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La exploración en tiempos oscuros, pt. 23. Finalizando el 2020 en Xbaatún, Yucatán.
Justo el 31 de diciembre cerramos el año con un recorrido más tranquilo y “turístico” que de costumbre. Arreglamos una visita al parque natural Oxwatz, en cuyos terrenos se encuentra el sitio arqueológico de Xbaatún, el cual no conocía ninguno de nosotros. 
Salimos a las 8 de la mañana con rumbo a Tekal de Venegas, donde nos encontramos con el señor Manuel Chan, quien sería nuestro guía.
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Nos dirigimos hacia Oxwatz, cuyo nombre significa “tres vueltas”. Llegamos a una terracería bastante pedregosa que nos obligó a ir a muy baja velocidad. Gracias a ello pudimos ver varios animales en el camino, entre ellos un zorrillo, coatí y posiblemente una marta. Después de más de una hora de trayecto llegamos hasta las ruinas del antiguo rancho que da nombre al parque natural. Ahí nos encontramos con algunos muros medio derruidos y un par de grandes piedras que posiblemente habían sido llevadas ahí desde el cercano sitio arqueológico.
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De inmediato pudimos ver que la zona es muy particular, ya que a diferencia de otros puntos de la península de Yucatán, aquí abunda el agua superficial; existen lagunas, pantanos y cenotes. Al pie del rancho pudimos ver el primero de estos cuerpos acuáticos, una laguna usada para recorridos en kayak. Nosotros no teníamos interés en ello, por lo que únicamente tomamos fotografías y después de ello nos dirigimos hacia Xbaatún. 
Pasamos por algunos potreros y don Manuel nos mostró un par de piezas sueltas que ahora se encontraban formando parte de albarradas modernas. Llegamos a una zona muy peculiar que contenía numerosas construcciones de planta circular, algo que nunca habíamos visto. La teoría es que se trata de tumbas, pero no se han excavado aún.
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A unos metros de ahí nos encontramos con una segunda laguna que tuvo un mirador reciente, aunque nuestro guía nos explicó que aquella estructura de madera no tuvo mucho éxito y se encontraba en malas condiciones. A penas unos pasos más allá nos encontramos con un bien conservado juego de pelota de grandes dimensiones y sobre uno de sus taludes pudimos ver los restos de lo que parecía un templo miniatura ya derrumbado, pero que aún mostraba bastante de la forma que debió tener cuando estaba en pie.
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A unos metros de ahí llegamos hasta una estructura que mostraba, entre los escombros, algunos vestigios de la escalinata que llevaba a su cima. Luego de ello, caminamos un poco hasta llegar a la base de la gran estructura principal del sitio. Se trata de un basamento piramidal que ronda los 20 metros de altura y que conserva algunos muros en pie.
Me pareció muy similar al gran basamento de Xuenkal, aunque su base parece ser de una forma diferente. Ambos edificios están construidos con grandes piedras de color blanco y muestran grandes secciones de su arquitectura aún en su lugar.
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Ascendimos con sumo cuidado y en la parte alta, justo antes de la cima, pudimos ver que el muro remataba en una cornisa que rodeaba toda la plataforma superior. Coronando toda la mole se encontraba un pequeño templo, muy similar al que vimos en el juego de pelota; nos pareció bastante peculiar que un edificio tan grande sostuviera una estructura tan insignificante en comparación.
El descenso fue sin incidentes y con ello terminamos el recorrido por el sitio arqueológico de Xbaatún. Regresamos al viejo rancho de Oxwatz, donde habíamos dejado estacionado el jeep, pero aún nos faltaba ir a visitar el cenote azul, el cual se encuentra al final de otro camino.
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Este cenote hace honor a su nombre, sus aguas son de un turquesa profundo y están llenas de peces. Nuestro guía nos dijo que el líquido es tan limpio que puede tomarse directamente y que las lluvias habían provocado que el nivel subiera más de 6 metros, estando en ese momento a 3 sobre su altura normal.
El único que quiso meterse un rato a nadar fui yo, a pesar de no llevar en el equipaje ningún traje de baño, tuve que sumergirme en ropa interior. Esto nos hizo bromear sobre el regreso de la “arqueología en calzones”, ya que de esa misma forma habíamos cruzado un río para llegar al sitio de Ciudad Vieja en Oaxaca.
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Después de salir del agua, caminamos de regreso al jeep y emprendimos el regreso por un camino más fácil de transitar pero más largo. Llevamos a Don Manuel hasta su casa en Tekal de Venegas y nos despedimos. Regresamos a Izamal para comer, aunque solamente encontramos un local que vendía panuchos en el mercado. Nuestro plan era ir hasta Dzebtún para ver el último atardecer del año en lo alto de la estructura principal, tal como 366 días antes habíamos hecho Ernesto y yo; pero el tiempo no nos iba a alcanzar, así que quisimos subir al gran Kinich Kak Moo en su lugar.
Caminamos algunas cuadras con ese propósito pero en la entrada los guardias no nos dejaron pasar ni por 5 minutos. Así desistimos y nos quedamos sin atardecer desde estructura maya. 
Finalizamos nuestro día y llevamos a Eduardo a su hotel, llevándonos nuevamente el jeep. Fernando compró algunas cervezas para celebrar el año nuevo y yo me quedé dormido bastante temprano mientras que mis compañeros permanecieron despiertos un poco más.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 20. Sitios en Santa Elena: Hultún, Sacbé y Huitzinchá, Yucatán.
El 29 de diciembre sería nuestro último día en la zona del Puuc. Aprovechando que estábamos en el hotel Nueva Altía, nos levantamos temprano para visitar los vestigios prehispánicos que se encuentran en los terrenos de este hospedaje y en los alrededores. Este sitio lo conocen localmente con el nombre de Ebalam, aunque su zona principal es llamada Hultún “flecha de piedra”, por una posible jamba que tiene adornos con esa forma; en realidad todos los vestigios fueron parte de la antigua Nohcacab, ahora conocida como Santa Elena.
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Dos veces había ya recorrido el área, aunque en ninguna de ellas se encontraba el guía local; por ello, nunca pude encontrar las estructuras principales. Únicamente había podido llegar a un edificio muy dañado que conserva parte de una habitación abovedada y sin restos de decoración externa; además de ello había podido encontrar las paredes de otro edificio y numerosos chultunes. Solamente me faltaba internarme en un manchón de selva al norte del hotel.
En esta ocasión tampoco contamos con guía. Eduardo se quedó en la habitación (él había recorrido todo el sitio anteriormente) y salí junto con Ernesto y Fernando, quienes no conocían el lugar. Visitamos la estructura con bóveda que yo ya había visitado dos veces y después empezamos a buscar senderos para recorrer la zona selvática.
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Dos veces intentamos pasar y en ambas tuvimos que volver a salir a las zonas claras del hotel, la maleza era demasiado espesa como para avanzar y solamente encontramos la base de un muro con adorno de columnillas. A la tercera entramos por un área más alejada en lo que parecía un sendero que no había sido usado en mucho tiempo. Luego de un buen rato batallando dimos con una serie de montículos y me adelanté con el machete para buscar algún indicio de que estuviéramos en el grupo principal. Finalmente encontré lo que buscábamos y llamé a mis compañeros.
Sobre un pequeño montículo se encontraba un edificio con una sola habitación cuya fachada estaba bien conservada: era sumamente sobrio y elegante, con muros rectos y un friso totalmente liso, enmarcado por molduras muy sencillas y solamente interrumpido en su parte baja por 3 piedras salientes que pudieron haber sostenido esculturas. Las jambas de la entrada eran peculiares porque parecían simular un par de columnas con sus capiteles. El muro izquierdo ya había caído y dejaba ver su única bóveda.
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Frente al montículo que sostenía este edificio se encontraba tirada la famosa jamba con flechas que inspiró el nombre de Hultún; justo ahí comenzaba otro montículo que tenía en la parte alta un par de habitaciones de las que solamente quedaba el muro trasero y parte de las bóvedas. Estos fueron los únicos vestigios de arquitectura expuesta que pudimos encontrar, pero finalmente me fue posible llegar a ellos luego de 3 largas búsquedas entre la selva.
Regresamos a la habitación del hotel para recoger nuestras cosas, ya que la noche siguiente estaríamos en Mérida. El plan original era que Mónica, la novia de Eduardo, llegara por la tarde al aeropuerto de dicha ciudad para acompañarnos en los últimos días de viaje, y teníamos reservaciones en dos hoteles; sin embargo, ella había amanecido con fiebre y temía haberse contagiado de covid. Ello provocó que perdiera su vuelo, aunque más tarde supimos que no se había tratado de esa enfermedad que estaba causando estragos, aunque en la zona donde nos encontrábamos parecía estar ausente por el momento.
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El desayuno estaba incluido con nuestra estancia, así que lo aprovechamos y luego salimos hacia algunos sitios cercanos. El primero de ellos fue Sacbé, un lugar donde Eduardo se había perdido por varias horas en un viaje años atrás; más tarde trató de guiarnos a Julio y a mí al mismo sitio pero equivocó el camino, teniendo que ir a Santa Elena para buscar guía. Yo bromeaba con dejarlo guiar de nuevo para ver si ya se había aprendido el camino y él siguió la corriente afirmando que el trayecto era bastante más largo que en la realidad, haciendo que el arribo al bello edificio de los mascarones en mosaico de piedra cayera de sorpresa a Ernesto y Fernando, que nuevamente eran quienes nunca habían estado en ese sitio.
Estuvimos un corto rato tomando fotografías y quitamos un panal de avispas de una de las entradas. Tuvimos que machetear un poco porque la maleza estaba comenzando a crecer demasiado y cubría varios detalles del edificio.
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Seguimos de largo por el mismo camino que llevaba a Sacbé y, después de desviarnos en un campo de cultivo, paramos en un apiario. Caminamos algunos metros y luego entramos a la selva por una corta distancia, llegando sin ningún problema al sitio de Huitzinchá, donde solo Eduardo había estado antes.
Este sitio cuenta con un edificio en forma de L, que en su parte trasera aún conserva partes de pared lisa, molduras y frisos planos. 
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Por el frente pudimos ver que al menos hubo 3 habitaciones, quedando en pie solamente los muros traseros y partes de las bóvedas. Dentro del cuarto que se encontraba más al centro pudimos ver un tapanco hecho de ramas, que al parecer era ocupado por cazadores para extender pieles de sus presas. 
El sitio estaba bastante cubierto de maleza, por lo que costó bastante trabajo el poder fotografiar. Fue un triunfo encontrarlo tan fácilmente, ya que en días anteriores habíamos fallado ya buscando sitios cercanos a caminos.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 11. Camino al Puuc. Witziná y Chunkanab
El 23 de diciembre fue un día de carretera, habíamos terminado nuestro paso por el sur de los estados de Campeche y Quintana Roo. El atasco en Río Bec y la posterior limpieza del jeep nos había hecho alterar nuestros planes, pero el objetivo inicial del viaje, que Eduardo llegara a los 500 sitios mayas visitados, gracias al día anterior, estaba por cumplirse porque únicamente le faltaban 2.
Salimos alrededor de las 8 de la mañana de Bacalar, dirigiéndonos al mismo rumbo que habíamos recorrido el día anterior, primero al norte hasta el poblado de Pedro Antonio Santos y luego al noroeste, hacia Mérida. Llegando al poblado de Chunhuhub (en Quintana Roo, no confundir con el sitio arqueológico de Campeche), nos detuvimos para que Eduardo comprara mandarinas y más adelante nos hicimos de algunos tamales, con lo que tuvimos un desayuno completo.
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Pasamos por una zona que yo nunca había recorrido, desde Polyuc hasta Dziuché, cruzando a Yucatán y desviándonos después hacia el pueblo de Catmís. Hicimos escala en Witziná, un sitio que Eduardo y yo ya conocíamos, pero teníamos la intención de visitar un segundo grupo que podía contener arquitectura en pie. Se encontraba a pie de carretera, así que dejamos el jeep estacionado a un lado del camino y comenzamos la búsqueda. Encontramos numerosos montículos que eran más grandes que los del grupo que ya habíamos visitado, pero únicamente pudimos observar algunos monumentos lisos, restos de bóvedas muy enterradas y un par de escalones.
Al salir de ahí, mientras daba vuelta al jeep, apareció un camión de refrescos que venía hacia nosotros justo en el momento en que los demás estaban por abrir las puertas para subir, yo decidí pisar el acelerador para hacer a un lado nuestro vehículo y los demás tuvieron que correr para quitarse del camino. Después me di cuenta que el camión no nos alcanzaría porque estaba frenando y aquella maniobra peligrosa había sido un error, pero afortunadamente no hubo ningún percance. 
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Nos detuvimos en la pequeña capilla del poblado actual y Fernando y Ernesto bajaron a fotografiar el altar, ya que este pequeño edificio contemporáneo está hecho enteramente con piedras robadas del sitio antiguo. 
De ahí nos dirigimos al grupo ya conocido, encontrando que las brechas donde podíamos estacionarnos prácticamente se habían cerrado con maleza crecida, dejando a penas espacio para dejar el jeep. Hicimos un breve recorrido por los edificios que aún se mantienen parcialmente en pie, destacando la bella estructura cuyo friso está adornado con volutas, y que se dice que es de estilo Chenes aunque yo no estoy muy de acuerdo con eso.
Nuevamente volvimos al camino, regresando a Catmís y desde ahí nos dirigimos primero a Tzucacab y luego a Ticum. Ernesto y yo habíamos estado ahí poco menos de un año antes para visitar Chunkanab; increíblemente Eduardo nunca había visitado ese sitio, así que era un paso obligado.
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En nuestra anterior visita tuvimos muchos problemas para encontrar el camino correcto al sitio, pero esta vez únicamente nos estacionamos frente a él y caminamos por un rato para llegar. Nos encontramos con el gran palacio que es el primero al que llega el sendero, ahí Eduardo se dio cuenta de que había olvidado algo en el jeep y regresó, aprovechando para medir la distancia con el GPS. En ese rato yo estuve tratando de ubicar un edificio que sabíamos que había colapsado mucho tiempo atrás, pero que Teobert Maler había fotografiado y tenía un elegante friso con columnillas muy largas. Encontré los restos de un templo, pero luego de revisar no parecía tener ningún elemento parecido al de la foto mencionada. 
Después entré al recinto central del palacio, Eduardo había mencionado que Chunkanab era posiblemente un sitio que John L. Stephens había visitado y llamado Sacacal en 1842, y que en ese lugar había una tapa de bóveda pintada. La sorpresa fue grande cuando me di cuenta que en el techo de esa habitación, la piedra central había tratado de ser retirada, según mostraban unos huecos a su alrededor. El centro de su superficie alguna vez tuvo estuco que había sido casi completamente arrancado pero aún se conservaban los bordes y ahí se encontraban unos glifos muy pequeños pintados en marrón. Esa era la prueba de que se trataba del mismo sitio. También descubrimos grafitis en una pared, los había dejado un grupo de españoles egresados de la Universidad Central de Madrid, aunque no pudimos distinguir si la inscripción de carbón tenía fecha porque se encontraba cubierta de guano en muchas secciones.
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Luego de un buen rato documentando esos detalles que no habíamos visto antes, pasamos por una aguada que ya conocíamos y llegamos al segundo palacio, el cual es muy particular porque contiene una sección con paredes curvas y los restos de un mascarón. Los demás pasaron largo rato comparando las fotos de Maler del edificio con su estado actual, tiempo que yo aproveché para seguir mi búsqueda de la estructura caída, finalmente tuve éxito porque sobre un montículo cercano encontré los restos de una pared que había caído de lado, tenía unos surcos que indicaban el lugar donde unas largas columnillas habían sido arrancadas, además de ello una pequeña sección de moldura era inequívocamente la misma que podía verse en la fotografía antigua. Habíamos ubicado todos los puntos que Maler observó, pero que Harry Pollock, pocas décadas más tarde ya no pudo ver, pues desde entonces ya había caído ese edificio.
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Así terminamos el recorrido bastante satisfechos. Teníamos las pruebas de que Chunkanab de Maler y Sacacal de Stephens eran el mismo sitio. 
Así seguimos nuestro camino hacia Oxkutzcab; por primera vez en el viaje me sentí demasiado cansado para seguir manejando, pero por fortuna ya estábamos llegando a nuestro destino. Arribamos al hotel Puuc, donde tradicionalmente me hospedo cuando estoy por la zona; es bastante grande, aunque esa primera noche parecía que éramos los únicos huéspedes. Nos dijeron de una lavandería cercana y nos apresuramos a ir a dejar nuestra ropa sucia y los impermeables que aún seguían enlodados. Nos dijeron que debíamos pasar por ellos el día siguiente (24 de diciembre) antes de las 4 de la tarde, o de lo contrario tendríamos que esperar hasta el 26. Después de ello fuimos a cenar al centro, en una fonda donde había estado los dos años anteriores.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 9. El laberinto de Nueva Jerusalén, Quintana Roo
Regresamos de nuestro recorrido a El Corozal justo a tiempo para desayunar junto con Eduardo en el restaurante vegano del hotel. A pesar de que ninguno de los demás tenemos esa tendencia alimenticia, pedimos unas hamburguesas hechas enteramente de vegetales que estaban realmente buenas. Mientras platicábamos planeamos qué hacer con el resto del día, buscamos posibles autolavados donde llevar el jeep y algún sitio que pudiéramos visitar para después ir a Bacalar para acampar junto a la laguna. 
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La plática fue extensa, y en algún momento Carlos nos comentó que había visto un reportaje sobre el ya famoso y controvertido tren maya, en el que se veía a un hombre entrando en lo que parecían ser habitaciones de algún sitio prehispánico desconocido para todos nosotros. Ahí aparecía el nombre de aquel señor de origen maya, además de mencionarse que vivía en la comunidad de Nueva Jerusalén; por último, el reportero afirmaba que dicha población se encontraba dentro de la Reserva de la Biósfera de Calakmul y a cierta distancia de Bacalar. Consideramos que esa era información suficiente como para ubicar el lugar, pero rápidamente comprobamos que en Campeche no existía ningún pueblo con ese nombre, al menos no registrado en google maps. A mí me pareció que debía haber algún error, la distancia desde Bacalar no coincidía con ningún punto en Calakmul, así que busqué en Quintana Roo.
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La sospecha resultó correcta, de inmediato di con la ubicación de un pueblito con dicho nombre, la distancia desde Bacalar era casi exactamente la que mencionaban en el vídeo y podíamos llegar hasta ahí en menos de hora y media. Carlos verificó lo mismo y así quedó decidido: después de lavar el jeep nos dirigiríamos hacia allá, aún era temprano y tendríamos tiempo suficiente para investigar sobre ese sitio cuyo nombre no conocíamos.
Nos dirigimos al autolavado más cercano pero se encontraba cerrado. Carlos nos guio hasta otro cercano, donde nos indicaron la ubicación de un tercero que tenía dispositivos capaces de levantar el vehículo, para poderlo lavar desde abajo y así llegar a cada rincón del cofre. Ahí esperamos alrededor de una hora y, por un precio irrisoriamente más bajo que el que cobraba la agencia, tuvimos nuevamente el jeep reluciente por fuera, aunque aún muy sucio por dentro.
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Aún hicimos una parada más para comprar franelas y productos de limpieza para lavar después los interiores nosotros mismos. De ahí nos dirigimos a Bacalar, donde Carlos dejaría su auto para ir todos en el jeep; la emoción nos hizo olvidar pasar a recargar gasolina, siempre procuramos tener el tanque arriba de la mitad, este fue el único día donde estuvimos más cerca de quedarnos sin combustible gracias a esa omisión. 
Así comenzó un trayecto de más de una hora por caminos secundarios muy estrechos, en parte devorados por la vegetación que crecía en sus orillas y que iba extendiéndose hacia el arrollo vehicular, dejando espacio a penas para el paso de un vehículo, haciendo que tuviéramos que frenar bastante al encontrarnos de frente con algún auto que fuera en el sentido contrario, y pasar golpeando la maleza para no chocar. Algunos tramos pasaban por áreas bajas cercanas a lagunas, se notaba que habían sido dañados por las intensas lluvias de los meses pasados; estaban llenos de baches y tenían grandes cuarteaduras y hundimientos, todo ello indicaba que esas secciones habían estado bajo el agua.
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Aquel camino me pareció mucho más largo de lo que había sido en realidad, pero finalmente arribamos a Nueva Jerusalén, donde preguntamos por el señor del vídeo. Nos indicaron dónde se encontraba su casa, y solo entonces estuvimos totalmente seguros de haber llegado al lugar que aparecía en el vídeo; algo que fue nuevamente confirmado al encontrarnos con un mural que habíamos visto aparecer ahí y que se encontraba justo en el centro. 
Tuvimos que preguntar nuevamente por el domicilio y finalmente llegamos; ahí nos encontramos con una familia que nos indicó que quien buscábamos no se encontraba, pero si dos de sus hijos, quienes accedieron a llevarnos al sitio del vídeo luego de ofrecerles una propina por ello.
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Nos dijeron que estábamos muy cerca y podíamos llegar caminando, sin embargo decidimos llevar el jeep, aunque no cabíamos todos. Fernando tuvo que ir por fuera, sobre el escalón lateral, sujetándose del agarramanos del copiloto. En efecto, el trayecto fue muy breve, y en unos cuantos minutos estábamos ya descendiendo del vehículo y caminando por un sendero que llevaba al sitio arqueológico.
Llegamos hasta un montículo que no se veía nada espectacular, tenía una altura que por mucho alcanzaría los 5 o 6 m. Al frente tenía un hueco de saqueo que llevaba a una cavidad parcialmente destruida, que en su costado derecho daba paso a una entrada muy bien conservada. Este último pasaje mostraba una estrecha bóveda maya bastante baja, idéntica a los pasillos interiores que habíamos visto antes en muchos sitios de la zona de Río Bec y en el sitio de Yo’okop, mucho más al norte. No pudimos entrar de inmediato, la mejor lámpara que teníamos era la de Ernesto y se había quedado en el jeep, así que esperamos a que regresara por ella para ingresar.
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En ese breve tiempo me puse a revisar los alrededores, el sitio tampoco aparentaba nada impresionante. Encontré una gran roca que parecía haber sido colocada en posición vertical, pero nada indicaba que se tratara de algún monumento, conservaba su forma ruda y caprichosa que parecía ser natural. Más allá había varios montículos más pequeños que el primero y sin ningún detalle observable. 
Regresé justo cuando todos se comenzaban a agrupar para entrar por el hueco. Eduardo se colocó al frente, seguido de Ernesto y de mí, detrás venía Fernando y Carlos, al final nuestros dos guías. Para acceder tuvimos que ponernos en cuclillas, a penas cabía una persona a lo ancho y la altura de la bóveda no llegaba al metro y medio. Nos percatamos de que no había demasiados murciélagos, algo bueno porque su guano es campo de cultivo a hongos que producen enfermedades peligrosas; aún así y a pesar del calor, ninguno de nosotros se quitó el cubrebocas. Adentro vivían numerosas cucarachas enormes, amblipigios, arañas e insectos; por fortuna no encontramos ninguna víbora ni otro animal grande que pudiera atacarnos al sentirse acorralado.
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A los pocos pasos, el pasaje llegaba a un vértice que giraba a la izquierda y se internaba en el montículo; rápidamente nos dimos cuenta de que nos encontrábamos en un lugar extraordinario, me atrevo a decir que se trataba del sitio más inesperado y sorprendente de los más de 450 que he conocido hasta ahora. Nos encontramos con un pasillo perpendicular al que seguíamos y de inmediato notamos que este llevaba a otros que tenían distintas direcciones. No cabía duda, se trataba de un laberinto. Este tipo de edificios es sumamente raro, y únicamente sabemos de unos pocos más en Yaxchilán, Toniná, Oxkintok, La Muerta y Tigre Triste, uno en cada uno de esos sitios.
Nuestra emoción iba subiendo mientras recorríamos las oscuras galerías; el único hecho que evitó que nos perdiéramos en ellas fue que éramos 7 personas, y entre todos podíamos hacernos una idea del recorrido que íbamos describiendo.
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Encontramos un alto pasillo que tenía más de 2.5 metros de altura y que daba a un acceso donde a penas cabía uno de nosotros casi a rastras, y que llevaba a un nivel más bajo. Ahí nos encontramos con una serie de cámaras que no rebasaban el metro con 30 cm de altura y un tanto más de ancho. Todas comunicadas por accesos que en algunos casos solo medían 60 x 40 cm. Esta sección era la más profunda de todas, y nos llevó un largo rato recorrer sus 5 o 6 secciones. El intrincado recorrido no parecía tener fin hasta que llegamos a una habitación que ya no conducía a ninguna otra. A penas cabíamos sentados a lo ancho, ahí nos detuvimos por un momento para intercambiar nuestras impresiones. Era increíble encontrar una construcción así dentro de un montículo tan poco llamativo. Nos habíamos dado cuenta también de que en muchas cámaras había unas piedras que en muchos sitios eran usadas para amarrar cortinas que cubrieran las puertas, pero aquí se encontraban en los extremos de las habitaciones, cualquier cortina que pudiera colgar de ellas las dividiría en dos a lo largo, en lugar de cubrir los accesos. 
Yo decidí trazar un croquis de los pasajes para tener una mejor idea del lugar, por lo que estuve largo rato recorriendo galería por galería, casi todo el tiempo encontrándome solo en la oscuridad del laberinto.
Aún nos sorprendimos más cuando nos dirigimos a recorrer otras cámaras que se encontraban en una bifurcación diferente a la que habíamos tomado hasta ahí. Nuestros guías y Carlos se separaron de nosotros y luego nos encontramos con uno de ellos que se asomaba al otro lado de un hueco que encontramos en el techo de una cámara. Ahí pudimos darnos cuenta que existía un segundo piso de habitaciones.
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Ese nivel más alto tenía cámaras más anchas y podíamos pararnos en ellas por completo, algo que comprobamos luego de dirigirnos hacia allá, pero su tamaño iba disminuyendo conforme nos adentrábamos más, aunque esta sección era menos extensa y contaba con menos pasajes. En dos o tres de las galerías me encontré con derrumbes que indicaban que lo que podíamos recorrer no era lo único existente, sino que el laberinto era aún más extenso. 
Después de más de dos pasadas y de numerosos arreglos al croquis, quedé satisfecho, coincidiendo con mis compañeros de camino a la salida. Nuestros guías nos contaron además de que en un costado del montículo se encontraba otra entrada que llevaba a más habitaciones, sin embargo había colapsado, esto lo verificamos al encontrar otra fosa de saqueo y un pequeño hueco que indicaba el lugar de dicha entrada, pero no tenía ya más que 10 cm de altura, imposible para pasar. Y aún más, en alguna parte existió una especie de escalera en forma de caracol que llevaba hasta un cenote subterráneo. Esto último nos habría parecido fantasioso en cualquier otro sitio, pero no aquí, donde habíamos comprobado aquel increíble laberinto, que era tan extenso e intrincado que únicamente podría compararse con el Sat Tun Sat de Oxkintok.
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Al terminar el recorrido estábamos felices. Habíamos podido documentar bastante bien ese edificio y comprobamos que aún en un montículo tan poco prometedor podía existir una estructura tan impresionante. Más tarde mi croquis me sirvió para hacer un modelo en 3D del sorprendente laberinto y con él grabar un recorrido virtual.
Así regresamos a la casa de nuestros guías, nos despedimos de ellos y, cuando ya salíamos de regreso a Bacalar, decidimos que teníamos gasolina y tiempo justo para visitar un sitio más, el cual Carlos ya conocía.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 18. Acampar en un lugar de ensueño: Xkichmook, Yucatán
Después de un corto trecho, dimos vuelta en un camino bien conocido por Eduardo y por mí, rodeando algunos campos y una loma alargada y extensa; arriba se encuentra el sitio de Xkichmook, uno de los más interesantes y hermosos que nosotros dos hubiéramos conocido, Ernesto y Fernando llegarían hasta ahí por primera vez.
Nuestro plan era llegar con el jeep hasta la parte alta, justo a un costado del área donde se encuentra el sitio y acampar en la plaza principal. De inmediato nos encontramos con una gran dificultad: a penas a unos cuantos metros de donde comenzaba la brecha que sube al sitio había un árbol caído que bloqueaba el paso. Tuvimos la impresión de que si despejábamos todas las ramas que estaban más abajo podría ser posible pasar por debajo del tronco, el cual era demasiado ancho para cortarlo con machetes, así que bajamos a despejar ese paso.
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Luego de comenzar con nuestra labor, nos dimos cuenta de que el árbol estaba ya podrido, decidimos intentar tirar el tronco jalándolo entre los 4; en el primer intento se rompió y pudimos llevarlo a un costado, sorprendidos por la ligereza que había alcanzado, luego de estar ahí por varios meses, seguramente. Así tuvimos paso libre y pudimos realizar el plan. Llegamos hasta la parte trasera del gran palacio del sitio, el cual es la estructura que da la bienvenida a los visitantes, los cuales son pocos por no estar abierto al público, aunque normalmente es mantenido en buenas condiciones.
Estacionamos el jeep ahí, en una posición que nos permitiera regresar por todo el equipo para acampar sin problema y sin tocar las estructuras prehispánicas, y comenzamos a recorrer la plaza principal. Sabíamos que aquel día no tendríamos tiempo de ir a otras estructuras más distantes, así que no teníamos ninguna prisa.
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Nos encontramos con mucho pasto que tenía alrededor de un metro de altura, sobre todo hacia el lado oeste de la plaza; en mi anterior visita esta sección estaba prácticamente libre de maleza. Todos comenzamos a recorrer el Palacio, el cual tiene forma de L y cuenta con un segundo piso. Arriba se levanta un templo superior, que tuvo dos habitaciones paralelas, aunque la frontal se derrumbó por completo desde hace más de 150 años, pues no aparece en ningún registro ni fotografía conocida. 
Mientras Eduardo llegaba al ala oeste, donde alguna vez existieron un par de mascarones gigantescos, ahora ya caídos en su mayor parte, se encontró con una serpiente coralillo, la cual se ocultó entre las piedras del edificio, justo después de que pudiera grabarla por unos segundos en vídeo. Después de verlo no tuvimos duda de que en efecto era una víbora venenosa.
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A los pocos minutos, Fernando subió al templo superior; al poco tiempo nos llamó y no quiso seguir avanzando; había visto otra coralillo enroscada sobre una piedra. Nos apresuramos a subir para intentar verla, pero cuando nos asomamos al interior de la habitación que queda en pie, la cual tiene una bóveda sumamente alta, el reptil había desaparecido. Habiendo avistado dos serpientes venenosas en tan poco tiempo, nos preguntábamos cuántas más podían estar ocultas a nuestra vista; sin embargo las coralillo son muy tímidas y no reparamos mucho en ellas. Aún así, a partir de ese momento, y sobre todo más tarde, tuvimos sumo cuidado en hacer mucho ruido al caminar y evitar lo más posible pasar por las áreas de pasto, para no tener algún encuentro frontal con otra de ellas, o aún peor, con cascabeles o nauyacas. 
Pasamos largo tiempo fotografiando y observando detalles, Eduardo estuvo grabando un nuevo video y yo aproveché la holgura de nuestro tiempo en el sitio para sacar mi tripié y utilizarlo para intentar tener mejores tomas que las de mi anterior visita. 
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Pasamos tanto tiempo entretenidos con los detalles del palacio, que ni siquiera tuvimos tiempo de observar el cercano edificio de los medallones, justo a un costado de nosotros. La tarde estaba cayendo cuando decidí comenzar a montar nuestro campamento, dejando que los demás siguieran documentando el sitio. Estuve yendo y viniendo del jeep por un rato y coloqué las tiendas alineadas en el lado este de la plaza, en un área alargada que estaba libre de hierba, el lugar más seguro contra encuentros con serpientes y cualquier otro animal. 
Pude armar casi todas las tiendas de campaña, a excepción de la de Eduardo, y aproveché ser yo quien estaba acomodando para colocar a Ernesto (quien es el que más ronca) lo más alejado de mi posición, justo en extremos contrarios. Cuando finalmente la plaza se cubrió de oscuridad y los demás cesaron con su tarea, casi todo estaba listo para cenar. Nos sentamos muy cerca de las tiendas y colocamos la gran lámpara de Ernesto, montada sobre el tripié de mi cámara, aunque se le terminaba la batería y no nos sirvió por mucho tiempo.
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Eduardo tuvo la idea de colocar nuestros celulares con la luz prendida, dentro de cada casa de campaña, y así tomamos una fotografía donde resaltaban entre la oscuridad del sitio. Esto me animó a usar los mismos celulares para tomar algunas fotografías nocturnas con secciones de edificios iluminadas. Nunca había intentado hacer eso, pero los resultados fueron satisfactorios. 
Estuve por un largo rato en esa tarea, al terminar me di cuenta de que la bolsa que Eduardo me había prestado para proteger el lente de la cámara (cuya tapa se había perdido en Margarita Maza de Juárez), se había caído, siendo muy difícil de encontrar en la oscuridad. Estuve largo rato recorriendo la plaza con la lámpara de mi celular pero fue inútil, tuve que rendirme y esperar al día siguiente para continuar la búsqueda.
Nuestra noche fue mucho más tranquila que en Nadzcaan, en esta ocasión teníamos la bolsa de agua con sus 10 litros completos; Eduardo y yo la colgamos con sumo cuidado del tronco de un árbol; además habíamos comprado más comida y acomodado todo para no tener mayor problema en acomodarnos. 
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No tuvimos ningún encuentro con serpientes ni escuchamos animales pasar. La vegetación no nos permitía observar el cielo, el cual estaba brumoso; pero la luna llena alcanzaba a colar un poco de luz entre el follaje de los árboles, llenando el ambiente con un brillo frío y casi espectral que daba directamente en los restos de los enormes mascarones, justo frente a la entrada de cada una de nuestras tiendas. Habíamos alineado el campamento hacia ese lado para que lo primero que viéramos al salir fuera el ala oeste del palacio.
Pasar la noche no fue tan fácil, yo no tenía temor de los animales, pero sentía inquietud de que nos encontrábamos cerca de un pueblo moderno, me preocupaba un poco que algún cazador pasara por ahí y nos confundiera con un venado en la oscuridad; esa sensación creció cuando escuchamos perros ladrando no muy lejos de nosotros, además de la detonación lejana de alguna escopeta. En efecto, el “monte” de Yucatán es terreno de caza, aunque los sitios arqueológicos suelen ser lugares que los locales no se atreven a visitar por la noche, ya que piensan que “los antiguos”, y otros seres fantásticos, aún habitan ahí y son capaces de hacerles algún mal. Lejos de que eso nos asustara, nos daba cierta seguridad.
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El mayor problema esa noche fue un intenso frío, raro para la zona. Me desperté en la madrugada temblando, así que busqué todas las prendas de ropa que me había cambiado por estar llenas de semillas y basura de la maleza que cruzamos el día anterior, me las puse sobre la ropa que usaba para dormir y saqué mi toalla, la cual había colocado como almohada (no tenía ninguna otra cosa mejor), ya que ahora la ocuparía como cobija. Aún con todo ello, sufrí de frío todo el tiempo, hasta que el sol estaba ya bastante alto a la mañana siguiente. A mis compañeros les pasó lo mismo, ninguno tenía un suéter o chamarra lo suficientemente abrigadores, y solo Fernando traía consigo una bolsa para dormir, con lo que pudo pasar de mejor manera las horas más difíciles.
Por la mañana levantamos el campamento y tomamos nuestro desayuno. Yo me pasé otro largo rato buscando la bolsa perdida, parecía increíble que en nuestro limitado espacio de movimiento del día anterior no apareciera; extrañamente la encontré, cuando ya me había rendido, entre la maleza cercana a los grandes mascarones, la única explicación para su ubicación era que se hubiera enredado en el tripié y caído ahí. 
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Cuando todo estuvo guardado, nos pusimos a documentar las tapas de bóveda pintadas del palacio y del edificio de los medallones, el cual finalmente recorrimos. Cuando estábamos terminando con esa tarea, escuchamos pasos que se acercaban y, luego de unos momentos, nos encontramos sorpresivamente con Dan Griffin, explorador conocido por Eduardo, y un par de jóvenes a los que estaba guiando por algunos sitios del Puuc. Aquella fue una gran coincidencia y estuvimos conversando con él por algún rato, en el que nos comentó algunos interesantes puntos de vista acerca de los sitios y la región.
Por separado seguimos nuestros recorridos, yendo nosotros hacia un par de edificios rectangulares, uno de ellos con una sección de fachada que conserva su decoración en forma de flechas, con secciones de columnillas. 
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Después de eso nos dirigimos hacia el edificio más lejano, el cual tiene mascarones muy esquemáticos, diferentes a los de otros sitios por su sencillez. Sin embargo, la estructura es una de las más sobrias y bellas de la región, por lo que es visita obligada en Xkichmook.
Nuestra última tarea fue ubicar una estructura desaparecida, contábamos con una fotografía de lo que parecía un muro de fachada más parecida a algunas de la zona de los Chenes que a lo que se puede encontrar en el Puuc. Antes de poder ubicarla nos encontramos nuevamente con Dan Griffin y su grupo, deteniéndonos un poco a conversar nuevamente. 
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Después de caminar un poco, encontramos una estructura en muy mal estado, únicamente conservaba un poco de las bases de sus muros. Entre el escombro encontramos algunas piedras talladas con motivos geométricos, los que comparamos con la fotografía del muro desaparecido. No teníamos ninguna duda, eran los mismos.
Así terminamos el recorrido por uno de los sitios más bellos e interesantes de Yucatán, y también del área maya. Quedamos sumamente contentos por haber logrado documentar de gran manera los edificios que quedan en pie, e incluso identificar uno ya desaparecido. Aún no terminaba nuestro recorrido hacia el sur de Yucatán, todavía restaba llegar más allá...
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 26. El cierre: Xcombec, Campeche y regreso a la ciudad
El tiempo se estaba acabando, así que solamente quedó un sitio más por visitar en el viaje: Xcombec, un gran asentamiento que se encuentra a pie de carretera, que había visitado en el 2013 junto con Julio y que increíblemente nadie más de mis compañeros había documentado.
Antes de llegar ahí paramos en el km 105 de la carretera Mérida-Campeche, donde se encuentran algunos edificios rescatados durante la ampliación del arrollo vehicular; solamente Ernesto y Fernando bajaron a fotografiar el sitio y después seguimos hasta nuestro destino.
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Encontramos el terreno cercano a la gran estructura principal del sitio bastante limpio, porque estaba siendo cultivado, por ello aprovechamos para estacionar ahí el jeep y nos vimos tentados a intentar ascender al edificio, el cual puede verse claramente desde todos los alrededores, pero que está cubierto de tanta maleza, que ni siquiera cuando estuve ahí con Julio intentamos acercarnos.
Esta vez nos animamos, avanzamos muy lentamente aplastando el pasto más que macheteando, y tardamos bastante tiempo en lograr subir a la cima del edificio; ahí nos encontramos con lo mismo que se lograba ver desde abajo: un pequeño segmento de muro, sin nada más en pie. Si bien parecía algo decepcionante, desde ahí se podía ver todo el sitio y sus numerosos montículos.
Bajamos por el mismo lugar y avanzamos en el jeep algunos metros más para buscar la única estructura en pie que pude ver en mi anterior visita. Se trata de un pequeño montículo que en un costado tiene un hueco por el que se puede acceder a un cuarto abovedado. Una vez que llegamos ahí nos dimos cuenta de que la maleza también había cubierto por completo el edificio y hacía invisible la abertura.
Tuvimos que volver a luchar para abrirnos paso y con dificultad logramos dar con la habitación, la cual tenía un gran panal, aunque Eduardo entró de todos modos sin molestar a los insectos.
Así terminamos la última visita para Eduardo y para mí, aunque aún paramos en San Francisco Kobén para que Ernesto y Fernando lo conocieran. Así llegamos hasta Campeche, aunque en el último momento nos cancelaron la reserva de hotel que teníamos y nos vimos obligados a buscar otro, lo cual nos hizo perder más de una hora.
Cuando por fin estuvimos instalados para la última noche del viaje (también la más corta), salimos a cenar; Eduardo se quedó en el centro de Campeche para buscar alguna opción vegana y los demás nos fuimos a visitar a nuestro amigo Álvaro, quien nos hospedó poco más de un año antes, cuando Fernando y yo estuvimos por aquellos rumbos durante 5 semanas. Ahí estuvimos platicando por un buen rato y nos compartieron el recalentado de su cena de año nuevo, la cual consistía en varios platillos con pescado y mariscos, todos sumamente ricos.
Tuvimos que despedirnos pronto para regresar a descansar, únicamente dormimos unas pocas horas porque a las 3 de la mañana salimos del hotel para emprender el regreso a casa, sin embargo tuvimos que regresar rápidamente porque se habían quedado unas botas olvidadas en la habitación.
El trayecto de regreso fue sumamente complicado; me tocó conducir casi hasta el amanecer, llegando hasta Ciudad del Carmen; el camino estaba sumamente oscuro y fue necesario estar muy atento para evitar cualquier incidente, por ello terminé agotado en solo 3 horas y dejé el volante a Eduardo para dormir un poco en la parte trasera.
Así continuamos hasta llegar a Villahermosa, paramos a recargar el tanque de gasolina y nuevamente me tocó el lugar del conductor. Me sorprendió que solamente dos horas después estaba bastante cansado, así que pasando Minatitlán tuve que dejar la conducción a Eduardo. En esta ocasión dormí por más tiempo y logramos llegar hasta Córdoba en 3 horas más; mi compañero estaba ya bastante cansado, por lo que se estacionó a un lado de la carretera y por última vez cambiamos de lugar. 
Conducir por las cumbres de Maltrata me hizo despertar por completo y las casi 3 horas de descanso me repusieron lo suficiente para poder llegar hasta la Ciudad de México sin problemas. Paramos en Santa Martha para dejar a Ernesto y llegamos hasta un hotel donde Eduardo se quedaría esa noche. Mi familia pasó a recogerme y llevamos a Fernando hasta donde tomó un microbús a su casa. Al día siguiente el hermano de Eduardo llegó para ayudarle a conducir hasta su casa en Querétaro. 
Así finalizaron 3 semanas de viaje, en total hubo una cuenta de 42 sitios visitados para Fernando y Ernesto (recordando que Eduardo y yo no recorrimos algunos); para mí hubo 18 en los que nunca había estado. El recorrido fue sumamente satisfactorio y sin ningún incidente o accidente mayor, ni contagio. El mayor problema que tuvimos fue el atasco al intentar visitar Río Bec; por ello fue un viaje sumamente exitoso.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 5: Crónica de un fracaso anunciado. Río Bec, Campeche
Ese 20 de diciembre de 2020 sería el día más complicado de todo el viaje. Al amanecer, Fernando, Ernesto y yo nos preparábamos para ello, antes de que Eduardo pasara por nosotros en el jeep. Luego del día anterior, sabíamos que el camino a Río Bec sería peor que todo lo que habíamos visto hasta entonces. Confiábamos en que podríamos llegar lo suficientemente lejos para completar el trayecto a pie, pero en el fondo sabíamos que las posibilidades de quedar atascados eran altísimas.
A diferencia de Eduardo, quien cree firmemente que siempre hay que pensar positivamente, ya que se atrae lo que se piensa, yo soy un pesimista, mi opción es estar preparado para el peor escenario. El resto de mis compañeros estaban más inclinados hacia mi posición, e incluso realizamos una apuesta sobre en qué kilómetro habríamos de atorarnos. Fernando se fue cerca de los 10, Ernesto a los 7-8; yo... a los 3.
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Eduardo llegó por nosotros alrededor de las 8 de la mañana, se animó a ser el primero en conducir aquel día; y así salimos de nuevo a 20 de Noviembre, pasando por el retén militar, donde nos detuvieron para hacernos preguntas y se rieron un poco al saber lo que intentaríamos recorrer.
Llegamos muy pronto a la casa de Eli, donde ya nos esperaba con algunos elotes. No tardamos mucho en acabar con ellos y salir por un camino que Eduardo, Ernesto y yo conocíamos bien: no solamente lleva a Río Bec, que ya habíamos visitado, sino también es el mismo que caminamos para ir a La Tortuga, Xuxná y La Solitaria, en años anteriores. Fernando no había tenido la oportunidad de recorrer la zona, y por eso estábamos ahí.
Cruzamos por completo el poblado y salimos por su lado sur; avanzando a un buen ritmo, aunque con constantes saltos y movimientos bruscos por los surcos que se formaban en el lodo endurecido por partes, y casi líquido en otras. Rápidamente superamos mi predicción de 3 km para el atasque; a pesar de que yo temía que un arrollo que cruza por debajo de un puente de madera a esa distancia debía haberse desbordado y, por ello, el paso habría de ser terrible. Eli confirmó que el nivel del agua había estado más de 6 m por arriba del actual, pero el piso era compacto y no presentó problemas.
A pesar del buen paso, el camino distaba de ser tranquilo; a partir de ese punto comenzó a ponerse sumamente técnico. Las llantas perdían el agarre a cada momento y parecía que navegábamos sobre una lancha en lugar de rodar en un jeep. Había secciones donde Eduardo debía parar, alinearse y acelerar para no perder impulso y cruzar grandes charcos a pura inercia. 
Así llegamos hasta unos auténticos vados, donde el lodo era viscoso y estaba cubierto de una capa de agua de más de 20 cm; los surcos de llantas habían abierto lo que parecían rieles, dejando al centro un gran montón de tierra. Eduardo me dejó el volante ahí (debido a mi antiguo trabajo en mantenimiento de equipo médico había adquirido más experiencia manejando en largas distancias y en caminos complicados). Bajé junto con Eli y revisamos ese largo obstáculo. Se veía imponente, pero concluimos que era posible pasarlo haciendo los movimientos adecuados. Además de ello, descartamos llegar caminando desde ahí, el camino era terriblemente resbaloso incluso a pie.
Todos se bajaron del vehículo para hacerlo más ligero y yo me dispuse a conducir. Nunca había manejado algo tan difícil; para mantenerme en el curso correcto tenía que cambiar de dirección a cada momento, con cada giro el jeep parecía estar a punto de salirse del camino y salir disparado hacia la selva, lo que a penas podía evitar con un giro al lado contrario. En el momento más crítico debía subir las llantas del lado derecho al costado de la brecha, justo al borde de la vegetación, maniobra que pude lograr milagrosamente. Así llegué a un pequeño plano donde pude detenerme. Parecía que lo peor había pasado...
Miramos adelante, había un surco similar pero que parecía menos profundo; confiamos en que podría pasarse con solo inercia, pero cometimos un gran error. Aceleré siguiendo las marcas del camino, al principio pensé que avanzaba sin problemas, pero poco a poco veía que, a pesar de seguir acelerando, iba frenando, hasta quedar totalmente detenido. “La panza” del jeep se había enterrado en el centro de la brecha, justo en el eje delantero; eran a penas unos pocos cm los que le cubrieron, pero fue suficiente para hacer imposible moverlo. Así se cumplía el pronóstico de Ernesto, estábamos cerca del km 7.
Ante la imposibilidad de caminar y de mover el jeep, decidimos que la prioridad era sacar el vehículo de ahí. Era temprano y teníamos todo lo necesario para incluso pernoctar si era preciso, sin embargo confiábamos en que tardaríamos poco en desatascarnos, otra vez estábamos equivocados.
El primero en percatarse de la dificultad fue Eli, quien se tiró pecho tierra para empezar a sacar lodo de abajo del jeep. Habíamos llevado una pala para ayudarnos, pero era inútil con la tremenda viscosidad de esa tierra, la cual parecía completamente sólida al acometer contra ella, y lo poco que sacábamos se quedaba pegado a la superficie metálica de la herramienta. Como cereza del pastel, empezó a llover ligera pero constantemente.
Eli tuvo la idea de poner un par de palos amarrados a las llantas delanteras para que al girar pasaran sobre ellos, se levantara el vehículo y avanzara un poco hacia atrás; sin embargo no teníamos cuerda (ni otros aditamentos); Eduardo y yo sacamos cordeles de una pulsera de supervivencia y de mi tienda de campaña, pero no fueron lo suficientemente resistentes. Después de ello utilizamos lianas, pero tampoco eran suficientes. Intentamos empujar y no pudimos hacer nada. Además la lluvia comenzó a caer más fuerte, poco a poco las llantas delanteras se hundían en un gran charco.
Eli decidió regresar al pueblo a comprar lazo resistente, y nosotros nos quedaríamos a seguir sacando lodo. Nos decidimos a liberar el jeep y los cuatro estuvimos largo rato tumbados sobre el lodo y metidos en el agua para sacar poco a poco la capa que impedía salir de ahí. Por momentos parecía que avanzábamos, podíamos ver de un lado a otro donde anteriormente solo había tierra, pero el diferencial delantero seguía hundido, a pesar de nuestros esfuerzos no podíamos mover ni un cm el jeep.
Así terminamos todos completamente cubiertos de lodo, de cabeza a pies, en el cabello, la cara, el cuerpo; incluso en la ropa interior. En un momento también la copia de llaves del jeep que yo llevaba (Eduardo traía otra) se cayó de mi bolsillo y estuvimos algunos minutos buscando, hasta que por suerte las encontré antes de que fueran cubiertas por completo por lodo. 
Cuando Eli regresó, luego de más de 2 horas; quedaba poco para liberar el jeep, aunque aún era imposible de mover; sin embargo aún quedaba atrás un buen trecho donde podía volver a atascarse. Finalmente pudo amarrar bien los dos palos a las llantas delanteras y pude hacer que con el giro se levantara un poco el vehículo y saliera de su mortaja de lodo. Había que retroceder alrededor de 10 metros, solo se movió unos 20 cm. Repetimos la operación, pero comprobamos que si el movimiento de las llantas no era completamente preciso y se pasaba un poco de una sola vuelta, el lazo se rompía.
Al ocurrir eso la primera vez, intentamos salir a empujones, parecía que funcionaba, pero yo no quería dejar el acelerador a fondo por temor a que saliera disparado en reversa sin poder frenar, por ello perdimos impulso y a la mitad del camino volvimos a quedar atascados. Repetimos la misma operación una y otra vez, rompiendo varias veces los tramos de lazo que usábamos. En una de esas ocasiones, Ernesto estaba muy cerca y el palo que se liberó de su atadura saltó violentamente, pasando a centímetros de su cabeza, por fortuna no hubo ningún percance. Así, poco a poco retrocedíamos, pero nos alcanzó el temor de que se acababa el lazo, ya que únicamente nos quedaban dos secciones, y eran las que estaban amarrando los palos. Por ello los últimos metros los pasamos con sumo cuidado y lentitud. Después de más de 6 horas de haber comenzado, por fin éramos libres de irnos. Ya no había tiempo para seguir y el camino había demostrado ser imposible en ese tramo para el jeep, incluso para caminarse. Eli abrió un espacio en la selva para poder dar vuelta en U ahí mismo y eso hice.
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Todo el regreso me tocó manejar, y fue aún peor que el pequeño tramo que había conducido hasta atascarnos. La lluvia, aunque había parado, había dejado el camino en condiciones deplorables, además de que nuestro mismo paso había ahondado los surcos. Pasé el mismo tramo que había superado horas antes en el sentido contrario, de nuevo sin nadie más a bordo y acelerando más. Por fortuna la maniobra difícil, subirse a la orilla, era ahora por el lado del conductor, y la “rampa” para hacerlo era mucho más accesible. Una vez atravesado ese temible obstáculo, todos subieron, con lo que el interior del jeep se llenó del lodo que todos teníamos pegado a la ropa y a los zapatos; la suciedad era tremenda por todos lados.
El resto del trayecto fue una auténtica aventura: yo iba volanteando bruscamente para ambas direcciones, nuevamente parecía que navegábamos en lugar de rodar. Los saltos eran aún más violentos porque me veía obligado a ir a mayor velocidad para no volvernos a atascar. Un solo instante de titubeo o de distracción nos habría sacado del camino y nos hubiera enviado a estrellarnos contra algún árbol. Además de todo, el agua acumulada en los charcos saltaba y ensuciaba el parabrisas, teniendo que limpiarlo en todo momento, pero el lodo opacaba la vista, complicando aún más el ya tremendamente técnico manejo. 
Cuando llegamos a un campo de cultivo que estaba justo antes de pasar el arrollo con el puente de madera, supimos que habíamos librado el camino más terrible de todos los que recorreríamos; no habíamos llegado a nuestro destino, pero conseguimos salir sin percances mayores. No podíamos creer la osadía que habíamos cometido al intentar ese trayecto, sin duda no volveríamos a hacer algo así si nos encontrábamos de nuevo con charcos y lodo como esos. Yo me sentí finalmente aliviado y relajado, después de terminar ese largo rato de tensión, que tuvo a todo mi ser apuntando al camino que recorríamos.
Ahí nos tomamos una foto para recordar aquel día y nos sentamos a comer algunas latas de atún que compramos anteriormente, mientras que Eduardo mezclaba sus verduras con salsa y con el siempre insípido tofu. Luego de terminar, avanzamos unos metros hasta cruzar el puente. ahí todos nos dirigimos a meternos al arrollo con la ropa puesta, con tal de quitarnos la costra de lodo que ya se nos había formado. No hacía calor y estaba comenzando a lloviznar, mis compañeros tiritaban, aunque por alguna extraña razón yo sentí la frescura del agua como un agradable suspiro.
Los impermeables que todos usamos durante la lluvia, y que también estaban cubiertos de lodo, los habíamos colocado en una bolsa cerrada, por lo que olvidamos enjuagarlos. Estuvieron varios días esperando a que los laváramos. 
Para evitar que nuestras camisas se mancharan de nuevo con el lodo que había dentro del jeep, todos concluimos el recorrido con el torso desnudo, así llegamos hasta casa de Eli, así comimos otros elotes y así pasamos junto al retén militar, donde solo nos miraron pasar con una divertida mirada de incredulidad. Así regresamos a Xpujil y terminamos el día muy cansados, en los mismos hoteles donde pasamos las dos noches anteriores.
Vídeo:
https://www.facebook.com/jaguarcilloviajero/videos/431398254669342/
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 4: Becán, Okolwitz y Pasión de Cristo
La mañana del 28 de diciembre fue para mí la peor de todo el viaje; desde la madrugada comencé a tener un fuerte dolor de estómago que no me dejó dormir. Al amanecer no cedía, así que le dije a mis compañeros que no habría de ir con ellos al plan del día, el cual era visitar Becán para que Eduardo hiciera un vídeo de dicho sitio para su canal de YouTube.
Fernando, quien estaba preparado para esos inconvenientes, me dio una pastilla para el dolor, mientras que Eduardo consiguió que nos aplazaran la entrega de la habitación hasta la 1 de la tarde para que yo me quedara a descansar un poco más de tiempo. 
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Salimos con el jeep para que los llevara al sitio; este se encontraba cerrado al público desde el inicio de la contingencia, pero teníamos permiso del INAH Campeche para entrar. Así ellos se quedaron en el acceso, mientras yo regresaba al hotel en Xpujil; ahí cometí el error de querer dar vuelta en “u” en un espacio muy estrecho, por lo que una de las llantas del jeep cayó en una zanja a orillas del camino. Un error así habría sido bastante complicado de arreglar con un vehículo común, pero para “Don Teoberto” fue cosa de niños: solo hubo que activar el 4x4 y la reductora, saliendo del atasque de inmediato. En unos minutos me encontraba en la habitación, el dolor había disminuido lo suficiente para dormir unas horas.
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Cuando desperté era casi hora de entregar la habitación, no pensábamos seguir en el mismo hotel por las numerosas cucarachas que habían aparecido y que incluso se metieron en nuestro equipaje, obligándonos a sacar casi todo para matarlas. Mandé mensaje a Eduardo y me sorprendió que ¡solamente habían recorrido dos de las estructuras del sitio hasta ese momento!
Recogí todo lo que quedaba por cargar en el jeep y regresé a Becán con la intención de esperarlos recostado en el asiento; sin embargo, al saber que seguían sin avanzar casi nada, decidí alcanzarlos. Me dirigí a la caseta de los custodios y me dijeron que mis compañeros estaban ahí dentro y que pasara.
Los encontré cerca del túnel de la estructura V, pues buscaban el personaje de estuco que se conserva en el edificio X, pero se equivocaron de rumbo. Se adelantaron mientras que yo hacía un recorrido lento hacia la estructura IX, la más alta del sitio.
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El dolor ya era mucho menor, por lo que pude subir y sentarme por un rato en la cima. Luego de ello me dirigí a la estructura X y aproveché nuestro permiso para acceder al sitio para ir a visitar el área no abierta al público del recinto central de Becán: la plaza oeste. No fue mucho lo que pude apreciar ahí, únicamente montículos cubiertos de selva, pero me quité la curiosidad.
Por último fui a la estructura I y alcancé a los demás en el edificio IV, donde finalizó la grabación de Eduardo. Ya casi completamente repuesto me dirigí junto con los demás al jeep y regresamos a Xpujil. Eduardo nos dejó en un hotel un poco escondido cerca de la glorieta principal del poblado, más barato y en mejores condiciones que el anterior; él se habría de quedar en otro más lujoso. Más tarde Ernesto, Fernando y yo fuimos a comprar víveres y cenamos todos juntos en el restaurant Calakmul.
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Al día siguiente, Eduardo pasó temprano por nosotros y nos dirigimos al ejido 20 de Noviembre. En la entrada a la carretera que lleva ahí nos encontramos con un retén militar permanente, donde nos detuvieron para preguntarnos cosas sobre nuestro destino y procedencia; eso fue repetido en las varias veces que pasamos por ahí, por lo que se enteraron de lo que nos iba ocurriendo e incluso algunas veces les provocamos la risa por nuestras peripecias.
Llegamos hasta la casa de Eli, nuestro guía de la zona, sin embargo no se encontraba y dejamos dicho con su pareja que volveríamos más tarde a buscarlo.
Decidimos dirigirnos hacia una terracería para visitar el sitio de Okolwitz, donde todos habíamos estado antes, a excepción de Fernando. Ahí intentamos visitar todos los edificios que mencionaba un documento de Eduardo, aunque no pudimos encontrar el marcado con el número 2, que era un típico palacio de tipo Río Bec, con torres en sus extremos.
En la estructura principal estuvimos por un largo rato, esto porque nos dedicamos a limpiar la maleza que estuvo a nuestro alcance para tomar mejores fotografías y vídeos.
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Luego de varias horas, regresamos a casa de Eli, quien acababa de salir, pero que regresó muy pronto con una carga de elotes, los que dejó cocinando mientras que nos llevaba al cercano sitio de Pasión de Cristo en compañía de su hijo más pequeño. Este sitio lo tenía pendiente porque a pesar de encontrarse muy cerca, en todas mis visitas anteriores a 20 de Noviembre no había tenido oportunidad de recorrerlo.
Por primera vez nos encontramos con caminos verdaderamente demandantes para el jeep, ahí había zonas muy encharcadas con tierra roja muy resbaladiza que formaba zanjas donde las llantas fácilmente se hundían, en el trayecto al sitio las pasamos sin mayor problema, aunque derrapando a cada momento y con movimientos y saltos muy bruscos.
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Llegamos hasta una pequeña elevación natural que estaba cubierta por un manchón de selva y rodeada de campos de cultivo; ahí entramos caminando y ascendimos hasta llegar a la base de un gran montículo. La única arquitectura expuesta en el exterior era una sección de pared lisa, que no parecía haber sido parte de la fachada, sino del lado trasero.
Rodeando poco a poco nos encontramos con los restos de varias habitaciones, una de ellas con grandes secciones de estuco ennegrecido que estaba totalmente expuesto a las inclemencias del clima, sin embargo mostraba numerosos grafitis que aparentaban ser antiguos. Mientras estaba ahí comenzó a llover, al poco tiempo se desató un aguacero que me dejó empapado y que mojó mi cámara y mi celular, aunque por fortuna no lo suficiente para causarles algún daño.
Tuve que correr para entrar a una gran habitación semi enterrada donde Eli, su hijo y Eduardo ya estaban refugiados. La entrada principal estaba custodiada por un gran panal repleto de avispas, así que me vi obligado a rodear y entrar por un costado mucho más empinado y estrecho, ahí estuve muy cerca de caer aparatosamente, pero logré sostenerme.
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Una vez adentro, pude apreciar que la habitación estaba todavía cubierta en su mayoría por un estuco en excelente estado de conservación; sobre su superficie se observaban trazos de pintura negra y grafitis.
La lluvia pasó rápidamente y, después de tomar fotografías y recorrer la habitación, salimos con la intención de visitar otro grupo del sitio. Eli nos comentó que el dueño de aquella sección estaba en su parcela y era muy renuente a la visita por parte de los arqueólogos franceses que habían estudiado la región; incluso negándoles el permiso de paso en el actual año, esto porque en la comunidad consideraban que esos trabajos no les habían aportado ningún beneficio, pues los arqueólogos únicamente obtenían información sin compartirla con ellos y sin aportar nada a cambio. Esto es algo cierto que ocurre en numerosos proyectos arqueológicos, por lo que nosotros tuvimos bastante empatía con aquel propietario reacio.
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A diferencia de mis cuasi-colegas europeos, nosotros obtuvimos el permiso para acceder sin problemas. Así pudimos ver los restos de algunos monumentos que en algún momento, hace varios años, estuvieron a punto de ser saqueados por completo (varios están cortados con motosierra y faltan secciones que debieron tener grabados muy bien conservados). Entre ellos estaban altares y estelas, una de ellas en pie y con glifos en los costados. Su cara principal había sido retirada con motosierra, pero en el costado lateral tenía todavía visibles dos personajes, uno frente a otro, de los cuales el del flanco izquierdo aún estaba completo, mientras que el derecho ya había sido casi completamente destruido.
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Con una llovizna constante terminamos nuestro recorrido por el sitio. Regresamos caminando hasta el jeep y el regreso fue mucho más complicado porque el agua había ablandado la tierra. Dos veces las llantas se hundieron en el fango, aunque pudimos sacarlas a empujones, quedando bastante sucios de lodo y dejando el vehículo tremendamente manchado.
Así llegamos hasta casa de Eli, donde nos ofreció a cada quien un par de tamales y elotes, que ya estaban bien cocidos. Quedamos de acuerdo para el día siguiente intentar llegar a Río Bec, para que Fernando lo conociera, además de intentar algún otro sitio por el camino. 
Regresamos a Xpujil y pasamos la noche en los mismos hospedajes que la noche anterior, nos esperaba una ardua jornada al día siguiente.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 19. Yalcobá, Yucatán, y los mosquitos de Ichpich
Nos dirigimos hacia el sur, pasando a orillas de Huntochac, el último poblado en esa esquina del estado. Tomamos una serie de caminos de cultivo, encontrándonos con cuadrillas de agricultores que pasaban con maquinaria de gran tamaño. Algunos de ellos se sentaban a la sombra para compartir algún alimento y muy pocos estaban aún en la faena. Era ya más de medio día y el sol caía a plomo.
Pasamos la entrada al sitio de Ichpich, donde observamos una camioneta de gran tamaño en muy mal estado que parecía haber sido abandonada justo sobre el camino a ese sitio. No paramos por el momento y avanzamos bordeando los campos en los que comenzaban a crecer los cultivos.
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Yo había marcado el camino a seguir en mi celular y lo iba siguiendo con el GPS, sin embargo algunos puntos habían cambiado en unos pocos años. Primero nos encontramos con una barrera de maleza donde debía ser campo abierto, aunque encontramos pronto un paso que nos llevó a reencontrar el rumbo. Más adelante vimos a un padre menonita con dos de sus hijos, lo saludamos y le indicamos que nos dirigíamos a un sitio arqueológico cercano; nos respondió amablemente y movió una gran cosechadora que estaba obstruyendo el paso. Justo al frente dimos vuelta y nos encontramos con otro muro de hierba crecida que había engullido el paso. Tuvimos que dar un rodeo para pasar más allá, pero finalmente vimos al otro lado del campo el sitio que estábamos buscando: Yalcobá.
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Este sitio solamente lo conocía ya Eduardo y se sorprendió por la cantidad de maleza que lo cubría, en comparación con las condiciones que el había encontrado algún tiempo antes, en época de secas. Dejamos el jeep bajo la sombra de algunos árboles y tomamos los machetes para abrirnos paso. 
Nuevamente nos encontramos con altos pastizales, aunque la distancia era muy corta. Estuvimos un buen rato despejando la maleza para poder fotografiar la fachada del único edificio del lugar. Esta estructura es una de las más elegantes y armoniosas que haya podido ver. Cuenta con 2 habitaciones casi completas (únicamente el extremo de una de ellas ha colapsado en tiempos muy recientes), su muro inferior es liso y cuenta con un par de molduras y un friso adornados todos con columnillas. En su lado derecho hay vestigios de que en algún momento se intentó construir una tercera habitación, aunque esto probablemente nunca se terminó.
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La visita fue muy rápida, no vimos ningún otro rastro de estructura prehispánica en los alrededores. Sin embargo, este único edificio bien valió la pena; 3l entorno cubierto de pastos verdes, los grandes henequenes creciendo en el techo, uno de ellos en flor, y el cielo surcado de nubes blancas dieron un bello marco a la vista que teníamos frente a nosotros.
Después de regresar al jeep, desmontamos el techo que cubre el lugar del conductor y el copiloto e hicimos algunas tomas con los largos sticks que llevaba Eduardo y la cámara de 360°. Tomamos el mismo camino para regresar hasta Ichpich.
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Paramos junto a la camioneta abandonada y verificamos que se encontraba en calidad de chatarra. Sus llantas se habían ido y estaba sobre piedras, los interiores habían sido parcialmente arrancados y la maquinaria estaba en pésimas condiciones y muy posiblemente incompleta. 
Eduardo y yo ya habíamos estado antes en Ichpich y pensamos que no hacía falta llevar machetes, siempre habíamos encontrado el sitio limpio. Esto había cambiado porque tanto caminos como edificios estaban comenzando a ser engullidos por la maleza.
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Yo me adelanté para tomar fotografías, llegando a la primera estructura, la cual tenía una hilera de tres habitaciones, con una cuarta al centro y sobresaliendo hacia el frente. Ahí comenzó mi suplicio, de inmediato me cubrió una infinidad de mosquitos, lo que me hacía estar incómodo y continuamente matando y espantando a los insectos. 
Mis compañeros me alcanzaron y yo seguí hasta la segunda estructura, la cual es un bello y sobrio edificio que tuvo 3 habitaciones alineadas, una ya caída, y un friso recto con piedras salientes que pudieron haber sostenido una serie de esculturas, enmarcadas por molduras en forma de “chimez” o ciempiés. 
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En este punto el ataque de los mosquitos se redobló y fue tal que se tornó insoportable; luego de tomar algunas fotografías me marché sin haber visitado la última sección del sitio, donde se encuentran algunos chultunes de gran tamaño. Encontré a mis compañeros todavía en la primer estructura y les dije que los esperaría en el jeep. Una vez ahí cerré todas las ventanillas, a pesar del calor, y rocié con repelente el interior; nunca antes me habían atacado tantos insectos y no podía dejar de rascarme por las decenas de picaduras que tenía.
Fue una sorpresa el saber más tarde que a los demás no los habían acosado esos insectos chupasangre como lo hicieron conmigo. Cuando mis compañeros llegaron al jeep, emprendimos el largo regreso hasta Santa Elena. Nuevamente tuvimos que recorrer la carretera medio comida por la vegetación, moderando todo el tiempo la velocidad. Ir más despacio que de costumbre demostró ser un acierto cuando, en medio de una curva, nos encontramos de frente con una camioneta un poco ancha, era imposible frenarse ahí y tuve que orillar el jeep de forma que pasamos sobre la maleza de la orilla. Fernando exclamó que había estado cerca, pero la velocidad relativamente baja había dado tiempo para que ambos vehículos evitáramos una colisión, algo que fue mucho más cercano el día anterior, con una pequeña motocicleta, pero a mayor velocidad.
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Nos llevó un largo rato llegar hasta Santa Elena, arribando cuando el día estaba por llegar a su fin. Eduardo arregló que consiguiéramos una habitación en el hotel Nueva Altía, donde normalmente se queda cuando está en el Puuc, pero que para los demás parecía algo caro. Llegamos hasta ahí a instalarnos y al poco rato fuimos al restaurante Chac Mool, al igual que dos días antes, terminando así nuestro recorrido por una serie de impresionantes sitios en el sur de Yucatán.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 15. Grandes sitios del Puuc campechano: Tzum e Itzimté
El sábado 26 de diciembre lo primero que hicimos fue esperar a que abriera la lavandería para poder recoger nuestra ropa. Ahí nos enteramos que nuestros impermeables no habían podido ser lavados, así que tuvimos que hacerlo nosotros mismos. Regresamos al hotel y pedimos prestada una cubeta, utilizando el agua de un grifo que tenían en una jardinera para quitar el lodo endurecido. El olor era fuerte, pero usar cubrebocas nos ayudó un poco. Ya que las prendas eran de plástico, no tuvimos tantas dificultades, aunque una camisa de Fernando se había quedado en la misma bolsa y él prefirió desecharla que intentar lavarla.
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Después de quitar la mayor parte del lodo, dejamos todo al sol; esperamos alrededor de una hora para que se secara y solo entonces comenzamos el recorrido del día. Eran más de las 11 de la mañana cuando salimos otra vez hacia Ticul y luego a Santa Elena. De ahí tomamos la carretera rumbo a Campeche, como dos días antes; nuestro destino ahora era más cercano, en los alrededores de Bolonchén. 
Tomamos una carretera que se veía recién pavimentada y luego una terracería en muy buen estado. Por ello no tuvimos ningún problema en llegar hasta una gran planicie rodeada de cerros bajos. Nos encontramos con un terreno de cultivo que colindaba con otro, despejado de árboles, pero donde habían dejado crecer la maleza hasta una altura de 3 metros o más. En esa maraña de pasto y arbustos vimos una serie de montículos, habíamos llegado a Tzum, un extenso sitio que ninguno de nosotros había conocido antes.
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Buscamos un lugar con sombra para dejar el jeep y luego caminamos hasta la cercanía del mayor de los montículos. El GPS indicaba que debíamos caminar casi 100 metros entre toda la maleza; sabíamos que era un sitio muy importante y nos resignamos a pasar por las molestias de un terreno como ese: peligro de encontrar serpientes en el suelo y no verlas a tiempo, posibilidad de caer en un chultún oculto, razguños y cortadas por los bordes del pasto, intenso calor y humedad, y gran dificultad para abrirse camino.
Yo seguía con bastante dolor en mi mano cortada, así que nuevamente Eduardo fue al frente con Ernesto y Fernando detrás. La marcha parecía infinita, avanzábamos de a poco y constantemente teníamos que rodear obstáculos. En el suelo encontrábamos grandes piedras de construcción y en algunos puntos esto nos hacía tropezar. Luego de un buen rato de luchar y de verificar nuestra dirección con el GPS (era imposible orientarse por la vista) llegamos hasta la base de un montículo. Pudimos subir con gran esfuerzo y desde ahí pudimos ver la estructura mayor, hacia donde nos dirigíamos. Solo llevábamos la mitad del trayecto. Este punto era un edificio alargado que arriba tuvo alguna vez al menos dos habitaciones, de las que quedaban tan solo dos o tres hileras de piedras de pared.
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Nos tomó otro rato de abrirnos paso entre el pastizal, macheteando poco porque eso no era muy efectivo; y por fin llegamos hasta el montículo mayor. Ahí subimos un poco por entre las piedras sueltas, pero mucho más libres de maleza; nos encontramos con una serie de habitaciones muy dañadas, pero que conservaban grandes secciones de paredes y bóvedas aún de pie. Muchas piedras tenían números y nombres pintados en rojo, algo que nos confundió un poco, ya que no parecía que fueran las típicas marcas que ponen los arqueólogos al restaurar un edificio. 
Todas las habitaciones, e incluso algún árbol, tenían panales de avispas; no estábamos preparados para eso y no nos pareció necesario evacuar a los insectos, por lo que nuestro recorrido fue con sumo cuidado y lo más silencioso posible para evitar un ataque. Estos cuartos nos daban la idea clara de que nos encontrábamos en un gran palacio, aunque estaban tan dañados que era difícil imaginar como estaba distribuido. Hacia un costado pude ver una saliente de piedras caídas que probablemente fue alguna vez la escalinata que llevaba a una planta superior.
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Subí al punto más alto de este palacio, de arriba se notaban varias estructuras, pero tan sumergidas en el pastizal que era muy difícil distinguir sus formas, incluso la de un juego de pelota que estaba directamente frente a mí. No pude ver ningún otro rastro de arquitectura en pie y me fue imposible llegar hasta el extremo contrario del montículo. Bajé por el lado que tenía las habitaciones arruinadas y me di cuenta de que era muy riesgoso: algunas tenían huecos en su techo y yo corría peligro de caer por ahí. Sin embargo pude llegar donde los demás seguían sin novedades.
Eduardo tenía el mapa del sitio y una serie de descripciones, así supimos que estábamos en el grupo A y que habían por lo menos 4 más. Se hablaba de monumentos en el grupo B y de más habitaciones en el D, por lo que decidimos solamente tratar de llegar a esos dos, porque debíamos seguir cruzando el pastizal, lo que tomaba demasiado tiempo y esfuerzo.
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Nos dirigimos a un cerro que bordeaba la planicie por el oriente, hasta su base todo era pastizal y comenzamos de nueva cuenta con nuestro lento avance. Llegamos hasta un montículo pequeño completamente destruido y Eduardo cayó hacia atrás, luego de deslizarse una piedra; al intentar levantarse le advertí que tuviera cuidado con el machete, pero fue demasiado tarde porque lo sostuvo por el filo y se hizo una cortada muy similar a la que yo ya tenía. Por ello me tocó volver a machetear y otra vez volví a abrir mi herida.
Justo antes de llegar al cerrito que queríamos subir, había un gran hueco alargado en el suelo, tenía 3 o 4 metros de profundidad y por fortuna pudimos verlo antes de llegar a su borde y no tuvimos ningún accidente. Luego de rodearlo con mucha cautela comenzamos a ascender, algo que fue más rápido porque la maleza era menos, aunque había mucha piedra suelta. 
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Finalmente, en lo más alto nos encontramos con un gran montículo, el ascenso fue muy complicado pero llegamos hasta la cima y notamos que tenía algunos pocos restos de un templo superior que fue construido con piedras muy burdas y casi megalíticas. Supusimos que los monumentos de piedra, si no habían sido robados, debían de encontrarse en algún lugar cercano. A pesar de ello no encontramos nada a primera vista y comenzamos a avanzar hacia el grupo D, el cual estaba muy lejos de nosotros. 
Al bajar del gran edificio, llegamos a una plataforma que tenía una gran cantidad de enredaderas sobre el suelo, a los pocos metros dimos con varias grandes piedras que no parecían tener nada en especial, pero al acercarnos vimos una que estaba de pie y conservaba algunos trazos de figuras labradas. Al inspeccionar más de cerca nos encontramos con una gran cantidad de fragmentos de estelas y de bloques bien labrados, algunos con glifos y otras figuras difíciles de identificar, pero muy bien marcadas. 
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Este descubrimiento hizo que todo el esfuerzo hubiera valido la pena, encontramos tantas piezas que concluimos que todo lo que estaba reportado debía encontrarse ahí; la mayoría con sus grabados volteados hacia la tierra para conservarlos, por lo que así los dejamos. Concluimos también que estos monumentos no estaban en tan buenas condiciones como para despertar la ambición de los saqueadores, algo que sin embargo era muy positivo.
Estuvimos ahí por un buen rato fotografiando, tomando video y comiendo mandarinas que traíamos de Oxkutzcab. Después de ello nos dirigimos hacia el grupo D, pero vimos que tratar de llegar rodeando por los cerros, aunque era menos difícil que abrirse paso en el pastizal, era un tremendo rodeo. Intentamos cruzar la planicie en línea recta pero cada vez era más complicado seguir avanzando; dos de nosotros estábamos incapacitados para machetear de buena forma, por lo que decidimos que había sido suficiente.
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Regresar parecía más sencillo que seguir avanzando, pero pronto nos dimos cuenta de que no era así. Primero intentamos ir al grupo A por donde habíamos llegado, pero el sendero que abrimos se había vuelto a cerrar porque el pasto que aplastamos se estaba levantando nuevamente. Decidimos intentar llegar por el cerro, pero únicamente la parte baja de su ladera era transitable, subir era tan complicado como abrirse paso en la planicie. Así avanzamos con un poco más de velocidad, justo en el borde del pastizal, pero hubo dos o tres puntos en los que nos topamos con auténticas paredes de vegetación, obligándonos a rodear y a hacer un esfuerzo tremendo. Después de un buen rato, pudimos llegar hasta el camino donde estaba el jeep y emprendimos el camino de regreso.
Pasamos por Bolonchén y decidimos ir a visitar el cercano sitio de Itzimté para mirar ahí el atardecer. Además de ello Ernesto y Fernando no lo conocían.
Ellos dos intentaron llegar a un edificio que tiene un glifo pintado en una de sus paredes y que yo no había podido alcanzar por la tremenda maleza que siempre lo cubre. Eduardo y yo nos quedamos en el jeep un rato, pero luego yo me uní a los demás.
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Subimos a un edificio con gran dificultad, solo para darnos cuenta de que era el equivocado. Aunque este tampoco lo había visto antes. En su frente tenía una gran habitación con una entrada enorme, al centro había una columna bellamente tallada en una sola piedra. A pesar de no encontrar el glifo pintado, valió la pena la visita.
Desde ahí nos aproximamos al palacio del sitio, donde sí había podido llegar años antes en compañía de Wilberth. En esta ocasión Fernando subió al frente, abriendo paso a machetazos con Ernesto detrás de él. Eduardo y yo subimos detrás de ellos luego de un rato. La maleza era mucho peor que la que había encontrado en mi anterior visita y pudimos ver muy pocos detalles de ese edificio tan complejo. Nuevamente estaba viendo un atardecer desde esa cima, pero había muy pocas nubes y no fue tan espectacular como otros que hemos observado. 
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Salimos de ahí antes de que oscureciera y nos detuvimos a cenar en el restaurante Chac Mool, un punto que Eduardo siempre visita y en el que yo había estado ya en 3 viajes anteriores. La comida siempre es excelente y estuvimos un largo rato preguntándole estadísticas de futbol americano a Eduardo, que increíblemente podía recordar con gran detalle. Salimos con rumbo a Oxkutzcab ya con el camino completamente oscuro y llegamos un poco tarde. Era nuestra última noche ahí y comenzamos a preparar todo para marcharnos al día siguiente. 
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Viajando a la zona maya en auto pt. 10. Acancún y Xuenkal, Yucatán
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Desde Tizimín, nos dirigimos a Kikil, parando brevemente para observar las ruinas coloniales de una iglesia que ahí se encuentran y que había visto 3 años antes, cuando iba de camino a Yalsihón junto con Eduardo, Julio y Wilberth. En esta ocasión tomamos un rumbo distinto y llegamos hasta las cercanías de un cenote llamado Acancún. 
Ahí vimos un montículo junto al camino que mostraba restos de muro, así que estacionamos el auto y caminamos un poco para acercarnos.
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El sitio fue uno de los más pequeños que vimos, ya que únicamente pudimos distinguir dos o tres muntículos de baja altura. Subimos al principal y vimos lo poco que quedaba del muro en pie. Al regresar al auto, un señor que vivía en el terreno donde se encuentra el cenote nos invitó a conocerlo, pero, como nuestro camino era aún muy largo, decidimos declinar la invitación y dirigirnos al siguiente sitio a visitar.
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Tomamos rumbo primero al sur y luego al poniente. Después de poco tiempo nos encontramos frente a la antigua hacienda de Xuenkal, la cual fue construida sobre un enorme sitio maya, yo lo había investigado en reportes y sabía de su importancia, aunque nos habían dicho que no había nada que ver en los grandes montículos.
Al llegar no supimos como aproximarnos al sitio, caminamos hacia la puerta de entrada a la hacienda y vimos pasar a alguien entre los árboles, llamamos su atención y vimos que se trataba de un joven que vivía en una de las pocas casas que quedaban ahí, pues el viejo poblado había sido gradualmente deshabitado.
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Le preguntamos sobre el gran montículo que se encontraba ahí cerca y se ofreció a llevarnos. Cruzamos el ruinoso casco de la hacienda y salimos a los campos circundantes, los cuales parecían no haber sido cultivados en mucho tiempo. Ahí pudimos ver varios edificios prehispánicos completamente destruidos, los cuales yacían como montones de piedras a donde quiera que miráramos. Finalmente llegamos a un descampado y pudimos ver la inmensa mole del edificio principal, el cual tenía grandes secciones de muro todavía visibles.
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Subimos por la empinada ladera del gran montículo, el ascenso era muy complicado y peligroso por las piedras sueltas que cubrían el estrecho sendero; todo el tiempo teníamos que sostenernos de los árboles que crecían a nuestro camino para no rodar hacia la base. 
En la cima tuvimos una vista sumamente amplia de la gran llanura del norte de Yucatán, incluso alcanzábamos a ver los campanarios de la iglesia central del poblado más cercano. Ahí nos dimos cuenta que subimos por un costado y no por el frente de la estructura.
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Caminamos de regreso al auto y pudimos ver los restos de una pared en otro montículo, así como interesantes ruinas de la hacienda henequenera que funcionó en el sitio poco más de 100 años antes. Nos despedimos de nuestro guía y salimos con suficiente tiempo para completar el plan del día, que era despedir el último día del año en un sitio más, el cual no conocía ninguno de los dos.
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La exploración en tiempos oscuros, pt. 3: El Ramonal y una visita a Calakmul
Por la mañana del 17 de diciembre, recogimos todas nuestras cosas sin saber donde dormiríamos al finalizar el día; pero eso no importaba por el momento. Nos dirigimos a la entrada al camino de acceso que lleva a Calakmul, a unos metros de donde nos encontrábamos. Hacía menos de una semana que dicho sitio había sido reabierto al público, luego de la contingencia sanitaria y de fuertes lluvias que incluso inundaron caminos y parte del lugar.´
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Nos sorprendió que en la pluma que da acceso se ubicaba una inmensa palapa que ahora sirve de caseta y de plaza de cobro, algo que no habíamos visto en visitas anteriores. Nos pidieron que bajáramos del jeep y pasáramos a que nos tomaran la temperatura y a pagar una cuota que cobra el ejido de Conhuas. Ahí mostramos un permiso que habíamos conseguido del INAH Campeche para visitar el sitio de El Ramonal, a medio camino de Calakmul; por ello pedimos el servicio de un guía local, el cual tomó su motocicleta y se fue frente a nosotros hasta el punto donde debíamos entrar a la selva.
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De pronto se detuvo en un lugar inesperado, dos km antes del punto que habíamos previsto, nos explicó que El Ramonal se extendía por varios km, pero que el grupo principal se encontraba cerca de donde estábamos. En efecto, a los pocos pasos comenzamos a encontrar listones que marcaban el camino, algo recurrente que dejan algunos arqueólogos cuando realizan recorridos en sitios.
Caminamos algunos cientos de metros, pasando junto a un bajo y luego ascendimos hasta una gran plaza con montículos de más de 10 m de altura. Subimos al más grande y arriba pudimos ver que era una estructura triádica, con una gran plataforma que sostenía un templo grande en su centro y dos muy pequeños en cada costado. La parte más alta tenía algunos restos de muros de la plataforma superior.
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En una segunda estructura nos encontramos con un par de grandes trincheras de saqueo, ahí pudimos ver algunos muros que fueron destruidos, además de los restos de un piso de estuco, que indicaba que el edificio tenía al menos dos etapas constructivas; al oriente vimos una gran plataforma con tres montículos en su parte superior, con lo que de inmediato nos dimos cuenta de que se trataba de un conjunto de tipo Grupo E, usado para observar la salida del sol en los solsticios y los equinoccios. Así no quedaba duda de que el lugar tenía una distribución típica del preclásico, con un conjunto de observación y una estructura triádica en su centro.
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Por último, nos encontramos con una estela que no mostraba grabados y regresamos a la carretera. Nos despedimos del guía, quien había reconocido a Eduardo, y seguimos hacia Calakmul. 
Por primera vez en 9 años regresaba a ese gran sitio, aunque nuestro recorrido fue bastante corto. Solamente visitamos algunos conjuntos al norte del sitio, sin llegar a la gran plaza, luego de ello salimos para saludar a la delegada del INAH Campeche, la arqueóloga Adriana Velázquez, quien estaba ahí con personal de la aseguradora del sitio para evaluar algunos daños provocados por las fuertes lluvias de la temporada pasada. Todos nosotros, a excepción de Ernesto ya la conocíamos anteriormente, por lo que fue un gran gusto encontrarnos ahí.
Luego de un rato de estar en el sitio, emprendimos el regreso justo antes del anochecer. Queríamos probar suerte para ver animales en la carretera, aunque solamente nos topamos con bastantes pavos salvajes.
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Nos dirigimos a Xpujil, llegando al hotel Calakmul, donde habíamos estado ya varias veces en años pasados, siendo siempre un buen lugar para hospedarse. El hotel estaba casi desierto y por desgracia la pandemia había hecho que descuidaran el lugar, cosa que comprobamos al encontrar bastantes cucarachas rondando por la habitación. Salimos a cenar en un lugar recurrente para Eduardo, pero también me fue mal con ello, ya que el pollo que pedí me hizo daño y al día siguiente desperté con un fuerte dolor de estómago.
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Viajando a la zona maya pt. 9. Ek Balam y Kulubá, Yucatán
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Comenzamos el 31 de diciembre de 2019 visitando un viejo conocido para mí y sitio nuevo para Ernesto: Ek Balam. Se trata de uno de los sitios más interesantes y bellos abiertos al público no sólo en Yucatán sino en todo México; cuenta con una serie de edificios visitables que muestran una gran cantidad de elementos en estuco con una calidad pocas veces vista.
Salimos en el auto y cuando pasamos por el pequeño pueblo de Tepakán, recordé que ahí había comido una excelente carne ahumada, le propuse a Ernesto que compráramos un poco para nuestra cena de año nuevo, paramos y terminamos comprando medio kilo.
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Una vez en el sitio, vimos que habían conjuntado los pagos que tres años antes cobraban, y había disminuido un poco la cantidad para pasar; aunque sigue pareciéndome un completo abuso lo que hay que pagar en comparación a otros sitios abiertos al público, todo esto gracias al turismo excesivo que llega desde Cancún.
Nuestro recorrido fue el mismo que las dos veces anteriores que estuve ahí: entramos por el arco entre la doble muralla que rodea el área central del sitio, llegando al juego de pelota y rodeando para pasar frente a “las gemelas” y subir al palacio oval para tener una gran vista de la acrópolis, el principal edificio de Ek Balam.
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Rodeamos la plaza principal por el lado este, mirando las estelas que ahí se encuentran y algunos edificios pequeños y grandes plataformas. Pudimos apreciar la mole imponente de uno de los dos enormes edificios que flanquean la Acrópolis y que aún no son excavados y luego nos encontramos frente a la gran escalinata bordeada por dos cuartos con cabezas de serpiente de estuco cuyas lenguas están cubiertas de glifos.
Emprendimos el ascenso, apreciando los detalles que se encuentran en cada nivel y estuvimos largo rato apreciando la impresionante fachada del Sak Xok Naah, “la casa blanca de la lectura”, la cual muestra un enorme monstruo de la tierra con las fauces abiertas formando la puerta de entrada.
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Para terminar, subimos a la cima de la Acrópolis y desde ahí apreciamos una gran extensión de selva ininterrumpida, una vista potenciada por el terreno plano de Yucatán, interrumpiendo la línea recta del horizonte únicamente algunos montículos de sitios mayas, entre ellos Cobá.
Regresamos al auto y tomamos rumbo a Tizimín, pasábamos por ahí con la intención de visitar el mismo sitio al que llegué justo 3 años antes con Eduardo, Julio y Wilberth: Kulubá.
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El camino me pareció mucho más corto en esta ocasión, aunque la terracería que conduce al sitio estaba en malas condiciones y en un punto pudimos atascarnos si no teníamos cuidado. Aún así llegamos sin problemas y nos encontramos con uno de los custodios. Pudimos ver que las piezas que hay en una palapa seguían igual que antes, de modo que varias de ellas que no vi en mi primera visita por encontrarse en el palacio Cantón no habían vuelto.
Entramos al sitio y nos dirigimos al palacio Puuc, el cual es muy parecido a las construcciones de dicha región, a pesar de encontrarse a una gran distancia. Incluso tenía un friso decorado con mosaico de piedra, ahora casi completamente caído pero con una sección reconstruida que se exhibe frente a él.
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El siguiente edificio que vimos fue el “palacio Chenes”, el cual tiene la misma particularidad que el anterior pero con su respectiva zona lejana. Ahora estaba mucho más limpio de maleza que la anterior y eso nos permitió tomar fotografías con mucha mayor facilidad.
Finalmente caminamos por un sendero que yo no recordaba haber visto para llegar al palacio de las U, cuya fachada está repleta de figuras con esa forma. Pudimos ver que se encontraba en pleno proceso de restauración, aunque el custodio nos dijo que aquel día no había trabajo pero en unos días los arqueólogos estarían de regreso.
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Hicimos un intento por encontrar otro palacio recientemente excavado y que está en proceso de restauración, sin embargo, luego de caminar por un gran sedero no pudimos ubicarlo y decidimos desistir de la búsqueda porque no teníamos ninguna idea de hacia dónde se encontraba.
Así volvimos al auto y salimos de regreso hacia Tizimín, aún faltaban varios sitios que visitar para terminar el año.
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Viajando a la zona maya en auto pt. 15. Xcanelcruz y Kumche Pich, Yucatán y Jonuta, Tabasco
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El 3 de enero tomamos todas nuestras cosas en el auto, pues pensábamos dirigirnos a algún lugar de Campeche para pasar una o dos noches más, aunque habríamos de cambiar de opinión...
Salimos con rumbo al corazón de la zona Puuc para encontrarnos con nuestros amigos Eduardo y Stephan, con quienes visitaríamos algunos sitios desde el día anterior, pero nuestro pequeño incidente nos lo impidió hasta entonces. Teníamos intención de visitar uno o dos sitios, pero el tiempo solamente nos alcanzó para parar en Xcanelcruz, también llamado Chuncatzim I. Íbamos por la carretera que cruza la zona cuando de pronto llegamos hasta Labná, por lo que me dí cuenta que nos habíamos pasado, teniendo que regresar el pequeño tramo que separa ambos puntos.
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El inicio de la brecha que llega al sitio estaba bastante lleno de maleza, por ello me pareció más largo que cuando llegué ahí por primera vez en 2015, junto con mi amigo Luis Adrián. Luego de un par de minutos llegamos a la elevación donde se encuentra el gran palacio, único edificio en pie del sitio.
La estructura es bastante interesante, tiene forma de T, con una hilera de 5 habitaciones al frente y 2 al centro por el lado trasero, además cuenta con una escalinata volada que lleva a la segunda planta, la cual tenía dos habitaciones paralelas.
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Nuestro recorrido fue rápido, yo tomé algunas fotografías y le dí la vuelta al palacio, mientras que Ernesto estuvo un poco más de tiempo observando desde la explanada frontal. 
Regresamos al auto y nos dirigimos hacia el pequeño poblado de San Antonio Yaxché, donde era la cita con nuestros compañeros. Llegando al límite entre Campeche y Yucatán, decidí que era mejor que Ernesto manejara, pues ahí siempre había un retén policiaco. Conociendo la arbitrariedad con la que suele actuar esa corporación, aún teniendo un acta para ampararme por la pérdida de mi licencia de manejo, no quería dejar posibilidad de que hubiera algún problema; pero el resultado fue peor.
Por primera vez en todos los pasos que había realizado en ese punto en diferentes años, nos dieron instrucción de detenernos. Ernesto les mostró su licencia y resultó que había un problema con ella. Estuvieron registrando lo que traíamos y sugiriendo sutilmente que debíamos darles “mordida” para salir de ahí. El dinero que teníamos difícilmente iba a alcanzar si tuviéramos que pagar una multa, así que la situación estaba bastante mal. Uno de los policías incluso me dijo que era mejor manejar sin licencia que con una como la de Ernesto.
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Yo estaba comenzando a desesperarme porque nos estaba yendo bastante mal desde que inició el año y ya era tarde para reunirnos con nuestros compañeros. Stephan suele ser muy puntual, así que pensaba que ya estarían esperándonos; sin embargo la fortuna nos sonrió por una vez. 
Cuando ya estaban a punto de decirle a Ernesto que les diera dinero, una camioneta se detuvo en el retén y la sorpresa fue grande cuando vimos a Eduardo asomarse y gritarle a los policías que nos registraran bien. Detrás de él venían los hermanos Bonilla Caamal, guías del poblado de Santa Elena, que parecían conocer a los policías. Al enterarse estos últimos que íbamos con ellos nos permitieron seguir. En el trayecto a San Antonio Yaxché, Ernesto y yo decidimos no volver a tentar a la suerte y emprender nuestro regreso ese mismo día, después del recorrido.
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Una vez en nuestro destino, nos encontramos con don Guadalupe, otro gran guía de la zona. Así subimos a la camioneta de Stephan y entramos a la selva en una zona muy poco explorada justo en donde colindan Yucatán y Campeche. 
Nuestro primer sitio a visitar ahí fue Kumché Pich, con una combinación de dos nombres de árboles que crecen en la zona. Justo en la mensura que divide los dos estados nos encontramos con un edificio muy destruido pero que aún conservaba algunos restos de una bóveda, con la fachada totalmente caída pero con algunos adornos aún esparcidos, yaciendo en el mismo lugar en el que quedaron tras el derrumbe. 
A unos pasos de ahí nos encontramos con una gran sarteneja natural, la cual estaba totalmente seca; nuestros guías afirmaron que eso era raro, pues siempre estaba llena de agua. En uno de los labios de la abertura estaba empotrado un adorno con tres círculos, además de que uno de los lados tenía piedras bien trabajadas que estaban amontonados ahí.
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El último edificio que visitamos en Kumché Pich fue un basamento piramidal bajo que tenía algunos restos de muro en un costado. El sitio es muy pequeño y hay poco que ver, pero conserva detalles interesantes.
Regresando un poco por donde habíamos llegado nos encontramos con el sitio de Sabana Tsutsuy, el cual se encuentra en un área abierta que estaba cubierta por maleza bastante alta. Fue difícil abrirse paso hasta una loma muy baja que estaba a unos cuantos metros del camino. Estuvimos macheteando un rato sin encontrar nada hasta que se me ocurrió intentar llegar a otra pequeña elevación muy cercana. Ahí me encontré con el arranque de un muro, único vestigio que queda de sitio en ese punto. 
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Nuestra exploración no concluyó ahí, pero lo que vimos después corresponderá a Stephan el publicarlo.
Luego de un buen rato regresamos a la camioneta y regresamos a San Antonio Yaxché, ahí nos despedimos de todos y subimos al auto para tratar de avanzar lo más posible hacia la Ciudad de México. Decidimos sobre la marcha que pernoctaríamos en Jonuta, un punto que nos permitiría evitar pasar por la aduana de Catazajá; queríamos evitar al máximo los retenes, así que tampoco quisimos pasar por Hecelchakán ni Campeche. La ruta que tomamos fue bastante complicada: avanzamos hasta Hopelchén y tomamos la carretera a Campeche, en Cayal dimos vuelta, pasando por la zona arqueológica de Edzná y luego hacia Moquel y Champotón. Seguimos por la ruta de Escárcega y de ahí tomamos la carretera a Villahemosa, saliendo justo antes de cruzar al estado de Tabasco en la desviación que lleva a Palizada por un lado y a Jonuta por el otro.
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Arribamos ya entrada la noche y quisimos ir a visitar el enorme cuyo que se encuentra en el centro, único resto de la ciudad prehispánica que ahí se encontraba. Nos comentaron que anteriormente podían verse los ladrillos con los que fue construido el gran basamento, sin embargo ahora todo está cubierto de pasto y se ha convertido en un parque, teniendo incluso unas escaleras y una explanada de cemento en la parte alta y un costado. Debido a que al día siguiente pensábamos salir a las 4 de la mañana, nuestro recorrido fue en completa oscuridad. Sin embargo la vista desde arriba era hermosa, solo una pequeña muestra de lo que debe ser de día, con un brazo del Usumacinta rodeando el poblado. Así acabó el recorrido por sitios mayas, Jonuta fue el último de ellos que pude recorrer antes de la contingencia que vendría meses más tarde. Nuestro pésimo inicio de año fue un claro presagio de lo que pasaría.
Terminamos el día cenando unos tacos que nos supieron a gloria y nos fuimos a dormir. Nos esperaba un largo camino hasta Quecholac, donde pararíamos a saludar a nuestros amigos de Quecholarte A.C.
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Viajando a la zona maya en auto pt. 14. Chunkanab, Yucatán
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El 2 de enero lo comenzamos de nuevo en el ministerio público, cuando llegamos había algunas personas ya esperando y poco después de las 10 de la mañana llegó el funcionario que podía levantar el acta sobre la pérdida de mis identificaciones y licencia de manejo. Se trataba de un señor ya mayor pero que parecía bonachón y con bastante buen humor, por lo que mi trámite no fue desagradable, sino bastante ameno.
Con ese papel en mi poder me sentí más tranquilo para manejar el resto del viaje, así que regresamos al hotel para recoger nuestras cosas y salir definitivamente de Valladolid hacia Oxkutzcab, mi base acostumbrada para las visitas al Puuc y su tremenda cantidad de sitios.
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Nuestra ruta fue bastante rara, tomando carreteras que nunca antes había recorrido: salimos con rumbo a Tepich, Quintana Roo, pero justo antes de cruzar a dicho estado nos desviamos cerca del pequeño pueblo de Xtobil; nuevamente cambiamos de camino en Chikindzonot y seguimos pasando Ichmul y luego Peto, para arribar al puuc por su extremo sureste y evitar el retén que siempre está bajo el puente de la carretera que comienza desde Mérida.
Tomamos la carretera vieja que pasa directamente por Oxkutzcab, me pasó por la mente intentar algunos sitios pero decidí dar prioridad a Chunkanab en Tikum, considerando que sería el más sencillo, en realidad no lo fue tanto...
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Llegamos hasta el poblado cercano y dejamos el auto en una de sus orillas, justo al pie de la sierrita de Ticul, que tiene sus últimas elevaciones en aquella zona. Buscamos el sendero para subir, el cual se nos había dicho estaba sobre una calle que partía de la iglesia; al no ver por ninguna parte una brecha grande nos decidimos por lo que parecía un sendero delgado que ascendía en una zona con vegetación baja y espinosa, sin embargo de pronto se perdía y nuestro ascenso fue muy penoso, a cada momento teníamos que rodear áreas muy cubiertas de maleza.
Cuando por fin llegamos a la cima no pudimos ver ningún rastro del sitio que buscábamos, nos dirigimos hacia el este, puesto que la ubicación aproximada que yo llevaba se encontraba hacia aquel lado; así pasamos por dos o tres lomas bajas, encontrando solamente un montículo de buen tamaño, pero justo antes de llegar al punto indicado nos encontramos frente a un pequeño valle donde no se veía nada en cuanto a vestigios, así que decidimos probar suerte caminando al lado contrario, craso error.
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Estuvimos dos o tres horas subiendo y bajando cerros, encontrando de vez en cuando plataformas y montículos, además de sartenejas y otros vestigios de piedra tallada, pero ningún edificio en pie. Llegamos hasta el punto más alto de la zona y el resultado no fue diferente. Finalmente encontramos un ancho camino y pensamos que nos llevaría al sitio, pero terminamos junto a una cabaña desvencijada y encontrando una gran sarteneja, pero nada de lo que estábamos buscando.
Contacté a mis amigos que habían estado ahí, pero los datos que me daban eran los mismos que ya tenía; luego de un gran desgaste nos negábamos a rendirnos, así que decidimos que lo mejor era bajar al pueblo y pedir nuevamente indicaciones.
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Finalmente fuimos afortunados, preguntamos a un par de jóvenes y uno de ellos nos mostró la calle por la que debíamos ir; caminamos bastante como para decir que la distancia desde la iglesia era mínima pero finalmente llegamos al inicio de una gruesa brecha que ascendía a una zona muy cercana a donde nos habíamos detenido en nuestro primer intento... ¡únicamente nos había faltado cruzar el pequeño valle que vimos y detrás de una línea de árboles estaba Chunkanab!
Nos encontramos con un señor que nos contó sobre la existencia de varias cuevas más adelante, ofreciéndonos llevarnos en alguna ocasión futura. Ya era tarde, así que nos apresuramos a alcanzar a una familia que en ese momento estaba caminando hacia el sitio.
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La subida a partir de ahí era sumamente fácil, en unos minutos nos encontramos con una gran plancha de piedra en forma de huevo que Balta me había comentado que se encontraba en la entrada al sitio, entramos a un sendero junto a lo que parecía un montículo y, finalmente, llegamos de frente a un gran edificio que mostraba tener una buena cantidad de habitaciones en todo su perímetro. 
Antes de comenzar nuestro recorrido nos detuvimos por un rato, ya estábamos bastante cansados. Me tomé un tiempo para montar el tripié y acomodar las cosas de la cámara y luego subí a un montículo bajo que resultó ser una extensa plataforma que no tenía ningún rastro de edificio en su parte alta.
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Regresé al primer edificio y pude ver que la totalidad de la fachada se encontraba caída, dejando solamente en pie los muros traseros de todos los cuartos en los costados que miraban al oeste y al sur. Por este último costado se encontraban los restos de una escalinata volada que debió llevar al techo, aunque no parecía tener un segundo piso.
Por ese lado había varios senderos, Ernesto caminó por el que estaba al centro mientras que yo me dirigí al más lejano. Cerca de 50 metros adelante me encontré con un pequeño estanque lleno de agua y algunos restos de terrazas que rodeaban una zona más alta.
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Ahí el camino giraba hacia donde había ido Ernesto y en efecto, lo encontré frente al edificio mejor conservado del lugar. Se trataba de una extraña estructura ovalada con una entrada parcialmente caída. A su lado derecho había restos de paredes y una posible escalinata que llevaba al techo o a un segundo nivel totalmente destruido; del lado izquierdo estaba otro montículo que conservaba una habitación, había un gran mascarón ya muy dañado sobre su única entrada; y ambas moles se unían al centro por una habitación cuyos muros extrañamente se habían colapsado sin que el friso superior cayera, quedando como si fuera un puente elevado entre los dos cuerpos principales del enigmático edificio. 
La imagen denotaba a la vez la grandeza y la ruina del edificio, no podía dejar de mirarlo y de fotografiarlo; me recordaba las antiguas fotografías de Teobert Maler, ahí cubierto en parte por maleza y mostrando sus vacilantes paredes cerca del colapso.
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A unos metros de ahí me encontré con un montículo piramidal que parecía ser el punto más alto de Chunkanab, pero que ya no conservaba más que unas cuantas hileras de piedra en su lugar. Seguimos un tercer sendero para regresar y llegamos a nuestro punto de partida junto al primer edificio y la gran plataforma a la que subí primero. Ahí terminó nuestro recorrido, el cual fue breve debido a que el atardecer ya había caído, pero también uno de los más interesantes del viaje.
Regresamos muy cansados al auto y recorrimos el último tramo hasta Oxkutzcab. Llegamos al hotel Puuc, donde siempre me hospedo, y salimos a cenar al centro, en el mismo lugar donde un año antes terminamos varios días de exploración. 
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Viajando a la zona maya en auto pt. 8. Xcaret, Tankah, Akumal, Quintana Roo y Valladolid, Yucatán
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Había intentado visitar Xcaret dos veces sin suerte, una por no saber la ubicación de la caseta del Inah en la entrada del parque que ahí se encuentra y otra por no encontrar a ningún custodio. Ernesto ya había visitado el sitio mucho tiempo atrás, pero de todos modos accedió a visitarlo. Xcaret fue un antiguo puerto que se llamó “Polé”, y fue un punto importante de comercio y de paso hacia Cozumel; es uno de los sitios más bellos y extensos de la costa de Quintana Roo.
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El inicio del recorrido fue un tanto chusco porque llegamos hasta el estacionamiento y estaba tan lleno que dejamos el auto bastante lejos de la entrada del parque, los encargados no nos dejaron pasar caminando por el camino más corto para llegar y por ello nos perdimos por un rato y ya estábamos tomando rumbo hacia la salida; cuando llevábamos ya más tiempo del que esperábamos andando, revisamos nuestra ubicación y tuvimos que dar un gran rodeo de regreso.
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Una vez en la caseta del Inah, la encontramos vacía, con un letrero que tenía números escritos sobre una silla. Nos quedamos ahí parados y decidimos esperar hasta que a Ernesto le pasó por la mente que esos números podían ser los de un teléfono celular... los marqué en mi teléfono y la custodio me respondió que estaba en el sitio y saldría en unos minutos.
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La situación del sitio de Xcaret es bastante peculiar; ahí se construyó un parque comercial que utiliza la cultura maya como mercancía (aunque no sea más que apariencia), y se acordó que el Inah podría abrir los vestigios arqueológicos al público, siempre que los visitantes fueran acompañados por un custodio y no accedieran a otros puntos del parque.
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Así pude visitar por fin el lugar; caminamos primero hasta el grupo B, el cual no es muy espectacular y solamente tiene plataformas habitacionales; desde ahí seguimos hasta el grupo A, el cual tiene un par de templos miniatura y una gran plataforma con un edificio en el que reconocí decoraciones en forma de nicho con celosías de estuco que había visto en varios sitios cercanos a Punta Allen pero que no había encontrado en ningún punto más norteño.
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Luego de ello regresamos un poco y seguimos junto a la muralla que cruza parte del sitio, encontrándonos con el grupo D, el cual tiene un basamento piramidal de base oval que sostiene un templo miniatura; este tipo de edificios es escaso en la región, pero en Xcaret vimos algunos más.
Seguimos nuestro camino y llegamos al grupo C, con varias plataformas y un edificio en pie que se encuentra protegido por un techo de palma.
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Otra vez volviendo sobre nuestros pasos y luego desviándonos un poco, llegamos al grupo E, probablemente el más monumental, donde vimos tres basamentos de planta ovalada con sus templos superiores parcialmente conservados y algunos templos miniatura sobre plataformas muy bajas, también pudimos observar algunos restos de pintura mural azul.
A partir de ahí caminamos por un buen rato cruzando todo el parque y entrando a terrenos de un hotel contiguo, para finalmente llegar al grupo F, donde hay un par de pequeños templos sobre una plataforma baja. Ahí encontramos un estuche de cámara compacta abandonado que Ernesto recogió, el cual sería protagonista de un gran problema días más tarde.
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Todavía seguimos más allá y pasamos junto al grupo G, el cual conserva los arranques de los muros de una construcción colonial. Finalmente llegamos a la orilla del mar, la cual en ese punto es muy abrupta y se compone de piedra caliza, el color de las aguas es de un bello azul turquesa. Frente a ese paisaje idílico se encuentra un edificio muy sobrio sobre una plataforma baja que constituye el grupo H del sitio. Ahí estuvimos un rato tomando fotografías y luego nos dirigimos hacia la salida. Algo muy curioso que ocurrió fue que al regresar a terrenos del parque nos encontramos a mi primo David que estaba ahí junto con su esposa. Luego de saludarlo vimos varias maquetas bastante interesantes de sitios mayas conocidos y luego nos retiramos.
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Subimos al auto y tomamos rumbo a Tulum para después dirigirnos a Valladolid, pero antes paramos frente al sitio de Tankah, el cual visité con un permiso especial en 2014; el día anterior habíamos intentado fotografiar la estructura 12, que está junto a la carretera, pero un cuidador del terreno en el que se encuentra no nos dejó ni siquiera echar un vistazo desde afuera. Nos desquitamos entrando a una estructura del otro lado del camino que además conserva restos de pinturas murales y finalmente tomamos la fotografía que no nos permitieron desde el lado contrario de la carretera.
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Todavía paramos una vez más en el pueblo de Akumal para que Ernesto conociera el pequeño sitio que se encuentra ahí, aunque esta vez yo me quedé en el vehículo mientras él documentaba.
Nos retiramos definitivamente de Quintana Roo con una sensación agridulce por la horrenda privatización de los sitios que ahí se encuentran, aunque tuvimos bastante éxito en nuestros recorridos. Seguimos hacia Valladolid mientras caía un gran aguacero que dio paso a un doble arcoiris que no pude fotografiar por estar manejando. Quisimos visitar los cercanos cenotes de Dzitnup y cruzamos varias calles inundadas, pero la cantidad de gente ahí era tan enorme y los precios habían subido tanto que regresamos a la ciudad disgustados. Una vez en Valladolid visitamos el pequeño museo regional que tiene algunas piezas prehispánicas y de la guerra de castas y finalmente nos retiramos al hotel en el que teníamos reservación, encontrar dónde cenar fue un tanto difícil pero al final pudimos degustar algunos antojitos yucatecos.
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