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#prisonerofheaven
stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑨𝒏𝒊𝒎𝒖𝒔 — 𝟐𝟎𝟎𝟕 — 𝑷𝒕. 𝑰𝑰 } El sudor recorre con paciencia la piel de Lorraine. La muchacha tiene los ojos perdidos en algo que sólo ella puede ver. Los cables del Animus conectados a su sistema le permiten moverse a gusto y con comodidad, incluso cuando en sus recuerdos va escalando increíbles alturas, sujetándola al momento justo antes de dar contra el suelo. Con el pasar de los años, tanto Asesinos como Templarios han sabido hacer funcionar el Animus a escalas insospechadas, haciendo grandes avances y procurando un funcionamiento cuasi perfecto. Los datos que el Animus proporciona de un antepasado son relativamente básicos. Lo que uno aprende de cada persona con la que se entrena en la máquina es mucho más fructífero que lo que su propia sangre puede decir, todo está más allá del líquido rojo y el ADN que pueda contener. — Cuando acabe la misión, desconéctala. Por hoy ha sido suficiente, le pasará factura. La voz de John resuena en la sala por encima de los jadeos que suelta Maverick al caer de pie y rodar sobre su espalda. La desincronización es clave para el bienestar de usuario. Si se hace mal, los daños colaterales serán peores que si se hace con cuidado. Años les ha llevado entender eso, sobre todo a los Templarios que cuidan muy poco del bienestar de sus capturas por muy valiosas que sean. Cuando la desincronización comienza, Lorraine puede escuchar en su cabeza la voz de Rachel decirle que va a sacarla y que tiene que relajarse. Lo intenta, pero duele igual. Quiere pensar que será así hasta que se acostumbre. Es la segunda vez que entra en el Animus. Está en la cede entrenando hace tres semanas pero John no ha querido que se conectara en la máquina hasta no estar seguro de que sabría todo lo importante. — Lo has hecho muy bien —le dice Rachel ayudándola a desconectar todo aquello, sonriéndole—. Pero estará bien por unos días. No queremos que te sobrecargues. — Gracias —dice, devolviéndole la sonrisa—. ¿Dónde está John? Descolocada, Rachel mira a su alrededor y se da cuenta de que el hombre ha vuelto a desaparecer. Suspira y niega con la cabeza. — Debe de estar esperándote para dejarte en casa. Pero primero ve a ducharte, lo necesitas. Lorraine no lo duda. Se encamina a las duchas mientras piensa en todo lo que ha visto... vivido. Aún no está segura de cómo referirse a eso. La primera noche luego de haber estado en el Animus apenas pudo dormir, maravillada como estaba de las sensaciones y las vivencias de hacia horas antes. Ahora, agotada, le apetece más que nunca echarse a dormir un rato, saturada su cabeza de información. Además, le espera una hora de viaje de vuelta a casa en el coche con John haciéndole preguntas y cerciorándose de que está bien y no ha sufrido un colapso mental. El agua caliente, el vapor y el silencio de las duchas se agradece. Hay gente viviendo en la cede, pocos, pero los hay. Les sale mejor que coger un piso y tener deudas. Tienen allí todas las comodidades, todos pueden disfrutar de ellas. Lorraine, de momento, no necesita más que las duchas y las salas de comedor. Al salir y envolverse con la toalla, Lorraine busca otra para poder envolver su cabello. De pie frente al espejo, primero pasa la tela para quitar lo empañado y se queda de piedra al ver su reflejo. Bueno, no... No es su reflejo. No el que debería ser. Reconoce en otro reflejo los ojos grandes y claros y la piel pálida. Los labios gruesos y la mirada de estupefacción. Se le eriza la piel cuando levanta el brazo y ve que esas manos no son las suyas, no en el espejo. Toca el cristal y retira el dedo como si le hubiese dado corriente eléctrica. — Es uno de los efectos secundarios de usar el Animus. John está parado en la puerta y Lorraine sabe que debería sacarlo de allí porque bajo la toalla está desnuda, pero no entiende cómo es que, al volver a mirar su reflejo luego de ver a John, ahora sí es ella. — Tendrás visiones, te asaltarán fantasmas, verás cosas que no existen más que en una memoria que no es tuya. A veces, perderás el sentido de la realidad y actuarás como otra persona... O tal vez no. Tal vez no sea tan extremo, no es siempre igual en todo el mundo. Lorraine lleva sus ojos hasta John, ahora preocupada. Frunce el ceño intentando dar con la manera correcta de preguntar aquello que ronda su mente, no quiere que él piense que tiene miedo y que va a echarse atrás por cada cosa extraña que le pase al formar parte de la Orden. — ¿Cora me consumirá? John sonríe y niega. — No creo que sea posible que nadie te consuma, Lorraine. Nadie podrá sacarte de tu cabeza. Tú tranquila.
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harperbooks · 6 years
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Internationally acclaimed, New York Times bestselling author Carlos Ruiz Zafon is back with the thrilling final volume in the epic Cemetery of Forgotten Books series. In #TheLabyrinthoftheSpirits, investigator Alicia Gris and her partner uncover the dark history of Franco’s Spain. With the discovery of a rare book and following the trail of writers, the two uncover a tangled web of kidnappings and murders which put their own lives in peril. Who doesn’t love a good mystery that centers in a world of books?? Look for it in bookstores 9/18! 📚 📚 #carlosruizzafon #cemeteryofforgottenbooks #shadowofthewind #prisonerofheaven #angelsgame #historicalthriller #mystery #booksaboutbooks #thriller #spain #barcelona #bookstagram #igbooks https://www.instagram.com/p/BmOwpMpB-sv/?utm_source=ig_tumblr_share&igshid=wj56mpdcfmcn
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"Historic. Every time that man speaks, the history of Western thought undergoes a Copernican revolution."
- The award for Literary Burn of the Week goes to.........Carlos Ruiz Zafón!
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nenaaiken · 11 years
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What I'm reading. #zafon #prisonerofheaven #reading #books #cryingontrains
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ . — 𝟐𝟎𝟏𝟐 }
El coche avanza por la carretera que bordea la playa. No están tan lejos de la ciudad pero el cambio es radical. El aire entra por las ventanas abiertas al igual que el sol, y remueve el cabello de Lorraine. Ella conduce con la vista fija en la carretera, tarareando en voz baja las partes que se sabe de la canción que suena en la radio. 
Apenas han hablado desde que salieron de la sede, pero nota a Will mucho más relajado. Al menos ha dejado de mirar por los espejos y de darse la vuelta para ver si los seguían. El ambiente se ha relajado por lo que Lorraine mantiene una sonrisa tranquila en el rostro. 
— ¿Me dirás ya dónde vamos? No quiero estar mucho tiempo fuera, no me has dejado traer a mis hermanos. 
A Will no le gustan las sorpresas. No hace falta que se lo diga, lo nota en el tono de su voz al recriminarle su negativa a llevar consigo a los más pequeños. Ha considerado que, ya que estarían fuera poco rato, no hacía falta movilizarlos a los tres. Además, necesita la opinión de William y si él se niega a hacer lo que ella propone no quiere que los niños se angustien. 
— Vale, bien —accede soltando unas risas y bajando el volumen de la música un poco—. Hace varios días que no nos veíamos y he pensado que te sentaría bien salir de la sede un poco. ¿Recuerdas que te he dicho que te buscaría un sitio donde estar con más calma? Pues se me ha ocurrido que les gustaría pasar unos días en algún lugar lejos, que les permitiera relajarse. Charlie y Steve dijeron la otra vez que echaban de menos las vacaciones en la playa, así que he conseguido una bonita casa en la costa. Necesito vacaciones y ustedes necesitan despejar la cabeza. 
Will se queda callado un momento, mirando a Lorraine como si se hubiese vuelto loca. Cuando ella se percata de su gesto, busca un sitio donde aparcar y apaga el motor, dejando las llaves en el sitio. Se vuelve y pone sobre su cabeza las gafas de sol para poder mirar a Will con claridad. 
— Solo quiero que veas el sitio. No quería que tus hermanos vinieran porque si me dices que no, será ilusionarlos en vano. Te lo he dicho, Will. Se hará lo que tú quieras antes de lo que cualquiera pueda decirte, pero me ha parecido...
— Es buena idea —dice, cortándola—. Tienes razón, les vendrá bien distraerse. Es raro para ellos el nuevo ambiente, aunque no se sienten tan inseguros como en el otro sitio... 
Lorraine sonríe una vez más y apoya la cabeza en el soporte del asiento y suspira luego de tomar una respiración profunda.
— Te mostraré el sitio. Es una de las casas de refugio de la Orden, aunque envían gente de otros países. Ahora está vacía y yo me quedaré con ustedes. Serán pocos días, las cosas se están volviendo complicadas y tengo que regresar pronto. Si te gusta, volveremos a por los chicos y pasaremos allí la semana. Todo irá bien, lo prometo. 
Luego de un momento de duda, Will asiente con un poco más de convicción y busca las gafas de sol que Lorraine le ha dado al salir y no ha querido ponerse. Es él el que sube la música de la radio otra vez. Lorraine se vuelve a acomodar, arranca una vez más y se coloca las gafas correctamente antes de retomar la marcha y seguir el ritmo de la canción con la cabeza.
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stories-of-lorraine · 3 years
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La Hermandad de Asesinos se rige por ciertas normas y el credo sagrado. Convecidos de que la humanidad es capaz de alcanzar la paz y que no necesitan de un motor de cierto régimen dictatorial para lograrlo, valoran la educación de sus activos por sobre todas las cosas. Que un miembro comprenda, acepte y se rija por lo aprendido, la sabiduría de sus superiores es imprescindible.
Así, existieron y existen Asesinos capaces de escalar en un rango dentro de la Orden, en base a sus habilidades y características que les hacen sobresalir por encima del resto, y su sapiencia que les otorga un grado determinante dentro de la organización. Los rangos dentro de la Orden han variado en demasía conforme han pasado los años y las luchas contra Abstergo fueron en mayor o en menor medida catastróficas. Lo más claro es que cada país tiene una sede principal y cada sede posee dos o más oficinas repartidas por el territorio que les corresponde.
Actualmente, y luego de muchos cambios, la Orden de Asesinos está encabezada a nivel Mundial por un único Mentor. Cada sede, cada rama de la orden en cada país posee un Líder, cuyo consejo está formado por Mentores en menor rango y Maestros Asesinos. 
Declan Smith lleva siendo Líder de la Hemandad británica desde 1982. Su mano derecha, Edward, lleva en la Orden más años de los que cualquiera puede contar; ha dejado de participar en las misiones dada su avanzada edad y al hacerlo le han concedido el rango de Gran Maestre. Smith es, con mucho, más joven que el Maestre, pero sigue siendo mayor que sus Mentores. 
A Lorraine se le cierra el estómago y la comida le sabe mal cuando ve pasar a todo el consejo a su lado de camino al frente de todas las mesas del comedor común. Hace una mueca de asco y deja el sandwich en el plato, empujándolo lejos porque el olor a huevos revueltos y bacon le dan náuseas. 
John, frente a ella, tiene una fuerza que Lorraine sabe que nunca encontrará en sí misma. Él es capaz de mirar a Smith, aún malherido, y a los hombres que lo rodean. Es capaz de mantener la mirada al frente cuando el Líder comienza a hablar y les comunica la tan penosa noticia que a Lorraine le quita las ganas de seguir allí sentada y que aviva al resto con furia contenida. 
El Gran Maestre ha muerto.
[+] En este escrito se han tomado licencias de autor. Dada la información compleja que se encuentra referente al rango en la orden, el usuario ha decidido plasmarlo, dentro de términos conocidos y cierta coherencia, a gusto propio.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟐 }
Lorraine hace un gesto de dolor y da un respingo en su lugar encima de la camilla. Han sido de los primeros en alcanzar la sede y, aunque no quiere decirlo, no se siente del todo segura incluso allí. Una parte de su cabeza sigue esperando constantemente una nueva explosión, por lo que se la ve alterada y salta cuando alguien entra en la habitación con demasiada brusquedad. 
— Calma, Lorraine, todo está bien aquí. 
John en la cama de al lado tiene los ojos cerrados pero puede escucharla moverse una y otra vez. Lorraine no puede estar calmada, ¿cómo es capaz de pedirle eso? Han salido corriendo, vivos de milagro, y a saber cuántos heridos hay además de ellos... Y cuántos muertos. 
Poco a poco, la enfermería comienza a llenarse y para dar un poco de privacidad y fomentar la calma, los médicos y enfermeras comienzan a separar las camas con altos biombos de tela. Lorraine impide que la separen de John ya que no quiere perderle de vista. 
— Ni se te ocurra dormirte —le recuerda, ansiosa. Todavía habla más alto de lo usual. Sigue aturdida. 
Él sonríe, divertido al escucharla.
— Si no dejas de chillar cada vez que hablas, imposible dormirme, Maverick. Tú sigue hablando. 
Si pudiese concentrarse lo suficiente, Lorraine se ofendería. Pero el cansancio ha llegado a su cuerpo en tanto le han administrado una dosis de calmantes para poder examinarla y ahora lo único que es capaz de hacer es dejarse caer en la camilla otra vez. Tiene la boca pastosa, es algo que le molesta y siente los ojos pesados. 
En medio de esa confusión que precede a la pérdida de conocimiento, escucha a John moverse en la cama y cuando gira el rostro en su dirección puede verlo mover la cortina que le separa de su vecino y le deja ver la entrada a la enfermería. 
— ¿Qué es, John? —cuestiona Lorraine, intentando incorporarse pero sin lograrlo. 
— Han llegado —dice en susurros, sin despegar la mirada de lo que pasa fuera—. Lorraine, no tiene buena pinta... Ninguno tiene buena pinta.
— ¿Qué? ¿Quiénes han llegado? ¿Quiénes no tienen buena pinta? Eres pésimo para explicar nada —suelta fastidiada. 
Le cuesta mantener los ojos abiertos, por lo que ya no intenta abrirlos, pero sigue escuchando a John hablar. No es capaz de abrir los labios para responder, está demasiado cansada. Pero sí lo escucha, quiere decirle que lo está escuchando. 
— El Líder, Lorraine. Y el Gran Maestre.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟐 }
A veces no hay otra opción que retirarse. 
Los oídos le pitan y es John el que la encuentra y hace que se levante. Lorraine estira la mano para tocar la herida que tiene su amigo en lo alto de la frente. Sangra y sus dedos se llenan del líquido espeso y rojo. Quiere decirle que se detenga un momento, que está herido, que no puede oír bien lo que dice y que es difícil respirar con el humo y el polvo. Pero John la empuja y la obliga a caminar delante de él. 
Lorraine se esfuerza por poner un pie delante del otro y no tropezar con los escombros y la misma gente que corre despavorida. Sus oídos vuelven poco a poco a la normalidad y el ruido le resulta atronador. Lleva sus manos a las orejas y alcanza una puerta medio chamuscada por la que entra a un pasillo. La gente corre en una dirección pero Lorraine está segura que la salida de emergencias es hacia el otro lado. 
Poco a poco vuelve a ser consciente de lo que ha sucedido. 
Se había programado para ese día en la mañana una reunión con diferentes líderes de las sedes europeas y muchos activos de la Orden habían sido enviados a Londres con el propósito de informarse y formarse durante unos cuantos días. No eran más de ochenta personas, incluso menos, pero se trataba de personas muy activas e importantes en sus respectivas sedes. 
Nadie fue consciente de nada de lo que pasaría hasta que la primer bomba estalló, volando en pedazos la cristalera por la que entraba la luz del día y frente a la que el líder de su hermandad daba el discurso de bienvenida. Recuerda a John a su lado y a una chica más joven que ella al otro. Recuerda que ella le sonrió un segundo antes de que todo se volviera en caos.  
Apresurado, es John el que da con la salida y empuja la puerta hacia la calle. Está alerta y Lorraine intenta cubrirle la espalda como siempre han hecho. Ahora, dentro y fuera es lo mismo. Da igual dónde estén porque está claro que son el blanco. Por los alrededores y mientras buscan el coche, se cruzan con gente que corre de un lado para el otro y Lorraine puede escuchar las sirenas de los bomberos acercarse con rapidez. 
No se relajan ni cuando llegan al coche y se sientan dentro luego de haber revisado los posibles sitios donde colocar explosivos. Al final les gana el instinto de supervivencia y necesitan salir de allí cuanto antes. John no ha dejado de sangrar y Lorraine ve que tiene la mitad de la cara manchada. Se pregunta si está con condiciones de conducir pero a ella le da vueltas la cabeza y concluye que da igual quién conduzca si los dos están igual de malheridos. 
— ¿Qué coño ha pasado ahí, John? —dice con la voz ahogada y chillando un poco. Aún está algo sorda.
— No lo sé, pero nos han vendido —él también grita.
Ninguno de los dos dice nada más el resto del camino. Sus palabras quedan flotando en el aire como el polvo del edificio derruido que dejan a sus espaldas metro a metro.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟐 }
Lorraine vuelve a la sede cuando las festividades han pasado. Casi un mes luego de haber rescatado a los últimos prisioneros de Abstergo, se deja caer por el hospital para visitar a William y sus hermanos.
Nunca le han gustado los hospitales, clínicas ni sitios del estilo. Odia el olor a desinfectante, la palidez en particular que parece asentarse sobre la piel de cada persona allí metida y le da la sensación de que, independientemente de cómo te sientas realmente, todo empeora si tienes que quedarte en una habitación blanca que le sabe a claustrofobia. 
Camina con pasos tranquilos y con las manos en los bolsillos hasta alcanzar la habitación en la que Steve y Charlie duermen la siesta. Sonríe ligeramente al verlos y echa un vistazo en los informes médicos. Entiende menos de la mitad de las cosas, pero parecen bien, nada pone allí que sea particularmente alarmante. 
Alza la mano para golpear con los nudillos la siguiente puerta medio abierta. William, sentado en la cama, sostiene un libro olvidado entre las manos y tiene la vista perdida en la ventana. Se pregunta qué estará viendo porque la condenada entrada de luz parece de mentira, tras los cristales texturizados que no dejan ver fuera con ninguna claridad. Cuando escucha el ruido de la puerta, se vuelve a mirarla y Lorraine nota la rigidez que toma el cuerpo del chico de forma casi inmediata. No sabe quién es, por lo que Lorraine mantiene la mano en alto a modo de saludo. 
— Mi nombre es Lorraine. ¿Puedo entrar? 
El muchacho entrecierra los ojos y la mira con desconfianza. 
— ¿Eres médico? ¿Una enfermera? ¿Una psicóloga? 
— No, no soy nada de eso. Fui con el equipo de rescate para sacarlos a ti y a tus hermanos de aquel sitio. Quería hablar contigo un momento. 
— ¿De qué? Ya les he dicho a esos hombres todo lo que sabía, no puedo ayudarlos más. 
— No quiero que me ayudes en nada, Will. Quiero ayudarte yo. 
Lorraine toma el silencio que sigue a su última frase como una invitación. Como William sigue tenso, da unos pocos pasos hasta el sofá que descansa junto al intento de ventana que él miraba antes. Cruza las piernas y se acomoda tranquilamente. Quiere darle tiempo por si prefiere sacarla de allí, pero como no dice nada, se queda y lo mira de nuevo. 
— Como dije, mi nombre es Lorraine —comienza, entrelazando los dedos de sus manos sobre la rodilla—. Por si no te lo han dicho, estás en el hospital de la Orden de Asesinos en la sede de Londres. Con ustedes tres, hemos rescatado a otras nueve personas, que descansan en este mismo piso. No te preguntaré sobre lo que has pasado, podrás contarme de ello si lo deseas, no estoy interesada en eso ahora mismo. Has visto a tus hermanos, ¿cierto? 
William tiene los ojos enrojecidos. La mira con la misma expresión que reconoce en otras personas, tal vez incluso en ella misma. Le han hecho daño mucho más allá de lo que cualquiera pudiera entender y no va a pasarlo bien. Ha visto a muchos como él, por lo que mide sus palabras y le da su espacio. 
— Sí, he estado con ellos hasta que se durmieron. La enfermera me dijo que era mejor que volviese a recostarme, dicen que necesito reposo, pero no quiero dormir. Tampoco quiero estar en la cama, pero no me dejan pasear por el hospital. Llevo demasiado tiempo encerrado entre cuatro paredes y no me apetece estar acostado. 
— ¿Cómo los has visto? ¿Cómo los has sentido? 
— Bien, creo. Están mejor que yo y eso es lo que importa. 
— Tienes razón —asiente Lorraine con una sonrisa en los labios.��
— ¿Usted tiene hermanos? 
— Una. Brianna. Pero no está metida en todo este lío, a mi madre le alcanza con una suicida en potencia —bromea. 
Will sonríe a su pesar y Lorraine ve como sus ojos se llenan de lágrimas que se esfuerza por no soltar. En cambio, sorbe por la nariz y pasa la mano allí mismo, secando el agüilla que moja el labio superior. Desvía la mirada hacia la pared junto a la puerta, a la derecha. 
— Dijo que quería ayudarme. ¿Cómo? —dice él con la voz ligeramente ronca. 
Lorraine se inclina hacia delante y abre las piernas, apoyando los cojos en las rodillas, un gesto que ha adoptado de John. Relaja el gesto y deja de ser esa persona a la defensiva, algo orgullosa y ligeramente vanidosa para dar paso a esa parte de sí misma que considera una debilidad. Siente pena por todo lo que ha perdido, pero no le deja ver eso. No siente compasión, pero su mirada es amable y su rostro está desprovisto de toda burla o intención. 
— Mira, Will, estoy aquí porque sé que va a ser difícil. No me malinterpretes —le ataja levantando las manos para interrumpir lo que el chico va a soltar—. No estoy diciendo que entiendo lo que sientes. No lo hago, desde luego. Todos aquí estamos por un motivo u otro y todos lo sufrimos de una forma u otra —toma aire y suspira con pesadez—. Será difícil porque siempre lo es. Y me interesa estar aquí mientras pases por eso. Estaré aquí si necesitas hablar y aunque no lo necesites. Estaré aquí pase lo que pase y decidas lo que decidas. Pretendo ayudarte con tus hermanos y tengo la esperanza de que encuentren la paz que se merecen. Pero allí fuera habrá gente que siempre querrá dar con ustedes y tengo la forma de ayudarte con eso. 
Will frunce el ceño y se cruza de brazos. 
— ¿Cómo? —repite cortante. 
— Puedes unirte a nosotros y evitar que te pase a ti, a tus hermanos y a cualquiera que sea necesario para ellos lo que les pasó a ustedes y a otro centenar de personas. Puedes unirte a nosotros y me encargaré especialmente de que aprendas a lidiar con toda esta nueva situación. O puedes no hacerlo. Decidas lo que decidas, la orden procurará un lugar seguro para ti y tus hermanos, lejos de aquí si así lo quieres. Podrán volver al colegio y al instituto, estudiar o trabajar. No les faltará de nada cualquiera sea tu decisión. 
— ¿Cómo sé que puedo confiar en ustedes? Abstergo nos dijo lo mismo apenas llegamos. Uno de sus médicos intentó hacerse el bueno con nosotros y luego, de pronto y sin venir a cuento, mi familia ya no estaba. ¿Cómo sé que no me harán lo mismo? ¿Cómo sé que no dañarán a Steve y Charlie? 
Lorraine hace un gesto con la boca y vuelve a suspirar. La confianza es algo que se gana con el tiempo en la mayoría de los casos. En otros, pocos, es más fácil. A esos casos, se les menciona como almas gemelas, excusándose en una conexión particular para referirse a la facilidad de poner las manos en el fuego por alguien que no sabes de dónde salió, quién es o qué piensa. A Lorraine no le ha pasado muchas veces, pero desde que se unió a la Orden han pasado ya años, y ha aprendido a no estar a la defensiva. Ahora, podría decirse, es un poco más positiva. 
— No puedo pedirte que confíes en mi, Will. Eso lo decidirás tú. No tengo forma de demostrarte mis promesas más que haciendo cosas que te creen una sensación de seguridad y eso llevará tiempo. Y lo entiendo. Yo te tiendo la mano, tú decides para qué. De momento lo único que puedo prometerte es sacarte de aquí más pronto que tarde y mostrarte de lo que hablo —musita Lorraine fijando la mirada en la del chico—. Piénsalo, ¿sí? Volveré en unos días. La enfermera tiene mi número si necesitas hablar conmigo antes. Sea lo que sea, estará bien.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 }
A finales de año, se produce la última redada que Lorraine lidera hasta nuevo aviso. John no la pierde de vista, se mantiene con ella en todo momento y es capaz de prestar atención a su amiga y a la situación que le rodea a la vez. Juntos llevan la misión a buen punto y recuperan de manos de Abstergo a una docena de personas.
Se trata de cinco mujeres de entre veinte y cuarenta años, cuatro hombres dentro del mismo rango de edad, dos niños y un adolescente. Sus nombres Lorraine no los recuerda, siempre ha sido mala para recordarlos. Se trata de rescatarlos y ellos lo necesitaban urgentemente.
El traslado al hospital de la sede es algo caótico. La mayor parte de los adultos han perdido casi toda facultad para desenvolverse, algunos no son capaces de reaccionar a nada o nadie ni andar por cuenta propia. Llegan a destino tal como han salido de su encierro: en un profundo estado catatónico, rozando la locura con las yemas de los dedos.
Lorraine se asegura de que las doce personas sean atendidas de inmediato, que les asignen una habitación a cada uno y luego se aproxima a las habitaciones donde los niños son atendidos. Son pequeños de cinco y seis años. Hermanos. El que le pareció un adolescente, en realidad supera los dieciocho años y es el hermano mayor de los otros dos. El médico a cargo le explica que solo han quedado ellos de una familia original de siete personas. Abstergo se llevó, el día que les secuestraron, a los cinco niños y a los dos padres.
 — No quieren hablar. Los niños apenas saben nada y el mayor ha colapsado cuando una de las enfermeras ha intentado tomar una muestra de sangre. Le inyectaron calmantes y ahora duerme. No los han tratado bien, Lorraine.
 La muchacha tuerce el gesto y se deja caer sobre el marco de la puerta abierta. Han decidido poner juntos a los más pequeños y al otro chico por separado debido a su ataque. Lo han colocado en la habitación de junto a sus hermanos y Lorraine lo mira respirar con calma cubierto de mantas blancas.
 — ¿Saben sus nombres? —pregunta con el ceño fruncido.
 — El pequeño de cinco se llama Steven, el de seis ha pedido que le digamos Charlie y el mayor se llama William, le dicen Will.
Lorraine mira a John un momento y su amigo le sonríe ligeramente, con cierta melancolía. Will.
— Tal vez sea el destino —aventura Lorraine, apartando la mirada hacia el muchacho en la cama—. Suena tonto, pero es creer o reventar. ¿Estarán bien? —vuelve a preguntar al médico.
— Las doce personas han pasado por sesiones del Animus de Abstergo. Cuando supieron que las redadas estaban pasando, vimos en los rescatados que las marcas y las secuelas eran cada vez peores, por lo que pensamos que aumentaron las sesiones con la intención de encontrar información con mayor rapidez, o bien han modificado el sistema para que fuera más efectivo en el acceso a los recuerdos pero siendo terrible para el usuario —explica aquello con calma y en voz baja—. Algunos se recuperarán con el tiempo, de otros no estoy seguro. Los más pequeños están bien, tienen pocas marcas aunque eso físicamente hablando. A nivel mental, emocional, lo dirá el psicólogo cuando hable con ellos. Will, en cambio, ha sufrido mucho por el Animus. El haber atacado a las enfermeras y la lucha que generó por un simple pinchazo no da buenas señales, pero tengo la esperanza de que se recupere. Llevará su tiempo, nada más.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 } Explicarle a alguien que ves cosas que ellos no pueden es y siempre ha sido una muestra de valentía. Lorraine, a pesar de haber crecido con su madre en las mismas condiciones, no tiene esa valentía. No se siente cómoda intentando hacerle entender a una persona que no está loca, que no sueña despierta, que no se trata de pesadillas ni de sus imaginaciones. No se le da bien explicarse, tampoco es buena controlando el temblor que le da cuando intenta ser abierta con las personas. John la ve sentada en el banco, moviendo las piernas incapaz de detenerse, temblando ligeramente de pies a cabeza. Cuando coloca la mano en su hombro la retira de inmediato al sentir la piel fría bajo la leve capa de sudor que poco tiene ahora que ver con el ejercicio. La chica no lo mira a él. Se mira las manos con los nudillos en carne viva incluso con las vendas. John le da su espacio. Quiere que hable cuando ella esté lista. Lorraine no estará lista, y más pronto que tarde, recuerda que da igual cómo lo suelte, será chocante lo diga como lo diga. — Puedo ver fantasmas, John. Lo dice muy bajo, como si hablase para ella misma. John tampoco la mira. Se ha acomodado junto a ella, con las piernas abiertas y los codos descansando encima. Observa sus propios zapatos y la forma en que la tela del abrigo cae a los lados de sus piernas. — Y has visto algo. No cambia el tono de su voz. No está sorprendido ni se muestra escéptico. Lorraine frunce el ceño y se anima a levantar la mirada hacia su rostro. John no la mira y agradece el ver que su gesto tampoco se ha alterado. — Me es difícil manejar la situación cuando hay espíritus rondándome. Pero... En el primer centro al que fuimos... Había algo más allí. Y tengo la sensación de que... Está ahí... Esperando. No sé cómo manejarlo, John. Y eso me tiene histérica. En silencio, John mueve su mano hasta tomar la de ella. Sigue fría. Aprieta allí con cariño y asiente. No lo comprende, no, y se lamenta por no poder darle una solución, ayudarla. Le cree, obviamente. Lorraine no se pondría de aquel modo si le estuviese mintiendo, además de que ella no lo hace con él. — Entonces estaré contigo aunque no pueda hacer nada. No hace falta que te cierres en banda.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 } Los golpes en el saco de boxeo llenan la sala vacía a las cuatro de la madrugada. La sede vive llena de gente, pero en aquel horario, todos desaparecen en aquellos rincones donde las personas no pueden verlos y se permiten a si mismos ahogarse en las miserias que les carcomen durante todo el día, mientras tienen que hacer un trabajo que creen que les ayuda a sanar. Lorraine golpea con las manos vendadas una, dos, tres... diez veces y se detiene. El cabello se le pega al cuello por el sudor y las vendas en las manos están mojadas de tanto secarse la frente. Lleva ahí más horas de las que recuerda. Últimamente hace todo en modo automático y no es capaz de recordar cosas simples como lo que ha almorzado, si lo ha hecho, o qué ha visto de camino al edificio de la sede desde casa esa mañana. Concentrada como está en dar el golpe correcto para no lastimarse más de lo que ya está, no escucha la puerta abrirse ni tampoco los pasos que se acercan a ella con calma. John es sonámbulo por elección. Es capaz de sobrevivir durante un tiempo exagerado con apenas dos o tres horas de sueño cada tantos días, así que no le sorprende que esté allí. Piensa más de la cuenta, como Lorraine. Por eso se llevan bien. La conoce lo suficiente como para saber que no se encuentra a gusto en su propia cabeza y por eso se está dejando la piel de los nudillos en aquel saco gastado. Y lo ha dejado estar durante lo que considera un tiempo normal. Pero ahora necesita que vuelva a centrarse del todo. Llevan muchas misiones de lo que han llamado 'rescate'. Cada una se ha complicado de una forma u otra, pero, tal como John había predicho, Lorraine lo ha sabido llevar bien y pocas veces han sido misiones fallidas o las bajas producidas. Es una mujer que logra hacerse a la situación, piensa con frialdad y sigue un camino pautado. Funciona bajo presión. Pero no en este caso. — Ya detente, Lorraine. — Deberías irte a dormir, John. Los siguientes dos puñetazos se detienen en las manos de John que se interpone entre Lorraine y su objetivo y evita que se mueva o lo mueva a él del sitio. — Tienes que parar —insiste. — Y tú tienes que dormir —replica, tozuda. Se miran fijamente unos momentos y Lorraine sabe que si hay alguien más terco que ella ese es John y de nada servirá luchar, no la soltará y no dejará que siga entrenando. Pone los ojos en blanco y se suelta de un tirón de su agarre. Se aleja dándole la espalda y quitándose el cabello de la cara, molesta. — Dime qué haces aquí a esta hora, Lorraine. Ella se sienta en los bancos que hay junto a las paredes y toma la toalla gris para secarse la cara y el cuello. Lo ignora porque no quiere hablar del tema. Lorraine es una persona cerrada para muchas cosas que solo ella considera importantes. No es justo, hay gente en su vida que es capaz de comprenderla a la perfección, pero ella no les da esa chance. John es una de esas personas. — No quiero hablar de esto, John. No ahora. Salirse por la tangente es lo que suele funcionarle. No esta vez. — Estás así desde el primer rescate. Lorraine intenta con todas sus fuerzas que su gesto no cambie, que nada en ella varíe. Se ha preocupado tanto por aquel asunto que su vida ha dado un vuelco enorme y todavía no comprende bien cómo es que ha estado trabajando con resultados favorables teniendo el caos mental que tiene. Pero John sí lo sabe. Él siempre lo sabe. Se sienta a su lado sin apenas mirarla, pensando con cuidado las palabras que salen por su boca. — ¿Quieres hablar de lo que ha sucedido allí dentro? Le da opciones. Siempre le da la libertad de negarse a cualquier cosa que él pida o proponga. — No lo entenderías. No me apetece arruinar tu medio buena visión de mi. John sonríe y la empuja con el codo, de modo que Lorraine se balancea de un lado al otro unos segundos. — Prueba a ver.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 } Está habituada a ellos. Casi siempre puede ignorarlos y eso, aunque no lo diga, le produce un alivio sin precedentes. La hace sentirse normal, aunque Lorraine siempre supo que ella no era, es ni será normal. Unas veces es más fácil que otras. Unas veces simplemente se trata de desviar la mirada. En aquellas ocasiones, ni uno ni otro quieren ser notados, están bien con ese pacto silencioso de hacer como si el otro no existiese. Muchos son los casos. Otras veces, no es así. Esas son las veces en que Lorraine descarrila. Ella tiene una línea firme aunque delgada por donde transita rigurosamente. Ellos son los que la empujan lejos y la hacen caer. Hasta que ellos no lo deciden, Lorraine no se levanta, así es como funciona. Almas, entes, espíritus, fantasmas, personas con cosas por resolver. Les llames como les llames, ellos, la mayor parte del tiempo, no saben lo que son y se acercan a la luz que les permite aclararse un poco en aquel estado de permanencia. La luz es Lorraine. Ella siempre pudo verlos, escucharlos, presentirlos... Comprenderlos. Sufre con cada uno de ellos. Llora, ríe, tiembla, se tambalea. Es su forma de comunicarse. Ha habido muchos en su vida, pero nunca, nunca, nunca había visto un crío. No los había sentido o escuchado. Jamás. Es raro, pero si se pone a pensarlo, tiene sentido. La inocencia de un niño les permite transitar entre la vida y la muerte con una facilidad que los adultos, al haber crecido, carecen. Lorraine supone que es más fácil que ellos se dejen llevar por lo que sea que les arrastra al plano en el que ella ya no es capaz de seguirlos. El pequeñajo que la mira desde el otro extremo del pasillo tiene los ojos brillosos, grandes, de pestañas larguísimas. La mira en silencio y Lorraine puede ver, en sus pequeños brazos, trazadas en la piel blanquecina, oscuras marcas que suben hasta sus hombros, desaparecen bajo la ropa de hospital que lleva encima, y continúan hasta la sien. La sensación que le transmite la deja clavada en el suelo. Lo mira fijamente y deja de prestar atención a cualquier cosa. Ya no se acuerda de la misión. Del equipo que espera sus órdenes o de John que se detiene algunos metros más adelante de ella al ver que ya no lo sigue. — ¿Lorraine? ¿Qué pasa? Al volver a su lado, él no puede ver al niño. Lleva la mano izquierda a su codo, intentado obligarla a moverse, pero no hay forma. — ¿Qué pasa, Lorraine? Venga, vamos, no hay tiempo que perder. Lorraine no lo mira, no quita la mirada del niño que empieza a temblar ligeramente. — John... ¿Puedes ver eso? John vuelve a mirar el pasillo vacío. Enfoca la vista, pero allí no hay nada. Todo en aquel sitio parece un hospital. El poco sentido de la decoración de Abstergo. — ¿Qué cosa? ¿Escuchas algo? El niño reacciona a la voz de John levantando la mano y apuntando hacia la espalda de los asesinos. Lorraine no quiere ver lo que tiene a su espalda, la nuca empieza a cosquillearle, así que no puede ser nada bueno. Pero el niño insiste y ella no puede evitar que la curiosidad la invada. Voltea despacio, midiendo cada pequeño movimiento. Allí, al fondo de un largo pasillo de unos cuatro o cinco metros, un grupo de personas les observan en silencio. Lorraine nota que están todos descalzos, que llevan las mismas marcas que el niño, a quien ve pasar junto a ella en un silencio sepulcral. John se mueve a la par y, al notarla nerviosa, coge su mano entre las de él e intenta interponerse entre lo que sea que está viendo y ella para captar su mirada. Es inútil. Alguien destaca en aquel grupo de moribundos. Un hombre con un impecable traje blanco, zapatos de charol fuera de época y un sombrero cuya ala esconde la mirad de su rostro. Puede verle sonreír y aquel gesto le pone la piel de gallina incluso cuando es una sonrisa bonita y cordial. — Lorraine, ¿me oyes? Venga, va, no podemos quedarnos aquí. La voz de John proviene de un sitio muy lejano y Lorraine lo escucha pero no es capaz de comprender del todo lo que le dice. Con la mirada encajada en el pulcro hombre trajeado, sus manos se vuelven frías y la respiración se le agita. Está completamente espantada ante lo que ve. Cuando el hombre da el primer paso, se coloca justo delante de las personas descalzas. Lorraine se tensa en los brazos de John y abre los ojos desmesuradamente. John intenta voltear a ver, pero Lorraine le coge el mentón con los dedos, manteniendo su rostro al contrario de la imagen. Está casi segura de que podría verlos ahora si él se girase. Cuando el hombre da el segundo paso, todos se mueven con él y aquello acaba por hacerla entrar en pánico y echa a correr. — ¡Lorraine! — ¡Corre! ¡Corre, y no mires! ¡Corre!
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 } John se detiene junto a la entrada de la sala de entrenamiento. Lorraine ocupa el gran espacio abierto dedicado al cuerpo a cuerpo y, en silencio, la señala, pidiendo al hombre junto a él que se concentre en ella un momento. Lleva semanas intentando convencer a los de arriba de que Lorraine es una opción destacable para la puesta en marcha de la investigación que se abrió en base al caso en Estados Unidos. — Se lo he dicho cientos de veces, pero ahora podrá verlo. Lorraine es lista, sí, pero es increíblemente ágil. No es la mejor liderando un equipo, pero si tiene que hacerlo pone lo mejor de sí, actúa en base a todo lo que ha aprendido y lo aplica a la perfección. Usted verá ahora de lo que hablo. Lorraine, algunos pasos más allá, no los ha visto entrar. Concentrada en sus contrincantes (siete hombres y mujeres que han entrado hace poco tiempo y han estado de acuerdo en entrenar con ella), camina en círculos. Observa sus posturas, el pie en el que apoyan el peso. Deduce sus posibles movimientos y las manos en las que la fuerza está más presente. A pesar de ser nuevos, son personas que han pasado mucho tiempo en el Animus y el aparato crea en la mente un espejismo que les permite moverse como viejos asesinos ya inexistentes. Le ha llevado cierto tiempo aprender a pelear sin sus recuerdos del Animus, pero ahora es capaz de luchar contra compañeros que llevan años entrenando y, casi siempre, es la que gana. Todo en ella engaña. Su rostro cuando sonríe y es amable, su voz, su cuerpo delgado de ángulos filosos, la baja estatura. Pero por eso es buena. Va con desarmada totalmente, igual que sus contrincantes. No lleva protecciones ni ellos tampoco, es parte del entrenamiento. Si te golpean fuera, tienes que poder levantarte, sobre todo estando sola. Todo pasa en tan solo un par de minutos. El primer ataque viene de una chica algo más alta y corpulenta que Lorraine. Avanza hacia ella con los puños en alto y Lorraine logra cogerla de tal forma que golpea al siguiente chico que intenta alcanzarla. Hace que ambos se caigan al suelo mientras noquea a otro. Los cuatro restantes se lo piensan antes de atacarla de frente y, en principio, Lorraine se lleva un par o tres de puñetazos, pero continúa con la lucha sin perder el aliento. Saca de juego a uno golpeándole la nuca y logrando marearlo. La chica libre la sujeta por los brazos, lo que hace que el segundo pueda atacarla sin que ella le sujete, pero se le olvida que sus piernas siguen libres. En un esfuerzo grande, Lorraine empuja su pie en el estómago del hombre lo que la ayuda a desestabilizarlo apenas lo suficiente para poder caminar por su pecho. En una ágil voltereta, patea el rostro del que tiene enfrente para voltear sobre sí misma y acabar doblando los brazos de la chica que la sostiene en un ángulo doloroso. La chica grita y es fácil para Lorraine soltarse y empujarla con el pie hasta el suelo. Mantiene allí la postura y les observa. Siete cadetes destrozados por una diminuta mujer sin arma alguna. — Tienen que aprender a defenderse fuera de lo que el Anumus les enseña. Sus recuerdos no los definen de ninguna forma, ni siquiera en los ideales. Las situaciones no se repiten, nada allí fuera será igual a lo que les ha pasado a sus antepasados, así que deben estar atentos y preparados —dice con la voz apenas agitada—. Ahora volveremos al inicio. Corregiré sus posturas y les diré lo que han hecho mal y volverán a intentarlo hasta que lo hagan bien. Al retirar el pie, ayuda a cada uno a levantarse y se asegura de que estén bien. Les deja beber agua y les incita a concentrarse. Uno a uno les muestra la forma en que deberían haber golpeado, haberse defendido o previsto uno u otro ataque. Les explica la forma de actuar, lo que tienen que ver, aquello a lo que deben prestar más atención y deja que practiquen entre ellos y con ella misma una y otra vez hasta que está conforme. John y el Gran Maestre les miran en silencio mientras ella hace y deshace. Se fijan en la forma en que sus compañeros la miran y en la poca gente que se ha sumado a ver la pelea. Susurran y asienten ante los consejos de la joven, asombrados con la facilidad que tiene para hacerse entender y que le escuchen. — Lorraine es capaz de enseñar a aquel que esté dispuesto a aprender. Repetirá las cosas una, dos y tres veces. A la cuarta te regañará. A la quinta se exasperará y te dirá que eres un pobre inútil. A la sexta ya no lo intentará y se olvidará de ti muy fácilmente. Lleva tiempo implicada en el credo, le ha costado hacer a un lado las razones egoístas por las que ha entrado, como a todos, pero lo ha logrado y ahora está centrada. El Gran Maestre asiente conforme ve lo que John le explica. Aún duda. — Pero... —dice frunciendo el ceño—. Serán varios equipos los que actúen. ¿Podrá hacerlo sola? — Aunque estoy seguro de que podrá con ello, he solicitado estar en el mismo grupo que ella. La ayudaré en caso de necesidad, si no, acataré sus órdenes y sus planificaciones al pie de la letra. Mi intención es que Lorraine se de cuenta de lo que puede hacer con su potencial y hacerle ver a la Orden lo que pueden ganar teniéndola a ella en la mira buena. — Es muy joven, John... Corre el riesgo de cegarse. ¿Qué pasará si, al llegar y ver lo que Abstergo hace pierde el norte y  destroza sus propios planes? — No lo hará. Lorraine es obstinada pero confía en mi y yo confío en ella. Aunque le cueste, sigue su procedimiento al pie de la letra, una vez decide algo lo sigue hasta el final. Nada saldrá mal, se lo aseguro. — ¿Y si surge algo que no está planificado? Habrá trampas, escuchas, estarán esperando ahora mismo. ¿Qué pasará si todo se descontrola? Muertos los asesinos no sirven a la Orden. John se queda en silencio un momento. Es una realidad el hecho de que siempre es un riesgo, siempre cabe la posibilidad de morir en casi cualquier misión, de eso se trata, para eso se entrenan. — Llevaremos el asunto con la mayor profesionalidad posible. No iremos allí a matar a nadie, solo a salvar vidas, señor. Estoy seguro de que ésto saldrá bien. Usted dele la oportunidad.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 } John se sienta frente al escritorio y enciende un cigarrillo. Cierra los ojos al soltar el humo y deja caer la cabeza hacia atrás. Tiene que pensar bien lo que va a decir porque es la única oportunidad que tendrá de hablar sobre aquel asunto, la única oportunidad de encontrar lo que Lorraine necesita: un objetivo claro. Han pasado unos cuantos meses desde la 'recaída' que ha tenido la joven y desde aquella charla en la sala de los maestres, Lorraine parece haber levantado cabeza. Al menos ya no parece una muerta en vida con la piel pálida, el pelo enmarañado y las ojeras más oscuras que Drácula. Sabe que, al menos, está durmiendo otra vez. El teléfono suena y John aprieta el botón que descuelga la llamada y la transmite por un pequeño altavoz adherido a la madera del escritorio. Suelta el humo del cigarro mientras habla. — ¿Reed? ¿Me oyes? La voz al otro lado se hace eco por la habitación en silencio. El despacho de John tiene los cristales gruesos y las cortinas corridas, por lo que ni el sonido de la calle atestada al otro lado de las ventanas ni la luz del sol entran. Sólo una pequeña lámpara junto a la puerta de entrada ilumina apenas la habitación. — Sí, Charles, te oigo perfectamente. Sigues sin entender cómo funcionan los móviles, ¿eh? ¿Por qué no llamas de la oficina? Charles fue el tutor y, más tarde, el mentor de John y pasó, luego, a ser uno de sus amigos más allegados, el confidente perfecto para el hombre que poco dice nada sobre su vida. Ahora, ese que considera su única familia, va despacio sobre los setenta años y sigue trabajando para la Orden en el lugar donde John debería estar. — ¡Bah! ¡Ya sabes lo mal que se me da actualizarme! ¡A mi déjame con los papeles! Oye, John, ¿cuándo volverás a casa? ¿Acabaste ya con lo que tenías que hacer ahí? Ha pasado mucho tiempo, chico. John sonríe ante el mote y la nota de desinterés con que Charles hace la pregunta que siempre tiene en mente. — Ya volveré, Charlie. Me echas de menos, parece. Te arrepentirás cuando esté ahí. Al día siguiente querrás que me sea asignada una misión lo más lejos posible. Charlie resopla al otro lado de la línea y John apaga el cigarro luego de darle un par de caladas más. No le gusta hablar del tema con Charlie, por lo que siempre se sale por la tangente. No está listo para volver a Estados Unidos. Sabe que como pise Nueva York, no volverán a dejar que salga de ahí. Y no ha acabado en Londres todavía. — Oye, Charlie, quería hablar contigo de una cosa. Tengo algo en mente, pero no recuerdo bien lo que me habías contado y necesito que me lo confirmes para poder hablar con los superiores de aquí. — Lo que sea, tú dime. John se acomoda en la silla y saca otro cigarro, golpea el extremo del filtro contra el escritorio con suaves golpes y luego se lo lleva a la boca. — Recuerdo que hace un tiempo hablamos sobre las misiones más importantes que se estaban llevando acabo en cada país. Te hablé del control que Abstergo intenta implementar en los colegios aquí y tú me hablaste de que ustedes estaban tratando con la nueva forma de Abstergo para dar con las personas para conseguir memorias. Dijiste que eran secuestros en masa, tanto los niños como sus familias. — Oh, sí... Recuerdo eso —John puede escuchar a Charles remulgar por lo bajo—. Por suerte hemos podido controlarlo, nos ha llevado cierto tiempo, pero al final hemos podido prácticamente erradicarlo. Se han vuelto muy violentos, ¿sabes? No es que antes no te obligaran hasta el límite de tus fuerzas para recuperar tus memorias ni que no intentaran lavarte el cerebro, pero ahora se les ha ido la olla terriblemente. — Sí, vi los informes. Me los envió Caroline, me debía un favor —dice John y suspira—. Tengo entendido que por eso el director está pendiendo de un hilo. La Orden ha logrado descuartizar gran parte de sus bases gracias a esas familias y niños rescatados. — Es que fue demasiado hasta para ellos, John. La gente desaparecía, sus vecinos de años ya no estaban, los niños dejaron de ir en grandes grupos al colegio. Todo el mundo estaba muerto de miedo. — Ya, ya —susurra John asintiendo—. Pues he oído que tienen la sospecha de que lo mismo está pasando aquí. Luego de lo del director allí están curados de espanto, pero algo les ha delatado, no sé lo que es, no sé tanto del asunto, pero los rumores corren por la sede y existe esa posibilidad. Hay gente desaparecida, gente que no quería formar parte de la Orden y que, aún así, son vigilados de cerca por estas mismas cosas, los riesgos existen, Abstergo no tiene límites y es muy fácil que lo demuestren. Charles le escucha en silencio. John se detiene cuando escucha un fuerte golpe al otro lado de la línea y sonríe una vez más al escucharle maldecir. — Lo siento, se me ha caído el teléfono. El gato ha saltado en la ventana por un puto pájaro —dice un agitado Charles—. ¿Por qué hablamos de ésto ahora? ¿Qué tienes en mente? — ¿Recuerdas a Lorraine? Pues es la candidata perfecta a hacerse cargo de ésto. — ¿Tu aprendiz? ¿No lleva poco más de un año en la Orden? No la aceptarán jamás, John. Lo sabes. Dale algo más simple, algo que no requiera arriesgar cientos de vidas si ésto en verdad es cierto. — Lo sé, lo sé. Sé que es nueva, pero realmente creo que es capaz de hacerlo. Lorraine ve cosas que al resto se nos escapa, tiene una gran intuición y es capaz de resolver asuntos que la gente usualmente da por perdidos. Lo hará bien, y yo estaré con ella. Charles gruñe con escepticismo y John no puede evitar reírse. Puede ver su rostro al hacer aquel sonido, le conoce demasiado bien. Sabe que el hombre tiene razón y entiende el punto y el recelo que muestra. — ¿Y qué quieres, John? Tienes que hablar con la gente de allí, yo no puedo hacer nada. — Necesito toda la información posible del caso en Estados Unidos para saber qué esperar y cómo afrontar la situación. Cuanto más preparado esté, mejor lo llevarán los líderes y mejor le irá a Lorraine. Y tú te encargas del papeleo. — ¡De verdad, John! ¡Eres un desgraciado! ¡Mira que llamarme sólo para pedirme favores! ¡Ya verás! ¡Te tendré a tiro en algún momento y te irás con mi pipa clavada en la frente! ¡Cabrón! Los gritos de Charles retumban una vez más, con más fuerza y John espera con paciencia a que se desahogue para poder responder. Sabe que el viejo no cree todo aquello realmente, pero le gusta refunfuñar cada vez que John le pide esas cosas. En gran parte es romper las normas y Charles es un gran seguidor de cualquier tipo de norma impuesta, sobre todo por la Orden. — ... ¡Desgraciado! —repite finalmente la voz y luego silencio. — ¿Has acabado? ¿Puedo contar contigo entonces? Charles no dice nada, pero sigue ahí, John lo sabe, le escucha respirar, ahora con cierto esfuerzo por la rabieta. — Me debes a estas alturas más que la vida, muchacho. Dame unos cuantos días.
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stories-of-lorraine · 3 years
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{ 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 — 𝟐𝟎𝟏𝟏 } Lorraine baja del coche y acomoda su chaqueta para evitar que la llovizna moje su ropa. Sigue de inmediato a John hacia dentro del edificio. Les separa de la puerta de entrada unos cuantos pasos y algunos escalones hasta estar dentro. Han pasado cinco días y Lorraine apenas ha podido descansar, muy a pesar de los consejos de John y de su negativa a volver al trabajo. No ha llamado a sus padres, tampoco ha llamado a su hermana. Se ha mantenido sola en aquel departamento cada día más caótico y asfixiante. No ha dicho nada cuando John ha ido a buscarla y le ha pedido que le acompañase a un sitio. No han hablado en el corto paseo con coche, tampoco lo hacen al entrar en la sede. Mientras le sigue, la gente los saluda al pasar y algunos le preguntan a Lorraine dónde se ha metido esos días, pero una sola mirada fija a la muchacha les indica que no es el mejor momento. John, en cambio, ignora cualquier cosa que vaya más allá de un simple saludo al pasar. Caminan hacia una parte del complejo que Lorraine no ha visitado nunca. Es curiosa, pero en su trabajo intenta no indagar mucho más allá a menos que se trate de John y sus misiones. Las manos comienzan a sudarle, no lo admite, pero está nerviosa. Se quita el abrigo mientras camina y John la observa al alcanzar el ascensor. — Entra —pide señalando delante de él para cederle el paso. Ambos se centran en la pantalla que les indica el número del piso a medida que el ascensor desciende sin hacer ni un solo ruido. Al abrirse las puertas, el pasillo que se les presenta delante está a oscuras y la poca luz que ilumina desde la cabina les señala una especie de boca de lobo. John es el primero en salir y las luces se encienden de inmediato al percibirlo. No se detiene a esperarla. Camina hasta la última puerta del pasillo, una gran pieza de madera tallada que desentona con los pasillos blancos y las puertas de metal. Allí vuelve a hacer frío, por lo que, al cambio de aire, Lorraine se estremece ligeramente. Tras las puertas, que se abren con un ruido de arrastre pesado por la humedad que contienen y el poco uso, aparece una habitación colosal. Las paredes increíblemente altas, están repletas de cuadros, librerías, vitrinas y escaleras móviles para alcanzar las estanterías más altas. Hay varias mesas de descanso al igual que de trabajo, equipadas con lamparillas de lectura. A un lado hay un equipo más sofisticado que Lorraine reconoce para tratar con volúmenes delicados. Hay adornos antiguos, armamento, artefactos celosamente guardados en cajas de cristal que no es posible tocar. Una de las paredes en especial es la que contiene todos los cuadros. En ellos se ven edificaciones en ciudades de antaño, personas en ropa de época o en viejos trajes de la orden. Equipos enteros de asesinos, algunas fotografías se mezclan con los lienzos mostrando imágenes algo más actuales. — Esta es una sala especial. Aquí los maestros y líderes se preparan para ejercer su cargo una vez son elegidos. A cada uno de ellos se les hace un cuadro en su honor y jamás se le olvida, son personas a la altura de la situación, comprometidas con el propósito del credo y que dieron su vida por creer en la libertad en su máxima expresión. Lorraine lo escucha y se aproxima, dejando sobre una de las sillas su abrigo. Coloca las manos en los bolsillos a la vez que levanta la mirada hacia los retratos de sus anteriores compañeros y su mirada se transforma en respeto puro. — Pero también hay otras imágenes. Puedes ver el Londres victoriano —dice señalando un pequeño lienzo poco arriba de su cabeza—. Gente famosa, influyente a la que la Orden ha salvado o que han formado parte del grupo... También tenemos varios agentes que fueron puntualmente conmemorados por acciones en particular, o, tal vez, familia de los maestros o líderes. Lorraine pasea la mirada por el resto de pinturas y fotografías. Sabe que no debería estar en aquella sala, ella es una simple recluta. John tampoco debería estar, así que se pregunta qué ha pedido a cambio de que le dejaran entrar. En la Orden, la curiosidad de suele pagar a un alto precio. — Te he traído aquí porque he pensado que, tal vez, te replantearías tus prioridades si veías la cantidad de gente que ha muerto por anteponer la venganza personal ante la importancia del credo —susurra sin mirarla—. No pretendo dar a entender que tus pérdidas o las de cualquiera, incluso las mías, son menos importantes que el propósito por el que eres una asesina, Lorraine. No me malentiendas. Sé que duele, sé que es la intención con la que has entrado, no soy tonto. Los rumores a tu llegada fueron contundentes y la gente dejó de tener miedo a hablar de la muerte de tu abuelo, por lo que las habladurías se alzaron y todo reforzó el pensamiento de cualquiera que tuviera sus dudas. Sobre todo tus dudas. Ella se mantiene callada pero recuerda muy bien lo extraño que fue pasar las primeras semanas en aquel sitio sin que todos la mirasen con extrañeza. Fue raro sentirse en el punto de mira de aquella manera. Todos esperaban tanto de ella que no sabía que hacer con esa atención. Hasta que decidió no hacerles caso. — El noventa por ciento de los asesinos que caminan por cualquier sede que existe se mueven gracias a la venganza personal. El tener familia siempre fue un punto delicado en nuestras vidas, Lorraine, lo sabes. Por eso muchos nos mantenemos solos. No nos vemos capaces de perder o arriesgar la vida de alguien a quien amamos tanto. Y tampoco somos capaces de dejar nuestro puesto aquí. Pero muchos sí lo hacen y eso conlleva riesgos. Tal como pasa con los héroes, aunque nosotros no lo somos. Aquellos que se arriesgan y pierden, dejan en esas muertes también el norte. Pierden la cabeza poco a poco y no se dan cuenta. A ellos también se los recuerda, a menudo porque se arriesgan estúpidamente en alguna misión en particular —ahora sí se vuelve y la observa con detenimiento—. A menudo se estancan en un punto sin salida, porque, hagas lo que hagas, nada te devuelve lo que has perdido. Pasan de ser asesinos entrenados y experimentados a simples suicidas en potencia, que no se dan cuenta del bien que podrían hacer a pesar del dolor. Lorraine mantiene la mirada en los ojos de su mentor y frunce el ceño y los labios. Los ojos se le llenan de lágrimas porque entiende que John le está mostrando su futuro de continuar como lo hace. Ha de admitir que se siente un poco atacada, sigue teniendo la sensación de que John quiere quitarle importancia al asunto de su abuelo, pero entiende, ahora, que no es así. Como muchas veces, el sentimiento no se le pasa, pero porque sabe que John tiene razón. — No sé cómo hacer para dejarlo estar, John —admite en un susurro—. Es lo que me ha motivado por muchos años. No soy capaz de dejarlo así como así. No se siente correcto. No se siente bien. — A veces las cosas es mejor no saberlas. Mis padres murieron cuando era muy joven y la Orden me acogió y me crió. Tuve la oportunidad de saber quién los mató pero elegí no saberlo, matarlo no iba a devolvérmelos, Lorraine. Y otras misiones requerían mi atención especial. Vengarlos no iba a darles el descanso deseado. Y poco a poco, se convirtió en un dolor con el que podía convivir, porque he salvado más vidas de las que he pensado. Tú eres una de esas vidas, no hagas que falle esta vez, ¿sí? — ¿Dices que me enfoque en el trabajo y que algún día, milagroso, se me pasará la rabia? — Sí y no. Si hay algo que tengas que saber, lo sabrás en el momento en que tengas que saberlo. Las cosas pueden llevar mucho tiempo y pasarte los días estancada en un mismo punto no sirve de nada. Tienes la oportunidad de hacer con tu vida algo mucho más grande que estar encerrada en un cuartucho todo el tiempo libre que tengas para vengar a alguien que no estás segura si quiera de que haya muerto a manos de otra persona. Solo te pido que le des tiempo y no lo hagas sola. Yo estoy aquí y lo estaré tanto como pueda y me dejes. La distancia entre ambos se ha acortado y ahora que John vuelve a hacer eso de acariciar su mejilla con ternura incontenible, Lorraine se da cuenta de lo cerca que están y de lo bien que se siente cuando él se muestra así. Le duele la idea de dejar años de trabajo, pero sabe que John no le diría aquello de no tener razón. Él no quiere perderla y Lorraine no quiere fallarle. — Tendrás que ayudarme, ¿vale? —pide con la voz quebrada—. No sé cómo hacerlo sola, John. John sonríe y asiente, rodeándola con los brazos y descansando su mentón sobre la cabeza de su compañera. — Nos conseguiré la misión que te hará ver las cosas con más perspectiva, ya verás.
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