FELICIDADES
Feliz, feliz, feliz... a pesar de este mundo caótico que los "señores feudales", que siempre toman el derecho a pernada por que se creen superiores. Los que hacen lo que quieren, nos dejan sin trabajos, con jubilaciones que no alcanzan para comprar papel higiénico para limpiarse el culo (total para qué si ni pan tenemos).
Y muchas palet para que los niños estudien (dicen) no ignoren que si ellos están desnutridos desde que nacen no les da el cerebro para que lo hagan.
Los quieren ignorantes (es lo que les conviene) pero claro gran parte del pueblo argentino que no tiene trabajo (vagos los llamo) tienen hijos para tener un plan con dicho plan, los niños no comen igual (lo digo con absoluta certeza y por haberlo visto con mis propios ojos, utilizan lo que les dan para sus vicios, ropa, etc. y a los niños los mandan a pedir y/o revolver la basura y qué comen? alitas de pollo con fideos, De proteínas, vitaminas, ni hablar).
Es un pueblo que ignora que existe "una memoria que podemos, debemos usar".
Y ni hablar de la inseguridad a la que nos vemos sometidos, crímenes al por mayor, narcotraficantes a los que ni tocan, corrupción de por medio, jueces garantistas e hipotetizo ¿con qué fin? dinero de por medio?
No soy ni de derecha ni de izquierda, soy alguien que sólo quiere justicia, Todo nacimos de un vientre. ¿ellos no son más que eso, como todos nosotros, qué les da el poder de hacernos lo qué nos hacen?
Pero qué hace el pueblo, manifestaciones, piquetes, acampes? Nada. ¿Pienso, piensen cómo salir de este abismo? Votar, ¿a quién, que nos garantiza que vayan a cumplir lo que prometen y nunca cumplieron? ¿Dónde hay un político decente, solidario que quiera ayudar al pueblo, gobernar para el bienestar de nosotros, su pueblo?...
Bueno amigo pese a todo a aquellos que tienen la conciencia tranquila "Sean lo más felices que quieran, no olviden que cada día que pasa, no se repite y es un día menos"
SEAN FELICES, FELICES, FELICES, SONRÍAN, MANT´ÉNGANSE SANOS EN CUERPO Y MENTE, AMEN.
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El pueblo y sus secretos.
I.
Era un chico lindo.
Rubiecito. Ojitos claros.
Había venido de otro pueblo de más al norte.
Tenía estudios y formación intelectual y artística.
Sólo y sin trabajo, de nada servían sus dotes. Aún las apreciadas por las mujeres.
Es que la crisis no perdonaba a nadie.
El, por suerte, no tenía familia que mantener. Pero aún así se sentía desmoralizado. No tener trabajo no es algo agradable.
No creía él en las bondades intrínsecas de ser trabajador, pero sabía que la pertenencia a un lugar se lograba, si uno no era un terrateniente, con un título o un trabajo.
Hizo su currículum, y lo empezó a presentar en diferentes oficinas del municipio.
Lo cierto es que, en un pueblo el circuito es corto.
El que no es amigo del poder, es un don nadie.
No puede esperar ni siquiera que lo dejen en paz.
Para trabajar no solo hay que tener ganas de hacerlo, y estar capacitado en alguna actividad u oficio.
Lo esencial es aprender a ser obsecuente. Y venderse al mejor postor.
Muchos dicen, por estos días, que se trata de una cuestión de género.
Qué son las mujeres las que sufren abusos y acoso para lograr un puesto de trabajo.
Pero lo que no dicen es que los hombres deben pasar por las mismas situaciones, y se lo callan.
Hoy en día está aceptado que una mujer denuncie a su ex pareja. Pero es inaceptable que un hombre denuncie a su mujer por violenta.
Y es que, por lo general, el que maneja la situación es quien tiene el poder.
No se trata de sexo. Sino de poder.
Y Juan Saravia era joven, culto, pero no tenía poder alguno.
Se presentó ese día, como ya lo había hecho en otras reparticiones municipales, en la secretaría de cultura.
Allí lo hicieron esperar y luego de dos horas lo recibió un señor con aspecto atildado.
Juan le presentó su currículum y Roberto Rugero le miró a los ojos y sin mediar una palabra, le puso la mano derecha en el muslo derecho de Juan.
Ambos hombres se miraron y Juan, ante la evidencia, bajó los suyos.
Salió de la oficina con trabajo y un sabor amargo en la boca.
De ahí en más se abrieron para él todas las puertas del municipio.
Es que lo que rige en estos ámbitos es la complicidad.
El secreto a voces, que da de comer a los pueblerinos aburridos.
Juan Saravia fue, a partir de entonces, un empleado calificado.
Produjo obras de teatro y musicales.
Pudo desplegar sus conocimientos pero siempre y para hacerlo, tuvo que pasar por la aprobación de la mano de Roberto, quien sin hablar, simplemente lo buscaba sexualmente.
A Juan Saravia nunca se le hubiera ocurrido denunciar esto.
Fue el camino a la posibilidad de ser admitido. Incluído.
Además, Juan Saravia sabía que nadie creía en un puto renegado.
El no era un puto así nomás.
De hecho, había tenido mujeres. Y le gustaban.
Pero para conseguir trabajo no le servían sus dotes masculinas, que parecían ser muy contundentes.
Hablando mal y pronto, se trataba de dejarse joder.
Y punto.
Siendo así de simple la cuestión, como en la edad media era el derecho de pernada, en estas épocas modernas el trabajo no es cuestión de buena voluntad para trabajar.
Dejarse coger por otro más poderoso, es la llave para llegar a lugares insospechados.
Juan Saravia fue llamado a muchos lugares a dar su opinión acerca del hechos de abuso, y nunca habló de lo que él vivió.
¡Lo tenía tan naturalizado!
Un hombre sufre en silencio. . Soporta. Y se calla.
Y cuando puede encontrar alguien más débil y vulnerable, lo somete.
Esa es la forma en que los seres humanos marcan su territorio.
II
Gabriel era un niño muy tímido.
Sabían en la escuela que le costaba hablar, y que esa cortedad no era algo menor.
Sufría de alucinaciones. En las noches se lo escuchaba hablar sólo mientras caminaba por su casa.
Había quedado huérfano dos años atrás.
Desde entonces no había noche en que no se escuchase la música del tocadiscos a todo volumen,y los pasos de Gabriel mientras caminaba de un extremo al otro del comedor.
Su voz lanzaba imprecaciones contra ese enemigo imaginario.
El y su locura, a la cual estaba habituado el pueblo.
El accidente que le costara la vida a su familia fue en la ruta que va al norte.
Curiosamente se les había invitado a la inauguración de un monumento en un pueblo vecino, donde el intendente no podía acudir.
Elpidio y Juana con sus tres hijos viajaron en representación del intendente. Y en medio de la noche, a la vuelta, una encerrona acabó con sus vidas.
Sobrevivió Gabriel.
Lo encontraron en medio de un amasijo de chapas y sangre.
Temblaba como un instrumento de viento.
Lograron abrir con un cortafierro el habitáculo donde habían quedado apresados sus padres y sus dos hermanos, luego de que el par de caballos se cruzasen ante el auto y un jeep viejo se les fuera encima. Chapa vieja y dura.
Chapa de la guerra.
Gabriel revivía una y otra vez la imagen del choque y las patas de los caballos volvían a golpear el costado del auto donde iba su hermana.
Aún se enojaba en las noches con Román, ese que conducía el jeep.
Él lo había visto. Era el chofer del intendente.
Sólo que a un loco, sin familia, nadie le cree.
III
En la escuela el arte era visto como algo de mujeres.
Eran épocas en que para ser masculino había que demostrar fuerza y capacidad de resistir los golpes del destino, además del abuso de los que son mayores y suelen usar de esa condición.
El niño era alumno y ya se destacaba por sus habilidades musicales.
Gabriel aprendió de su padre el arte de tocar el violín.
Cuando comenzó la escuela, como era un niño callado y tímido, el dominio de un instrumento le ayudó a sobrellevar su soledad.
Cuando estaba cursando sexto grado, y ya se le notaba su barba incipiente y los granitos delatores, le tocó a él, cómo pudo sucederle a cualquier otro.
Pero fue él quien vio a Juan Saravia y Roberto unidos en una actitud que lo paralizó.
El vio como Roberto, el director de cultura, tomaba por la espalda a Juan Saravia y lo sometía contra el escritorio antiguo. Ese que lucía tan brillante con sus herrajes dorados.
Nunca olvidaría la mirada de Juan Saravia.
Hay cosas que no se deben saber ni contar.
Pero lo cierto es que, luego de que Gabriel Zárate viera a Juan Saravia ser sometido por Alberto Rugero, el director del instituto de cultura del municipio, y se lo contara a su padre, vino la tragedia del accidente.
Gabriel quedó solo.
Su padre había desestimado todo lo que él le contara.
-"No hijo. Don Roberto es un poco amanerado pero no es puchero. No podes decir lo que está diciendo. Juan Saravia es un buen empleado y uno de los jóvenes destacados del municipio.
No es nacido y criado en el lugar. Pero percibe el mejor sueldo del municipio".
Y sin más, cerró la puerta de la oficina donde solía tocar su violín.
El padre de Gabriel era un artista. Los artistas suelen cerrar algunos de sus sentidos para abrir y desarrollar otros.
IV
El velorio vino. Luego el entierro.
Un funesto suceso que sacudió al pueblo.
Quedó el castigo de los gritos de Gabriel por las noches.
Se escuchaban en cuatro cuadras a la redonda.
Aún el intendente no lograba hacer que lo internaran como debía ser.
Había una institución nueva que revisaba caso por caso. Gabriel fue contemplado como una víctima.
Se le atendía en el hospital, y una joven psicóloga lo escuchaba.
Recursos de amparo, medidas cautelares, impidieron desde lo legal los intentos de silenciar al único testigo de la muerte de los Zárate.
El accidente había sido algo aceptado por todos. Resultaba conveniente para las mujeres, que se resistía a pensar siquiera en la posibilidad de que el sexo entre hombres fuese más terrible y poderoso que el que solían tolerar, acostumbradas a ese arte femenino de soportar en silencio.
Roberto Rugero tenía esposa y cuatro hijos varones. Ella fue la principal impulsora de los intentos de internar a Gabriel Zárate. Sin lograrlo.
Una noche de tantas, en que se escuchaba la música fuerte y los gritos de Gabriel contra el destino y sus representantes, la lluvia cortó la luz. Y un silencio fue la bendición que durmió a todo el pueblo.
Al otro día el cuerpo de Gabriel era enterrado.
No hubo velorio.
Solo el respiro que produce la ausencia de lo que molesta y sobra.
La fiesta del pueblo estaba en su apogeo, y el violinista era un joven que venía de otro pago.
Una nueva promesa para el pueblo.
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