Tumgik
escaldo · 17 days
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Leyendas de terror salvadoreñas
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La Siguanaba
Esta es la leyenda más conocida en El Salvador. En los tiempos en que las deidades caminaban sobre la tierra, el dios Tláloc se enamoró perdidamente de una joven y bellísima mujer a quien los aldeanos llamaban Sihuehuet (que en castellano se traduce como "Hermosa Mujer").
De este amor nació un hijo. Sin embargo, la gente la consideraba una mala madre, ya que dejaba al pequeño solo en casa para salir a pasear.
Por este motivo, el niño se alimentaba únicamente de ceniza. Tláloc no tardó en enterarse de las acciones de la mujer y su enfado fue tal que le lanzó una terrible maldición.
A partir de este momento, ya no serás conocida por tu nombre anterior, sino que todos te llamarán Siguanaba (es decir, "horrible mujer") -pronunció el dios de la lluvia.
Desde la distancia, la dama parecía hermosa. Sin embargo, cuando algún hombre se le acercaba, su aspecto cambiaba drásticamente convirtiéndose en un horripilante monstruo.
La deidad también la obligó a vagar por los senderos y caminos rurales vacíos, buscando hombres trasnochadores para espantarlos y obligarlos a regresar pronto a casa.
Existe una manera de librarse de la Siguanaba, aunque llevar a cabo este plan sin fallos es sumamente difícil. La víctima que se encuentre cara a cara con ella debe acercarse lo más posible y luego tirarse al suelo cerrando los ojos y estirando uno de sus brazos hasta poder alcanzar uno de los pies de la criatura.
Después de esto, la persona debe jalar con fuerza para hacer que ella caiga. Mientras el espíritu maligno permanece en el suelo, el individuo debe darse a la fuga.
El Cipitío
Según la tradición salvadoreña, la leyenda del Cipitío es una "continuación" del mito anterior, revelándonos la historia del hijo de la Siguanaba.
Al igual que su madre, el Cipitío también se convirtió en una criatura maldita, ya que Tláloc le lanzó un hechizo para que nunca pudiera convertirse en hombre. Es decir, sin importar el paso de los siglos, siempre seguiría siendo un niño.
Los adultos mayores de El Salvador me contaron que en las casas de la gente que tenía chimenea, se decía que de vez en cuando el espíritu de aquel chiquillo aparecía.
El Cipitío no solo disfruta comer la ceniza producida por los maderos quemados, sino que también se deleita revolcándose en ella.
La descripción clásica de él es la siguiente: un niño de baja estatura, con un vientre prominente y extremidades inferiores al revés. Esto confunde a quienes intentan seguirle el rastro, ya que los lleva en dirección opuesta.
A diferencia de su madre, este personaje no hace daño a nadie, aunque de vez en cuando puede realizar alguna travesura inofensiva. Por último, solo queda decir que aunque a esta historia se le han añadido y quitado algunos detalles (dependiendo principalmente de la época), sigue conservando su esencia original.
El Cadejo
El Cadejo es una de esas historias que trascienden las fronteras de un lugar específico en Centroamérica, como en el caso de El Salvador, y se encuentran versiones del mismo relato en otras regiones, como México.
Se trata de una leyenda de origen indígena que sostiene que los perros son los acompañantes ideales para guiar al recién fallecido hacia la tierra de los muertos.
Sin embargo, con la llegada de las tropas españolas a Mesoamérica, este mito comenzó a evolucionar. En versiones posteriores, se utiliza esta leyenda para ilustrar claramente el contraste entre el bien y el mal.
Los Cadejos son perros fantasmas más grandes de lo habitual y generalmente se les ve en parejas. Uno de ellos es de color blanco, mientras que el otro tiene el pelaje completamente negro.
El Cadejo blanco, con ojos azulados, simboliza la luz del paraíso. Si este perro guía el alma de un difunto, encontrará el descanso eterno fácilmente, sin obstáculos en su camino hacia su destino final.
Por otro lado, si aparece el Cadejo negro durante el trayecto, es necesario tomar precauciones, ya que este perro se asocia con el infierno. Su principal misión es llevar almas inocentes al averno para satisfacer a Satanás.
Para protegerse de este espíritu maligno, los salvadoreños solían quemar incienso, conocido como Sahumerio en ciertas regiones del país.
Un consejo que podemos darte es que, si decides pasear por el campo, intentes regresar a casa antes de que se ponga el sol, ya que a veces los Cadejos andan sueltos.
La Carreta Bruja
Cuenta la leyenda que, desde tiempos pasados, en algunos pueblos de El Salvador, cuando el reloj marca las 12:00 de la noche, se puede escuchar con claridad el rechinido de las ruedas de una carreta que atraviesa las solitarias veredas a toda velocidad.
El relato que compartiré hoy me lo contó un querido amigo. Según él, un hombre había ido a visitar a unos parientes. Tan absorto estaba en la reunión que perdió la noción del tiempo, abandonando la casa casi a medianoche.
A pesar de caminar por un sendero oscuro, no sintió temor, ya que desde pequeño había estado acostumbrado a pasear únicamente bajo la luz de la luna.
Avanzó sin preocupaciones hacia su hogar hasta que de repente escuchó el chirrido de las ruedas de un carruaje.
¿Quién podría ser a estas horas de la noche? -le preguntó el hombre a su perro.
Continuó su camino, aunque el sonido de la carreta se hacía cada vez más fuerte. Justo cuando pasó frente al cementerio municipal, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y se persignó.
Ya casi llegaba a su casa cuando de repente sintió un escalofrío, ya que escuchó a los animales de la granja aterrorizados.
De repente, como un destello, vio pasar la Carreta Bruja frente a sus ojos. El cochero tenía la cabeza cubierta de zacate y del interior del carruaje solo se podía ver un extraño resplandor rojizo.
Lo más confuso de esta leyenda es que el hombre no recordaba cómo llegó a su casa ni por qué estuvo postrado en la cama durante más de tres días, con fiebres superiores a los 40°C.
La Ciguanaba
Algunos afirman que la leyenda de la Ciguanaba es exactamente igual a la de la Siguanaba (que, por cierto, ya está incluida en esta compilación). Sin embargo, después de revisar varias fuentes, nos dimos cuenta de que existe un relato distinto al anterior.
Quizás la confusión en la población se debe al hecho de que, en ambas crónicas, no solo el nombre es prácticamente idéntico, sino que también comparten varios elementos en común.
A continuación, comenzaremos a relatar esta leyenda para que puedas compararla con la otra.
En esta historia, nos encontramos con una bella mujer que era pretendida por un cacique. Sin embargo, la joven estaba completamente enamorada de otro hombre.
Esto enfureció al poderoso hombre, ya que ninguna otra chica del pueblo se había atrevido a rechazarle. Enfurecido, fue al domicilio de la joven, la raptó y la encerró en una cueva.
Mientras tanto, al prometido de la muchacha, lo golpeó y finalmente lo arrojó al río para que se ahogara.
Después de innumerables intentos, la mujer logró escapar de su encierro y encontró a un chamán, quien le entregó una pócima para que se convirtiera en un ser inmortal.
Desde ese día, la gente de los pueblos cercanos al río jura que por las noches una mujer vestida de blanco se pasea por la orilla, buscando el cuerpo de su amado.
La Leyenda del Padre sin Cabeza
Según lo que sabemos, existen dos versiones distintas de la leyenda del Padre sin Cabeza. En la primera, se cuenta que un sacerdote se enamoró de una mujer y abandonó la Iglesia para casarse con ella.
Desde el punto de vista de la Iglesia, este acto significaba que el pobre cura estaría condenado al pecado mortal por toda la eternidad, al romper sus votos de castidad para contraer matrimonio.
En la segunda versión de la leyenda, relacionada con el sacerdote decapitado, la gente mayor asegura que hace mucho tiempo hubo una fuerte revuelta en El Salvador y que uno de los padres de la Iglesia convenció al pueblo para que se levantara en armas contra el gobierno colonial.
Hubo numerosas batallas en las que el cura salió victorioso. Sin embargo, en una de las últimas escaramuzas, el ejército español logró capturar a los rebeldes y el padre fue condenado a muerte.
Además, en esta narración se enfatiza que el alma del sacerdote sale todos los viernes del año de la Iglesia del Rosario para recorrer las principales calles de la ciudad.
Por otro lado, no solo se ha avistado al Padre sin Cabeza en la capital, sino también en poblaciones como Santa Ana o Cojutepeque.
El Caballo Negro
Aquellos que se han encontrado cara a cara con el Caballo Negro han sufrido toda suerte de desgracias. Se dice que este animal no es otro que el mismísimo Diablo, solo que disfrazado.
Satanás, siendo un ser mitológico de gran astucia, no se presenta frente a los mortales como una criatura fea o una bestia salvaje. Por el contrario, se transforma en un bello corcel de pelaje oscuro.
Durante el siglo pasado, muchos de los hacendados más adinerados de El Salvador desaparecían en las noches de luna llena. Sus familiares los buscaron durante mucho tiempo, hasta que, sin explicación alguna, encontraron sus restos esparcidos en los potreros.
Uno de los detalles más intrigantes de este relato es que, en el interior de los cuerpos, no se encontraron músculos ni huesos, sino solamente zacate.
Es importante recordar que en los mitos antiguos, los ancianos creían que cuando una persona enfrentaba dificultades financieras o problemas de salud, podían invocar al diablo para obtener ayuda. Cuando Belcebú era convocado desde lo más profundo del averno, se formaba un gran remolino en el lugar de la invocación.
Luego, aparecía un hermoso potro negro, montado por un jinete elegantemente vestido. Este individuo cumplía algunos deseos de los desafortunados, pero a cambio, sus almas pasarían directamente al infierno sin posibilidad de absolución una vez que se cumplía el contrato.
El plazo máximo que el jinete daba a sus víctimas, bajo ninguna circunstancia, era mayor de siete años. Tal vez por esta razón, ese número siempre ha sido asociado con la "mala suerte". Si no me crees, solo recuerda lo que dice la gente cuando rompes un espejo por accidente.
La Descarnada
Sabemos que existe una versión "azteca" de esta leyenda, pero nos centraremos en la versión que encontramos en las fuentes salvadoreñas que revisamos antes de redactar este texto.
En el camino que va desde Santa Ana hasta Chalchuapa, la gente afirma que se aparece una mujer de aspecto aterrador.
Sin embargo, hay quienes aseguran todo lo contrario, afirmándo que la misteriosa dama posee una belleza sin igual. Suele pasearse por los caminos poco transitados, vistiendo ropa moderna y provocativa, con el objetivo de atraer a conductores solitarios para que se detengan y la ayuden.
Cuando una víctima detiene su automóvil, ella se acerca con paso pausado y le pide al conductor que baje la ventanilla del copiloto. Acto seguido, la "Descarnada" solicita ser llevada al pueblo más cercano, alegando miedo de caminar sola en la noche.
Una vez dentro del vehículo, la mujer comienza a mirar fijamente a los ojos del conductor, con la intención de hacerle perder el control y estrellarse contra una barrera de contención.
Cuando esta táctica falla, la mujer sugiere que se detengan para contemplar la luna y las estrellas por unos minutos. Aprovecha ese momento para besar apasionadamente a sus víctimas.
De repente, los hombres empiezan a percibir un olor nauseabundo y notan que la piel y la carne de la mujer se desprenden, dejándola convertida en un esqueleto literal.
Se dice que los desafortunados conductores que han sufrido el ataque de la Descarnada nunca vuelven a recuperar la razón, ya que sus mentes quedan seriamente dañadas para siempre.
Se desconoce si esta mujer fue una bruja o simplemente una víctima que fue asesinada en la carretera y ahora busca venganza. Así concluye una de las leyendas de terror salvadoreñas más espeluznantes.
El Duende
Un día, Graciela, una joven cortejada por todos en el pueblo, estaba desayunando frijoles con tortillas cuando un trozo de pared cayó sobre su comida. A pesar del incidente, ella ignoró el suceso y continuó disfrutando de su desayuno hasta que su abuela llegó y le contó lo ocurrido.
La anciana, al escuchar las desventuras de su nieta, la miró y le dijo:
Realmente, Graciela, ¿por qué todas las desgracias del mundo te ocurren a ti? Más tarde, mientras lavaba los platos, Graciela sintió caer un poco de tierra del techo, pero siguió como si nada hasta completar todas las tareas que su abuela le había encomendado.
Cuando terminó, se sentó a leer una revista hasta la hora de la siesta. A las 7:00 de la noche, una teja cayó cerca de ella, convirtiendo el ladrillo en polvo y dejando una marca en el piso que sorprendió a todos los presentes, incluyendo a sus padres, su abuela y una vecina.
Indignado, el padre de Graciela se levantó y preguntó quién estaba quitando las tejas del techo. Graciela compartió lo que le había pasado durante el día, pero nadie sabía qué pensar.
Esa noche, un grito de Graciela encendió las luces de la casa. Su padre, armado con un palo, buscó a intrusos por toda la propiedad, pero no encontró a nadie.
Más tarde, un fuerte ruido resonó en la casa, como si los trastos en la alacena se hubieran caído. Nadie pudo dormir después de tantos sustos.
Por la mañana, notaron algo extraño: el agua en la pileta para bañarse estaba tibia, algo inusual para esa época del año.
El misterio se resolvió cuando el padre encontró extrañas huellas en la tierra, similares a las que deja el duende, un personaje de las leyendas salvadoreñas. Según los historiadores, el duende se enamora de las chicas más bonitas del pueblo y les juega "travesuras" hasta encontrar algo negativo en ellas.
La Flor de Amate
En las provincias salvadoreñas, se cree que el árbol de Amate guarda un misterio especial. Una de las leyendas sugiere que quien se siente a su sombra será espantado por un espíritu durante la noche. Sin embargo, entre todas las historias conocidas, la que habla sobre la flor de amate merece especial atención.
Según la gente, esta flor solo es visible para los niños y las personas sordomudas. A veces, se aparece en las noches de luna llena, y para atraparla se necesita un pañuelo blanco. Dicen que si la envuelves en él, la flor nunca se escapará.
Quienes logran atraparla disfrutan de un largo período de buena suerte, pero deben cuidar de que la flor no desaparezca, ya que junto con ella se irá la fortuna.
El secreto para atraparla radica en estar en el lugar exacto donde caerá la flor, en el momento preciso: a las 12:00 de la noche.
En otras versiones, se dice que para obtener la flor de amate, uno debe desafiar a Satanás a una pelea. Si el desafiante gana, se le concederán todos sus deseos y una vida larga y plena. Pero si es derrotado, su alma será llevada al infierno por toda la eternidad.
Como dato curioso, este árbol solo crece en las zonas geográficas de El Salvador donde hay una temperatura cálida durante la mayor parte del año.
Chasca del Agua
Esta leyenda nos transporta a tiempos antiguos en "Barra de Santiago", donde vivía un jefe indígena conocido por su maldad y riqueza. Este hombre ya había concertado el matrimonio de su hija, Chasca, con el príncipe de una tribu vecina.
Un día, mientras Chasca paseaba por la playa, conoció a Ayacetl, un apuesto pescador. Entre ellos surgió un amor instantáneo, pero el padre de Chasca no aprobaba esta relación, ya que había arreglado un matrimonio para ella.
A pesar de la oposición de su padre, Chasca se encontraba con Ayacetl cada mañana en la playa, donde él la esperaba en su balsa y le dedicaba dulces canciones de amor.
Sin embargo, el padre de Chasca descubrió el romance y, en un trágico giro, Ayacetl fue asesinado por una flecha mientras esperaba a Chasca en la playa. El mar se tiñó de rojo con su sangre, y Chasca, presa del dolor, decidió unirse a él en la muerte.
Atándose una pesada piedra a la cintura, se adentró en el mar y nadó con todas sus fuerzas hasta que las olas la arrastraron hacia lo más profundo. Desde entonces, los pescadores de la zona cuentan que en las noches de luna llena, se puede ver a una mujer vestida con un traje de plumas blancas surcando el mar en una canoa del mismo color.
Así, en la actualidad, la gente de Barra de Santiago sigue recordando la historia de Chasca, la diosa del agua.
El Justo Juez de la Noche
El Justo Juez de la Noche es un personaje legendario muy conocido en las historias salvadoreñas. Se dice que se manifiesta a aquellos que transitan por los caminos rurales durante las madrugadas.
Quienes afirman haberlo visto describen a un jinete vestido de negro, montando un caballo también negro y llevando un látigo en su mano derecha. Este individuo castiga a cualquier persona que se cruce en su camino, incluso si no han cometido ningún pecado.
Algunos aseguran que el jinete es de baja estatura y carece de cabeza, aunque esta característica no es evidente a simple vista. Un denso humo que emana de su traje oscurece todo a su alrededor.
Se cree que esta leyenda se originó durante la época colonial española en El Salvador, cuando el virrey ordenaba mantener los caminos despejados durante la noche.
Por lo tanto, la gente empezó a creer en la historia de un jinete que aparecía para castigar y advertir a los trasnochadores. La justicia del juez era implacable, ya que todos recibían la misma cantidad de golpes, sin importar la gravedad de su falta, desde el robo hasta simplemente beber en exceso.
La Cuyancúa
La Cuyancúa es una criatura terrorífica, una mezcla entre víbora y cerdo. En la cultura maya, era considerada el mensajero de las lluvias, indicando la llegada de temporales cuando se acercaba.
Principalmente avistada en la región norte de Izalco, su presencia era anunciada por temblores y un escalofriante chillido durante las tormentas. Incapaz de caminar, se arrastra moviendo la tierra a su paso. Los ancianos aún rezan al escucharlo, previendo fuertes tormentas.
Hoy en día, esta leyenda es un atractivo turístico en el balneario de Atecozol, donde se dice que reside la Cuyancúa. Algunos relatos sugieren que no solo predice desastres naturales, sino que también puede crear manantiales, pues al recostarse en terreno seco, brota agua cristalina.
¿Prefieres la versión que anuncia desastres o la que crea nuevas fuentes de agua?
Nuestra Señora de Santa Ana
La leyenda relata cómo un grupo de indígenas se dirigía en peregrinación hacia el pueblo de Santa Ana, llevando consigo una imagen religiosa. La noche cayó inesperadamente, obligándolos a pasar la noche en el sitio, resguardándose bajo una gran ceiba en lo que antes era conocido como Sihuatehuacan.
Al amanecer, los peregrinos intentaron continuar su camino, pero se encontraron incapaces de levantar la imagen del suelo, como si estuviera adherida al lugar por una fuerza divina. Una mujer sugirió erigir una capilla en el mismo sitio, interpretando el hecho como un deseo celestial.
Otra versión de la leyenda de Nuestra Señora de Santa Ana narra un suceso durante la "Revolución del 44", cuando un ejército agotado y desarmado estaba a punto de rendirse. En ese momento, una hermosa mujer se les acercó llevando un bulto en su delantal. Sacó un cántaro de agua y les dio de beber a todos, lo que milagrosamente cambió el curso de la batalla a su favor.
La Mona Bruja
Con esta breve narración, concluimos la recopilación de leyendas salvadoreñas. Según la creencia popular antigua, las "Monas" eran hechiceras capaces de transformarse en criaturas similares a los chimpancés, pero del tamaño de orangutanes, mediante rezos y conjuros.
La Mona Bruja se destacaba entre ellas, siendo capaz de correr a gran velocidad y saltar entre las copas de los árboles para sorprender y atacar a sus enemigos. Sus combates eran aterradores, acompañados por risas escalofriantes que paralizaban de miedo a quienes los presenciaban.
Los pocos afortunados que lograban escapar de estas bestias quedaban marcados para siempre por el terror vivido.
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escaldo · 2 months
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Leyendas de Terror de Bolivia
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La novia sin cabeza
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
El Barrio de San Benito en Potosí, Bolivia, destaca como una de las comunidades mineras más reconocidas en este famoso poblado. Hace muchos años, aconteció aquí un hecho tan macabro y sangriento que, hasta el día de hoy, permanece grabado con fuerza en las mentes de los lugareños.
La historia cuenta que tiempo atrás, vivía en El Barrio una jovencita hermosa pero muy pobre, llamada María. Esta muchacha se había enamorado de Rufino, un joven que no tenía mucho que ofrecerle, excepto su amor desinteresado. A pesar de amarlo, a María le aterraba la idea de vivir en la pobreza, razón por la cual no se decidía a fijar una fecha para la boda.
Al ver la aflicción de su amada, Rufino decidió viajar a Argentina para buscar fortuna y ofrecerle las comodidades que ella anhelaba.
—Cuando regrese, seré tan rico que no habrá ningún problema para casarnos. Hasta entonces, espera por mí, María, que te prometo que volveré.
María aseguró que lo esperaría. No obstante, pasaron los meses y luego más de un año sin noticias de su prometido.
Para entonces, la chica había captado la atención de un hombre rico pero poco atractivo y considerablemente mayor que ella. Este inesperado pretendiente la acosaba diariamente para persuadirla de ser su esposa. Aunque a María le repugnaba la mera idea de besarlo, finalmente accedió, cegada por la desesperación de no saber nada de Rufino y por su aversión a la pobreza.
En el día de la boda, María se encontraba preparándose para ir a la iglesia. Ya tenía puesto su vestido blanco de novia, así como las flores que llevaría al altar. Se miraba en el espejo con los ojos cargados de tristeza.
Pensaba en Rufino y en lo que podría haber sido si tan solo hubiera regresado.
De repente, escuchó que alguien entraba en la habitación. Se volvió y se quedó inmóvil al ver al susodicho, mirándola fijamente, con un hacha en las manos. María experimentó una mezcla de miedo, felicidad y confusión que la dejó inmovilizada.
—¿Rufino?
El joven levantó su hacha sin decir palabra y la decapitó limpiamente, manchando su traje nupcial de sangre. Luego huyó y nunca más lo volvieron a ver en Potosí. Todos en la comunidad quedaron impactados al descubrir el horrendo crimen.
Años después, el lugar de la tragedia fue demolido y en su lugar se construyó un colegio. Una noche, la portera encargada de vigilar el lugar se quejó aterrorizada, asegurando haber visto a una mujer vestida de novia, sin cabeza, deambulando por los pasillos del edificio. Tuvieron que darle la razón cuando algunos profesores y alumnos confesaron ser testigos de la misma macabra aparición en ocasiones.
Se trata del alma de María, que sigue penando por haber traicionado a su único amor. A veces se la oye llorar al ponerse el sol. En otras, parece desesperada por encontrar su cabeza.
La esposa del condenado
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
El esposo de María, una mujer modesta, llevó una vida sumamente licenciosa. Fumaba, bebía, salía de parranda con sus amigos. Mientras su pobre mujer hacía lo posible por cuidar la casa y a sus hijos, este hombre se metía en todo tipo de problemas. Finalmente, murió a causa de esta rutina caótica, dejando a su familia sumida en la más profunda miseria.
María no sabía qué hacer para salir adelante.
Un día, sus vecinos le dieron una macabra noticia:
—María, fíjate que por ahí anda un hombre que se parece mucho a tu esposo, preguntando por ti. No pudimos verlo bien porque mantenía la cabeza inclinada y su voz era muy ronca.
Muerta de miedo, María les preguntó qué podía hacer, temiendo que fuera el difunto que había regresado desde la tumba. Los vecinos le aconsejaron que llevara siempre consigo un espejo, un jabón y un peine. Y así lo hizo.
Cierta tarde, María volvía caminando a su casa cuando escuchó que alguien la llamaba. Al voltear, vio a un desconocido que se parecía mucho a su esposo siguiéndola, con la cabeza gacha. Rápidamente echó a correr y él fue tras ella. Tiró entonces el espejo entre ambos, el cual se convirtió en un mar inmenso, impidiendo que el condenado pudiera cruzar.
María se salvó.
Al día siguiente, la historia se repitió. El condenado fue detrás de la mujer y ella arrojó ahora el jabón, que se transformó en un gran pantano que el difunto no pudo evadir.
María se salvó por segunda ocasión.
Al siguiente día, el condenado volvió a perseguirla. María lanzó el peine, que se convirtió en un espeso bosque plagado de espinas.
María se salvó por tercera vez.
Lamentablemente, el condenado no se rendía y María tuvo que ir a ver al cura para obtener una solución definitiva.
—Mantente siempre rodeada de niños —aconsejó él—. Los niños son como los ángeles del Señor. Ningún espectro puede acercarse a ellos.
Desde ese instante, María decidió no separarse de sus hijos. Pero aun así, una noche el condenado fue a buscarla. Se apareció en un rincón de su casa, asustando a los pequeños y poniéndole a ella la piel de gallina.
—Por favor, no me tengas miedo, no voy a hacerte daño —le dijo él—. He regresado porque no puedo descansar en paz después de todo lo malo que hice en vida. Ahora necesito mostrarte algo. Sígueme.
La mujer fue tras él hasta el patio de la casa, donde el fantasma le dijo que se pusiera a cavar. Bajo el suelo, encontró enterrado un pequeño cofre lleno de oro y joyas. En el momento en que fue desenterrado, su esposo se desbarató convirtiéndose en polvo. Finalmente, había hecho algo bueno por su familia y ahora podría hallar el descanso eterno.
María y sus hijos vivieron sin preocupaciones el resto de sus vidas.
El féretro
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta es una de las leyendas de terror más estremecedoras de Bolivia. La historia se remonta a poco después de la época de la Conquista, cuando los españoles ya estaban asentados en Sudamérica. Cuentan que por aquel entonces, llegó al país una familia proveniente de España, conformada por el matrimonio y cinco hijos, todos con la esperanza de enriquecerse.
Para ello, el padre invirtió todos sus ahorros en las prósperas minas del Potosí, de las cuales se extraían diariamente metales preciosos. Al principio, las cosas fueron viento en popa para la familia; la industria minera estaba dando sus frutos y ya se habían construido una casa preciosa. Contaban con un buen número de sirvientes para atenderlos y se podían permitir todos los lujos de la época. Hasta que un día, la desgracia tocó a su puerta.
La hija más pequeña de la familia enfermó gravemente. Había contraído sarampión, una enfermedad que hoy en día ha sido prácticamente erradicada, pero que en ese entonces era casi una sentencia de muerte.
Sus padres contrataron a los mejores médicos para ayudarla, en vano. La niña murió tiempo después, y tanto sus padres como sus hermanos quedaron devastados. Como si eso no fuera suficiente, sus negocios se fueron a la quiebra y su antigua vida de riqueza quedó en el pasado. Derrotado, el padre decidió que regresarían a España para comenzar de nuevo.
Antes de marcharse, le dio a su hija cristiana sepultura y la colocó en un féretro de madera, que enterró cerca de las minas. El cuerpo de la pequeña descansaría en tierras bolivianas.
La familia volvió a España, y a los pocos días, los trabajadores de la mina no tardaron en darse cuenta de que algo muy macabro sucedía por las noches. Primero, algunos de ellos aseguraron haber visto un féretro en llamas que se deslizaba desde las minas hasta la estación de trenes. Allí se quedaba toda la noche hasta que el sol comenzaba a salir. Entonces regresaba a toda velocidad hasta las minas antes de que el primer rayo de luz lo alcanzara.
Resultaba curioso ya que, cuando la familia española aún vivía allí, el padre siempre salía desde el Potosí hasta La Paz, capital de Bolivia, abordando el tren a medianoche.
Otros empleados decían haber escuchado las risas de una niña, cuya silueta deambulaba por los corredores de la mina, poniéndoles los pelos de punta. Los más escépticos siempre creían que se trataba de la hija de alguno de los mineros, pero esta sospecha se desvaneció al comprobarse que ninguno había engendrado a una niña.
El tiempo pasó, y el misterio del féretro de las minas se convirtió en una leyenda descalificada por muchos. Aún hoy en día, existen visitantes que aseguran haber escuchado a la pequeñita, haber visto su aura a lo lejos o bien, haberse encontrado con un misterioso ataúd en los rincones, que desaparece en solo cuestión de segundos.
La Viuda Alegre
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Martín era un muchacho bastante tímido y reservado, que casi nunca salía de su casa. Pero aquella noche, sus hermanos lo convencieron de ir con ellos a un baile que se celebraba en el pueblo. Cuando llegaron, todo era música y algarabía. Los parientes de Martín no tardaron en sacar a bailar a unas jovencitas, pero él se quedó en un rincón, aburrido y con ganas de marcharse.
Fue en ese momento cuando una mujer muy atractiva se le acercó. Tenía ojos grandes y negros como su cabello, una piel blanca como la leche y una linda sonrisa.
—¿Por qué estás aquí tan solo? ¿No te gusta bailar? —le preguntó.
—No, la verdad es que solo vine para acompañar a mis hermanos.
—A mí tampoco me gustan mucho las fiestas, ¿vamos afuera para platicar?
Martín aceptó, entusiasmado porque era la primera vez que conversaba con una joven tan atractiva. Charlaron por horas, rieron y él se sintió enamorado de aquella bella desconocida. Luego, repentinamente se besaron y él se dijo que aquella era la mejor noche de su vida.
—Ya va a ser medianoche y tengo que regresar a casa —dijo ella.
—Yo te llevaré, a estas horas no es seguro que una señorita ande sola por el camino.
Subieron los dos al caballo de Martín y tan pronto como la mujer estuvo en la silla de montar, el equino se puso a relinchar nervioso, como si le hubiera caído encima alguna clase de alimaña. El muchacho intentó controlarlo y se disculpó por el temperamento del animal.
—No te preocupes. Llévame al cementerio por favor, que ahí es donde está mi casa —le dijo ella.
—¿Al cementerio? Pero si ahí no hay nada más que tumbas.
La chica insistió y Martín se dirigió hasta el camposanto, pensando que tal vez la muchacha vivía por el rumbo. Durante el camino, un silencio espectral se hizo entre ambos. El joven quería hacer conversación, pero cada vez que intentaba decir algo, las palabras morían en su garganta y se impedía voltear; como si algo dentro de sí le advirtiera que siguiera con la vista en el camino.
Finalmente, a lo lejos, divisó el cementerio.
—Ya vamos a llegar, ¿quieres que te acompañe hasta tu puerta?
Por toda respuesta, la chica emitió un grito lastimero y aterrador, que paralizó por completo a su acompañante. Sudando frío, Martín miró por encima de su hombro… y se dio cuenta de que detrás de él ya no montaba su amada, sino un esqueleto con ojos de fuego, que reía de forma gutural.
El caballo volvió a encabritarse y Martín cayó al suelo, aterrado. Lo último que vio antes de quedarse inconsciente, fue al espectro alejándose con rumbo al cementerio. Sin saberlo, había conocido a la Viuda Alegre, un ser que salía de su tumba todas las noches para matar a los inocentes de un susto.
Cuando sus hermanos lo encontraron a la mañana siguiente, tirado en el camino, no había nada que hacer. El pobre estaba muerto.
Los fantasmas del Hospital de Clínicas de La Paz
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Muchas son las cosas que se cuentan acerca del Hospital de Clínicas, el más antiguo de la ciudad de La Paz, Bolivia. Este edificio ubicado en el complejo de Miraflores, alberga secretos que a más de uno le han puesto la piel de gallina. Y es que se dice que después de tantos años, son varios los pacientes que se niegan a abandonar el lugar, a pesar de que ya estén muertos.
Eloy Ticona es quien mejor puede dar fe de ello. Durante 25 años, este hombre ha fungido como portero del hospital, por lo que ha escuchado innumerables historias y anécdotas. Y también ha visto cosas.
Cierta noche, Eloy se encontraba recorriendo como de costumbre los pasillos del hospital, cuando vio pasar a pocos metros, justo por el jardín, la figura de una mujer alta y delgada, toda vestida de negro. Lo primero que pensó fue que se trataba de una de las enfermeras de planta, a las cuales ya conocía muy bien.
—¿Mercedes? ¿Es usted?
La mujer no le respondió. Simplemente entró al hospital y se deslizó a lo largo de un corredor, ingresando a la habitación de un enfermo. Intrigado, Eloy decidió ir tras ella. Con mucha discreción abrió la puerta, encontrándose con que no había nadie en la habitación, a excepción del paciente que se removió en su cama.
—Disculpe, me pareció ver a entrar a una enfermera aquí.
—No, le aseguro que nadie ha venido desde hace varias horas.
Eloy le dio las buenas noches y se retiró a seguir con su jornada, extrañado. Desde entonces, admite que las apariciones no han dejado de repetirse, aunque ahora más que miedo, le causan una rara curiosidad.
Aquella ocasión, por cierto, no fue la única en la que vio a la mujer de negro. Varias noches más tarde volvió a aparecer, visitando a otros enfermos. Tras comentar esta situación con algunos médicos y enfermeras, el vigilante llegó a la conclusión de que quizá se trataba de la Viuda del General, un fantasma muy conocido dentro de la clínica.
Sin embargo, él no es el único que ha sido testigo de este tipo de espectros.
Teresa Aguilar, doctora encargada del área de Neonatología, afirmó haber visto a una enfermera de capa azul que se movía por el área pediátrica, y a la cual no pudo reconocer. Sobre todo, porque su uniforme era indiscutiblemente de otra época.
Ella recordó entonces la leyenda de la enfermera fantasma, una muchacha que en vida se había destacado por el cariño y dedicación con los que cuidaba a los niños enfermos. Apenas unos cuantos segundos de haber presenciado la aparición, Teresa escuchó las risas de varios pequeños en el pasillo superior; una zona que, ella sabía, se encontraba vacía.
—Me estoy volviendo loca —se dijo, antes de retirarse a su oficina pensando que estaba sugestionada.
A la mañana siguiente, no la tranquilizó el recibir la queja de una empleada del hospital.
—A ver si alguien calma a esos niños, no hace gracia que estén riendo tan tarde en la noche.
Los duendes
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Cuando era pequeño, mi abuela me habló sobre los duendes. No esas criaturas pequeñas y generalmente amistosas que vemos en los cuentos y películas, sino los duendes reales. Ella dice que estas criaturas son las almas de los niños muertos, que no fueron bautizados antes de nacer. Tienen ojos grandes y muy brillantes, que no parecen de este mundo y sus pies están al revés. De esta manera, pueden engañar a las personas haciéndoles creer que caminan en cierta dirección, cuando en realidad se están dirigiendo en sentido contrario.
Otra característica inconfundible de los duendes es que, a simple vista, tienen rostros angelicales y hermosos. Solo cuando los miras más de cerca, revelan su verdadera naturaleza, transformando sus rasgos en los de un demonio.
—Cuando un niño muere sin haber recibido el bautismo, su alma queda atrapada en un cuerpo diferente —me dijo mi abuela—. Se convierten en duendes y se dedican a robar a otros niños para llevarlos a lo más profundo del bosque. Nadie sabe qué hacen con ellos. Pero usan todo lo que esté a su alcance para lograr secuestrarlos: juguetes, dulces, canciones. Por eso debes tener mucho cuidado, mi niño, y no alejarte demasiado cuando salgas de casa.
Aquí es donde comienza la parte escalofriante de esta pequeña historia. Yo tenía seis años cuando ocurrió. Estaba jugando en el jardín de mi casa después de conversar con la abuela. Ella preparaba el almuerzo y de vez en cuando, me veía por la ventana.
De pronto, alguien llamó mi atención susurrando mi nombre. Alcé la mirada y lo vi.
Allí, entre los arbustos, un pequeñín me miraba con interés. Tenía un rostro pálido y muy dulce, aunque había algo extraño en sus ojos, negros y demasiado grandes.
—¿Quieres venir a jugar conmigo?
—¿Quién eres?
El chiquillo sonrió de una manera que me dio escalofríos. Algo no andaba bien ahí, pero yo no sabía lo que era, a ciencia cierta…
—Si me acompañas, podemos comer dulces, tengo juguetes nuevos que te van a gustar.
Por alguna extraña razón, aunque desconfiaba, no pude evitar ponerme de pie y comenzar a andar hacia él. Además, la propuesta sonaba tentadora. Pero mi intuición no dejaba de advertirme que estaba en peligro…
Miré hacia abajo y lo descubrí. Este niño estaba usando los zapatos al revés, pues sus pies estaban volteados. Un escalofrío me recorrió la espalda y me quedé paralizado. Cuando levanté los ojos, el duende seguía sonriendo, pero ya no era bello. Su rostro se había convertido en el de una bestia, con la piel arrugada y una expresión grotesca y burlona, que concentraba la más pura maldad.
Grité, como nunca había gritado en mi vida. Mi abuela salió de inmediato a verme. El duende se había marchado cuando ella llegó. Yo no pude dejar de lloriquear en toda la tarde.
Mis padres no me creyeron cuando les conté lo que había visto en el jardín. Ni ellos, ni nadie.
Solo mi abuela lo hizo y pude ver en sus ojos, el mismo miedo que sentía yo.
El fantasma del Cementerio Jardín
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
La leyenda urbana boliviana que vas a conocer a continuación fue narrada por unos testigos que no quisieron revelar su identidad, posiblemente por miedo. A la fecha, es una de las más conocidas en el país y en Latinoamérica.
Los protagonistas de esta historia son un matrimonio acomodado, que cierta noche volvía a casa tras un compromiso diplomático. Habían cenado en casa de un importante embajador, la cual se encontraba un tanto retirada de la zona en la que vivían. Viendo que les quedaba todavía un largo camino por delante y que ya había oscurecido, decidieron tomar un atajo y desviarse hacia el barrio de Sopocachi. Estaban pasando por los alrededores del Cementerio Jardín cuando la mujer notó algo extraño.
Había una mujer caminando sola por la calle. Iba completamente vestida de negro y no se le veía el rostro. Se le hizo extraño que alguien estuviera fuera a esas horas de la noche, y más con el frío tan intenso que hacía.
—Querido, detente por favor —le pidió a su marido—, mira a esa mujer. No trae abrigo con el clima tan terrible que hace hoy y se ve que nadie la acompaña. Tal vez necesite que la lleven a algún sitio.
—¿Estás segura?
—No sé, vamos a preguntarle.
El hombre se detuvo a un lado de la desconocida y su esposa bajó la ventanilla para hablarle.
—Buenas noches, señora. Ya es muy tarde y está haciendo demasiado frío, ¿no quiere que la acerquemos a alguna parte? ¿Va usted a su casa?
Al principio, la extraña no respondió. Una larga mata de pelo negro ocultaba su perfil. Pero luego, se volvió para ver a la mujer… y cuando lo hizo, ella sintió un terror inmenso que se apoderaba de sus huesos.
Aquella mujer no era una persona de carne y hueso, sino una presencia fantasmagórica. Tenía los ojos completamente blancos y una piel cetrina semejante a la de un cadáver. Además, en ese instante se dio cuenta de que no estaba caminando, pues no poseía pies. Su cuerpo flotaba a pocos centímetros del suelo.
El fantasma emitió un gemido natural que hizo gritar a la elegante señora. Rápidamente cerró su ventana y el coche se alejó del cementerio a toda velocidad.
En toda la noche, el matrimonio no pudo conciliar el sueño, pensando en lo que habían visto. No estaban borrachos cuando regresaban de la casa del embajador, ni era posible que hubieran tenido la misma alucinación. Aún así, quisieron creer que lo habían imaginado todo, tal vez por lo cansados que estaban después de la cena.
Poco después, contaban esta aterradora anécdota en su círculo de amistades, y no los tranquilizó el hecho de descubrir que uno de sus amigos había visto exactamente a la misma aparición.
—Dicen que es el alma en pena de una mujer que camina fuera del cementerio, posiblemente esté enterrada allí. Ya son unas cuantas personas las que la han visto, muy tarde, de noche.
A partir de ese momento, el matrimonio jamás quiso tomar aquel atajo de nuevo.
La Casa de la Moneda
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
El territorio boliviano, al igual que muchos otros lugares de Latinoamérica, se halla inundado por leyendas y mitos fantásticos que a más de uno le han puesto la piel de gallina. El que vamos a contar a continuación ocurre en la preciosa ciudad del Potosí, dentro de una de sus construcciones históricas más importantes: la Casa de la Moneda.
Erigido durante la época colonial, dicho lugar se ha visto rodeado en más de una ocasión por las leyendas urbanas y las supersticiones de la gente. La más popular afirma que sus sótanos se encuentran malditos, motivo por el que hasta hoy en día es imposible bajar en las visitas guiadas.
Siglos atrás, la Casa de la Moneda servía como fábrica de centavos que después de su elaboración, eran distribuidos por toda la ciudad. Trabajaban aquí numerosos esclavos que habían sido traídos desde África. Justo enfrente se alzaba un convento, que por su fachada y por la apariencia de las hermanas que allí vivían, se había ganado el respeto de todos los habitantes. No obstante, nadie podía imaginar los comportamientos aberrantes que tenían lugar adentro.
El monasterio se encontraba corrompido por la tentación y la falta de fe de las monjas, quienes llevaban a cabo sesiones espiritistas y otros actos de adoración al maligno. Además, acostumbraban tener relaciones sexuales sin control con los curas que las visitaban, participando en monstruosas orgías incluso cuando se sabían embarazadas.
Habría sido un escándalo admitir el nacimiento de tantos niños concebidos en tan oscuras circunstancias, por lo que pronto, aquellas mujeres tomaron una costumbre sumamente espantosa.
Todos los bebés que nacían en el convento eran deformes y horribles, debido a las ceremonias negras que sus madres celebraban. Sin el menor remordimiento, los pequeños eran asesinados y sus cuerpos abandonados en los sótanos de la Casa de la Moneda, los cuales abarcaban un área de dos kilómetros bajo el suelo.
Pronto, los esclavos africanos comenzaron a asustarse al escuchar sonidos extraños que provenían del lugar; especialmente de noche. Algunos de ellos, jurando haber bajado para investigar, quedaron aterrorizados al encontrarse con duendes y otras extrañas criaturas que usaban a los niños muertos para llevar a cabo macabros experimentos. Otros, aunque nunca se atrevieron a poner un pie en el sótano, revelaron haber oído risas infantiles y llantos de bebé que les infundían el más perverso pavor.
Con el paso del tiempo, las monjas del convento fueron descubiertas y como era de esperarse, el lugar quedó abandonado. Los años siguieron transcurriendo y la Casa de la Moneda sufrió múltiples reformas, siempre sembrando la duda sobre lo que realmente ocurría en el subsuelo.
Actualmente sigue siendo una construcción hermosa y muy visitada por los turistas. Y aunque dicen que las leyendas urbanas son solamente un cuento, resulta curioso que el acceso a los sótanos continúe siendo restringido. ¿Tendrán las autoridades algún motivo importante para mantener lo que ahí existe en secreto?
Si algún día viajas hasta la bella ciudad de Potosí, tal vez quieras acudir para intentar averiguarlo.
El puente del demonio
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En el hermoso pueblo de Potosí, Bolivia, hay una leyenda de terror que ha sido transmitida de padres a hijos a lo largo de generaciones, advirtiendo sobre la presencia de un misterioso puente que nunca consiguió terminarse. Y jamás lo hará, porque está maldito por las mismas fuerzas infernales.
Todo comenzó cuando un muchacho campesino se enamoró de la hija del alcalde, una hermosa joven de raíces indígenas a la que, sin embargo, no podía aspirar debido a su pobreza. El gobernante era muy celoso y aspiraba a casar a su primogénita solo con un hombre sumamente rico e importante. Era por eso que los jóvenes amantes tenían que verse a escondidas.
Pero durante uno de sus encuentros, tuvieron la mala suerte de ser sorprendidos por el alcalde, quien apartó a su hija furioso del chico.
—Si tanto quieres a mi hija, ese amor que tienes tendrás que pagarlo con dinero —le ordenó—, pero más te vale que lo tengas al terminar esta semana.
Desesperado, el muchacho se puso a trabajar y de alguna manera logró reunir la cantidad que le pedía el alcalde, antes de que entregara la mano de su hija a otra persona. Para esto, tuvo que ir a la capital y trabajar como esclavo en las labores más humillantes. Pero nada de esto importaba, siempre y cuando pudiera estar con su verdadero amor.
Con el dinero en sus manos, el joven abordó un camión para volver a su pueblo. Era el último día del trato y llovía a cantaros. El autobús llegó hasta un barranco y se quedó inmóvil, pues a causa de la lluvia era imposible rodear el cerro para llegar al otro lado.
Lleno de angustia, el campesino invocó al diablo y le prometió que le entregaría su alma si lo ayudaba a cruzar.
Al escucharlo, el demonio se puso a picar piedras y a construir un puente, advirtiéndole que al terminarlo, su alma le pertenecería para siempre.
En el último instante, el muchacho se arrepintió y pidió ayuda a Dios para que lo salvara. Justo cuando el demonio estaba a punto de poner la última piedra del puente, unos ángeles bajaron e impidieron que esta fuera colocada. Para cuando el gallo cantó, el alma del campesino se había salvado y pudo cruzar a salvo para reunirse con su amada.
Sin embargo, el puente quedó incompleto para siempre.
Cada vez que alguien trataba de poner la última piedra, esta amanecía fuera de lugar de manera inexplicable. Hoy en día, los lugareños aseguran que por las madrugadas se aparece un hombre siniestro, que se queda de pie, mirando el sitio donde debería ir la roca restante.
Probablemente sea el diablo, que sigue guardando rencor por el alma que perdió y espera a que el próximo incauto caiga en su trampa, al acecho de nuevas víctimas a las cuales aterrorizar.
Si alguna vez pasas por este sitio, mejor ten cuidado con donde pisas. No querrás ser el próximo.
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escaldo · 2 months
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Leyendas de Terror de Brasil
El Arranca Lenguas
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En una tranquila comunidad brasileña, Joao, un campesino robusto, se adentraba en el bosque para recolectar leña y asegurar el calor en las noches. A pesar de las advertencias de los ancianos sobre criaturas misteriosas que acechaban en la espesura, Joao despreciaba las leyendas.
"Patrañas", decía con desdén, ignorando las tradiciones que lo prevenían de internarse demasiado en la naturaleza.
Entre todas las leyendas, la del Arranca Lenguas le parecía la más absurda. Un ser monstruoso que habitaba lo más profundo del bosque, acechando y despojando de sus lenguas a todo ser viviente. Pájaros, serpientes, roedores y, sobre todo, humanos. Joao, confiado en su incredulidad, desafió las advertencias y se aventuró más allá de los límites establecidos.
Un día, mientras talaba árboles en la selva, el crepúsculo lo tomó por sorpresa. La oscuridad lo envolvía, y la tarea de regresar se volvía desafiante. En medio de su apuro, la tierra tembló bajo sus pies, anunciando la llegada de algo imponente.
Una figura parecida a un gorila, pero gigantesca y peluda, emergió ante él. La malicia brillaba en sus ojos, y Joao, presa del pánico, se sumió en un grito aterrador que resonó en el bosque antes de desvanecerse en el silencio de la noche.
Al amanecer, los compañeros de Joao lo encontraron inconsciente y lo llevaron de vuelta a la aldea. Al recobrar la conciencia, el joven, atormentado y mudo, no pudo articular palabras sobre su encuentro. La comunidad se horrorizó al percatarse de que había perdido la lengua.
Esta leyenda se inspira en la leyenda brasileña del "Arranca Lenguas", una criatura que se asemeja a un gigantesco gorila y se alimenta de lenguas. Según las historias, ataca en la oscuridad de la noche, dejando a sus víctimas sin la capacidad de expresarse. Enraizada en el Estado de Goiás y la región del Río Araguaia, esta leyenda sigue intrigando y asustando a aquellos que se aventuran en los bosques.
Cumacanga
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En un pequeño pueblo brasileño, el terror se apoderó de los habitantes tras noches de extraños sucesos. La ansiedad y el miedo se propagaron, atribuyendo el fenómeno a una maldición o a la presencia de una oscura fuerza oculta entre ellos.
Al caer la noche, una bola de fuego surcaba los cielos del pueblo, zigzagueando entre las casas como si estuviera en busca de algo. El temor llevó a que nadie osara salir a esas horas, temiendo que se tratara de una bruja o un espíritu maligno.
Preocupados, algunos habitantes acudieron al cura local en busca de ayuda. Determinaron observar la misteriosa bola de fuego trasnochando en la iglesia con hombres de confianza. En la segunda noche de vigilia, la esfera brillante pasó cerca de ellos, emitiendo destellos y desapareciendo en las afueras del pueblo.
—Debemos esperar otra noche para descubrir su origen —dijo el cura—, y que Dios nos asista.
En la siguiente noche, más alertas que nunca, vieron la bola de fuego salir de una modesta casa. Se dirigieron hacia allí, sin imaginar lo que encontrarían en su interior.
La moradora resultó ser una joven hermosa, pero su vida licenciosa le había ganado mala reputación. Era fruto de un amor prohibido que resultó en seis hijos ilegítimos. Con sigilo, entraron en su morada y subieron las escaleras hasta su habitación. Lo que encontraron fue aterrador: la joven yacía en la cama, su cuerpo inmóvil, pero sin cabeza.
La esfera de fuego no era un espíritu, sino el cráneo maldito de la joven envuelto en llamas. Al amanecer, ella despertó sin entender lo sucedido. Aunque su cabeza volvió a la normalidad, los aldeanos la expulsaron y le prohibieron regresar.
Nunca más se supo de ella.
Este relato está inspirado en la antigua leyenda brasileña llamada Cumacanga, que describe mujeres malditas, equivalentes femeninos a los hombres lobo. Una Cumacanga, séptima hija de un romance prohibido, se revela en las noches cuando su cabeza se separa del cuerpo y deambula en una esfera de fuego, mientras su cuerpo permanece en casa.
Los troncos peligrosos de Brasil
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Era muy tarde cuando Andrea se levantó, alertada por unos extraños ruidos en su habitación. Junto a su mesita de noche, una maceta llena de troncos, regalo para decorar sus interiores, la llenó de escalofríos al encender la luz.
Los troncos se movían ligeramente y emitían sonidos extraños, como si albergaran algo en su interior. Aterrada por la idea de bichos saltando hacia ella, se puso una bata y llamó a un exterminador.
Por la madrugada, el hombre llegó y, manteniendo distancia, examinó los troncos.
—Voy a revisar para confirmar si es una plaga —advirtió—. Podríamos tener que fumigar todo el apartamento con extremo cuidado.
Al quebrar un tronco, Andrea contuvo un grito. Cientos de arañas diminutas se dispersaron, mientras el exterminador las enfrentaba con insecticida.
La escena se repitió en hogares brasileños, cuando la moda de decorar con troncos naturales se volvió popular. Un especialista en medios advirtió sobre las arañas venenosas que depositaban huevos en esos troncos, a menudo vendidos sin revisar.
Conocidos como "los troncos peligrosos", la gente notó horrorizada que se movían y emitían ruidos desagradables. El fenómeno se extendió como epidemia y las autoridades ordenaron su exterminio y prohibieron su venta.
Las picaduras de las arañas se reportaron, causando fiebre y sarpullidos. Tras la experiencia brutal, los troncos quedaron prohibidos y la gente optó por decoraciones artificiales, evitando riesgos de plagas.
Esta leyenda, difundida en Brasil, no se ha confirmado como verídica. Pero siempre es sabio recordar que hay cosas mejor dejadas en su entorno natural.
La pisadeira
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Yanaina llevaba varias noches atormentada por la misma espantosa pesadilla. En su sueño, se veía a sí misma en la cama, su cuarto sumido en la oscuridad con la puerta cerrada. De repente, una sombra emergía en la ventana, forcejeando con el cristal.
Un terror paralizante se apoderaba de la joven mientras la ventana se movía violentamente, tratando de abrirse.
A pesar de sus intentos por despertarse, Yanaina no podía moverse ni gritar. Ansiaba pedir auxilio y huir de su habitación, pero la ventana se abría bruscamente, y una figura larga y esquelética ingresaba a gatas, desplazándose peligrosamente hacia ella.
Sin poder distinguir su rostro, solo percibía una silueta que se encaramaba sobre el colchón y se sentaba en su pecho, oprimiéndola hasta cortarle la respiración.
Aterrorizada, Yanaina intentaba liberarse, pero el aire le faltaba.
De repente, despertó en su cama, respirando entrecortadamente y con lágrimas en los ojos. Observó con desesperación su entorno y se alivió al comprobar que estaba sola. Debía enfrentar esas pesadillas, recordándose que solo eran eso, pesadillas.
Temblorosa, se levantó y bajó a la cocina en busca de agua, iluminando su camino con todas las luces.
—Qué horrible pesadilla —murmuró antes de volver a la cama. Aunque le costaba conciliar el sueño, sus sentidos estaban más alerta que nunca.
Un rato después, mientras comenzaba a quedarse dormida, un ruido detrás suyo la dejó helada. Algo tocaba el cristal de la ventana. Quieta, con la cabeza bajo las sábanas, su corazón dio un vuelco al oír el sonido del vidrio abriéndose.
Algo se deslizó hacia ella, pisando el colchón y inclinándose sobre su cuerpo. Emitió una risita aguda y malévola que la inundó de terror.
Lentamente, Yanaina se atrevió a mirar sobre las cobijas y a pocos centímetros de su cara, vio el rostro de una anciana horrible, con la piel surcada de arrugas y el pelo sucio y largo. Desnuda y esquelética, parecía tener la fuerza de diez hombres para evitar que se levantara. Sus huesudas manos rodeaban su cuello, mientras sus rodillas, como bisagras de acero, oprimían su torso.
Yanaina gritó, llena de espanto, y luego, se hizo el silencio.
Este relato se basa en una leyenda de terror brasileña: La Pisadeira. Cuentan los brasileños que este demonio femenino, con forma de anciana de cabello largo y enmarañado, cuerpo esquelético y uñas largas, entra por las noches para sentarse sobre las personas y provocarles pesadillas. Se alimenta del miedo de la gente y, si uno no tiene cuidado, puede llegar a morir debajo de ella.
La mula sin cabeza
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Cuentan que hace muchísimos años, posiblemente en la época de la colonia, llegó a la capital brasileña un cura destinado a la parroquia principal. Este hombre, fervoroso devoto de Dios, se esforzaba al máximo por cumplir sus votos. Ofrecía consuelo a quienes acudían a su iglesia y rezaba por todos sus semejantes.
Un día, durante una confesión, se presentó una mujer hermosísima cubierta con un velo. Cuando los ojos del sacerdote se posaron en ella, sintió que una súbita pasión lo consumía por dentro y le invadía el miedo.
La joven, desprovista de temor hacia los oficios religiosos, se percató de esto y no titubeó en tentar al sacerdote. Cada día, se presentaba en el templo y le lanzaba miradas ardientes que, a pesar de sus intentos por ignorarlas, encontraron un hueco en su mente y corazón. Al sentir aquello, el cura se vio atormentado, sabiendo que estaba incurriendo en uno de los peores pecados.
Ella ya estaba casada y él había jurado dedicar su vida a Dios.
Sin embargo, el deseo fue más fuerte y, un día, consumaron su caída ante el Cristo de la iglesia.
Atormentado por la culpa, el cura no pudo soportarlo y se quitó la vida arrojándose desde lo alto del campanario. La mujer también encontró la muerte poco después, arrollada por un carretón arrastrado por una mula.
Se decía que fue un castigo divino.
Tiempo después, en noches de luna llena, varias personas afirmaron haber visto a un hombre con hábito de sacerdote merodeando la iglesia. Lo aterrador era que carecía de cabeza y aterrorizaba a los incautos que salían tarde de sus hogares.
Al mismo tiempo, se corrió la voz de que una mula descabezada corría descontrolada por las calles brasileñas, lanzando una llama de fuego desde el lugar donde debería estar su cabeza. Su presencia se anunciaba con los lúgubres lamentos de una mujer afligida, aparentemente sufriendo una agonía profunda a juzgar por sus alaridos.
Se decía que esta era la forma que la malvada mujer adoptó después de su muerte, condenada a vagar en la tierra expiando sus pecados.
Suele aparecer especialmente ante mujeres que actúan de manera inapropiada, asustándolas como castigo por sus malas acciones. Las adúlteras, en particular, deben temer a la mula descabezada, ya que si logra alcanzarlas, podría pisotearlas hasta la muerte.
Con el tiempo, esta leyenda se popularizó en Brasil, y aún hoy, hay quienes aseguran escuchar el furioso galope de los cascos de la mula moviéndose velozmente por las calles desiertas. Mientras tanto, en alguna capilla, un hombre sin cabeza sigue buscando las puertas del cielo.
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escaldo · 3 months
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Leyendas de Terror de Paraguay
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María Soledad: Una Travesía desde la Oscuridad
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En el Hospital Nacional de Itauguá, Paraguay, entre las sombras y los susurros, surgen historias de fantasmas y aparecidos. Sin embargo, ninguna es tan conmovedora y escalofriante como la de María Soledad, una hermosa chica transformada en espectro del Más Allá.
En una tarde pacífica, hace demasiados años, el personal del hospital se veía desbordado por el trabajo cuando ingresó una muchacha que acababa de sufrir un horrible accidente. Un colectivo la atropelló, dejándola con una fractura severa en el cráneo. Sin papeles que revelaran su identidad, su presencia en la emergencia desconcertó a todos.
¿Quién era esta jovencita de 18 años, luchando desesperadamente por aferrarse a la vida? Los médicos quedaron impresionados por su belleza, inmutable incluso en la agonía. En recepción, la búsqueda de sus orígenes fue en vano, mientras su estado empeoraba.
Las enfermeras, conmovidas por sus ojos tristes y su aparente soledad, la bautizaron María Soledad. Sin familiares o amigos, María Soledad parecía pertenecer a un mundo donde nadie velaba por ella.
Tristemente, María Soledad falleció exhausta por las secuelas del accidente. Abandonada en la morgue, su cuerpo esperó durante tres semanas sin que nadie lo reclamara. Publicaron su fotografía en vano, pues nadie la reconocía.
Enterrada cerca del hospital, el alma de María Soledad se negó a abandonar la Tierra. Doctores, enfermeras y conserjes la han visto deambulando por los pasillos, especialmente de noche. Entra a las habitaciones, velando por los pacientes, y los consuela con su presencia, especialmente a los niños.
Nadie le teme ya. María Soledad, entre todas las apariciones, es la más querida en el Hospital Nacional de Itauguá, recordándonos que incluso en la muerte, la compasión y el cariño pueden perdurar.
El Fantasma de Francisca Villalba: Una Leyenda de Compasión Después de la Muerte
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En las sombrías calles de Asunción, Paraguay, se teje una historia trágica y espeluznante, la leyenda del fantasma de Francisca Villalba. Una mujer inocente, que después de cruzar el umbral de la muerte, continúa realizando actos extraordinarios por los más necesitados.
Esta es la historia de Francisca Villalba, una mujer bondadosa que habitaba en Asunción. Casada y madre de dos hijos, su vida estaba marcada por la pobreza que les rodeaba. La tragedia comenzó cuando su esposo, en busca de trabajo en Argentina, desapareció sin dejar rastro.
Sin sospecharlo, Francisca captó la atención de policías corruptos que la arrancaron de su hogar para cometer actos atroces. La asesinaron cruelmente cerca del río Tacumbú. Sus vecinos la encontraron y la llevaron al Cementerio del Sur, donde improvisaron un panteón para honrarla.
En los años 60, tras una devastadora inundación en el Barrio Tacumbú, vecinos afectados recibieron visitas inesperadas. Una hermosa mujer, identificada como Francisca, pedía donaciones para los niños damnificados. La leyenda empezó a forjarse cuando las vecinas descubrieron que no estaban solas; otras mujeres también recibieron la misma solicitud.
La misteriosa mujer dirigía las donaciones a su casa en la Chacarita. Cuando las vecinas llegaron, fueron atendidas por la madre de Francisca, quien reveló que su hija había sido asesinada dos años atrás. Desde el Más Allá, continuaba ayudando a los niños desamparados.
Las vecinas, incrédulas, acompañaron a la anciana hasta el cementerio. Allí, ante la lápida de Francisca, confirmaron la veracidad de la leyenda. Desde entonces, la aparición de Francisca se volvió un acto de milagro y compasión.
Hoy en día, los vecinos del Barrio Tacumbú dejan ofrendas y mensajes de agradecimiento en la tumba de Francisca. Su espíritu sigue velando por aquellos que no tienen nada, una luz en la oscuridad que recuerda que la compasión trasciende incluso los límites entre la vida y la muerte.
El Chófer Fantasma de la Línea 15: Un Viaje Sobrenatural en la Terminal
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En el silencio de una terminal de autobuses, Jonás, un empleado nocturno, está a punto de desentrañar un escalofriante misterio que sugiere la presencia inquietante de entidades del Más Allá.
Era más allá de la medianoche cuando todo cobró vida. Jonás, custodio de la taquilla nocturna, se veía obligado a esperar a los rezagados viajeros que preferían la oscura madrugada para sus trayectos. Un trabajo tranquilo, pero la monotonía lo embargaba.
En ese momento, cuando los últimos autobuses se habían despedido y la terminal se sumía en el abandono, Jonás notó un destello en las luces de un vehículo.
Frunció el ceño, extrañado. ¿Chóferes a estas horas? ¿O tal vez alguien había regresado?
Curioso, abandonó su refugio para investigar. Un autobús titilaba sus luces intermitentemente, pero no había rastro de nadie.
—¡Eh! ¿Quién está ahí? ¡Esto no es lugar para juegos! —exclamó Jonás al abrir la puerta, esperando descubrir al responsable.
Quizás un niño travieso o un intruso borracho. Pero, al subir, no encontró a nadie.
—Qué extraño… —murmuró desconcertado.
Las luces parpadeantes, el sonido del motor intentando cobrar vida; algo incomprensible estaba ocurriendo. Jonás observó, horrorizado, cómo la llave del encendido giraba, aparentemente manipulada por manos invisibles.
Cuando el vehículo intentó arrancar sin éxito, las luces parpadeantes se encendieron de nuevo. Jonás bajó corriendo, su rostro pálido revelando el terror que sentía.
Los gritos atrajeron al vigilante, la única alma en la terminal junto a Jonás.
—¡Cálmate! Parece como si hubieras visto un fantasma.
—¡Porque eso es precisamente lo que vi! En el autobús de la línea 15…
El vigilante, extrañado, acompañó a Jonás hacia el vehículo, pero al llegar, este estaba apagado.
Con una mano en el hombro de Jonás, el vigilante asintió con solemnidad.
—Hijo, yo también lo vi una vez. Esto sucede de vez en cuando, pero no muchos lo presenciamos. Siempre en la línea 15. No sé qué ocurrió exactamente con ese autobús, pero su chófer se niega a abandonarlo desde que nos dejó hace años. Mi consejo: ignóralo.
Esta narración se basa en un incidente real en la terminal de autobuses de Loma Grande, Paraguay, que ha dado origen a una de las leyendas urbanas más espeluznantes del lugar.
Los Fantasmas del Cabildo: Voces del Pasado en el Centro Cultural
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En el corazón de Asunción, Paraguay, el Centro Cultural de la República, conocido como el Cabildo, alberga secretos oscuros que solo unos pocos valientes como Fernando, un vigilante nocturno, se atreven a descubrir.
Como una joya histórica, el Cabildo imponía respeto durante el día, pero cuando caía la noche, el velo de lo inexplicable se desplegaba sobre sus corredores llenos de historia.
En su primera noche como celador, Fernando recibió instrucciones de Juan, el veterano. Aunque el antiguo vigilante había renunciado en circunstancias misteriosas, Juan, curtido en años de servicio, restaba importancia a las extrañas historias. Para él, la rutina era la esencia del trabajo nocturno.
Sin embargo, Fernando no compartía esa perspectiva.
—Nadie se ha atrevido a ingresar aquí mientras trabajaba —explicó Juan—. La noche será tranquila.
Fernando, linterna en mano, exploró el piso inferior con tedio. De repente, un eco lejano de un piano rompió el silencio. Alguien tocaba una melodía melancólica. Intrigado, se dirigió al salón de música, pensando que sería su compañero.
—Don Juan, no sabía que podía tocar el piano… —se quedó sin palabras.
La sala estaba desierta y la melodía se desvaneció tan pronto como entró. Nervioso, se sentó en la escalinata que conducía al sótano, intentando convencerse de que era producto de su imaginación.
Un gemido macabro emergió desde abajo, estremeciéndolo. Parecía como si alguien estuviera siendo torturado en el sótano.
Eso no era fruto de su imaginación.
—¿Quién anda ahí? —preguntó, intentando sonar amenazante, aferrando la linterna como defensa.
Una respiración en su nuca le erizó la piel. Alguien invisible susurró su nombre, lo que bastó para que Fernando huyera, gritando el nombre de Juan.
Juan apareció con rostro serio.
—No es hora de gritar así, ¿no crees?
—¡Acabo de escuchar cosas cerca del sótano! ¡Y en el salón de música!
—Así que te has dado cuenta —suspiró Juan y encendió un cigarrillo—. Mejor acostúmbrate si quieres perdurar aquí. Este lugar tiene más de 100 años de historia, y durante la dictadura, se rumoraba que torturaban a los opositores en el sótano. Aunque nunca se pudo comprobar nada, si la gente supiera las cosas que yo he visto u oído, no dudarían ni un segundo.
A la mañana siguiente, Fernando renunció sin dar explicaciones. Jamás volvería a cruzar las puertas del Cabildo.
Este relato se inspira en los rumores que circulan sobre el Cabildo, un verdadero centro cultural en Paraguay.
El Pombero: Guardián del Bosque
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta leyenda, arraigada en las regiones de Paraguay, Argentina y Brasil, nos presenta a una figura mística temida por muchos: el Pombero. Este espíritu forestal, encargado de velar por la naturaleza, castiga a aquellos que dañan el bosque por avaricia, anunciando su presencia con un estremecedor y prolongado silbido en las partes más densas y peligrosas de los bosques.
Su aspecto agrega un toque espeluznante a la narrativa, siendo descrito como una criatura alta y peluda, con un penetrante olor y dos filas de dientes monstruosos en su boca.
A pesar de su respeto por la naturaleza, cruzarse con el Pombero es peligroso, ya que es un ser malévolo hacia la humanidad. Asesina a los hombres con crueldad extrema y profana a las mujeres que se interponen en su camino. A los niños, los extravía hasta que sucumben al hambre y al frío.
Aquellos que se atreven a faltarle el respeto imitando su silbido o maltratando a las plantas y animales, están destinados a morir a manos de esta criatura perversa.
La leyenda narra que en cierta ocasión, un hombre egoísta talaba árboles sin medida, privando a muchos animales de su sombra y refugio. Cuando los ancianos del pueblo le advirtieron sobre la ira del Pombero, él desestimó la advertencia con arrogancia.
—Si una criatura así me amenaza en el bosque, la mataré con mi hacha —declaró con soberbia.
En ese momento, un largo silbido resonó en el bosque, obligando a todos a refugiarse en sus hogares, excepto el hombre, quien continuó talando árboles sin piedad. Fue la última vez que lo vieron con vida.
Cuando lo encontraron, estaba muerto con una expresión de terror en su rostro, huesos rotos y el cuerpo retorcido como si alguien lo hubiera manipulado como un frágil palillo. Supieron que el Pombero lo había castigado por sus palabras arrogantes.
Tiempo después, una joven fue raptada mientras dormía en su hamaca. Al encontrarla bajo un árbol, sucia y descalza, descubrieron que estaba embarazada de un hijo del Pombero. Horrorizados, comprendieron que aquel ser no perdonaba las ofensas y que la joven llevaba consigo la prueba tangible de su encuentro con la criatura.
Desde entonces, la muchacha nunca más se aventuró fuera de su casa, atormentada por el temor de ser llevada nuevamente por aquel ser misterioso.
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escaldo · 3 months
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Leyendas de Terror de Chile
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La pelota blanca
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta era una pequeña familia, compuesta tan solo por una madre con su pequeña hija, que un buen día se trasladó a vivir dentro de una casita en el bosque de San Fernando. A la mamá le habría gustado conseguir un lugar más grande dentro de la ciudad, pero lamentablemente, el poco dinero que tenía solo le había alcanzado para comprar aquel sitio tan derruido.
La casita tenía paredes blancas y llevaba mucho tiempo abandonada. Nada más llegar, madre e hija fueron visitadas por una misteriosa anciana, que afirmaba vivir muy cerca.
—Tengo una advertencia para ti, pequeña —le dijo a Marian, la niña—, cuando salgas al bosque y veas una pelota blanca, nunca trates de ir tras ella. Es más, será mejor que nunca vayas al bosque.
La madre de Marian decidió que la anciana estaba loca, aunque prefirió seguirle la corriente por cortesía. En el fondo, ella también prefería que su hija se quedara dentro de casa, pues algo podía pasarle fuera.
Al día siguiente, sin embargo, Marian aprovechó que su madre estaba tomando un baño para salir a explorar. Mientras, en la tina, su mamá observando por la ventana notó como una minúscula gota de sangre caía en el agua, sin saber de dónde provenía. Con un mal presentimiento, miró hacia el techo y vio que ahí se encontraba dibujada una gran pelota blanca, desgastada por el paso del tiempo.
Asustada, salió a toda prisa del baño colocándose su bata para llamar a Marian. De pronto, escuchó algo rebotando a sus espaldas y miró sobre su hombro: una pelota blanca se acercaba a ella, rebotando de la nada.
La mujer corrió aterrorizada por las escaleras y de un momento a otro, tropezó y terminó rodando por las escaleras. Muriendo ahí mismo, desnucada por el impacto.
Marian por su parte, estaba caminando en medio del bosque cuando escuchó un objeto rebotando en las cercanías. Alzó la cabeza y se quedó muda de asombro al ver como una pelota blanca se movía de una rama a otra entre los árboles, como si manos invisibles la estuvieran manipulando. La niña se asustó y se echó a correr, pero mientras más se alejaba, más cerca le parecía escuchar los rebotes de esa endemoniada pelota.
Se detuvo frente a un roble frondoso y escuchó que una rama crujía en las alturas. Cuando miró hacia arriba, había otra niña de piel muy pálida trepada en el árbol, mirándola fijamente.
Marian gritó y trató de correr. La chica del árbol se abalanzó sobre ella y comenzó a arañarla. Por un largo instante, los gritos de la pequeña resonaron a lo largo y ancho del bosque, hasta que el silencio volvió a imponerse. Ahora había dos cuerpos sin vida en las proximidades: uno yacía en medio del bosque y el otro, en la casa de paredes blancas.
Una anciana, la misma que había visitado a Marian y su madre, apareció detrás de un roble, riéndose macabramente.
—¡Lo hice otra vez! —exclamó, mirando sus afiladas uñas llenas de sangre.
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La Calchona
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Hay una aparición que suele hacer acto de presencia en los campos del centro de Chile, a la cual los campesinos temen tanto como respetan. Se trata de la Calchona, una oveja negra que vaga solitaria por las afueras, balando en medio de la noche. La gente cuenta que en otro tiempo, esta criatura fue una bruja que acostumbraba transformarse en animal para salir a hacer sus fechorías.
Casada y con dos hijos, la mujer vivía en una casita humilde, donde guardaba todo tipo de cremas y ungüentos mágicos a espaldas de su marido. Todas las noches tenía la costumbre de hacer dormir profundamente a su familia, enseguida se desnudaba y se untaba el cuerpo con uno de sus ungüentos, para transformarse en cuervo, gato, cabrito o su animal favorito, la oveja. Y aunque fueron muchos los estragos que causó entre sus vecinos, a nadie se le ocurrió sospechar de ella durante el día.
Llegó la noche en que por descuido, la bruja se olvidó de hechizar a sus pequeños hijos para que se pusieran a dormir.
Ocultos tras una puerta, los niños presenciaron cómo su madre se embadurnaba el cuerpo con una de aquellas cremas extrañas que guardaba bajo llave, quedando convertida en una oveja de oscuro pelaje.
En cuanto el animal se hubo marchado, los niños se acercaron entusiasmados al armario de ungüentos y se desnudaron como habían visto hacer a su madre, para frotarse el contenido del primer tarro que encontraron. Ambos quedaron convertidos en un par de zorros pequeños. Muy pronto se cansaron de su nueva forma y al darse cuenta de que no sabían cómo volver a ser humanos, se pusieron a llorar de manera inconsolable.
Fue en ese momento despertó su padre, extrañado al escuchar los aullidos que provenían desde una de las habitaciones de la casa. Se quedó impactado al ver al par de zorritos que chillaban desconsolados, junto a un tarro vacío y el armario de los ungüentos abierto de par en par.
Asustado, el padre recordó las historias que se contaban en la región, sobre brujas que preparaban aquel tipo de menjurjes para volverse animales y hacer daño a los demás. Se le ocurrió que probablemente, esos zorritos eran sus hijos y desesperado se puso a buscar alguna crema que los devolviera a la normalidad. Funcionó.
Los niños volvieron a ser humanos y su padre, temeroso de que les volviera a suceder lo mismo, tomó todos los ungüentos y los tiró en el río cercano.
Cuando Calchona volvió a casa, entró en desesperación al no encontrar sus cremas. Incapaz de recuperar su forma original, se dedicó a vagar por el monte desde entonces, como castigo a todo el mal que había hecho hasta entonces. Dicen que hasta hoy en día sigue deambulando, lamentándose por la familia que perdió y que ya no está en este mundo. Hoy es totalmente inofensiva, por lo cual los labradores suelen dejarle un plato de comida de vez en cuando, para que se quite un poco las penas.
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El hombre que se extravió ocho años
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
La siguiente leyenda corta constituye uno de los misterios más famosos de Chile y es un hecho que hasta el día de hoy, de ser verídico, nadie se ha podido explicar. Cuentan que hace algunos años, habitaba en la ciudad de Iquique un hombre jubilado, al lado de su esposa y de su única hija. Debido a que hace tiempo había dejado su trabajo, este sujeto mantenía la afición de visitar las salitreras de los alrededores, zonas arqueológicas muy comunes en la región.
Cada día salía muy temprano de su casa, tomaba el mismo autobús y se dirigía hacia dicho lugar, esperando poder encontrar objetos antiguos. Su esposa, que ya conocía bien su rutina, nunca protestaba por este peculiar pasatiempo.
Un día, el hombre se despidió de ella como de costumbre, subió al tan conocido autobús y marchó en otra pequeña expedición arqueológica hacia las salitreras.
Las horas pasaron.
Cuando se hizo de noche y el individuo no regresó a casa, su mujer se preocupó y decidió dar parte a la policía. El hombre no había vuelto en toda la noche y tampoco lo hizo al día siguiente. De inmediato se le buscó en su lugar de destino y por todos los alrededores, sin éxito. Esta situación se extendió por tres meses, en los cuales se empezó a rastrear su paradero ya no solo por Iquique, sino en otras ciudades aledañas.
Ni sus amigos, ni sus familiares sabían dónde podía estar ni porque podría haberse marchado.
Al no lograr encontrarlo, las autoridades lo dieron por muerto y su esposa y su hija se resignaron a seguir esperándolo. Mandaron construir una lápida simbólica en el cementerio local.
Ocho años después, la hija del matrimonio se había casado y convertido en madre. Un día, ella se encontraba con su mamá en la casa de esta última, cuando escucharon como alguien trataba de abrir la puerta. Asustadas, fueron a ver de quien se trataba y se llevaron una aterradora sorpresa.
Su marido y su padre se encontraban de pie en el umbral, vestidos con la misma ropa que llevaban hace ocho años y luciendo exactamente de la misma manera. Como si nunca se hubiese marchado.
Él, molesto, les preguntó quien había cambiado la cerradura de la entrada y porque estaban tan cambiadas. Lo que más lo sorprendió, fue ver que su hija llevaba un bebé en brazos. Pero sin duda las más asustadas eran ellas, que no podían dar crédito a lo que veían.
Resultó ser que para aquel hombre, aquellos ocho años nunca habían existido. Él recordaba haber salido de su casa como de costumbre y volver esa misma tarde. Incluso llevaba consigo el periódico de la muchacha, con la fecha de su día de desaparición. El periódico se veía auténtico y para nada envejecido.
Por mucho tiempo, el misterio de hombre de Iquique se mantuvo como uno de los enigmas más populares de la ciudad. El sujeto jamás quiso que lo investigaran, ni contar si había visto algo extraño aquella tarde.
Murió sin descubrir que le había sucedido.
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La mujer rubia de la Avenida Kennedy
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Una de las leyendas urbanas más famosas de Chile, transcurre en la famosa Avenida Kennedy y surgió justo a finales de la década de los 70, cuando muchos conductores empezaron a sentirse asustados de transitar por ahí. Se decía que si uno no tenía cuidado, en plena calle podía encontrarse con una macabra aparición…
Eran cerca de las 7 de la tarde, cuando Paulo salió de su trabajo y se dirigió a casa como de costumbre. Se moría de ganas por cenar con su esposa y descansar de la ajetreada rutina en la oficina.
Encendió la radio de su vehículo y se dispuso a manejar sin prestar atención al tráfico.
Justo se desplazaba a lo largo de la Avenida Kennedy, cuando notó que una mujer había bajado de la acera y ahora le hacía señas para que redujera la velocidad. Era una chica delgada y de largo cabello rubio, con un cuerpo atractivo, aunque no le podía distinguir la cara. Confundido y pensando que quizá la muchacha necesitaba ayuda, Paulo aminoró el ritmo y se detuvo junto a ella para preguntarle que necesitaba.
—Señorita, ¿está bien? —preguntó.
Mirándola de cerca pudo constatar que se trataba de una mujer muy bella. Paulo se sintió cohibido al ver como le sonreía.
Entonces, ante sus ojos incrédulos, fue desvaneciéndose lentamente hasta desaparecer por completo.
Los autos detrás de él comenzaron a pitar con impaciencia, pero Paulo no se enteró de nada. Temblando, aferró con sus manos el volante y vio en el espejo retrovisor que se había puesto blanco como la cal. ¿Se estaría volviendo loco? No, él sabía muy bien lo que había visto…
—Amigo, ¿se encuentra bien? —uno de los conductores había salido de su coche para hablarle.
—¿No la vio usted? ¿No vio a la chica rubia que estaba parada aquí hace un momento? —preguntó Paulo frenéticamente.
—Por favor amigo, está deteniendo el tráfico.
Cómo pudo, Paulo salió de su estupor y se orilló, dejando que los otros prosiguieran con su camino como si nada. Aquel conductor sin embargo, imitó su acción y volvió a acercarse a él, como si fuera a decirle algo importante.
—Debe pensar que estoy loco —dijo Paulo a la defensiva—, no es así. Tampoco he bebido o ingerido nada. Yo estoy seguro de que había una mujer de cabello rubio de pie aquí. Me hizo señas para que me detuviera. Pensé que quería algo pero cuando lo hice, simplemente se esfumó ante mis ojos.
—Lo sé —dijo aquel desconocido—, no es la primera vez que algo así sucede. Ella siempre se aparece en el mismo punto.
—¿La conoce?
—Hace tiempo, esa chica estaba cruzando la calle cuando fue atropellada por un hombre que conducía borracho —el hombre agachó la cabeza—, la pobre murió al instante. Desde entonces no ha dejado de aparecer por aquí. El tipo que la mató se dio a la fuga, así que las autoridades no pudieron detenerlo.
Desde aquel día, Paulo tuvo mucha más precaución al ir por la avenida. Tenía miedo de que aquella rubia volviera a cruzarse en su camino.
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La Lola
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En un pueblo de Chile, vivía una muchacha llamada Dolores, quien era conocida como la más bonita del poblado. Todos la llamaban Lola a secas y ella, si bien era humilde, se hacía notar por su alegre carácter y sus agradables facciones. Por su belleza, era constantemente asediada por muchachos diferentes que la cortejaban para que fuera su mujer.
Esto no era bien visto por el padre de la joven, quien era sumamente celoso y sobreprotector. Además, él esperaba que ella se casara con un hombre de buena familia, que tuviera dinero y posición social. Era cierto que ellos no tenían mucho pero confiaba en que Lola se casaría con alguien adinerado por ser tan bonita.
Por eso se decepcionó mucho cuando su hija se enamoró de un pobre minero. Como nunca aprobó dicha relación, ambos se escaparon para casarse en secreto y tiempo después consumaron su amor.
Lola, además de ser una mujer muy bella, era inteligente y no tardó en aconsejar a su marido para que fuera ascendiendo en la minera en la que trabajaba. Con esfuerzo y astucia, logró hacerse un hombre muy rico pues también encontró mucho oro y plata en las minas donde excavaba.
La riqueza lo cambió para mal pues empezó a frecuentar casas de citas a las que acudían empresarios y sujetos de abolengo. Mientras tanto su relación con Lola se enfriaba y ella, cegada por los celos, no hacía más que pensar día y noche en una manera de vengarse de su esposo. Cuando los rumores que llegaban de él se volvieron insoportables, lo esperó despierta una noche y tomó un cuchillo afilado.
Nada más verlo entrar se lanzó contra él apuñalándolo hasta la muerte.
Luego tiró la daga y salió a la calle a gritar que unos ladrones se habían metido en su casa, y habían asesinado a su marido.
Sus vecinos se mostraron horrorizados y la ayudaron a organizar el funeral, metiendo al difunto en un pesado ataúd. Le tenían lástima a Lola porque, además de soportar sus infidelidades y haberlo perdido de un modo tan violento, comenzaba a estar afectada por la locura.
Repitió su mentira tantas veces que ella misma llegó a creérsela, al grado de sacar el féretro con el cadáver de su residencia y ponerse a deambular por las calles mientras lo empujaba, buscando a los asesinos y gritando a voz en cuello. La gente no se atrevía a decirle nada, pensando que sería algo pasajero. Pero Lola vagó sin descanso hasta que descuidó a su persona, dejando de comer, de vestir bien y de alimentarse. Murió junto al ataúd y las personas empezaron a olvidarse de ella…
Hasta que varias noches más tarde, volvieron a escuchar sus agudos lamentos y el arrastrar del lecho mortuorio por las calles empedradas que les ponían los pelos de punta. Desde entonces se dice que aún se la escucha deambulando en algunos lugares.
Esta es una de las leyendas más conocidas en Chile y puede que en América del Sur, donde existen varias versiones.
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escaldo · 4 months
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Leyendas de Terror de Perú
El monje sin cabeza de Barranco
Fuente: relatoscortos.org, Un Fan del Blog
Esta leyenda proviene de Barranco, un hermoso distrito histórico de Perú. Tiempo atrás, había un religioso con muy mal carácter que habitaba en la Iglesia de la Ermita, una construcción emblemática del lugar. Contrario a lo que debía profesar según su fe, este hombre era muy malvado y se escudaba en sus hábitos para cometer bajezas que quedaban impunes.
Mentía, robaba, llevaba una vida licenciosa y aun así se daba el lujo de recriminar a sus fieles, tratándolos con condescendencia en lugar de ofrecerles consuelo por sus pecados.
Un día, un terremoto terrible sacudió toda la ciudad de Lima, justo cuando el sacerdote estaba a punto de tocar las campanas. Una de ellas se desprendió y le cayó sobre la cabeza, fracturándole el cráneo de tal manera, que prácticamente se lo destrozó. Cuando hallaron su cuerpo, inerte en el campanario, solo se toparon con algunos restos de masa encefálica, huesos y manchas de sangre.
Los que lo conocían aseguraban que aquello había sido un castigo de Dios, por no haber respetado su sagrado oficio. Pero es recién a partir de este punto que la leyenda comienza.
Después del terremoto, la iglesia fue reparada y poco a poco los feligreses volvieron a entrar para escuchar misa. Entre los que asistían de noche, había algunos que juraban haber visto a un hombre sin cabeza vagando por el patio. El susodicho llevaba los hábitos del monje muerto y parecía estar rezando. Con el paso de los años, esta escalofriante presencia se volvió habitual en la Ermita.
De vez en cuando, alguien le prende una veladora y se pone a rezar para que pueda encontrar el descanso eterno. Si está vagando como alma en pena, es porque todavía debe pagar todos los pecados que cometió en vida.
Y así seguirá errando hasta el final de los tiempos.
Verso:
En Barranco, tierras de encanto y solaz, Una historia oscura, un religioso tenaz. En la Ermita, su hogar de oración, Un hombre malvado, sin redención.
Contrario a su fe, un carácter sin bondad, Mentía y robaba con gran impunidad. Con hábitos sagrados, cometía pecado, Condescendencia en vez de consuelo brindado.
Un día, la tierra tembló en furia, Lima estremecida, la desgracia en la altura. El sacerdote a campanas iba a tocar, Pero un terrible destino lo hizo pagar.
La campana cayó, cráneo destrozó, El mal sacerdote, su fin encontró. Restos de masa, sangre y hueso, Castigo divino, Dios no hizo exceso.
Los que lo conocían, afirmaban con temor, Un castigo divino, un justo horror. Pero la leyenda, apenas comenzó, Con la muerte del monje, todo cambió.
La iglesia fue reparada, feligreses volvieron, Pero de noche, algo en el aire se movieron. Un hombre sin cabeza, entre sombras rezando, Los hábitos del difunto, el alma penando.
Años pasaron, la presencia persistió, En la Ermita, el misterio creció. De noche, testigos afirman con certeza, La figura sin cabeza, rezando con tristeza.
Algunos encienden velas, ruegan por su paz, El descanso eterno, su anhelo tenaz. Erra como alma, con pecados en vida, Una condena eterna, su existencia perdida.
Así, entre sombras, hasta el final de los días, La leyenda persiste, en Barranco y sus aires. Un monje sin cabeza, alma en penar, En la Ermita, su historia sigue flotar.
El Fantasma del túnel La Herradura
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Dicen que en Chorrillos, dentro del túnel cerca de la playa llamado La Herradura, se aparece un fantasma que acecha a los conductores que manejan de noche. Algunos comentan que es el espectroscopias de un anciano cojo, que solía vivir a la entrada del túnel hasta que un auto lo arrolló. Otros dicen que al hombre le falta una mano y que si alguien lo convoca mientras está dentro del pasadizo, este se aparece y le hace perder el control del vehículo.
Sea como sea, a nadie le gusta pasar por ahí.
La leyenda de este lugar se remonta al año 1910, cuando se instauró la conocida Compañía Nacional de Tranvía Eléctrico (CNET), a la cual los lugareños se referían tan sólo como «La Nacional». Esta se estableció como una línea de tranvías entre Lima y Chorrillos. El más largo recorría el mencionado túnel de 208 kilómetros de largo, hasta la playa de La Herradura. Si bien el proyecto se llevó a cabo con éxito, al poco tiempo la empresa tuvo que declararse en quiebra, debido a los altos costos de mantenimiento que demandaba aquel tranvía.
Por otra parte, los automóviles comenzaban a circular por la ciudad, para los cuales el camino costanero no era suficiente. Era estrecho e iba en un solo sentido, justo hacia La Herradura. El retorno por otra parte, se hacía desde la playa pasando por el túnel, de cuyo piso se removieron los antiguos rieles del tranvía.
Aquel sitio no tardó en convertirse en escenario de desastres.
A causa de la velocidad con la que entraban los coches y lo estrecho del túnel, muchas personas perdieron la vida al cruzar para llegar a la playa. Una de ellas, fue un anciano que vivía en las cercanías, el cual no se dio cuenta de lo peligroso que era entrar y fue embestido por un auto. El vehículo arrastró su cuerpo varios kilómetros dentro del corredor, poco después de que muriera por el impacto. De él, nunca se supo su identidad. No tenía amigos, ni familiares, vivía solo y nadie sabía de dónde venía.
Las autoridades habrían querido clausurar el túnel para evitar más desgracias, desafortunadamente, hasta hoy sigue siendo el único acceso a La Herradura. Claro que hoy en día, la gente cruza con más cuidado.
Aquel viejo, como sea, fue enterrado en las proximidades. Cuentan que su alma deambula por el túnel, intentando hallar a su asesino.
Verso:
En Chorrillos, bajo La Herradura de la playa, Un túnel esconde una leyenda que desmayaba. Un fantasma acecha a conductores de la noche, Un anciano cojo, tragedia en su derroche.
El espectro se dice, de un hombre arrojado, Vivía al túnel, por un auto atropellado. Falta una mano, algunos afirman ver, Invocado en el pasadizo, hace temblar al conducir.
En mil novecientos diez, la historia se enraíza, Compañía Nacional de Tranvía Eléctrico desliza. La Nacional, de Lima a Chorrillos cruzaba, El túnel de 208 kilómetros desafiaba.
Éxito inicial, pero la quiebra asomaba, Mantenimiento costoso, la empresa se desplomaba. Los autos llegaban, la ciudad expandía, El camino costanero, para ellos no sería.
Estrecho y un sentido, hacia La Herradura iba, El retorno por el túnel, desgracias suscriba. Rieles retirados, del tranvía pasado, El sitio testigo de un destino trastornado.
La velocidad y estrechez, tragedias causaban, Personas cruzaban, la vida se llevaban. Un anciano, entre ellas, víctima fatal, Su cuerpo arrastrado, en el túnel nubarral.
Sin identidad, sin familiares ni amigos, Vivía solo, de su origen testigos. Las autoridades, querían cerrar el corredor, Evitar desgracias, evitar el dolor.
Aún así, único acceso a La Herradura queda, El túnel persiste, testigo de tragedia que ciega. Hoy cruzan con cuidado, la gente atemorizada, El anciano enterrado, su alma aún aguarda.
Deambula en el túnel, buscando su final, El viejo busca al asesino, su destino final. En las sombras, la leyenda perdura, En Chorrillos, La Herradura, su alma murmura.
La enfermera sin cabeza del hospital Loayza
Fuente: relatoscortos.org, Catt
El Hospital Arzobispo Loayza es una de las construcciones más reconocidas en Lima, Perú. Por sus pasillos han deambulado cientos de pacientes, enfermeros y médicos. En estos mismos corredores donde todavía se cuenta una oscura leyenda.
Dicen que años atrás, no se sabe en qué época con exactitud, trabajaba en la clínica una bella y amable mujer, que hacía las funciones de enfermera. Era muy estimada por cariñoso trato con los pacientes. Sus colegas la admiraban por ser una trabajadora ejemplar, que amaba su profesión. Con el paso del tiempo, uno de los doctores terminó enamorándose de ella y fue así como el cortejo de varios meses culminó en un lindo noviazgo.
La pareja puso fecha para la boda, todos en el hospital estaban felices por ellos.
Faltaba muy poco para el gran día, cuando el doctor fue llamado a un congreso fuera de la ciudad. De inmediato empacó sus cosas y le pidió a su prometido que continuara con los últimos preparativos del casamiento, asegurándole que estaría de vuelta a tiempo.
Desafortunadamente el destino iba a cambiar sus planes. El joven médico murió durante el viaje, víctima de un accidente fatal en la carretera.
Cuando la muchacha se enteró de la mala noticia, sufrió un shock por el que tuvo que ser hospitalizada. Sus compañeros, preocupados, se turnaron para cuidarla y tratar de distraerla, pero nada parecía ser suficiente. La chica no quería comer, ni levantarse, en sueños llamaba a su prometido y durante el día, lo único que hacía era mirar por la ventana, sin hablar con nadie. Había perdido las ganas de vivir.
Un día, aprovechó que nadie estaba en la habitación con ella para tirarse por esa ventana. La caída no la había matado, estaba en un segundo piso. Lo que la mató, fue darse de bruces contra las herramientas que algunos trabajadores de la construcción habían dejado en el suelo, ya que estaban remodelando el hospital. Todos en el lugar se estremecieron al escuchar su último grito de horror: había caído sobre unos metales que acababan en punta, perdiendo la cabeza al instante.
Desde entonces, se dice que su alma no ha podido abandonar la clínica.
Algunos pacientes han quedado traumatizados después de ver la figura de una mujer descabezada que ronda por los pasillos. Lleva un uniforme muy antiguo, con una capa azul y se desvanece al entrar en las habitaciones.
Verso:
En Lima, el Hospital Arzobispo Loayza se erige, En sus pasillos, una leyenda persiste. Cientos de pacientes, médicos y enfermeros, Deambulan entre sombras, donde yace el misterio.
Una enfermera, bella y amable en su quehacer, Cautivaba corazones, en el hospital hacer. Admirada por todos, por su trato cariñoso, Ejemplar trabajadora, en su oficio, virtuoso.
El tiempo transcurría, un doctor se enamoró, Cortejo y meses, en amor floreció. Boda planeada, alegría en el ambiente, Todos felices, la pareja, prometiente.
El destino caprichoso, un giro tomaría, El doctor llamado, a un congreso se iría. Empacó sus cosas, prometiéndole estar, Pero en la carretera, un accidente fatal.
La noticia llegó, la enfermera en shock, Hospitalizada, en un doloroso bloque. Compañeros turnándose, preocupados cuidaban, Pero la tristeza profunda, en su ser moraba.
No comía, no hablaba, la ventana miraba, En sueños llamaba, a su amor buscaba. Un día sin testigos, se lanzó al vacío, La caída no mató, fue su destino sombrío.
En el segundo piso, entre herramientas cayó, Metales afilados, su cabeza perdida quedó. Su grito de horror, estremeció el lugar, El hospital, testigo de una muerte singular.
Desde entonces, su alma no logra partir, La clínica la retiene, en su sufrir. Figura descabezada, ronda los pasillos, Uniforme antiguo, capa azul en sus brillos.
Pacientes traumatizados, al verla pasar, Una mujer sin cabeza, en silencio vagar. Desvaneciéndose al entrar, en la penumbra, El Hospital Loayza, testigo de una alma que zozobra.
El ahogado
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Hace años, en una de las zonas rurales de Perú, un chico fue a pasar unos días a la casa de verano de su tío, el cual tenía un gran rebaño de ovejas. En la propiedad había un pozo muy profundo que al muchacho siempre le había dado escalofríos.
El día que llegó, su tío le encargó que cuidara mucho a sus ovejas, pues en los últimos habían desaparecido algunas y creía que se las estaban robando. Él se tenía que ir a una fiesta, así que dejó al sobrino encargado. Se hizo de noche y el joven se retiró a dormir. Por la madrugada sin embargo, fue despertado a causa del ruido que hacía una oveja en el establo.
Sobresaltado, lo primero que pensó fue que el ladrón andaba haciendo de las suyas de nuevo, así que tomó la escopeta de su tío y salió muy sigilosamente de la casa. Fuera no se veía un alma.
De pronto, un sonido profundo brotó del pozo.
El chico volteo hacia allí y se quedó paralizado al contemplar como una larga silueta salía lentamente de allí. Tenía la forma de una persona, aunque pudo distinguir que las uñas de sus manos eran más largas de lo normal.
La criatura se abrió paso hacia donde se encontraban las ovejas y, el muchacho temblando apenas atinó a apuntarle con la escopeta y soltar un disparo, que no pareció afectarle en lo absoluto.
Por el contrario, la cosa del pozo reparó en su presencia y empezó a arrastrarse hacia él, provocando que las piernas le temblaran de pánico. Rápidamente tiró el arma y corrió lo más deprisa que pudo, rumbo a una laguna que se encontraba en las cercanías.
Los pasos del ente y su pesada respiración, se escuchaban cada vez más cerca de él, hacía eco como si estuviera suspirando justo encima de su hombro.
El joven se arrojó a las aguas del lago, en las que por alguna razón, la criatura no pudo entrar, sino que se quedó de pie junto al borde, observándolo fijamente. La noche era tan negra que el chico no podía distinguirlo con claridad. Estuvo flotando en el agua hasta el cansancio y cuando el amanecer comenzó a aclarar, escuchó como aquello se alejaba arrastrando los pies.
Por la mañana, su tío lo encontró fuera de la casa, pálido y tembloroso. Su semblante se convirtió en uno de terror al escuchar lo que había ocurrido por la noche.
Sin decir una palabra, fue al pueblo a buscar la ayuda de algunos hombres: iban a drenar el pozo.
Una vez que sacaron hasta la última gota de agua, se aventuraron a bajar y lo que encontraron en el fondo los dejó lívido. Frente a ellos se encontraba el cuerpo sin vida de un hombre desconocido, en tal estado de descomposición que sería imposible identificarlo.
Lo único que parecía intacto en él eran sus uñas, unas uñas bastante largas y curvadas como garras.
A partir de entonces, el ahogado se convirtió en una siniestra leyenda.
Verso:
En las tierras de Perú, hace años atrás, Un joven vivió una historia singular, En la zona rural, su tío tenía rebaño, De ovejas y un pozo, profundo y extraño.
En la casa de verano, el chico llegó, Cuidar las ovejas, su tío le encomendó. Desaparecían algunas, las sospechas crecían, El ladrón rondaba, el misterio se tejía.
En la noche oscura, el joven durmió, La oveja inquieta en el establo lo despertó. Con la escopeta en mano, sigiloso salió, Un sonido profundo del pozo surgió.
Volteó hacia él, una silueta emergió, Como una persona, pero algo inquietó. Las uñas largas, anormales, notó, La criatura avanzó, el joven tembló.
Hacia las ovejas, la cosa se encaminó, El chico disparó, pero nada cambió. La criatura notó su presencia, avanzó, El joven, aterrado, corrió y huyó.
La laguna cercana, refugio en su desvelo, La criatura no entró, al borde se quedó. La noche oscura, el miedo en suelo, El joven flotó, hasta el cansancio llegó.
Al amanecer, la criatura se alejó, El tío encontró al joven, temblando quedó. Al escuchar la historia, el terror brotó, En el pueblo, ayuda buscó.
Drenar el pozo, la decisión tomada, Al fondo encontraron algo que helaba. El cuerpo sin vida, en descomposición, Un hombre desconocido, sin identificación.
Solo las uñas, largas como garras, Permanecían, como sombras raras. El ahogado, una leyenda oscura, Que en Perú, aún asusta y perdura.
El Chullachaqui
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Malena era una joven tan inquieta como atractiva, que vivía en un pueblito cerca de las colinas de Tarapoto, en la amazonia peruana. A ella le encantaba dar largos paseos en medio de la naturaleza, aunque sus abuelos siempre le advertían que era bastante peligroso. Especialmente para una joven de su edad.
La noche de San Juan, la gente del pueblo se estaba preparando para armar una fogata por la noche, en honor a la festividad. Esa noche más que nunca, era sumamente importante encomendarse a Dios y arrepentirse por sus pecados, pues de acuerdo con la leyenda, el diablo subía a la Tierra para asustar a todas las personas que no fueran de bien.
Sin embargo Malena no quería saber nada de supersticiones, ni tradiciones que para ella no tenían sentido. Así que se escabulló de casa de sus abuelos para evitar tener que ayudar con los preparativos, y se echó a andar por el monte, burlándose de todos los pobladores.
—Si el diablo realmente está entre nosotros, ¡más le vale no aparecerse en mi camino! —exclamó burlona.
En ese momento una sombra se levantó a un lado del camino y Malena se quedó paralizada.
Frente a ella había una criatura que con solo mirarla, le helaba la sangre de lo horrible que era. Tenía el tamaño de un niño pequeño, pero su rostro era tan viejo como el de un anciano y mostraba una expresión de maldad absoluta. Andaba desnudo sobre dos patas distintas, una de hombre y la otra de chivo.
Al ver lo pálida que se había puesto, el ser emitió una risita llena de malignidad y se lanzó contra ella para morderla.
En el monte hizo eco un grito de horror que se escuchó por todo el pueblo.
La mañana siguiente, los abuelos de Malena estaban desesperados. Habían salido del poblado con unas cuantas personas para buscar a su nieta, pues no había estado presente en toda la noche. Temían que algo malo le hubiera sucedido por ignorar una fecha tan sagrada.
Recorrieron las colinas de Tarapoto, llamándola incansablemente y en vano. Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos la encontraron, con la ropa maltrecha y el estado de shock. Malena sangraba y tenía los ojos abiertos de puro terror. No parecía reconocer a ninguna de las personas que habían salido a buscarla. La llevaron de regreso al pueblo y una curandera la atendió, explicando a sus abuelos lo que había ocurrido.
—Esta muchacha fue asustada por el chullachaqui, el duende del monte —dijo con seriedad—. Él siempre anda acechando por el monte, para ver cómo puede perder a los viajeros o a las jovencitas que salen solas de casa. Se los lleva a su hogar infernal. Su nieta ha tenido suerte, pues quien es arrastrado a esa dimensión no puede volver jamás a casa.
Esta historia está basada en la leyenda peruana del chullachaqui, un duende maligno de las montañas de Tarapoto, que aparece para asustar a las personas, sobre todo a las muchachas.
Verso:
En Tarapoto, entre colinas y selva viva, Malena, joven inquieta, atractiva, Paseaba en la naturaleza, desafiante, Aunque sus abuelos advertían, el peligro constante.
La noche de San Juan, fiesta en el poblado, Fogatas ardiendo, tradición sagrado. Encomendarse a Dios, arrepentirse en honor, Pero Malena desafiante, burlaba el fervor.
Escapó de sus abuelos, supersticiones evitó, Por el monte, desafiante, se aventuró. "Burlémonos del diablo, si existe en realidad", Exclamó con desdén, en la oscuridad.
Una sombra se alzó, un ser tenebroso, Horror en su rostro, expresión malicioso. Tamaño de niño, rostro de anciano, Desnudo, dos patas, mitad humano.
Una risa maligna, la criatura profirió, Con maldad en los ojos, hacia Malena avanzó. Paralizada, helada por el terror, El ser se lanzó, mordiéndola con fervor.
En el monte resonó un grito de horror, Que en el pueblo causó gran temor. Al amanecer, los abuelos angustiados, Salieron en busca de Malena, desesperados.
Recorrieron las colinas, llamándola en vano, Temían lo peor, su nieta en manos del insano. La encontraron, con la ropa desgarrada, En estado de shock, Malena herida y asustada.
Sangrando y aterrorizada, sin reconocer, La llevaron de vuelta, al pueblo querer. La curandera explicó, con seria voz, "El chullachaqui la asustó, duende feroz."
"Acecha en el monte, busca a los desprevenidos, Viajeros y muchachas, son sus preferidos. Los lleva a su hogar infernal, dimensión perdida, Malena ha tenido suerte, su regreso la vida prohíbe."
En Tarapoto resuena la leyenda del Chullachaqui, Duende maligno, en la selva que acecha aquí. A las almas incautas, su maldad desvela, En el monte de Tarapoto, la historia perdura y destella.
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escaldo · 4 months
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Leyendas de Terror de Uruguay
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La monja sin cabeza
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Cuentan las leyendas que antes muchos de los conventos e iglesias de la capital uruguaya se conectaban por túneles. En el subsuelo tenían puertas secretas que permitían entrar a los pasadizos subterráneos. Uno de estos lugares era el Convento y Liceo de Nuestra Señora de la Misericordia, la cual, años atrás, funcionaba como una institución para mujeres.
Justo enfrente se levantaba el Colegio de San Juan Bautista, que era, a su vez, un lugar para varones.
Si bien el túnel entre ambos sitios se clausuró, una joven monja del convento, más curiosa y valiente que sus compañeras, logró acceder a él y entrar en el colegio de hombres. Allí conoció a un sacerdote joven con el que trabó una intensa amistad.
Con el tiempo ocurrió lo inevitable y ambos se enamoraron, aprovechando el pasadizo para verse a escondidas. Sin que nadie pudiera reprocharles su amor, aunque estaban conscientes de que lo que hacían se consideraba pecado.
Finalmente, al no poder reprimir más sus sentimientos, tomaron una decisión: renunciarían a los hábitos y se escaparían juntos, a un sitio donde nadie los conociera. Desvelar su romance en la ciudad habría supuesto un problema, con lo cruel que era la sociedad. Lo que no sabían era que estaban a punto de ser descubiertos.
La Madre Superiora había notado el extraño comportamiento de su discípula, por lo que comenzó a vigilarla. Una noche, al verla entrar en el túnel, la siguió y descubrió a los dos amantes a mitad de lo que consideraba el acto más pecaminoso, consumando su amor.
La monjita fue llevada de vuelta al convento y castigada por traicionar sus hábitos. No solo la expulsaron de la orden, sino que fue encerrada en la celda más diminuta del lugar, donde apenas y recibía la luz del sol. Le daban de comer y de beber muy poco, y la obligaban a estar en silencio, para que pudiera meditar en sus pecados.
Del sacerdote no se supo más nada, excepto que también lo expulsaron del colegio.
En su encierro, la monjita pensaba en él y en cómo iba a seguir viviendo sin su amor. Era tanto su sufrimiento que decidió quitarse la vida.
Una mañana, cuando una de las hermanas fue a dejarle su alimento, se extrañó al no ver como tomaba el plato. De inmediato abrió la puerta y se encontró con una escena espantosa. La muchacha se había ahorcado con las sábanas de su catre. Tenía el cuello roto, la cabeza colgando y una expresión horrible en su mirada.
Tras hacer que retiraran el cadáver en secreto, la Madre Superiora prohibió a todas hablar sobre lo ocurrido. Sin embargo, de una manera u otra se supo y surgió una leyenda.
Hoy el convento es una escuela y hay personas que dicen haber visto el fantasma de la monja. A partir de las 6 de la tarde, la oyen entrando en el salón de música, desde donde entona una melodía tristísima en el piano.
Lo más escalofriante es que le falta la cabeza.
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El fantasma del Museo Blanes
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta es una historia triste y escalofriante, ocurrida en una de las construcciones más famosas de Uruguay.
Tiempo atrás, vivía en Montevideo una familia de la alta sociedad apellidada García de Zúñiga. Estaba conformada por un matrimonio y su hija, la pequeña Clara, de 9 años de edad. Por desgracia, su padre era un hombre frío y muy avaricioso, que habría hecho cualquier cosa con tal de incrementar su estatus y su fortuna.
No le importó que Clarita tan solo fuera una niña. Enseguida la comprometió con un hombre mucho mayor, de nombre Jesús María Zuñiría, quien le había prometido introducirlo en su círculo de amistades si le daba a la chiquilla en matrimonio.
Y así fue. Tan pronto como Clara cumplió los 14 años, se realizó la boda y ella se fue a vivir a casa de su marido, quien para entonces tenía ya 36 años de edad. Al principio y como era costumbre en la época, asistían juntos a todas las reuniones y compromisos a los que eran invitados. Pero Clarita se aburría mucho y no se llevaba bien con su esposo.
Cuando se convirtió en una joven mujer, comenzó a salir sola a los bailes y a dar de qué hablar. La gente miraba mal que se divirtiera e hiciera amistad con chicos de su edad, y enseguida se extendieron los rumores de que se estaba viendo con varios amantes.
Clara, aunque intentaba ignorar todos estos comentarios malintencionados, no pudo evitar enamorarse un día, cuando coincidió con un apuesto joven en una de sus fiestas. Era conocido como Ernesto de las Carreras y nada más verla, también se sintió atraído por la muchacha. Juntos tuvieron un romance en secreto, del cual la chica quedó embarazada.
Si al principio su marido no tenía forma de comprobar sus sospechas, su ira se desató cuando Clara no pudo ocultar lo evidente. Zuñiga sabía que el hijo que estaba esperando no podía ser suyo, así que decidió castigarla.
Construyó un altillo en el último piso de su casa, en el que Clara fue encerrada. Por fuera, el ático aparentaba tener ventanas como el resto de la mansión; pero por dentro solo había unas cuantas rendijas por las que apenas se colaba la luz del sol. Su familia jamás intentó ayudarla, dándole la razón a su marido cuando afirmó que su mujer había perdido el juicio, y contentándose con administrar sus bienes.
Clara pasó el resto de su vida prisionera entre aquellas cuatro paredes, y murió muy joven, de pura soledad.
Los años pasaron.
Tiempo después la casona de Zúñiga, ya abandonada, fue reformada y se convirtió en el Museo Blanes, donde existe un curioso retrato. Es la pintura de una muchachita melancólica y hermosa, cuyos tristes ojos ponen nerviosos a los visitantes. Algunos aseguran que sienten como el retrato les sigue con la mirada adonde quiera que van.
Y que de noche, a veces se puede escuchar el llanto fantasmal de una chiquilla, que llora desconsolada al recibir los escalofriantes gritos de un hombre mayor.
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La casa de la degollada
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta es la leyenda de un lugar maldito, en el que nadie se atreve a entrar hasta el día de hoy, por la terrible historia de crimen, amor y venganza que encierra en sus paredes.
Durante el siglo XIX, los habitantes de la capital uruguaya admiraban la mansión que se levantaba entre las calles de Avenida Agraciada y Joaquín Pereira; una hermosa construcción en la que residía un matrimonio de la clase alta. Este se encontraba conformado por el doctor Arenas, uno de los abogados más importantes de aquella época, y su esposa, la bella Merceditas.
Lo primero que saltaba a la vista entre ambos, era la juventud y belleza de Merceditas. La muchacha era muy agraciada y veinte años menor que su marido; aunque eso, en aquellos tiempos, no era algo tan extraño.
El único inconveniente era que la joven contaba con muchos pretendientes, aun estando casada, lo cual encendía los celos del doctor Arenas.
Un día, a Merceditas no se la vio más por los lugares que frecuentaba. Todos en su círculo social se preguntaban qué había sido de ella, pues cuando iban a buscarla a su casa, tampoco la encontraban. Pronto, su esposo tuvo que decir algo para calmar los ánimos.
—No se preocupen por mi esposa, que ha regresado un tiempo a Europa a terminar con sus estudios. Muy pronto la tendremos por aquí de nuevo.
Así logró calmar los chismorreos de la gente, que ya comenzaba a rumorear que tal vez la chica lo había dejado por uno de sus pretendientes más jóvenes.
Si tan solo hubieran sospechado la verdad…
El tiempo pasó y Merceditas jamás regresó. Peor aún, el doctor Arenas abandonó la ciudad de la noche a la mañana a Europa, sin dar explicaciones a nadie y dejando su mansión en manos de sus sirvientes, quien más tarde también se marcharon para no volver. Aseguraban sentirse atemorizados por los gritos y los ruidos inexplicables que escuchaban por las noches.
La residencia quedó deshabitada.
Tiempo después, una rica familia la compró para remodelarla y vivir en ella. A pesar de que desde el primer momento, notaron los sonidos macabros de los que habían hablado sus anteriores habitantes, no quisieron darle mucha importancia al asunto.
Cierto día, estaban supervisando el derrumbe de uno de los muros de la biblioteca; pues querían ampliarla, cuando retiraron un bloque y descubrieron algo que los dejó paralizados de terror.
Ahí, detrás de la pared, yacía el cuerpo sin vida de Merceditas. Tenía la garganta cercenada y la habían momificado.
Tras mirar tan horrible espectáculo, la familia completa decidió marcharse de inmediato para no regresar. Ahora sabían de donde provenían todos los espeluznantes ruidos que los acosaban por las noches.
Se dice que el doctor Arenas, harto de los celos que sentía por su mujer, la había matado de esa forma tan vil y escondido el cuerpo. Las autoridades sospecharon de él al saber que, meses después de su partida, en España habían ocurrido varios asesinatos con el mismo modus operandi.
Nunca pudieron apresarlo.
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El doctor Lenguas
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Una de las leyendas latinoamericanas más famosas tiene lugar en el Círculo Católico del Uruguay, hospital de la capital uruguaya en el que se dice, ocurrieron los hechos descritos a continuación entre finales de los años 60 e inicios de los 70. Todo comenzó cuando un hombre ingresó acompañado por su pequeño hijo y su esposa, quien a punto de dar a luz, se retorcía en medio de dolores insoportables.
Por desgracia el personal se encontraba ocupado, así que tuvieron que esperar a que hicieran los preparativos para el alumbramiento. Un momento después, apareció un doctor con un grupo de enfermeras, que condujeron a la embarazada a la sala de partos.
El tiempo de espera se le hizo eterno al futuro padre.
Mientras observaba a su primogénito jugar en el suelo del lugar, sin enterarse de nada, sentía que los nervios estaban a punto de comérselo vivo. Ya habían pasado horas y aún no tenía noticias de su esposa, ¿habría terminado de dar a luz?
En ese momento, un doctor salió del pasillo por el que se habían llevado a su mujer y lo llamó.
—Lamento mucho informar esto, señor —le dijo, provocando que un mal presentimiento se apoderó de él—, hicimos todo lo que pudimos por su esposa, pero el parto se complicó y tanto ella como el niño fallecieron. A estas alturas ya no hay nada que hacer. Sus cuerpos van a ser trasladados ya para los trámites pertinentes…
Sintiendo que la desesperación causaba mella en su pecho, el pobre hombre se derrumbó y se puso a dar de alaridos. Ignorando al médico, corrió hasta la sala donde fue atendida su mujer, llamándola a gritos. Es entonces cuando otro doctor, al que no había visto antes, apareció de no sabía donde y se presentó ante él como Luis Pedro Lenguas.
—Tranquilícese, señor. Estoy dispuesto a ayudarlo, pero tiene que escucharme —le pidió.
—¿Ayudarme? Nadie puede ayudarme ya —replicó el hombre con amargura.
El médico, no obstante, insistió y tras pedirle que esperara unos minutos, volvió a entrar para ver a su esposa. Poco después el pobre marido escuchó el llanto de un bebé y lo que parecía la voz confundida de la joven. Al entrar en el lugar, la encontró viva y con su hijo en brazos. Más del extraño doctor no había ni rastro.
Cuando el médico con el que habló antes hizo acto de presencia, se puso pálido al ver con vida a la mujer y su bebé. No se explicaba cómo era posible, si hacía poco los habían declarado muertos. Cuando quiso cuestionar al hombre, éste, furioso, le espetó que no hablaría con nadie, que no fuera el doctor Lenguas.
—¿Con quién? —preguntó el galeno, aún más pálido.
—Con el doctor Luis Pedro Lenguas, ¡él fue quien salvó a mi esposa e hijo!
—¿Habla de él? —el galeno señaló el retrato de un médico en la pared, el mismo que acababa de ayudarlo— Debe haber una equivocación. El doctor Lenguas fundó este hospital en el año 1885 y murió en 1932.
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Los dos hermanos
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Cuentan que hace años en las tierras de Arroyo Achar, de la región uruguaya de Tacuarembó, había dos hermanos que se amaban el uno al otro por sobre todas las cosas, estando juntos desde niños. Los dos crecieron para convertirse en jóvenes apuestos, nobles y generosos, además de muy valientes. Parecía que nada destruiría nunca ese fuerte vínculo que habían desarrollado entre ambos.
Pero un fatídico día, los dos se enamoraron de la muchacha más bella del pueblo, una chica superficial que usaba sus encantos para coquetear a diestra y siniestra con todo el mundo.
Los hermanos no supieron ver la malicia de la joven y de la noche a la mañana, se convirtieron en los peores enemigos. Se la pasaban compitiendo por ver quién lograba conquistarla y ella disfrutaba al verlos pelear por su culpa.
Una noche, el hermano mayor se presentó en casa de la chica mientras todos dormían y decidió robarla. Salió del pueblo en su caballo por la madrugada.
Cuando su hermano se enteró de esto, se montó en cólera y fue cabalgando tras ellos. En el camino se tropezó con una anciana mujer, que le dijo haber visto cómo los amantes escapaban. Tras indicarle la dirección por la que desaparecieron, no tardó en alcanzarlos y les cortó el camino gritando con furia a su pariente.
—¡Traidor! ¡Me la robaste!
—¡Nada he robado, pues ella siempre fue mía!
Y mientras discutían, la malvada muchacha solo sonreía al ver lo que su belleza era capaz de provocar. En ese momento los dos bajaron de sus caballos y sacando sus armas, se enzarzaron en una violenta lucha que terminó con ambos heridos de muerte.
La joven, al ver esto, se asustó tanto, que liberó un grito que espantó a su caballo, haciéndolo correr desbocado, hasta perderse en medio del bosque.
Al darse cuenta de lo que su rivalidad había provocado, los hermanos se arrepintieron y a punto de morir, pensaron que lo mejor era reconciliarse. Fallecieron abrazados el uno al otro, con sus manos enlazadas y tendidos sobre un par de charcos de sangre.
Mientras tanto, el caballo de la chica seguía corriendo con tal fuerza, que acabó tirándola en medio del camino y dejándola inconsciente. Cuando ella se despertó, volvió sobre sus pasos y se tropezó con los cadáveres inertes de sus pretendientes, llena de espanto. Un enorme remordimiento se apoderó de ella al mirar lo que había provocado y atosigada por la culpa, se dedicó a deambular de un lado a otro, llorando por esos hombres que la amaron.
Finalmente, llegó el momento en el que no pudo seguir viviendo con el horrible recuerdo de sus cuerpos en el piso. Se dirigió a la Laguna Asombrada, tirándose en las aguas hasta ahogarse.
Dicen que aún hoy en día, su alma sigue penando por el mal que provocó y todos los viernes Santos se la puede ver, arrojándose a la lagunilla y emitiendo escalofriantes aullidos. En esos instantes es mejor no acercarse, o podría tratar de ahogarte a ti.
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escaldo · 4 months
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Leyendas de Terror de Colombia
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La Muelona
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta es la historia de una hermosa mujer, condenada a arruinar a todos los hombres que se cruzan en su camino, a causa de una aterradora maldición.
Cuentan que hace mucho tiempo, vivía en Colombia una muchacha que era tan linda como coqueta. En todos los bailes y festividades era la sensación, pues no había un solo mozo que no quisiera bailar con ella, ni ninguna joven que no sintiera envidia de su belleza. Y ella disfrutaba de saberlo, pues era vanidosa en extremo y le encantaba recibir la atención de los demás.
Frecuentemente bailaba en garitos y tabernas, sin hacer caso al qué dirán. Se había hecho de una reputación muy mala entre el resto de las mujeres, que la tenían por bruja.
A menudo seducía a hombres casados o comprometidos, bebía igual que los bribonas experimentados, se colaba en las peleas de gallos, pedía monedas por leer las manos y emitía una risa melodiosa en medio de la noche, a la que nadie se podía resistir. Era toda una sinvergüenza.
Pero fue esa vida licenciosa lo que la condujo a la perdición.
Un día no se la volvió a ver más por el pueblo en que habitaba. Los lugareños decían que se había fugado con un hombre, o que se había muerto. Como no hubo nadie que se interesara realmente por descubrir su paradero, la gente se olvidó de ella con el tiempo.
Poco después, los hombres viciosos de la aldea también empezaron a desaparecer. Muy pocos volvían del bosque, pálidos e inundados de terror. Afirmaban haber visto de nuevo a la muchacha, quien seguía tan esbelta y preciosa como la recordaban, el tiempo no parecía haberla afectado en lo absoluto. Esta vez, además de ser atractiva, tenía una misteriosa influencia que atraía a los sujetos que se extraviaban irremediablemente.
Primero los llamaba con una voz dulce, invitándolos a estar junto a ella. Los más osados no lo dudaban ni un segundo, tentados por la posibilidad de obtener algo más que un beso. Luego, cuando se acercaban lo suficiente y estaban envueltos por su hechizo, su rostro inmaculado se transformaba en el de un cadáver, en el cual resaltan unos dientes grotescos y afilados, con los cuales buscaba morder a la víctima hasta la muerte.
Desde entonces la conocieron como la Muelona.
Incluso hoy en día, la gente sabia y anciana que habita en las zonas rurales, aconseja a los muchachos no ir a caminar solos cuando se hace de noche. Y, en caso de que tengan que salir de casa por alguna emergencia, les dicen que deben ir preparados por si se encuentran con ella.
La Muelona busca sobre todo a los hombres borrachos y pendencieros, pero tampoco le disgusta meterse con los chicos sensatos. Te puedes proteger llevando encima una imagen de San Isidro Labrador o de la Virgen del Carmen; aunque probablemente, lo mejor sea que no busques arriesgarte.
Pues si la Muelona no te logra matar con sus dientes, podría hacerlo de un susto.
El Sombrerón
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Colombia es una tierra fascinante por sus numerosas historias y leyendas, que de vez en cuando, hablan de personajes tan enigmáticos como aterradores. Uno de los más famosos es el Sombrerón, una siniestra aparición que aseguran, deambula por los poblados por las noches. Y si eres tan valiente como para salir de casa a esas horas, más vale no cruzarse en su camino.
El Sombrerón es descrito como un hombre de bastante edad, que siempre va vestido de negro. Un sombrero enorme del mismo color le cubre buena parte del rostro, mientras monta un caballo enorme. Algunos aseguran que lleva dos perros negros y muy bravos con él, sujetados por gruesas cadenas. Casi siempre está en silencio, observando con su siniestra mirada los llanos por los que pasea para cazar a algún viajero incauto o castigar a los viciosos.
Algunos testigos que se encontraban en el campo de noche, aseguran haber sentido como se les helaba la sangre al verlo a la distancia. Tan pronto como el Sombrerón se fijaba en ellos, azuzaba a su caballo para perseguirlos por el monte, gritando unas palabras que les provocaron terror:
—¡Si te alcanzo, te lo pongo!
Cuando uno se ve perseguido por él, lo más prudente es correr lo más rápido que le sea posible sin mirar atrás, ya que si te da alcance estarás perdido. Una vez que te ha emboscado con su caballo, podrás notar que no es más un hombre de carne y hueso, sino un esqueleto que te observa penetrantemente bajo el ala ancha de tu sombrero para llevarte con él.
A pesar de todo son los borrachos, los tramposos y los jugadores empedernidos los que más deben temerle a este espectro, pues corren el peligro de ser perseguidos por él hasta la madrugada.
Algunos testigos que se encontraban en el campo de noche, aseguran haber sentido como se les helaba la sangre al verlo a la distancia. Tan pronto como el Sombrerón se fijaba en ellos, azuzaba a su caballo para perseguirlos por el monte, gritando unas palabras que les provocaron terror:
—¡Si te alcanzo, te lo pongo!
Cuando uno se ve perseguido por él, lo más prudente es correr lo más rápido que le sea posible sin mirar atrás, ya que si te da alcance estarás perdido. Una vez que te ha emboscado con su caballo, podrás notar que no es más un hombre de carne y hueso, sino un esqueleto que te observa penetrantemente bajo el ala ancha de tu sombrero para llevarte con él.
A pesar de todo son los borrachos, los tramposos y los jugadores empedernidos los que más deben temerle a este espectro, pues corren el peligro de ser perseguidos por él hasta la madrugada.
Si bien el Sombrerón es una leyenda muy popular en pueblos como Bolívar, Andes y Jardín, hubo un tiempo en que se le avistó mucho por Medellín, la capital colombiana. El año era 1837 y un viento frío recorría las calles apenas se ocultaba el sol. Las personas se encerraban a cal y canto dentro de sus casas, aguzando el oído para escuchar como un poderoso caballo recorría las calles, dando relinchos espectrales. Por lo general nunca podían escuchar a su amo.
Pero a veces, si algún lugareño se atrevía a salir de las cantinas o a recorrer las afueras para cometer actos ilícitos, se dejaba oír una voz de ultratumba con el grito ya conocido por todos en la región.
—¡Si te alcanzo, te lo pongo! ¡Si te alcanzo, te lo pongo!
Se dice que también podían oírse los gritos estremecedores de esos pobres incautos que eran atrapados por la aparición, a los cuales no se volvía a ver a la mañana siguiente.
Si algún día viajas a Colombia y te apetece dar un paseo por sus llanos y pueblos, sigue este consejo y no lo hagas después del atardecer. Pues todas las leyendas tienen su parte de verdad y no te gustaría toparte con el Sombrerón.
La Casa del Diablo
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
La leyenda de la Casa del Diablo lleva muchos años causando terror entre los habitantes del municipio colombiano de Ciénaga, así como en sus alrededores. Y es que se dice que esta antigua construcción, ubicada en la calle de Valledupar esquina con el callejón Bucaramanga, siempre ha estado poseída por fuerzas malignas con las que es mejor no tratar.
Sin embargo, hubo alguna vez un hombre al que esto no le importó.
Su nombre era Manuel Varela y llegó desde el Atlántico en el año 1908, dispuesto a prosperar con su empresa e instalarse en la región como el más rico hacendado de todos.
Varela adquirió un gran número de tierras, en las cuales construyó haciendas y parcelas para montar sus sembradíos de plátanos. Incluso llegó a instalar una línea ferroviaria, con la cual sería más sencillo transportar la cosecha. No obstante, las malas lenguas aseguran que nada de esto habría sido posible sin la intervención de las artes ocultas, a las cuales él era muy asiduo.
Pronto comenzó a llamar la atención de que en la propiedad de Varela, empezaban a desaparecer niños y trabajadores con cierta frecuencia. Ocurría más que nada, cerca de la llamada Mansión Manuelita, una enorme casona de bella arquitectura, en la que el hacendado se había mudado con todos los lujos posibles.
Levantada en 1918, la leyenda afirma que fue construida por el mismísimo Satán y que debajo de la misma, existía (o existe), un largo túnel en el cual Varela ingresaba cada noche, sosteniendo una veladora negra y un pergamino, el cual iba leyendo a medida que caminaba entre la oscuridad. Él y el maligno tenían un peligroso pacto: a cambio de riquezas y poder, y el éxito en cada uno de los negocios que emprendiera, el empresario lo proveería con sacrificios humanos.
Cada muerte, cada desaparición, pronto fueron atribuidas a este demoníaco acuerdo. Nadie se atrevía a acercarse a la Mansión Manuelita y menos por las noches, pues los lugareños juraban que las huestes del infierno se reunían allí para llevar a cabo sus horribles banquetes, devorando a los pobres infelices que eran atrapados entre los sembradíos.
A menudo, también podían escuchar llantos y gritos desgarradores que provenían desde el interior.
El horror pareció llegar a su fin a mediados de los años 50, cuando don Manuel Varela por fin falleció, presuntamente por causas naturales. Las muertes cesaron pero la gente de Ciénaga aún no podía estar tranquila. Había algo maligno que seguía rondando su lúgubre mansión.
Tras la muerte del amo, la construcción quedó en el olvido, aunque los gritos no cesaron. Se cuenta que algunas noches se les puede escuchar con más claridad que nunca, a la vez que un olor a azufre brota a través de las ventanas y múltiples ojos rojos aparecen para mirar desde el interior, como espiando a las afueras.
De vez en cuando, la gente asegura ver al diablo paseando por los alrededores. A veces en forma de perro negro, otras, en forma de un enano negro que sonríe de modo tenebroso.
El Mohán
Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En un pueblito perdido entre los paisajes colombianos, vivía una muchacha muy hermosa, de piel canela y granes ojos negros. El pelo lo tenía oscuro como pluma de cuervo y su silueta era graciosa como la de un ángel. Esta muchacha tan bonita tenía muchos pretendientes y por lo mismo le encantaba darse a notar por los alrededores.
Iba a todas las fiestas que se celebraban en su pueblo y todos los días, se acercaba hasta el río para lavar ropa en la orilla, sonriendo a todos los jóvenes que pasaban. Sus padres veían muy mal este comportamiento, ya que consideraban que se exponía demasiado.
—No es bueno que una chica decente se ande exhibiendo por ahí —le advertían—, si no tienes cuidado te van a robar.
Pero ella, vanidosa como era, nunca escuchaba y seguía saliendo a todas horas.
Un día, justo antes de que se pusiera el sol, salió a lavar su vestido favorito con flores de la rivera. Había un baile al día siguiente y quería ser la más guapa para llamar la atención de todos los muchachos.
De repente, le pareció ver algo que se movía entre los árboles. Una sombra había cruzado rápidamente y ella la había notado por el rabillo del ojo. Nerviosa, preguntó si alguien andaba por ahí y escuchó otro ruido de enormes pisadas sobre las ramas del bosque.
—¡¿Quién está ahí?! —preguntó con más ahínco.
Salió entonces ante ella un ser enorme y cubierto de pelo, muy sucio y alto como un gigante. La joven gritó con todas sus fuerzas, tanto, que en el pueblo sus padres la escucharon y fueron a su encuentro. Pero cuando llegaron al río ya no estaba. Solo quedaba su vestido maltrecho en el agua.
Dieron aviso pues, a todos los hombres de la aldea y con antorchas en mano salieron a buscarla.
La búsqueda duró por días sin ningún resultado. Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos, encontraron la entrada de una cueva en lo más profundo del bosque. Allí dentro se encontraba la muchacha, sucia, desnuda y en un profundo estado de shock.
Por más que le preguntaron que le había ocurrido, ella era incapaz de contestar. La llevaron de vuelta a casa donde su madre la lavó con cuidado y solo horas después, se supo la verdad.
Aquel día, mientras lavaba su vestido, la pobre había sido raptada por aquella criatura repugnante, que sin más la había dejado en su cueva donde todas las noches se dedicaba a acecharla. A veces le llevaba flores y comida que encontraba en el bosque. Pero ella no soportaba verlo.
Ese ser era el Mohán, una criatura malvada que se dedicaba a robar a las mujeres que le gustaban y que tomaba desprevenidas.
Desde entonces, se dice que cada vez que ronda un pueblito; una desgracia está a punto de ocurrir. A veces las chicas desaparecen sin más. Y otras, atacan las inundaciones, los terremotos y las sequías. Las jovencitas sobre todo, deben tener cuidado con él.
La Patasola
Fuente: relatoscortos.org, Jonathan Botero
Era una noche oscura en las montañas de mi país, me encontraba con mi hermano estábamos cuidando nuestro ganado ya que algo había estado asustando a las reses y las hacía alejarse mucho del corral y aun siendo en mallado con cerca eléctrica a los animales no parecía importarles mucho ya que reventaban el alambre sin problema ¿me pregunte si así sería el terror que les producía?
¡Valla! como hubiese querido nunca haberlo sabido, y siguiendo con mi historia ya avanzada la noche seguía con mi hermano cuidando los animales contando historias de amores y un tanto de miedo y en cierto momento vimos la silueta de una persona en la oscuridad no la podía distinguir muy bien pero cuando se iba acercando ¡valla! una mujer la distinguí por su larga cabellera ya cuando estaba cerca era la mujer más hermosa que jamás había visto igual no había visto muchas a tan corta edad con mis escasos 15 años.
Mi hermano que es mucho mayor apenas la vio no tuvo reparo en empezar a coquetear con ella haciendo preguntas que de dónde venía y hacia dónde se dirigía ella con una voz muy dulce le decía que se dirigía hacia el pueblo pero que se había extraviado y no encontraba el camino hacia el. Mi hermano no dudo en ofrecerle posada en la casa, mis padres ya habían fallecido hacía tiempo y nos dejaron la casa y las reses como herencia así que no habría problema en meter a la mujer a la casa pues ya lo había hecho así en varias ocasiones con otras mujeres.
Así que la vigilancia quedó suspendida. Llegamos a la casa. Mi hermano sacó una botella de aguardiente y se fue con la mujer al segundo piso. Yo me quede abajo igual nada tenía que hacer en cosas de adultos pasaron un par de horas más supongo ya que quedé profundamente dormido salvo al ruido que había en el segundo piso la cama rechinaba más que de costumbre y se movía de lado a lado y de pronto aquel sonido cesó y unos minutos después un liquido frio y algo espeso cayo en mi rostro me toque prendí mi luz y era SANGRE.
Me aterré, pensé que mi hermano había hecho algo que no debía, subí rápidamente al cuarto de él y sentí el terror un miedo indescriptible que me paralizó por un momento. Aquella bella mujer se había convertido en un monstruo horrible que tenía lo que quedaba de mi hermano en lo que parecía ser su boca, al observar me di cuenta de que le faltaba una pierna y en esa amputación que tenía le salían víboras de todos colores y especies, cuando sentí que el cuerpo me respondió de nuevo, salí corriendo como pude miré atrás y esa cosa me estaba persiguiendo, era bastante rápida para faltarle una pierna.
Ya casi me alcanzaba y me vi obligado y también pensando ingenuamente que la cerca que tenia para mi ganado podría pararla pero no fue así saltó por encima de ella lo único que hice fue meterme entre las reses mientras que esa cosa devoraba uno a uno a mis animales en estos momentos ya quedan solo dos y el hambre a esta cosa no se le quita ya este es mi final ya amaneció pero no hay nadie que me pueda auxiliar si alguien lee esto sepan lo que me paso a mi y a mi hermano lloro impotente sabiendo que todo llegó a su fin queda solo una res……..
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escaldo · 7 months
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Leyendas de terror de Ecuador
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El cura sin cabeza
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Por las calles de la ciudad ecuatoriana de Cuenca, vaga un espíritu que aterroriza y atormenta a sus habitantes. Dicen que es tan espeluznante, que su sola visión podría provocarte la muerte: se trata del cura sin cabeza.
Este hombre se encuentra condenado a vagar por el resto de la eternidad, a causa de lo mal que se comportó en vida.
Muchos años atrás, cuando el sacerdote vivía, se cuenta que era un hombre escandaloso y lujurioso; todo lo contrario a lo que debería ser un servidor de la Iglesia. Lo que más le gustaba era salir con las mujeres del pueblo, fueran solteras o casadas. Tenía una preferencia particular por las jovencitas, a quienes sin ningún decoro cortejaba.
Esto desde luego que no gustó a gran parte de las familias cuencas. Padres, esposos o novios iban a reclamarle constantemente, disgustados por el hecho de que rompiera sus familias o compromisos.
Ganas no les faltaban de moler a golpes al cura, pero como todos eran muy respetuosos de los hábitos, tenían que contenerse de lastimarlo.
Muchos intentaron hacer que fuera removido de la casa parroquial. Lamentablemente, al mantener una amistad muy fuerte con las autoridades eclesiásticas, el padre consiguió quedarse donde estaba.
La gente, descontenta, acudía los domingos a escuchar misa por obligación y se iba a disgusto por la hipocresía del religioso.
Así pasaron los años y llegó el día en el que el sacerdote murió, para gran alivio de los lugareños. Nadie acudió a su entierro. En el camposanto, el sepulturero se encargó de cavar la fosa para el ataúd, ansioso por marcharse a casa. En un momento dado, al estar bajando el féretro sin ayuda de nadie, este se precipitó bajo tierra violentamente y la tapa se abrió revelando el cuerpo del difunto.
El pobre hombre casi se muere del susto al verlo. Rápidamente dejó lo que estaba haciendo y corrió a una taberna cercana.
Dentro los clientes se mostraban de buen humor; sobre todo al saber que ya no tendrían que lidiar con el mal comportamiento del párroco. Ahí fue cuando el sepulturero los sorprendió, pálido y asustado.
—¡Jesús, María y José! ¡Lo que he visto! ¡Lo que he visto!
—Cálmate, dinos qué te sucede…
—¡Acabo de ver al difunto en su ataúd! Estaba enterrando la caja cuando se abrió la tapa.
—Y bueno amigo mío, creíamos que ya estarías acostumbrado a ver este tipo de cosas en tu trabajo…
—Difuntos, claro que sí. ¡Pero nunca a ninguno al que le faltara la cabeza!
Asombrados, los presentes se dirigieron al cementerio con él para comprobar que efectivamente, al cura le faltaba la cabeza. Y al enterrador le constaba que durante el velatorio; en el que solamente él había estado, más para vigilar que por voluntad propia, el cuerpo estaba completo.
Las personas dejaron salir exclamaciones de sorpresa y miedo. Alguien se santiguó y dijo algo que a todos les heló la sangre:
—Bendito sea el Señor. Seguramente fue el demonio el que se llevó su cabeza al infierno.
El farol de la viuda
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Una de las leyendas más escalofriantes de Ecuador, habla de una mujer que no puede descansar en paz a causa de las cosas horribles que cometió en su vida. Y más vale que nunca te cruces en su camino…
Se dice que tiempo atrás, en la ciudad de Cuenca, vivía una mujer muy atractiva casada con un buen hombre. Su marido era responsable y muy trabajador, pero por desgracia ella no sabía valorar estas cualidades. Estaba acostumbrada a llevar una vida desenfrenada y a tener aventuras con todos los muchachos.
Esto no se detuvo una vez que contrajo matrimonio.
Cada noche mientras su esposo volvía cansado del trabajo, ella ponía una excusa para salir a verse con su amante en turno. Con tal de que no sospechara, tomaba a su bebé en brazos y se lo llevaba con la excusa de que solo un paseo a la luz de la luna, lo calmaba para dormir mejor.
Sin embargo, tan pronto como llegaba al lugar donde la esperaba su aventura, el pequeñito se quedaba abandonado en tanto ella se abandonaba al placer. Y así transcurrían los días, sin que el ingenuo marido se atreviera a cuestionar la actitud de su esposa.
Una de aquellas noches, la mujer se abrigó como de costumbre y tomó a su bebé.
—Vuelvo enseguida, que tengo que hacer dormir al niño —y antes de que su cónyuge pudiera decirle algo, salió presurosa de la casa.
En cuanto llegó con su amante se pusieron a caminar juntos a la orilla del río Tomebamba. Ahí, el niño se resbaló de las manos de su madre y fue arrastrado por las aguas. Desesperada al darse cuenta, la mujer cogió un farol de petróleo y comenzó a buscarlo, en vano. Pronto el río ahogó el llanto del pequeño.
Loca de dolor, volvió a casa para buscar a su marido. Cuando este se enteró de lo ocurrido, sintió tal desesperación que fue hasta el río para buscar él mismo al niño. Nadó por horas sin encontrarlo y para el amanecer había perdido la razón. Terminó quitándose la vida.
Su esposa, ahora viuda, no pudo soportar el remordimiento que sentía por la muerte de su familia. Al cabo de pocos días se había convertido en una criatura digna de lástima, que vagaba a las orillas del Tomebamba llamando a su esposo y a su bebé. Las personas la miraban con lástima y repugnancia. Tiempo después también se suicidó y aunque su nombre quedó en el olvido, su desgracia se convertiría en leyenda.
La gente de Cuenca comenzó a ver como una figura fantasmal aparecía por las noches junto al río, sosteniendo un farol espectral entre sus manos y buscando a su bebé.
Dicen que hasta hoy sigue apareciendo y no podrá descansar en paz hasta que haya purgado todos sus pecados.
Por eso le gusta castigar a los hombres y mujeres infieles, a los que sorprende con sus amantes por los mismos rumbos que ella frecuentaba. Cuando se topan con ella, nada puede salvarlos de su destino.
La caja ronca
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
En esta escalofriante leyenda de Latinoamérica, dos jóvenes descubren porque es mejor no salir de noche, y porque nunca se debe dudar de las leyendas y cuentos que nos relatan nuestros mayores.
Carlos y Manuel eran dos amigos que vivían en San Miguel de Ibarra, una hermosa ciudad de Ecuador. Aquella mañana se encontraban juntos cuando el padre de Carlos, le pidió de favor a su hijo que recordara regar las plantas del jardín, ya que hacía varios días que no llovía y no deseaba que se secaran. El muchacho le dijo que sí, sin prestar mucha atención.
Cuando se hizo de noche, Carlos recordó la promesa que le había hecho a su padre y tuvo miedo de salir afuera. Estaba muy oscuro y apenas se podía ver un alma.
—Oye Manuel, ¿vienes conmigo a regar las plantas? Es que no quiero salir solo —le dijo a su amigo.
—¡Menudo cobarde! Vamos pues, yo te acompaño.
Los dos amigos salieron de la casa y entraron en el jardín. De pronto, escucharon como se acercaba un eco de voces que parecían susurrar letanías, dichas en un idioma extraño. Un escalofrío les heló todos los huesos.
Rápidamente se ocultaron detrás de un árbol y observaron como aparecía ante ellos, una procesión fantasmal, formada por figuras encapuchadas que flotaban sobre el suelo, mientras portaban largas velas blancas sin luz. Detrás de estos misteriosos espectros, iba un carruaje negro, conducido por una criatura con cuerpo de humano y cuernos en la cabeza. Su boca entreabierta mostraba dos hileras de dientes afilados.
En ese instante Carlos se acordó de una leyenda que solía contarle su abuela. Se trataba de la Caja Ronca, un desfile conformado por seres fantasmales del Más Allá, que deambulaban de noche.
La escena que estaban viendo era exactamente igual a las descripciones que le había dado el anciano.
Los chicos se pusieron a temblar de miedo, incapaces de mover un músculo, ni de despegar los ojos de aquella macabra visión. En un momento dado, el carruaje se detuvo a pocos metros de distancia, justo delante de su escondite. El horrible conductor volvió la cabeza hacia ellos, como si supiera que lo estaban observando. Una carcajada profunda brotó de su garganta, inundándolos de terror.
En ese instante perdieron el conocimiento…
Volvieron en sí por la mañana, cuando ya el sol estaba en lo alto. Se miraron confundidos y palidecieron al recordar lo sucedido. Miraron sus manos y se dieron cuenta de que ahora, ellos también sostenían velas.
Sin embargo estas no estaban hechas de cera.
Eran de huesos humanos.
Al instante las soltaron, soltando un alarido de terror. Sin decir una palabra se fue cada uno a su casa y a lo largo de la semana, de ahí no quisieron volver a salir.
Carlos y Manuel nunca olvidarían lo que habían visto esa noche. Con el tiempo se curaron del susto, pero no dejaron de contar aquella historia a sus hijos y nietos, advirtiéndoles que jamás debían salir muy tarde si no querían toparse con la Caja Ronca.
El padre Almeida
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Esta es la historia de un hombre que juró consagrar su vida a Dios y al cual por ceder a la tentación, una noche le sucedió lo más horrible.
El padre Almeida era cura en uno de los pueblecitos más típicos de Ecuador, hace bastantes años. Siempre daba sus sermones a tiempo y a los feligreses ofrecía un buen consejo cuando necesitaban ayuda. No obstante era bien sabido que el pobre tenía un grave problema: se daba demasiado a la bebida. Y aunque él mismo se decía que no era para tanto, que todos podían darse un gusto de vez en cuando, en su caso el licor le estaba afectando demasiado.
Almeida tenía una manera muy peculiar de escaparse de la iglesia para ir a la taberna por su aguardiente. Primero subía a la torre más alta del templo, ahí se paraba sobre una figura de Cristo crucificado para alcanzar la ventana y entonces, se colgaba de ahí y saltaba hasta el suelo.
Él sabía en el fondo, que lo que hacía no solo era terrible para sí mismo, sino un pecado contra el propio Jesús. Más no podía evitar comportarse como un bribón cuando la sed se apoderaba de él.
Una de aquellas noches, el padre Almeida estaba a punto de salir por el ventanal, con un pie apoyado sobre el hombro del Cristo, cuando escuchó una voz extraña que le hablaba a sus espaldas.
—¿Cuándo será la última vez que hagas esto, padre Almeida?
El sacerdote miró un poco por encima del hombro y vio ante él, a un hombre desconocido, vestido de manera impecable pero enfermizamente pálido. Sus ojos, negros y apagados, parecían los de un muerto.
Creyendo que su imaginación le estaba jugando en contra, le quitó importancia y le respondió:
—Hasta que me den ganas de beber otro trago.
Y saltó por la ventana.
Esa noche la pasó muy bien en la taberna, como de costumbre. Cantó con los parroquianos, bebió hasta hartarse y hasta les dio la indulgencia por algunos pecados, de los que no se acordaría a la mañana siguiente.
De madrugada salió del tugurio, tambaleándose por lo bebido que estaba. Iba dando tumbos por la calle y balbuceando, cuando de pronto, se dio de bruces contra un par de hombres que transportaban un pesado ataúd. Este cayó al suelo con tal brusquedad, que la tapa se abrió y el cuerpo que iba dentro rodó por la calle, quedando boca arriba.
Almeida, atontado, se levantó y miró a los desconocidos con vergüenza.
—Ustedes disculpen… —se interrumpió e hizo una mueca de horror al fijarse en el cadáver que iba en el féretro.
¡Era el mismo que le había hablado antes de salir de la iglesia! El cura se quedó tan espantado, que la borrachera se le quitó al instante.
Desde ese día, se hizo el propósito de no volver a tomar en su vida, delante del Cristo crucificado de la parroquia. Dicen que en su rostro se dibujó una sonrisa, pues sabía que su oveja descarriada estaba de vuelta en el rebaño.
El come muerto
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Don Roberto era uno de los hombres más acaudalados de la ciudad de Guayaquil, hace varios años, quizá quince o veinte. Pese a su buena posición económica, el pobre no había podido hacer nada por salvar a su padre, que hacía mucho que padecía del corazón y sentía que estaba muriéndose. Con gran dolor, la familia veló al anciano y tal como había sido su última voluntad, lo hicieron enterrar con el costoso anillo de oro que siempre había llevado en vida.
Fue por eso que días después, se quedó estupefacto al pasar por una casa de empeños y ver que la misma joya se encontraba expuesta en el escaparate, como si nunca la hubieran puesto en la tumba.
—No puede ser —murmuró Roberto, ingresando de inmediato para asegurarse de lo que sus ojos veían.
El anillo era de oro puro y llevaba grabadas las iniciales de su padre. No cabía duda, era el mismo.
Pálido, salió de la tienda ignorando al vendedor que se lo había mostrado minutos antes. Se sentía enojado y confundido.
Poco tiempo después doña Adriana, otra mujer de la clase alta, se llevó un susto similar tras haberse enfrentado a la muerte repentina de su hija. La pobre muchacha había fallecido en un accidente, pocos días antes de su vida, dejando a sus seres queridos destrozados. Por eso la habían enterrado con el vestido de novia que tanto había querido usar para ese momento esperado. Una prenda fina, llena de encajes franceses y por la que habían pagado una pequeña fortuna.
Apenas un par de días después del entierro, doña Adriana pasó por otro local del centro, cerca de la casa de empeños y palideció. El vestido de su hija se hallaba a la venta. No le cabía ninguna duda de que se trataba del mismo.
Durante los meses sucesivos, varios miembros de la clase acaudalada de Guayaquil se llevaron desagradables sorpresas, al corroborar que las pertenencias con las que habían enterrado a sus difuntos, aparecían inexplicablemente en las tiendas del centro, a la venta y para colmo, malbaratadas. Tenía que haber una explicación para tan macabras coincidencias.
¿Es qué los muertos se habían levantado de su tumba? ¿O alguien se había atrevido a interrumpir su descanso?
Rápidamente, las demandas contra el cementerio se acumularon hasta que a las autoridades no les quedó más remedio que investigar. Y entonces, una noche lúgubre dieron con el culpable: se trataba de un hombre sin escrúpulos, de apariencia siniestra, que aprovechaba la oscuridad para desenterrar a los difuntos y profanar sus tumbas. Obviamente, solo lo hacía con las más caras y lujosas. Los objetos como joyas, relojes y prendas que sustraía, los vendía a los comerciantes del centro para que pudieran rematarlas en sus tiendas, sin que sospecharan del oscuro origen de aquellas mercancías. O quizá, preferían hacerse de la vista gorda.
El come muerto, como bautizaron los medios a aquel individuo, fue debidamente arrestado y encarcelado.
La Condesa de la Loma Grande
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Son muchas las leyendas oscuras que giran en torno a Quito, la amena capital de Ecuador que ha sido testigo de un montón de hechos sobrenaturales. Aunque tal vez la más trágica y espeluznante sea la de la Condesa de la Loma Grande, una mujer que se cuenta, vivió hace muchísimos años en el centro de la ciudad, en medio de los años de 1880 y 1890.
En aquel tiempo era muy común que los hombres se tomarán todo tipo de molestias para cortejar a las mujeres, pues no era común que ellas salieran de casa para divertirse solas.
La condesa era una clara excepción a la regla.
Ella era una joven hermosísima y muy rica, que disfrutaba acudiendo a los bares del Centro Histórico las noches de los viernes para llamar la atención de los hombres. Algo que funcionaba de maravilla, pues más de un caballero se disputaba sus favores, a veces con más violencia de la necesaria.
Todos sabían que la muchacha habitaba en un caserón elegante, con amplios muros que la resguardaban de las miradas ajenas. Esta residencia, conocida como la Villa Encantada de Loma Grande, sigue estando de pie hoy en día y ha llamado poderosamente la atención de decenas de personas. Se dice que desde el interior surgen ruidos inexplicables y hay objetos que cambian misteriosamente de lugar.
Pero volvamos a la historia que ha dado origen a estos fenómenos tan escalofriantes.
La Condesa de Loma Grande era muy popular entre los hombres y no tenía reparo en invitarlos a entrar en su casa; algo que ninguna señorita de buena familia en aquella época, habría hecho sin el consentimiento de sus padres. Era muy conveniente que ella sólo tuviera la compañía de sus criados.
Tiempo después se hizo demasiado evidente que todos los galanes que la cortejaban, desaparecían sin dejar rastro, algo que puso en alerta a las autoridades de Quito.
Dándose cuenta de que estaban a punto de arrestarla como principal sospechosa, la joven hizo sus maletas y se marchó de Loma Grande en medio de la noche, para más nunca regresar. Nadie sabía adónde había ido. Lo que sí hizo la policía, tan pronto como se dio cuenta de su fuga, fue entrar por la fuerza en la propiedad para registrar todas sus habitaciones.
En ninguna de ellas había rastro de los amantes de la condesa.
Justo estaban por darse por vencidos, cuando a alguien se le ocurrió registrar el jardín. Allí, tras cavar en medio del césped, se descubrieron los restos de varios hombres que habían sido asesinados de manera brutal, todos ellos pretendientes de la condesa.
Desde entonces se cree que, aunque los cuerpos fueron retirados para regalarles un sepulcro digno, sus almas se quedaron atrapadas entre las paredes de Loma Grande. Varios han sido los residentes que llegan a vivir a la mansión, solo para marcharse al no soportar los macabros ruidos, sombras y movimientos inexplicables que aquí tienen lugar.
Ahora se encuentra deshabitada y tal vez permanezca así por un largo tiempo, hasta que encuentren la paz que necesitan.
La bella Aurora
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
Una de las leyendas más hermosas y terroríficas que hay en Ecuador, es la de la bella Aurora, que supuestamente transcurrió en la ciudad de Quito hace muchos años. Se dice que en aquel tiempo, vivía en dicho lugar una joven hermosísima, de nombre Aurora, a quien todos conocían por su belleza. Ella era hija de una familia muy adinerada, pues sus padres eran personas importantes dentro de la alta sociedad.
A pesar de ser una muchacha de orígenes envidiables y poseer un gran atractivo, a diferencia de las chicas de su edad, Aurora no había querido casarse con nadie. A todos los jóvenes que llegaban para pedir su mano los despreciaba sin más.
Muchas veces, su familia le aconsejó que se casara con un muchacho rico, aunque fuera tan solo para mejorar su posición, pero ella siempre se negó a saber nada del tema.
Nadie tenía idea a que se debía esta aversión al matrimonio. Pero Aurora era feliz y eso era lo único que interesaba a sus padres.
Un domingo por la mañana, Aurora se arregló como de costumbre y caminó rumbo a la plaza de la Independencia, en la cual se estaba celebrando una tradicional corrida de toros. Allí, ocupó su lugar habitual y disfrutó de la fiesta brava, hasta que soltaron a un enorme toro negro. El animal era imponente y aterrador, con sus grandes ojos inyectados en sangre y aquel vapor que salía por su nariz, cada vez que resoplaba con enfado.
Aurora vio como la bestia corría hasta la tribuna en donde ella estaba sentada y la miraba fijamente, con una expresión que la puso a temblar de pies a cabeza y provocó que se desmayara.
Sus padres, muy asustados por su reacción, la llevaron a casa mientras en la plaza intentaban contener al toro.
Un doctor revisó a Aurora y tras determinar que solo había sido la emoción del momento, recomendó a sus padres que la dejaran descansar. La muchacha fue dejada en su dormitorio, durmiendo. Un par de horas más tarde, la joven se despertó en medio de la oscuridad y a lo lejos, escuchó un sonido terrible. El toro negro mugía lleno de furia y ahora corría hasta su hogar.
De un momento a otro, la pared de su dormitorio fue destrozada y allí apareció él, grande y terrible como el mismo diablo. De algún modo había logrado seguir su rastro desde la plaza. Aurora gritó llena de horror, pero nadie pudo acudir en su auxilio.
Allí mismo, el toro la embistió con rabia y la muchacha quedó tendida en el suelo, herida de gravedad.
Por la mañana, cuando sus padres acudieron a ver como se encontraba, sintieron terror al ver la escena que se levantaba ante sus ojos. Su hija estaba pálida y sin vida, y cada una de sus pertenencias había sido destrozada. Pero del toro no había ni rastro.
Nunca nadie pudo explicar lo que había sucedido, ni porque la bestia se había ensañado con la bella Aurora.
La viuda del tamarindo
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Fuente: relatoscortos.org, Erika GC
La Clínica Guayaquil es una institución muy conocida en la bella ciudad del mismo nombre, dentro de Ecuador. Pero dicho lugar no fue siempre el hospital más importante de la urbe. Mucho tiempo atrás se levantaba en el mismo terreno una quinta conocida como Pareja, muy próspera en la época de la colonia. Pertenecía a un hacendado muy rico y de intachable reputación.
En el patio interior de su propiedad crecía un frondoso tamarindo, el cual era su árbol favorito por la abundante sombra que brindaba y los deliciosos frutos que surgían de él.
Este hombre, además de poseer una fortuna inmensa y cuantiosas tierras, tenía una esposa muy joven y bella. Pero las malas lenguas decían que la muchacha se había casado con él por puro interés. Estos rumores cobraron fuerza luego de la muerte del hacendado, la cual se dio de manera inesperada y en circunstancias bastante misteriosas.
Desde entonces, la viuda se dedicó a disfrutar de su herencia, despilfarrando cuanto tenía y sin preocuparse por guardar el luto debido por su marido. Pero ya le reservaría el destino un amargo final como castigo a las malas acciones que había cometido en vida.
Meses después, la hermosa viuda tuvo un accidente en la finca que la dejó tan tiesa como a su difunto esposo. Y esta vez, no hubo demasiadas lágrimas durante el entierro.
El tiempo pasó.
Una noche lúgubre, dos trabajadores de Pareja entraron en el patio del tamarindo y divisaron a una muchacha bellísima, toda vestida de negro, que paseaba despreocupadamente en el interior. Ellos, hipnotizados por su hermosura sobrenatural, se acercaron apenas les hizo una seña para que la siguieran.
Fueron tras ella hasta quedar de pie bajo el tamarindo y cuando la vieron darse la vuelta… ¡El horror!
Frente a ambos no se encontraba ninguna doncella preciosa, sino una calavera que les sonreía con malicia, las cuencas de sus ojos vacíos y una hendidura en la nariz que resultaba grotesca. La aparición soltó una risa espectral y los trabajadores, muertos del miedo, cayeron al suelo en medio de convulsiones, expulsando espumarajos por la boca hasta que quedaron tiesos.
A partir de entonces, la desgracia y el miedo se apoderaron de la hacienda.
Poco a poco, la gente fue abandonando la finca Pareja, alegando ver la silueta de una dama desconocida que se paseaba por los alrededores.Para entonces, ya todos estaban al tanto de que acercarse a ella sería su perdición.
Los años siguieron pasando, hasta que la propiedad quedó completamente abandonada. La ciudad creció y las calles se cubrieron de asfalto. Numerosas casas y edificios se levantaron alrededor, y la otrora hacienda Pareja se convirtió en uno de los hospitales más reputados de la zona. Pero no por eso murió la leyenda.
Dicen que aún hoy en día, si uno presta la suficiente atención en las noches, se ve la figura esbelta de una muchacha paseando por el hospital.
Lo mejor es mantenerse alejado, pues su presencia anuncia la desgracia.
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escaldo · 8 months
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Leyendas de terror de Michoacán
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La Cañada de las Vírgenes
En los alrededores de Uruapan y entre las cuevas de la Sierra Madre Occidental, existe un estanque de aguas verdosas, lleno de peces dorados. Aún hoy sigue alimentándose del agua que mana desde la montaña, pura y fresca. A pesar de todo, no se recomienda a ningún excursionista que se bañe en él. ¿La razón? Decenas de almas yacen atrapadas en el fondo, esperando la oportunidad de ahogar a sus víctimas.
La fama del estanque se remonta a la época prehispánica, cuando los médicos ofrecían espantosos sacrificios a sus dioses. Siempre elegían a muchachas hermosas y vírgenes, para recostarlas sobre una cama de piedra junto al manantial y allí mismo, arrancarles el corazón. Se dice que esta muerte tan violenta las condenó a maldecir el lugar, conocido como la Cañada de las Vírgenes.
En 1795, el español Carlos de Labastida llegó a Michoacán acompañado por su hijo Ignacio, y otros tres empleados a su servicio. Tenía interés en iniciar una plantación de tabaco, pues había escuchado que las tierras de Uruapan eran muy fértiles.
Por casualidad llegaron a la cañada y tanto el padre como el hijo quisieron bañarse. No tardaron en sentir como unas manos heladas les tomaban los pies y tiraban de ellos hacia las profundidades. Allí, vieron los cuerpos mutilados y descompuestos de varias jóvenes vírgenes, quienes intentaron seducirlos con sus repugnantes besos y caricias.
Justo cuando estaban a punto de morir, las vírgenes les ofrecieron un trato: les dejarían vivir si a cambio, mataban a los hombres que los acompañaban y los arrojaban al lago.
El crimen se efectuó. Los Labastida regresaron a España sin dar explicaciones y allí, vendieron todo cuanto tenían para ingresar en un monasterio, a fin de lavar sus pecados. Años más tarde, la gente de Uruapan se asombró al encontrar el cuerpo sin vida de Carlos de Labastida, colgando de un árbol junto al estanque.
Atormentado por la culpa, había regresado con el único objetivo de pagar por los asesinatos.
El ahorcado de Zamora
Otra de las leyendas de Michoacán de terror más famosas, transcurre en la ciudad de Zamora de Hidalgo, donde cuentan que habitaba un muchacho llamado Juan. El era un gran fanático del fútbol, por lo que frecuentemente quedaba con sus amigos de jugar por las noches y se les hacía de madrugada en la cancha.
Una noche, cerca de la una, Juan iba de vuelta a su casa cuando pasó frente a un viejo caserón abandonado, el cual todos decían que estaba embrujado. Hace tiempo, un joven había intentado suicidarse colgándose de una viga del techo, pues le había sido infiel a su novia y ella lo había dejado. Ahora su alma vagaba sin descanso por la mansión. Juan, escéptico por naturaleza, se dijo que aquello era imposible.
En ese instante, al mirar hacia un ventanal del piso superior, el corazón saltó en su pecho de terror.
Podía ver cómo un joven pálido y sin pies, pasaba flotando frente al cristal, sosteniendo una vela en la mano. Las cuencas de sus ojos estaban vacías.
Juan corrió a casa aterrorizado y ni esa noche, ni las siguientes, pudo conciliar el sueño a causa de lo que había visto. Finalmente, después de contarle a su abuela lo que había ocurrido, ella le dio el consejo de regresar al caserón con un vaso de agua y arrojarla para curarse de espanto.
Así lo hizo Juan, aunque con mucho miedo de ver al fantasma de nuevo. Solo de esa manera consiguió recuperar la tranquilidad para dormir a pierna suelta cada noche.
La mujer solitaria de la cascada
El Salto, es una caída hermosa de aguas cristalinas, con muchísima fama en Michoacán. Y no solo por su impactante belleza. Los lugareños saben que de noche, una fantasmal aparición hace acto de presencia para bañarse y es mejor no cruzarse en su camino.
Cierto día, un grupo de jóvenes amigos acudieron a nadar a la cascada para refrescarse. Pasaron la tarde completa bromeando y divirtiéndose, y al caer la noche el clima seguía siendo tan agradable, que en lugar de marcharse decidieron quedarse unas horas más. En ese instante se percataron de que una mujer se acercaba a las aguas. Estaba desnuda y tenía una figura esbelta, su pelo era muy negro y hacía un bello contraste con su piel blanquecina.
Los chicos guardaron silencio para espiarla mientras se bañaba. Sin embargo, cuando la desconocida entró en la laguna un mal presentimiento se apoderó de ellos. Algo andaba mal ahí pero no sabían qué.
Imprudentemente y para quitarse el miedo, el más payaso del grupo le lanzó un piropo para romper la tensión.
La mujer volteó y un escalofrío les recorrió la espalda. Ella no tenía rostro.
Cuando emitió un espeluznante chillido, los muchachos salieron a toda prisa del estanque y corrieron despavoridos. Días más tarde, aún sin reponerse del susto, todos ellos enfermaron y luego, uno a uno, murieron en inexplicables circunstancias.
El tesoro de la Catedral de Morelia
En la preciosa ciudad de Valladolid, sobre un hundimiento de la loma de Santa María, se podía ver la entrada hacia un túnel que atravesaba la urbe completa. Sin embargo, nadie podía entrar debido a que unas enormes piedras la obstruían. Como el terreno era propiedad del estado, nadie tenía permitido construir nada y se encontraba desierto.
Los habitantes de las regiones aledañas tampoco se atrevían a acercarse, ya que juraban que todas las noches escapaban gritos del túnel. Gritos de horror.
Se cuenta que son las almas de un grupo de malhechores, condenados a vagar en su interior por toda la eternidad.
Años atrás, cuando todavía estaban vivos, se colaron en una habitación secreta de la Catedral de Morelia, donde los frailes guardaban mucho oro, plata, joyas y objetos de inestimable valor. Entraron por un túnel que cavaron en el suelo. Poco a poco fueron sacando cuanto pudieron, hasta acumular un tesoro considerable.
Pero cierto día, al ir a buscar una pieza que necesitaban de su fortuna, los religiosos se dieron cuenta de que les habían estado robando. De inmediato dieron aviso a las autoridades, las cuales no se explicaban cómo los ladrones habían podido entrar. Y es que el túnel estaba muy bien escondido.
Y aunque por toda Valladolid se supo que estaban buscando a los responsables, estos ladrones quisieron entrar una última vez para llevarse un cofre repleto de monedas de oro.
Esa noche, un cura los sorprendió mientras estaban sustrayendo el dinero y de inmediato dio aviso a los demás religiosos y a los criados. Cuando los rufianes escaparon por el túnel toda esta gente fue tras ellos, intentando impedir que escaparan. Desafortunadamente hubo un derrumbe y no pudieron alcanzarlos. Unos soldados se pasaron toda la noche sacándolos de entre los escombros y lo más extraño fue que, al explorar el resto del pasadizo, no pudieron encontrar a los ladrones por ninguna parte.
Jamás llegó a saberse lo que les pasó o porque desaparecieron. Días después, montones de monedas de oro y plata empezaron a circular por Valladolid.
La mano negra del convento de San Agustín
El padre Marocho, era un religioso que vivía hace años en el convento de San Agustín. Le gustaba tanto leer que siempre se quedaba hasta tarde con sus libros abiertos; lo malo es que esta costumbre le estaba haciendo perder la vista.
Una de esas noches, Marocho leía a La Luz de una tenue vela, en su celda solitaria, cuando un ruido lo hizo volver la cabeza. Ahí, en medio de las sombras, una enorme mano negra lo estaba acechando. Curiosamente esto no asustó al párroco, sino que le provocó una tremenda curiosidad. Así que le habló.
—¡Ya lo vi que me anda espiando! Y ahora para que se le quite, va a tener que sostenerme la vela, para que pueda leer mejor.
La mano le hizo caso y enseguida surgió otra que le hizo sombra, a fin de que sus ojos no se lastimaran por la luz. Marocho leyó tan a gusto en esa ocasión. Cuando se hizo de madrugada y la vela dejó de ser indispensable, el hombre soltó un bostezo y volvió a hablar con las manos.
—Bien, apague la vela y váyase. Ya le llamaré si necesito sus servicios otra vez.
Mientras las manos retrocedían, se escuchó el sonido de un aleteo en la oscuridad, que tampoco consiguió perturbar al padre.
A partir de entonces la escena se repitió cada noche, mientras Marocho leía, aquellas manos negras sujetaban la vela y le hacían sombra hasta que salía el sol. Entonces se retiraban y el párroco dormía un rato, antes de ir a hacer sus labores del día.
Finalmente, una noche la mano negra le hizo una seña y apuntó hacia un rincón de la celda. Pero Marocho, que estaba muy cansado y no tenía tiempo para juegos, hizo caso omiso y se fue a dormir. El tiempo transcurrió. Marocho se fue y por la catedral transitaron diferentes curas y monaguillos.
La leyenda cuenta que un día, un joven llegó a dormir en la misma celda. Aterrorizado, vio aparecer una mano negra que apuntaba hacia una dirección específica. Allí encontró un gran tesoro.
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escaldo · 8 months
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Leyendas de terror de Puebla
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El Puente de México
Durante los tiempos del virreinato, la comunicación entre Puebla y la capital era esencial para el comercio. Sin embargo, al no haber ningún camino entre ambas, los asaltos y accidentes eran cosa frecuente. Fue así como en el año 1707, el ingeniero Santiago Guzmán llegó a la ciudad poblana por órdenes del virrey, para construir un puente que conectara ambos lugares.
Le acompañaba su esposa, una mujer muy bella y vanidosa, cuyo mayor defecto era buscar diversiones vanas. Mientras él supervisaba la construcción, ella se dedicó a engañarlo con un mozo pobre pero atractivo, que se dedicaba a engatusar señoritas.
En un principio la obra parecía destinada al fracaso. A cada instante había derrumbes y ya varios trabajadores habían perdido la vida. El ingeniero estaba desesperado. Una noche tuvo un sueño, en el que una presencia oscura le revelaba la causa de su frustración: su mujer estaba cometiendo adulterio y era preciso que limpiara su honra para que el proyecto tuviera éxito. Ese mismo ser no tuvo reparo en revelarle el nombre de su rival.
La siguiente noche, Santiago salió de casa con la intención de matar al sinvergüenza. Lo apuñaló en un callejón oscuro y después trasladó su cadáver hasta la obra, emparedándolo en uno de los pilares que sostenían el puente. A partir de ese momento la suerte cambió para él. El camino se concluyó con éxito y nunca volvió a haber derrumbes, ni accidentes.
Tiempo después, con gran arrogancia y satisfacción, Santiago le confesó el crimen a su aterrorizada esposa, quien llevaba semanas preguntándose porque su amante no iba a verla. Nunca pudo denunciarlo por temor a destapar su infidelidad y también a terminar de la misma manera.
La aparecida del Hospital de San Pedro
Durante el siglo XVII, cuando México era conocido como la Nueva España, hubo un brote de cólera que asoló a buena parte de la población. La región de Puebla fue una de las más afectadas. Las personas morían a decenas y la enfermedad se reproducía como la peste. Los hospitales no se daban abasto. Uno de los más célebres ocupaba las instalaciones de lo que actualmente es San Pedro Museo de Arte.
El Hospital de San Pedro era llevado entre médicos y frailes, que hacían todo lo posible por atender a sus numerosos enfermos. Una noche, Fray Luis, que era uno de los encargados del lugar, recibió la visita de una misteriosa mujer.
La pobre iba cubierta con una capa negra y tenía las manos muy pálidas. Lo despertó a medianoche, asustando con su delgadez espectral.
—Le ruego que acuda a mi casa, por favor. Mi hijo está muy enfermo —le pidió con voz temblorosa—, tiene fiebre desde ayer y no se puede ni mover de la cama.
Rápidamente, Fray Luis pidió a un doctor que lo acompañara y fueron hasta la casa de la desconocida, donde encontraron al pequeño a punto de morir entre horribles calores. De inmediato lo trasladaron al hospital, no sin antes decirle a su madre que podría ir a recogerlo en una semana. Aunque no creían que pudiera salvarse, el chico milagrosamente se curó gracias a los cuidados que le brindaron.
Pero pasaban los días y la madre no regresaba por él.
Intrigado, Fray Luis volvió a su casa para darle las buenas noticias sobre el estado de salud del niño y preguntarle porque no había ido a buscarlo. Nada más llegar, sintió un olor nauseabundo que provocó que se cubriera la nariz. Llamó a la puerta, pero nadie contestó. Extrañado, forzó la cerradura y lo que encontró lo llenó de horror.
El cuerpo sin vida de la mujer yacía derrumbado en el piso, en pleno estado de descomposición. Llevaba así más de una semana.
Fray Luis dio aviso a las autoridades y después ofició una misa por el alma de la difunta, que aun después de la muerte, había regresado para velar por su hijo. Desde entonces, dicen que su fantasma aparece en ocasiones por las inmediaciones del hospital.
Por otra parte, Fray Luis fue recordado durante los años venideros como un hombre de gran corazón, especialmente por aquel niño al que salvó, el cual tras quedar bajo su protección, llegó a convertirse en un afamado médico.
El aparecido del Patio de los Azulejos
El Patio de los Azulejos es un convento restaurado que, hace años, se convirtió en una vecindad popular. Allí llegó a vivir un humilde abogado, que se instaló en uno de los departamentos del segundo piso. Todas las noches que llegaba de trabajar, se encontraba con un hombre muy anciano sentado en las escaleras, sosteniendo un rosario en las manos y rezando.
Al abogado esto le parecía muy curioso.
Con el paso del tiempo y después de encontrarse a diario en aquel lugar, los dos terminaron haciéndose amigos. El viejo le contó que él era sacerdote y por eso nunca se iba a dormir sin antes haber orado.
Un día, llegaron de visita a la vecindad dos monjitas. Iban a ver a una amiga y como no sabían en qué departamento vivía le preguntaron al abogado, que de casualidad estaba saliendo para su trabajo.
—Imagino que ustedes conocen al padre, él vive justamente al lado —les dijo—, debe estar durmiendo todavía.
Las monjitas, extrañadas, le comentaron que no sabían que allí viviera ningún sacerdote. Cuando el abogado les dijo cuál era el nombre del susodicho y descubrió su apariencia, ambas se pusieron pálidas y se persinaron.
—Sí sabemos de qué hombre nos habla —le dijeron—, cuando era sacerdote vivía en el convento y todas las noches rezaba su rosario. Pero eso fue hace ya muchos años y él falleció hace poco.
Incrédulo, el abogado tocó a la puerta de su amigo, solo para comprobar que el departamento había estado deshabitado por meses y que el religioso con el que había conversado tantas veces, era un fantasma. Su impresión fue tal, que al día siguiente se marchó de la vecindad sin dar explicaciones a nadie.
La cueva del tiempo
Al norte de Puebla, en un poblado llamado Teziutlán, durante el año de 1800, vivía un joven de nombre Silverio, desesperado por salir de su situación de pobreza. Un día escuchó hablar acerca de una gruta en la que supuestamente, habían abandonado un inmenso tesoro. Todos la conocían como la cueva del tiempo; estaba ubicada en medio de una serie de cavidades a los pies del cerro de Ozuma, en la sierra poblana.
Nadie se atrevía a entrar allí, pues se creía que en dichos pasajes habían ocurrido cosas terribles, asesinatos, robos, violaciones… Sin embargo Silverio solo podía pensar en el tesoro, en lo mucho que podría cambiar su vida si llegaba a encontrarlo.
Sin avisar a nadie preparó todo lo que necesitaba para una rápida expedición. Cuerda, machete, un morral con algo de comida. Se fue muy confiado hasta la cueva, a la que llegó apenas cayó la noche. Ya en el interior sintió algo de inquietud. Desde todas partes, el parecía percibir varios ojos amarillos y penetrantes, que acechaban cada uno de sus movimientos. Más cuando miraba descubría que no había nada.
Silverio ya había escuchado que en las grutas podían habitar seres de oscuridad, los cuales gustan de matar a todo aquel que se atreviera a exhibir su miedo. Por eso ignoró las miradas y siguió adelante, andando por un trecho que parecía interminable.
Horas más tarde, cansado y sediento, finalmente llegó hasta un recoveco que estaba repleto de monedas de oro y plata, joyas y piedras preciosas. El muchacho creyó que iba a volverse loco de alegría. Ahora el único problema que tenía, era que no podía llevarse todo de vuelta, tendría que escoger muy bien las cosas que podría transportar consigo. Tanto pensó que se quedó dormido y cuando despertó, se sobresaltó al darse cuenta de que estaba cubierto de polvo y telarañas.
Se quitó todo aquello de encima y volvió a mirar el tesoro.
Silverio terminó colocando un buen puñado de oro en su morral, más algunas de las alhajas que más gemas tenían. Le costó mucho regresar al pueblo, sobre todo porque el paisaje parecía haber cambiado muchísimo. Había jacales que no estaban en el camino cuando había ido hacia la cueva.
Cuando llegó al pueblo no cabía en sí de asombro y preocupación. Nada era igual a como lo recordaba. La casa de sus padres estaba abandonada y lucía más deteriorada que nunca. Preguntó a los vecinos, que tampoco eran los mismos que él solía tener y todos le informaron que sus padres ya no vivían ahí, porque llevaban años muertos.
Loco de dolor, Silverio escapó de Teziutlán con aquel maldito tesoro. Su impaciencia y ambición lo habían llevado a meterse donde no debía. El tiempo había transcurrido dentro de la cueva sin darse cuenta, de manera diferente a como lo hacía en el exterior. El último de sus conocidos al que pudo encontrar, era ya un anciano que se sorprendió mucho al verlo.
Nunca más se supo de él.
El fantasma del Puente de Ovando
En el siglo XVIII, habitaba en Puebla una hermosa muchacha de 16 años, llamada María del Rosario de Ovando. Era hija de un hombre muy rico e influyente, pero por desgracia, se había enamorado de un chico sumamente pobre, mestizo, lo cual no era del agrado de su padre. Fue por eso que le advirtió que nada más regresar de su viaje de negocios, la iba a casar con uno de sus amigos; un sujeto entrado en años y cuya enorme fortuna le convenía más a la familia.
María, muy afligida, se escapó de casa para encontrarse con su enamorado y comunicarle la terrible noticia. Le iba a proponer que se escaparan juntos.
No se dio cuenta de que su hermano, Agustín de Ovando, la había seguido hasta el punto de encuentro, un puente bajo el cual la pareja solía besarse. Al encontrar juntos a los amantes, el joven montó en cólera y los asesinó sin piedad.
El crimen conmocionó a la sociedad y a las autoridades. Pero a pesar de todo, Agustín no fue enjuiciado. En parte por su privilegiada procedencia, en otra, porque el juez consideró que solo había defendido el honor de su familia, cosa que en aquellos tiempos era muy importante.
El padre de María cayó en una profunda depresión al regresar y enterarse de lo ocurrido, abandonándose a la bebida. Una noche en la que volvía a casa, ya muy pasado de copas y al pasar por el puente, vio frente a él a su hija, pálida y herida, suplicando ayuda. El impacto fue tan terrible que le provocó un ataque al corazón y murió allí mismo.
Hoy en día, el puente de Ovando es uno de los sitios más célebres de Puebla. Y hay quien asegura que tanto María como su gran amor, aparecen a altas horas de la noche para revivir su último encuentro.
Fuente: relatoscortos.org, Mily S
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📚 | Blancanieves | Libro completo | ASMR | Audiolibro
Blancanieves
Hermanos Grimm, 1812
Érase una vez en pleno invierno, cuando los copos de nieve caían del cielo como plumas, que una reina estaba sentada cosiendo junto a una ventana con un marco de ébano. Y como estando así cosiendo levantara la vista hacia la nieve, se pinchó con la aguja en el dedo y tres gotas de sangre cayeron en ella. Y como el rojo se veía tan bello sobre la blanca nieve pensó: «Si tuviese una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de este marco…». Al poco tiempo tuvo una hija que era tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tenía los cabellos tan negros como el ébano, y por eso la llamaron Blancanieves. Y nada más nacer la niña, murió la reina.
Pasado un año el rey tomó otra esposa. Era una mujer hermosa, pero orgullosa y arrogante, y no podía soportar que alguien la superase en belleza. Tenía un espejo mágico y, cuando se situaba frente a él y se miraba, decía:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es?
A lo que el espejo respondía:
—Mi reina y señora,
en el reino vos sois la más hermosa.
Entonces se quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía la verdad.
Pero Blancanieves fue creciendo y fue haciéndose cada vez más bella, y cuando hubo cumplido siete años era ya tan linda como la luz del día y más hermosa que la propia reina. En una ocasión en que esta preguntó a su espejo:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es? —el espejo respondió:
—Mi reina y señora,
tú aquí eres la más hermosa,
pero Blancanieves es mil veces
que usted más preciosa.
Entonces la reina se asustó y se puso amarilla y verde de envidia. Desde ese momento, cada vez que veía a Blancanieves el corazón se le revolvía en el cuerpo, tal era el odio que sentía por la muchacha. Y la envidia y la arrogancia fueron creciendo más y más en su corazón, como la mala hierba, hasta que no llegó a tener un minuto de paz, ni de día ni de noche. Así que llamó a un cazador y le dijo:
—Llévate a la niña al bosque, no quiero volver a verla más. La matarás y me traerás como prueba el pulmón y el hígado.
El cazador obedeció y se la llevó, y cuando ya había sacado el cuchillo de monte y se disponía a atravesar el inocente corazón de Blancanieves, esta se echó a llorar diciendo:
—¡Ay, querido cazador, déjame vivir, me adentraré en el bosque y no regresaré jamás!
Y como era tan hermosa, el cazador se compadeció de ella y dijo:
—Entonces echa a correr, pobre criatura.
«Las fieras salvajes pronto te comerán», pensó y, con todo, sintió como si un gran peso se le hubiera quitado de encima al no tener que matarla. Y como justo en ese momento pasara por allí un cachorro de jabalí, le clavó el cuchillo, le sacó el pulmón y el hígado y se los llevó a la reina como prueba. El cocinero tuvo que cocerlos con sal y la pérfida mujer se los comió creyendo que se había comido el pulmón y el hígado de Blancanieves.
Ahora la pobre niña estaba sola y desamparada en el inmenso bosque, y tenía tanto miedo que miraba las hojas de los árboles y no sabía qué hacer. Entonces empezó a andar, y anduvo sobre las afiladas piedras y por entre los espinos, y las fieras pasaban a su lado sin hacerle nada. Siguió andando todo lo que los pies pudieron sostenerla, hasta que empezó a hacerse de noche; entonces vio una pequeña casita y entró en ella para descansar. En la casita todo era diminuto, pero tan delicado y tan limpio que no había nada que replicar. Había una mesita puesta con un mantel blanco y siete pequeños platos, cada platito con su cucharita, y además siete cuchillitos y tenedorcitos y siete vasitos. Junto a la pared había siete camitas colocadas una al lado de la otra y cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Blancanieves, como tenía tanta hambre y tanta sed, comió de cada platito un poco de verdura y de pan, y de cada vasito se bebió un sorbito de vino, pues no quería quitárselo todo a uno. Después, como estaba cansada, se tumbó en una camita, pero ninguna le iba bien: la una era muy larga, la otra demasiado corta, hasta que al final la séptima resultó adecuada, y en ella se quedó, se encomendó a Dios y se durmió.
Cuando ya era completamente de noche llegaron los dueños de la casa: eran los siete enanos que picaban y excavaban las montañas buscando minerales. Encendieron sus siete lamparitas y, al iluminarse la casita, vieron que alguien había estado allí, pues no todo estaba tan ordenado como lo habían dejado. El primero dijo:
—¿Quién se ha sentado en mi sillita?
El segundo:
—¿Quién ha comido de mi platito?
El tercero:
—¿Quién ha cogido un pedazo de mi panecito?
El cuarto:
—¿Quién ha comido de mi verdurita?
El quinto:
—¿Quién ha pinchado con mi tenedorcito?
El sexto:
—¿Quién ha cortado con mi cuchillito?
El séptimo:
—¿Quién ha bebido de mi vasito?
Entonces el primero miró a su alrededor y vio que su cama estaba un poco aplastada, así que dijo:
—¿Quién se ha echado en mi camita?
Los otros acudieron presurosos y exclamaron:
—También se ha echado alguien en la mía.
Pero el séptimo, al mirar su cama, divisó a Blancanieves, que dormía en ella.
Entonces llamó a los otros, que llegaron corriendo y, gritando de pura admiración, cogieron sus siete lamparitas y alumbraron a Blancanieves.
—¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! —exclamaban—. ¡Qué niña tan hermosa! —y estaban tan contentos que no la despertaron, sino que la dejaron seguir durmiendo en la camita.
Y el séptimo enano durmió con sus compañeros, una hora con cada uno, y así transcurrió la noche.
Al hacerse de día, Blancanieves se despertó y, al ver a los siete enanos, se asustó. Pero fueron muy amables y le preguntaron:
—¿Cómo te llamas?
—Me llamo Blancanieves —respondió ella.
—¿Cómo has llegado a nuestra casa? —continuaron preguntando los enanos.
Entonces ella les contó que su madrastra había ordenado que la mataran, pero que el cazador le había regalado la vida y que había estado caminando todo el día hasta que por fin había encontrado su casita. Los enanos dijeron:
—Si quieres cuidar de nuestra casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y remendar la ropa, y si estás dispuesta a mantenerlo todo en orden y limpio, entonces puedes quedarte con nosotros y no te faltará de nada.
—Sí —dijo Blancanieves—, de todo corazón —y se quedó con ellos.
Y ella siempre mantenía su casa en orden: por la mañana los enanos se iban a las montañas en busca de minerales y oro, por la noche regresaban y entonces su cena tenía que estar preparada. Durante el día, la niña se quedaba sola, por eso los buenos enanitos le advirtieron:
—Cuídate de tu madrastra, pronto sabrá que estás aquí; no dejes entrar a nadie.
Pero la reina, como creía haberse comido el pulmón y el hígado de Blancanieves, no pensaba en otra cosa más que en que era de nuevo la primera y la más hermosa, así que se colocó ante el espejo y dijo:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es?
A lo que el espejo respondió:
—Mi reina y señora,
aquí sois vos la más hermosa,
pero en los montes, al otro lado,
Blancanieves con los siete enanos
es mil veces que vos más preciosa.
Entonces se asustó porque sabía que el espejo nunca mentía y comprendió que el cazador la había engañado y que Blancanieves aún seguía con vida. Así que empezó de nuevo a pensar y pensar en cómo matarla, pues en tanto ella no fuera la más hermosa del reino, la envidia no le dejaría un solo instante de calma. Y cuando finalmente se le hubo ocurrido algo, se pintó la cara y se vistió como una vieja chamarilera hasta el punto de que era imposible reconocerla. Así vestida atravesó las siete montañas en dirección a la casa de los siete enanos, llamó a la puerta y gritó:
—¡Vendo buena mercancía! ¡Buena mercancía!
Blancanieves se asomó a la ventana y exclamó:
—Buenos días, buena mujer, ¿qué es lo que vendéis?
—Buena mercancía, preciosa mercancía —respondió—, cintas de todos los colores —y sacó una tejida con seda de colores.
«A esta honrada mujer puedo dejarla entrar», pensó Blancanieves, abrió la puerta y se compró la hermosa cinta.
—Niña —dijo la anciana—, ¡qué hermosa eres! Ven, voy a atártela bien.
Blancanieves no temía nada malo, así que se situó ante ella y dejó que le atara al cuello la nueva cinta, pero la vieja la ató tan deprisa y tan fuerte que a Blancanieves se le cortó la respiración y cayó al suelo como muerta.
—Ahora has dejado de ser la más hermosa —dijo, y se marchó de allí a toda prisa.
No había pasado mucho rato, a la hora de la cena, cuando llegaron a casa los siete enanos, pero cómo se asustaron al ver a su querida Blancanieves en el suelo, sin moverse ni agitarse, como si estuviera muerta. La levantaron y, al ver que el nudo estaba muy fuerte, cortaron la cinta en dos: entonces empezó a respirar y fue reanimándose poco a poco. Cuando los enanos oyeron lo que había ocurrido, dijeron:
—La vieja chamarilera no era otra que la impía reina: ten cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estemos contigo.
Pero la mala mujer, nada más llegar a casa, se puso frente al espejo y preguntó:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es?
A lo que este respondió como de costumbre:
—Mi reina y señora,
aquí sois vos la más hermosa,
pero en los montes, al otro lado,
Blancanieves con los siete enanos
es mil veces que vos más preciosa.
Al escuchar esto, se asustó tanto que le dio un vuelco el corazón, pues comprendió que Blancanieves había vuelto a la vida.
—Pues ahora —dijo— voy a idear algo que te aniquilará por completo —y con las artes de brujería que conocía preparó un peine envenenado.
Luego se disfrazó y adoptó la forma de otra anciana. Así vestida atravesó las siete montañas en dirección a la casa de los siete enanos, llamó a la puerta y gritó:
—¡Vendo buena mercancía!
Blancanieves se asomó a la ventana y dijo:
—Sigue tu camino, no debo abrirle la puerta a nadie.
—Pero mirar sí que podrás —dijo la anciana y, sacando el peine envenenado, lo sostuvo en alto.
A la niña le gustó tanto que se dejó seducir y abrió la puerta. Una vez acordada la venta, la anciana dijo:
—Ahora voy a peinarte como es debido.
La pobre Blancanieves no sospechaba nada y dejó hacer a la anciana, pero apenas hubo metido el peine en sus cabellos, cuando el veneno empezó a actuar y la niña cayó al suelo sin sentido.
—¡Tú, dechado de belleza! —dijo la pérfida mujer—. Ahora sí que estás muerta —y se marchó del lugar.
Por suerte pronto se hizo de noche y los siete enanitos regresaron a casa. Al ver a Blancanieves en el suelo como muerta, sospecharon inmediatamente de la madrastra, se pusieron a buscar y encontraron el peine envenenado, y, nada más sacarlo, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces volvieron a advertirle que tuviera cuidado y no abriera la puerta a nadie.
En casa la reina se colocó frente al espejo y dijo:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es?
A lo que este respondió igual que antes:
—Mi reina y señora,
aquí sois vos la más hermosa,
pero en los montes, al otro lado,
Blancanieves con los siete enanos
es mil veces que vos más preciosa.
Al oír al espejo decir esto, se estremeció y tembló de rabia.
—Blancanieves morirá —gritó—, aunque me cueste la vida.
A continuación se dirigió a un aposento solitario y oculto en el que no entraba nadie y preparó una manzana envenenada. Por fuera tenía un aspecto bellísimo, blanca y sonrosada, de manera que a cualquiera que la viera le entrarían ganas de morderla, pero quien comiera tan solo un pedacito, moriría. Cuando hubo terminado de preparar la manzana, se pintó la cara y se disfrazó de campesina, y así vestida atravesó las siete montañas en dirección a la casa de los siete enanos. Llamó a la puerta; Blancanieves se asomó a la ventana y dijo:
—No puedo dejar entrar a nadie, los siete enanos me lo han prohibido.
—No me importa —respondió la campesina—, ya venderé mis manzanas en otro sitio. Toma, te regalo una.
—No —dijo Blancanieves—, no puedo aceptar nada.
—¿Temes que esté envenenada? —dijo la anciana—. Mira, voy a cortar la manzana en dos partes; tú te comes la parte roja y yo la blanca.
Pero la manzana estaba preparada tan artificiosamente que la mitad roja era la única que estaba envenenada. Blancanieves observó de buena gana la hermosa manzana y, al ver que la campesina la mordía, no pudo resistirse por m��s tiempo, sacó la mano por la ventana y cogió la mitad envenenada. Y apenas se hubo metido un pedazo en la boca, cayó muerta al suelo. La reina la observó entonces con pérfida mirada y, riéndose a carcajadas, dijo:
—¡Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano! Esta vez no podrán despertarte los enanos.
Y cuando al llegar a casa preguntó al espejo:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es? —este respondió por fin:
—Mi reina y señora,
vos sois aquí la más hermosa.
Entonces su corazón envidioso se calmó en la medida en que puede encontrar calma un corazón envidioso.
Al llegar a casa por la noche los enanitos encontraron a Blancanieves en el suelo: de su boca no salía aire alguno y estaba muerta. La levantaron, buscaron a ver si encontraban algo venenoso, le desabrocharon el cinturón, le peinaron los cabellos, la lavaron con agua y vino, pero nada de eso sirvió: la querida niña estaba muerta y muerta siguió estando. La colocaron en un féretro, los siete se sentaron a su lado y la lloraron durante tres días. Quisieron entonces enterrarla, pero tenía el mismo aspecto lozano que una persona viva y conservaba aún sonrosadas sus hermosas mejillas. Dijeron:
—No podemos enterrarla así en la negra tierra —y encargaron un ataúd de transparente cristal para que se la pudiera ver por todos los lados, la metieron dentro y grabaron en él su nombre con letras doradas, y uno de ellos se quedaba siempre a su lado haciendo guardia. Y también vinieron animales a llorar a Blancanieves, primero un búho, luego un cuervo, finalmente una palomita.
Blancanieves yació así en el ataúd durante mucho, mucho tiempo, sin descomponerse; parecía tan solo como si estuviera durmiendo, pues seguía siendo tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y sus cabellos tan negros como el ébano. Aconteció, no obstante, que el hijo de un rey se adentró en el bosque y llegó hasta la morada de los enanos para pasar allí la noche. En la cima de la montaña vio el féretro y a la hermosa Blancanieves en su interior, y leyó lo que estaba escrito con letras de oro. Entonces dijo a los enanos:
—Dejadme el ataúd, os daré por él lo que queráis.
Pero los enanos respondieron:
—No lo daremos ni por todo el oro del mundo.
Entonces él dijo:
—Pues regalármelo, porque no podré vivir sin ver a Blancanieves; la honraré y la respetaré como al ser que más quiero.
Al oírle hablar así, los buenos enanitos se compadecieron de él y le dieron el ataúd. El príncipe hizo que sus lacayos lo llevaran a hombros. Entonces aconteció que tropezaron con un arbusto y, con la sacudida, el trocito de manzana envenenada que Blancanieves había mordido se le salió de la garganta. Y al poco rato abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd, se incorporó y volvió a la vida.
—¡Ay, Dios mío!, ¿Dónde estoy? —exclamó.
El príncipe dijo lleno de alegría:
—Estás conmigo —y le contó lo que había sucedido y dijo:
—Te quiero más que a nada en el mundo; ven conmigo al palacio de mi padre, serás mi esposa.
A Blancanieves le gustó y se marchó con él, y la boda se celebró con gran pompa y lujo.
Pero a la fiesta fue invitada también la malvada madrastra. Como se había engalanado con hermosos vestidos, se colocó frente al espejo y dijo:
—Espejito, espejito de la pared,
la más hermosa de todo el reino,
¿Quién es?
El espejo respondió:
—Mi reina y señora,
aquí sois vos la más hermosa,
pero la joven reina es mil veces
que vos más preciosa.
Entonces la pérfida mujer lanzó una maldición y le entró tanto, tanto miedo que no sabía qué hacer. Primero no quería ir a la boda; pero esta idea no la dejaba en paz: tenía que ir y ver a la joven reina. Y nada más entrar reconoció a Blancanieves, y de puro miedo y espanto se quedó allí plantada sin poder moverse. Pero en el fuego estaban preparadas ya unas zapatillas de hierro; las cogieron con unas tenazas y las colocaron delante de ella. Entonces tuvo que ponerse los zapatos, que estaban al rojo vivo, y bailar con ellos hasta que cayó muerta al suelo.
Fin
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escaldo · 10 months
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¿Por qué los intelectuales odian al capitalismo?
Bertrand de Jouvenel (1903-1987)
1.- Desconocimiento:
Ellos desconocen el proceso de mercado. El orden social empresarial según Hayek es el orden mas complejo del universo.
¿Cuánto tarda un economista en sólo empezar a entender el sistema económico y el capitalismo?
El capitalista necesita hacer un esfuerzo diario para mantenerse actualizado, necesita dedicar tiempo y esfuerzo para entender ese proceso.
Ese esfuerzo diario aplicado en entender el capitalismo, no existe en la mayoría de los intelectuales.
Los intelectuales creen que estudiaron mucho, se dan mucha importancia a si mismos, pero la mayoría de los intelectuales son completamente ignorantes respecto a las ciencias económicas.
2.- Soberbia del falso racionalista:
El intelectual piensa que sabe mucho mas que otras personas, ya sea porque es una persona muy refinada, porque ha estudiado muchas carreras, o porque leyó muchos libros, o porque va a muchas reuniones con otros intelectuales, porque se presenta en premios, cree que es el mas inteligente y fácilmente cae en la arrogancia o la soberbia hasta creer que es mas inteligente que nosotros mismos y sabe mejor que nosotros que tenemos que hacer. Se ríe de la gente común.
Al soberbio intelectual le parece una ofensa a su sensibilidad encender la televisión, desprecia los anuncios, se escandaliza de la falta de cultura de la gente común, desde su pedestal se permite criticar lo que hacemos porque se cree mas inteligente que nadie, y sin embargo, como dijimos mas arriba, sabe muy poco…
Sabe muy poco de lo que sucede y es un peligro potencial, detrás de todo intelectual hay un dictador en potencia, y apenas algo de poder político va a pretender imponernos a todos los demás sus puntos de vista.
Desde ya, el intelectual va a considerar que sus propios puntos de vista son los mejores, los mas refinados, los mas cultos.
Si a la ignorancia le sumamos la arrogancia de pensar que saben mas que nosotros, que son mas cultos, mas refinados… son un peligro. Detrás de cada dictador de la historia, sea Hitler, sea Mussolini, sea Stalin, siempre hubo una corte de intelectuales aduladores que intentaron darle base, desde el punto cultural, ideológico, filosófico, etc.
3.- Resentimiento y envidia:
El intelectual es una persona profundamente resentida. El intelectual esta en una posición incomoda en el mercado. La mayoría de las veces, el valor de mercado de lo que el aporta al proceso productivo, es muy reducido.
Un intelectual estudio durante tantos años, la ha pasado muy mal, y resulta que escribe esas obras literarias que son un mamarracho, que no las compra nadie, eso lo hace resentido.
Algo mal esta en la sociedad capitalista cuando no valora lo que yo hago.
Mis novelas, mis artículos, mis novelas, mi refinado arte no es valorado.
Y aunque tenga suerte, me ponga de moda, aunque me convierta en un Borges, nunca es lo suficiente, nunca se me paga lo suficiente teniendo en cuenta lo que yo valgo como intelectual sobre todo comparándome con la basura que me rodea.
No puedo resistir como intelectual, que a lo mejor, un súper ignorante, un inculto, un vulgar empresario gane 10, 100 veces mas que yo, simplemente porque esta vendiendo cualquier cosa absurda, como zapatos, ladrillos, ropa, y se esta llenando de dinero.
Eso es una sociedad injusta.
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escaldo · 11 months
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