Tumgik
#ella quiere que sea como ella cuando era joven pero simplemente describe a un tipo de persona que jamas quiero ser
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No es justo...
¿Por qué mis padres si tiene el derecho de lastimarme mentalmente?
¿Por qué ellos si pueden regañarme y insultarme cuando están enojados ?
¿Por qué ellos si tienen derecho de compararme con todo mundo por que según frente sus ojos somos unas desgracias andantes ?
¿Por qué ellos tienen el derecho de decirnos cómo actuar, hablar y con quién si y no relacionarnos?
¿Por qué ellos tiene derecho de envidiar u desear que fuéramos otras personas?
¿Por qué ellos nos tratan como basura y se enojan por días cuando les somos honestos o les decimos que no nos gusta cuando hacen algo que no nos gusta ?
¿Por qué ellos desean que nos larguemos de casa pero se enojan cuando empezamos a hablar de querer empezar a vivir solos ?
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Karl Löwith: “LA FATALIDAD DEL PROGRESO”.
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Karl Löwith, La fatalidad del progreso. Tomado de: ECO: Revista de la cultura de Occidente, No. 45, Vol. VIII-3, Ene. 1964, Buchholz, Bogotá. Pp. 254 – 280. (En esta ocasión omitiré negrillas propias y frases resaltadas para dejar el texto en su solidez íntegra. Y como ya es común, añado la paginación correspondiente).
[254] A menudo, la idea del progreso se cruza con la del desarrollo, sin que nos demos cuenta. Hablamos de países subdesarrollados y nos referimos, con ello, a aquellos que deben todavía empezar a desarrollarse, mediante la incorporación de los progresos de la civilización occidental. Hablamos del progreso de la ciencia o, también, de su desarrollo. Hegel inclusive afirmaba que la verdad tiene la tendencia a “desarrollarse”, es decir, a desplegarse en la historia del espíritu. Pero puesto que este despliegue conduce a grados cada vez más ricos y elevados, Hegel llamó al principio de toda la historia, del espíritu que se desarrolla en el mundo, un “progreso” en la conciencia de la libertad. Ambos, desarrollo y progreso, son, de acuerdo a su estructura formal, un devenir, a diferencia del ser permanente. En la medida en que son un devenir que se dirige hacia algo, el desarrollo y el progreso están orientados hacia el futuro. En un tiempo sin futuro, en un presente que eternamente gira, quedan anulados el desarrollo y el progreso. Por consiguiente, el progreso es el movimiento de un devenir que se dirige hacia el futuro; pero no todo devenir ni todo desarrollo es, ya, un progreso. La masa acuática de una corriente se mueve hacia algo; pero el río no hace [255] ningún progreso. Todo lo vivo se mueve y se desarrolla hacia algo; pero no progresa. La semilla de una planta que se desarrolla crece y se convierte en un árbol, un huevo fecundo se convierte en un animal adulto, un embrión humano se convierte en un hombre adulto, y las diferencias en este “convertirse en otra cosa” son a menudo tan grandes que no se puede reconocer en aquello en que se ha convertido un ser vivo aquello de que surgió. Pero este devenir natural y este “convertirse en otra cosa” natural no avanza infinitamente hacia nuevas y nuevas transformaciones, sino que tiene una meta final determinada, en cada ejemplar de una especie. Un ser vivo que se ha desarrollado plenamente ha llegado al fin natural de su devenir, se ha convertido en lo que ya era desde el principio. El punto hacia el que se dirige el devenir dirige y regula, de antemano, todo el proceso y, despierta, a la vez, las energías, que se requieren para esto. Si una semilla de una planta determinada no estuviera, desde el principio, encaminada a convertirse en un haya, entonces no se hubiera desarrollado en una sucesión enteramente determinada, en esta y no en la otra forma.
También la historia de la evolución, en general, sólo representa un progreso, el que conduce de los seres vivos mononucleares hasta el hombre, cuando se toma la progresiva diferenciación de la organización biológica y la formación de un sistema central de nervios con cerebro como el criterio del progreso y, por consiguiente, cuando se interpreta en sentido teleológico la supuesta serie de las manifestaciones de la vida, tal como si toda la naturaleza tendiese, desde el principio, hacia el hombre. Pero este esquema de la historia de la evolución ignora, sin embargo, que ya han perecido muchas especies [256] de animales altamente diferenciados y que el hombre también perecerá, cuando se modifiquen las condiciones necesarias para la vida que nos ofrece la historia de la tierra.
El surgimiento del hombre en general no puede ser entendido sin establecer una ruptura a partir de su origen animal, así como tampoco se lo puede explicar a partir de una creación divina. El hombre tiene la posibilidad, a diferencia de todos los seres vivos distintos al hombre, de comportarse él mismo con respecto a su existencia y a su muerte natural. El puede tomar simplemente el factum de su existencia, o aceptarlo o rechazarlo. El mismo debe querer su vida puesto que, también, se puede aniquilar. Por eso no puede tampoco desarrollarse sencillamente, sino que tiene que hacer, desde temprano, sus propios pasos. Los primeros pasos decisivos para nuestra conversión en seres humanos se refieren al aprender a caminar y a hablar, y luego al hecho de que se aprende a trabajar y a formarse uno a sí mismo en la elaboración y el cultivo de otra cosa. El hombre, y sólo el hombre, se cultiva a sí mismo en tanto que cultiva la naturaleza.
Ciertamente, el hombre es también un organismo humano que mediante el devenir llega a su ser propio. Crece desde el huevo fecundado hasta el nacimiento, y desde el niño de pecho hasta la pubertad, que es el fin natural de su crecimiento, y por eso se lo llama después un adulto. Pero el que es un adulto, desde el punto de vista biológico, no es ya eo ipso un hombre plenamente desarrollado, maduro. La mayoría siguen siendo toda su vida niños crecidos, inmaduros, infantiles. Por consiguiente, para el devenir del hombre no basta, evidentemente, que nos desarrollemos naturalmente; son [257] necesarios, además, pasos y progresos propios. Con todo, el progreso en el desarrollo individual del hombre y en las trasformaciones generales de la historia humana no ofrece ningún fin natural. Nunca llega a la meta, siempre avanza más y más, y no se puede divisar su término.
Toda esta historia humana que nunca termina descansa, por lo pronto, en que el hombre no deja la naturaleza tal como es, en que cultiva la tierra mediante el trabajo, en que la desnaturaliza así y domestica, animales salvajes. Todo progreso es, originariamente, un progreso en la apropiación de la naturaleza que convierte a la tierra en propiedad del hombre. La cultura no se hace, como la naturaleza τω αυτoµατω, por sí misma; es un resultado del progreso humano que trasciende la naturaleza y se aparta de ella. Y este progreso en el cultivo de la naturaleza está mediado por el poder humano, por el arte. Pero todo lo artificial le es al hombre tan natural como los procesos automáticos de la vida orgánica, pues él no puede, en ninguna forma, vivir humanamente sin cultivar su mundo circundante y, con ello, sin cultivarse a sí mismo a la vez. La diferencia entre el cultivo más elemental de la naturaleza mediante el trabajo por medio de instrumentos primitivos y la más moderna producción técnica de un sistema de aparatos puede ser inclusive muy grande; pero no es una diferencia fundamental. Pues el paso que va más allá de la naturaleza y que se aparta de ella, es decir, este tipo de progreso, es algo que le pertenece a la naturaleza del hombre desde el principio. La historia original del hombre, donde el progreso está en su casa, no comienza solamente con la historia que se puede documentar con testimonios escritos, sino en la prehistoria, en los tiempos primitivos del devenir del hombre. Lucrecio no describe este progreso [258] en forma diferente a como lo hace Herder en sus Ideas para la Historia de la humanidad. Progresos, así como sus relativos regresos, sólo existen dentro de la historia humana. Y cuando estos progresos en el cultivo de la naturaleza y, así, en el cultivo de sí mismo, que pertenecen a la naturaleza del hombre en cuanto hombre, llegan a su meta y alcanzan un fin relativo, se habla de plenitud o de perfección. Esta plenitud no es absoluta sino relativa, y por cierto en dos sentidos: primero, porque los criterios para lo perfecto varían según las tendencias fundamentales de cada cultura y, en segundo término, porque sólo un ser imperfecto como el hombre se puede perfeccionar a sí mismo. Un ser absolutamente perfecto, Dios, tal como lo concebimos, no puede perfeccionarse progresivamente, pues si lo pudiera no sería perfecto. Pero a la vez, un ser vivo natural, que sencillamente es como es y que no puede ser en otra forma, es perfecto en su especie.
El hombre es imperfecto porque puede tantas cosas, y así lo son también sus obras. Un puente colgante producido por los hombres puede ser siempre progresivamente mejorado y perfeccionado. El hilo que una araña suelta de su cuerpo desde millones de años, en la misma forma, para colgarse a sí misma en él junto con su nido, ni se puede mejorar ni necesita de ello. El punto extremo que una obra del arte humano puede alcanzar, ya se trate de una construcción o de una poesía o de un cuadro, es el que parezca que no puede ser en otra forma, como si se tratara de una obra de una necesidad interna, natural, más allá de la cual no hay ningún progreso. Pero en cuanto es una obra del querer y del poder del hombre también pudiera ser de otra forma: pudiera, en general, tanto ser como no ser. Por [259] consiguiente, todo el arte humano se queda más atrás de la naturaleza precisamente porque todos los poderes del hombre se hallan sometidos al progreso.
Los posibles progresos, hasta una relativa perfección, pertenecen, por consiguiente, en forma esencial a la historia de la vida humana. Conciernen a progresos determinados particulares, así, en plural. No descansan en ninguna fe en el progreso y no son una ilusión, sino un fenómeno de la historia humana. Pero esto no quiere decir que la historia en cuanto tal y en su totalidad sea un movimiento continuo hacia adelante, en el sentido de un progreso, así, en singular, hacia una meta.
En el quinto libro de De natura deorum, Lucrecio expone la historia del desarrollo de la vida terrestre y, finalmente, del género humano, en conexión con la historia natural del mundo (v. 925 s.). Pues el hombre es también un producto de la tierra y ésta es relativamente joven. La tierra, por lo demás, no es inmodificablemente siempre la misma, así como tampoco lo es el cielo, sino que surgió una vez y por ello perecerá nuevamente (v. 324-378). Esta ley suprema del surgimiento y de la destrucción abarca, también, en forma natural, el progreso de la civilización del género humano. Pero el que éste haya progresado poco a poco en el correr de los tiempos (paulatim progrediens) –en el arte de la agricultura y de la navegación, en la construcción de ciudades y en la creación de leyes para la vida común, en el refinamiento de las comodidades de la vida, en la pintura y en el arte, “hasta que se llegó a la cúspide de todas las artes” (v. 1457)– no quiere decir, para Lucrecio, que la constitución de los hombres se haya ido mejorando progresivamente cada vez más y más, pues todas las adquisiciones traen consigo nuevos peligros y [260] males (v. 1418 s.). Ergo hominum genus incassum frustaque laboral: “así se esfuerza siempre en vano el género humano y consume su vida en las más anodinas preocupaciones.” Pues el género humano no sabe ponerle vallas y límites a su codicia ni mantener los límites hasta donde puede llegar el verdadero placer. “Esto es lo que con el tiempo llevó la vida de los hombres al alta mar y lo que despertó las poderosas olas de la guerra.”
Esta visión clásica del progreso no conserva en último término su serena verdad gracias a la descripción final, con la que se cierra la obra de la peste de Atenas, en la que se perdieron todas las esperanzas de un progreso ulterior. La muerte es el fin absoluto de todos los seres mortales y Lucrecio cuenta entre estos el cielo y la tierra, pues ellos también surgieron una vez y perderán algún día su actual figura.
Un mundo, el mundo de la tradición cristiana, separa esa disciplina clásica del progreso de toda la filosofía de la historia post-cristiana que tiende a una plenitud y a una perfección final. Friedrich Schlegel ha resumido el origen cristiano de nuestras concepciones del progreso y de nuestro actuar en este sentido en la siguiente frase: “el deseo revolucionario de realizar el reino de Dios es el punto elástico de toda la cultura progresista y el comienzo de la historia humana.” Este deseo es revolucionario porque invierte el sentido original de las revoluciones, es decir, de los recorridos regulares de los cuerpos solares, y toda formación post-cristiana es progresista porque ha mundanizado progresivamente la teología de la historia, desde el procursus de Agustín al reino de Dios hasta el “progreso de la conciencia de la libertad” de Hegel o hasta la espera de Marx de un reino terrenal de la libertad. Pero aquel que mira el acontecer histórico [261] de antemano en la perspectiva del futuro y de un progreso que se dirige hacia él o, también, de una decadencia progresiva, verá solamente en lo que ha sucedido hasta ahora las etapas preliminares de una prehistoria que todavía no ha llegado a su fin. Así como para los padres de la Iglesia el antiguo testamento era una præparatio evangelica y una promesa del futuro que sólo se cumplió en el nuevo testamento, así se convierte, en general, la explicación del pasado en una profecía retrospectiva: se entiende el pasado como una preparación, plena de sentido, del futuro. Ciertamente, la confianza cristiana en una plenitud futura se ha perdido en la moderna conciencia histórica: pero se ha mantenido en forma predominante la visión hada el futuro como tal y hacia una plenitud indeterminada. Un libro edificante del siglo XVII, muy difundido en su tiempo, de John Bunyan, describe en forma alegórica The Pilgrim’s Progress: from this world to that which is to come. Pero ya en el mismo siglo se empieza a dejar de entender el futuro como el reino de Dios, más allá de la vida terrestre y de su historia, y a comprenderlo, en cambio, como un reino de los hombres, un mundo futuro mejor. La determinación supraterrena del hombre se convierte en una meta intramundana. Ya no se “trasciende” más hacia Dios como el sumum bonum, sino hacia un mundo humano que puede mejorar progresivamente. Pero no sólo están motivadas por el futuro las filosofías radicales del progreso de Turgot y Condorcet, Saint-Simon y Comte, cuyo modelo común es el progreso de las “ciencias”, es decir, de la ciencia matemática de la naturaleza, sino que, y no en menor medida, están también motivadas por el futuro su transformación en teorías de las decadencias, progresistas en sentido negativo, de [262] acuerdo a las cuales toda la historia de Europa es una única consecuencia justa del “nihilismo” que llega a su plenitud en una “época totalmente carente de sentido.”
La idea del progreso, que sirvió como hilo conductor a todo el pensar histórico de los siglos XVII al XIX, fue ciertamente puesta en cuestión en forma radical por Rousseau (1749) y, un siglo más tarde, fue escarnecida en forma implacable por Leopardi, Flaubert y Baudelaire [1]. Pero en la conciencia general la fe en el progreso sólo cayó en el descrédito general después de la primera guerra mundial. Hasta aquí era el orgullo y la esperanza de la humanidad civilizada. Pocos años antes de la primera guerra mundial aparecieron dos libros del sociólogo y filósofo francés Georges Sorel con el título de Les illusions du progrés y Reflexions sur la Violence. Ambos libros eran un indicio de la época que creía haber dejado tras sí la violencia con el progreso de la civilización. Sorel había ido más allá de esta fe “burguesa” en el progreso; pero, por otra parte, a pesar de esta falta de fe en el progreso no violento de la civilización, es indiscutible que Sorel, bajo el influjo de la revolución rusa, también quería ir más allá de lo existente y que nosotros seguimos haciendo siempre nuevos progresos que ponemos a exhibir en las exposiciones mundiales. El escarnio de la fe en el progreso, común entre las personas cultas, es tan corto de vista como lo fueron las esperanzas moralistas que se habían unido antes al progreso científico. Pues así como no se puede discutir si las grandes obras literarias de los “antiguos” han sido superadas por las obras de los [263] “modernos”, pues nosotros no creemos en las unas o en las otras como modelos, sino que las “entendemos” a ambas en la misma forma, en la perspectiva de un pensamiento deformado por la historia, en la misma forma no se puede negar que, por lo menos, la técnica de las ciencias de la naturaleza y la medicina han hecho progresos enormes en los últimos cien años y que no sólo han llenado las esperanzas de Bacon y Descartes en el siglo XVII, de Turgot, Condorcet y Comte en el siglo XVIII  en el XIX, sino que las han superado ampliamente. Pero la ciencia matemática de la naturaleza, que se ha desarrollado en forma técnica, no es una ciencia cualquiera entre otras, sino aquella ciencia que ha configurado la totalidad de la vida pública de toda la humanidad civilizada y que la ha determinado progresivamente. También el que no cree en la fe del progreso y hace de esta fe una especie de religión, emplea, de hecho, constantemente los progresos y no puede ni prescindir de ellos ni sustraerse a los mismos. Ya no hay ninguna isla feliz que no pueda alcanzar el progreso. Invirtiendo la frase de Nestroy: “El progreso en general, parece mucho más grande de lo que en realidad es”, se pudiera decir: “el progreso en general, es en realidad mucho más grande de lo que parece.” Pero ya no lo vemos porque ha llegado a convertirse en algo cotidiano.
La concepción del progreso concierne, en primer término, a los progresos de las artes y de las ciencias, y la palabra progrés era usada, constantemente, en plural. A Alemania llegó la palabra, progreso (Fortschritt) como traducción de una voz extranjera en 1750, junto a la antigua forma Fortgang. Y en la Revolución Francesa la palabra progres llegó a ser sinónima de nouveauté. La famosa querella literaria des Anciens et des Modernes, [264] en la que tomaron parte Fontanelle en Francia, Swift en Inglaterra, Vico en Italia y Lessing en Alemania, se decidió en favor de los modernos, considerados como los que habían ido más allá de los antiguos. Durante largo tiempo fue Francia el país que marchó a la cabeza del progreso. En nuestro tiempo, el concepto de occidente y de su civilización progresista se han trasladado a los Estados Unidos, que ahora, después que tomaron la supremacía de Europa, pasan por ser el occidente sin más. Rusia se ha convertido en el gran rival de los Estados Unidos, después que se ha industrializado mediante la técnica científica y que se ha modernizado paulatinamente. En las concepciones norteamericanas del progreso mantiene su supremacía, ahora tanto como antes, el positivismo de Augusto Comte; en la soviética, el marxismo en la forma del “socialismo científico”. Ambos están de acuerdo en la voluntad de progreso en sentido positivista y científico, y en la creencia de la posibilidad de establecer un mundo mejor. Sin embargo, en ambos casos el origen histórico de la voluntad de progreso no está en esos mismos países, sino en Europa y en las filosofías europeas de la historia. Hasta qué punto la creencia en el progreso juega un papel decisivo en el pensamiento marxista es algo que podemos ver en el hecho de que los críticos marxistas del mundo burgués distinguen todas las producciones literarias tomando como criterio el punto de vista, demasiado simplista, de si son “progresistas” o “reaccionarias”. Pero también en América la palabra “progresista” es ya de por sí un juicio de valor positivo. La valoración positiva del progreso ha llegado a ser predominante a partir de 1830, con el comienzo de la industrialización, pues nada era más manifiesto que el progreso, por ejemplo, [265] en el bienestar social y en la seguridad, en la lucha contra las epidemias, las enfermedades y la mortalidad prematura, en la difusión del saber y de la educación mediante escuelas obligatorias, revistas y periódicos[2]. Ahora se considera en todas partes como atrasado a un país que tiene un gran porcentaje de analfabetos y en el que las instalaciones sanitarias, la electricidad, el teléfono y otros progresos semejantes son todavía una excepción. El número de escuelas en que se aprende a leer y escribir, la magnitud de las ediciones de los diarios, una difusión tan grande como sea posible de aparatos de radio y de televisión, las ediciones gigantes de los pocket-books y de las everyman’s-libraries, entre nosotros de los libros de bolsillo de la Rowohlt, todo esto atestigua un progreso en la difusión anhelada del saber y de la cultura. Lo mismo vale para la economía. Un número cada vez mayor de bienes de consumo, que todavía algunas generaciones antes eran considerados como el lujo de una pequeña capa de ricos, han llegado a ser accesibles a todo el mundo y se han convertido en una necesidad general. Lo que originalmente era un lujo se ha convertido en una necesidad general porque el nivel de vida, es decir, las pretensiones que se tienen, crecen constantemente. Dentro de este amplio dominio que comprende la cultura y la economía, el progreso no es, por consiguiente, una ideología caduca o una ilusión, sino un hecho histórico de primera línea.
Con la irrupción de la técnica científica y de la industria, y del progreso que viene unido a éstas, se transforma [266] ahora todo rápidamente, inclusive en los países del lejano oriente. Y no es casual que esto se realice bajo la dirección del comunismo marxista, pues el marxismo tomó en estos países la función de progreso técnico científico. El comunismo significa, en el oriente algo enteramente diferente a lo que significa entre nosotros y es, a lo más, comparable con los principios del movimiento obrero europeo. El comunismo es en el oriente la encarnación del progreso, una especie de religión secularizada del progreso. Durante siglos, los hombres de la India, China y África no conocieron las exigencias radicales y revolucionarias del progreso. Pero una vez que se ha experimentado el progreso, se pone en movimiento algo que ya no se puede detener. La misma exigencia del progreso se convierte en progresiva. Así lo fue en el Occidente, así es ahora en el Oriente. Nehru reconoció esto claramente cuando expresó una vez que las transformaciones sociales progresistas debían marchar lo suficientemente rápido como para poder mantener vivas las esperanzas que vienen unidas a estas exigencias. Entre más rápido sea el ritmo del progreso, tanto mejor es la implantación de reformas. Por consiguiente, existe una especie de competencia mundial entre los progresos fácticos y las exigencias progresistas que los persiguen. El progreso es en sí mismo desmesurado e insaciable: entre más se alcanza más se exige y se anhela. Si todavía hace algunos años se empleaban para ir de Frankfurt a Nueva York veinticinco horas de vuelo y ahora sólo seis, no se puede ver por qué no se ha de poder recorrer este trecho dentro de pronto en un tiempo todavía más corto. Y si se logró mejorar la duración promedio de la vida de cuarenta a sesenta años, ahora se intentará pasar de los sesenta a, los noventa. Y así pasa con todas las cosas con las que se pueden hacer progresos.
[267] El progreso, del que se puede hablar con sentido pues es un hecho universal, no está unido a una ciencia cualquiera, sino a una ciencia enteramente determinada, a la ciencia moderna de la naturaleza, tal como surgió en el siglo XVII, ciencia que hasta el siglo XIX pasó por ser la verdadera ciencia y que, de hecho, lo es ahora más que nunca. Su modelo metodológico fue el proyecto de Descartes de una ciencia matemática universal con fines a la aclaración y dominio de las fuerzas de la naturaleza. Así para Kant la “ciencia universal” de Newton, de esta manera llamó a la física matemática, es la única ciencia verdadera. Y Comte concibió la ciencia de la historia social como una physique sociale y Pareto lo siguió en esta orientación científico natural. Y si luego, en el siglo XIX, siguiendo a Hegel y Marx, se estableció, en contraposición a las ciencias de la naturaleza, a la historia como la ciencia más fundamental y universal, tenemos que a la base de este “materialismo histórico”, o también idealismo, historicismo en general, está la experiencia de la Revolución Francesa, es decir, la experiencia de que el hombre se puede “parar en su cabeza” y de que puede transformar el mundo según su voluntad. Teniendo a la vista esta historia moderna revolucionaria, Gerhard Krüger ha dicho[3], con cierta razón, que la historia se ha convertido en él problema más apremiante, más amplio y mayor. Pero esta importancia predominante de la historia sólo contradice aparentemente la primacía fáctica de la ciencia de la naturaleza, pues la historia sólo ha llegado a ser tan importante [268] porque las ciencias de la naturaleza han hecho aquellos progresos que trajeron todas estas transformaciones radicales de nuestra vida histórica. Sólo en los últimos años ha pasado la historia hasta tal punto a un primer plano porque la técnica científica, y no en último término la técnica bélica, ha transformado progresivamente, con un ritmo cada vez más acelerado, las circunstancias humanas. La ciencia moderna de la naturaleza es un poder que trasforma la tradición y la destruye. Al progresar continuamente no deja nada firme. La historia ya no es para nosotros un acontecer variado. Por el contrario, todo lo que para nosotros es “mundo” queda incluido en el proceso de la historia e incorporado en el mismo. Y puesto que esta historia, que ha llegado a ser tan amplia y apremiante, es lo opuesto a todo lo permanente, a todo lo que dura eternamente, puesto que su rasgo fundamental moderno es la transformación radical y progresiva de todo lo permanente, por esto es imposible encontrar un puesto en la historia que nos permita querer decir algo que se mantenga firme para siempre.
Lo que hoy es la realidad cotidiana del progreso revolucionario, a la que apenas atendemos debido a su cotidianidad, fue, originalmente, un programa utópico. La sublevación moderna de la técnica científica se anuncia ya en algunos pensadores de amplias perspectivas de la Baja Edad Media, ante todo en Roger Bacon, un monje franciscano del siglo XIII, en cuyo pensamiento la magia, la alquimia y la astrología se unen en una extraña combinación con la matemática[4]. Ambas, la magia y la [269] ciencia matemática, de la naturaleza, debían servir para manipular las fuerzas de la naturaleza y para ponerlas bajo el imperio del hombre. Roger Bacon proyectó una especie de ciencia experimental que debía permitir emplear en la práctica el saber con el fin de transformar y dominar las fuerzas elementales de la naturaleza. Entonces la palabra “experimento” significaba una acción mágica que daba poder sobre los hombres y el mundo circundante. En Bacon vivía ya la manía por la investigación moderna que por medio de experimentos intenta todo lo que se puede, en general, pensar o hacer. El ideó, por ejemplo, barcos autopropulsados, aviones y submarinos para acrecentar el poder de los hombres y para liberar las fuerzas ocultas de la naturaleza, teniendo a la vista su utilidad para los hombres. La ciencia ya no es para él una “teoría” aristotélica, es decir, un querer saber por causa del saber mismo, sino algo que había que cultivar debido a su utilidad práctica, en forma semejante a como se intenta con el experimento alquimista crear oro para la utilidad del hombre. La idea del progreso que está a la base de la ciencia experimental es todavía de origen adquímico, pero de acuerdo a su tendencia es ya moderna, pues fundamenta la supremacía, entonces todavía enteramente revolucionaria de las ciencias profanas sobre las ciencias teológicas y por cierto con el argumento de que sólo las ciencias profanas pueden alcanzar mejoras y progresos prácticos. Todo esto se realizó, en el caso de Bacon, al servicio de la Iglesia, y teniendo en cuenta sus beneficios y su utilidad para la Iglesia. Para esto había recibido el encargo de Clemente IV. Su nueva ciencia experimental debía estar al servicio de la supremacía mundial del Papa, en una época crítica de la Iglesia, cuando las hordas mongólicas [270] habían irrumpido en el occidente cristiano. De acuerdo a las convicciones de Bacon, un estado universal cristiano sólo se podía establecer todavía mediante una dominación del mundo con la ciencia y la técnica. Propuso al Papa reemplazar la misión de los paganos, qué se había emprendido mediante prédicas por una misión con la ciencia, pues sólo ella podía llevar a los hombres a aceptar las verdades de la fe. A la visión de una dominación del mundo mediante la ciencia correspondían, también, nuevos medios de destrucción: la pólvora, cuya fabricación ya conocía, y la invención de espejos para quemar que deberían hacer arder cualquier ejército enemigo desde la mayor distancia. Ideó también materias especiales que deberían aniquilar a los enemigos de los cristianos mediante venenos y sustancias infecciosas. A la vez, se preocupó de que estos medios destructivos de mirabilis utilitas respetaran la sangre de los creyentes ortodoxos. Luis el Santo, pensaba Bacon, se podía ahorrar su cruzada si pisaba la tierra santa con tales espejos y algunos especialistas. Y fundamentó su ciencia experimental en una palabra de la biblia, del primer libro de Moisés, que afirmaba que Dios creó al hombre a su imagen para que dominara la tierra. A la vez se refiere al mito de Prometeo y le da los títulos de “investigador” y “filósofo”.
Cristóbal Colón representa, en el siglo XV, otra manifestación de un hombre prométeico de fe cristiana. Vivió también dentro de la esfera mágica y hermética que venía de la Edad Media, en fa angutsia por la llegada, del juicio final y, a la vez, en la búsqueda apasionada del oro del Nuevo Mundo que, así lo creía, debía estar cerca al Japón. Basó su seguridad de poder alcanzar las Indias Orientales por el mar –lo que lo llevó a descubrir, [271] por error, a América– en ciertos  argumentos de Roger Bacon y en la profecía de Isaías del nuevo cielo y de la nueva tierra. Concibió su temeraria empresa como una misión cristiana. El reverso de su conciencia de misionero lo puso de manifiesto al prometerle al rey de España, el segundo día después del descubrimiento, la esclavitud de los nativos y su envío a España, junto con la noticia del descubrimiento del oro. Dos años más tarde el Papa, Alejandro VI proclamó un edicto que demarcaba una línea desde el Polo Norte hasta el Polo Sur para dividir las esferas de intereses de España y Portugal.
Un siglo más tarde, el filósofo y político Francís Bacon concibió la utopía de la Nova Atlantis y convirtió metódicamente en programa el progreso de la ciencia (advancement of learning) en bien de la proficiency. El lema de su proyecto era scientia et potentia in idem coincidunt, el saber y el poder van unidos. Entre más se sabe más se progresa en el dominio de la naturaleza. Con este lema, Bacon dio la clave para la evolución moderna .hasta nuestros días. Sólo parcialmente la ciencia es teórico-especulativa; Bacon exigió su conversión en algo práctico-operativo, con el fin de lograr utilidades for the kingdom of man. El hombre debe obligar a la naturaleza a que se transforme con el fin de cambiar el mundo en el sentido de un mejoramiento progresista. A este respecto, Bacon se comparó a Colón, tal como lo muestra el título de Nova Atlantis. Su meta formulada en forma de programa es: “poder conseguir todas las cosas en la mayor medida posible”, por ejemplo, mediante la producción de materiales artificiales y, no en último término, del elixir de la vida. Casi todo lo que Bacon concibió ha llegado a ser, entre tanto, una realidad: [272] aceleración del florecimiento de las plantas, acrecentamiento de los frutos y de los animales, cultivo de nuevas especies, transformación de diversas especies, junto con experimentos animales con vivisección y sustancias venenosas, muerte y resurrección artificial, agigantamíento y empequeñecimiento, esterilización y fertilización, cultivo de criaturas deformes por medios artificiales. En los establecimientos científicos de su Utopía ya hay estaciones meteorológicas, frigoríficas, cámaras climáticas para el tratamiento de enfermos, hidroeléctricas, rascacielos, aparatos de calefacción, inclusive sus tandas artificiales contra la tendencia a engordar o enflaquecer.
Esta ciencia operativa, que Bacon proyectara, se convirtió en una ciencia de la naturaleza independiente en el siglo XVII, con Descartes y Galileo y, finalmente, con Newton. El rasgo esencial de esta época consiste en la independización definitiva de la ciencia matemática de la naturaleza, es decir, en su separación de todo lo que no se puede determinar mecánica, y cuantitativamente; por consiguiente, en la separación de la ciencia de la vida del cosmos y de todos los problemas de la teología y de la moral. Sólo ahora se convierte el mundo natural de algo que se enfrenta en un objeto que se puede manipular en vistas a la utilitas y la potentia, con cálculos y experimentos.
En la filosofía, Kant fue el primero que pensó la nueva situación que provocó la ciencia moderna de la naturaleza. Reconoció sin reparos la conquista del mundo por la ciencia objetivante. Pero percibió también su no vigencia para todos los fenómenos de la vida y para el hombre en cuanto persona moral. Por ello separó la razón teórica de la práctica y estableció la esfera [273] propiamente humana sobre la base de postulados prácticos, no sobre el saber teórico de la naturaleza. Goethe fue el único que se enfrentó a esta separación del hombre de la naturaleza y a la ciencia física. También, como ningún otro, se ocupó expresamente de la voluntad prométeica que busca la dominación del mundo, porque supo prever que con el siglo XIX empezaba una nueva época donde el progreso en el sentido de un poder, una riqueza y una rapidez cada vez mayor es la meta que guía, es decir, en el sentido de lo que Goethe llamó lo “velocífero”. En una carta del 7 de junio de 1823 escribió a Zelter: “ahora todo es ultra, todo trasciende incesantemente, en el pensamiento como en la acción. Ya nadie conoce, ya nadie comprende el elemento donde se mueve y obra, la materia que trabaja… Se excita a los jóvenes desde demasiado temprano y luego se los arrastra en este remolino del tiempo. Riqueza y velocidad es lo que el mundo admira y lo que todos persiguen. El mundo culto anda a la búsqueda de ferrocarriles… barcos de vapor y de todas las facilidades posibles de comunicación para sobrepujarse, para educar en demasía y para permanecer, con ello, en la mediocridad. Y en realidad, este es el resultado de la generalidad: que una cultura mediana llega a ser general… Propiamente, este siglo está hecho para hombres que puedan tomar las cosas fácilmente, en un sentido práctico, para hombres que si están dotados de una cierta soltura sienten su superioridad sobre la mayoría, cuando ellos mismos no se sienten con capacidades suficientes para lo más alto.” Y al final de su edición Goethe puso a última hora la poesía Pandora, donde Prometeo y Epimeteo simbolizan la disensión del mundo futuro. Epimeteo como imagen del hombre con templador, reflexivo, resignado, que [274] mira todavía al mundo como cosmos y, frente a él, Prometeo como imagen del Fausto, infatigable planeador, siempre activo, que todo lo utiliza, homo faber que puede hacer todo.
Pero la fatalidad que encierra este desarrollo progresista radica, precisamente, en lo que, aparentemente, lo justifica: en su tremendo éxito. El camino de esta revolución condujo de la teoría cinética de los gases a la máquina de vapor, de la teoría de los quantos a la división del átomo. Ahora esta revolución recubre la tierra con un mundo superpuesto de establecimientos industriales y con sistemas de trasportes multiplica: progresivamente la población y hace que ahora sea posible, en un instante, escuchar, hablar, ver y volar en torno a todo el globo terrestre. Las utopías científicas de Julio Verne –viajes en torno a la tierra en ochenta días, expediciones al fondo del mar, cohetes tripulados que van a la luna– han sido ya superadas, exceptuando, provisoriamente, la última. El físico ocupa ahora el puesto del teólogo gracias a los tremendos éxitos del progreso científico: el progreso planeado ha tomado la función de la providencia. La visión del monje franciscano Bacon de una misión cristiana universal de la ciencia de la naturaleza se ha cumplido de una manera no cristiana, pero en forma tal que en lugar del optimismo progresista entró el fatalismo del progreso. Dentro de una generación, dos guerras mundiales han conmovido la auto-seguridad de la fe en el progreso y despertado la conciencia de que en medio de la planeación y de la claridad racionales de este mundo superpuesto de la técnica están actuando procesos inevitables. El descubridor de la física nuclear, Otto Hahn, ha experimentado el parentesco de la física atómica con la esfera mágica [275] elemental y lo ha expuesto en un libro al que dio el significativo título de Modern Alchemie. Allí leemos: “Si todavía hoy entendemos por alquimia la transformación artificial de un elemento en otro, entonces podemos tal vez considerar a los científicos de la naturaleza de nuestro siglo como los verdaderos alquimistas.” De hecho, la física moderna no solamente practica la transformación artificial de unos elementos en otros elementos, sino también la nueva creación, por medios sintéticos, de elementos que la naturaleza no conoce en absoluto. A este descubrimiento, todavía inimaginable hace una generación, se le han unido avances en el dominio de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño que superan, con mucho, el antiguo programa del progreso, pues no solamente hacen utilizable una naturaleza dada, sino que crean, artificialmente, un mundo de fuerzas artificiales. Paralelamente a este desarrollo que progresa científicamente, va la transformación y la disolución paulatina de las viejas tradiciones europeas en sentido religioso, moral, social y político. Ambas guerras mundiales han estimulado nuevas invenciones que luego, por su parte, han vuelto a actuar sobre la política. Las utopías de antaño están realizadas y el problema parece ser “solamente” que hay “todavía” que remodelar al hombre en forma tal que pueda competir con sus propias invenciones. La queja de Nietzsche, queja que todavía se escucha, de que el hombre moderno ha perdido su patria, se ha quedado sin su objeto. En ninguna parte estamos en casa porque podemos estar en todas partes desde que el hombre, por medio de la ciencia, se puede meter a sí mismo en una cápsula de metal en forma tal que pueda darle la vuelta a la tierra en una hora.
[276] Pero el hombre prométeico sabe ahora que necesita de realizaciones especiales para no sucumbir víctima de las fuerzas de producción que ha desencadenado. De esta comprensión surgió hace cien años el programa central de Marx bajo el título “autoenajenación”. En contraste con esta clara visión del carácter antirreligioso del moderno progreso científico, teólogos católicos y protestantes intentan convencerse a sí mismos y a sus oyentes de que el desarrollo progresista ha sido querido por Dios y de que la emisora del Vaticano es algo así como una renovación del milagro de las lenguas del Pentecostés. El estadio, que ahora empieza, de la utilización de las fuerzas de la naturaleza mediante la ciencia técnica representa la entrada en la época atómica, y desde el lanzamiento de la primera bomba atómica ya nadie se puede sustraer más al dilema del progreso. Dentro del aprovisionamiento de armamentos atómicos, el progreso científico actúa en el sentido de que cada uno teme que el otro, considerado como su enemigo potencial, haga progresos igualmente rápidos o todavía más rápidos, en forma tal que resulta, ineludiblemente, una progresión recíproca del deber de progresar. La historia de la producción de armas atómicas, que Robert Jung ha expuesto en su libro Heller als tausend Sonnen, es muy instructiva por lo que concierne a la escisión que se establece en la conciencia de los investigadores y de los políticos responsables. Los físicos que habían descubierto esta arma maravillosa le echaron la culpa de la utilización de su invento a los políticos, después del empleo de la bomba en el Japón; en tanto que los técnicos y los militares que la lanzaron hicieron a los físicos responsables de su invento. Después de una angustia pasajera de sus conciencias, la mayor parte de los físicos atómicos de [277] América retornaron a los establecimientos oficiales de investigación y siguieron experimentando con los millones que recibían para este fin del estado, el ejército y la marina.
Pero tampoco esta historia es tan nueva como parece, pues el prototipo de esta escisión de la conciencia ya lo tenemos en el caso de Alfred Nobel, el descubridor de la sustancia destructiva más tremenda de aquella época. Nobel había esperado conseguir con la producción de la dinamita que, en el futuro, se renunciara a las guerras. Después del fracaso de esta esperanza, se retiró a un destierro voluntario y fundó, poco tiempo antes de su muerte, el Premio Nobel que, por una parte, premiaba los esfuerzos por la paz mundial, en tanto que por la otra recompensaba los méritos científicos, los mismos que hacen posibles las más modernas armas destructivas.
En 1955, dieciocho premios Nobel de todo el mundo, en el dilema entre progreso y destrucción, se consagraron, por una parte, al “servicio de la ciencia” y por la otra confesaron su perplejidad respecto a las posibles consecuencias de una ciencia que constantemente progresa. Y así como en el drama de Esquilo los Prometeidas cambian la previsión que les ha sido negada por el más engañoso de todos los dones de Prometeo, la ciega esperanza; en la misma forma, este llamado de los físicos atómicos vive de la esperanza de que todas las naciones se decidirán, voluntariamente, a renunciar a la violencia. Pero el temor del fin queda recubierto por la perspectiva de enormes progresos y magníficas ganancias alcanzables por medios pacíficos. Una tremenda coincidencia de fatalismo y voluntad de progreso caracteriza, ahora, todo el pensamiento que se ocupa del proceso histórico. Ahora estamos determinados ineludiblemente por el progreso; el progreso se nos ha convertido en una fatalidad.
[278] El problema consiste en saber si todavía tenemos una instancia que pueda limitar el progreso, que es en sí desmesurado, o si es inevitable que el hombre haga todo lo que puede hacer. ¿Hay todavía una medida para la libertad de todo o nada? En este punto decisivo se separa el pensamiento moderno post-cristiano –que por cierto ya no es creyente en el sentido bíblico de la fe, pero que sin embargo sigue pensando que el mundo ha sido creado para los hombres– del pensamiento de los griegos, tal como se expresa en el mito de Prometeo.
Si se lanza una mirada de conjunto sobre las leyendas de Prometeo[5], se nos muestra algo muy instructivo: el hombre recibe los dones de Prometeo –y estos son sencillamente todos los dones, los dones que separan al hombre de los animales y de los dioses– junto con sus peligros. En Grecia no hubo nunca una desnuda exaltación del poder técnico. Ciertamente, Prometeo libera a los hombres con el don que ha robado a los dioses, pero no los redime: por el contrario, él mismo es encadenado y castigado por Zeus. Y nosotros mismos, que nos hallamos al comienzo de la época atómica, estamos, a la vez, liberados y encadenados por nuestro poder. El optimismo del progreso de los siglos XVII Y XIX no había previsto que la liberación puede encadenar. Y si Comte, hace cien años, creía poder predecir que el progreso de la ciencia y de la industria harían imposibles, en el futuro, las guerras destructivas, nosotros, en cambio, de optimistas del progreso nos hemos convertido en fatalistas del progreso. El mismo, el progreso, progresa [279] incesantemente, ya no lo podemos detener y devolver, hecho este que arroja una extraña luz sobre la tesis de Hegel de que la historia es un progreso de la libertad que progresa.
En el culto de Prometeo, los griegos expiaban el robo del fuego celeste, porque tenían un profundo sentimiento de que este robo dotaba a los hombres de un poder qué necesitaba de los lazos más fuertes para impedir que se convirtiera en algo corruptor para los hombres. En este mito se nos anuncia un temor sagrado ante la intervención en el seno del conjunto de las fuerzas de la naturaleza, en el cosmos físico, que los griegos, diferenciándolo de lo hecho por los hombres, experimentaron como algo divino. Ahora parece que ha desaparecido ese temor. Se vive con una mezcla de admiración por los progresos técnicos y de angustia por los propios éxitos. Se experimenta a rienda suelta, se calcula lo que se puede calcular y se hace todo lo que se puede hacer. Desde los míticos tiempos prehistóricos hasta el fin de la Edad Media se acompañaba a tales intervenciones creadoras con cultos y sacrificios religiosos para conjurar las fuerzas que se invocaban. Así con cada fundación griega de una ciudad, pues ella lesionaba la tierra sagrada; con cada barco que se lanzaba al mar. Un último resto, por lo común ya no comprendido, de tales costumbres de sacrificios es la botella que se rompe en la proa de un barco que ya está listo para ser lanzado al mar, o el ramo que se coloca en el caballete del tejado de una casa recién construida. Y sin embargo, no se puede ni decir que la relación de la ciencia moderna con la naturaleza sea sacrílega debido a su falta de recato. Un sacrilegio presupondría que el mundo de la naturaleza, el cosmos físico, es algo sobrehumano, sagrado, algo divino, y no solamente un sistema de relaciones de cuantos de energía [280] representable en un conjunto de ecuaciones matemáticas. Y mientras no revisemos radicalmente toda nuestra relación con el mundo, y por ello con el tiempo; mientras sigamos presuponiendo, por el contrario, de acuerdo a la historia de la creación bíblica y a los fundadores de la ciencia moderna de la naturaleza[6] que el mundo de la naturaleza está hecho para los hombres, no se podrá ver cómo se ha de cambiar algo en el dilema del progreso.
Progreso, se dijo al principio, sólo puede existir en un tiempo que es, esencialmente, futuro. En un eterno presente quedan anulados el desarrollo y el progreso. Pero la moderna conciencia histórica se caracteriza por vivir –por contraposición al sentido literal y clásico de la palabra “historia”– enteramente desde el futuro y por ello en el temor y la esperanza. La espera del futuro es el elemento en que nada la voluntad de progreso. La pregunta decisiva, respecto a nuestra obsesión por el futuro sería, por consiguiente, la de si el tiempo del mundo es un tiempo que siempre permanece, eterno, a diferencia del tiempo finito de los hombres. Pero tampoco se puede hablar, con sentido, de un tiempo finito si se excluye la posibilidad de uno eterno. Sólo si hay algo así como un tiempo que siempre permanece, en el que nada nuevo surge ni nada antiguo desaparece, podría perder el progreso el peso desproporcionado que tiene ahora para nosotros, debido a que no conocemos nada permanente.
[1] Véase al respecto: Karl Löwíth: Weltgeschichte und Heilsgeschehen, 4ta ed., Stuttgart 1961, P. 91 y s.
[2] Consúltese al respecto: Wilhelm Mühlmann: Okzident und Orient, Gestern und Heute: Idee und Problematik des Fortschritts, en Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 1957, Heft 1.
[3] Gerhard Krüger: Grunfragen der Philosophie: Geschichte, Wahrhiet. Wissenschaft, Frankfurt, 1958.
[4] Frítz Wagner: Wissenschaft in unserer Zeit, Köln-Granz, 1957. En lo sucesivo haremos un amplio uso de este escrito.
[5] Karl Kerényi. Prometheus, 1959.
[6] Véase al respecto: Karl Löwith: Der Weltbegriff der neuzeit lichen Philosophie, 1960, en: Sitzungsberichte der Heidelberg Akademie der Wissenschaften, Véase también el comentario sobre Teilhard de Chardin en Philos. Runschau 1962, Heft 3/4. En el pensamiento de Teilhard se continúa la evolución con la voluntad de progreso del hombre, en tanto que éste la toma y la lleva adelante conscientemente.
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cronicasdelholoceno · 5 years
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‘Una habitación con vistas’: algo más que un romance en Florencia
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“Una gran historia de amor convertida en una extraordinaria película que obtuvo tres Oscars (sic)”. Así es como se describe Una habitación con vistas en la cubierta de la edición publicada por Planeta en 1992. Es difícil banalizar mejor el argumento de la novela de E.M. Forster –y debemos decir mejor, porque la manera más efectiva de trivializar la historia de Lucy Honeychurch, la protagonista de la obra, es vestir de romance el relato de su auto-descubrimiento. Basta una presentación como esta para que el sentido de la novela se desvanezca. De repente, la señorita Honeychurch ya no es una joven que elige enfrentarse a todos para poder amar libremente tras, en palabras de Forster, ver “el fondo de su propia alma”; es, solamente, una muchacha enamorada. 
Una habitación con vistas se inicia con el viaje a Florencia de Lucy Honeychurch y su prima, Charlotte Bartlett. Ambas se hospedan en la pensión Bertolini, cuyos huéspedes constituyen una selecta pero variada muestra de la sociedad de la época victoriana. Entre ellos están el señor Emerson y su hijo George, las ancianas hermanas Alan, el padre Beebe y la señorita Lavish, escritora aficionada que declara estar en Italia no para ver “cosas agradables”, sino para “encontrar la vida”. Lucy, por primera vez lejos de Inglaterra, se siente decepcionada al comprobar que la ventana de su habitación no tiene vistas al Arno. Así se lo manifiesta a su prima ante la presencia del señor Emerson, quien enseguida se ofrece a intercambiar sus habitaciones, la suya y la de su hijo George, por las de las damas. 
Charlotte Bartlett se niega de inmediato. ¿Cómo permitir que Lucy acepte tal ofrecimiento de los Emerson? ¿Cómo consentir que su prima quede en deuda con dos desconocidos? “Soy, por así decirlo”, confiesa la señora Bartlett al padre Beebe, “la carabina de mi joven prima Lucy, y sería grave si la obligase a tratar con gente de la que no sabemos nada". Pero el reverendo logra persuadir a Charlotte para que cambie de opinión y acepte el ofrecimiento de los Emerson. La señorita Bartlett solamente accede en cuanto se da cuenta de que ni el padre ni el hijo son sensibles a las normas de cortesía de la distinguida pero displicente sociedad británica de principios de siglo. En ellos, la amabilidad no es una moneda de cambio. Es la genuina expresión de un acto de generosidad. “¿Debo deducir que [el señor Emerson] es socialista?”, pregunta Charlotte al padre Bebee. “Y se puede presuponer que ha educado a su hijo para socialista también”, responde este.  
Así empieza una peculiar relación entre Lucy Honeychurch y los Emerson, siempre bajo la mirada moralizante de Charlotte Bartlett. Lucy disfruta de la compañía de los Emerson en el mismo grado en el que, en ocasiones, se siente incómoda a su lado. Padre e hijo se comportan al margen de los convencionalismos (actitud que, pese a ser a priori liberadora, tampoco está exenta de cargas), algo que en sí mismo constituye una negación de aquello que Lucy considera lo debido y lo correcto. Una contradicción de tal calibre debe desembocar, necesariamente, en un cambio.  En ese sentido, existe cierta correspondencia entre lo que Lucy ve en ellos y lo que empieza a percibir como posible en Florencia: 
“El mundo que conocía se había quebrado y en su lugar surgía Florencia, una mágica ciudad donde la gente pensaba y hacía las más extraordinarias cosas. Asesinato, acusaciones de asesinato, una dama colgándose del brazo de un hombre y comportándose rudamente con otro. ¿Eran ésos los sucesos diarios en sus calles? Había allí mucha más ingenua belleza que lo que podían ver los ojos. ¿Tal vez el poder, la evocación de pasiones, lo y bueno y lo malo y el darles un rápido cumplimiento?”
La pasión es el primer escalón. La belleza y la muerte, el segundo y el tercero. Tras haber transitado por los tres, Lucy se desprende de los prejuicios, las inseguridades y las dudas que le impiden vivir acorde con la verdad, donde ninguna regla rige ni ningún artificio sirve.  No lo hace sola. George Emerson está a su lado la primera vez que ve la muerte con sus propios ojos, suceso que propicia que ambos personajes tomen el camino que lleva, no al amor, sino a la vida. George, meditabundo y taciturno, percibe antes que Lucy la trascendencia de ese vínculo: 
“Había estado en sus brazos, y lo recordaba, tanto como la sangre en las postales que había comprado en la tienda de Alinari. No se trataba exactamente de que un hombre había muerto, sino de que algo había sucedido entre los vivos. Habían ido a parar a una situación en la que el modo de ser es elocuente, y en el que la niñez se adentra por los senderos de la juventud. (...) 
– Probablemente desearé vivir. 
–Pero ¿por qué, señor Emerson? ¿Qué quiere decir con eso?
–Probablemente desearé vivir, digo”. 
Pese a su carácter (”Vivirá, pero nunca creerá que vale la pena vivir”, dice de él su padre), George comprende antes que Lucy la naturaleza reveladora de la escena de la que ambos han sido testigos. No obstante, en el escenario en el que su historia se desenvuelve no existe conquista posible. No hay modo de que el joven Emerson pueda atraer a Lucy hacia él; debe ser ella quien recorra ese camino siendo consciente de qué se aleja y a qué se acerca con cada uno de sus pasos. George se equivoca cuando, cegado por la belleza, trata de acelerar ese proceso. 
“La terraza era el principio de lo bello, la fuente original donde la belleza hacía brotar agua que iba a la tierra. (...) George se había vuelto al oír su llegada. Por un momento la contempló, como si fuera alguien que bajara de los cielos. Vio la radiante alegría de su cara, las flores que batían su vestido en olas azuladas. Los arbustos que la encerraban por encima. Subió rápidamente hasta donde estaba ella y la besó”. 
Angustiada por el suceso, por el qué dirán y por las verdaderas intenciones de George, Lucy toma la decisión de abandonar Florencia y marcharse a Roma con la señorita Bartlett. Semanas más tarde regresa a su pueblo natal, Tunbridge Wells (Kent), y acepta la propuesta de matrimonio de Cecil Vyse, un joven culto y de buena familia con quien ha mantenido contacto durante su estancia en la capital italiana.
Libertad y condescendencia
El regreso de Lucy a Inglaterra sirve a E. M. Forster para escudriñar la vida en sociedad de Tunbridge Wells y examinar qué mueve a sus habitantes. E.M. Forster juzga a sus personajes, sus costumbres y sus valores. El objetivo es hacerlos transparentes, para que el lector, además de su interior, pueda ver a través de ellos y convertirse así en testigo de las normas que les oprimen a la vez que dan sentido a sus vidas. Conocemos por fin al hermano de Lucy, el espontáneo Freddy, y a la señora Honeychurch, personaje similar a la Lady Bracknell de La importancia de llamarse Ernesto o la Lady Britomart de Major Barbara. Nos reencontramos, asimismo, con el rector Bebee, párroco del pueblo. Bebee, astuto y observador, es el primero en reconocer cierto cambio en Lucy, cambio que ya pronosticó antes del viaje a Florencia tras escucharla tocar el piano en un recital:
“Cuando fue presentado comprendió que la señorita Honeychurch, apartada del taburete del piano, era solo una joven distinguida con mucho cabello oscuro y una bella, pálida cara, aún no desarrollada completamente. Le gustaba asistir a los conciertos, estar con su prima, tomar helados y de café y merengue. (...)
–Si la señorita Honeychurch se decide alguna vez a vivir de la misma manera que toca el piano, será muy excitante... Para nosotros y para ella”. 
Poco antes de saber que está comprometido con Lucy, el padre Bebee desarrolla esa tesis ante Cecil Vyse.
“–Podría contarle fácilmente la melodía que interpretará en un futuro. Tuve simplemente la sensación de que le habían salido alas y de que sabía cómo usarlas. Puedo mostrarle una bella imagen en mi diario de Italia: la señorita Honeychurch, como un gatito; la señorita Bartlett, sosteniendo la cadena. Imagen número dos: la cadena se rompe”. 
La pregunta que se plantea a continuación es clara: con el matrimonio de Lucy Honeychurch con Vyse ¿la cadena se rompe o cambia de manos? No puede decirse, ciertamente, que Cecil sea un hombre controlador, ni que considere que la base de su relación con Lucy deba ser la obediencia. Sin embargo, Cecil no puede mirar a Lucy sin contemplarla. Es incapaz de amarla sin que a ese sentimiento lo preceda un juicio sobre cuán cerca está de satisfacer cierto ideal (sin ir más allá, el capítulo IX lleva por título “Lucy vista como una obra de arte”). Culto pero snob, sensible pero distante, Vyse es la viva imagen de la condescendencia. Cecil tolera pero no acepta –y cuando acepta, lo hace sin renunciar a enmendar aquello que considera erróneo. Ni siquiera Lucy escapa a ese ojo corrector, que la encasilla en una imagen de sí misma en cuya definición ella no tiene ni voz ni voto. Más pronto que tarde, Lucy se da cuenta de que a su lado jamás va a poder ser feliz (esto es, ser consecuente con aquello que siente). Las palabras con las que la joven rechaza a Vyse son duras, sinceras y memorables:
“Eres del tipo de los que no pueden conocer a nadie íntimamente (...) Tú, Cecil, eres así porque puedes comprender las cosas bellas, pero no sabes cómo usarlas. Te envuelves a ti mismo en arte, libros y música y quisieras envolverme a mí. No quiero que se me asfixie con música más gloriosa, con la gente más gloriosa, cuando en realidad los apartas de mí. (...) Estabas muy bien cuando te relacionabas solo con cosas, pero cuando lo haces con gente... 
Lucy Honeychurch no deja a un hombre para ir en busca de otro, sino para partir en busca de sí misma. Solo entonces, habiéndose propuesto renunciar a cualquier otro vínculo, descubre que la senda que lleva a ese destino es la que la misma que la lleva a George. El joven Emerson sigue allí, en el tercer escalón, esperándola. “No es posible amar e irse”, le dice a Lucy, cuando le confiesa sus sentimientos. Tampoco es posible amar cuando el amor no abarca la autodeterminación del ser amado. Eso es lo que diferencia el amor de George del de Cecil Vyse. 
Con cierta sorna, Forster bautiza el capítulo final Una habitación con vistas como “El fin de la Edad Media”. Desoyendo las indicaciones de su familia, Lucy parte con George hacia Florencia. Especialmente significativa es la conversación que la joven mantiene con su madre poco antes de partir, después de que ella le manifieste su deseo de marcharse de Tunbridge Wells: 
–Y ensuciarte con máquinas de escribir y casas de vecinos –estalló la señora Honeychurch– y agitarte y desgañitarte y que la policía te coja. (...)
–Quiero mayor independencia –dijo Lucy, cojeando. (...)
–Muy bien, tómate tu independencia, precipitarte arriba y abajo del mundo y vuelve delgada como un listón a causa de los malos alimentos. Desprecia la casa que tu padre construyó y el jardín que plantó y nuestro querido paisaje... y comparte piso con alguna otra muchacha.
Para Lucy Honeychurch y George Emerson, el amor es la ventana que tanta falta hacía en la habitación cerrada (nótese, sin embargo, que el amor es la ventana pero no las vistas, razón por la que la novela no debe ser descrita como “una gran historia de amor”). ¿Qué es, pues, lo que queda al otro lado y lo que el amor permite contemplar? Forster pone en boca del señor Emerson, que es junto al reverendo Bebee el personaje que da mayores muestras de lucidez, las palabras que describen con más precisión la razón por la cual George y Lucy eligen enfrentarse a todo y a todos. “Luchamos más allá del amor y del placer: luchamos por la verdad”. Esa es, a fin de cuentas, la única vista que cuenta e importa.
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El lobo estepario y la cuarta dimensión del hombre
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borntoreignrpg-blog · 7 years
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Su alteza real, príncipe Trystan Bjarki de la Casa Dagnýrson de Islandia, con profundo placer y alegría la Casa Thygesen de Dinamarca le da la bienvenida a nuestra nación, lugar que esperamos que cumpla el rol de hogar para usted por el tiempo en que consista su estadía. Los empleados del palacio estarán a su completa disposición desde este momento para otorgarle todas las comodidades que desee, y los reyes se reunirán en poco con usted para resolver cualquier tipo de duda o inconveniente que encuentre. Le deseamos una muy placentera estadía, y ansiamos que Dinamarca logre encantarle al conocer día a día sobre ella. Se despide con esperanzas de un futuro mejor para cada nación, Jøren Bentsen, asistente principal de la Casa Thygesen.
¡BTR se complace en darte la bienvenida, Sam! A partir de este momento cuentas con 48 horas más para enviarnos la cuenta de Trystan. ¡Que tengas un lindo día!
AHORA ES EL TURNO DE TU PERSONAJE.
¿Con qué rostro o FC lo veremos?: Aaron Taylor-Johnson
¿Qué tipo de personaje es?: Príncipe de Islandia
En el caso de que se trate de un miembro de la realeza, especifica el cupo reservado: Cupo 1
SI TU PERSONAJE ES DE LA REALEZA/NOBLEZA…
                   ¡Descubre al miembro de la realeza de esta semana!
En esta oportunidad se podrán dar el lujo de descubrir algunos detalles únicos sobre el Príncipe de Islandia.
Su nombre completo es Trystan Bjarki de la casa Dagnýrson, y cuenta actualmente con veintiséis años de edad. Confiando en las opiniones de aquellos allegados, amigos y familiares que alguna vez le han conocido, podemos asegurar que según su personalidad se definiría como orgulloso, meticuloso y un poco narcisista pero también es cortés, competitivo y amigable.
Antes de proseguir, quizá te interese conocer algunos de los datos más importantes que hemos podido recopilar acerca de su vida:
Primogénito, heredo al trono, futuro Rey es lo que describe al Príncipe Trystan, un gran peso sobre sus hombros con el que ha tenido que cargar todos estos años de vida. Quiere reinar de eso no cabe duda, pero ¿qué clase de Rey quiere ser? Uno justo sin duda pero igual quiere ser bondadoso, ¿cómo lograr equilibrar ambas? Pues el mundo siempre te va a recordar como un buen Rey o un malo y no por lo que intentaste ser, simplemente quiere que su pueblo lo ame, que crean en él.
Desde pequeño Trystan siempre quiere sobresalir en todo, mostrar que merece lo que un día será suyo, el trono, y no porque sea suyo por derecho sino porque se lo ha ganado. Él es el príncipe que siempre verán en cualquier evento de la realeza, tratando de ganarse a los más grandes monarcas, muchos dicen que el Príncipe tiene mucha ambición pues ha dedicado toda su vida a tratar de aprender todo sobre la monarquía.
A la edad de quince años el joven príncipe salió con sus amigos a navegar, nunca lo había hecho pero por querer impresionar a una chica tomó el yate de la familia y se aventuró a conducirlo, grave error. El clima no era lo más favorable y menos si tienes a siete adolescentes tomando alcohol, siendo imprudentes. Los recuerdos vienen mientras duerme pero no logra recordar bien lo que paso ese día, no todo es muy claro, un momento estaba bailando y disfrutando con sus amigos y luego recuerda estar en el agua helada, un flashback más y ve aquella chica de ojos azules gritando auxilio, tratando de no sumergirse. Lo que recuerda después es estar en el hospital, sufrió hipotermia le dijeron, pero que no fue tan grave pues sus amigos rápidamente ayudaron al príncipe. ¿Y la chica? Preguntó… Y su muerte es algo que lo ha atormentado hasta el día de hoy y aunque no recuerda bien lo que paso sabe que todo fue su culpa.  
Es un gran amante de la literatura, el arte y la música, ha vendido pinturas a duques muy importantes, toca varios instrumentos pero el piano es su favorito, lo toca con tanta pasión que ha dado conciertos en Islandia. Si fuera poco es un gran jinete, si algo ama es poder montar a su caballo “Heracles”, le da tanta tranquilidad si busca pensar claro o simplemente calmarse es el establo lo van a encontrar.
En una entrevista reciente, se le pidió que comentarse los motivos por los que se había decidido a viajar a Dinamarca. Aquí un extracto de la misma:
“Periodista: — ¿Qué fue lo que consiguió que hoy podamos encontrarle en la Nación de Dinamarca?
Trystan Bjarki Dagnýrson: Es una gran oportunidad para relacionarme con la realeza de otros lugares, conocernos mejor pues algunos de nosotros somos los que vamos a reinar en un futuro y qué mejor que de una vez empezar a formar futuras amistades y alianzas. Pues son cosas que debemos ir pensando desde ahorita y claro también divertirnos, la verdad estoy muy entusiasmado por esta nueva experiencia. Y pues estoy soltero – ríe un poco – tal vez pueda encontrar a mi futura esposa aquí.
(Opcional):
— Ha sido unas cuantas veces objeto de interés para los medios locales de su lugar de origen. Algunas de las razones por las que ha aparecido en ellos fueron:
Dio un concierto para recaudar fondos para ayudar a los niños discapacitados de Islandia.
Los periódicos lo atacaron muy duro cuando la joven murió por el accidente en el yate.
Salió en una revista local como uno de los hombres más atractivos de Islandia.
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Phi Upilson
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De todo tipo de clases sociales, pero en su mayoría becados, esta fraternidad se compone de chicos poco materialistas, son los chicos buenos de la universidad, ellas las típicas chicas estudiosas con buenísimas notas y ellos los típicos galanes y príncipes azules con los que cualquier chica soñaría, criados para ser los perfectos caballeros de sociedad, con la mente enfocada en los estudios… trabajan duro por conseguir lo que desean, no les agrada perjudicar a otros para conseguir sus fines, salvo que tengan que hacerlo como una medida de último recurso.
Muchos de ellos son delegados de sus cursos, otros pertenecen al consejo de estudiantes y/o asociaciones varias como miembros o líderes de las mismas, suelen ser bastante responsables con sus deberes aunque no los mejores de la universidad -salvo contados casos- no obstante, son atractivos, incluso algunos llegan a ser deportistas pero no es una cualidad que predomine entre los miembros.
Amables, amigables pero poco populares, son fiesteros pero no del tipo que se sobrepasan con excesos, varios sí son populares y tienen detrás a múltiples chicas a causa de su apariencia de chicos perfectos. Son apegados a las reglas, no las rompen a menos que sea algo necesario y aún así algunos tienen pequeñas manchas en sus expedientes ya que no todos son capaces de mover influencias sociales o económicas.
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La casa de los PU es la más pequeña de las demás fraternidades, está es demasiado hogareña y clásica, se distingue por tener una sala demasiado amplia, cuentan con una pequeña biblioteca, cocina, comedor, una terraza y veinte habitaciones amplias, cada una cuenta con su baño propio.
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 LÍDER EN SU FRATERNIDAD
Nombre: Annie Zimmer.
Edad: 21 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Británica.
Residía en: Liverpool
Habitación: 3
Crush: No quieres aceptarlo pequeña Annie, sabes que Michael te hace sentir como si estuvieras enferma, esa sonrisa te encanta pero, ¿una PU enamorada de un DES? Se te hace casi imposible, a no ser…
Némesis: Allison Melbourne.
Amistades: Victoria, Samantha y Jonathan Los considera los más cercanos a ella..
Annie es una chica normal, no es muy adinerada pero siempre ha tenido lo necesario para seguir adelante. Sus padres, bueno, ellos se separaron a partir de “problemas” que no pudieron resolver, sin embargo, la madre de Annie no parece importarle en absoluto haber tenido que dejar a su hija con su padre. Ciertamente, a ella le ha parecido lo mejor, ha vivido con él y ha tratado de ser su orgullo. Es una chica divertida, suele ir a fiestas pero es muy enfocada en sus estudios.
Al conseguir una beca en la universidad de Stanford, sintió que su sueño se había hecho realidad, su padre estaba orgulloso y eso es lo que importaba. Pero al llegar a Stanford, nunca creyó que se volvería líder de la fraternidad de los Phi Upsilon. Ahora esa responsabilidad está sobre ella e intentará ser una buena líder para ellos… Aunque eso tenga que tener consecuencias.
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 SUBLIDER EN SU FRATERNIDAD
Nombre: Victoria Crowell.
Edad: 21 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Británica.
Residía en: …
Habitación: 2
Crush: Trató durante mucho tiempo estar alejada de circunstancias que la distrajeran  de sus estudios… De verdad lo intentó, hasta que en su vida se cruzó Dominic West, el chico más correcto que había conocido en la vida y con quien disfruta conversar por horas. Se podría decir que fueron hechos el uno para el otro, solo hay un pequeño inconveniente… Es un PBK y ella una PU, ¿Acaso están locos?
Némesis: Trata de no meterse en problemas con nadie pero siempre se encontrara con alguno, siendo una chica PU es muy difícil tener una vida tranquila en Stanford.
Amistades: Considera a Owen, Annie y Nathaniel como sus mejores amigos y confidentes.
Una chica muy inteligente y responsable, asume sus errores y afronta los momentos difíciles con madurez. Educada bajo la tutela de un padre trabajador que, aunque no fueran una familia bien posicionada económicamente, mantuvo a Victoria siempre en los mejores colegios, dándole así la oportunidad de adquirir una excelente educación.
Vico llega a Stanford gracias a sus excelentes calificaciones las cuales le ayudaron a obtener una beca completa que no le hará la vida más fácil dentro de la universidad, tiene que cuidar muy bien sus pasos y no meterse con las personas equivocadas o todo por lo que había luchado se vendrá abajo.
Con un sentido del humor un tanto raro, divertida pero no en exceso tratará siempre de llevar su vida en calma y sin problemas, pero eso no significa que se dejará manipular y mucho menos humillar por otras personas. No la tendrá nada fácil, pero ¿Quién dijo que la vida era sencilla?
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Nombre: Ryan Lawrence.
Edad: 21 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Americana.
Residía en: San Francisco, California.
Habitación: 4
Crush: Samantha Quinn se ha convertido en su musa, con ella pasa los mejores momentos y sin duda es quien se adueñó de su musical corazón.
Némesis: Aunque Ryan no es un chico de problemas debe admitir su intolerancia hacia Alan West, nada más y nada menos por estar tras los huesitos de la rubia Quinn.
Amistades: Sadne, Charlotte y Jonathan.
Hay una palabra que describe perfectamente la vida de Ryan: “Musica” sin duda no hay nada mas importante. Comenzó desde muy pequeño con la guitarra y poco a poco fue ascendiendo, cuando Ryan tenía apenas ocho años su padre los abandono junto con su madre y hermanos.
Su familia en general siempre fue de clase media, su madre siempre trabajo para que nunca les faltara nada, desde entonces su abuelo se convirtió en su mentor para su familia que alguien estudiara en una universidad así de importante es un orgullo.
Y así fue como lo consiguió con esfuerzo y dedicación, Ryan es uno de los chicos mas divertidos y ocurrentes que podrás encontrar en la escuela; esa es su estrategia para conquistar chicas. Siempre tiene algo que decir y no le gusta quedarse callado, sabe que en Stanford hay muchas personas de diferentes clases sociales, pero eso no le impide mostraese tal cual es.
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Nombre: Byron Walker.
Edad: 20 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Americana.
Residía en: Kentuchy, Estados Unidos.
Habitación: 7
Crush: No sabemos qué mal este pagando Byron, mira que poner sus ojos en Georgia Withmore debe ser un castigo divino. El, como toda la universidad, sabe perfectamente que clase de perra es G y al parecer le importa un comino, esta empeñado en acercarse a ella y robar su corazón sin importar las consecuencias que esto traiga consigo.
Némesis: Todos los chicos DELTA KAPPA EPSILON, no es para menos, no es solo por estar rondando a l líder de su fraternidad, también es un PU y eso ya es razón suficiente para poner a todos los DKE en su contra.
Amistades: Samantha, Nathaniel. Connor, Annie y Victoria, con estas últimas normalmente discute gracias a su obsesión con Georgia.
Clase social media, un chico becado que trabaja además para poder sobrevivir dentro de la universidad… no es de aquellos que destaque por su ropa, ni en deportes, mucho menos tiene suerte con las chicas. Últimamente se ha metido en muchos problemas con los altaneros DELTA KAPPA EPSILON e incluso ha sido golpeado por algunos de ellos ¿la razón? tiene nombre, ha puesto los ojos en la chica equivocada.
Esto le a costado ya una mancha en su expediente, por no mencionar además las varias discusiones con los miembros de su fraternidad a pesar de ser defendido por su mejor amiga Samantha.
Sabe que su camino no es fácil, sin embargo no es de los chicos que se rinden o miran atrás… creé en el destino y claro, en sí mismo.
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Nombre: Nathaniel Carter.
Edad: 21 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Británica.
Residía en: Anchorage, Alaska.
Habitación: 5
Crush: Ha puesto sus ojos en Courtney Russell una digna representante de los DKE y, aunque la chica parece no serle indiferente a Nathaniel este debe andarse con mucho cuidado si no quiere que su corazón quede regado por toda su fraternidad pues bien se sabe que la pequeña Russell es tan bonita como manipuladora y una vez que obtenga lo que quiere de él podría votarlo sin arrepentimiento alguno.
Némesis: Christopher Duncan podría denominarse su archienemigo, pues no solo compiten por demostrarse el uno al otro quien es mejor, ambos también están interesados en la misma chica..
Amistades: Agnes, Finn y Annie son considerados sus mejores amigos
Con mucho esfuerzo has llegado hasta aquí, trabajando duro dobles turnos como mesero en Anchorage, la paga era fatal pero el objetivo se cumplió, estás ahora en una de las mejores universidades del mundo y con una beca del 80% tienes ahora un mejor trabajo que te ayuda en tus gastos, tus notas son demasiado buenas y además eres líder en una asociación para ayudar a pequeños sin hogar…tu sueño era poder formar parte de los PHI BETA KAPPA. Tenías absoluto conocimiento de los beneficios que obtendrías siendo parte de ellos, sin embargo no te brindaron la oportunidad.
Eres considerado como un líder en potencia y suma competencia para Christopher Duncan por lo que los ha llevado a enfrentarse en varias ocasiones, comienza a fijar los ojos en Courtney debido a la competencia existente con el joven Duncan.
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Nombre: Jonathan Miller.
Edad: 21 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Americana.
Residía en: Texas, Estados Unidos.
Habitación: 8
Crush: El pequeño Johnny es un chico de retos, probablemente Rebecca Hudson sería uno más en su lista e incluso podría ser el más “imposible”. Esta chica se ha metido en el fondo del corazón de nuestro pequeño fiestero y como no, Becca tiene sus encantos pero… ¡vamos! Todo mundo sabe que la señorita Hudson simplemente se preocupa porque no le falte alcohol y droga… bueno, excepto Johnny quien no dejará de luchar para poder ganarse l corazón de la chica DES.
Némesis: Es una persona que lleva la vida de manera relajada, trata de no tener problemas con nadie y menos por tonterías pero, en ocasiones, sus bromas y chistes sobre los DKE y PBK han provocado pequeñas rencillas entre los miembros de dichas fraternidades y él.
Amistades: Ryan y Byron son sus amigos más cercanos pero en realidad, todo PU es amigo de Johnny y muchos DES.
Un chico muy decido, alegre, incluso podríamos decir que es el más fiestero de Phi Upsilon, siempre manteniendo la frente en alto orgulloso de su fraternidad, es el alma de los ”PU” siempre con ideas innovadoras, positivismo y una sonrisa en los labios.
Demasiado sociable, no le importa lo que los demás piensen de él, le encanta burlarse de los DKE por mimados y considera a los PBK como unos nerds aburridos, siempre le encuentra el lado bueno a las cosas. Llega a Stanford al fin luego de haber fallado en su primer examen de admisión, no es alguien que se rinda, lucha por sus ideales contra lo que sea.
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Nombre: Agnes Henderson.
Edad: 20 años.
Fraternidad: PHI UPSILON.
Nacionalidad: Británica.
Residía en: Londres, Reino Unido.
Habitación: 9
Crush: Al parecer, ser un de las chicas con el CI más alto en Stanford no le sirve de nada al momento de tomar decisiones del corazón. Esta chica parece ser más ingenua que inteligente, ¿lo dudan? La pequeña e inocente Agner puso sus ojos en nada más y nada menos que Kenneth Hamilton, el chico que ha visitado más habitaciones femeninas que iglesias en este mundo. Andrew Lombardi, culposo sentimiento.
Némesis: Caroline Ross, como no, si la chica se ha convertido en el juguete favorito de Kenneth y eso es algo que Agnes no soporta.
Amistades: Nathniel, Victoria y Charlotte quienes son miembros de su fraternidad y con los que más se ha encariñado.
Simplemente brillante, una de las mentes femeninas en Stanford con un promedio de excelencia que, sin duda alguna debió haber formado parte de los PHI BETA KAPPA… sin embargo, la pequeña Agnes decidió rechazar su propuesta. ¡Espera! ¿rechazo a los PHI BETA KAPPA? vaya, novata.
No sabe a lo que se enfrenta, nadie jamás había rechazado antes a esta fraternidad tan excepcional ¿las razones? bien, Agnes confía en sus conocimientos y en los PHI UPSILON, cree plenamente que es la fraternidad que cuenta con mejores elementos que cualquiera, además ha creado fuertes lazos de amistad dentro de la misma, veamos cuanto tiempo sobrevive luego de haber tomado aquella decisión y que tan real puede llegar a ser su teoría.
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