deja, y vuelve.
La idea no es que la persona vuelva, la idea no es que tengas que pasar por todos los efectos secundarios y que al final estés como muerta viviente, sintiendo equis, porque realmente los fármacos solo te mantienen ahí, ni subes ni bajas, y eso a la larga igual afecta por el hecho de que la vida te da igual. El fármaco es el neutralizante, no es la pastillita que hace que veas todo color rosa, ni que tengas pensamientos positivos/nutritivos, ni hace que tus hábitos sean saludables. La pastilla solo hace que dejes de tenerlo, el trabajo en cambiar todos esos aspectos, lo haces tú: meditando, llendo a terapia psicológica (so sorry psiquiatras), cambiando tus hábitos, haciendo afirmaciones positivas, trabajando en tu autoestima, en tu amor propio, leyendo libros de sanación, buscando información, papers, podcast, vídeos en Youtube, y a la mierda si es que ni siquiera están respaldados, al final es lo que resuena contigo y lo que te hace mejor a ti.
Y claro que da miedo empezar a asumir esa responsabilidad, sentir que no te la puedes, sentir que es mucho para ti, que no tienes el tiempo, autosabotearse, que el miedo a cometer errores y más contigo misme duele el alma, etc. Pero al final es la responsabilidad contigo, tú decides, TÚ ACTÚAS. Y nadie te dice que lo hagas todo de una, el proceso es lento (muy lento) y más cuando buscas la validación externa. "Es que el psicólogo me va a ayudar a hacer esto", "le voy a preguntar al psicólogo qué opina", "es que voy a dejar que el psicólogo me de la tarea". Locooo, el psicólogo es grandioso, es mágico, y uno avanza caleta, y en lo qué más siento yo personalmente que ayuda es en el crear estrategias de cómo afrontar las situaciones, pero siempre y cuando tú tengai la iniciativa de empezar a ver tus propias heridas, la propia raíz de tu ansiedad, de tu depresión, y empiezas a serte sincero a ti mismo, y a preguntarte los miles de porqués y empiezas a responderte tú tus preguntas. Y claro que podí tomar medicamentos en toda esta faceta, como te dije, te neutraliza, si estás muy alterado, con tu amígdala full hinchada y reaccionando por todo, te va ayudar a calmarte, pero para mí, no es la solución definitiva. Y te lo comparto porque siento que es importante tenerlo en cuenta y más cuando tratas de conectarte contigo mismo, cuando ya estai chata de todo el sistema culiao y que todxs te pongan etiquetas QUE SOLO ALIMENTAN AL EGO Y A LA VICTIMIZACIÓN.
Si te quedas solo con el fármaco, este no te va a ayudar. Tus heridas emocionales no van a sanar así mi amor, y te lo digo con dolorcito porque a mí también me encantaría que todo fuera más sencillo xndnkd
Bien dijeron por ahí que el dolor es inevitable y el sufrimiento es opcional, todo depende ti, el resto está solo para acompañar tu camino.
Pd: por nada del mundo estoy invalidando alguna lucha, no es mi propósito ni mi intención. Las emociones, sus trastornos y sintomatologías, son particulares, subjetivas y cada uno encuentra la mejor manera de cómo sobrellevar su estabilidad emocional, y eso no es para nada juzgable. Yo solo te cuento un pedacito de mi perspectiva 💖🥺
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losgalpones · 3 years
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2020, Year of the Model Home, Parte 1
Un pésimo año en casi todos los sentidos pero un gran año musical, o al menos un año donde la música fue más importante que nunca. Va un recorrido caprichoso que sigue el orden en que fueron escuchados los discos durante los meses del fin del mundo.
Gil Scott-Heron, poeta y músico legendario desde inicios de la década de 1970, murió en 2011; su último disco fue publicado en los primeros meses de 2020. Los muertos siguen hablando. En 2010 hacía quince años que Scott-Heron no sacaba un disco y el productor Richard Russell registró su voz rota y sus pianos fantasmales para grabarles encima ruido industrial y trip-hop y hacer I’m New Here, una gran colección de bluses apocalípticos. En 2011 Jamie xx tomó las mismas bases acústicas de Scott-Heron para producir un disco de música electrónica, We’re New Here. Si Russell había tratado al veterano y marginal Scott-Heron como un fantasma todavía relevante, como un profeta que llega de la ciudad del pasado a la de hoy, Jamie xx lo usó como una voz contemporánea, como un viejo que se suma a un mundo nuevo como un joven más, un rebelde. En 2020, Makaya McCraven tomó de vuelta las mismas bases acústicas, el cantar de un hombre que suena también como un rezo, para construir We’re New Again, un disco de jazz festivo y hermoso que en lugar de llevar a Scott-Heron a territorios extranjeros lo devuelve a su mundo sonoro natal, pero no al pasado, sino a la vida contemporánea de los hijos y nietos que todavía sienten en el corazón la música de sus ancestros y que pueden actualizar a Scott-Heron caminando sus mismas calles. Todo puede transformarse, todo puede salvarse, todo puede volver a casa, todo puede ser nuevo de vuelta.
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A veces uno tarda en escuchar discos que sabe que lo esperan necesariamente. Iggy Pop publicó Free en 2019, a tres años del descomunal y rockerísimo Post Pop Depression hecho junto a Joss Homme. Iggy, hoy por hoy, podría hacer un disco con absolutamente quien quisiera. Hace cincuenta años que canta con una voz profunda que parece salir de su cuerpo divino, hermoso y feroz y que en cualquier escenario se detiene a mirar a su público con ojos que vieron tantas cosas que los mortales comunes no pueden imaginar. ¿Quién podría no querer hacer música para que él se arroje encima y la posea por completo volviéndola una manifestación de su ser tan clara como sus arrugas y sus músculos? Desde 2015 Iggy tiene un programa de radio en la BBC donde dedica atención especial a músicas nuevas que él mismo investiga leyendo -según contó en un diálogo con Jarvis Cocker- las reseñas de discos hechas en de The New York Times y The Guardian, escuchando las playlists que arma la radio de la Universidad de Miami y dejándose llevar por Youtube en modo random. Es una imagen hermosa. Iggy, un anciano que guarda más historias que mil bibliotecas, cada mañana, cuando desayuna, trata de saber qué suena de nuevo en el mundo. La necesidad de escuchar música nueva es rara de definir y no pasa siempre, pero ella dice “tiene que haber algo”, como si en alguna parte esperase, incierto pero sin lugar a dudas, un nuevo amor. Iggy, un anciano que literalmente dejaba su sangre en los escenarios y que primero con los Stooges y después con David Bowie, en sus años de juventud, fue la voz de una música completamente nueva, jamás oída, ahora, en sus mañanas en Miami, busca otros sonidos. La pregunta puede ser a qué suena el presente o qué del presente suena en él. En sus investigaciones encontró a Leron Thomas, trompetista y cantante con un pie en el jazz clásico y otro en la canción electrónica (no es difícil imaginar por qué motivos a Iggy le gustó un disco como Cliquish), y a Sarah Lipstate (aka Noveller), guitarrista experimental, y quiso que ellos hicieran las canciones y la música para su nuevo disco. La tapa del trabajo resultante, Free, además de bella es elocuente: Iggy se mete en un océano oscuro que parece calmo en los bordes pero guarda una tormenta y él, solo un hombre, que podría perderse allí tan fácil, ensombrecido por la luz fantasmal, es majestuoso. Este hombre ha cantado en otras ocasiones sobre palabras más inspiradas, pero canta acá como siempre con esa voz abismal que hace hermoso cualquier curso de palabras (“Loves Missing”, por su parte, sería un himno en cualquiera de sus discos). Tomándose tiempo para recordar a los muertos y sus anhelos no cumplidos (leyendo un poema de Lou Reed), tomándose también tiempo de anticipar la muerte (leyendo un poema de Dylan Thomas y leyéndose a sí mismo), busca todavía algo que lo haga vibrar con una fuerza nueva que lo desacomode pero en la que poder mantenerse de pie, vivo. Trompetas distorsionadas que suenan desde lejos y guitarras tensas y extrañas lo llaman a Iggy Pop. En alguna parte hay sonidos que darán ganas de cantar aunque no se conozca bien la canción.
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No es tan extraño llegar sesenta años tarde a un disco tan bueno cuando es el trabajo de un hombre que jamás estuvo interesado en dejar huella. Lee Konitz se formó y maduró en el tiempo de los saxofonistas legendarios del jazz norteamericano de post-guerra, pero a pesar de su genialidad indiscutida no llegó a ser una marca de época, como sí lo fueron, por nombrar a otros que también tocaban el saxo alto, Charlie Parker, Paul Desmond y Ornette Coleman. Parker fue el éxtasis virtuoso del bebop y Desmond la economía perfecta del cool, mientras Konitz, como un hilo sin tensión que unía los dos extremos (respetadísimo por Parker y modelo para Desmond) no era ni lo bastante osado como para encarnar el fuego ni lo bastante estructurado como para parecer de hielo; tampoco le importaba. Cuando Miles Davis finalizó sus años milagrosos como trompetista de Parker y armó el sofisticado noneto que grabó lo que hoy se conoce como Birth of the Cool (la primera de sus numerosas revoluciones musicales), Konitz fue, junto con Gerry Mulligan, uno de los pocos que participó de las tres sesiones grabadas entre 1949 y 1950. Konitz, como Mulligan y Gil Evans, venía de tocar en la orquesta de Claude Thornhill, donde entonces se establecían nuevas integraciones entre la orquestación escrita y la improvisación solista. A pesar de esos antecedentes, puede decirse que nada de la música le importó a Konitz menos que la orquestación, que solo estuvo allí como en un trabajo para el que lo contrataban porque podía tocar sin perturbar y con belleza sobre cualquier música. Parker también podía improvisar sobre cualquier cosa (Charles Mingus ha recordado noches en las que sonaba el teléfono y el saxofonista, del otro lado, le pedía que escuche y ponía un disco de La consagración de la primavera de Igor Stravinsky para tocar encima mostrando un futuro posible), pero una vez que sonaba toda la música se volvía suya: en 1953, por ejemplo, llegó a Washingston con un saxofón barato de plástico para tocar con una orquesta con la que nunca había ensayado y sobre arreglos que no conocía, pero al escuchar hoy la grabación parece que en lugar de seguir a la orquesta Parker la está anticipando. Konitz, al contrario, nunca tocó en busca de ese efecto estelar y logró, incluso al tomar sus solos, pasar desapercibido de una forma que nunca se parece a la irrelevancia. Eso no significa que haya buscado un rol secundario, sino que pensó un nuevo sentido para la música. En sus grabaciones con su maestro, el genial pianista Lennie Tristano (Lennie Tristano y Subconscious-Lee, publicadas en 1955, y Crosscurrents, que en 1972 compilaba grabaciones de fines de los 1940s) o en discos propiamente solistas como el bellísimo Konitz  (1953) o el vivo In Harvard Square (1955), Konitz hace una suerte de ambient, algo que incluso a máximo volumen suena a música de fondo, pero donde si uno, oyente, se detiene, comienza encontrar toda clase de tesoros. No parece que Konitz esté tocando, parece que está viviendo, casi distraído, como quien se entretiene con un pensamiento sin darle demasiada importancia. Parece que en vez de tocar el sonido él está adentro del sonido, como si eso no fuese algo que produce sino el mundo en el que vive y al que uno, oyente, le es dado espiarlo por tres o seis minutos. John Coltrane, poco tiempo después, también provocará una sensación similar, pero en él ese pensamiento desde dentro de la música aspira a una condición trascendental, una plegaria que busca algo más alto, mientras Konitz nomás se deja llevar por reflexiones a las que dedica toda su atención pero sin revelación, sin éxtasis, con calma perfecta pero mundana. Sin embargo Konitz no fue ajeno a las demandas de la música de su época y en 1961 publicó un disco que aspiraba a interesar a quienes entonces se fascinaban con la revolución musical del free jazz de Coleman y con el sonido desencadenado de Coltrane (géneros en lo que Konitz había sido pionero, ya que las primeras grabaciones de free jazz fueron las del quinteto de Tristanto en el que participaba en 1949, “Intuition” y “Disgression”, donde tocaron sin ninguna melodía preestablecida). En Motion Konitz tocó con el bajista Sonny Dallas, quien como él había sido parte de grupos de Thornhill y Tristano, y con Elvin Jones, entonces parte del magistral cuarteto de Coltrane y de quien puede decirse sin miedo a exagerar que fue uno de los mejores bateristas de la historia. Grabaron cinco standars que suenan a ensayos perfectos, improvisaciones puras y completamente desestructuradas, que atienden a la melodía de lejos, tratándola como un camino conocido de forma tal que se lo encuentra siempre sin esfuerzo, y donde puede pasar todo pero nunca hay sobresaltos. Son canciones sin comienzo ni fin, sin líder, sin hitos. Nunca habían tocado juntos, nunca volvieron a hacerlo. Tres hombres se juntaron una mañana y grabaron de forma casual uno de los discos más bellos que jamás escuché. Fue como si no hubiera pasado nada. La carrera de Konitz declinó y las décadas que siguieron las pasó sin armar ninguna banda, tocando en cualquier parte con cualesquiera personas y grabando montones de discos que no le importaron a casi nadie o a unos pocos. A él nunca pareció preocuparle. El 15 de abril, a sus noventa y dos años, cuatro meses después de que comencé a escuchar este disco sin parar, Konitz murió de una neumonía agravada por el padecimiento de Covid-19, la enfermedad que detuvo al mundo. Cada vez que este año necesité una calma perfecta pero viva, que fueron muchas, él estuvo. Hay música secreta, hecha en bordes del espacio y del tiempo donde podría perderse para siempre y sin miedo de perderse para siempre, y que cuando se encuentra, casi por azar, ayuda a vivir en los bordes del espacio y del tiempo donde todo puede perderse para siempre.
PS: Motion fue grabado y mezclado en los inicios de la experimentación con el sonido estéreo, lo mismo que los primeros discos de Coleman. En este caso, en el canal derecho suenan la batería y el bajo y en el izquierdo suena el saxo, y de cada lado también suena, de fondo, lo que está en primer plano en el otro canal, como fantasmas que acompañan.
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No sé si hay alguien que hoy moldee los sonidos de manera más perfecta que Nicolás Jaar, capaz de amplificarlos al máximo sin que nunca saturen (en un acto más parecido a ver con un microscopio que a subir el volumen), como si siempre encontrara las frecuencias exactas para que cada uno se expanda a una escucha total. Sus canciones son hermosas y fascinantes y su voz tímida y oscura es encantadora. La primera vez que escuché Space is Only Noise (2011), el año pasado, su perfección sónica me sorprendió como comparable a la de Donuts de J Dilla. 2020 fue un año productivo para Jaar: publicó un nuevo disco de música electrónica bailable bajo el alias Against All Logic, 2017-2019, y dos discos bajo su nombre, primero Cenizas y después Telas, ambos con espíritu ambient pero atentos a la canción. Mientras su debut, Space is Only Noise hace pensar en un objeto de diseño perfecto llegado del futuro, y mientras Sirenas (2016) es exuberante, casi una obra pop, Cenizas llega como un disco retraído. En ellos se dibuja una suerte de itinerario: 2011 y el nuevo horizonte de posibilidades técnicas; 2016 y la conversión creciente de todos los contenidos mediáticos en discursos políticos; 2020 y la necesidad de refugio ante el caos general. Para escuchar un disco como Cenizas es preciso alejarse del ruido, algo cada vez más difícil en nuestras ciudades, un privilegio. La nueva música de Jaar reivindica ese privilegio, un espacio donde todo suena perfecto y claro y donde no hay ninguna dimensión del sonido que no sea suavemente manipulable, capaz de enriquecerse gracias a una atención mayor. Se puede escuchar mejor. No es un reclamo que suene poderoso en tiempos donde se están quebrando muchos de los pactos que garantizaban cierta paz en las calles, sin embargo cuesta pensar un mundo mejor que este y que no sea uno donde todo se escuche mejor; no más fuerte: más definido, más plástico, más atento.
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La primera vez que escuché el disco de Fiona Apple para este 2020, Fetch the Bolt Cutters, pensé muy rápido en los los Beatles y en Yoko Ono: “esto es bueno nivel Beatles”, “esto me hace acordar a Yoko Ono”. Los Beatles, desde muy temprano, cada vez que sonaban en cualquier parte fuera de sus habitaciones, sonaban para todo el mundo y bajo la exigencia de ser, como siempre, la mejor banda del mundo. Cuando John Lennon sumó a Ono a los espacios de la banda, para los otros tres Beatles resultó irritante que esa mujer parecía no entender que se encontraba en el centro del mundo y se comportaba como si estuviera en su habitación, en un espacio íntimo y doméstico y no en una situación profesional y pública. A Ono no le importaba que los Beatles fuesen más grandes que Jesús y que Abbey Road fuese un templo; para ella eran personas haciendo música, igual que cualesquiera otras personas en cualquier otro espacio. Ono entró a Abbey Road sintiéndose una igual no porque se creyera brillante y genial (igual lo era), sino porque entendía que lo que hacían esos hombres, cantar y tocar, podía hacerlo cualquiera y podía ser igual de importante para cualquiera, más allá de lo que fuera a pasar con eso. Los Beatles pueden haberse fastidiado inicialmente por las formas de Ono, pero lo cierto es que pronto estuvieron todos comportándose como ella, haciendo música desde sus habitaciones y menos preocupados por el público que por un ejercicio vital y catártico. Incluso venían haciendo eso mismo desde el momento en que Ono entró en sus vidas, en 1968. El espíritu de los demos de Lennon, Paul McCartney y George Harrison grabados en mayo de 1968 en Esher como preparación para el álbum blanco es el mismo que el de Unfinished Music No. 1: Two Virgins, el disco experimental que Lennon y Ono grabaron el mismo mes; la diferencia es que Lennon y Ono publicaron sus grabaciones (para horror del resto), mientras los Beatles grabaron en Esher como ensayo para otra cosa, no pensando en un disco final. Sin embargo, poco después, en mayo de 1969, Harrison también estaba publicando sus experimentos domésticos, Electronic Sounds (que junto con Two Virgins es un capítulo fundamental en la historia de la música ambient). Una vez terminados los Beatles, McCartney literalmente se fue a su casa a grabar McCartney en equipos de baja fidelidad (cuando podía disponer de cualquier estudio profesional en el mundo) y Harrison grabó All Things Must Pass en Abbey Road pero interviniendo el estudio como si fuera su casa, con velas inciensos y hare krishnas sentados en los rincones. Glosando al Che Guevera, se puede decir que florecieron dos, tres, muchxs Onos. Es difícil pensar la música desde entonces, y especialmente la música hecha en casa, sin Ono, sin su espontaneidad, sin su atrevimiento y sin su no importarle una mierda lo que digan los demás (pensemos que fue literalmente una de las mujeres más atacadas del mundo). Y el disco de Apple tiene ese espíritu hogareño, punk y lúdico de los discos de Ono (incluso de los grabados en estudio, como el excelente Fly de 1971, el disco gemelo de Imagine). No solo eso, sino que en un momento en que desde hace rato casi toda la música de estudio suena igual, aplanada, sin ningún interés por alterar el orden sónico, parece que la única alternativa para que suene algo distinto es intervenir la esterilidad de los grandes estudios y de los dispositivos digitales de alta fidelidad ensuciándolos con el tipo de sonidos que se escuchan en la vida cotidiana y que no se parecen nada a los estándares fijados por la industria musical contemporánea. Fetch the Bolt Cutters se grabó en parte en los estudios Sonic Ranch de Texas (un estudio-casa donde se también se grabó La síntesis O’Konor, el disco con el que Él Mató Un Policía Motorizado llevó a su apogeo y término al rock indie de la Argentina posterior a la Tragedia de Cromañón) y en su mayor parte en la casa de Apple, en una habitación normal no acustisada. En su sonido intenso, crujiente, por momentos caótico por las tantas cosas golpeadas, Fetch the Bolt Cutters no tiene ninguna intensión de sonar perfecto. Y sin embargo -al menos para mí- es perfecto porque Apple es una de las mejores compositores y cantantes de las últimas décadas y cada una de sus canciones, a pesar de que son complejas y pasan demasiadas cosas en cada una, son inolvidables como una colección de greatest hits hechos en un mundo más amable que este, menos careta, menos diplomático y menos cruel. Apple y su banda (el impresionante bajista y guitarrista Sebastian Steinberg, Amy Aileen Wood en batería y David Garza en percusiones y otros instrumentos) usan las percusiones no solo para marcar el ritmo, sino para crear un espacio que parece girar en torno al corazón de esas canciones que también serían buenísimas grabadas de otra forma (con Apple sola en el piano, con Apple y una orquesta, lo que sea, porque las canciones buenísimas tienen una vida independiente a sus encarnaciones). La sensación recuerda un poco al magnífico video de 1998 que Paul Thomas Anderson hizo para el cover de Apple a “Across the Universe” de los Beatles (y que es uno de los pocos covers a la banda que tiene la virtud de superar en belleza al original): allí Apple es un centro de paz sonriente que flota mientras a su alrededor una multitud de hombres furiosos destruyen una cafetería; ahora también la canción flota en el caos, pero ahora la propia Apple es la artífice del caos sonoro (ya no visual) que la rodea, y este caos no es violento, sino acogedor, tranquilo aunque lleno de fuerza. Por otra parte, las melodías que canta Apple son de las más hermosas, creativas y libres que se han escuchado en la música popular en mucho tiempo: hace lo que quiere, susurra, grita, se rompe, es completamente virtuosa, va a velocidades imposibles, se detiene, vibra, cambia de tono, gira, baila, asciende, se arroja. Es algo que solo puede hacer una persona que no tiene miedo o a la que no le importa tener miedo. Todos los coros también son mágicos (ella más amigas). Es un disco perfecto. Todavía existen los milagros. Todavía hay libertades por construir. Todavía, aunque sea desde un rincón de la casa, se puede hacer algo para encontrar un mundo más grande y más hermoso.
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Los encuentros entre merqueros y porreros pueden ser fatidiosos para ambos bandos (a menos que sean las dos cosas a la vez, al estilo Hunter Thompson) y cuando hace casi diez años Freddie Gibbs dijo que iba a rapear encima de música de Madlib pareció un poco eso. Sin embargo el encuentro fue como la escena de la pelea en el bar dirgida por Robert De Niro en A Bronx Tale (1993): mientras se inicia la tensión y hasta que explota la lucha, suena “Come Together” de los Beatles, un rock pendenciero y frontal, pero a partir de un momento dos de los peleadores chocan contra la rocola y comienza a sonar “Ten Comandments of Love” de los Moonglowns, una canción lenta y romántica, y desde ahí la violencia de los viejos mafiosos italianos contra los más jóvenes motoqueros, por gracia del contraste musical, se vuelve más terrible, más inolvidable. Sobre los beats fumones -intensos pero reflexivos- de Madlib, el gran rapero que es Gibbs, venido de la escuela del gangsta rap, encontró un espacio abierto para llevar a nuevos límites sus destrezas verbales. Piñata (2014) y Bandana (2019), las dos colaboraciones entre el melómano obsesivo fanático de Sun Ra y el ex traficante de drogas involucrado en más de un tiroteo se cuentan entre los mejores discos de la segunda década del siglo XXI. Después de Piñata Gibbs entendió el valor de la fórmula que había encontrado y buscó a otro productor fumón, relajado y atmosférico: The Alchemist, con quien participó primero en Fetti, (2018, en conjunto con Curren$y) y ahora, en 2020, en Alfredo. Sobre los beats de The Alchemist, sean melódicos y etéreos o sean hipnóticos y siniestros, escuchamos a Gibbs rapeando y cantando con absoluta comodidad, como un campeón del mundo defendiendo su título sin demasiado esfuerzo gracias a la maestría adquirida. Gibbs se pasea como un tiburón por aguas calmas y hoy es el rey en una variedad de hip hop masculino, ostentoso y amenazante pero a la vez nerd-friendly y sin pudor de exhibir el bromance (en esa línea se puede ubicar otro de los discos de hip hop más lindos del año, Pray for Paris de Westside Gunn, donde también participa Gibbs). Existe un encuentro y un amor posible entre los hombres duros que se criaron en las calles sabiendo que estaban cerca de matar o morir y los hombres pacíficos y tímidos que han pasado incontable tiempo encerrados en habitaciones, solos, frente a auriculares o parlantes, moviendo apenas los controles de sus sampleras y computadoras, buscando sonidos irresistibles e hipnóticos. Existen espacios donde los furiosos se relajan y pueden cantar sin daño toda la violencia en sus corazones y donde los guardados se atreven a salir mostrando un calor y un filo.
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[Continuará próximamente en una Parte 2.]
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waitman-blog · 4 years
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ADN
-Se pasó amigo –le dijo el oficial de la caminera- la entrada de lo de Jiménez queda para allá, ahí nomás pasando el mojón del 125. -Gracias oficial –murmuró mientras se tiraba a la banquina para dar la vuelta en U. Cuando vio el mojón del kilómetro 124 comenzó a bajar la velocidad. Ya para el 125 encendió las balizas y unos metros después llevó el Torino a la banquina de ripio para encarar a mínima velocidad aquel sendero que parecía haber sido castigado con una maza gigante. En los 4 kilómetros que lo separaron del casco de estancia cruzó frente a un silo metálico de unos diez metros de alto. El armatoste lucía con algunas marcas de óxido, tenía varios paneles de chapa remendados y los escalones habían sido arreglados con trozos de madera. A pocos metros había dos silos bolsa que debían medir más de 50 metros cada uno. Después unos corrales con animales y todo lo demás eran hectáreas de soja. O maíz. O trigo. O vaya uno a saber qué. Morel no podía estar seguro de eso. Era de los tipos que ni bien se alejaba unos cuántos kilómetros de la ciudad sentía la necesidad de tirarse bajo un caño de escape para disfrutar un poco de aire contaminado. Estacionó su auto entre una Ranger doble tracción último modelo y un Jeep cuyas cubiertas debían ser más altas que todo su auto. De fondo se oía a un grupo de jóvenes chapotear y gritar en el tanque australiano. Ya habían llegado los primeros calores de septiembre. Un muchacho en short y remera de no más de 30 se acercó a paso seco y titubeante hacia el auto. Miraba de costado con una expresión más cercana al qué será eso que a la calidez. Morel no esperó que hiciera la pregunta de rigor. Caminó de manera segura con el brazo estirado hasta su encuentro. -Buenas tardes. Camilo Morel, vengo de La Trasandina Seguros. El hombre tomó la mano con la suavidad de quien sostiene un huevo rajado y continuó mirando a Morel a los ojos asintiendo con la cabeza. -Ahá mire usté. Matías Jiménez, encantado. Sí, me dijeron que iba a venir alguien por lo de mi viejo.. -Por lo de su padre y su tío –le aclaró Morel. -Bueno, sí. El hombre bajó la vista como apenado, y Morel casi que sintió algo de pena por su cinismo. No solía ocurrirle muy seguido. Sacó la carpeta del auto y la abrió ahí frente al muchacho. -¿Usted es el hijo de Braulio o de Enrique? -De Braulio… tío Enrique no tenía hijos. Y vos ¿qué andás necesitando? –preguntó con un tono de desconfianza. Morel trató de restarle importancia a su visita. Siempre se hacía pasar por un empleado más de la compañía. Un simple cagatintas burócrata cansado de hacer trámites. No solía ser bienvenido si revelaba que era un investigador de fraudes. No lograba más que poner a la defensiva a la gente, cuando en realidad lo que él buscaba era el efecto contrario. Que se confiaran, que se relajaran, que lo tomaran por un par que cobraba un sueldo y hacía su trabajo. -Me mandaron para hacerle firmar algunos papeles de la póliza… y bueno, sacarle fotos al lugar de la tragedia. Le pido disculpas por eso. El muchacho asentía ante cada palabra, aunque Morel no podía dejar de sentir esa mirada desconfiada que se le clavaba en las pupilas como espigas envenenadas. -¿Recién ahora van a hacer eso? Ya pasó más de un mes… Por eso buscó cerrar la frase más amenamente. -No se preocupes, es una formalidad para cerrar el caso. En realidad –le dijo por lo bajo para entrar en confianza- a mí me gustan estos trámites para salir del centro, vió. El muchacho recién ahí se relajó un poco más y le palmeó el hombro. -Bueno venga, pase. No se trajo malla, ¿no? Qué pena. Vamos que le muestro el lugar, le firmo los papeles y si quiere se queda a comer un asadito. El exceso de confianza comenzó a hacerle ruido a Morel. No esperaba sentirlo tan relajado. -Linda máquina se trajo. ¿De qué año es? –comentó el muchacho cabeceando hacia atrás para el lado del Torino. -Setenta y ocho. Lo compré hace unos años y lo vengo restaurando. -Veo que ya lo terminó… -Casi. No consigo el volante original y la chapita del costado con el toro. -En el galpón del fondo tengo una coupé parecida que era del tío Enrique. Está media abandonada. Si quiere después la miramos. Morel evitó mostrar su entusiasmo. Quizás estaba ante la posibilidad de conseguir las únicas dos cosas que le faltaban para que fuera la máquina que obsesivamente había soñado desde el día que la compró. Se hizo el desentendido y prefirió seguir concentrado en el caso que lo había llevado hasta allá. Ambos encararon por un sendero que cruzaba el campo, y luego se metieron entre las plantaciones. -¿Vos estuviste la noche de la tormenta aquella? –trató de indagar. El muchacho resopló como si hubiera tenido que contar la misma historia mil veces. Y seguramente así había ocurrido. -No sabés che cómo estaba el cielo. Y no era de noche… ni las 7 eran. Pero de pronto el se oscureció todo y tío Enrique empezó a los gritos. Viene granizo, viene granizo. Te dije que iba a granizar Braulio. -Y ahí salieron los dos a cosechar lo que se pudiera –completó Morel, que por algo se había estudiado de memoria todo el expediente. El tipo respiró profundamente antes de seguir con el relato. -Y ahí salieron los dos viejos cabezas duras, sí señor. Y mirá que los quise frenar, pero nada. Unos metros más adelante llegaron a un hueco en medio del sembradío. Un círculo casi perfecto donde no había una planta, ni una hoja, ni una semilla. Sólo cenizas, restos de ramas chamuscadas y un aparatoso nudo de fierros retorcidos. Morel caminó alrededor de los restos del aparato, pisando la tierra carbonizada con las manos atrás. Para disimular sacó algunas fotos con el celular y continuó mirando. El lugar estaba lleno de pisadas de distintos tamaños. Bien podrían haber bailado un malambo en la escena. Como solía ocurrir, los peritos no habían sido demasiado cuidadosos para proteger el lugar. -Entonces –preguntó Morel, intentando hacerle pisar el palito- ¿por acá encontraron los restos de tu viejo? -De los dos –aclaró con seguridad Matías. -Ah perdón, yo había entendido que encontraron un solo cuerpo –dijo Morel tratando de hacerle pisar el palito. El hombre hizo un silencio y miró hacia otro lado. Era difícil saber si estaba afligido o estaba buscando una estrella en el salón de la fama de Hollywood. -Lea después todo el expediente. No me haga revivir todo otra vez. Morel asintió de manera condescendiente y siguió mirando cada detalle con disimulado interés, sabiendo que después de casi dos meses ya no podría encontrar nada de valor ahí. Se había estudiado el expediente de memoria cuando en la compañía de seguros le dieron el caso. Pero su juego era seguir haciéndose el desentendido para ver hasta dónde podría llegar. El rayo había caído de forma tan certera sobre el tanque de gasoil, que había hecho explotar el tractor y la cosechadora en mil pedazos. Habían aparecido trozos humanos totalmente carbonizados incluso a varios metros del lugar junto con fierros retorcidos. En un comienzo habían dicho que era un solo cuerpo e hicieron rastrillajes por todo el campo para ver si uno de los hermanos aparecía quizás en estado de shock, quizás aturdido en algún lado. Y en uno de esos rastrillajes encontraron otra mano derecha. El ADN era el mismo que el resto del cuerpo. Los peritos se concluyeron en que, como los gemelos tenían el mismo ADN, los restos debían ser ambos y las partes que faltaban fueron devoradas por algún carroñero o se pulverizaron por el fuego. Caso cerrado. Por eso Morel estaba ahí. La compañía de seguros tenía que pagar una póliza de doble indemnización por muerte en fenómeno climático por cada uno de los asegurados. O sea: cuatro indemnizaciones que sumaban en total un millón de dólares. Y a la gente de la compañía la versión oficial no le cerraba. -Mirá esto, Morel –le había dicho Aguirre, director de fraudes y estafas de La Trasandina, mostrándole las fotos peritales de los trozos de cuerpo chamuscados- todos estas partes no hacen un cuerpo. Estos pajueranos nos están cachando. Morel se había detenido a mirar una de las fotos, en la que los peritos habían reunido todas las partes de un cuerpo, como si se tratara de un rompecabezas. Hubo un detalle que le llamó la atención. -Pero sí hacen dos cuerpos. Acá hay 3 manos… Aguirre no se dio por aludido. -Por eso: andá a buscar a ese amanco hijo de puta y te ganás un departamentito. -No me hagas perder el tiempo Aguirre… cayó un rayo, ¿qué querés que encuentre? Tenés que pagar, no llores más. Aguirre solamente levantó la cabeza para mirarlo de manera vehemente. Morel ya sabía lo que venía y se empezó a retirar de la oficina mientras Aguirre repetía una vez más su famosa frase. -Acá lo siento –dijo golpeándose el pecho- acá me doy cuenta de que me están cagando. Como siempre, Le habían ofrecido el 15 por ciento de la póliza en caso de que pudiera encontrar pruebas del fraude. Cuando volvieron al casco de estancia Matías encaró directo para el Torino. -Vení, llevame hasta el galpón que te muestro la máquina de mi tío. Era el momento que Morel estaba esperando. A esta altura le parecía más posible llevarse un volante que encontrar alguna pista que pudiera servir a la investigación. El caso estuvo bastante claro desde un principio: no hay manera de premeditar un rayo. El galpón estaba a poco menos de un kilómetro, junto al gran silo de aluminio. En el camino cruzaron un chiquero enorme donde se criaban cerdos y lechones, y luego por varios corrales con pollos. Esto se lo fue contando Matías en el camino, ya que Morel con suerte podía diferenciar una vaca de un caballo. Estacionó el Torino a un costado del silo y caminaron hacia el galpón. Jiménez abrió el portón y ambos entraron al lugar. El olor a pasto y diésel no tapaban del todo el característico aroma de las fiambrerías. Cuando Morel se lo hizo notar, Jiménez aclaró que ahí bajo el suelo tenían una bodega donde colgaban todos los chacinados que producían ellos mismos. -Estoy arrancando un emprendimiento chiquito, ¿viste? Todos embutidos de campo. Vamos a ver si lo hacemos crecer. En medio de herramientas, viejas partes de arados y diversos elementos de trabajo, había un auto cubierto con una lona. El muchacho fue desenrollando la lona y apareció, algo oxidado y desvencijado, un Torino cuatro puertas que, según pudo calcular Morel, sería del año 71 o 72. A simple vista se veía en mejores condiciones de la que estaba la suya cuando él la había comprado. Se acercó a la puerta del conductor y la abrió. El interior estaba sucio, polvoriento y bastante roto. Pero ahí relucía el volante original que tanto había estado buscando por Warnes, sin éxito. Seguramente no pudo disimular su entusiasmo, porque Jiménez no tardó nada en hacerle la propuesta más indecente que podía esperar en ese momento. -¿Ese es el volante que andaba buscando? Si le interesa podemos cambiarlo: usted se lleva ese y me deja el suyo. Para Morel era como un regalo de reyes adelantado, pero justo cuando estaba por aceptar escuchó la frase que lo puso en alerta. Quizás el mayor error que había cometido el joven Jiménez en su vida. -Eso sí… primero ciérreme este temita del seguro. Después puede venir a llevarse el volante. Lo dijo de manera socarrona, haciéndose el gracioso. Como si dijera una frase sin importancia. Pero lo dijo. Y para Morel las palabras tenían siempre el mismo valor. Solamente sonrió y evitó observar la reacción de Jiménez cuando le respondió secamente veremos. En la cabeza de Morel el joven Jiménez había dejado de ser una víctima de la burocracia de las aseguradoras para convertirse en el sospechoso de algo que todavía no tenía del todo claro qué era. Para saber más, se excusó de quedarse a comer un asado y encaró directo para el pueblo. Morel conocía muy bien la dinámica de estos lugares y sabía que nadie sabía nada pero todos sabía todo. Dio un par de vueltas por la plaza principal con el Torino y no hubo vecino que no se diera vuelta a mirarlo. Algunos admirando el auto y otros mirándolo a los ojos sin disimulos, buscándole seguramente el parecido con algún vecino. No sabés, volvió al pueblo el hijo de, el nieto de, el que se cogía a, y tiene un Torino. Ni bien entró por la principal preguntó cómo llegar al club. El club San Martín era uno de esos lugares en donde no había pasado el tiempo ni estética ni socialmente. En una de las paredes colgaba un antiguo cartel esmaltado indicando que estaba prohibido escupir en el piso. En otra, pegada con cinta scotch, había una hoja que parecía arrancada de un cuaderno Rivadavia. Escrito en fibrón, se leía prohibido entrar al establecimiento con el torso descubierto. Y sobre el antiguo mostrador una calcomanía con el clásico el que fía no está, salió a cobrar. Sin embargo no todo debían ser prohibiciones. Morel sospechaba que el club San Martín, como cualquier club de pueblo, debía ser de los últimos reductos en los que todavía estaban permitidos los chistes misóginos, homofóbicos y machistas. En el lugar ya había varios parroquianos. Algunos apoyados en la barra, otros parados y otros sentados en algunas de las mesas desperdigadas por ahí. Las charlas se cruzaban sin importar con quién estaba cada cuál. Sin embargo se fue haciendo un silencio en fade a medida que Morel avanzaba por el salón y se sentaba en uno de los taburetes altos frente al mostrador. Un muchachote gordo se acercó mirándolo con desconfianza desde detrás de la barra y se relajó cuando Morel le pidió un vino de la casa y un platito de salame y queso. El vaso de vino llegó enseguida junto con un sifón de soda, mientras en el fondo una señora cortaba el salame en tiras muy finas y largas con una cuchilla que podría atravesar el cuello de un toro. Apoyado en el mostrador con un vaso de fernet en la mano, un hombre alto, flaco y canoso fue el primero que se animó a romper el silencio. -¿Usted es el del Torino? Linda máquina, me contaron. En menos de 10 minutos la noticia de su llegada ya rondaba por el Club. Morel confirmó que estaba en el lugar correcto. -Sí, una coupé TS del 74. Se la compré hace unos añitos a una señora de Bragado y todavía la estoy restaurando. -Muy linda máquina, mi primo tenía una cuando éramos jóvenes –comentó desde una mesa un hombre de boina. -El Toro de tu primo creo que era 4 puertas, ¿nocierto Chelo? –se sumó un muchacho más joven desde una de las mesas. -Sí, y después le quedó de una sola puerta cuando se estroló contra un camión acá en la 41. Todo el salón, incluido Morel, festejó con una risotada la ocurrencia que lanzó el muchacho gordo desde detrás del mostrador. -Pobre mi primo –dijo Chelo con una sonrisa melancólica. -Igual debe comer nafta de lo lindo ese bichito eh –comentó el más joven. -Nah, pero hoy le metés un equipo de gas y te olvidás –dijo el gordo de la barra mientras apoyaba el platito de salame y queso en el mostrador. Morel corrió el plato hacia el medio, habilitando a quien quisiera a sacar de ahí. Juntó un salame y queso y antes de metérselo en la boca, le respondió al encargado: -El gas es para cocinar. Todo el salón estalló en una nueva risotada en la que no faltaron los muy bien y sí señor. Morel aprovechó el éxito de su comentario para tirar la primera carnada: -Igual, debe haber algún otro Torino en la zona, porque acá la gente es muy de cuidar los autos viejos. El flaco canoso miró hacia arriba, como tratando de recordar. -Torino… mmm no me acuerdo. Había un gaucho que andaba en un Chevy 400. El marido de la Kela ¿te acordás vos Chelo? -¿Un 400 era? ¿No era coupé Chevy? -¿Vos decís? No, para mí era un 400 porque era más alargado me parece. -Y el del viejo Luna qué es Hernán, ¿un Gordini? -Noo -dijo el canoso- el del Luna es un… ay no me sale el nombre. Parecido al Gordini era, pero tiene un motor más grande... Con resignación Morel vió comó la charla comenzaba a disiparse por completo. Pero para su suerte, un viejito pelado que hasta ese momento no había emitido sonido apareció en medio de un silencio como un ángel, para decir la frase que esperaba. -El Mocho Jiménez tenía un Torino. -Sí, cierto! –se sumó el más joven- Lo sacaba cada tanto, para ir a la iglesia nomás. -¡Claro, es verdad –agregó el Chelo. Y lo tenía desde cero kilómetro. ¿Te acordás Hernán que lo acompañamos cuando lo fue a comprar? Hernán asintió con una sonrisa y dio otro sorbo a su Fernet. -Cómo me olvidé del Mocho… claro, él tenía un Toro. Pobre Mocho… Morel no pretendía que el tema se fuera por ningún motivo del mundo, así que se colgó del Torino para seguir la conversación. -Qué lindo, ¿lo tiene todavía el Torino este muchacho? Un esperable silencio se adueñó del salón. Haciéndose el desentendido Morel bajó con un trago de vino otra rodaja de salame. Hernán se puso más serio y manoteó un cubo de queso. -No, el Mocho falleció hace unos meses. Tuvo un accidente vió. -Perdón, no sabía. ¿Un accidente con el Torino? -No –se sumó Chelo- un rayo dicen, ahí en el campo. Nos conocíamos desde chicos con el Mocho y el hermano. Hernán parecía el más perturbado por los pensamientos. Su mirada se había vuelto melancólica por el efecto de los recuerdos y el fernet. -Crecimos juntos… éramos vecinos de acá del pueblo vió. Después ellos heredaron el campo y se fueron para allá. Nos veíamos de vez en cuándo nomás. -Un campo de soja. Imaginate: lo heredaron cuando explotó la soja. La levantaron en pala. -Qué soja –sumó el muchacho más joven- aparte tienen terneros, pollos, hasta criadero de cerdos. El encargado, frente a Morel, agarró una rodaja de salame y la levantó como si fuese una ostia y comentó: -Este salame ¿vió? Es del campo de ellos. Son de los mejores de acá. Luego sin disimulo se lo metió directo en la boca. -Buenísimo ese salame, turco –agregó el viejo después de manotear él también una rodaja. -Sabés que la otra vez el Matu me prometió uno salames de cordero que anduvo haciendo. -Puá, ¿cría corderos también? -Y será... -Puá miralo al Matu. -Parecen de cerdo pero tienen un gustito más dulzón, viste? La otra vez me dio un pedacito pa probar y… Morel veía cómo el tema del salame parecía adueñarse del salón, pero para su suerte el Chelo sin disimular la tristeza cortó la charla y volvió a traer a los hermanos al club. -Eran mellizos… el Mocho y el Pocho. Nacieron y se murieron juntos pobrecitos. -¿Quién se habrá quedado con el Torino del Mocho, no? –comentó el viejito pelado. -Y… capaz que se lo dejó a La Roberto –dijo el muchacho joven con una sonrisa que le achinó los ojos. Hubo alguna que otra carcajada contenida, pero luego se hizo un silencio incómodo en todo el salón. Todas las miradas se posaron en Hernán, que se quedó serio con su fernet en la mano y su mirada fría de bronca contenida. -Tené más respeto, pendejo de mierda. En pocas palabras Morel ya había entendido casi todo y trató de bajar la tensión del ambiente. -Bueno, basta ¿quién quiere venir a ver mi Torino? Todos salieron detrás de él hacia la vereda. El muchacho joven se llamaba Franco. Era cajero del Banco Nación del pueblo y tenía la misma novia desde el secundario. Sacándola a ella, todas las personas que frecuentaba durante la semana lo doblaban en edad. Sus amigos se habían ido a estudiar a Buenos Aires y los veía principalmente en el verano, cuando los hijos pródigos volvían para pasar dos meses de pileta, asado y fiestas nocturnas. Morel se enteró de todo esto mientras llevaba a Franco para dar una vuelta con el Torino, como quien lleva a un sobrino para tomar un helado. Morel le mintió algo sobre su trabajo –se presentó como productor de seguros y no como investigador- y le contó sobre sus mujeres, la vida en la ciudad y los viajes que había hecho por el mundo. El chico lo miraba con la admiración de quien mira al tío divertido de la familia. Tenía una gran necesidad de sociabilizar con alguien cuyo tema no fuera sólo la artritis, el trabajo y el fútbol. Cuando llegaron a la colectora Morel tiró el Torino sobre la banquina para terminar de ganarse la confianza de Franco. -¿Querés manejar vos? Dale, vení. Los ojos le brillaron y no tardó ni medio segundo en saltar a la banquina y dar la vuelta para sentarse al volante. Lo acarició y miró todos los controles antes de dar una acelerada y poner primera. -Este volante no es el original, ¿no? Morel lo sintió como una puñalada. -No, el original es el de madera de nogal. Pero piden una fortuna por uno de esos. Sin embargo, la pregunta de Franco le dio pie para sacar el tema del que necesitaba hablar, sin sonar a algo forzado. -Je, tendría que pedirle el volante a la familia del mellizo ese, ¿cómo era? -El Mocho Jiménez, si si… total ese auto va a quedar muerto ahí. Si esos no se bajan de la 4x4 ni de pedo. -Ah mirá, qué desperdicio. ¿Cuántos hijos tenía el Mocho? Al chico se le escapó una sonrisa irónica. -Nah, el hermano tenía dos hijos, un pibe y una piba, pero el Mocho era soltero. Si era un viejo trolo –dijo, agregando el típico gesto de llevarse los dedos a la boca. Morel forzó una sonrisa buscando complicidad. -Ojo buen tipo eh. A mí, mientras no me jodan, es problema de ellos. Era el pie que necesitaba saber más de la pareja de Jiménez. -Claro. Por eso hablaban de La Roberto. Quién era, ¿el novio? -Sí… se los veía siempre juntos, pero acá todo el mundo sabía. Cuando lo nombro Hernán se enoja porque el Mocho era como un hermano. Y por primera vez sintió algo de tristeza en Franco. -Igual, todos lo queríamos al Mocho eh… yo también. Y ni bien dijo esto último tuvo que aclarar, para no dejar dudas. -Bah, lo quería a nivel de que más allá de todo era buen tipo, ¿no? Me entendés… no quererlo de… Y volvió a hacer ese gesto con los dedos que a Morel le caía cada vez peor, pero tuvo que volver a sonreírse para que no dejara de hablar. -La Roberto es un pibe que atiende la YPF. El Mocho se había pegado un metejón bárbaro con el pendejo. Al principio se los veía a escondidas, pero en el último tiempo ni lo disimulaban. En los pueblos verse a escondidas es un oxímoron. -Mirá vos, yo pensé que acá la gente era más reservada con esas cosas, ¿y la familia no le decía nada al Mocho? -Y… al hermano me parece que le chupaba un huevo, pero a los sobrinos no les gustaba ni medio. Morel no emitió sonido. Lo siguió mirando mientras el chico manejaba con la mirada fija hacia el frente. -Matu, el sobrino del Mocho, tiene un grupo de amigotes medio chetos y se ve que lo jodían porque el tío se la masticaba. -Claro, qué hijos de puta. -Y una vez se armó un kilombo bárbaro en el club. El Matu y los amigos andaban medio puestos y le gritaron bufarra al Mocho. Ese día casi se van a las manos con Hernán che lo que anda nave –dijo sin hacer ni un silencio y metiendo un rebaje con el Torino que a Morel le hizo dar una puntada en el estómago. Sintió como si le hubiesen pegado a su hijo frente a él. Franco bajó a la banquina y giró un U en la colectora para volver. -Bueno don Camilo, ya tengo que volver a casa. ¿Me lo deja manejar a la vuelta? Morel no llegó a responder, que Franco ya estaba acelerando el Torino por la colectora. En su cabeza ya se iba dando cuenta de que había algo raro en todo el asunto. Su cabeza morbosa fue armando un caso que quizás le permitiera ganar algo de plata para pagar las multas por exceso de velocidad. Lo De Rosales era el único hotel del pueblo. Estaba sobre la ruta, justo frente a la rotonda. Era el típico hotel de viajantes: habitación chica con cama de una plaza y ducha. Morel no había ido con la idea de quedarse, pero entendió que la investigación merecía un día más. Se sentó en la cama y abrió en la computadora el archivo del caso Jiménez para revisarlo en detalle. La póliza incluía un seguro de vida para ambos hermanos. Según la escritura el campo de 10.000 hectáreas estaba a nombre de ambos y que en caso de muerte de uno de ellos, el usufructo quedaría para el sobreviviente. Al morir los dos juntos, el beneficiario del seguro y del campo sería Matías, único heredero de la familia. Enrique era soltero y Braulio era viudo. Según el informe el rayo había pegado sobre el tanque de combustible. La explosión hizo volar todo por los aires. Fue tan grande que según los testigos –los sobrinos que estaban mirando todo desde la casa- el tractor se levantó “como 10 metros del suelo envuelto en llamas”. Morel se detuvo a mirar las fotos. Las parte del cuerpo estaban desgarradas de manera tan salvaje que costaba reconocer cada pedazo. Casi todos eran trozos de carne oscura, más o menos quemados y con más o menos sangre. Una pierna cubierta de una tela que fue un jean, cercenada a la altura de la rodilla. Un torso partido al medio a lo largo hecho de carne chamuscada que en algunas partes tenía algunos trozos de tela de piqué adheridos como stickers mal arrancados de un vidrio. Y en la última foto, las tres manos. En un esfuerzo estético los peritos las habían acomodado una junto a la otra. Una de ellas estaba arrancada a la altura del antebrazo, le faltaban 3 dedos y los huesos astillados parecían estalactitas filosas que sobresalían. Las otras dos estaban arrancadas justo a la altura de la muñeca, solo que una también tenía un hueso casi entero que sobresalía y la otra no tenía huesos sobrantes a la vista y le faltaban el meñique y el anular. Amplió la foto para ver esta mano en detalle. El corte parecía menos brutal y el tono de la piel quemada era menos oscuro. Miró en detalle los dedos que faltaban. No estaban arrancados como en el otro caso, sino que estaban amputados quirúrgicamente. Por eso le decían el Mocho, pensó Morel. El informe detallaba las condiciones en que fue encontrada la escena y los sitios donde estaban las partes de cada cuerpo en dos escuetos párrafos. Luego detallaba las características de cada miembro con lenguaje no del todo profesional. Estaba firmado por un letrado del cuerpo forense de bomberos del partido. Eso era todo. Morel empezó a entender que las cosas se estaban poniendo raras y que la plata de ese departamentito –como fueron las palabras de Aguirre- estaba más cerca de lo que había pensado. La noche cayó oscura y cubierta de estrellas y grillos. Probablemente el único lugar para cenar en el pueblo sería en el parador de la YPF. O al menos de eso trató de convencerse Morel, para tener una buena excusa para conocer a Roberto. Estaba la posibilidad de que el chico no estuviera en el turno noche o que justo ese día tuviese franco. Y también estaba la posibilidad de que ya se hubiera ido del pueblo. No había nada claro en todo eso. Estacionó el Torino entre el restaurant del parador y un micro de larga distancia que esperaba a que los pasajeros terminaran de estirar las piernas para seguir su camino. Gente con la cara hinchada fumaba y caminaba por el pedregullo, mientras otros hacían cola delante de la máquina de agua caliente de Taragüí. 10 pesos para llenar el termo. Pasó de largo el restaurant y fue al autoservicio am/pm de la estación de servicio. Los zombies de cara hinchada caminaban en busca de recuerdos y café. Alguno incluso se le animó al combo de hamburguesa con coca. Morel caminó por los pasillos mirando a los empleados. Todos llevaban un pin con su nombre. En realidad, con su diminutivo. Euge. Yani. Tito. Tomó un paquete de bizcochitos de grasa y lo llevó a la caja. Mari, la cajera, era la única persona no-millenial del lugar. Tendría unos 50 años, llevaba unos anteojos de leer sostenidos por un collar de plástico y miraba a los clientes por sobre el marco. -¿Algo más? Son 130 pesos. Morel le entregó dos billetes de 100. -Deje el vuelto de propina para los muchachos. La mujer se sorprendió por la generosidad y agradeció con una sonrisa que Morel apenas devolvió. -¿Sabe si un muchacho que se llama Roberto está trabajando hoy acá? La señora pareció interesada. -¿Quién lo busca? -Yo –respondió Morel secamente y sosteniéndole la mirada en un silencio tan incómodo que más que silencio pareció una pulseada de ojos. -Allá, en el expendedor 4 –dijo finalmente Mari luego de bajar la vista para acomodar los billetes. Salió del local imaginándose la mirada inquisidora de Mari siguiéndolo sobre el marco de los anteojos. Caminó hacia los surtidores para encarar al muchacho que pasaba el ticket del posnet y una birome por la ventanilla de un auto. Cuando el cliente arrancó, Morel aceleró el paso. Roberto –o Rober, como decía su pin- no debía tener más de 25 años y era muy flaco y lampiño. Sobre el borde de una de sus cejas depiladas, lucía una pequeña curita. Esta vez no iba a haber estrategia. Le pensaba contar al chico con total franqueza para qué había ido hasta allá y qué necesitaba saber. Era la mejor manera de ganarse su confianza. -Pero, ¿es policía usted? –le dijo Roberto mirando la tarjeta de presentación. -No, laburo para una compañía privada. Solamente necesito preguntarte un par de cosas. Roberto titubeaba con la tarjeta entre los dedos y Morel trató de tranquilizarlo. De reojo podía reconocer a lo lejos la mirada de Mari, que no quería perderse detalle del encuentro para contárselo a las amigas en el bingo el fin de semana. -No estás obligado a responder lo que no quieras. Son solo temas de rutina. -Okey, termino el turno en una hora y media. Si querés charlamos un rato acá en el bar del parador. Antes de los ravioles caseros de verdura, el mozo llegó con el pingüino de vino tinto, el sifón de soda y un platito con tres rodajas de salame y dos aceitunas. -Este es un salame de cordero patagónico que hace un muchacho de acá que es medio gurmé. Le dejo la tarjetita por si quiere pasar. Estancia Los Mellizos. Embutidos de campo artesanales. Envíos a todo el país. La tarjeta estaba impresa sobre un papel rústico y tenía un logo con una J que simulaba una marca de fuego. Parece que Matías le tenía fe al pequeño emprendimiento. Cuando terminó el plato de ravioles Morel pensó en pedirse un flan mixto que había visto pasar para otra mesa, pero cuando buscó al mozo vió que se acercaba Roberto. Le llevó unos segundos reconocerlo sin el uniforme y la gorra. Llevaba jean y remera y ya se había sacado la curita que tapaba el piercing sobre su ceja. En ese momento Morel se dio cuenta de que no sabía de qué iban a hablar. No tenía muy en claro nada, así que simplemente volvió a presentarse y comenzaron una charla amistosa. Morel se tomó un rato para contarle sobre su trabajo y qué lo había llevado hasta allá, pero Roberto resumió todo en una frase. -Sos el alcahuete de las compañías de seguros, bah. Fue tan buena la definición que incluso se imaginó una tarjeta impresa en papel rústico y con una M marcada a fuego. Camilo Morel. Alcahuete. -Igual –continuó Roberto- acá no veo nada estrambótico. A Enrique y Braulio los agarró un rayo y los mató a los dos. -El seguro –explicó Morel- tenía una cláusula que decía que si la muerte provenía de un fenómeno climático el pago de la póliza se duplicaba. Roberto asintió y comentó pensativo. -Y ellos eran dos. -O sea, que se cuadruplicaba. A las compañías no les importa, porque la posibilidad de que ocurra algo así es remota. Muy remota. -Pero el rayo cayó –aseguró el chico de manera tajante- e hizo explotar todo. Eso está comprobado. Morel aprovechó para hacer uno de sus silencios teatrales y le dio un trago al vino no sin antes servirle a Roberto en otro vaso. -Es feo lo que te voy a decir, y más teniendo en cuenta que vos mantenías una relación sentimental con Enrique… Morel sintió la tensión en la mirada de Roberto. Seguramente no estaba acostumbrado a tanta franqueza. Respiró hondo para continuar y trató de elegir con cuidado las palabras. -… pero los restos de los cuerpos que aparecieron en el campo... -Ya lo sé, no siga. –dijo y por primera vez Morel lo vió realmente conmovido y con los ojos llenos de lágrimas. Todo lo que dijo después vino cargado de una impotencia que lo llevaba a marcar cada palabra como si en su boca hubiera un martillo golpeándolas. -Toda esta gente de mierda habla sobre eso. Una pierna acá, un brazo allá… manga de morbosos hijos de puta. Recién ahí Morel entendió por qué el chico aceptó conversar con él. Necesitaba hablar de todo esto. Había sido un viudo silencioso y sufriente por el que nadie había sentido algo de compasión. Por eso lo escuchó sin interrumpirlo, sabiendo que cada palabra dicha en caliente podría servirle mucho más. -Yo no tenía una relación. Yo estaba enamorado de Enrique y él de mí. No es fácil eso en un pueblo de mierda como este. En Buenos Aires capaz sí, pero acá no es fácil. Hasta mi viejo cuando iba al club se burlaba de mí. Sus amigos me gritaban cosas por la calle y él me decía bancátela por puto. Así crecí acá. Enrique fue el único que me dio un poco de amor entre todos estos hijos de puta. Las mesas de alrededor empezaron a mirarlos, pero ninguno de los dos parecía importarle demasiado. Morel trató de hacer la pregunta difícil de la forma menos hiriente. -Roberto… perdón si te hago alguna pregunta desubicada, pero es mi trabajo hacerlas. Enrique era un tipo con mucha plata y con una posición muy fuerte en el pueblo. Si estaba tan enamorado, ¿por qué no te ofreció no sé… otro trabajo, algo material… Morel temió lo peor al notar la mirada de indignación del muchacho. Temió una reacción violenta que podía llegar a merecerla. Pero enseguida él bajó la cabeza como comprendiendo la situación -Yo no quería nada de él. Acá iban a empezar todos a decir que estaba con él por la plata. -¿Te importa lo que digan? -No lo vas a entender. Cuando vivís en un lugar donde todo el tiempo tenés encima la mirada del otro… sí, te importa. Creeme. A Morel le llevó apenas segundos asimilar esa frase. Las miradas que se le clavaban desde las otras mesas se la hizo comprender. -¿Se habían visto ese día? El día del rayo, digo. -Estuvimos en casa hasta la tarde y por primera se ofreció a traerme hasta acá, porque estaba lloviendo fuerte. Ya no le importaba nada. Le temblaban los labios mientras con la mirada perdida buscaba entre sus recuerdos los últimos momentos felices de su vida. Le dio otro sorbo al vino y continuó. -Desde acá vimos el rayo y la explosión. No lo podía creer cuando me enteré de lo que pasó… hacía un ratito nos habíamos despedido. Y que justo a él lo hubiera agarrado un rayo. No no no… no lo podía creer. Morel lo dejó llorar sin intervenir. - Yo fui al campo a buscarlo. Me sumé a los rastrillajes de bomberos para ver si estaba Enrique perdido por ahí. Nada. Pasaron dos meses y a veces todavía voy a llorar a ese… baño lleno de moscas. Y todavía me tengo que fumar las burlas. Anteanoche el pelotudo de Matías volvió del boliche con los amigos y me dice Rober venite al campo así buscamos la pija del Mocho que debe estar ahí. Y sumó un comentario en tono casi intimista, pero que Morel ya no podía dejar pasar. -Hijo de puta. -Sí… justo él viene a hablar de pijas. -No entendí eso último. ¿Por qué? Roberto pareció incomodarse, pero tomó de un trago todo el vino que le quedaba en el vaso, como si necesitara tomar fuerzas. Se lo veía conmovido. Parecía que de pronto se hubiera abierto una caja de pandora de la que no dejaban de salir cada una de sus heridas. -Yo hice el secundario con Matías y todo ese grupo de mierda. Yo les chupaba la pija en el baño del colegio. Y en el baño del boliche también. Y era Matías el que más me pedía. Y cuando se enteró que empecé a salir con su tío se puso loco. Marcó cada una de las Y con una rabia contenida que lo hacía golpear la mesa con el dedo índice. -¿Y Enrique nunca se enteró de eso? -Yo no quería hacer kilombo en la familia. Pero un día me re saqué porque el pibe me gritó algo en la calle… y se lo conté a Enrique. Casi lo caga a piñas. Siempre se odiaron los dos. Morel empezó a armar en su cabeza toda una historia macabra. -Y Braulio… ¿alguna vez se la agarró con vos? ¿Sabía de tu relación con Enrique? El chico negó con la cabeza. -Sí, claro… Braulio era loco, pero lo amaba a su hermano. Siempre supo que a Enrique le gustaban los hombres, y siempre cuidó. Braulio sabía que su hijo era un pelotudo. -Y ahora todo quedó para él –comentó por lo bajo Morel. -Y por un rayo. Eso es tener suerte. Roberto tomó la tarjeta de Embutidos Los Mellizos que había dejado Morel sobre la mesa y la miró con una sonrisa amarga. -Ahora puede dedicarse a hacer estos negocios de mierda que Enrique detestaba. Mirá el pelotudo lo que quiere hacer con nuestro campo, decía siempre. Morel se imaginaba las peleas que debió haber en esa familia entre un hombre de trabajo y un vago que quería ganar plata sin madrugar. -Alguna vez Enrique te propuso algo… algo serio, digamos. Fue quizás la primera pregunta realmente personal que hacía desde que había llegado a ese lugar. Y, se dio cuenta después, la pregunta más idiota de todas. Roberto largó una sonrisa amarga aún con los ojos cubiertos de lágrimas. -Qué, ¿alquilarnos una casita? ¿Casarnos y que nos tiren arroz? ¿Vestirme de blanco y tirar el ramo? No seas tan porteño, querés. Morel apenas sonrió avergonzado. El chico siguió como si él no existiera. -Una vez, en medio de su locura, Enrique me dijo que nos fuéramos a vivir a Buenos Aires. Dejar toda esta mierda y hacer algo juntos. Fue un par de semanas antes… antes del rayo. Y en ese momento Roberto se quebró por completo y comenzó a llorar con sollozos cubriéndose la cara con ambas manos. Desde el primer momento su teoría resultaba absurda, pero no perdía nada con descartarla. Frente a él no había un conspirador escondiendo a su amante que había resignado una mano para comenzar una nueva vida. Había un muchacho quebrado de dolor. Morel lo palmeó paternalmente, le sirvió otro vino y cambió de tema como para intentar sacar al chico del abismo al que él mismo lo había empujado. Salieron del parador y se despidieron frente al Torino. Cuando Roberto le comentó que Enrique tenía uno parecido Morel simuló sorpresa. -¿Querés que te alcance a algún lado? El chico, aún con los ojos hinchados, sonrió. -No dejá. Van a decir que además de puto soy un fetichista de los Torinos. Esta vez no tuvo que simular la sonrisa. Entró al auto, encendió el motor y recordó que durante la conversación hubo un comentario que le hizo ruido. Bajó la ventanilla. -¿Por qué dijiste justo a él? -No entiendo. -Dijiste que no podías creer que justo a él lo hubiera agarrado un rayo. ¿Por qué te pareció raro que le pasara a él? -Ah, es que siempre me hablaba sobre lo jodidas que son las tormentas en el campo. No entiendo por qué fue a meterse ahí. Morel se tiró boca arriba sobre la cama de su habitación y fue armando en su cabeza una teoría delirante del mundo, basada en cuatro detalles que en un juicio no servirían para nada: La mano del Mocho tenía un corte distinto a las otras dos. Según Matías el Mocho le dijo a su hermano que salieran a cosechar antes de que cayeran piedras. Pero según Roberto el Mocho le tenía pánico a las tormentas eléctricas. Matías dijo que salieron porque se estaba por largar, pero según Roberto ya estaba lloviendo cuando Mocho lo dejó en la YPF. Y además, Matías y el Mocho se detestaban. Según la teoría moreliana, el loco Braulio salió a levantar la cosecha en medio de la tormenta antes de que cayera granizo y un rayo que lo hizo volar por los aires. Matías entró en pánico, corrió al lugar, se desesperó y en ese momento llegó el Mocho. Ahí quizás Matías tuvo un ataque de ira porque había muerto su padre… o quizás sabía que a partir de ese momento todo el campo le iba a pertenecer al Mocho. Como fuera, lo mató, le cortó la mano y la tiró al fuego. La teoría más ridícula del mundo. Había algo que se le estaba escapando. Okey, pensó Morel, tiró la mano mocha porque era la que más claramente se iba a identificar a Enrique, pero ¿qué pasó con el resto del cuerpo? Con toda esa teoría no alcanza. Sin cuerpo no hay delito. Pero como diría Aguirre, Morel sentía en el pecho que lo estaban cagando. Así vestido sobre la cama se fue dejando llevar por el sueño. Eran ya más de las doce de la noche de un día que había sido eterno. Comenzó a dormitar con la luz encendida. Qué estaba pasando por alto. Rastrillaron todo el campo y Enrique no apareció. Pero apareció su mano. Sabía que había algo que se le estaba escapando. Y de repente, en pleno duermevela, apareció la idea absurda que encadenó a otra idea absurda y luego a otra idea absurda, hasta crear algo que no parecía tan absurdo. Se sentó bruscamente en la cama y recompuso lo que había pensado entre sueños. No, no era un delirio ni era una teoría del inconsciente. Era el dato que se le había pasado por alto. Se le revolvió el estómago y llegó justo para vomitar todo lo que había cenado. Aunque eran la 1AM, marcó el teléfono de Aguirre. Como siempre, este lo atendió como si fuesen las 2 de la tarde de un martes. Nunca lo había encontrado dormido. Aguirre vivía para ese trabajo. -Qué pasa pelotudo, ¿encontraste algo? -Creo que sí. -Creo… -Tenés que confiar en mí. -La puta madre Morel, cuando me decís esas cosas… -Nunca me equivoqué hasta ahora. Aguirre hizo un silencio, seguramente tratando de recordar -No me hagas mandar a la justicia si no estás seguro. Me hacés quedar como un boludo. -No hay que mandar a nadie. ¿Tenés algún contacto fuerte en SENASA? -En todos lados tengo contactos fuertes –dijo resignado- ¿qué querés que haga? Una semana después, la noticia explotó en todos los portales de noticias nacionales y también de algunos internacionales. La prensa amarilla tuvo quizás la mejor noticia del año: “El Carnicero de Navarro: mató a su tío e hizo embutidos con el cadáver”. Los programas de la tarde se llenaron nutricionistas y religiosos hablando sobre las consecuencias de comer carne humana. Desde el gobierno aseguraron que estos controles sorpresivos de SENASA continuarían en otros establecimientos del país. Aguirre, con una sonrisa que no le entraba en la cara, lo recibió sentado en la sala de reuniones con el paquete ya armado sobre la mesa. -Y, ¿estaba rico el salame? Morel apenas sonrió y se sentó. -Mirá que yo soy un enfermo… pero vos me das miedo –siguió Aguirre-, no me explico cómo se te ocurre pensar esas cosas. Morel manoteó el paquete envuelto y lo abrió. No necesitó cortar. -¿El 15% no serían 300 lucas? -Lo de Braulio lo vamos a tener que pagar, eso sí que fue un rayo. Pero zafamos el de Enrique. 150 lucas no es poco, no llores. Sonaba lógico, pensó. Contó los 15 fajos superficialmente y los guardó en su mochila. -El pibe ganaba mucho con la muerte del tío. Podía aparecer cualquier parte del cuerpo, pero justo apareció la mano a la que le faltaban los dedos… -Cuando hay una casualidad hay una sospecha. Eso me dijeron hace 30 años, cuando entré a esta compañía. -Y encima tenía un corte distinto. -Recién ahora los forenses la analizaron: estaba quemada con leña. No tenía restos de diésel. -Seguro que no se esperaba que buscaran a su tío, así que en una noche hizo los salames con el cuerpo y quemó la mano para tirarla por ahí. -Se hizo el gourmet: los salames tenían mezcla de carne de cerdo y con carne de tío. -Parecen de cerdo, pero tienen un gustito más dulzón –recordó en voz alta Morel. Aguirre puso cada de asco. -Cuando le pidieron los documentos sanitarios de los corderos se puso nervioso… -No tenía criadero de corderos. Era todo muy raro, pero como de entrada concluyeron que fue un rayo… -…y cuando le dijeron que iban a tomar muestras de los salames le agarró un ataque y los quiso echar a todos. Después encontraron huesos humanos y perdigones en el chiquero. Ahí se quebró. Morel se paró para colgarse la mochila al hombro. Aguirre estiró la mano para saludarlo. -Muy buen laburo, Camilo. ¿Ya sabés qué vas hacer con la guita? -Una partecita va a ir para un Valiant 65 que tengo visto. El resto lo ahorro para comprarme la casa. El apretón fue fuerte. Morel se dio vuelta para salir, pero recordó algo antes. -¿Sabés si pusieron guardia en el campo de Jiménez? Aguirre se sorprendió con la pregunta. -Habrán puesto algún milico en la entrada para que no se metan los curiosos… pero ya tomaron todas las muestras que necesitaban. No creo que haya tanta seguridad, ¿por? -Nada, nada. Si salía ahora podría llegar al pueblo a eso de las 7 de la tarde, cuando empezaba a anochecer. Buen horario. Pasó por una ferretería, compró un juego de pinzas para desarmar el volante y subió a la autopista.
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chuchoychucha · 5 years
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Hay Festival: ojalá haya coincidencias
Entre HIJITO, la librería y los amigos que vendrán, no sé si podré ir a todas estas cosas del Hay Festival a las que quiero ir. Ojalá sí. Y ojalá coincida con alguno de ustedes. Me encantaría topármelos durante el festival.
El jueves a las 9pm en el Teatro de la Ciudad, iré a escuchar a U-God. ¡Viva el Wu-Tang Clan!
El viernes a las 10:30am, también en el Teatro de la Ciudad, iré a la plática de Erling Kagge. No me interesa mucho que haya ido al Polo Norte o al Polo Sur o que haya escalado el Everest, pero sí me interesa, y un montón, su librito El silencio en la era del ruido.
Lo más seguro es que no vaya, que compre el libro y me quede aquí en el Tec para, justo a esa hora, a las 10:30am, en el 19401 (en el nuevo edificio de biotecnología), escuchar a Alejandra Costamagna. Alejandra Costamagna es una escritora chilena. Le he leído algunos cuentos y recién, hace un mes, me leí su última novela. Me interesa mucho su sensibilidad, quiero escucharla.
A las 12:30pm de ese mismo viernes, entraré al foro del Museo de la Ciudad a escuchar a Vivian Abenshushan. Me interesa el libro que acaba de publicar: Permanente obra negra. Vivian Abenshushan es hipercrítica con la escritura, ¡viva!
Aunque sospecho que pasará lo mismo que antes: compraré su libro, me saltaré la plática e iré al Jardín Guerrero a escuchar a Óscar Martínez. Y es que soy muy muy, muy mucho, fan de Óscar Martínez, un periodista salvadoreño que publica crónicas brutales sobre la migración y la violencia en México y Centroamérica. A las 12:30pm de ese viernes 6 de septiembre en el Jardín Guerrero, Óscar Martínez hablará junto con otros periodistas sobre la frontera Sur de México.
El viernes por la tarde, a las 4:30pm, volveré al Jardín Guerrero para escuchar a Luis Felipe Fabre (mailob). Luis Felipe Fabre es un poeta que se la pasa esquivando o huyendo del poema. Hace un par de años escribió un ensayo increíble, AMAZING, sobre Salvador Novo; chéquense nomás el título: Escribir con caca. Y bueno, ahora viene a presentar su último libro, una novela sobre San Juan de la Cruz. Luis Felipe Fabre me parece interesantísimo, pues es al mismo tiempo erudito y frívolo. Creo que esta plática es la que más voy a disfrutar de todo el festival, ya veo venir toda una cascada de carcajadas.
A las 8pm de ese viernes intenso, en su librería de confianza, la librería LA COMEZÓN (Balvanera 3, a unos pasos (37) del Jardín Guerrero), presentaré, junto con otros amigos, un libro-homenaje a Jorge Ibargüengoitia, el escritor mexicano que más admiro y releo, sin duda. Este evento no es parte del programa oficial, pero, quizá justo por eso, estará mejor. ¡Viva lo marginal! ¡Viva lo que está fuera! ¡Viva LA COMEZÓN! ¡Ay, ya me PICÓ!
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Si me queda alguna energía, y si mis amiguis escritores quieren ir, remataré el día con Santiago Auserón AKA Juan Perro. No he escuchado su nuevo disco, pero Santiago Auserón hace cosas geniales, como esta canción, por ejemplo:
♫ ♪ ♬ No te dejes engañar ♪ nunca tengas una gran idea ♪ Una idea es un ruido tan maldito ♪ como el zumbido de un mosquito ♪ se oye pero no hay quien lo vea ♫ Mas nunca deja de volar ♪ se encuentra siempre dispuesto a atacar ♫
♫ ♪ ♬ Y me pregunto cuánto dura ♪ uh, oh, oh… ♬ ¡el efecto de esa extraña picadura! ♫ ♪ ♫ que dura hasta la eternidad ♬ ♪ ♫
El sábado a las 10:30 entraré al Teatro de la República a escuchar a Yuri Herrera. Desde hace como quince años le sigo la pista a Yuri Herrera; he leído todo lo que ha publicado desde entonces. Sus novelas me parecen brutales. Y bueno, recién acaba de sacar un librito que me gustó mucho: El incendio de la mina El Bordo.
A las 12:30pm iré a la Cineteca Rosalío Solano a escuchar a Lina Meruane, otra escritora chilena que me gusta. Lina Meruane tiene un ensayo que he vendido bastante bien en LA COMEZÓN: Contra los hijos, se llama el librito. Y bueno, Lina Meruane platicará con un buen amigo mío: Jacobo Zanella, uno de los editores de Gris Tormenta (la editorial que luego me invita a escribir cositas).
Si el viernes no llegué al concierto de Juan Perro, el sábado a las 4:30pm iré a la plática de Santiago Auserón («Juan Perro») con Luigi Amara (un ensayista que me gusta harto).
Si sí fui al concierto y con eso me bastó, iré a esa hora al Patio de la Delegación Centro Histórico a la plática de Vivian Abenshushan, Yásnaya Elena Aguilar, Daniela Rea y Gabriela Jáuregui en torno al feminismo.
A las 7pm, en ese mismo Patio, escucharé a Santiago Auserón (de nuevo), Wolfram Eilenberger y Diamela Eltit hablar sobre la lectura y la filosofía.
El domingo a las 11am, en el Cineteatro Rosalío Solano, me pusieron a entrevistar a cuatro poetas: Isabel Zapata (que me encanta), Juan Carlos Franco (que conozco bien), Leire Bilbao y Alys Conran. A ver qué sale. Ojalá no haga un ridículo muy grande.
A la 1pm entraré al teatro de la Ciudad a lo que para mí será la última (y más esperada) plática del festival: Diamela Eltit (una de las escritoras más interesantes de Latinoamérica) y Guillermo Núñez (mi amigui).
A las 2pm me declararé como zona devastada: compraré una pizza, un paketaxo, unas caguamitas carta-blanca y me echaré en un sillón a mirar una pared blanca.
Comprender la inmortalidad y después morir, quizá de eso se trate este festival.
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del-hibernaculum · 7 years
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Dead Mans Shoes - Shane Meadows (2004)
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Dead Mans Shoes es hermandad y venganza. La hombría del western volcada en una película slasher pero sin la rubia del final ni esos jóvenes promiscuos, bonitos, educaditos. No estamos ante un Jason, un Freddy Kruger o un Michael Myers omnipotente, inquebrantable, despegado de todo rastro de humanidad. Y justamente es esa diferencia, la que la vuelve cercana, y esa cercanía, interesante. Con un estilo austero semejante al de Ken Loach, Mike Leigh, Alan Clarke y otros tantos directores que dieron voz a la domesticidad de la clase trabajadora británica, Shane Meadows (más conocido por el éxito con This is England) se inspira en un hecho verídico ocurrido en su propio pueblo y compone una película incómoda por lo realista, cuidadosa a la hora de mostrar sus cartas, insaciable en su hora y media de duración.
Paddy Considine interpreta a Richard, una versión menos misántropa pero mucho más temperamental del Travis de Taxi Drive (1976). Después de haber servido al ejército, Richard regresa a su ciudad natal para cargarse en nomás de cinco días a unos mafiosos de poca monta, culpables de haberle cometido las más terribles humillaciones a su hermano discapacitado Anthony (Toby Kebbell). Y cuando digo terrible, es terrible. Toda la película se cimienta bajo unos flashbacks insoportables para los ojos y más todavía para el alma que muestran como estos transas pueblerinos obligan al joven a tener sexo con una mujer o lo presionan para que les haga sexo oral a ellos. Atomizan su dignidad humana, lo drogan, le suministran ácido, sumergiéndolo en un mal viaje opaco, funesto, que hace que el vértigo de la psicodelia pop de Trainspotting (1996) o The Acid House (1998) sea una cosquilla inofensiva ante esta virulenta forma de exponer los efectos del lsd.  
Richard irrumpe en sus casas, los observa mientras duermen. Es un espectro que les va pisando los talones y que no duda a la hora de matar. Su sed de venganza es tan humana como su moral y su dolor, por eso, hace lo que hace. Y por eso (y por suerte), Dead Man’s Shoes no es una saga…
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Título: Dead Mans Shoes Año: 2004 Duración: 90 min País: Inglaterra Director: Shane Meadows Actores: Paddy Considine, Gary Stretch, Toby Kebbell
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bojiganga1 · 7 years
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EL VAGO
                                      “EL VAGO”
                                 Idea Original: Henry Prudencio
          Dramaturgia: Henry Prudencio y Marcelo Romero Hernández
 Este ejercicio escénico se escribió pensando en que puede representarse como una obra unitaria (recomendamos en un bar), pero también puede presentarse junto con otros textos que el director o el grupo elijan para hacer un espectáculo más grande y variado.
 PERSONAJES
PRESENTADOR
VAGO, malabarista versátil
El interior de un bar o espacio cerrado, iluminado con luz tenue. En el escenario aparece el presentador.
 PRESENTADOR: Buenas noches, damas y caballeros. Esta noche nuestra compañía les tiene preparado un espectáculo sin precedentes, que los dejará maravillados. Este día ustedes serán testigos de actos de valor, osadía y coraje por parte de nuestros integrantes, además podrán disfrutar de la belleza de nuestras graciosas bailarinas, todo amenizado con música original. Pero no quiero abrumarlos con más palabras, así es que preparen sus ojos para ser testigos de un gran número de prestidigitación. Tengo el honor de presentar ante ustedes ¡al mago!
 Redoble de tambor, un seguidor ilumina el área donde se encuentra el Vago, recargado en la pared y silbando despreocupadamente.
 PRESENTADOR: (Confuso, al Vago) Ey, le estoy hablando a usted.
VAGO: (Reaccionando) ¿Es a mi?
PRESENTADOR: Claro que es a usted. (Al público) Una disculpa por la demora. Y ahora con ustedes ¡el mago!
El Vago mira por todos lados, confundido nuevamente.
PRESENTADOR: Pero ¿qué hace? Pronto, empiece.
VAGO: ¿Empezar qué?
PRESENTADOR: ¡Cómo que qué! ¿No es usted el mago?
VAGO: (Riendo) ¿Mago, yo?
PRESENTADOR: ¿De qué se ríe?
VAGO: (Va hacia el Presentador) Favor que me hace al decirme mago, permítame abrazarlo por eso (lo abraza); si llegué a ser mago, lo fui en otra vida.
PRESENTADOR: Suélteme. Si no es usted mago, ¿quién es y qué hace aquí?
VAGO: Yo estoy aquí por lo del anuncio que estaba afuera de este local en donde decía que necesitaban de los servicios de alguien como yo.
PRESENTADOR: Mentira. Es imposible, aquí nadie necesita los servicios de alguien como usted.
VAGO: Pues el letrero lo decía clarito.
PRESENTADOR: Se equivoca. Yo puse un letrero afuera de este local, es cierto, pero decía que se solicitaba a un mago.
VAGO: Pues alguien debió cambiarlo, porque yo la noche anterior pasaba por aquí, un poco ebrio debo decir, y vi el letrero que decía que se solicitaba un vago.
PRESENTADOR: Eso es totalmente falso.
VAGO: Pues, o se equivocó usted, mi amigo, o le cambiaron el letrero, porque ahí mismo decía: se solicita un vago. Y ese soy yo, al menos así me dicen desde que era yo un niño. Y viera qué buena memoria tengo que todavía me acuerdo. Claro que hay cosas que ya no recuerdo, como mi nombre de pila, por ejemplo.
PRESENTADOR: A mi qué me importa. Si usted no es el mago, entonces tiene que irse de aquí. Yo necesito gente que haga algo y un vago no sabe hacer nada.
VAGO: ¿Qué no sé hacer nada? Eso es una calumnia. No seré un gran mago, pero mis mañas tendré. Y si me voy, me voy por cuenta propia. Además este lugar no está a mi altura. De mejores lugares me han sacado y hasta a patadas. Y éste ni eso cumple. Ah, pero recuerde que si me voy se queda usted sin su espectáculo de magia. Adiós.
PRESENTADOR: (Lo detiene) Un momento, usted dijo que no era un mago.
VAGO: Y no lo soy, pero eso no quiere decir que no pueda hacer magia.
PRESENTADOR: Mire, hagamos un trato, demuestre ahora mismo que sabe hacer magia y lo dejo quedarse.
VAGO: ¿En serio?
PRESENTADOR: Por supuesto. Por ejemplo, desaparezca usted un objeto.
VAGO: ¿Qué desaparezca un objeto? Si ya lo hice.
PRESENTADOR: Mentiras. Es usted un farsante, aquí no ha desaparecido nada.
VAGO: (Sonríe) ¿Está seguro? Cuánto apuesta, o mejor dicho, ¿cuánto quiere perder? Nomás piénselo muy bien, porque le aseguro que le voy a ganar.
PRESENTADOR: (Ríe incrédulo) Mire, a mi no me gustan las apuestas pero acepto únicamente para hacerlo quedar en ridículo delante de toda esta gente. Es más, estoy tan seguro de ganarle que le apuesto 50 dólares.
VAGO: (Al público) Ustedes son testigos, ¿eh? (Al Presentador) Bueno, a las pruebas me remito. Dame mis 50 dólares.
PRESENTADOR: Cuando desaparezca algo.
VAGO: Ya lo hice.
PRESENTADOR: No ha desaparecido nada.
VAGO: ¿Ah, no? ¿Y tu cartera?
El Presentador se sorprende e inmediatamente se busca su cartera por todos lados y no la encuentra. El Vago saca de su bolsillo la cartera del presentador, se la muestra con burla, luego intenta salir corriendo con ella. El Presentador sale tras él, lo alcanza, lo lleva otra vez al escenario y recupera su cartera.
 VAGO: (Carcajeándose) ¡Te gané! Págame.
PRESENTADOR: Usted no ha ganado nada. Usted me robó, farsante. No tiene nada de arte sacarme la cartera.
VAGO: ¿Qué no es arte? Entonces cómo le llama a eso de abrazo y mano en la cartera. No cualquiera lo hace, se necesitan años de práctica y perfeccionamiento, dedicación y delicadeza, mucha destreza para que el cliente no se dé cuenta. Y en caso de que se dé cuenta uno ya está bien lejos. Pero aparte de eso tengo mi propio show, me gano la vida honradamente. Esto fue sólo una pequeña introducción.
PRESENTADOR: Mire, deje sus jueguitos. Si sabe hacer algo, hágalo ya. Estoy pagando doscientos dólares. ¿Los acepta, si o no?
VAGO: Por doscientos hasta le resucito a un muerto.
PRESENTADOR: No hace falta. Pero le advierto que en su show el público tiene que divertirse mucho y eso sólo lo pueden corroborar los aplausos que ellos le den a usted. ¿Entendió?
VAGO: Si, señor.
PRESENTADOR: Muy bien, entonces, entretenga a estas finas personas porque a eso han venido a este bello establecimiento. Pero le advierto: no le vaya a dar por abrazar al público y vaya a mandar a casa a los hombres sin su cartera y a las mujeres sin su sostén.
VAGO: Pierda cuidado.
PRESENTADOR: Bien. Vamos a ver si es capaz de hacer algo artístico. (Al público) Damas y caballeros, con ustedes…. el vago.
 El Presentador se va pero se queda a la vista del público en algún lugar del escenario y deja al Vago iniciar su show. Efectos, luces y música a consideración del director.
 VAGO: Muchas gracias, público conocedor. Comenzamos. Uno, dos tres. Había una vez un vago vagabundo que vagaba por el mundo. Yo no trabajo, ni tengo un sistema laboral de normas establecidas. No tengo un horario obligatorio. Ni un jefe que me joda cuando ande malhumorado, o que me invite una cerveza cuando necesita ser escuchado. Yo sólo disfruto lo que hago. Me paro en un semáforo, en una plaza, en un kiosko o en un parque, hago malabares con tres pelotas. (Saca tres pelotas de colores y hace malabares brevemente) Todos los países son mis países porque yo nací en este planeta llamado Tierra, que también podría llamarse agua, viento, fuego o quinto elemento. (Más malabares) Mi casa es la vida, mi cama es la noche. Y de vez en cuando me baño, siempre que caiga en día feriado. Y en tal sólo cuarenta segundos te doy la medicina para tu rutina, y te hago olvidar por un instante, la renta, las deudas y a tu amante. Olvídate de todo el estrés y de este sistema de vida que te esclaviza. Relájate y sintoniza con tu niño interior. (Malabares) Y al terminador mi acto, paso el sombrero y solicito tu propina, porque también tengo gastos, ¿o qué creías?, ¿que me regalaban los tacos? Pero con una moneda y tu sonrisa, con eso me basta. Y si no tienes o no quieres darme una moneda, estará bien con tu sonrisa, pero si en caso extremo que tu día haya estado tan mal, y no te queden sonrisas, no importa, igual te regalaré mi sonrisa y te diré: gracias. Pero agradezco mucho que me des monedas. Las monedas se suman a otras monedas, y así solvento mis gastos; tu sonrisa se suma a muchas sonrisas más, y así danza la locura en mis días. Pero, ¿saben qué? Hoy no les voy a pedir propina, tan sólo que disfruten y olviden por unos momentos su rutina.
 El Vago hace una reverencia al público en actitud de solicitar aplausos. Después adopta una actitud alegre que debe contagiar de ánimo positivo a todos los presentes.
 VAGO: Bueno, ya fue mucho de hablar y poco de jugar, así es que vamos a jugar un poco. Yo voy a hacer malabares, y para reírnos todos, estas son las instrucciones: si se me caen las pelotas, aplauden. (Aquí la iluminación del escenario toma un color verde, debe ser gradual para que el público no note súbitamente el cambio) Si les gusta lo que hago que se oigan los aplausos y si no les gusta también aplauden y a la salida nos repartimos los doscientos dólares de éste. (Señala al Presentador) ¿De acuerdo?
 El artista que interpreta al Vago puede repetir estas instrucciones nuevamente al público con otras palabras. La idea es dejarle claro al público que deben aplaudir en el momento que el Vago les indique o si llegan a caérsele los instrumentos con los que hace los malabares.
 VAGO: (Mirando alrededor) Pero esperen, no podemos empezar, porque la luz del semáforo aún está en verde. Debemos esperar.
 Juego de luces. La verde se mantiene unos segundos, luego se hace intermitente, para pasar al amarillo, y después al tono rojo, simulando los cambios de luz de un semáforo. Cuando la luz verde se vuelve intermitente, se empieza a escuchar música de fondo a elección del director para ambientar el espectáculo de malabares. La primera secuencia es con las pelotas.
 Se inicia una secuencia previamente ensayada en la que el Vago hará malabares con tres pelotas. No hace falta decir que el actor que interpreta al vago, debe ser diestro en el arte de los malabares para que esta secuencia sea realizada. Los malabares se hacen y si termina la rutina o se le caen las pelotas, el Vago pedirá aplausos.
 VAGO: Muy bien, veo que si entendieron. Bien, ahora malabares con el “devil stick”.
Siempre la misma dinámica: si termina la rutina o no controla el instrumento y cae, el público debe aplaudir.
VAGO: Muy bien. Ahora, aquí les va algo diferente… No se les olvide aplaudir.
Malabares con clavas. Misma dinámica. Música.
VAGO: Muchas gracias, público conocedor. (El Vago aquí debe pedir aplausos) Gracias. Ahora, antes de irme, les voy a contar el final de la historia. Porque mi historia tiene un final. Y he aquí que se los cuento sin ningún pesar. Cierto día, haciendo malabares en una plaza, las personas que me veían estaban muy serias y observaban mi acto casi enojadas. Yo hacía malabares con las pelotas, (realiza malabares) y la gente no se reía ni me daban un centavo. Intentaba con las clavas, (malabaraes con clavas) y nada. El “devil stick” (malabares) y nada.  Hasta que desesperado, y aprovechando que no había policías cerca, utilicé mi último recurso y saqué… esto. (Muestra un cuchillo) Dame tu cartera, dije. Y de repente todos quedaron asustados y tiraron sus carteras, luego salieron corriendo… Ah, no, fui yo quien se echó a correr pero con todo y carteras. Y así fue como me inicié en el arte del carterismo.
 Hace una reverencia, y mientras le aplauden saca más cuchillos y se pone a hacer malabares con ellos. Cuando termina, da las gracias al público y espera los aplausos.
PRESENTADOR: (Entrando) Bravo, bravísimo, es usted un maestro en el arte del malabarismo cómico. Los aplausos que le dio el público prueba que les ha fascinado la actuación y por lo tanto aquí están los doscientos dólares que te prometí. (Trata de dárselos)
VAGO: No, no, no, muchas gracias. No quiero tu dinero. Esta actuación va por mi cuenta. Con los aplausos de este bello público tengo para toda la noche. Ah, y por cierto, te perdono los cincuenta dólares que te gane hace rato.
PRESENTADOR: Ah, qué amable.
VAGO: Si, te los perdono, porque ya te volví a chingar tu cartera, wey.
El vago muestra de nuevo la cartera del Presentador, y sale corriendo, esta vez el Presentador lo persigue sin alcanzarlo.
                                                TELON
 Los Ángeles, California. Cinco de Mayo de 2017
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eriverascott · 6 years
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Voces en la oscuridad
Extracto de la novela: Terror en Betis Hill
Por Eduardo Rivera Scott
Ya todos habían decidido ir a dormir tras haber cenado lo que aún les quedaba de comida. Eran las dos de la madrugada, todo era un silencio. Sólo la luz de la luna alumbraba Betis Hill. El viento soplaba mientras todos descansaban, pero no dentro de la habitación de Master, donde el humo del tabaco se filtraba por los ductos de ventilación junto a un diálogo gris.
—¿Y los demás? Te dije que los vigilaras cuando decidieron entrar. —Master se encontraba frente a Bitterman. Ambos sentados en una mesa en la que jugaban cubilete, iluminados por la tenue luz de una vela. Homúnculo se encontraba con ellos influenciado por un cigarro de marihuana.
—No lo sé, me separé de ellos para abrir la reja.
—Lo cual no hiciste. Full. —Destapó el cubilete que había azotado contra la mesa. —Aparte había cámaras en esa habitación, pudiste estarlos cuidando. —Regañó Master.
—Sí, pero ya sabes, nunca le pongas televisión por cable a un adolescente. Además tu hubieras venido, pero en vez de eso te quedaste afuera para acabarte todo el alcohol, tu solo, en tu fiesta privada bajo las estrellas.
—Me quedé cuidando la puerta y ese no es tu asunto. —Dio un golpe en la oreja a Bitterman. —Yo soy el jefe, yo mando.
Bitterman agitó el cubilete tras haberse sobado el golpe. Lo arrojó sobre la mesa sacando una quintilla de reyes. —Deben de estar bien, ya sabes Yummi, Miller, Tetsu, Mina y Reno. Todos son unos pervertidillos.
Siguió el turno de Master para usar el cubilete, sacó una quintilla de Ases y soltó una risa maliciosa. —Está bien, cuéntame: ¿Qué has visto desde tu incursión dentro de Betis Hill?
—Fuera de las luchas y el canal de Play Boy, nada anormal.
Bitterman recibió otro golpe.
Y comenzó el relato de Bitterman:
—¡Ah! pues... Primero brincamos la reja, cosa que no hiciste, pues tu edad no te lo permite, seguramente maldito borracho. Entramos cual nos lo propusimos, yo decidí ir al cuarto de seguridad junto con Miller, los demás fueron a revisar el terreno y que no hubiera shimis cerca. Hasta ahora sólo he visto una parte de los baños. Miller se quedó en la cocina, creo que se quería robar unas cazuelas. Fui el único que entró al cuarto de seguridad, vi los monitores que mostraban cada sitio del instituto, vi los baños de mujeres en los cuales todavía se puede encontrar ropa interior, me hubiera gustado ir por esas prendas, pero hubo algo que llamo más mi atención, la televisión con cable, cerré la puerta y me dispuse a verla. De ahí sólo recuerdo, mucha cerveza, comida, luchas, gritos por las cámaras y un ruido de cacerolas de metal cayéndose.
***
Joel sintió algo incómodo mientras dormía, no dejaba de quejarse, hacía muchos ruidos extraños como gemidos: ¿Malestar estomacal? ¿Pesadillas? No, sólo es que no había cenado bien, siempre se tomaba su vaso de leche antes de dormir, cosa que no pudo hacer pues las cosas que llevaba habían quedado dentro de la vagoneta incendiada. Se despertó de sobresalto, se levantó sin despertar a su compañero de cuarto, Zombi, que se encontraba roncando. Joel salió de su habitación y se dirigió con su cámara de video a la cocina, esperanzado encontrar leche en las alacenas.
El gordito de la cámara salió del edificio muy deprisa, tenía mucho frío. El lugar por donde caminaba era sombrío, ni las ratas se asomaban. Daba diez pasos por cada zumbido que le propiciaba el viento, siguió adelante a la cocina. Comenzó a escuchar un sonido, como si de un animal herido se tratara, al parecer pedía ayuda, pues era un sonido agonizante que parecía decir: yemme, yemme.
Este era el sonido que emitía esa cosa, tal vez era un shimis o algo peor, pero los shimis solo habían reído, era el único sonido que emitían, pero nuestro amigo gordo se armó de valor y siguió adelante hasta el otro edificio grabando todo lo que escuchaba.
—Soy Joel, tengo ganas de leche, estoy caminando por los suelos de Betis Hill, son como las tres de la madrugada, no puedo dormir y tengo miedo. —Dijo a la cámara cuando ya se encontraba bajo el edificio principal y caminó por la oscuridad hasta llegar al comedor que se encontraba con las luces prendidas.
—Alguien se me adelantó.
Entró a la cocina, la puerta secreta de acceso a la sala de seguridad estaba abierta, escuchó risas dentro, los bellitos de los brazos se le erizaron.
—¡Ay! Mamá no me hagas esto.
Avanzó hacia la puerta, escuchando ahora gemidos de una mujer.
—Diablos, apoco los shimis hacen eso, tengo que salvarla.
Joel se llevó los pantalones al ombligo y cambió su cámara a modo de pelea, pero al llegar al marco de la puerta escucho de nuevo una voz de ayuda, pero los gemidos dentro de la sala de seguridad siguieron.
—¿Qué hago? ¿Salvo a la princesa o ayudo a la voz desconocida?
Pensó sobre esto un rato más y mejor intentó buscar un galón de leche en la cocina, donde un montón de cacerolas se encontraban en el suelo y volvió a escuchar la voz que le pedía ayuda.
—Ayúdenme, ayúdenme. —Escuchó esta vez.
—No oigo nada, no oigo nada tengo orejas de pescado.
El gordito abrió las puertas de una alacena y encontró un cartón de leche en el fondo, lo abrió sin dudar y se lo comenzó a tomar directamente del empaque, lo cual calmó sus nervios.
—Está bien, ahora a salvar la princesa de las garras de los shimis.
Escuchó de nuevo la voz que le pedía ayuda, no le hizo caso y corrió rápidamente hacia la puerta de la sala de seguridad tomando una cacerola como casco.
—¡Allá voy princesa la rescataré con mi vida!
Al llegar al marco a la puerta escuchó de nuevo risas, no eran infantiles eran de la persona que antes había estado en esa habitación viendo las luchas.
—¿También viniste a ver porno? Ya sabía que eras un pervertido como yo, ven tómate una cerveza.
El gordito decepcionado pero de buena gana se sentó a ver la televisión con una nueva afición, las luchas y la pornografía por cable.
—Bitterman... ¿También escuchaste la voz de la cocina que pide ayuda?
Bitterman asintió con la cabeza.
—Sí, es Miller está atrapado debajo de todas esas cacerolas, me dijo groserías y mejor no lo ayude. —Pronunció con orgullo el chico punk.
—¿Y si vamos a ayudarlo para sacarlo de ahí?
—Bueno, en lo que pasan los comerciales.
Los dos salieron hacia la cocina y liberaron a Miller de las cacerolas. Frank Miller era el cocinero y cantinero del SACS, su especialidad eran las margaritas, la alquimia y la piromancia.
—Ya se me hacía que no me sacaban de ahí. Pinches payasos. Pero gracias, se les agradece, ya llevaba ahí una semana sin comer, a ver dame leche Joel. —Le arrebató el cartón de leche al gordito y le dio un fuerte trago. —Pues como les iba diciendo no había comido ni madres, van a ver, si ya habían entrado todos pero no me hicieron caso, ya les iba a decir ayúdenme cuando se salieron de la cocina, van a ver. A ver quién les hace el desayuno. —Concluyó algo molesto.
—¡Ay! Sí, es cierto ya va a  amanecer. Oye Miller: ¿Por qué estás aquí en Betis Hill? ¿También te invitó el Master? —Preguntó Joel.
—Sí, pero yo nomás vengo a trabajar como cocinero, para eso me trajo, ahí para hacerles unos omelet con su salsita. Hay un chingo de comida, ahí en mi alforja mágica.
Miller era un tipo amable, descendiente de vikingos. Guapo, alto y fuerte como un toro. De brazos bien marcados y larga cabellera rubia.
—Te puedo preguntar algo más: ¿Qué hacías debajo de las cacerolas?
—Ya hasta te pareces a Tatiana… Pues cuando entre aquí con Bitterman, vi algo que me llamó la atención en la alacena de las cacerolas y es este papelito:
 2do reporte de Anselmo
La enfermedad dentro de nosotros. Una mente está llena de felicidad y sufrimiento, el cuerpo se enferma por factores externos e internos, pero aun así, si es por un factor externo y es bastante grave como las enfermedades crónicas, si la persona no se da cuenta de esto, ¿Estará por siempre sana?
El efecto mariposa es un concepto que incluye la noción de dependencia sensible en condiciones iníciales en la teoría científica: la teoría del caos. La idea es que pequeñas variaciones en las condiciones iníciales de un sistema dinámico pueden producir grandes variaciones en el comportamiento del sistema a largo plazo.
La interpretación, es que la realidad no es mecánica y no es lineal, o dicho de otra forma, la incapacidad del hombre y la ciencia de predecir y controlar la realidad es cíclica, una constante de causa y efecto.            
Los experimentos han fracasado, todos los estudiantes que fueron vacunados han tenido cambios y han quedado en coma, aún hasta los más sanos. ¿Cómo pudo ser esto? ¿Todos mis cálculos fueron exactos? ¿Cómo? ¡Que frágil es el cuerpo!
Intenté despertarles pero no ha ocurrido nada, todos ya han muerto. Sus cuerpos serán sometidos a congelación dentro de los laboratorios.
¡Maldita sea, cerraran el colegio!
Últimamente he escuchado sonidos raros en las cámaras de congelación, he ido a inspeccionar, cientos de criaturas raras han aparecido, son como muñecos de felpa, muy lindos en el exterior pero son asesinos naturales, los cuerpos de los estudiantes han desaparecido ¿Acaso mutaron en esas extrañas, adorables y mortíferas criaturas? ¿Qué he creado?
Aún no despiertan todas por completo, pero supongo que son mis estudiantes mutados. Por ahora todo está bajo control no han despertado del todo. Debo de destruirlas cuanto antes para que no escapen y que esto no se vuelva una noticia.
 —Es un reporte sobre los experimentos que estuvo haciendo el director del instituto, parece ser que usó estudiantes en sus experimentos y no quería que nadie se enterara de lo que había hecho. —Explicó Miller.
—Qué buena deducción, te mereces un diez. —Le dijo Bitterman con sarcasmo.
—Y si, ¿Nos vamos a dormir? Mañana les mostramos ese reporte a los demás,  ya son más de las cuatro de la mañana y hay que madrugar. —Comentó el gordito.
—Sí, me parece perfecto ¿Tú qué opinas Bitterman?
—Por mi está bien, ya se me fue la inspiración.
Y los tres salieron del edificio donde se empezó a concentrar demasiada neblina, tornándose el ambiente mucho más siniestro. Una silueta se acercaba entre la niebla, era una pequeña y jorobada figura, agitaba un palo con su mano, venía subiendo las escaleras, estos chicos no lograban distinguir que era eso que se acercaba. Bitterman disparó y fallo en su intento, pues con el palo que agitaba la silueta desvió la bala. Seguía acercándose. Casi lograban identificar que era esa cosa que subía las escaleras pero escucharon un gran gemido que Joel había escuchado antes: yumme, yumme.
El ser que decía “yumme, yumme” le hizo frente a la silueta oscura; poseía dos astas como de un reno que se dejaban notar entre la neblina. También tenía una nariz redonda y apagada.
Una voz siniestra salió de la silueta:
—¡Chiquillos greñudos! ¿Quién los ha dejado pasar a donde yo guardo? ¡Váyanse feos, sucios! Sé que él está aquí y que ha venido por mí ¡No me vencerá otra vez!
Mientras hablaba, el reno se abalanzó contra la silueta. Ambos rodaron por la escalera, donde nuestros amigos no los volvieron a ver por esa noche.
¿Qué eran estas dos cosas que acechaban en la oscuridad? ¿Eran la nueva forma de shimis de las que hablaba Joe?
Joel, Bitterman y Miller regresaron a sus habitaciones y durmieron aterrados.
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clonamazapan · 6 years
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Ernesto. Yo ya te dejé atrás.
Si me doliste, y me doliste un chingo, lo intenté por última vez contigo y TU quisiste terminar las cosas, o mejor dicho, nunca empezarlas. La verdad, es que yo te veo como un niño. Y yo no puedo acostarme con un niño, si en rockabilly te seguí los besos, fue por cotorreo. No quería que te quedaras, yo quería irme con Bebé. No me gustas cuando estás borracho, bueno, la verdad es que simplemente ya no me gustas. No quiero estar con nadie en éste momento, pero menos con alguien a quien, sinceramente, veo como un niño. No quiero que me cuides. En la playa no pienso acostarme contigo, si no lo he hecho aquí estando borracha, menos iré a hacerlo en la playa.
Te tengo cariño, y siempre te voy a tener cariño, pero estoy cansada de tus desplantes, si no me quieres hablar pues no lo hagas. Neta, a mi me da lo mismo, y no porque me valgas porque no, no me vales, pero a fuerzas nada. Y no me gusta que me agarres los pechos, n me gusta ni me excita, ni que te sientas con derecho a mi cuerpo, un tiempo, por tonta caí en ese juego de estarme acostando contigo, pero esto es en serio: No pienso volver a hacerlo. Yo traigo mis asuntos, y tengo mis cosas con otras personas y no me interesa estar reciclando algo que ya fue, ni que fueran las relaciones envases retornables, estoy harta, francamente harta. Somos muy MUY diferentes. No buscas lo que yo. No creo en el matrimonio y de hecho creo que tampoco en la monogamia y gran parte del asunto contigo fue algo muy forzadote. Y te lo digo crudo porque tu no me quieres tanto como dices que lo haces, me tienes idealizada, y me atribuyes características que yo francamente no tengo, me pones la etiqueta de “the one that got away” pero yo no soy eso, soy tu exnovia, que anduvo contigo un rato que en su momento fue divertido y nos hicimos crecer, espero, al menos yo he crecido mucho, no se si tu, pero no soy el amor de tu vida, ni tu corazón, ni me amas, no creo que ni tu ni yo sepamos realmente lo que es el amor. El amor no cela, el amor no posee, el amor no enjaula. El amor sólo ama. Y ni tu ni yo nunca hemos sido capaces de just love and be loved in return; estábamos asquerosamente mecos. He conocido mucha gente, y he aprendido mucho del amor aún sin conocerlo y de la gente que sabe lo que es, y tu y yo no lo sabemos, y menos juntos. Eramos algo bien tóxico, tu querías algo libre pero enjaulado y eso es completamente contradictorio. Me querías siendo yo pero solo en sus momentos y eso está chafa. Yo… Yo me aferré de más, la forcé mucho, eres muy diferente a mi, incompatible, y la verdad no puedo amar como lo que realmente es el amor a alguien que mhhhh, que me ha llamado destructora. There are wounds that are not meant to heal at all. Y la neta, después de esa vez que a fuerzas me querías bajar los calzones, en tu casa, yo supe que nunca te iba a poder amar. Yo no soy tu corazón ni el amor de tu vida. Yo soy el amor de mi vida y de las personas que me hacen bien y a las que puedo yo hacer bien, y alguien que me quizo forzar a un acto sexual nunca va a ser mi amor, lo siento porque prometí alguna vez nunca volver a tocar ese tema, pero hay cosas que simplemente se respetan, y la sexualidad de alguien es una de esas cosas. Y pues yo quise terminarte y no podía. No me dejabas. Yo no empecé siendo violenta como después me convertí…. Tu quieres creer que dependo de ti y no es cierto. Si te he buscado ultimamente es porque me eres familiar y ya, hay cariño y ya, pero perdí mucho tiempo valioso aferrándome a ti, y la verdad mhhh… No quiero un niño que ni siquiera es capaz de aceptar cuando se siente triste, no quiero, ni quise ni voy a querer. Crecí cuando te dejé ir, fue un acto de amor propio hermoso, crecí cuando anduve y también dejéir a mi otro exnovio y para ti puede ser un junkie, pero al menos nunca rompió mi celular, ni me lo arrebató, ni leyó mis mensajes, ni me bajó el calzón a fuerza. Ni mis pinches residentes. Y tus reclamos, como si mi corazón, mi vida o mi cola te pertenecieran… “tu nada más estás conmigo porque ninguno de tus residentes te pela”… Tu solito, TU SOLITO cavando tu propia tumba. Neta intenté darlo todo de mi, en la playa (hace 2 años) tu dices que yo me puse loca, pero es que NO PUEDES EXIGIRLE SEXO A NADIE. Yo no te debía el acostón, hay maneras de hablar, y perdón, pero a mi no me gustabas en ese momento, en ese momento no me gustaba la persona que eras, es que ya no eras la persona que a mi me había gustado, eres demasiado ebrio y eres muy falso y juras que no, juras que eres auténtico, pamplinas, neta estás bien lejos de eso y yo se que tu de verdad crees que eres alguien auténtico, pero nomás viendo a la bola de pendejos con los que te juntas eso da risa. Admiras a la gente mas falsa y chafa de todos. Y pues bueno, a mi que me importa, en efecto, yo, yo tengo tatuado a Marylin Manson y a mi siempre, antes que todo me van a gustar los outccasts, los misfits, los inadaptados, los rebeldes, que antes  prefieren aislarse que renunciar a ellos mismos y la autenticidad para mí es lo máximo como meta y como algo que me excita en otro. En la vida real, me quedo con mis amigos los raros y los rebeldes, no los borregos, y eres un maldito borrego inmaduro. Puedes tirarle caca a mi exnovio el drogadicto, pero ese cabrón es auténtico y eso es hermoso por dentro y por fuera. No sabes lo que es el amor. Casi nadie lo sabe. Creemos que amar es poseer, enjaular y que puto asco con eso.
Que chingón fue éste tiempo, porque aprendí que no soy una loca por creer en el amor libre, que para mí, es el único amor que existe. El enamoramiento es algo bien estúpido… Amar a alguien no por que queramos poseerle, eso, amarlo en su completa y absoluta y divina libertad, eso. Aun si quiere a mas gente, acostándose con quienes quiera acostarse. No porque sea un MUST sino porque es contradictorio creer que puedes amar a quien quieres poseer, someter, no enjaulas a lo que amas y si aún sin enjaularlo, ese wey o esa vieja escoge estar contigo ESO ES LO MAS VERGAS, pero no por condicionamiento, sino por libre elección. Eso me dejó mi hermoso Jhaloe. Tú, ¿Qué me dejaste? el decirme puta. Blah, pues pícate el ano. El juzgarme por con quien decido compartir mi tiempo, cariño o mi cuerpo, el llamar a mis amigos “bola de mugrosos”, o “patéticos” . Pues, yo soy una mugrosa, una mugrosa, inadaptada, rebelde, patética y puta si tu quieres.
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jmlaserna · 7 years
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Casino (II)
Advertencia: Esta es una historia retorcida con solo miseria en ella. No trate de interpretarla a su realidad o caerá en el grave error del ciego que corre aún más rápido para llegar a un punto determinado.
Mientras trabajaba de cajero en un grifo al cumplir los 40, una joven jefa de seguridad de un casino, solia venir a acompañarme en las madrugadas. Al parecer tenía turnos muy extraños, pocos días pero de casi 11 horas seguidas. Por esa zona decadente y conforme con mi misera paga, no había otro lugar para tomar cafés. Nunca le pregunté sobre su vida, pero lo primero que me contó es que se llamaba Cassie, a lo cual se me salió un "Cali?" y desde entonces le decía así. Creo que se sentía segura conmigo durante esos minutos que me regalaba. Como es obvio, mi vida era patética y sin sentido alguno, como ahora, pero de una manera más inocente. Tenía la regla de no familiarizar con extraños, pero ella hablaba por los dos. Llegó un punto que me contó de su trabajo y las personas en él. Poco a poco las historias se tornaban alrededor de su jefe, el dueño del casino. Era un reciente ex convicto que por algún tema político había salido más rápido,  aún guardaba lazos estrechos con gente en el poder. No necesariamente del gobierno actual, sino de la gente que siempre tiene el poder en la oscuridad. Ellos iban al casino a verlo, pero no a jugar. Solo saludaban y entraban a “La sala azul". Tal sala era una especie de anfiteatro pequeño, con pequeños cuartos sellados y servicios, al menos eso se afirmaba como una leyenda, ya que no estaban autorizados a entrar. El casino usaba la estructura de una antigua casa, y aún quedaban pasajes vetustos sin modificar. Incluso desde la tienda del grifo, podía ver altas torres alzarse en la negra noche, pero según me contó, era aún más tenebroso por dentro. Cali, demasiada blanca y con sus ojos hermosos, pero inexpresivos, me narró la historia a los dos meses de conocernos. Esa mirada le daba un toque de seriedad funebre a la historia. Jurar por lo más sagrado, aún sin nombrar que es para mi, ya supone un pacto inquebrantable para ella. Sus ojos, no podía dejar de ver sus ojos. Como si ella misma estuviera escapando de una maldición y pasandome un poco de su dolor. Esas pupilas tenían vidas propias, todas saltonas, especialmente en los detalles más macabros. Fue la única vez que no hablamos en la tienda. Me dijo que iba a empezar y que no la interrumpa hasta terminar, mientras nos terminabamos de sentar donde inflan las llantas al lado del grifo, seguros que nadie iba a escuchar.
-Pues Juan, todos entran por la entrada normalita del casino, todos, hasta sus invitados del dueño porque si entraran por la puertita de salida de La sala azul, no pasarían por los detectores de metal. El dueño es un paranoico con la seguridad. Aparte, yo supongo, que cuando tienes tanto billete, el poder pavonearte al frente de otros mortales y llegar por la puerta grande te debe ser parte del placer. Estos, sus invitados, entraban por donde te digo, pero no sé veían a que hora salían, ya que tenían su propia salida hacía una puerta directo al estacionamiento. Yo soy la dueña de seguridad. Bueno, yo soy la cabeza responsable en un casino que siempre tienen ojos atrás tuyo. Ha tenido que pasar años para ganarme su confianza y entre comillas. Pues, veras, hay uff muchas personas en seguridad, pero cada uno ve una serie de camaras en lugares especificos. Yo estoy en el cuarto de control donde puedo ver todo y los problemas que no se resuelven facilmente, esos nomás, me los reportan a mi. El único lugar en el casino que no puedo ver con mis camaras es la Sala Azul. Y yo sé que tienen su propio sistema independiente. Lo sé por el cableado. Ya te va parecieron raro, ¿no?
Sergio se llamaba el desgraciado, ese es el adjetivo/sustantivo que repetia varias veces. Aunque para mi, los diegos representaban recuerdos de buenas personas, así que en mi mente solo lo recordaba como una anomalía. Luego de que Cali me contará la historia entera, no podía sacarmela de la cabeza y, aunque no sabía donde investigar, ya que no es el típico rumor que escuchas al costado de una escalera, sí se me ocurrío ir al vendedor de periodicos de mi cuadra, un viejo con mucho tiempo libre. Si algo es cierto, el debéria haber leído algo al respecto. En efecto, pude comparar personajes y un par de escandalos, aunque nada salió a la luz de forma directa. “Nada es blanco o negro”, como suelen decir. Allí fue cuando llegué a la conclusión de que cuando se tiene tal poder y acceso indiscriminado a las satisfacciones que nosotros, mortales, solo vemos en pequeñas cantidades, cruzas una linea de no retorno, te pierdes en una busqueda de algo que te haga sentir vivo, aún cuando sea desconocerte sin retorno. Y, no, no pagas consecuencias. Consecuencias son para los demás. Gerald concordó conmigo sin entender de qué hablaba exactamente y le compré un periodico del día.
Esa noche esperé a Cali en nuestro lugar de siempre. Estaba entusiasmado por contarles las nuevas -las malas nuevas o nuevas malas- No hace falta decir que nunca llegó. El trabajo que tenía fue cubierto por un regordete llamado Tuco. No volvió por esos lares, pero siempre me sentaba en esa misma silla mirando hacía la casa que vestía de casino, esperando ver a una blancona con mirada inexpresiva que coincidiera con la mía. Estaba seguro de que si seguia haciendo esto, un día la iba a encontrar. Estaba tan seguro que este final tendría un final.
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