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La Pesadilla
Los ojos llorosos de la joven, miraban alrededor con lentitud, sus inflamadas y moradas cuencas, se encontraban bañadas en lágrimas y sangre, su cuerpo destrozado, flagelado y herido, estaba al descubierto,  pues sus agresores se rifaron sus  prendas y ahora apostaban entre ellos para decidir quien la tomaría primero, quien la “volvería” mujer.
El peso de su cabeza era demasiado para las pocas energías que tenía y con su rostro  mirando al suelo, observó sus piernas, rotas, ensangrentadas; con algunos trozos de huesos saliendo.
El rojo fluido caía como cuentagotas. Con cada partícula que golpeaba y salpicaba la maleta que tenía bajo ella, sus malas decisiones resonaban en su mente.
Fue ella quien decidió unirse a una compañía de mercenarios cuando en la fiesta de Lord Saltheril, fue ella quien decidió seguir a la compañía a Pandaria, alejándose de sus primeros compañeros, fue ella quien se alejó de su maestro, fue ella quien creyó que unos mercenarios serían sus amigos. Todos esos pensamientos retorcían su mente, pero lo que más la torturaba era por qué le hacían esto, no lograba entender.
-          ¡Si! – gritó un elfo con tatuajes y cicatrices – iré yo primero.
-          suertudo, pensé que no te gustaban las mujeres – le dijo un orco tuerto que tenía por mano un garfio.
-          Esta cachorrita me tiene cansado desde que la conocí en el bosque de jade, siempre hablando de los maravillosos que eran los mercenarios de Rasganorte.
-          ¿Está bien que hagamos esto? – preguntó un no muerto que no había participado en el sorteo.
-          ¿Te estas ablandando? –preguntó el elfo mientras acariciaba a la encadenada Aelanar – tú fuiste el de la idea de romperle las piernas lentamente mientras miraba.
-          Para nada, el trabajo pidió torturarla física y psicológicamente, pero su padre fue muy especifico que no debe tener descendencia.
-          Mi ….padre…. – murmuró al escuchar lo que decían.
-          El viejo puede estar tranquilo, la mataremos antes de que dé a luz – decía mientras pasaba sus manos por el abdomen de la elfa.
-          ¿Qué tiene que ver mi padre? – dijo levantando la voz y observando al elfo fijamente, con la poca energía que le quedaba.
-          Si quieres saberlo, tu padre mandó que te matáramos, lincecita – acentuó esa última palabra – claro primero debemos torturarte… - sonrió al ver como la elfa lloraba desconsolada – maldición de saber que saber la verdad te rompería el alma, hubiéramos empezado por allí.
-          Solo mátenme….
-          No te preocupes cachorra – dijo el orco – eso haremos, pero en su debido momento, bueno apúrate, todos queremos divertirnos…
-          ¡Fuego! – entró corriendo un Tauren con apariencia de chaman, observó al grupo y a la elfa con horror – ¿por la madre tierra que le hacen a la cachorra de lince? La orden era torturarla y matarla, no violarla.
-          Tú no has visto nada Kele – el no muerto se levantó y apuntó al Tauren, el cual tomó un tótem de su espalda y golpeó con este el suelo el cual tembló tumbando la tienda donde tenían encerrada a la elfa.
A su alrededor el campamento era un desastre, un incendio estaba consumiendo las demás tiendas y todos huían, a lo lejos se podía escuchar gritos de guerra, no había duda, una horda Yaungol estaba arrasando con el puesto de los mercenarios.
-          ¡Mátala ya! – le gritó el orco al elfo, el cual intentó tomar su arma pero un bastón le golpeo las manos.
-          ¡Que le han hecho! – Aelanar se llenó de alegría, al escuchar la voz de su maestro; el elfo de edad avanzada y mirada sabia, realizó un movimiento con su bastón  y un haz de luz alejó a los mercenarios.
-          Lorazen, toma a la cachorra y huyan, deben esconderse, su cabeza tiene precio – le dijo el Tauren tras romper las cadenas que ataban a la elfa.
Con los Yaungol invadiendo el campamento como imagen lejana, el sacerdote cargo a la malherida chica  y sus cosas. Paró solamente para sanar sus heridas, no completamente, sino para asegurarse de que la chica no muriera desangrada, tras asegurar que viviría, siguió cargándola hasta llegar a un campamento pandaren donde la joven pasó varios días durmiendo, mientras era tratada por su maestro y algunos aldeanos.
-          Estoy viva – fue lo primero que dijo la elfa cuando abrió los ojos
-          No te preocupes, ya estás bien.
-          No, no lo estoy, me traicionaron, mi familia,  mis compañeros – la muchacha intentó levantarse, pero su pierna cedió rápidamente. Tirada en el suelo la joven golpeo las lozas de madera con ira hasta que sus manos sangraron – ¡malditos! ¡Confié en ellos! Luche con ellos, casi muero ciento de veces salvándoles la vida y aun así me hicieron esto.
El sacerdote no dijo nada, solo se quedó en silencio observado a la chica.
-          Y mi padre, he sido obediente, he luchado por traerle honor a la familia y aun así, ¡desea matarme!, todo porque no llevo su sangre, no debí, no debí nacer….
-          No digas eso Cachorra de lince.
-          No me llames más así – dijo con furia mientras observaba su maleta, manchada por sangre, al igual que su lince de peluche – no seré mas una niña inocente, no más…. Todos los que me traicionaron pagaran – empezó a arrastrarse intentando levantarse – los mercenarios, mis hermanos, mi madre y…mi padre – con esfuerzo se puso de pie y miró el horizonte por la ventana – me vengare,  acabare con todos, de una manera lenta y dolorosa, no descansare hasta matarles, los matare ¡lo juro!
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Dias Medianamente oscuros
Aelanar miraba con tristeza el agua del Mare Magnum que arrasaba con suavidad las arenas de la costa de la isla del caminante del sol, mientras acariciaba con delicadeza las plumas de su zancudo azul, con su esquelética mano.
Recordaba con tristeza a su hermano, tenía recuerdos borrosos de como gracias a él su familia no la dejó abandonada cuando la plaga tocó las puertas de Quel’thalas; realmente debía agradecerle a su padre, después de lo que sufrieron con los Troll en la segunda guerra, él se había vuelto precavido, desconfiado al punto que ante la más pequeña señal de peligro preparaba a toda la familia para huir o bueno a casi toda.
Aelanar suspiró con melancolía y se levantó, al hacer esto el cuchillo que guardaba en su cinto cayó al suelo,  era viejo, ligeramente oxidado, pero aún era peligroso, podía matar o al menos defenderse.
La joven cargaba aquella arma después de que escuchó a su familia mencionar que ella era una carga en esos días; lo decían mientras comían carne y pan, mientras la pequeña les miraba con envidia, al recordar que llevaba varios días desde que probó su último bocado, esa noche ella robó por primera vez a su familia, unas cuantas tiras de pan calmarían su hambre, pero no su sed de magia.
Con movimientos lentos la joven recogió el cuchillo y volvió a guardarlo en sus remendadas prendas, de las cuales tomó un pequeño cristal verde, observaba el cristal con rabia, los odiaba, pero los necesitaba. Cerró los ojos y permitió que aquel fragmento le alimentara, pero muy poco, su familia se encargaba de usarlos primero y dejarle carcasas casi vacías para que Aelanar nunca se sintiera saciada.
Con un poco más de fuerza la pequeña caminó hasta donde se encontraba el resto de los Silversun, todos parecían sanos, con sus ropajes elegantes como si no hubiera ocurrido ninguna tragedia, no obstante, tenían los ojos húmedos y oscuros, única característica que compartían con la desecha y esquelética Aelanar.
Desde que Ael partió con los seguidores de  Kaelthas, la vida de la joven elfa había decaído, su padre liberaba sus momentos de frustración llenando de golpes a la joven. De esa manera ella se enteró de la muerte de Ael en Terrallende.
El corazón de la elfa se destrozó de nuevo cuando escuchó, mientras su padre la golpeaba en el abdomen con un bastón, que Ael había muerto sirviendo a Kaelthas, que eso era un gran honor para las familias pequeñas, pero no para los Silversun. Theriel  estaba iracundo, había perdido su heredero, su ira no tenía comparación, y nadie mejor que Aelanar lo sabía, ella y su cuerpo lacerado.
  Pasaron los años y los elfos habían recuperado gran parte de sus tierras, de alguna manera todo había parecido volver a la “normalidad”; el patriarca de los Silversun, con tretas, astucias y dejando algunos otros elfos en quiebra o muertos, había logrado aumentar el renombre y la fortuna de la familia. Theriel era un elfo al cual debías tratar con cuidado, no le importó actuar en contra de los suyos si eso le traía beneficios, alianza, horda, u otros, todos eran clientes potenciales.
En esos dias la alegría de Lord Silversun era tal, que no volvió a levantar su mano contra su hija, la cual había vuelto a ser tratada no con amor, pero si con cuidados básicos; su cuerpo demostraba que estaba bien alimentada, aun así, tenía facciones menudas provocadas por las falencias que vivió no hace poco.
Fue en esa época cuando  ocurrió algo que cambio la vida de la pequeña para siempre.
-          Tu función con la familia es la razón por la cual te mantuvimos viva, alimentamos y protegimos durante el periodo de crisis que siguió a la caída de la fuente del sol – dijo Theriel a su hija, la cual solo movía su rostro de manera afirmativa - ¿lo sabes verdad?
-          Si padre– tras decir eso la elfa recibió un golpe en el rostro.
-          No me digas así -  sonrió mientras  juntaba las manos – siento tu rostro más suave, bueno, veo que has engordado, debería  reducir tus provisiones, lo pensare luego – dijo para sentarse en su escritorio – te reunirás con tu madre todas las tardes, ella te ayudara a recuperar un poco de…. Modales, iras con nosotros a una fiesta, serás dulce, agradable y encantadora, conseguirás un prometido, le darás hijos y a nuestra familia renombre – la elfa afirmó moviendo su rostro – ¿entendido?
-          Si, Lord Silversun.
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El cristal especial
Miridea observaba con agonía el féretro de su hijo, ese día sufría dos fuertes emociones no solo estaba sufriendo la pérdida de su retoño, sino que además su hijo mayor, Ael había regresado, un hijo que quería más que a los demás, un hijo que había dado por muerto años atrás.
La elfa se levantó y con paso lento salió del gran salón, no había ni un solo sirviente a la vista, Theriel Silversun había despachado a la mayoría por lo que quedaba del día, los pocos que quedaron, debían quedar aislados en las cocinas hasta nueva orden.
Llegó hasta el balcón y observó con desagrado a su hijo hablando alegremente con Aelanar, su hija, la pequeña elfa que casi destruye su familia años atrás, Miridea no entendía como aquella criatura se las arreglaba para sobrevivir, tal vez…
-          ¿Acaso mi hijo a muerto para castigarnos? – suspiró con tristeza y al dar media vuelta observó el rostro estoico de Theriel.
-          Que cosas tan absurdas dices – el elfo mayor, se acercó al borde del balcón y observó a los dos hermanos – ambos son monstruos, Ael se niega a cumplir sus funciones con la familia.
-          Si, alguien o algo nos castiga por lo crueles que hemos sido con Aelanar – continuó pensando la elfa ignorando el comentario de su esposo.
-          Ah? – Lord Silversun dejó de observar a los jardines para mirar con ligera repulsión a su pareja.
-          Si, nos están castigando porque mandamos a esos piratas a que la lisiaran y mata…
-          ¡Calla! – gritó alterado Theriel mientras observaba a su alrededor y respirando con tranquilidad al ver que solo estaban ellos dos – recuerda que eso nunca paso – levantó sus cejas en señal de furia.
-          Sí, no sé de qué hablaba – la elfa se alejó de su esposo, caminando hacia su recamara – solo necesito descansar un poco.
Miridea entró a su habitación, un cuarto grande y hermosamente decorado, la dama se aproximó a un deslumbrante tocador y tras quedarse pensativa unos minutos procedió a sacar un pequeño cofre, al abrirlo sus ojos alumbraron ante los cristales verdes, los tomó con presura pero no los absorbió.
En vez de consumir la magia vil de los cristales los tiró a un lado para tomar un fragmento de cristal de color extraño, con delicadeza lo aproximó a su rostro y luego sintió paz.
 -          Madre – le llamaba la voz de Lathia desde el otro lado de la puerta – ya va a comenzar la cremación – al no recibir respuesta la elfa procedió a entrar, ante lo cual Miridea reaccionó
-          ¿Ya? ¿No iba ser por la noche? – miró con ojos divagantes a su hija
-          Ya es de noche, llevas horas encerrada madre.
-          Oh, el tiempo vuela – Miridea observó el cofre donde guardaba su cristal especial, pero en esta ocasión no lo volvería a guardar, no quería volver a sufrir, por lo cual procedió a guardarle en su escote – vamos – dijo con un tono de voz apagado, pero no triste.
Lathia siguió con la mirada a su madre y luego a los cristales de magia vil regados por el suelo de la alcoba, suspiró preocupada y cerró las puertas de la habitación tras salir.
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El guardián de los Silversun
En los territorios de la familia Silversun, la atmosfera tétrica y deprimente estaba más fuerte que nunca, Miridea no se atrevía a levantar la vista ni intentaba ocultar sus lágrimas, a su lado se encontraba el último miembro de la familia, el pequeño Keleriel, el infante de cabello castaño observaba sin entender a Lathia y Theriel, los cuales intentaban mantener con dificultad su estoico porte, entre tanto, un poco alejados de ellos se encontraba Aelanar, cuyo rostro lastimado e impasible no parecía sentir dolor, ni siquiera con su mirada fija en el hermosamente decorado cadáver de su hermano Laener.
Un féretro de madera, con decorados rojizos y dorados, era la última cama que el joven elfo tendría, la hermosa caja se encontraba en la mitad del cuarto, de gran tamaño, solo iluminado por las grandes ventanas que permitían que la luz del medio día ingresara, junto al cuerpo estaban la familia y nadie más, Lord Silversun había despachado a los invitados hacia unas horas, este momento era simplemente para la familia.
- ¿Quién?, ¿Quién mataría a un elfo tan joven y bueno? – La madre, reclamó gritando al aire – todavía era un niño.
- No debió marchar solo a esas tierras – dijo Theriel, conteniendo su compostura – quien sea el culpable pagara por esta ofensa al nombre de nuestra familia.
- ¿Ofensa al nombre? – Lathia no logró mantener más su figura estoica y se giró con ira a ver a su padre – eso es lo que te preocupa ¿verdad? – golpeó el suelo con fuerza- ¡han matado a tu hijo!, acaso no te importa, más allá de lo que significa para tu apellido.
- ¿Por qué te sorprende?, él siempre ha sido así – dijo Aelanar, justo unos momentos antes de recibir un poderoso puño en su ojo, la elfa se mantuvo firme y solo procedio a tocarse el rostro – vaya este golpe ha sido más suave que los que me diste ayer Lord Silversun.
- Tu no deberías estar en este lugar, ¡lárgate!, acá solo pueden estar verdaderos Silversun – le dice Theriel mientras prepara otro puño.
De golpe se abrió el portón, un elfo de gran tamaño ingresó al lugar, todos menos Aelanar se congelaron y vieron con horror al recién llegado, el elfo era claramente un cazador de demonios, su piel tenia apariencia de ser áspera como roca, con un tinte rojizo, ligeramente anaranjado.
- ¿Cómo osas entrar?, ¡solo la familia puede ingresar a este recinto! – dijo con fuerza el patriarca de los Silversun, intentando mantener su postura ante la eclipsante figura del cazador de demonios.
- Hola Ael – dijo Aelanar, inclinándose levemente frente a su hermano – pensé habías dicho que no volverías a pisar este hogar.
- ¿Hijo? – se pregunta Miridea, sin bajar su guardia- se supone que habías muerto cuando seguiste a Kaelthas.
- El Ael que conocieron murió en las terrallende, por eso había decidido no volver, sin embargo, escuche que habían matado a mi querido hermano – se acercó con lentitud al féretro y se quedó observando el cadáver mientras apretaba con fuerza sus dientes – ¿Quién lo hizo?
- No se sabe – dijo Lathia la cual se acercó a su hermano, estirando un poco la mano para palpar su piel – murió envenenado, por alguna razón se marchó solo a explorar unas rutas peligrosas.
- Sospecho en los mercenarios que contrató – dijo Theriel, que paso su vista en la elfa, tras lo cual movió su mano indicándole que se marchara – el impaciente no esperó que estuvieran disponibles nuestros guardias de confianza y contrato a unas alimañas de poca alcurnia, no se puede confiar en ese tipo de sabandijas, le robaron hasta el monedero.
Aelanar no terminó de escuchar la charla, la joven cerró la puerta tras de sí y caminó hasta los jardines, allí el “señor plumas brillantes” y sus demás animales se le aproximaron.
- Pequeños los he extrañado tanto – dijo la elfa mientras los acariciaba.
Pasaron varias horas, en las cuales la chica estuvo recostada en el suelo, acariciando a sus preciadas mascotas, sin embargo, de un momento a otro se levantaron y erizaron, mirando con temor a Ael, el cual se aproximaba lentamente.
- Con esos guardias no podría cogerte por sorpresa hermanita – se detuvo a unos metros, la elfa por su parte no se levantó, solo le hizo señas a sus animales para que se retiraran y luego dio unas palmaditas al suelo, el elfo se arrodillo al lado de su hermana y prosiguió – sé que no te llevabas bien con Laener, pero pensé que al menos llorarías.
- No me malinterpretes, el que sea medio hermana de ustedes no implica que los quiera, aun así, estoy un poco... triste, él no merecía morir, al menos no así, envenenado, traicionado por sus propios guardaespaldas.
- Juró que los mataré, pero no sin antes torturarles como es debido – el cazador de demonios golpea con furia el suelo.
- Si, como digas – respondió la elfa sin emoción, mientras pasaba de estar acostada a estar sentada.
- No creas me he olvidado de lo tuyo, he seguido la pista de aquellos que casi te matan en rasganorte, encontré al elfo que intentó …. – paró de hablar por un momento – que más daño te hizo, parece que un tal “lince” lo mató de manera horrible.
- ¿Cómo? – arqueó levemente su ceja con un rostro de sorpresa.
- No entiendo completamente, pero parece que ese elfo tenía muchos enemigos, dicen que mató o vendió a la familia del lince, el rumor no es muy claro y no me interesa de verdad.
- Lamentable que se te adelantaran, me habías prometido me lo traerías y nos vengaríamos juntos de ese maldito – decía la chica mientras se tocaba suavemente la pierna.
- Aún quedan otros que te traicionaron, prometo que donde sea que se escondan, mis gujas los encontraran.
La elfa sonrió ligeramente y se recostó en el regazó de su hermano.
- Vaya que emites calor hermano – se quedó pensativa mientras sonreía – y dime como se tomó papá tu regreso.
- Esta … contento.
- Seguro ya está pensando cómo utilizarte para mejorar el renombre familiar.
- Seguramente – guío su mirada al horizonte mientras con su mano comenzó a jugar con el cabello de Aelanar – pero yo le detuve sus maquinaciones, fui muy claro, he regresado para proteger a la familia, no para jugar sus juegos de poder y gloria.
Los dos hermanos siguieron recostados mirando cómo la tarde pasaba, intercambiando historias y promesas.
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Aelanar Silversun
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Thelani Violetwish, es una piromante muy poderosa, pero que sobrelleva una maldición que la ha rezagado a sufrir la perdida de sus poderes de manera aleatoria, su búsqueda de una cura terminó convirtiéndola en una Var’dorei.
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Aelanar Silversun 2
“Dorada como oro reluciente
Con su brillo recuerda al Jerarca
Como su legado cae lentamente
Por los toques de su desgracia”
 La joven Aelanar, observaba desde la cocina una pequeña torta, le tomó su buen tiempo, pero había logrado cocinarse un pastel de cumpleaños.
-          Todo es posible con el libro correcto – se decía para sí misma, al mismo tiempo que cortaba el platillo en unas 6 rebanadas, que compartió con sus animales, mientras les indicaba con el índice que guardaran silencio – si los descubren aquí se van a enojar.
-          ¡Aelanar! – le gritó Miridea – ¿condenada niña dónde estás?
La joven elfa corrió a la ventana y le indicó a sus mascotas que salieran, acto seguido fue al pasillo donde su madre le recibió con una bofetada.
-          Cuando yo te llame debes llegar ¡inmediatamente!
-          Perdón, yo solo estaba celebrando mi cumple… - no terminó la oración, puesto que la mano de su madre le propinó otro golpe.
-          No me repliques pequeña basura – le tomó con fuerza de su oreja y la arrastro por todo el pasillo mientras la joven se quejaba – tu padre quiere hablar contigo, no lo hagas enojar, entendiste – se detuvieron frente a una puerta de gran tamaño, el solo verla le daba escalofríos a la pequeña elfa.
-          Lo intentare, pero con solo verme él … - recibió otra cachetada.
-          Solo limítate a mover la cabeza y ni se te ocurra mover esos labios altaneros que tienes entendido.
-          Si – Miridea levantó su mano, pero al ver una de las sirvientas cerca, procedió a darle una palmadita en el hombro a su hija.
-          Ni una palabra
Aelanar solo movió lenta y afirmativamente la cabeza, luego abrió suavemente el portón, la oficina de su padre era de un gran tamaño, con hermosos decorados carmesí y muchos libros, tantos que sería un paraíso para la Quel’dorei, si no fuera por los malos recuerdos que le traía ver ese salón; no había ni una sola ocasión donde saliera ilesa cuando entraba, y estaba segura esta vez no sería diferente.
-          Siéntate – dijo su padre sin alzar la voz, mientras revisaba unos pergaminos y le indicaba una silla delante de su escritorio.
La elfa caminó con paso tímido y se sentó delante de su padre, el cual tras guardar aquel pergamino, la fulminó con una mirada.
-          Es hora de que cumplas tu función con la familia, y repares en menor medida el daño que provocaste al matar a tu hermano – la elfa no abrió la boca, solo se mordió el labio con fuerza- Mañana se realizara una celebración por tu cuarta década.
Aunque no dijo nada, los labios de Aelanar se separaron rápidamente, al igual que sus parpados, provocando que su  rostro se congelara ante la sorpresa.
-          No pienses que es por alguna muestra de cariño – la mirada de odio de su padre no cambiaba – una bastarda como tu debe saber que aunque porte nuestro apellido nunca será una Silversun, lo sabes ¿no?
El rostro de la muchacha no tardó en recuperar su deprimente estado, mientras lentamente movía la cabeza para confirmar que entendía, que comprendía lo que decía, pero en su interior no concebía porque tanto odio, siempre pensó que si debían odiar a alguien debería ser a Miridea, ella fue la que traiciono a la familia, no Aelanar.
-          Pero, si todo sale bien podrás compensar parte del daño que nos provocaste, Lord Soulbringer, está buscando una esposa para su hijo, he escuchado que ya es mayor y es todo un guerrero – tras decir eso sonríe ligeramente, llenando de miedo a la joven – hay rumores que es muy salvaje, que va a los prostíbulos y golpea a las mujeres que alquila, pero eso no importa, es un hombre con un gran apellido detrás y tú serás su prometida.
Mientras los ojos de la pequeña se llenaban de horror, su padre se levantó y se posicionó a su espalda.
-          ¿Entendiste? – la chica afirmó moviendo su cabeza – he dicho ¡¿entendiste?! – la joven movió más rápidamente la cabeza, pero se detuvo en cuanto su padre la tomó con brusquedad por su larga y rubia cabellera, para acto seguido golpear el rostro de la joven contra su escritorio – ¡habla maldita!
-          Si, perdón, ¡si entendí! – entre llantos respondió, mientras su frente sangraba y su padre seguía apretándola contra el escritorio, tras un momento levantó la cabeza de la pequeña y con su mano le apretó la cara y la haló para que se vieran fijamente.
-          Dirás que has estado muy enferma, pero que un botánico te ha dado un tratamiento que ha curado todos tus males, que  ahora cuentas una salud perfecta y seguro podrás darle descendencia a su querido hijo – tras dejar de apretarle el rostro le dio una delicada palmadita en las mejillas, que luego fueron seguidas por un golpe firme con el dorso de su mano, tan fuerte fue el golpe, que derribó a la joven de la silla – ahora ve a que te sanen las heridas, mañana debes estar impecable.
-          Si padre – Aelanar intentó levantarse pero una poderosa patada la derribo.
-          Te he dicho, maldita bastarda, que no me llames así a menos que sea necesario – la joven intentó sostenerse, apoyando sus manos en el suelo, ante esto Theriel procedió a levantarla con una patada bien propinada sobre el costado de la muchacha, ante el cual el pequeño cuerpo rodó – no eres mi hija y nunca lo serás, entendido.
-          Si, Lord Silversun – al escuchar esto el elfo sonrió.
Aelanar se retiró lo más rápido que pudo, al otro lado de la puerta se encontró con Ael, su hermano suspiro amargamente y la empujó, la elfa cayó al suelo mientras el elfo ingresaba a la habitación de su padre, respiró lentamente, conteniendo sus lágrimas, se pasó las manos por sus brazos y sintió un trozo de pergamino justo donde Ael le había pegado.
El pequeño papel tenia escrito en una letra flameante de hermosa caligrafía un mensaje “Feliz Cumpleaños hermanita, perdona la brusquedad, pero no encontré otro modo de hablarte”, la elfa sonrió a medida que el pergamino se consumía.
Al día siguiente, Aelanar no tenía huella alguna de los golpes que había recibido, por lo cual los invitados no sospechaban ni un poco que aquella elfa de semblante dócil y alegre sufría a diario, para la chica era una situación incómoda, nunca había sido el centro de atención y ahora lo era, sus hermanos hablaban con ella y los visitantes la miraban con curiosidad, aquella era la tercera hija de la familia Silversun, la enfermiza y delicada Aelanar.
Finalmente tras la celebración, cuando solo quedaban los Silversun y los Soulbringer, llegó el momento por el cual aquel evento se había orquestado, Lord Soulbringer había quedado encantado con la docilidad de la elfa; él y Theriel habían acordado que ella se casaría con Lethnir Soulbringer, segundo hijo de la familia Soulbringer, sin embargo el elfo no calló al ver a la chica.
-          Padre, ¿acaso es una broma? – Tomó a Aelanar del cabello – esta es rubia – luego de soltarle la señaló – la veo, y no puedo evitar pensar en Velennien.
-          ¿en quién? – Lord Soulbringer miró fijamente a su hijo.
-          Velennien, mi tutor de equitación, él me contó cómo se acostó con Miridea Silversun en una fiesta.
-          ¡eso que dices es una falta de respeto! – se sulfuró Ael, que no siguió hablando ante la mirada de desaprobación de su padre.
-          El joven tiene razón – dijo lord Soulbringer – no deberías decir ese tipo de cosas sin evidencia.
-          Tengo evidencia, me dijo algunos detalles como lunares en zonas que casi nunca dan la luz del sol – Lethnir soltó una fuerte carcajada, mientras los Silversun en conjunto respiraban profundamente para mantener la compostura – no me casare con una bastarda, si tanto desean, yo podría casarme con una hija legitima – dijo esto mirando a Lathia – piénsalo linda – le guiño el ojo y luego se marchó junto a su padre.
 La Familia Silversun se quedó en ese lugar, en completo silencio, mientras Soulbringer y sirvientes se marchaban, ya cuando quedaron solo miembros de la familia, Theriel explotó en ira propinándole un gran golpe a Aelanar.
-          Esto fue un malgasto de dinero y tiempo – se pasó sus manos por su cabellera castaña y luego miró a la elfa que se estaba levantando – todo es tu culpa, ¡no debiste haber nacido!
Procedió a desquitarse, dándole todo tipo de golpes a la bastarda, Miridea y Lathia miraban con indiferencia, mientras Laener parecía deleitarse con la paliza que recibía su hermana, finalmente fue Ael quien intervino, pero solo lo hizo cuando la pequeña  había dejado de moverse.
-          Padre ya es suficiente – posó con suavidad su mano en el hombro de su progenitor – si le golpeas más, no existirá elixir ni conjuro que esconda las heridas.
-          No importa debería morirse – se preparaba para darle otro golpe.
-          Puede que no sirviera para unir lazos con los Soulbringer, pero esta basura aún puede sernos de utilidad, hay varias familias menores pero adineradas que me preguntaban por el estado de compromiso de Aelanar.
-          Llévatela de mi vista.
-          A ver bastarda – le tocó levemente con el pie, empujándola para ver si se movía – esta maldita me tocara cargarla – y tras decir eso, Ael tomó a Aelanar y la llevó entre sus brazos.
Mientras se alejaba podía escuchar como Lathia se negaba a casarse con un hombre tan patético y a su hermano Laener, pidiéndole a su padre que si podía participar cuando volviera a golpear a Aelanar.
-          Perdona no podía intervenir antes – dijo Ael mientras la dejaba con delicadeza sobre su cama.
-          Tranquilo, yo entiendo – respondió con voz quebrada la elfa.
Su hermano le acomodo con delicadeza el cabello dorado y luego suspiro triste.
-          Te conseguiré un buen esposo, en una familia donde no te maltraten, donde estés segura – tomó la mano de Aelanar y le dio un pequeño beso – debo irme, o comenzaran a hablar.
La elfa cerró los ojos, mientras su hermano se alejaba; al escuchar los pasos cada vez más distantes recordó en su memoria el momento en el cual su hermano había dejado de ser tan distante, aquel momento donde ella planeaba quitarse la vida, mientras gritaba  “Therioel pronto estaré a tu lado”; recordaba con un poco de alegría y tristeza como él le salvo la vida, ¿Qué habrá sido? ¿Por qué cambio su manera de ser? Ella nunca lo entendió y realmente poco le interesaba saber el porqué, solo le importaba que al final, ya no estaba tan sola.
Comprometerse no parecía una pesadilla para ella, si tenía suerte estaría con un príncipe azul, que la salvaría del infierno que era su día a día, tal y como pasaba en los cuentos que leía. No obstante Ael no logro cumplir su palabra, ya que antes de poder encontrarle una buena familia, Quel’thalas cayó ante la plaga.
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Aelanar Silversun (1/3)
Con el nacimiento de Laener, un pequeño elfo de cabello castaño, la familia Silversun daba por superada una crisis, que de haber estado mal manejada, hubiera sido un gran escándalo y habría dañado la reputación de todo su linaje.
-          ¡Es un Silversun! – Theriel, un elfo de cabello castaño, piel pálida y  patriarca de su linaje, dijo a los miembros presentes de la familia con alegría y cierto estoicismo – Esta sano y es un hermoso varón.
-          Qué bueno, otro hombre que pueda transmitir el linaje – respondió con ligero sarcasmo Ael, Segundo hijo de la familia, mientras movía su larga melena castaña con su mano y miraba a   Derina, su hermana mayor, mientras levantaba ligeramente su larga y estilizada ceja.
-          Lo importante es que es un Silversun – Derina giró su delgado rostro y con su índice derecho enredó un poco de su cabello castaño.
Detrás de ella estaba la causa del desastre que casi acaba con la reputación de la familia, allí tirada sobre un cojín durmiendo, estaba la pequeña Aelanar, de piel clara y cabello rubio.
5 años  atrás Miridea, Una elfa de hermosas facciones, deleitable cuerpo, cabellera castaña y esposa de Therael, se dirigió a una de las tantas fiestas a las que su reconocida familia era invitada, sin embargo, aquel día ella celebró sola, su esposo estaba cerrando un importante trato que le aseguraría acceso a un ruta más corta hacia las tierras humanas. En la celebración conoció a un elfo, de figura exquisita, mentón fuerte, mirada profunda y melena rubia, ¿su nombre?, ella nunca se molestó en preguntárselo, tras esa noche de pasión no lo volvió a ver.
-          ¡Eres una maldita!  - le gritó su esposo cuando la partera le informó que su tercer hijo, era una elfa de cabello rubio – ¡tú sal de aquí! – le indicó a la partera y esta obedeció de inmediato.
-          ¡No me grites! – le respondió con las pocas fuerzas que le quedaban mientras sostenía a la pequeña entre sus brazos – acaso crees que no se de tus jueguitos con las sirvientas.
-          Pero no las ando dejando embarazadas, sabes que pasara si se enteran que mi esposa ha dado luz a una bastarda – se quedó callado y la miró fijamente – tú y esa cría tuya se largaran y no volverán a pisar mi propiedad.
-          ¡ja! Crees que un divorcio no sería escandaloso, me imagino cuantos negocios perderías mientras tu reputación se destruye.
-          Que sugieres, acaso quieres que tome a esta bastarda como mi hija, solo pensarlo me revuelca el estómago.
-          Es normal que los bebes mueran en el parto – dijo la madre con voz fría, mientras observaba la rosada carita de la pequeña.
-          No seas estúpida, la partera vio que es una niña sana y fuerte, maldita sea – se cubrió los ojos mientras lloraba.
El contacto que Aelanar tenía con el mundo exterior fue incluso menor del que tenía con su padre, él se aseguró de encerrarla en los terrenos de la familia; la elfa mantenía en los jardines donde jugaba con sus mascotas o se dedicaba a leer algún libro que robaba temporalmente de la biblioteca de su padre.
La pequeña fue educada por algunos sirvientes, ya que a su familia solo la veía en el momento de comer.
La rutina era siempre la misma, el patriarca se sentaba en el final de la larga mesa, su esposa al lado y su primogénita al otro, los demás hermanos se ubicaban al lado dependiendo de su  orden de nacimiento, con el detalle de que Aelanar se sentaba de última.
-          Atención familia –intervino Miridea golpeando ligeramente una copa de cristal – pronto se nos unirá un nuevo miembro a nuestra familia.
-          ¡Otro Silversun! – exclamó con alegría el patriarca rompiendo ligeramente su compostura – estoy hay que celebrarlo, si, un banquete, Derina ayúdame a organizar este evento, Ael búscate un buen músico – luego giró su mirada a sus hijos menores –Laener, por favor no hagas un desastre como en la fiesta de lord Soulbringer y tu pequeña – con mirada fría y apagando un poco su tono de voz miró a la bastarda.
-          No salgó de mi habitación – su padre no le dirigió más la palabra y siguió organizando el evento con su primogénita.
La fiesta se celebró en los terrenos de la familia, cerca de la frontera del reino. Fue un completo éxito, los invitados no pararon de hablar de lo majestuosa que había sido, incluso lord Soulbringer , un elfo de alto linaje pero cada vez con más problemas económicos, le propuso a Theroel Silversun que si tenía un varón podían acordar un matrimonio para unir a las familias.  Para suerte del linaje Silversun, había nacido un varón, llamaron al elfo de cabello castaño Therinel.
Pasaron los años y la segunda guerra provocó que las rutas comerciales que usaba la familia Silversun desaparecieran, por lo cual el patriarca y sus hijos mayores marcharon para buscar nuevos socios.
Ese fue un periodo agradable para Aelanar, sin el Patriarca en casa Miridea debía tomar sus funciones, esto sumado a la ausencia de sus hermanos, le otorgo más libertad, incluso empezó a salir más allá de los terrenos de la familia, viajaba sobre su zancudo azul al cual llamo “Sr. Plumas brillantes” y estudiaba con cautela a los animales que habitaban el bosque.
Sin embargo su libertad terminó cuando la mayoría sirvientes empezó a dejar el terreno a causa de los rumores  de seres verdes y trolls acechando.
-          Es hora de que te vuelvas digna del apellido que portas – le dijo su madre, mientras le miraba con cierto desprecio – cuidaras a Therinel, te aseguraras de que coma, y no se haga daño – le colocó la mano en el hombro y apretó con fuerza, Aelanar no contestó, solo bajo la cabeza.
Lo que al principio le pareció una tarea incordiosa rápidamente se volvió en lo mejor de su vida, su hermanito a diferencia de los demás no la despreciaba, pronto encontró el afecto familiar que le faltaba; el pequeño también disfrutó la compañía de su hermana, que no paraba de consentirlo con dulces y juegos. Tanto fue el amor que ella tenía por su hermanito que no dudo en gastarse el poco dinero que tenía para regalarle un lince de peluche, en cuya etiqueta hizo bordar “Sr. Lince” y en letra más pequeña el nombre suyo y de su hermanito.
El paraíso acabó cuando los Amani atacaron la frontera, los sirvientes huyeron abandonando a los tres integrantes de la familia Silversun que seguían en su villa ahora en llamas, la madre presa del miedo huyó dejando solos a los dos hermanos.
Aelanar comprendió la situación por lo que había leído en sus libros, los trolls eran seres salvajes que hacían sacrificios y mataban inocentes, la pequeña entendió que debían huir y pero no escapó de su hogar hasta que encontró a su pequeño hermano, el cual estaba llorando con el peluche del lince entre sus brazos, el pequeño sonrió al ver a su hermana y le entrego aquel peluche, la elfa lo guardó rápidamente y sacó a su hermanito de allí.
Con gran velocidad huyeron sobre el “Sr. Plumas brillantes”, sin embargo pronto un hacha surgió de entre los arboles e impacto en el pequeño Therinel, derribándolo del animal, el zancudo caminó otros metros hasta que finalmente se detuvo, la pequeña se giró y observó a su hermano llorando en el suelo, con el hacha incrustada en su brazo y al lado de este un troll Amani, que se acercaba cada vez más al infante.
Aelanar quería halar las riendas y correr para recoger a su hermanito, pero aquella enorme figura ya estaba a su lado, la elfa no hizo nada, solo se quedó congelada mientras observó como el Troll retomaba su hacha y terminaba de manera brutal el trabajo.
Solo tras el cuarto golpe que le daba al cuerpo de su hermano, Aelanar le indicó a su zancudo que debían huir de allí.
Miridea le explicó muy claramente a su esposo lo que ocurrió, Aelanar se había llevado a Therinel, separándolo de ella, y al verse rodeada por trolls lo abandono para salvar su vida.
Ese día la pequeña sufrió la primera de las muchas palizas que le daría su padre, ese día fue el preludio de lo que le esperaba en los siguientes años.
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A warrior who rises every time she falls, Amornaldath Radiansun, seeks to be stronger to protect the only relative she has left.
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Hanyu Radiansun, is an orphan who found in the light the strength to move forward. 
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