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#Nunca salí del horroroso Chile
al-achunte · 2 years
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NUNCA SALÍ DEL HORROROSO CHILE
Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí - momentos de un momento -
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me inflingió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.
- Enrique Lihn (1979)
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yukino-moizefala · 1 year
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Nunca Salí del Horroroso Chile
Enrique Lihn, "A partir de Manhattan", 1979
Nunca salí del horroroso Chile mis viajes que no son imaginarios tardíos sí - momentos de un momento - no me desarraigaron del eriazo remoto y presuntuoso Nunca salí del habla que el Liceo Alemán me inflingió en sus dos patios como en un regimiento mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor: el miedo de perder con la lengua materna toda la realidad. Nunca salí de nada.
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hectorlira · 2 years
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Nunca salí del horroroso Chile
Nunca salí del horroroso Chile
Nunca salí del horroroso Chilemis viajes que no son imaginariostardíos sí -momentos de un momento-no me desarraigaron del eriazoremoto y presuntuosoNunca salí del habla que el Liceo Alemánme inflingió en sus dos patios como en un regimientomordiendo en ella el polvo de un exilio imposibleOtras lenguas me inspiran un sagrado rencor:el miedo de perder con la lengua maternatoda la realidad. Nunca…
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raulgoycoolea-blog · 7 years
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Entrevista por Emiliano Valenzuela
Raúl Goycoolea, marcando los pies en el polvo. Crecí junto a jóvenes duros.Duros y sensibles a los grandes espacios desolados.RB
Raúl Goycoolea no es un fotógrafo de imágenes sueltas, como pueden ser o mejor dicho  son en su mayoría las de los fotógrafos que  buscan compartir la vitrina de la foto-prensa, tan maneada con la reiterativa obsesión por ese acierto mal llamado "vida diaria" que repleta en  exceso el contenido de los concursos fotográficos nacionales. “Como si la vida no nos sugiriera de inmediato la idea de una continuidad en el tiempo”, afirma Raúl. En cambio, sus fotos, esas intensas series de largo aliento hechas en la errática itinerantica de viajes larguísimos a pueblos y selvas que reflejan o son - según señala-, de frentón, "la opaca metáfora  de la marginación latinoamericana", nos remiten a procesos creativos que por detrás tienen una pausada meditación. Gente a orillas de la vida. Pasos fronterizos. El húmedo corazón de la selva peruana. La sordidez de los inviernos en el sur profundo. Cuba. Bolivia. Lima y sus playas. Una imagen de Valparaíso que se atreve a hablar desde una nueva territorialidad que lo sitúa como una Isla y que está tomada desde los márgenes no ubicados en los extramuros o en los bordes alejados y remotos, si no en las cumbres del cerro mismo, donde pocos fotógrafos han sistematizado un trabajo tan prolífico como el suyo. ¿Qué tienen en común todo estos lugares? Tienen que ver, sostiene como gran lector de Cormac McCarthy y de Piglia, "con la escritura de una narrativa: hacer fotos es relativamente fácil. No así construir relatos, rozar un poco aunque como sin intención definida la imagen con la literatura y sus abismos que no conducen a nada, pero al mismo tiempo llevan hacia ideas particulares o profundas de la vida". No son sus fotos un edificio en llamas o una sobrecargada alegoría del intimismo: son más bien la reiteración gradual de una suerte de estado de ánimo difuso: transitan por ahí el aburrimiento. El tedio. La parquedad de las cosas y de las personas recortadas, como objetos huérfanos, en un horizonte que se despliega como un tablero de ajedrez contra el paisaje árido o misterioso. Hay en ellas una voz similar a la de Marlon Brando en esa escena de Apocalipsis Now donde un caracol camina por el filo de una navaja: "ese es mi sueño, más bien mi pesadilla", dice Brando.
Raúl Goycoolea nació en 1983. Afirma que  comparte con los nacidos ese año –año, por cierto, de la primera protesta nacional- ciertas experiencias comunes, el reconocimiento  de imaginarios, un espacio particular donde se transita como si sus imágenes hablaran en parte desde el margen nublado de ese pasado, desde lo que vio y cómo: “A veces pienso que cualquier narrador (no solo literario) nacido en los 80s ya me gusta. Es verdad. Somos una generación extraña. Nos tocó vivir las protestas desde un vidrio: el vidrio de la tele, el papel de los diarios, porque yo era clase media de la Florida, con padres de derecha y apolíticos. Una vez vi una protesta en Macul con Grecia desde adentro de un transporte escolar. El llanto de los niños porque no podían respirar; la mujer que conducía gritando desesperada. Todo desde un auto en movimiento con los ojos rojos. Ya en los noventas los ochenteros teníamos entre 7 y 10 años y a esa edad te acuerdas de todo. Me acuerdo de la calle, de que quería ser camionero porque quería viajar".
Y es que en su trabajo subyace siempre la idea del viaje, o mejor dicho la experiencia del viaje como una cantera de experimentación que transcurre como paisaje tanto afuera, en lo real, como dentro, en la mente. Sus fotos tienen que ver en mayor medida con la vida que con lo fotográfico como teoría. Fotos que están a medio camino entre el comienzo de una carretera y la vista que nos anuncia su recorrido enrevesado y ondulante bajo el calor lleno de perros atropellados y lagartijas, y cuyo destino final, una historia de violencia o de ternura bajo el viento latinoamericano, es desconocido y enigmático. Cuyo destino final es como un poema de Roberto Bolaño que dice: "una sueño que atraviesa puestos fronterizos / hundido en el légamo de su propia pesadilla / Un trabajador de temporada / Un santo selvático / Un poeta latinoamericano lejos de los poetas latinoamericanos / Un tipo que  folla y ama y vive aventuras agradables y desagradables cada vez más lejos / del punto de partida".
****
El viaje de Raúl comenzó a los 12 años, edad en que partió con su familia hacia sur. A Puerto Montt.  En ese imaginario de infancia, lleno de paisajes en penumbra, aparece un liceo de hombres. Un grupo de buenos amigos. Hay además largas tardes y atardeceres en las cercanías difusas de la frontera, pero una frontera particular: una frontera que no tiene que ver con demarcaciones jurídicas, administrativas o reglamentadas en algún sentido, entre una región y otra o un país y otro, si no con la idea de aquellas tierras removidas por la lluvia como un  lugar inhóspito, existencial, del que no se puede escapar nunca: un lugar hermoso y terrible, donde hay lluvia intensa para siempre, y el olor de esa lluvia, el estigma, se impregna en todo, en la ropa, en el pelo, en los huesos y en el corazón. Hay además caminatas  por orillas de la vía del tren. Adolecentes con navajas. Adolecentes que prenden una fogata o  escuchan música en personal estéreo -canciones que no hablan de nada, voces en el vacío-; adolecentes que leen relatos policiales o a Rimabud. Adolecentes que pelean después de la escuela en terrenos baldíos. Adolecentes que toman cerveza bajo un cielo  absolutamente azul o bajo los árboles que se recortan bajo ese cielo absolutamente azul. Está el paisaje. Esta la distancia y por sobre todo está la entrañable lejanía de los años que toda historia la transforman en mito y todo paisaje, visto por un joven fotógrafo valiente o más impetuoso que valiente a decir verdad,  en iniciática fuente de inspiración. 
En esos tiempos apareció la fotografía para Goycoolea. Fue como jugando, como hueviando con una cámara que por alguna razón estaba entre el grupo de amigos que ya en tercero o cuarto medio se sacaban fotos entre sí, en la sala de clases o en la cimarra. "Recuerdo los 2 miles fumando paraguayo comprado en la Kennedy en Puerto Montt. Unos blocks post dictadura de esos que llenan las periferias de todas las ciudades del país. En ese tiempo ya sacaba fotos y recuerdo que tengo a esos blocks y las tetas de mi mina de esa época. Recuerdo que un día llevé la cámara al liceo y le saqué fotos a mi amigos de verdad. Al Cristián, al Marco y al Jorge. Recuerdo que el Jorge agarró un water del patio e hizo como que meaba. Yo le saqué la foto y salió no sé cómo, porque yo no sabía ni exponer. Jugábamos beisbol en el recreo y fumábamos cigarros Life. Un día hicimos un paseo de curso a una isla que se llamaba isla Tenglo. Compramos una garrafa plástica y alguna cosa para comer más conchos de copetes robados de casas. Yo recuerdo haber vomitado morado en el pasto verde. Después salimos de cuarto con la certeza de que no nos veríamos jamás y creo que casi ocurre pero decidimos seguir viéndonos, en la vacaciones de invierno y verano".
El viaje iniciático.
Así un buen día Raúl viajó de vuelta a Santiago. Pero sin abandonar Puerto Montt. Su deambular en el viaje siempre lo remite a ese lugar. Como el verso de Enrique Lihn que dice "nunca salí del horroroso Chile", para Raúl el horroroso Puerto Montt y sus noches en la cabina de un auto a toda velocidad en un camino en pendiente, o estas imágenes de sus amigos tomándose un ron o una cerveza en el patio, o el paisaje industrial y opaco de esas calles, es la cárcel, inseparable de sus encuentros con la imagen mental en la que subyace lo fotográfico. En sus fotos siempre están sus amigos de esa época y la vida junto a ellos. Rápida o lenta. De arriba hacia abajo. Como la muerte:  inquietante y reiterativa. Ahí está  en cierto sentido, el mito sobre el cual se funda el comienzo de su carrera como fotógrafo o el comienzo de su viaje. Aparecen más imágenes: están nuevamente los amigos en los últimos estertores de la adolescencia. Hay un viaje místico desde el sur profundo al norte extremo. Un viaje iniciático, al que todo héroe se somete y luego del cual experimenta un cambio para siempre. Hay playas de noche y estrellas pálidas bajo las que completamente borrachos los compañeros de camino hacen un rito enigmático de amistad. Hay un amigo muerto. Está todo eso como la configuración de un pasado sobre el que se funda un mito, y ese mito  es el motor o una suerte de motor, no consiente quizás, pero que si existe en algún lugar permanente de sus fotografías, como el desarraigo o la derrota. Como Puerto Montt y su paisaje. "Yo me fui a Santiago a estudiar publicidad, Marco y Jorge Derecho en Temuco, y Cristian se quedó trabajando en oficios varios en Puerto Montt mientras ordenaba su vida. El fue el más inteligente. Y así mientras nos veíamos, soñábamos y crecíamos juntos, empezamos relaciones que terminarían espantosamente. Vendría una idea de viaje a Perú. Lo hicimos y se quedó uno abajo: Jorge, porque su hermano no quiso pasarle las monedas para hacer el viaje. Llegamos a Arica y nos fuimos a una playa que se llama Los Corazones y nos emborrachamos toda la noche solo para despertar en ese lugar que bien podría haber sido un purgatorio. De ahí viramos a Tacna. Estábamos en éxtasis. Éramos pobres, libres y jóvenes. En Cuzco le hicimos un altar a Jorge, con botellas de vodka y ron y pitos y una foto que llevábamos impresas.
¿A quién se le habrá ocurrido viajar con una foto del amigo que no pudo ir, como si la foto fuese él? Teníamos humor. Después cuando Jorge enfermó de cáncer, un día Marco y Cristian me preguntan si no creía que haber llevado esa foto tenía algo que ver. Callamos todos. Contestar si, era estar loco. Y contestar no, era mentir. Todos pensábamos eso, pero éramos jóvenes y pensábamos muchas cosas no del todo racionales. Cuando Jorge enfermó hicimos varios viajes al pueblo de Hospital, cerca de Buín, a verlo. Conversábamos y lo pasábamos bien. Una noche viajamos en tren con Marco, recuerdo Estación Central más oscura que nunca. Compramos una botella de vodka y agarramos el tren de la noche. Llegamos y nos emborrachamos a tope. Jorge no daba más con los dolores así que decidió inyectarse morfina a la vena y yo andaba con una Pentax K1000 y la foto salió cortada por la mitad pero se alcanza a ver a Jorge metiéndose los opiáceos pa´ dentro. No sé donde están esos negativos y no me interesa encontrarlos, son el horror. Después vendría el funeral que no fui. No voy al funeral de mis amigos. Marco y Cristian fueron. Dieron mis excusas. Meses después yo me descompensaría por completo y abandonaría la Publicidad. Ahí comenzó mi idea de ser fotógrafo y vaya a saber cómo mierda lo hice pero lo hice". 
La carrera de Raúl comenzó a tomar forma lentamente. Sin estudios formales de fotografía, se atrevió primero con su cámara a registrar protestas y calles por la noche. ¿Qué cámara usaba y usa? No le interesa mucho mientras sea digital. De preferencia una Nikon, con un 35 mm. Al contrario de la gran meditación que dedica a sus temas, el ímpetu de Raúl por encontrar sus imágenes es inmediato. En alguna entrevista dijo que lo análogo está bien, pero que no tiene la paciencia de aguardar sus procesos. Sus primeras fotos como fotoperiodista, eran muy de cerca, a momentos e instancias peligrosas. Prostitutas en 10 de julio y mucha noche. La explosión de una Molotov sobre un carro policial. Manifestaciones estudiantiles, etc.
Comenzó paralelamente y con un éxito gradual en aumento, a vender imágenes a diversas agencias locales y diarios. Mientras tanto, la idea de viajar no lo abandonaba. "El viaje me  gusta porque  allí no hay nada claro. No hay certezas. El viaje es como un vacío donde las preguntas y las experiencias se van ordenando solas. Recuerdo un viaje a Bolivia y yo sacando fotos. Recuerdo las sensaciones que me empacharon con el gesto fotográfico. Decidí que eso era lo mío. El fotoperiodismo es una excelente escuela. Es jodido pero te lima todas las asperezas y detona toda tu energía", reflexiona.
Primero el viaje lo llevó por el salar de Oyuni y los caminos altiplánicos. Luego a la Rinconada en la Sierra boliviana, un lugar donde apenas se podía respirar por la altura, normado absolutamente como un pueblo de caza recompensas por la venta de oro y las transacciones hechas  sin cesar por sus patibularios habitantes. Luego Lima y la playa de Aguadulce. Tacna y la frontera con Chile. Luego la selva: Iquitos, un enjambre de casas a orillas del río Amazonas. Entre medio Cuba y la Habana. El sur: un tema al que llamó Pehuenches y que aún no da por terminado, y para el que con recurrencia en invierno y verano regresa y tiene planeado seguir regresando. Finalmente La Isla: su serie fotográfica de mayor aliento y de la que pronto aparecerá un foto libro,  hecha  mientras trabaja como reportero gráfico en el Mercurio de Valparaíso: "la isla es mi ciudad, es Puerto Montt. Es mi juventud. Son mis paraguas y amores. El auto a toda velocidad subiendo una cuesta que era solo de bajada en el auto robado que un amigo le sacó a su viejo. Yo en el asiento de atrás pensando que iba a morir. Después el auto chocado en la isla. Las cintas amarillas. La isla es el resumen de mi vida hasta ahora. Es un ensayo de adolescencia. De libido. Del pasado. Nada tiene que ver el ahora, ni valpo ni nada. Todo lo que hay en ese ensayo son ideas provenientes de Santiago noventero y Puerto Montt dosmilero. Ahí está todo. Ahí está la pulpa. Por eso Valpo parece una isla. Por eso resultó tan "fácil" hacerle parecer otra cosa. Simplemente me dediqué durante cuatro años a graficar mis recuerdos, mis emociones, mis imágenes perdidas. Fracasé en varias pero las que quedaron son".
Cuando Raúl Goycoolea duerme sueña con la selva: un sueño maravilloso, un sueño raro. Un sueño que atraviesa el tiempo. Ha ido tres veces ya y organiza una cuarta visita. "Quiero hacer un trabajo de ese lugar y quiero viajar muchas veces. Quiero hacer unas fotos que no existen en mi memoria. Quizás en otra memoria, aún más tapada. Así es la foto, así es su camino. Uno se adentra y ya no se sale. Paralelo a todo lo que ocurre con la foto. Se vive, se folla, se recuerdan cosas, ves a tu cabra chica y la amas, te juntas con los amigos de verdad, te pones a tope. Trabajas, ganas plata, compras cosas, ganas premios y eso. Ambos mundos no se cruzan, se viven paralelos. Ahora mi mente está en el sueño de anoche, sentado bajo un árbol en alguna orilla de río, quizás el Itaya o Ucayali.
http://cronicascuriosas.blogspot.cl/2016/12/raul-goycoolea-marcando-los-pies-en-el.html
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