Tumgik
matiasvillarreal · 5 years
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EL CANIBALISMO DE LAS ESTRELLAS
15/07/2007
La obstetra y las enfermeras festejaban en cámara lenta. Sus voces sonaban lejanas -casi que ni las escuchaba- como si  todo lo que realmente  me importaba hubiese estado en la sonrisa hipnótica de mi hijo. Alexis nació y lo primero que hicimos cuando nos conocimos fue sonreírnos, esa mirada tan tierna de bebé y sus ojitos de algodón me enloquecieron, me hicieron sonreír con las últimas fuerzas, todas perdidas durante el parto. Su piel impoluta, aunque en ese momento estaba cubierto de sangre y otros restos biológicos, fue lo último que vi antes de convulsionar y desmayarme.
Sobrevivir a un parto es cargar con demasiada luz. Así es como de un día para otro la gente te observa y piensa “Dios mío, qué inmaculada”, “esta mujer es milagrosa”.  Te miran con una sonrisa y una expresión de admiración como si la fertilidad, así como también el crecimiento de un ser humano que vas a expulsar por tu vagina, o a través de una incisión, no fueran más que suficientes para suponer las posibles muertes: la de la madre y el feto.
Nosotras ahí, pariendo el mismo grosor que tiene un muñeco de plástico estándar, de juguetería… es obvia la cantidad de sangre que se pierde.
Después de aquel episodio del parto, había noches enteras en las que no podía dormir por miedo a morirme o que se muriera Alexis. Me despertaba con una angustia que amenazaba con comerse mi pecho entero, era el miedo mismo producto de haber soñado que me encontraba sobrevolando una sala velatoria como si fuese una mosca. Cuando me acercaba a mi madre, la encontraba con toda mi familia. Mis tías lloraban y tocaban la frente aterciopelada de mi bebé, que descansaba en un pequeño ataúd blanco. Y luego todas las miradas iban dirigidas hacia la persona que estaba al lado de Alexis, que era yo. En un ataúd negro y lleno de rosas.
Con mi desplazamiento de mosca me dirigía hacía Alexis, para verlo de cerca y tan gigante.
Los llantos de tía Sandra me hacían entrar en un pánico indescriptible, “Tan jovencita ella y él, un alma inocente. La idea de estar separados para ella fue muy fuerte. No soportaba la idea de vivir sin él… así que se fue a perseguirlo hasta encontrarlo”
Aquellas noches me despertaba con la sensación de tener un puño en la garganta, chequeaba la respiración de mi niño apoyando mi mejilla sobre su pequeña nariz. Y finalmente, el llanto desmedido por mi parte que deseaba, cada vez más, volver a sentirlo en mi interior. Lejos de toda amenaza y nadando en la salvación.
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                                                                                                         22/12/2008
                                                                            ¿Tardó en hablar? un poco, pero no lo necesitábamos. Compartimos una conexión, que muy poco tiene de charla. Es curioso sentirse tan unida a alguien y de esta forma, había tardes enteras en las que para hablar, bastaba que apoye su boca en diferentes partes de mi cuerpo y las conozca. Hubo una tarde de verano en la que no paró de chuparse los brazos posteriormente de haber saboreado los míos.
Hoy dijo mamá por primera vez, y está nublado. Me cayó la ficha, como un baldazo de agua fría, de que tiene los mismos ojos verdosos que el padre. Me mira y siento que en su cara, en sus cuencas oculares, alguna clase de deidad depositó dos esmeraldas trabajadas durante cientos de años.
El único jardín maternal de la zona, ahora tiene denuncias de maltrato por parte de las mismas maestras, qué perras desgraciadas. Mañana me toca llevarlo a la guardería, y sufro un montón pensado lo que esas brujas malcogidas puedan hacerle a mi niño. Pero a mi bombón no le van a hacer nada porque es adorable y tranquilo. Necesito un trabajo más cerca de casa, nunca alcanzaré la paz mental mientras tenga que dejarlo en manos de esas falsas disfrazadas de dulcineas.
                                                            •••
                                                                                                   15/07/2012                                                                                                    
Alexis no para de tocarse la entrepierna: el pediatra dijo que es normal que los niños a esa edad busquen frotarse, como gatos. La primera vez que Alexis lo hizo fue con la mesa ratona.
Usaba una esquina para frotarse “el pitín”. Me dio mucho gracia, era como ver una figura de su padre en miniatura. Luego, estuvo toda la tarde mimoso y no paraba de querer meter su lengua en mi boca, y como dato de color: hoy quiso volver a la teta y me puso carita de gatito. No pude evitarlo, volvió.
Ningún trabajo aparece, es que salir de casa y dejar al niño en manos de otras personas me aterra y me hace llorar. A veces, queremos lo mejor para alguien y formamos parte de su mundo para eso justamente: para darle lo mejor. No quiero que Alexis experimente ese amor con otras personas, es algo único entre él y yo. Mañana cumple cinco.
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                                                                                                       07/10/2018
Apareció el padre… era hora. Lo contactó mi madre a causa del “desequilibrio” que dicen que tengo. No entienden un carajo, mi equilibrio reside directamente aquí. En todas estas palabras que escribo, que me alivian del pesar constante de amar demasiado a alguien y temer que se muera. Ya no me puedo mover de esta casa y mi hijo va a la escuela porque lo lleva y lo trae un remís que durante tiempo pagó mi madre… bueno ¡¡¡YA ESTÁ!!! si esa era la queja, lo va a pagar el fantasmagórico padre. Honestamente, espero que la plata que no va a gastar mamá con el remís, le sirva para remedios.
Por otro lado el canalla, ahora, parece que quiere más visitas por semana. ¿Está loco? sólo lo puede ver en esta casa y 15 minutos por día. Los abogados podrán protestar de que lo mío es injusto, y que Alexis tiene 10... que ya es hora de que tenga una figura paterna en su vida. Pero se equivocan, sólo conmigo está bien.
No necesitábamos a Marshall de nuevo en nuestras vidas, volví  a las pesadillas y a los divagues. Hay noches en las que despierto y Alexis está parado junto a mi mesita de luz, mientras me saluda con su mano y su padre comienza a rociar mi cama con algo, y es alcohol.
Ambos se reúnen a los pies de mi cama y Marshall me dice “¿Viste? esta vez no fallé porque hay equipo” y nuestro hijo hace chispear un encendedor muy viejo hasta que consigue una llama y lo deja caer. Las llamas me alcanzan y mis gritos ahogados se potencian cuando descubro que ambos son la misma persona, salvo que una muy estirada y la otra muy enana.
El hijo de puta me sonríe mientras yo comienzo a arder y nadie me ayuda porque me han robado la capacidad de gritar.
                                                                      •••
06/02/2019
Deudas. Todo se trataba sobre eso a fin de cuentas. El padre de Alexis quebró con su pequeña panadería y comenzaron a caer los llamados a casa. Siempre eran por la noche y repetían, una y otra vez, lo mismo: ¿Acá vive el hijo de Marshall? necesitamos encontrarlo o te vamos a quemar vivo.
Luego ya comenzaron a visitar el barrio y nos dejaban cartas en donde me amenazaban si llegabamos a poner un pie fuera de la casa.
Marshall, como de costumbre, volvió a desaparecer y ahora Alexis transita un período de duelo y consternación. Tiene el corazón roto a causa de una decepción, muchas veces lo abrazo con fuerza para que sepa que nadie en el mundo puede entenderlo como yo. Yo también experimenté la destrucción de mi corazón por haber confiado en otro ser humano que prometía amarme hasta el final de mis días.
Sin embargo, mis palabras no tienen naturaleza remediadora, se está terminado el verano y lo único que parece anestesiarlo es la nueva Playstation y mirar la vida de otros por Youtube.
Esta tarde recibí otro mensaje y es que lograron capturar a Marshall, su pulgar en una cajita con un moño verde -grotesco- y un celular con un video en donde pude ver como se lo cortaban, era él claramente. Lo reconocí por sus gritos, que disfruté con un placer perverso.
Pasaron unos treinta minutos y yo no sabía si decirle todo eso a mi hijo, o si callar esperando que maten a Marhall. Se lo merecía. Los mensajes de texto pidiendo a mi hijo llegaban en cataratas mientras me debatía y caminaba de un lado a otro en el living. A veces, no queda otra que respirar hondo y salir, tirarse a la pileta aunque esté vacía o peor, llena de lava.
El miedo es un combustible y me resultó disparador, lo admito. Pero el sueño que tuve hoy sin dudas fue una señal para que mi hijo y yo estemos mejor. Él no quiere ir al shopping, no me costó mucho convencerlo porque le prometí unos juegos nuevos de Playstation. Marshall tiene ahorros en la casa de su mejor amigo, nos viene a buscar en media hora para llevar el dinero al señor de “la empresa” donde el cretino y padre de mi hijo solicitó un “préstamo”. Sin embargo, hasta acá llegué… no habrá liberación alguna y lo más penoso de todo es tener que mentirle a mi hijo. Ahora mismo se está calzando las New Balance verdes con negro que pidió para su cumpleaños. Apaga la consola y deja con mucho cuidado el joystick sobre la repisa. Es tan hermoso, tan cuidadoso y delicado, que no puedo evitar sostenerle la cara y querer besarlo en los labios, por última vez. Aunque es algo que no ya no le guste tanto como antes, una vez más le digo y le hago puchero. Te lo juro, le digo. Y accede.
Es que la voz que habita en mi mente empezó a gritarme y no me deja en paz. Mi mente me ataca con mi pesadillas que me resultan dolorosas e insoportables. Y sólo hoy, mientras sentía como nos tirábamos al vacío precedente a la caída, experimenté un ápice de liberación de lo que prometía la ejecución de mis actos de sacrificio en la vida real. Mientras caíamos del cuarto piso, percibía como perdía peso a toda velocidad, como un pájaro. Y en el centro del impacto de nuestras cabezas contra la fuente de agua del shopping, sólo ahí encontrábamos -los dos- el alivio infinito de abandonar este mundo por uno más justo. Sin padres ausentes, maestras jardineras, usureros mafiosos o cualquiera que se atreviera a arrebatarme el amor de mi hijo. Que desde que nació, su belleza logró cautivarme tanto al punto de temer que en un descuido nocturno, me lo robaran desde el cielo y se lo comieran las estrellas.
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(*ilustración de Alexis Benítez . +https://www.instagram.com/alex.benz137/)
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matiasvillarreal · 5 years
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Teoría sobre el origen del insomnio
“A las doce me voy al sobre” dijo Marina en la soledad y el silencio que reinaba en su departamento de dos ambientes. Palermo esa noche estaba apagado. Cenó, se bañó y se miró las tetas en el espejo con la esperanza de que siguieran paradas y lindas, como siempre. Con la toalla en la cabeza, la bombacha rosa que rozaba entre la sutileza y lo provocativamente correcto se miró, se puso de costado e imitó la cara que usaba para demostrar lo mucho que le gustaba cuando la cogían. Deslizó un brazo por su vientre, juntó dos dedos de su mano y conociendo el camino de memoria llegó a su vagina. Se acarició los labios por arriba de la tela y sintió escalofríos. Comenzó a frotarse con más fuerza. La mano aumentaba la velocidad y la calentura se esparcía por todo el cuerpo. El silencio de su departamento fue interrumpido por gemidos que Marina alternaba entre suspiros y movimientos circulares cerca de su clítoris.  Se multiplicaron, ahora eran continuos. De pronto, un grito mayor interrumpió la sesión de orgasmos que estaba teniendo. Marina se asustó, el primer ruido la despabiló. Un ruido como si alguien hubiera estrellado un huevo contra el piso. Un grito de un hombre. Se puso alerta, retiró su mano y se la lavó. Ahora se escuchaba un murmullo generalizado. Otro grito más se escuchó, era el de una mujer que lloraba. Marina sacó la cabeza por la ventana de la cocina. La ventana daba al pulmón del edificio y desde la altura de su piso numero cuatro pudo ver que en el patio había un hombre tirado. Era el pendejo emo del piso siete. Su cuerpo yacía sin vida, la cabeza estampillada y castigada por el impacto. Todos los vecinos estaban histéricos, incluso había niños que miraban el cuerpo. La situación le puso los nervios de punta. Buscó por todos los rincones de la casa un cigarrillo. No tenía. Y nunca fue de las que fuman demasiado. Pero deseaba tanto prender y pitar un cigarrillo que decidió ir al kiosco. De paso compraría chocolates. No tenía ganas de usar el ascensor. Le daba miedo. No había nada más terrible para Marina que estar cerca de un lugar que había visitado la muerte. Nunca fue a los velorios de sus familiares. Una sola vez estuvo en un suicidio y le bastó para horrorirzarse por siempre. Empezó a bajar las escaleras mientras se acordaba como el tren San Martín le partía los huesos a un hombre que según decían se había tirado con una botella de cerveza en la mano y un blister de calmantes en la otra. Se acordó del olor a sangre cuando pasó cerca del andén que lo había triturado. Cuando quiso prender la luz del primer piso alguien se adelantó y lo hizo por ella, la saludó y siguió subiendo al mismo ritmo que ella bajaba para comprar los cigarrillos. Cuando quiso saber quien la había saludado era tarde. Sólo llegó a ver unas Vans que subían energéticamente las escaleras y afuera la esperaba la noche, fría y parca como el alma del pendejo emo. Compró sus cigarrillos y volvió a subir las escaleras hasta el cuarto piso obviando que había dos ascensores disponibles. Las luces de  dos patrulleros tiñieron la calle y mientras fumaba pegada al balcón Marina sintió una duda enorme, una duda acompañada de una imagen. En su mente veía las Vans subiendo las escaleras. El movimiento se repetía sin parar. Las zapatillas tenían algo, como si ya las hubiese visto en otro lugar. En otro momento. Confirmar lo que le estaba pasando por la cabeza le daba terror. “No, no puede ser. Tiene que ser una coincidencia” pensó mientras se prendía otro cigarrillo y asomaba su cabeza a la ventana de la cocina. Se estaban llevando al pendejo emo, tapado con una frazada. Lo levantaron y mientras lo cargaban se le salió una zapatilla que quedó prolijamente iluminada. Se le llenó el corazón de miedo. Ahora ya no sabía sí lo que se acordaba de ese encuentro fugaz con la otra persona en el primer piso estaba tan colmado de detalles como los que se le ocurrían ahora. Si hacía fuerza hasta podía ver la cara del pendejo emo cuando prendió las luces y la saludó. El reloj  marcaba las doce. Marina tenía un atado de veinte. Dormir era algo que esa noche no existía. En su pequeño mundo de dos ambientes y orgasmos frente al espejo nadie iba a dormir hasta que dos días después el portero se percató de que la zapatilla del muerto adornaba el patio. Como si fuera un monolito que descansa al costado de la ruta. Marina dejó de usar los ascensores. Dejó de poder dormirse a las doce como todos los días desde que se había mudado sola.
 Lejos de todos.
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matiasvillarreal · 5 years
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Los4Brujos
Experimenté sueños lúcidos durante casi toda mi vida, o mejor dicho, desde que tengo memoria. ¿Qué son? son sueños donde uno puede manipular -casi a su antojo- lo que pasa en todo el entorno, son sueños en donde uno hace lo que quiere. Son formas de estar despierto aún con los ojos cerrados. En mi caso, desde muy chico, siempre que estaba por quedarme dormido, o en un momento de la noche sentía como una presencia extraña —nunca pude describir si era tangible, a veces era una especie de humo—, que entraba en mi habitación y me obligaba a despertar. Un miedo primitivo mandaba alarmas a todos los rincones de mi cuerpo y, sin embargo, me quedaba inmóvil mientras esa presencia parecía manipular mi infantil cuerpo como a una marioneta. Manipulaba mi ser a su antojo mientras yo, en la oscuridad tibia y agobiante de las madrugadas, sufría el terror de no poder controlar el cuerpo.
Mi mamá, que es cristiana y muy devota de la iglesia, siempre opinó que eran demonios que vienen a perturbarte cuando estás mal espiritualmente, o peor, cuando hay una falla en tu cabeza.
En términos científicos, a este tipo de trance se lo llama "Parálisis onírica".
Por otro lado, en mi propia terminología, simplemente podría definir a las parálisis de sueño como una de las peores experiencias que puede atravesar la mente. Simple. Créanme: sentir que algo te aplasta los huesos o te saca el aire mientras tus músculos parecen atrofiarse, la boca se sella evitando cualquier tipo de grito. Y el aire tiende a ponerse espeso, con un oxígeno que además es apestoso. Todos los sonidos presentes se mezclan, y se produce una especie de lenguaje en el que habla el miedo. Como si susurrara planes demoníacos en tus orejas, y por más extraño que parezca,  no sabés qué te dice… sólo que quema hasta los tímpanos cuando lo hace.
En plena oscuridad. Nadie te escucha. El cuerpo está muerto y la cabeza viva, como un animal en agonía tratando de escapar de sus depredadores. Cuando mis parálisis se hicieron cada vez más terroríficas, mi mamá decidió que se lo contáramos al psicólogo.
Yo, para ese tiempo ya tenía unos 15 años y accedía a internet. Buscaba mis propias soluciones porque orar no me ayudaba. Dios parecía no responder a mis constantes pedidos de un sueño normal, sin interrupciones ni alteraciones.
El psicólogo me dijo que las parálisis eran producto de que no podía descansar la mente con naturalidad. Google me dijo lo mismo. Cuando uno sigue consciente a la hora de dormirse y en plena fase de sueño, el cerebro detecta esta actividad y  manda elementos que en su conjunto forman una pesadilla... para que despiertes. Cada vez que ponía mi cabeza en la almohada, lo único que hacía era estresarme por cosas que me habían pasado y temía que me sucedan. Los engranajes de mi cabeza se lubricaban con pensamientos estresantes que llevaba a la hora de lo que se suponía que era mi descanso sagrado, cuando pretendía olvidarme del mundo y apagarme por unas horas.
Es como un mecanismo de autodefensa del inconsciente que le dice "en los sueños mando yo. Salí." a tu mente consciente.  Como si el inconsciente le dijera "despertate. En esta parte de la mente ejerzo mi reino YO. No tenés nada que hacer." al consciente
El psicólogo me recomendó que medite, para descargar un poco la cabeza. Yo me reía de forma amarga. ¿Meditar? Mi mamá decidió que no me iba a llevar más a terapia. “Es inútil ese tipo… seguí orando. Dios te va a escuchar.”
Yo, por mi lado, había descubierto un foro que me proponía intensificar las parálisis de sueño y llevarlas a un nuevo nivel, hasta el máximo que pudiera… de esa forma podía descubrir las bondades de un sueño lúcido.
Siempre me consideré curioso en cuanto a lo que pasa dentro de la cabeza. A veces pienso que esta realidad me limita mucho. Saber que en los sueños lúcidos cualquiera que se lo proponga puede desde volar hasta atravesar paredes… logró seducirme instantáneamente.
Empecé a participar en el foro. Contaba sobre mis parálisis y distintos usuarios me compartían indicaciones para poder hacerles frente durante la noche. Ahí me enteré que una de las puertas al sueño lúcido era resistir la parálisis. Vencer el miedo. tomar valor y huyentar a la sombra.
Puedo decir que la primera que logré resistir una parálisis onírica, estaba sintiendo dolor en todo el cuerpo porque una mano gigante me había tomado por sorpresa, en mitad de la noche, y jugaba a torturar mi cuerpo. Primero me levantó y empezó a sacudirme, después me puso de cabeza y un grito perforó mis oídos. Sin embargo, esa noche opté por aguantar toda la situación sin desesperarme. Las vibraciones recorrían mi cuerpo como si  me encontrara conectado a un cable de alto voltaje y los gritos me dolían en los oídos, insoportables. Y súbitamente, todo se calmó y fui depositado en mi cama nuevamente. Como si esa mano gigante se hubiera cansado de hostigar y, ofendida, procedió a retirarse de mi imaginación porque no le estaba dando el miedo que había venido a buscar. Salir al patio, saltar y no ser víctima de la gravedad fue una de las cosas más maravillosas de mi vida. Ese día volé, no me da vergüenza contarlo, o que me tomen por loco. No señor. Yo volé y mucha gente ya estaba empezando a volar en el foro,  al que entraba religiosamente todas las noches. En poco tiempo me volví un obsesivo con el tema de los sueños lúcidos.
Empecé a dormir entre ocho y diez horas para poder soñar lúcido. Pero si hay algo de las parálisis que siempre odié, es la fuerza psíquica que uno hace para no sucumbir ante la alucinación, y para no dejarse llevar por el miedo con el que infectaban las percepciones de mí realidad.
¿La cabeza se te gasta cuando tenés que entender que alguien está sacudiéndote y gritándote cosas? claro que sí, aunque todo sea producto de nuestras mentes. Pero bueno, el que quiere celeste... que le cueste. Así pensaba yo. Y el que quiere sueños lúcidos que se banque la parálisis. Elegía dormir cuando volvía del colegio. Me ponía alarmas que estaban programadas para ayudarme a tener sueños lúcidos. Una tarde, después de haber estado soñando un largo rato y comentarlo en el foro, me llega un mensaje privado. El usuario que me lo había enviado tenía un nombre particular: "Los4Brujos”. En el mensaje, este usuario, me aconsejaba dejar de lado las parálisis para pasar a usar una técnica diferente. La tenía que hacer despierto. Estando consciente de todo lo que me rodeaba, de todo lo que veía y escuchaba.
"Preguntate aunque sea 3 veces al día si estás soñando. Así como suena. Simple. Mirá  todo lo que te rodea y hacete esa pregunta, dandote el permiso de dudar de tu realidad. Concentrate en el momento y preguntate a vos mismo “¿estoy soñando?” La mente es como un músculo. Se ejercita. Si se te vuelve automático preguntarte eso lo vas a hacer en algún momento que estés dormido. Es como programar la cabeza con una simple y poderosa pregunta. Y ahí tenés otra puerta a los sueños lúcidos. Más fácil, sin dolores.
Los4Brujos.”
Estaba ansioso por intentarlo. Estuve dos semanas poniendo en práctica la técnica de Los4Brujos para saborear los primeros resultados. Pasaba de estar en mi cama a levantarme, escuchar que mi mamá me hablaba parada en el marco de mi puerta y que tenía el pelo azul. ¿Estoy soñando? me preguntaba para mis adentros. Cuando comprobaba efectivamente que estaba teniendo un sueño, podía correr por la casa y tirarme por las escaleras sin lastimarme. Muchas veces saltaba por la ventana de mi cuarto y sentía la paz de caer flotando, sin la necesidad de un impacto contra la tierra . Era como una droga, aunque en esos momentos yo no conocía ningún tipo de alucinógeno.
Durante esas dos semanas viví más dormido que despierto. Cuando llegaba del colegio me encerraba a contarle novedades a Los4brujos por Messenger..
¿Él? siempre con un lenguaje formal y bastante seductor no dejaba de lograr que me sumerja más y más en el plano de los sueños. Despertó una obsesión en mí, y yo dejé que él lo hiciera. Me dijo que ya estaba listo para otra técnica. Iba a pasar de preguntarme algo mentalmente a escribirlo en papeles.
"Escribí en papeles ¿ESTÁS SOÑANDO? y pegalos en tu habitación, en los lugares a donde mires con frecuencia... como por ejemplo el monitor de tu computadora o en tu celular. La idea sigue siendo programar tu mente. Esos papeles van a lograr activar mecanismos mentales que te lleven a preguntarte si estás soñando cuando estés soñando. Y ahí, ahí está la magia.
Los4Brujos".
Pocos rastros quedaban de una pared verde agua marina de mi cuarto, con papelitos de todos los colores y todos los tamaños la había llenado de punta a punta. En ellos se leía ¿Estás soñando? ¿ESTÁS SOÑANDO? ARE YOU DREAMING? ¿Estás soñando? ¿ESTÁS SOÑANDO? ‘R ´U DREAMING? —por donde uno mirara—, llegué a escribir 236 papelitos en menos de dos horas. Mi obsesión se expandía por mi cuerpo y mi cabeza como un virus, llegué a pegar una cartulina blanca en el cielo raso de mi cuarto con esa frase, era lo primero que veía al despertarme. Mi mamá no estaba contenta con todo esto. Siempre encontraba papelitos en los bolsillos de mis pantalones.
Mamá me decía que no era bueno abrir puertas de ese tipo. Yo no le hacía caso. Era feliz entrando a un mundo en donde yo podía hacer lo que quería.
Tuve un periodo de tres meses en los que día por medio tenía un sueño lucido, los anotaba y me volvía a dormir para buscar otro.
Empecé a comentarle a mis amigos sobre los sueños lúcidos, trataba de evangelizarlos con las técnicas de Los4Brujos y ninguno me creía.
Mejor para mí… ¡já! no va a ser que después sean más talentosos que yo a la hora de controlar sus sueños, pensaba cuando los veía poner caras de confusión por no entender lo que yo hacía, los lugares que visitaba en los eternos laberintos de mi subconsciente. Me sentía especial, ¡único entre muchos! (a veces me sigo sintiendo así, por tener este tipo de experiencias.) En esos sueños lúcidos incluso llegué a ver a mi abuela, que estaba muerta y no podía superar su pérdida, dormía para encontrarme con ella. Para abrazarla y volver a sentir su presencia.
Una noche, fue un viernes, estaba chateando por MSN Messenger con Los4Brujos:
Matt dice: Creo que llegué al punto máximo de control. No me para nadie.
Los4Brujos dice: Siempre se puede controlar un poco más. No subestimes.
Los4Brujos dice: Hay que hacer del sueño algo tan bello como un cuadro, que quede siempre en la mente.
Pasa el tiempo y no puedo olvidarme de esa frase. Esa noche, Los4Brujos me habló sobre sus sueños y que a él le duraban menos o eso era lo que él sentía, como si se hubiera empezado a debilitar su nivel de lucidez onírica a medida que me explicaba técnicas y métodos para seguir soñando, y en consecuencia, extender la duración de los míos. Me burlé de su poca capacidad de estirarlos. Le dije "Guarda, que el alumno no supere al maestro jaja :-P". Hay cosas que ya no se pueden cambiar, como lo que uno pide, desea, dice y escribe. Lo hice enojar. Los perros en el barrio habían empezado a ladrar todos juntos, el viento que se había levantado movía los árboles hasta lograr que se doblaran.
Los4Brujos dice: Cuando quieras te doy una clase particular, pichón, ni siquiera nos tenemos que ver en persona.
Matt dice: Si claro, si te llegás a meter en mis sueños me vas a tener que enseñar cómo.
Los4Brujos dice: Hoy te enseño. Andate a dormir ya. Yo también.
Matt dice: No va a funcionar, pero bueno... veremos qué pasa, jaja.
Los4Brujos dice: Vos confía en mí. ¿En dónde te gustaría verme? Tiene que ser un lugar que recuerdes muy bien. Así podés ayudarme a reconstruirlo.
Matt dice: En la casa mi abuela. Igual, yo no te conozco la cara.
Los4Brujos dice: Puedo usar muchas caras, la que vos quieras. Imaginala con fuerza. Te veo en la casa de tu abuela.
                                        Cerré sesión. Apagué el monitor.
Me fui a dormir, empecé mi rutina de relajar la respiración y prepararme para entrar al plano de los sueños mediante una parálisis onírica. A esa altura ya las controlaba sin drama. Era una pequeña molestia en el ser, apenas una vibración a nivel corporal y sin esperar mucho tiempo más, sentía que el colchón me engullía y me expulsaba en otro lugar. Es literalmente sentir que te tiran por un tobogán hacia otro mundo. Caes y manipulás a tu antojo. Todo va rápido. Todo brilla. Todo. Cuando eso pasaba, cuando esa transición ocurría… sabía que ya había empezado a soñar.
Me desperté en mi cuarto por la luz de la claridad, supe que era de día por el canto de los pájaros. Estaba cansado y los ojos me pesaban. No había pasado nada. Estaba desilusionado. Salí de mi cuarto directo al living y las luces estaban apagadas. Mi casa estaba a oscuras, afuera era de noche. Sentí la primera confusión y me percaté de que algo no andaba bien. La realidad se había alterado. Quise volver a mi cuarto y no había picaporte en la puerta, claramente, un poco de inquietud recorrió mi cuerpo. "Ya sé que estoy soñando, pero no puedo entrar a mi cuarto" me decía.
Salgo por la puerta de atrás, la que conectaba con la casa de mi abuela.
Entrar en la casa de mi abuela fue la peor decisión que pude haber tomado.
Ya, a ese punto, yo no controlaba el sueño del todo. Me sentía sin la capacidad de decidir que iba a pasar. Tenía la sensación de haber sido fagocitado por un sueño siniestro. Tengo muchas escenas en la cabeza que las vi desde afuera, en tercera persona. Retazos de imágenes que vi, como presenciando un ritual en donde yo mismo era el centro de atención, el animal al pronto sacrificio.
Mis recuerdos son auditivos por sobre todo. Escuché voces, lamentos, quejidos que no me los olvido más… sonidos que durante muchas noches me visitaban cuando intentaba dormirme.
Mi cuerpo se encontraba adherido  al piso de madera que había en el living de la casa de mi abuela, mientras escuchaba gente llorando. Por toda la casa, sobre cada rincón alumbrado por luces tenues en los que me disponía a mirar, de todos salían llantos e insultos. La casa de mi abuela se había convertido en otra cosa, no había muebles. Sin rastros de los sillones de madera antigua y las luces tenues iban perdiendo su fuerza a medida que iban surgiendo pequeñas celdas de las paredes. Eso ya no era una casa. Estaba  paralizado y atrapado en un contenedor de personas que  sufrían de forma constante.
Viejos que estiraban sus desnutridos brazos fuera de las celdas pidiendo ayuda, ancianas con la boca cosida y unidas por las espaldas, jóvenes que se comían las manos para sacarse las cadenas que los aprisionaba, mi mamá en una celda preguntándome qué estaba pasando y yo sin poder hablarle, muertos colgados en donde antes había repisas, chicas quemadas y sin ropa, nenes con guardapolvos que me gritaban mientras de las cuencas de sus ojos salía un líquido negro. Nenas con cadenas en los pies que se mordían los tobillos en inútiles intentos para arrancarse los grilletes. Todos juntos lloraban y hacían ruido como si estuvieran programados para eso y nada más.
Un olor se escabulló por mis narices, se hizo parte de la atmósfera.  No podría decir si era olor a mierda, aunque también sentía olor a carne quemada, olor a viejo, a huevos podridos. Quizás era el olor del miedo… yo a ese punto estaba desesperado, no sabía en qué me había metido. Incluso ahora mismo que me encuentro recordando aquellas noches, o siempre que se lo cuento a mis amigos me resulta extraño comprender en dónde estuve. Recordar esto de nuevo me abstrae, me lleva.
Sentía que estaba en una pesadilla de la que no podía despertar. Y lo peor era que conocía la salvación de eso: abrir los ojos. Fácil. Pero no podía, estaba pegado al piso en la casa de mi abuela, que no era una casa. Era una cárcel de conciencias lloronas. Vivas y muertas.
Mi próxima escena es verme corriendo hacia una puerta que se abría en la oscuridad, ofreciéndome salir de todo ese mal sueño.
Muy iluso de mi parte fue creer que esa puerta se había materializado por mi decisión, producto de mi desesperación.
¿Cómo podía ser posible semejante descontrol? si hasta hace unos días YO controlaba mi mundo onírico. Las fuerzas que me mantenían adherido al piso habían cesado y me ofrecían algo parecido a la libertad. Logré pararme y ponerme de pie. Crucé la puerta que se había materializado, como un tejido luminoso en plena oscuridad.
Salí expulsado a la casa de mi abuela. Nuevamente. Su living, sus sillones de madera antigua, sus cuadros de cuando yo tenía unos cinco años e intentaba sonreír sin dientes, pelado y con los ojos tristes.
La sensación de bienestar fue instantánea. Me sentía a salvo. En casa.
Pero como si el tiempo se hubiese detenido súbitamente, y la inmovilidad se hubiese apoderado de mi cuerpo entero otra vez, no pude dar un paso más. Estaba congelado en mi lugar. ¿DE NUEVO? —Pensé— NO PUEDE SER. BASTA. QUIERO ESTAR DESPIERTO. QUIERO DESPERTAR.
Mis pensamientos rebotaban en las paredes. Veía escrito en el aire QUIERO DESPERTAR, QUIERO DESPERTAR. Lo veía escrito con diferentes letras y diferentes colores. Aparecían las frases en las paredes y de fondo, una risa gutural que hizo temblar cada adorno que mi abuela tenía y que ya nadie tocaba ni limpiaba. Comprendí que estaba soñando dentro de un sueño por segunda vez. Y si tengo que ser más específicos: una pesadilla dentro de otra.
Sin poder moverme y en mi estado de petrificación empecé a sentir un miedo que manaba  mi corazón con la fuerza de una centena de caballos escapando de un miedo mayor. Mientras, sin poder correr mis ojos de la puerta, comencé a observar  como, lentamente, un ser de unos tres metros aparecía agachándose por la puerta de la habitación de mi abuela. Primero fueron sus brazos los que aparecieron y abrazaron el marco de la puerta. Solamente con ver que tenía que encorvarse para pasar por la puerta me dejó mal. La presencia de esa cosa. Era un pánico supremo que me oprimía los gritos.
Tenía una túnica negra que lo cubría a partir del cuello, la piel blanca como el papel y perfecta, algunas venas azules asomaban por los costados de sus sienes. Los ojos negros, inquietantes, lo dotaban de una mirada insostenible y perturbadora.  Una sonrisa en la que nunca confiaría. Se deslizaba hacia mí sin mover los pies, como si flotara. Sin dejar de sonreír, sin dejar llenar todo el espacio de terror. Logró estremecer cada célula de mi cuerpo con su expresión facial.
"¿Ves? que te dije sobre subestimar el control de los sueños".
Su voz sonaba desde todo los rincones de la casa. Y en toda mi cabeza, por un momento sentí que al despertarme iba a seguir hablándome sin mover los labios y mirándome fijo. Aquella criatura que rayaba lo humano y lo diabólico se había acercado tanto a mí que parecía tocarme con su nariz.
La última escena que vi de esa pesadilla fue la cara de Los4Brujos en primer plano, su boca empezó a abrirse de una forma que no era normal. Se acercaba cada vez más y cuando me tiró un mordisco... me desperté.
Estaba en mi cuarto. 4:47 am. Monitor encendido. Una luz naranja en la barra de tareas del Windows XP me avisaba que alguien me hablaba por Messenger:
Los4Brujos dice: ¿Viste lo que acaba de pasar? Jajaja.
Cerré mi MSN, no lo abrí más.
Pasaron cinco minutos que me parecieron eternos, me puse a mirar la cantidad de papelitos que había escrito y que ahora estaban diseminados por toda mi habitación. Todos me parecían amenazantes, como si de un momento a otro empezaran a despegarse para formar un monstruo de papeles con la cara de Los4Brujos. Me llega una notificación. Había cerrado sesión, y sin embargo el sonido que se escuchaba cuando me llegaban mails no paraba de reproducirse. Revisé la casilla.
Cincuenta mails, uno detrás de otro. Eran de Los4Brujos, sólo decían "¿ESTÁS SOÑANDO? ARE YOU DREAMING? ¿Estás soñando?".
Esa madrugada saqué todos los papeles que había pegado. No dormí, lógicamente.
Empecé a llorar del cagaso mientras sacaba los papelitos y trataba de no leer las frases que había escrito con tanta disciplina y frecuencia. No sabía en qué me había metido pero ya nada parecía bueno.
Cada tanto entraba a esa casilla de Hotmail y los mails de "¿ESTÁS SOÑANDO? ARE YOU DREAMING? ¿Estás soñando?" seguían llegando.
Cuando se lo conté a un amigo, una vez que lo había superado, él me contó que estaba investigando sobre los sueños lúcidos.
Mi amigo los tiene, y le fascinan. Me dijo "Mirá este foro... hay gente que sabe demasiadas, pero DEMASIADAS  técnicas".
Mi amigo estaba en el mismo foro que yo. Y ahí lo vimos...
Los4Brujos le daba la bienvenida a un principiante del foro y en el mensaje que le escribió decía
"Te mando más cosas por inbox, ¿tenés MSN? te agrego."
Nunca más entré a ese foro, mi amigo se perturbó y tampoco.
Ahora seguimos teniendo sueños lucidos, pero sin ¿gente? que disfruta de hacer cosas así como asustarnos por subestimar el poder que tienen y a donde deciden llegar con su mente. En  el año 2015 cuando me hice la cuenta de Gmail, me llegaron cincuenta mails de un tal "Los4Brujos" que opté por no abrir y marcarlo como spam. El asunto era el mismo.
"¿ESTÁS SOÑANDO? ARE YOU DREAMING? ¿Estás soñando?"
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(*ilustración de Alexis Benítez . +https://www.instagram.com/alex.benz137/)
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matiasvillarreal · 6 years
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Abelito 2x1
 A José y Luca, mis compañeros de librería que me abrieron las puertas de su intimidad familiar y me quitaron el sueño pensando en el pequeño Abelito.
Cuando José, mi compañero de trabajo, me comentó sobre su sobrino me costó entender la cantidad de cosas horripilantes por las que había pasado aquel niño que se había negado a comer, cuya piel adquirió una tonalidad amarillenta y una noche le dijo a los miembros de su familia que muy pronto, todos, se iban a prender fuego.
Lo que siempre me pregunto cuando se me viene a la mente el nombre del niño, Abelito, fue el resultado de cuatro largas semanas escuchando el pronóstico extraño en el que estaba sumergido aquel infante.
Sin conocerlo, incluso, se llegó a meter en mi cabeza y cuando me iba a dormir me quedaba pensando durante largas horas.
¿Qué estará haciendo ahora mismo? ¿Estará bien? ¿Estará comiendo?
Abelito es el hijo de Sofía, la hermana de mi compañero de trabajo. Creció con una infancia bastante especial y, además, cabe destacar que siempre comía menos de lo que le servían en el plato. Llegó un día en que su almuerzo eran galletitas saladas y té. ¿Por qué? nadie lo sabía, pero Abelito se negaba a comer un plato abundante de estofado de papas con carne y salsa de tomate. Jamás había tenido interés en probar una de las suculentas paellas con pulpo y calamares que preparaba su tío José, manjares que yo pude probar y dar fe que se volvía adictivo comer de ese arroz acompañado por un buen vino. Sin embargo, el niño rechazaba cualquier cosa que implicara cantidad. Algunos pensaban que era una simple maña y otros, como su tío, estaban preocupados por su crecimiento y desarrollo. "Un cuerpo que no se alimenta bien no es más que un cerebro tonto cuando crece" repetía José cuando hablábamos de su sobrino.
Abelito llegó a mis oídos un día que José vino a trabajar totalmente preocupado, su habitual ánimo y chispa se habían esfumado de su cara.
Ahora, simplemente mostraba cara de preocupación y chequeaba su teléfono cada cinco minutos.
No aguanté más y le pregunté si estaba pasando algo de lo que quisiera hablar, que no lo veía bien. Me invitó a fumar un cigarrillo afuera del depósito y me dijo "Estoy mal, estoy preocupado. Mi sobrino, Abelito, está internado en el hospital Austral. Dejó de comer, tiene convulsiones y cuando está despierto divaga. Alucina, ve y habla con personas que en la sala claramente no están." Nos miramos mientras los cigarros se desgastaban. "¿Y qué pensás que puede ser? ¿Algo parecido a una enfermedad mental o algo que viene por otro lado?" le pregunté. José permaneció en silencio, yo seguí hablando porque me resultaba incómodo compartir silencios con él. —Yo sé que no crees o crees a medias. Pero vos también estuviste metido en una iglesia de esas en las que el diablo y sus demonios buscan brechas emocionales para adentrarse sin permiso en el cuerpo de los creyentes de dios y se manifiestan siempre de forma violenta o negándose a vivir como humanos. En condiciones normales. Seres que cuando se meten en el cuerpo buscan destruirlo con daños constantes. La misión de esas entidades es ayudarnos a buscar diferentes formas de morir. —No sé, Abelito dejó de comer y lo están alimentando por intravenosa. Cada 5 minutos sacude la cabeza y grita pidiendo ayuda. —José apagó el cigarrillo y me pidió otro. —Eso es todo lo que sabemos hasta que lo vea el neurólogo. —dijo José y miró hacia el cielo mientras se prendía otro cigarrillo.
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La segunda semana que Abelito estuvo internado en el hospital Austral se turnaban entre sus tíos (eran muchos) para cuidarlo. Entre sus tíos estaban mi compañero de trabajo, José. Y, además, también estaba Luca... otro compañero laboral que estaba comprometido con una de las hermanas de José. Los tres nos pasábamos las tardes tomando café y mates, hablando del nene que no comía y tenía convulsiones. Cuando nuestro lugar de trabajo se vaciaba, una librería antigua y con más de sesenta y cinco mil libros.
Dos personas que veían la misma realidad me la relataban de formas diferentes pero coincidían en lo inexplicable.
La semana pasaba y José, seguía con su ánimo por el piso. Nunca sabía si era oportuno preguntar por su pequeño sobrino, pero desde que me habían mostrado esa foto del nene, —escuálido y con una tonalidad amarillenta a lo largo de su piel— con los ojos hundidos y perdiendo el brillo de a poco como si esperara a que viniera la muerte y lo besara en la frente para llevárselo lejos, muy lejos. Abelito estaba lleno de cables y sondas que le monitoreaban el sistema. Sus costillitas todos los días se iban adhiriendo más y más a su piel, sus pómulos se pronunciaban al mismo tiempo que sus convulsiones aumentaban y eran más frecuentes. Todo el mundo esperando a que se mejorara aunque parecía un caso imposible.
"Mirá, esto fue ayer" me dijo Luca susurrando en mis espaldas, cuando José nos había avisado que iba al baño y que ya volvía. Sacó su teléfono y me mostró un video. Era perturbador.
En el video aparecía Abelito, sin remera, acostado en la cama del hospital, en su cuerpo varios electrodos que se encargaban de monitorear sus signos vitales. Sacudía la cabeza sin control y en todas las direcciones posibles. Se golpeaba contra la almohada y tiraba mordiscos cuando intentaban reducir sus movimientos. La madre estaba al lado, tratando de calmarlo mientras lo acariciaba. El nene gritaba. SE VAN A PRENDER FUEGO, COMO YO, SE VAN A PRENDER FUEGO, COMO YO.
Abelito no dejaba de gritar mientras su temperatura ascendía hasta dejarlo en una convulsión y todo su cuerpo ardiendo, acto seguido se quedaba mirando al techo como si estuviera abstraído del mundo y en su cara se dibujaba una sonrisa horrible.
De esas sonrisas que no son naturales ni productos de la alegría, de esas sonrisas que auguran maldad. Le pedí a Luca que me volviera a mostrar el video. Justo en la parte en la que Abelito sonreía. Puse pausa y le dije "Mirá, esto no es natural. Esto no es un nene. Ahí adentro hay algo más".
Luca me dijo que pensaba lo mismo, pero que era imposible hacer algo: toda la familia de Abelito era cristiana —pastores y fundadores de una iglesia— y estaban cubiertos bajo el manto sagrado de dios. Ningún ente, ni el diablo, ni nada podía meterse con ellos y cuestionar su fe. Lo que está sufriendo aquel niño es parte de los planes de dios. Eso creían los miembros de esa familia y con ese tipo de frases se consolaban cada vez que el niño levantaba temperatura hasta convulsionar.
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                      .                                   TERCERA SEMANA                              .
Las convulsiones de Abelito se habían transformado en manifestaciones: Ahora le gritaba a toda su familia que se iban a prender fuego. Había momentos del día y momentos de la noche en los que parecía que otra persona ocupara su cuerpo y su cabeza.
"Cuando oramos o hablamos de Dios, Abelito se tapa los oídos y grita que nos callemos. Sus abuelos, que son pastores, están preocupados y quieren dejar que se manifieste del todo para poder entender que le está pasando, quien se entromete en su cuerpito. Los médicos de mierda no saben qué tiene. Debe ser algo espiritual le dije yo al pediatra y se me empezó a cagar de risa." me comentó Luca mientras acomodábamos unos libros sobre ángeles caídos y esoterismo. —¿Será algo de esto?— le dije a mi compañero y sacudí uno de esos libros.
—Pará, no es joda... ayer Abelito arrancó el suero que tiene conectado al brazo y nos gritaba que nos íbamos a prender fuego. Te juro que tuve miedo.
Después de haber visto ese video, me fue imposible no imaginarme al pobre Abelito siendo torturado desde su interior. Durante la noche pensaba en qué era lo que lo llevaba a comportarse de esa forma. Esa noche soñé con él.
Soñé que me avisaban que una amiga había fallecido y que tenía que reconocer el cuerpo. Cuando el doctor de mi sueño sacaba de la heladera un cadáver, en vez de estar mi amiga, estaba el cuerpo de un nene. Todo flaco, huesudo y un poco morado por el frío que recibía su cadáver para conservarse hasta el velorio. Me desperté, le mandé un mensaje a mi compañero mientras me preparaba un café que me devolviera a la realidad. "Soñé con tu sobrinito, con Abelito. Estoy cagado en las patas"
Pasaron diez minutos y antes de meterme en la ducha recibí la respuesta de Luca: "Lo estamos cuidando con mi novia. Recién se durmió. Hoy pidió por favor que le traigamos todos sus juguetes. Dijo que se quería despedir".
Durante esos días estuvimos atestados de trabajo y yo quería saber más sobre la historia de Abelito, sin embargo mis compañeros parecían mantenerla en secreto y los dos eran creyentes, no tomaban alcohol y eran abstemios... era imposible invitarlos a tomar algo para sacarles más información. Me acerqué a Luca un viernes, haciendo que acomodaba un sector pequeño con libros de fotografía teórica y le susurré "no quiero ser pesado, pero quiero saber qué pasó con el nene. Vayamos a un bar, te compro un jugo de naranja si querés".
—Lo que te voy a decir sobresale de lo natural. Nada es natural en esta historia, ni normal pero esto viene por otro lado. Te pido respeto y que no te rías, amigo. Hoy las cosas se arreglaron, pero durante estas semanas todos la pasamos mal tratando de averiguar que le pasaba a Abelito... —dijo Luca y al final se pidió una cerveza. Le hice una señal, para que siguiera y prometí respeto mientras en mi cabeza armaba el rompecabezas con la información que ya sabía más todo lo nuevo que me iba a contar él. —Prometo no contárselo a nadie. —le respondí yo, cruzando los dedos bajo la mesa. —Estábamos con mi novia cuidando a Abelito cuando se empezó a manifestar y gritaba que el fuego nos iba a quemar. Sufría, decía que se estaba quemando y que su cuerpo tenía fuego. Nada que ver, el nene se miraba las palmas y nos decía FUEGO, FUEGO, FUEGO. No había llamas, su cabeza estaba quemándose en ese momento. Eso seguro. Parece que al nene lo hicieron participe de un ritual de magia negra. Por favor, esto tiene que quedar acá. No se lo cuentes a nadie, incluso José quiere que no se lo cuente a nadie.
Asentí con la cabeza pero nunca había dejado de cruzar los dedos, yo sólo estaba pensando en que se trataba de una historia de terror que sería muy buena para asustar a mis amigos, ignorando el contenido que Luca iba a desembuchar.
—Hace años, muchos... cuando mi mamá era chica, incluso, nos confirmó que hubo un incendio en la localidad de Villa Rosa, Buenos Aires. Eso comentaban los vecinos cuando alguien se mudaba ahí. No había nadie en la casa cuando pasó, salvo Ernesto. Un nene de ocho años al que los bomberos encontraron carbonizado hasta los huesos, un esqueleto negro y quemado, abrazado al picaporte de una puerta.
Ernesto era hijo de doña Flavia y don Francisco, un matrimonio de italianos que se llenaron de hijos a los que no habían aprendido a criar del todo. Don Francisco trabajaba en un taller mecánico y Flavia limpiaba una casa de familia de Capital Federal con sus hijas más grandes.
El pequeño Ernesto era travieso y más de una vez había arrancado enojos a sus padres. El día que lo dejaron encerrado en su casa jamás sospecharon todo lo que iba a pasar, que un incendio se iba a comer la casa y la vida de su hijo más travieso, el más inquieto y risueño.
Doña Flavia nunca superó la muerte de su hijo Ernesto. Incluso, empezó a odiar sin razón al papá de Abelito, que era el hermano más grande. Hasta lo culpaba por la muerte de Ernesto. Y la verdad es que el pobre tipo, no tenía nada que ver. La muerte de Ernesto fue una tragedia, la salamandra que daba calor en la casa se prendió fuego... bah, es lo que dicen. Que las salamandras en esos tiempos venían falladas y arrancaban a escupir fuego o comenzaban a fundirse y se derretían.
Y ahí arrancó el desastre. Como te decía, la vieja Flavia nunca lo superó y todos decían que era media bruja pero nadie se animaba a comentarlo en voz alta cuando ella pasaba. Decían que si uno hablaba mal de la vieja seguramente esa noche te agarraba dolor de muelas. Cuando uno pasaba a la noche por su casa se escuchaban ruidos porque en el barrio se decía que la vieja Flavia sabía jugar al juego de la copa y de esa forma trataba de hablar con su hijo Ernesto.
En fin, la vieja nunca superó todo ese tema y siempre se sintió culpable, por lo que intentó tener otro bebé, y resultó demasiado riesgoso. A los tres meses tuvo un aborto espontáneo y casi muere ella también.
—Calculo que no quedó otra que superarlo, pero es demasiado dolor para una vida—le dije a Luca mientras me tomaba mi cerveza en silencio, contemplando el relato en mi mente como esos aficionados del arte que miran pinturas y se estremecen.
—Esa mañana que vos me mandaste ese mensaje habíamos a pasado una noche horrible. Abelito estaba durmiendo y abrió los ojos. Y nos pedía la valijita. Nosotros no entendíamos. Llamamos a la madre. "Sofía, acá Abelito grita que quiere una valijita y pidió todos sus juguetes para despedirse. Venite ya" le dije.
Abelito pedía a gritos que no le quemen la valijita. "Mi valijita, mi valijita" decía mientras lloraba mirando directo a una esquina del techo y saludando con una mano mientras sonreía. Nosotros no entendíamos que pasaba ni a quien saludaba. Mi novia me aconsejó empezar a orar, cuando intentamos hacerlo no pudimos resistir lo que estábamos experimentando. La piel de Abelito se ponía negra y el olor a carne quemada inundaba la sala. Sólo dejó de pasar eso cuando mi novia dijo que no servía orar, que lo íbamos a matar. —Luca hizo una pausa sólo para mostrarme como se le erizaban los pelos del brazo, algo que siempre hacía para darle veracidad a las cosas que contaba—A las 5 de la madrugada vino su mamá y nos pidió que nos fuéramos a dormir. Sólo nos dijo que nos iba a llamar para explicarnos mejor. Nos llamó al día siguiente: "Vayan a mi casa, hay una llave en la maceta. Busquen en el altillo una valija marrón, chiquita. Cuando la encuentren por favor no la abran. Vayan al patio, usen alcohol y prendan fuego esa valijita."
Estuvimos tres horas buscando esa puta valija, cuando apareció dudamos en abrirla pero mi novia decidió quemarla, no quería saber que tenía adentro. La quemamos cuando el sol ya se estaba escondiendo.
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La noche en que Luca me contó lo que pasó después de quemar la valijita, terminamos tan ebrios que yo no quería ir a dormir solo a mi casa, tenía miedo y había detectado presencias en mi pequeño monoambiente en el octavo piso de un edificio con pocos vecinos. Por lo que terminamos tomando un taxi a su hogar y cuando estaba acostado en el sofá del living, se me venían a la mente, como en fragmentos cristalinos, el relato de mi compañero de trabajo:
"Cuando Abelito tenía seis años visitaba a sus abuelos paternos cada dos semanas.
El divorcio de sus padres fue inevitable y había que acatar nuevas órdenes respecto al régimen de visitas que había impuesto la jueza. Una vez por semana. Daba para eso y nada más, su madre lo dejaba ir con toda confianza a la casa de sus abuelos, pensaba que separar al hijo de su padre era una forma de castigarlo a él, no al padre. Así que Abelito iba días de semana a la casa de sus abuelos y allí cenaba con su padre. Lo veía seguido, de forma regular. Una noche el postre no fue ni gelatina con pedazos de fruta, ni helado. Según el niño, en vez de postre le pidieron por favor si podían sacarle la ropa y lo dejaron en calzoncillos. Lo habían hecho sentar en un fuentón de lata, le dijeron que no se asustara y que se quedara quieto. Que la abuela lo quería mucho y que le iban a hacer un truco de magia para que Abelito pudiera vivir mejor. Abelito cerró los ojos mientras le caía un líquido en la cabeza. Era un líquido caliente y rojo, que fue llenando el fuentón a medida que recorría todo el cuerpo del niño."
—Entonces se podría decir que fue un ritual de magia negra, aunque José no quiera admitirlo...—dije yo mientras no servían cerveza al día siguiente de esa borrachera monumental. Luca me dio la razón, asintió con la cabeza y me dejó seguir hablando. Pasamos en blanco todo lo que había sucedido:
En primer lugar, el hijo de Doña Flavia había muerto y ella se sentía culpable, nunca pudo superarlo. Era verdad que la vieja estaba conectada con el plano oscuro y mantenía alianzas con santos, y seres malignos. Le había pedido al mismísimo Diablo que quería volver a ver su hijo. Y la única forma que encontró de hacerlo fue bañando a su nieto en sangre de perros mientras refregaba una foto de su hijo muerto por todo el cuerpo del nene y cantaba en idiomas que Abelito no pudo olvidar y un día empezó a repetir sin saber cuál era su significado. Estaba decidida a arriesgar la salud mental y espiritual de su nieto para que el espíritu del pequeño Ernesto renaciera en el cuerpo del niño. Quería migrar un alma, traerla desde esa zona donde sufría y darle un nuevo cuerpo. En la valija que fue quemada había fotos muy feas del pequeño Ernesto —las mismas que le refregaron al nene por toda la cara mientras le arrojaban sangre—, además un pequeño reloj de bolsillo y un pañuelo con dos dientes de leche.
El padre de Abelito se fue, no dejó rastros. Se supone que está de viaje. Los abuelos de Abelito volvieron a Italia. No dieron la cara por lo que pasó y la madre se enteró que se habían marchado a su país natal cuando intentó denunciarlos por abuso. Abelito volvió a comer y está saludable.
—Exacto. Sí, fue así. Qué memoria, te felicito. —dijo Luca y se sirvió cerveza. —Gracias, igual sigo fascinado porque en dos días te vi tomar más cerveza que en los cuatro años que te conocí. ¿Por qué te torturás evitando tomar alcohol? Jesús te hubiera autorizado a un par de pintas por mes. No es algo pecaminoso tomar alcohol...—le dije yo y no podía evitar sentir alegría por ver a mi amigo feliz por un rato. Brindamos y Luca se acordó que me quería mostrar un video en el que Abelito juega y corre una pelota, como testificando el bienestar del nene.
—Che, Luca, poné pausa acá... mirá. —le dije yo rompiendo la atmósfera de alegría.
Abelito saluda a la cámara y se queda sonriendo por siempre. Con una sonrisa fea. Que no es natural. Como si cuerpo fuera compartido por otra persona.
Como si esa sonrisa fuera falsa e impostada. —... ¿lograron sacarle "eso" que tenía adentro? le pregunté a mi compañero de trabajo.
—Supongo, por lo menos ahora cuando hablamos de Dios ya no se tapa las orejas y nos grita que nos vamos a prender fuego. Y eso ya es un avance.
Fueron cuatro semanas de ir recopilando lo que pasaba con Abelito. Comentándolo con gente que lo veía desde múltiples focos y lugares.
Y por las noches cuando me daba miedo pensar en qué estaba haciendo yo aquella tarde en la que bañaban con sangre de perro a un niño mientras le refregaban fotos de su tío muerto, todo adquiría una apariencia amenazante, tenía miedo de dormirme y soñarlo parado al lado de mi cama. En un rincón, acercándose lentamente lleno de electrodos y cables, arrastrando bolsas de suero y con olor a carne quemada. Yo sin poder moverme,  con mis ojos posados en él y eso que sonríe desde las entrañas más profundas de su ser.
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matiasvillarreal · 6 years
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De abóbora faz melão
Me mudé a lo de mí, en ese momento novio, cuando tenía 28. Las cosas con mis viejos estaban mal pero yo trabajaba y me iba muy bien, tenía razones para irme y dejarlos en paz. Mamá me decía que no era buena idea irme, que tenía un mal presentimiento. Yo le pedía casi de rodillas que dejara de pensar en boludeces mientras lloraba haciendo las maletas. Mamá nunca se equivoca con sus malos presentimientos, aunque descubrí que también es una gran actriz en el teatro diario que implica ser parte de una familia y usar estrategias para retenerme. Cuando me fui se negó a saludarme, eso me enojó tanto que salí de casa pensando que jamás iba a volver, que mamá me tendría que llamar y llorar mucho como para que se me pasara el enojo. Estaba pensando en cómo devolverle el sufrimiento que ella me causó. Los seres humanos cuando estamos dolidos somos los peores, creo, ideamos planes de cualquier índole sólo porque podemos imaginar. Y de imaginar al hecho no hay tanta distancia cuando se trata de sentimientos de rencor y venganza. Creo. Con mi novio vivíamos en Tortuguitas, un terreno gigante con dos casas. En una, sus padres y hermanas, y en la otra nosotros. El lugar me daba paz, aunque me parecía sombrío por las noches cuando bajaba del 57 y caminaba por esas calles tan silenciosas y llenas de árboles. Me ponía los nervios de punta estar sola en esa casa cuando tenía que esperar a mi novio, Ariel. Había momentos en los que el viento soplaba y los arboles parecían murmurar toda la noche, el silbido del viento era distinto al que escuchaba en Pilar, en donde vivía antes. Acá, en cambio, el viento soplaba con odio cuando había tormenta. Y en una de esas noches lo empecé a ver, lo empecé a sentir. Me levanté para hacer pis, dormida, y cuando estaba por prender la luz del baño, una mano apenas más grande que la mía me tocó. Era fría y durante un instante sentí como si me hubiesen tocado con una esponja empapada con agua helada. Grité, saqué la mano como si la hubiese sacado de una olla con agua hirviendo, escuche corridas que iban hacía el living, como algo que escapaba. Y del otro lado de la casa se sentían corridas también. —¿QUIÉN ES? ¿ARI SOS VOS? —Sí, mi amor. ¿Qué pasó? -Me preguntó él. —Nada, boludo... —le contesté yo con el corazón aún en estado de alerta—Aluciné que alguien me tocó la mano porque estoy re dormida. Me acosté y no dormí. En mi cabeza sonaban las corridas de un extremo de la casa a la otra. Algo esa noche me tocó la mano, y no se lo quise contar a nadie porque seguramente iba a quedar como una boluda miedosa. Me dormí imaginando las voces de mis compañeros "Ay, Nancy... por favor, estás en una casa nueva y se debe sentir todo extraño.", "Siempre que uno se muda siente un poco de miedo. Todas las casas transmiten eso al principio." Esa noche dormí bien, pero antes de despertarme vi la cara de mi mamá llorando. Me pedía que corra lejos. Pesadillas, también son normales. Pensé y me calmé tratando de salir de la cama y preparándome para un nuevo día. Mi suegra era rara, su casa estaba pintada de rojo y era demasiado estridente para mí gusto. Tenía cuadros de nenes africanos en mercados con frutas y parecían ser de otra época. Pintados con sus rostros negros y las bolitas blancas de sus ojos, sentía que los pequeños mulatos me miraban y me invitaban a quedarme ahí mirando esos cuadros por siempre. Sonriendo y descansando en el sol. Algunos con tambores, otros miraban frutas que eternamente estaban en su mejor momento de maduración y seguramente eran riquísimas porque los ojos y las lenguas de esos negritos delataban que sí, en ese cuadro eran las frutas más ricas del mundo. Los domingos, cada vez que yo tenía franco, comíamos con ella. Hubo una tarde en la que subí al baño de la planta alta Mientras estaba sentada en el inodoro y me cuestionaba por qué mi suegra me producía tanta desconfianza, empecé a escuchar una canción. Me di cuenta al rato de que la estaban cantando del otro lado del baño. La canción no era en español, sonaba como si fuera en portugués. Parecía una canción de ronda, como la de la ronda de San Miguel. Eso fue lo que pensé mientras salía del baño. La canción venía de la pieza de Mora, una de las hermanas de Ariel, la más chica de la familia. Cuando abrí la puerta de esa habitación, las voces que cantaban se esfumaron, pero tardó más en desaparecer lo que había estado en ese momento antes de que yo los descubriera. Había una ronda, como de un humo que apenas se ve. Había una ronda y se veían formitas de nenes agarrados de la mano. Fue difícil comprenderlo: era como ver seres chiquitos, de humo negro, todos agarrados de las manos. Como jugando, como si fuesen niños jugando a la ronda de san miguel, el que se ríe se va al cuartel. Cuando bajé del baño, la expresión que tenía en mi cara despertó la preocupación de todos en la mesa. Mi suegra me notó rara, pero no me preguntó que me pasaba. Al final del día, cuando Ariel y su papá habían terminado de ver el partido nos volvimos a nuestra casa. Me dolía la cabeza de mirar tantas paredes rojas. En las paredes internas de mi cabeza rebotaban las voces aniñadas cantando esa canción en portugués. Empecé a soñar con los cuadros del living y por momentos me dormía escuchando risitas. Escuchaba que corrían y jugaban. Soñaba con mi suegra y con lo último que me dijo ese domingo que los descubrí. En el sueño estábamos ella, Ariel y yo. Había humo en el ambiente, también ruido de tambores. Las paredes parecían más rojas, y había una infinidad de velas prendidas. Dentro y fuera de la casa, algunas adornaban los árboles. Cuando me tocaba saludarla, como si nos fuéramos nuevamente de su casa, ella me tomaba con su mano llena de anillos, sus uñas partidas y pintadas de rojo. Un fondo negro que parecía eterno. Y nuevamente su boca en mi oreja, me susurraba "'¿Los viste jugando a la ronda?" , me desperté gritando cosas incoherentes mientras Ariel me pedía que me calme, y me decía que había tenido una pesadilla. Sentí alivio de abrazarlo y que esté durmiendo en la misma cama en la que estaba yo.
Pasó una semana en la que lo único que hice fue trabajar y tener sexo con Ariel. Las tres veces que lo hicimos, tuvimos que frenar todo por un rato. Nos golpeaban las ventanas. El miedo que sentía era instantáneo, no podía seguir. Ariel se ponía loco porque casi todos los vecinos que teníamos estaban de vacaciones. "Estos deben ser los pendejos de mierda que vaguean toda la noche porque por estos lados no pasa nada" decía. Y volvíamos a coger. Una noche en la que dormíamos, cansados después de tanta actividad sexual, Ariel me empezó a besar y yo estaba dormida, pero le seguí el juego. Me empezó a tocar las piernas y subió una de sus manos hasta la altura de mi nariz. Y me empezó a asfixiar. Quise abrir los ojos, pero los parpados me pesaban toneladas, quise gritar pero la mano de Ariel ahora era gigante y me aplastaba toda la cara. Sentía algo frío entre las piernas y pensaba en pulpos. Quería llorar, mi propio novio me estaba violando. Me mordía los pechos, como si quisiera arrancarme carne.
Me desperté y no habían pasado ni media hora de las dos de la madrugada. Lloré, las pesadillas me hacen llorar, Ariel se despertó y cuando me abrazó empecé a gritarle cosas. Esperó a que me calmara y cuando por fin lo hice y le conté, no sabía que decirme. Me miraba con la misma desconfianza con la que yo lo miré a él cuando intentó abrazarme. Le conté a mi mejor amiga, Almendra, lo que me estaba pasando. Después de salir de bañarme, a la mañana siguiente, descubrí que tenía una marca. —Es como una mordida chiquita y apenas visible, acá, en mi teta derecha. —¿Estás segura que no fue Ariel, no? —Almendra no desconfiaba de mí, pero estaba atemorizada por lo que pudiera responderle.
No visitaba mucho a mi familia, las cosas no habían quedado bien. Se lo conté a mi amiga y me dijo que todo eso no era normal. También resaltó algo que yo no tenía en cuenta. Estaba pesando casi diez kilos menos de mi peso habitual. Siempre pesé 55 kilos. "Te estás consumiendo, algo te está pasando, Nancy." me dijo Almendra y me pasó un mate. "A vos te hicieron algo. A vos no te quieren en esa casa". Una de mis mejores amigas tiene la posibilidad de percibir cosas antes que los demás. Si llega a una casa y no hay buena energía siempre está con bajones de presión. Cada vez que estuve mal, hablarle fue como pasarle toda la mierda y quedarme limpia. A veces, cuando habla de la luz y los ángeles, siento que está loca pero gracias a ella pude salir de ese infierno en el que me había metido sola. Habíamos pactado para ir el martes a visitar a Dina Abasse, una viejita pituca que vivía en Recoleta, señora que mi mejor amiga conoció una tarde en la que caminaba por capital y Dina Abasse le dijo "disculpame, pero ese trabajo que estás buscando te va a durar dos meses. Te van a maltratar. No vayas a esa entrevista". Almendra siempre cuenta que Dina Abasse, mientras hablaba tenía una luz blanca y amarillenta que la rodeaba. Ella se largó a llorar, porque necesitaba el trabajo pero la advertencia de la anciana le hizo mella. Terminaron tomando un café. Dina Abasse la mantuvo por años, sólo buscaba compañía y transmitir todo lo que sabía que otros como ella podían percibir. Le daba plata por mes y le enseñaba a curar con las manos. Le mentí a mi novio que iba a hacer un doble turno porque tenía que cubrir a una compañera de trabajo. Él estaba indiferente conmigo, mucha importancia no le dio, lo que me despertaba mucha desconfianza. Nunca dejaba su celular a mano. Siempre lo tenía en silencio. Siempre estaba hablando con alguien. La última vez que comimos en lo de su mamá, ella estaba más amable que nunca. La sentía tan falsa que opté por seguirle el juego. Estar en su casa me molestaba, ya no lo soportaba. Ariel se había tirado en el sillón a dormir la siesta y yo me había enojado por tener que estar ahí. Pedí permiso y me fui hasta la otra casa, donde yo vivía. Yo también quería dormir como él, pero en la comodidad de mi cama. Mientras trataba de sumergirme en el sueño siento que golpean la ventana. Me despierto de un sobresalto. Me tapé hasta la cabeza y me quedé quieta. Temblando. Sentía una presencia, que entraba alguien a la habitación y se paraba justo en donde está la mesita de luz. No me animaba a sacarme la frazada de la cara. Mientras esperaba que se fuera eso que estaba ahí se volvieron a sentir pasos y otra cosa, otra energía entró. Se quedaron paradas ahí. Y al rato entró otra. Todas hablaban y susurraban cosas que no entendía. Mi habitación parecía estar sumergida en alguna parte del océano. Me estaba muriendo de calor, pero no podía sacarme las sabanas de la cabeza. El miedo que me recorría el cuerpo no se podía controlar. Empecé a llorar. Me sentía mirada aunque estaba toda tapada y en posición fetal, esperando lo peor. Me despertó Ariel, de nuevo, había tenido otra pesadilla. "Tenés que dejar de comer tanto, boluda, después soñás estupideces" me dijo de forma cortante. Esta vez no me abrazó, nada. "Ariel, yo no quiero vivir más acá." Le dije. Se dio vuelta y me dijo "¿Qué querés hacer, a dónde querés ir?". Me puse a llorar y le conté lo que me estaba pasando. Los miedos, lo raro que lo sentía a él. Lo raro que me parecía todo en esas casas. Su mamá, las paredes rojas, los negritos en los cuadros. Los golpes en las ventanas. Las corridas. Le conté llorando la pesadilla que tuve en la que él mismo me violaba aunque sus manos no eran sus manos, eran grandes. Sus labios eran grandes, como los de un africano. Eso que me metía entre las piernas, todo tenía olor a muerto. A los velorios a los que alguna vez había asistido. Le conté que iba a ir a la casa de Dina Abasse. Le conté todo sobre ella y de cómo se habían conocido con Almendra. Él nunca fue de creer en todas esas cosas, pero accedió a venir conmigo. Yo quería que las cosas cambiaran, quería que fuera el mismo flaco de siempre. Los planes de mudanza tuvieron más lugar en la charla. Estaba decidida a buscar departamentos. Estábamos durmiendo, la luz débil de la tarde se metía por la ventana y alumbraba apenas, exagerando las sombras. La puerta de la habitación se abrió y quedó pegada a la pared, como pasa en las películas y como si alguien la sostuviera con fuerza evitando que se cierre. Me despertó el impacto de la puerta contra la pared. No me podía mover, tampoco podía hablar. Estaba pegada al colchón, como si fuese otra extremidad de mi cuerpo. Sentía mi corazón latir tan fuerte, que los latidos eran como pasos. Rápidos. Empecé a sentir de nuevo las corridas. Me desperté nuevamente, estaba durmiendo de costado, Ariel me daba la espalda. Quise moverme y fue imposible. Las corridas se empezaron a sentir de nuevo. Sobre el techo, dentro de las paredes. Las risitas en mi cabeza. Era como entrar y salir de la misma pesadilla. Empecé a llorar. No podía gritar. Empecé a pensar en Dina Abasse, que cuando mañana fuéramos a visitarla nos daría la solución. Empecé a imaginar mi vida en otro dormitorio. En un departamento. Pero nada fue suficiente, cuando caí de nuevo en la realidad, en toda la habitación había sombritas chiquitas. Estaban paradas por toda la habitación. Todas me miraban al mismo tiempo. Se acercaron, todas juntas. Me mordieron todo el cuerpo. Eso sentí. Eran como pirañas, como en los videos en donde pirañas dejan sin carne a un cadáver en segundos. Eso sentía, mordidas por todo el cuerpo. Que me arrancaban toda la carne y disfrutaban de hacerlo. Empecé a sacudirme y a gritar, lo que estaba pasando en ese momento fue como visitar el infierno. Al día siguiente cuando estábamos por a visitar a Dina Abasse, la mamá de Ariel se presenta en nuestra casa y nos preguntó si salíamos. Le dijimos que sí, que salíamos a pasear. Se empezó a reír y dijo "Ojito con ir a la fábrica de bebés" y se fue. Sonreí falsamente y cuando estábamos en el tren, Ariel recibe una llamada de su hermanita. Mi suegra estaba desmayada y no se despertaba. Ariel se quería bajar del tren y volver. Yo no, le dije que no. Él se enojó conmigo y me puteó. Me dijo egoísta, forra de mierda y la puta madre que te parió. Fui todo el viaje llorando. En Palermo me esperaba Almendra. Le conté la secuencia. Y me dijo que no me sintiera mal, que lo más probable era que mi suegra estuviese tratando de frenar todo. Llegamos al edificio donde vivía Dina Abasse. Nos recibió y cuando la abracé sentí que se me aflojaban todos los músculos del cuerpo. Yo era una bolsa llena de angustia y miedo, mis brazos estaban finos, de los nervios ya ni comía. Le conté todo lo que me estaba pasando. Ella sólo arrugaba la frente y ponía cara de tristeza. Cuando llegué al final, cuando le contaba la pesadilla de las mordidas ella cerró los ojos y extendió sus manos a cada lado. Almendra le agarró una de las palmas y me dijo "Hace lo mismo que yo ". Dina Abasse respiraba con los ojos cerrados y con sus expresiones faciales daba la impresión de estar en un mar imaginario. Movía la cabeza como si nadara. "Cierren los ojos, chicas", nos dijo. Lo hicimos. Respiró hondo, tan hondo que, por dentro. me imaginaba sus pulmones hinchados y luminosos. "Contagio" susurró, respiró hondo de nuevo y volvió a decir "contagio" una voz más audible. "Ahora necesito que vos, Nancy, repitas lo que te voy a decir". Dina Abasse parecía estar entre este mundo y otro, en el mismo que pueden percibir con Almendra. Me hizo repetir una especie de oración, tuve que darle mi palabra de que jamás iba a repetir lo que escuche ese día, porque según Dina Abasse esas cosas son sagradas. No se las puede pronunciar sin propósito. Me habló de que las palabras bien usadas son tan poderosas que pueden provocar fenómenos y abrir puertas. También me dijo que las palabras bien usadas pueden sanar. Pueden llegar a matar. Dina Abasse me dijo que yo tenía grandes planes con Ariel. Pero que había algo que lo impedía y que no valía la pena intentarlo. Me habló de mi suegra. Me aseguró que era una persona que estaba apegada a su hijo, y que presentía que yo lo quería sacar de esas casas. En donde, efectivamente, hacían rituales con sacrificios y de auténtica brujería. Dina Abasse me dijo que me fuera de esa casa con urgencia, también fue la que me dio un ungüento porque había lugares de mi cuerpo, en donde sentí las mordidas. Que a medida que pasaba el día me dolían más y más. Zonas de piel rojas que yo me rascaba sin saber. Dina me habló de la presencia de esos seres oscuros. Me dijo que son entes que quedan como pegados en este plano. Que siguen órdenes de alguien que se las pueda dar. Dijo que las personas que hacen brujerías pueden lograr tener de esos seres y ordenar que se enquisten en una persona y los debiliten física y mentalmente. Me habló que estos entes reciben su recompensa cuando en los cultos y celebraciones los dejan estar y sentir todo lo que ahí pasa. ¿Sabés cuál es el tema de la brujería, Nancy? Cuando hay poder y está bien hecha, es efectiva y te va a matar sin que te des cuenta. Nunca supe que pasaba en la casa de mi suegra. Durante el día yo trabajaba y volvía por la noche. Decidí no volver a casa ese día, me quedé con Almendra en su casa. Dormí siesta y estaba más tranquila. Cuando me desperté era de día y el cuerpo me dolía. Mucho. Tenía zonas hinchadas, no me podía ni siquiera tocar. Almendra me miraba horrorizada. Mis brazos y piernas estaban brotados. Minados de pequeñas zonas con granitos de pus. Empecé a llorar mientras ella me pasaba el ungüento que nos había dado Dina Abasse. Ese día decidí volver a la casa de mis padres. Fuimos a buscar un poco de ropa antes de empezar a trasladar todo. Pensé que lo más difícil iba a ser tener que decirle a Ariel que la relación no iba más, aunque últimamente me miraba con desprecio y ni siquiera me había preguntado en dónde había dormido. Ni un mensaje. Nada. Llegamos a las cuatro de la tarde. Entramos en la habitación que compartíamos con Ari, y mientras metía ropa interior en un bolso. Almendra empezó a tener bajones de presión. Me pedía que me apure. Yo estaba con movilidad reducida. Los forúnculos me presionaban todo el cuerpo. Se empezó a escuchar la canción de la ronda de San Miguel de nuevo. Almendra me decía que ella también la escuchaba. Me daba la razón, era un idioma en portugués. Mientras nos íbamos me di cuenta que me falta el celular. Ella vuelve a buscarlo, lo hace corriendo. Y veo como desde los limoneros que adornaban el patio bajan nenes negros. Eran muchísimos y muy agiles. Parecían no tocar la tierra cuando se desplazaban. Sombritas que iban riendo y se meten en ese lugar que en algún momento fue mi casa. Empecé a gritarle a Almendra. Que se apure. Mi suegra asomaba la cabeza por la ventana de arriba, desde el cuarto de Mora. Solamente me miraba. Sonaban tambores en el living de paredes rojas. Me asomé para ver a través de la cortina. Había negritos tomando leche de unos platos, estaban en cuatro patas. Se dieron vuelta y me quedaron mirando, yo me puse a llorar: existían y salían de sus cuadros. Almendra apareció corriendo y me dijo VAMOS, VAMOS ESTO NO PUEDE SER CIERTO. Nos metimos en su auto. Aceleró sin rumbo. Temblaba y me decía "Nancy, cuando me fui de la casa había NENITOS, MULATOS, CON OLOR A MUERTO. CORRIENDO Y ROMPIENDO TODO. POR QUÉ ESTABAS VIVIENDO AHÍ". Me puse a llorar durante todo el viaje, porque nunca me voy a olvidar de esos cuadros de mulatos chiquitos saboreando frutas, planeando su próxima travesura, viviendo en ese terreno al que jamás, lo juro, vuelvo a pisar. Lo último que supe de Ariel fue hace dos meses, ni sabía que lo tenía en Facebook. Antes de borrarlo le di play a la última publicación que había subido. Era un video con una canción cuyo título parecía estar escrito en portugués. Mientras la escuchaba, se me retiró la sangre de la cara y me empecé a sentir débil. Era la misma canción que yo escuchaba cuando viví con él. Busqué el botón para bloquearlo y aunque lo hice, a veces cuando duermo me visita la melodía y esa música. Ahora que me acuerdo el título, siento que la voy a escuchar en cualquier lugar.
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matiasvillarreal · 6 years
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Ácidos y presencias
Pasar miedo con alguien tiene un efecto muy misterioso una vez que el miedo ya pasó. Porque el alivio que se siente después de que nace y muere ese momento es único, hay como un afecto especial por compartir algo de miedo, siempre.
—Sí... —me dice el Primo Nico mientras se toca la barbilla y piensa —... pero esta vez fue diferente. Y empezó a pasarme cada vez que consumía LSD. —Fantasmas y LSD nunca me pasó —le dije sintiendo que lo decepcionaba—... así que empezá a desembuchar lo que tenés para contar.
Nos fuimos a un costado del patio lejos de la reunión familiar y más cerca de la parrilla que, ya sin humo y con brazas, funcionaba como un sector que desparramaba  un calor moribundo, producto de un fuego que nadie quería visitar ni avivar. El primo Nico no sabía por dónde empezar, buscaba en su cabeza los hilos necesarios para empezar su relato. Cuando pareció encontrarlos dijo "A ver..." y después de tomar airé empezó a contarme.
"No sé si era un fantasma, no te puedo decir que era un espíritu. Era algo, una energía, que estaba cuando te concentrabas para que aparezca o cuando la llamabas en la oscuridad. El juego empezó con un compañero de trabajo, sus viejos se iban de viaje y le dejaban la casa, ahí, por Tortuguitas. Me invitó a pasar un día libre, íbamos a tomar ácido y re-flashearla mirando los árboles, el cielo y por la noche cuando los grillos cantaran o si teníamos suerte, ver un bichito de luz en estado de alucinación, sinestesia y una atmósfera violentamente lisérgica. Los ácidos los habían comprado en la deep web, llegaron a mí por Juanchi, mi amigo dealer. Tenía entendido que salieron caros. Pero lo valían, cada peso. Creo que esa noche no sólo tomamos ACIDO, pero del posta, además se abrió una brecha... como una bisagra en nuestras mentes. Y ahora, ahora captamos cosas que antes no. Es eso o es hora de admitir que ya estamos re quemados. Yo te cuento y vos sacá tus conclusiones. Tito, mi compañero de trabajo además era mi amigo. Le pedí por favor que me dejara traer a un amigo y me dio el okey, aunque tuve que manipularlo un poco. Y para semejante experiencia, se me ocurrió llamar a Nati, obvio. Era mi mejor amiga y además, si Tito pegaba buena onda se podían coger y conocer, o conocer y coger. En fin, Tito accedió porque le hablé muy bien de mi mejor amiga no con el fin de venderla, sino para advertirle que si no pasaba nada entre ellos, seguramente se convertirían en amigos. Nati no se comía una, y siempre decía las cosas sin anestesia, por eso es mi mejor amiga... claro.
Mi novia no era fan del ácido así que esa noche me dio vía libre y me junté con los chicos. Nos mandamos una pepa cada uno. Ya fue, dijimos a coro y nos pusimos el pedazo de cartón en la lengua. Además, Nati nos hizo sacar una selfie con la lengua afuera y el ácido pegado. De esas selfies que nunca le vas a mostrar a nadie salvo que se lo merezca. Y fue la primera en decir "Esto no tiene sabor a nada. Es LSD del posta." Los tres sonreímos en silencio y alguien, creo que fue Tito, puso el disco "The Piper at the Gates of Dawn" de Pink Floyd. Apagó el monitor, y nos quedamos apenas alumbrados por las pantallas de nuestros smartphones. "Che, ¿Los apagamos?" sugirió y yo le dije que sí. Le escribí a mi novia para decirle que me estaba quedando sin batería y que el viaje estaba por empezar. Qué bueno, agregó Tito y sacó un porro armado a  la perfección, de esos que escondía en su bolsa de tabaco. Empezamos a hablar de Pink Floyd a medida que el disco avanzaba y nuestras percepciones se alteraban. Yo, sin darme cuenta me había puesto contra la pared mientras que Tito permanecía en la silla de su pc, con rueditas, moviéndose en cortitas distancias y Nati estaba el piso mirando hacia el tacho de basura y con los brazos acariciaba la alfombra. "Parece un oso, un piso de oso." Decía y se reía sola. Tito estaba en el modo "darks" como decíamos entre nosotros. Esa noche no paraba de hablar de cosas de miedo y quería escuchar nuestras anécdotas. Nati no era miedosa pero a eso le tenía respeto. Yo, por mi parte no tenía drama en hablar de nada. Pero era consciente que cuando uno lee o habla de algo que no llega a comprender, el miedo siempre aparece.
Tito nos comentó sobre unos conocidos de él que habían hecho un experimento, "un poco arriesgado" pero que era re-loco. Tenían que poner un flash en una habitación oscura y despejarla lo máximo posible. Mientras que la luz parpadeara tenían que caminar alrededor. Cuando nos lo comentó, con Nati nos empezamos a reír de lo que estaba diciendo porque nos parecía extremadamente gracioso. Tito se calentó pero se dio cuenta de que los tres habíamos despegado del planeta. Nos estaba pegando el ácido y la fiesta recién comenzaba. De fondo, el disco de Pink Floyd iba por "Interstellar Overdrive". Todo respiraba, las paredes del cuarto de Tito adquirían múltiples texturas. Nati dijo que podíamos intentar ese juego ahí mismo en la pieza de Tito. "Hay que caminar nada más" dijo haciéndose la superada. Tito se entusiasmó, como un niño, y sacó el flash que tenía en su ropero. Era una cajita negra que largaba destellos violentos de una luz blanca. Enchufamos el flash, apagamos todas las luces y prendimos otro porro. Empezamos a caminar en círculos. No sé cuántas vueltas dimos pero además, en un momento aumentamos la velocidad de la caminata. En la oscuridad y con esos parpadeos parecía que íbamos a una velocidad distinta a la del tiempo. Veía múltiples formas de Nati, seguidas por numerosas siluetas de Tito. Caminar en círculos alrededor de esa luz era como generar un vórtice en el medio de la oscuridad, en un momento se me cruzó por la cabeza que estábamos generando la apertura de un agujero negro y me reí en silencio por la falta de sentido de mis pensamientos. Sonaba de "The gnome". El disco de Pink Floyd estaba por la parte más extraña, más siniestra. El flash se apagó o alguno lo pateó. No sé. Pero nos inundó la oscuridad y la música sonaba muy fuerte. Nos empezamos a marear y  no podíamos creer lo que estábamos viendo. "Es por la agitación" decía Naty, entre jadeos. No habíamos estado caminando, en realidad habíamos empezado a correr en círculos  en la habitación de Tito. Empezaron a surgir de la nada misma: luces, como gusanos plateados. Como fideos, como víboras de luz, había muchísimos filamentos que iban y venían. Estábamos los tres sentados contra la pared sin poder creer lo que veíamos. Hasta que sólo quedó la vaga ilusión del show que acabábamos de presenciar. Tito dijo "A ver, no hablen. Quiero probar algo." y gritó "¡HOLA!" y un sinfín de ladridos de perros y aullidos comenzaron a propagarse por el barrio progresivamente. "No, boludo... ¿qué hacés?" le dije yo. Los ladridos no paraban, como si alguien estuviese pasando por la calle o haciendo quilombo. Pero no sucedía nada de eso, miramos por la ventana... las calles estaban desiertas, y los perros totalmente furiosos y ladrando sin control a la nada misma.
Nati fue al baño, pero volvió muy rápido y sin emitir un sonido. Estaba blanca, como las veces que tomábamos mucho alcohol y le bajaba la presión. ¿Qué te pasa? Le pregunté. Pero ella no contestaba, me hizo señas con las manos y me llamó. Tito, curioso, fue el primero en aventurarse. Cuando entramos al baño la ducha estaba abierta y el vapor salía posándose en todos los lugares. El espejo estaba empañado y escrito ahí un "HOLA" con una letra horrible. Primero me asusté y después le dije a Nati que la joda había estado tremenda. Ella sin embargo seguía súper pálida y no admitía nada. Tito parecía excitado, como siempre que quería más.
La noche pintaba para eso porque Nati también, para hacer catarsis, empezó a hablar de lo que había pasado. Yo, seguía sin creerles o fingía no creerles. Así que los encaré para que la cortaran. Pero los dos se mostraron muy convencidos y hasta me desafiaron a que preguntara o saludara en la oscuridad. Como les quería demostrar que era todo mentira. Dije en voz alta "¿Quién anda ahí?" y cómo no pasó nada, les dije "Vieron, pelotudos. Basta." Esa noche la terminamos joya, los chicos dejaron de malviajar y nos cagamos de risa, escuchamos varios temas de "The Doors" que nos hicieron volar. Cerramos la noche de diez, lo extraño comenzó a los días posteriores.
Comencé a recibir llamadas perdidas de un número que yo no conocía. Cada vez que le devolvía la llamada, atendía alguien. Una señora de voz ronca que decía "Hable". A lo que yo, amablemente explicaba que había recibido una llamada perdida y me decían "No, no puede ser, nosotros no usamos el teléfono", después de eso cortaba. Recibía llamadas a cualquier hora y en cualquier momento de la noche. Bloqueaba el número, pero me seguían llegando llamadas y cuando atendía preguntando "¿Quién habla?" se reían y me cortaban. Se lo conté a Tito y Nati, que pensaban que la joda se la estaba haciendo yo a ellos, ahora. Un finde que mi novia se iba a Uruguay, me dejó su departamento. Nati  y Tito se querían juntar otra vez a tomar más ácido. La idea de que vinieran al departamento me daba mala espina, no sé. Lo dudé. Pero les dije que sí. Esa noche, la que empezó a sentir cosas raras fue Nati. Fue como si me dejara de molestar por las noches a mí, para pasar a molestarla a ella. Poniendo en dudas sus creencias y creyendo cada vez más por lo que yo había pasado. Mientras hablábamos da la presencia que me llamaba por télefono, a la que le empezamos a decir "la vieja", ella se fue al baño y volvió corriendo, blanca como un papel y los ojos que parecían salirse de su cara mientras no paraba de moverlos. Lo vi, boludos. Lo vi. Nos dijo. Calmate le dijo, Tito. Y le puso las manos en los hombros. Respirá profundo y contá hasta cuatro. Ahora largá y conta hasta cuatro. Nati se tranquilizó, pero yo entendía lo que nos estaba pasando: el ácido era buenísimo y el susto de ella fue el modo de despegue de este mundo, para subirnos a una nube lisérgica, en un piso diez, con un balcón que invitaba a ver el cielo y buscar ovnis, desear que aparecieran.
Nati nos propuso un juego frente al espejo del baño: había que apagar las luces y quedarnos a oscuras, los tres. Prendió una vela y la ponía en diferentes distancias de nuestras caras. Frente al espejo y a medida que la luz cambiaba podíamos ver otros rostros que estaban con nosotros, en nosotros. Resultaba inquietante, pero era re flashero y no estábamos teniendo miedo de nada. Hasta que detecte que de fondo estaba sonando "Siberian Breaks" de MGMT y arrancó una parte, como la segunda, en donde la canción se pone tan rara que me fui, aunque estaba ahí con ellos observando nuestros rostros deformados y multiplicados, algo en mí se fue con la canción y sólo volvió en si cuando se prendieron las luces y Nati pegó un grito que me sacó de la abstracción. Entre el espacio del inodoro y el bidet había un nene con boina y bermudas, zapatos y saquito. Estaba parado ahí, gris y estático . Desapareció cuando lo miramos. Parecía de otra época, por lo poco que pude ver. Nati salió corriendo del baño y volvió diciendo "Ay no, no boludo pará, mirá la computadora" y ya tenía esa voz de que iba a llorar. En Google teníamos una pestaña en la que alguno había puesto "Niños en 1800" y había fotos muy feas. Tito fue el que se animó a cerrar la pestaña con esas fotos. Nati se tapaba los ojos y yo tenía el corazón que se me salía por la boca porque no podía sacarme la imagen del nenito en el espejo: parado ahí, mirándonos a todos y sonriendo.
Mi departamento nos daba mala energía. Aunque eran las tres de la mañana nos sacamos todo lo que pudiera ser de valor y lo dejamos en la mesa. Nos fuimos a caminar y a tomar aire, el ácido estaba muy bueno, afuera las estrellas parecían que iba a caerse del manto negro que las sostenía. El cielo parecía estar muy cerca, eso nos calmó un poco. Tito y Nati esa noche estuvieron como más unidos por el cagazo y terminaron chapando, a mí me cayó bien eso y les permití un rato de intimidad mientras me hamacaba en la plaza, pasaron unos policías que custodian por las noches, me pidieron el DNI y me hice el buena onda para que no nos molestaran y me dejaran seguir flasheando con mi hamaca. Ellos me vinieron a buscar porque ya tenían frío y mientras volvíamos, en el ascensor dije "Bueno, ya fue... quién buscó imágenes de nenes de 1800 en mi computadora". Los dos juraron no haber participado en nada de eso. Les creí y esa noche no dormimos, hicimos todo lo posible para no pensar en el nene del baño pero era imposible. Terminamos hablando de él.
Lo de Nati empezó la noche siguiente. Me mandó un audio de Whatsapp contándome sobre la secuencia "me besé con Tito" y en el audio que me mandaba, al minuto 2:13 se escuchaba un "Hola" bien clarito, como de nene. Se lo hice escuchar y se puso histérica, yo tenía razón. Los días siguientes, cada vez que Nati me mandaba un audio contándome sobre "El pendejito", su voz se metía por los audios de Whatsapp que ella me mandaba. "hola, hola" susurraba una voz infantil, y cuando se lo quería mostrar a mis amigos no había nada, como si eso sólo funcionara para nosotros. Nati trabajaba como niñera, cuidaba a dos chicos en una casa de Bella Vista, parte de su trabajo era llevarlos y traerlos del colegio mientras sus padres no estaban. Apenas los dejó, volvió para hacer milanesas con puré, porque se lo habían pedido por favor esa mañana. Los nenes que cuidaba la amaban así que ella aceptó. Volvió, se fumó un porro y se puso a cocinar cuando la llamaron porque Luca, uno de los nenes se había descompuesto y requería que lo pasen a buscar. Se puso perfume, se lavó las manos y los dientes. Fue hasta el colegio y la hicieron pasar. "Está en la sala de dirección" le dijeron y ella se mandó, muy loca, por cualquier lado. A Nati le temblaba la mano cuando nos contaba eso y además se le llenaban los ojos de lágrimas:
"No sé qué onda, yo fui a una salita de paredes amarillas. Había una silla y una mesa. Un armario y listas de alumnos. Parecía una sala de preceptores, muy chiquita y tenía una ventana cuadrada que daba al patio principal. Miré por ahí mientras los nenes estaban en el recreo y esperaba a Luqui. Entre los nenes y nenas de todas las edades los vi. Producto de imaginación o las flores que me fumé, no sé. Vi un nene corriendo y estaba vestido como los de antes. Después de eso, quedé un poco perturbada. Porque al final, estuve veinte minutos viendo como los nenes corrían, viendo al pendejito con ropa antigua como iba y se acercaba a los otros. Aunque lo ignoraban, el corría en el recreo. Saltaba y por donde se movía largaba como un humito. Pensé también que todavía tenía resabios de ácido, pero era una alucinación tan hermosa. Qué no me di cuenta, que lo estaba atrayendo más. Cuando lo traje a Luca y lo acosté, después de avisarle a su mamá seguí haciendo unas boludeces. Y me puse a ver los libros que tenían en la biblioteca, me quedé media dormida en el sofá. Sentía olor a quemado cuando me desperté y lo primero que pensé fueron "LAS PAPAS QUE DEJÉ HIRVIENDO", pero no había nada. Subí a la habitación de Luca y lo vi durmiendo como un ángelito. Me quedé mirándolo, con el corazón a mil porque tenía recuerdos de haber puesto la olla al fuego. Y cuando me pude tranquilizar para volver a bajar, lo vi parado en el medio del pasillo. No miraba a ningún lado. Pero su cuerpo se mantenía a una pequeña distancia del piso. Sus cuencas, todo negro ahí. Estaba como paralizado y sonreía, como saboreando mi miedo. Nos miramos una eternidad y se fue.
Me despertó la perra, que no paraba de ladrar y gruñir en mi dirección, pensé que me iba a morder y me sobresalté. Estaba aturdida, pero no me podía sacar la imagen del nene parado en el pasillo, largando humo, con su ropa viejita y sus ojos apagados, la forma en la que sus pies apenas rozaban el suelo, como se fue atravesando la ventana. Esa noche no pude distinguir pesadillas de lo que pesaba en la realidad, dormir fue un calvario. Pensé que el ácido me había dejado en "modo avión". ¿Viste que hay gente que a veces no vuelve de sus viajes de ácido?
Tito estaba muy malviajado cuando lo escuchó por primera vez, primero negaba con la cabeza, después empezó a pedirle disculpas a Nati —que no trataba de hacernos sentir culpables, sino que necesitaba hablarlo con alguien y encontró amigos en nosotros—. ¿Sabés que pasa, no? Le dijo Tito. Si primero le pasó a él, después a vos, ahora me toca a mí. Trataron de calmarlo. Entre mi primo y su amiga intentaron despejar el miedo de Tito. Pero fue en vano. A Tito lo abrazaba mientras dormía. Su caso fue el más extraño.
Llovía muchísimo la primera vez que empezó a molestar a Tito. Nati sintió un alivio inmediato cuando el pendejito no se le apareció más después de haberla asustado heavy. Tito dormía, cuando sintió que una mano le tapaba la boca y otra mano lo manoseaba. Primero le tocaba el torso, después bajaba hasta su entrepierna y le tocaba la pija, los huevos. Los dedos de las manos trataban como de rasgarlo, se doblaban con fuerza. Eso fue lo que sintió él. Le contó a mi primo que se despertó y tenía marcas ahí abajo. Y que también sentía dolorido "El agujero del orto. Boludo... creo que esa presencia a mí no me asusta, me quiere violar". Entre risas nerviosas, empezamos a sentir y a comprobar que Tito estaba en lo correcto.
Tito no sentía, como le pasó a Nati, olor a quemado. Tampoco recibía llamadas telefónicas de números desconocidos. Tito sentía que algo frío y viscoso lo abrazaba en la oscuridad. Son como anguilas, como tentáculos con conciencia propia. "Primero el pecho, después las costillas, las piernas y me empieza a tocar, a doblar y querer dañarme la verga y el culo" "Es horrible, porque me despierto y no hay nada. Pero me duele todo, tengo marcas que se borran al minuto." De cierta forma, yo creía que Tito y Nati se merecían lo que les pasó. Yo traté de no meterme tanto y ni quería involucrarme con eso: con lo de los llamados telefónicos entendí, de una, que hay algo más existiendo con nosotros, que se manifiestan cuando uno los llama.
Tito se apoyó en Nati y Nati empezó a contener a Tito. Una relación arrancó ahí, habían compartido miedos... juntos. Cada vez que Tito dormía con Nati, la presencia no lo quería violar. Ni aparecía. Por lo que él le adjudico a ella cierta cualidad de salvadora y empezaron a salir. Ahora se van a mudar, porque la última vez que tomamos ácido fue para "Disculparnos" con la presencia esa que llamamos. Nati había leído como tratar con esas cosas, sabía como manejarse, tiene cualidades de médium, de espiritista. Siempre anda captando energías de los demás y las absorbe como una esponja. Prendió palo santo, en casa y cuando el último ácido que juramos tomar empezó a subirnos por la sangre, nos agarramos las manos, armamos un círculo tipo ronda. Y mediante unas serie de pautas que ella nos iba diciendo, armamos como un sello de protección para no ser molestados por este tipo de energías y parecía haber funcionado. Tito no se volvió a sentir manoseado cuando dormía solo. Nati ya no veía a un nene muerto y con olor a quemado. En casa, yo me sentía tranquilo incluso cuando estaba solo. Ya no había miedo. La última vez que llovió, me levanté a mear. Se había cortado la luz, porque la pc estaba apagada. El viento soplaba como enojado, burlón. Hacía ese silbido que resulta como amenazante. Caminé hasta el baño y por un momento tuve una especie de regresión, como que estaba en la casa mis viejos. ¿Te pasó alguna vez, te despertaste muy desorientado?. Le di dos golpes a la puerta, aunque estaba en mi departamento. Solo. " Ya va, ya va." Se escuchó del otro lado. Era una voz ronca. De vieja. Me volví corriendo a la cama y me tapé hasta la cabeza. En el celular tenía un audio de Nati. Estaba con Tito durmiendo y se despertó porque sentía olor a quemado, apenas movió la cabeza lo vio parado al lado del ropero. El saquito, la boina, el humo saliendo del cuerpo, el olor a carne quemada y las rodillas con los huesos a la vista. Trató de despertar a Tito. Que se incorporó en la cama y gritó durante cinco minutos que lo dejen, que lo suelten. Cuando se calmó, le contó a Nati que mientras ella lo intentaba despertar, el volvió a sentir los tentáculos. Que esta vez pudo ver como los pelos largos de ella iban adquiriendo vida propia, y se alargaban hasta su cuerpo reptando como serpientes en todo su cuerpo. Nati, le contó que el pendejito había vuelto. Y la situación me pudo. Me mudé con mi novia, porque su departamento estaba limpio de todo lo que hicimos nosotros. Los chicos decidieron mudarse a lo de Nati. Que prendió un montón de palo santo y le rezó a no sé qué entidades angelicales para sentirse protegida. Un mambo que ella sola entiende. Tuvimos que empezar a juntarnos, pero hablamos de otras cosas, hacemos otras actividades. Sin embargo, cada vez que voy al baño y veo el espacio en el inodoro y el bidet, cuando veo pulpos y sus tentáculos, cuando alguien tira carne a la parrilla. Cuando por alguna razón veo fotos de cómo eran los niños de antes. Todo, todo me lleva a esas noches turbulentas de ácidos, presencias, el coro de perros ladrando avisando que algo muy malo está siendo convocado.
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matiasvillarreal · 6 years
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Sin pelos y sin un ojo, el extraño caso de Lorena.
 Lorena es una amiga de mi hermana, y cuando le sucedió esto, tenía 22 años. Pelo castaño, por la cintura. Sedoso, pesado, siempre brilloso.
Siempre le envidiaron el pelo.  Mi mamá, mis hermanas, mis tías… todas  alagaban su pelo cuando venía a casa. Le pedían el secreto para tenerlo así, sin embargo ella no sabía que decir. Se ponía roja de la vergüenza y se tapaba la cara con el pelo, realmente amaba su cabellera.
Una tarde del año 2015, pleno abril… pleno otoño, Lorena a vino a mi casa y me llamó la atención que tuviera un gorro de lana tejido. En realidad lo que me llamaba la atención era que su pelo parecía más seco, sin vida ni brillo. Como si se hubiera aplicado una tintura que se lo dejó, en un estado de pajoso que le cambiaba todo a ella: la cara, el ánimo. La vi ojerosa, ya ni siquiera tenía sus uñas pintadas y re cuidadas como siempre. A veces, creo que la percepción no me falla y sé realmente cuando alguien está pasando por momentos oscuros. No puedo evitar pegarme a la gente que la pasa mal, desde chiquito me gusta acompañar a personas que están atravesando crisis o que están próximas a morirse.
 Yo, a Lorena la conocí en 2010 y desde que la conozco puedo asegurar que jamás la vi con un gorro.
“Me lo tejió mi abuela, es lo que hay…” le dijo a mi hermana justo cuando yo estaba bajando la escalera de casa porque me había quedado sin agua para el mate. Mi hermana parecía incómoda a más no poder: “Es re lindo este gorro… qué lindo color eligió tu abuela para tejer…”
Lorena rompió en llanto, mi mamá le decía que no baje los brazos mientras le acariciaba los hombros. “Vamos a encontrar una solución, corazón, sólo tenés que dejar todo esto manos de Dios” le respondió mi mamá. Detestaba profundamente cuando mi vieja le decía eso a la gente, no podía  evitarlo. Así que decidí saber que estaba pasando ahí. Así empezó todo con Lorena.
 Ella seguía llorando y le decía a mi mamá: “No sé Lili, si dios existe… se olvidó de mí, no me quiere. No me puede estar pasando esto”.
Lorena dejó de abrazar a mi hermana y a mi mamá para sacarse el gorro.
Y ahí fue mi sorpresa. Sinceramente, más que sorpresa me resultó muy chocante verla.
Su cuero cabelludo y su cráneo que en algún momento había estado adornado con tanto pelo ahora mostraba todo lo contrario. Una cortina capilar de tamaño reducido, sin vida y débil. Incluso yo, que me vivía aplicando tinturas en pelo lo tenía mejor que ella. A mi de chico siempre decían que tenía pelo de chancho, como para que puedan hacerse una idea de lo que tenía ella.
En el lapso de 3 semanas su pelo empezó a caerse de forma acelerada. Sin explicación medica alguna. Como si algo o alguien se  hubiese tomado la molestia de arrancarle  pelo por pelo, o mechones hasta dejarla próxima a la calvicie localizada.
Mi mamá se percató que yo estaba en ese momento y me dijo “¿Qué hacés chusmeando ahí, vení a escuchar lo que le está pasando a esta piba."
La saludé y me senté en la mesa. Ella agachaba la cabeza, por la vergüenza que le generaba estar casi pelada.
Yo le dije que si quería, que me iba así podía estar más cómoda. Pero sinceramente, tenía muchas ganas de escuchar como llego a ese punto.
Lorena se tranquilizó, se sonó la nariz. Se secó las lágrimas y empezó a relatar su insólito caso.
  “Hace un año empecé a salir con David, y él para ese momento salía con Natalia. Los 3 somos conocidos acá, del barrio. Yo sabía que ellos estaban juntos. Pero no me importó. Lo amo y siempre me gustó. Me gustaba tanto, tanto… como para meterme en su relación y cagarle todo. Estuvimos de trampa 6 meses, hasta que un día no me quiso hablar más y no me daba ninguna razón. Yo estaba mal y muy enojada. Peor fue mi enojo cuando me enteré porque él había dejado de hablarme. Su novia, Natalia, estaba embarazada de dos meses.  Empecé insultándolos por Facebook, lo re escraché. Hasta que por fin ella me siguió el juego y arreglamos un “mano a mano” en la calle. Yo le quería romper la cabeza. No me importaba nada en ese momento”.
Lorena nos miró para ver que caras poníamos, si algo de lo que estaba diciendo nos resultaba chocante. No encontró oposición alguna. Siguió:
  “Perdón si lo que hice o voy a decir está mal, pero cuando nos vimos con la otra puta de mierda de Natalia, mucho no pensé. Le había robado una manopla a mi hermano. Que compró en la Bond Street. Le llené la cara de pozos a la Natalia. Y le pegué en la panza un par de veces y se comió un par  de patadas también. Yo no podía parar, tenía ganas de matarla te juro. Cuando lograron separarnos, volvió a la casa re loca, la madre estaba limpiando y El piso del living de su casa se ve que estaba resbaloso. No se dio cuenta. Se cayó de orto y se dio un golpe fuerte.
Ese golpe le ocasionó pérdidas y yo calculo que los míos también, porque cuando nos separaron ella tuvo un ataque de nervios cuando se dio cuenta de que le había partido el labio con la manopla de mi hermano. Y yo calculo que todo eso  le ocasionó la muerte del guacho que estaba por tener, de David”.
 Después de pronunciar esa última frase, empecé a mirar a Lorena con otros ojos.
Ya no sentía compasión por verla pelada.
Ya de por si mi cabeza, acostumbrada a convivir en un lugar donde muchas veces las peleas y broncas se arreglan con heridas espirituales y de energía, empezó a encontrar una explicación alternativa.
Una explicación que seguramente se separaba de la normalidad mundana a la que algunos están acostumbrados. Lorena siguió. “Lo único que me acuerdo que me hizo Natalia fue arrancarme un par de pelos, seguro un mechón. No sé, yo  lo tenía bien atado, pero tener el pelo como yo lo tenía siempre es un peligro a la hora de pelear.
Me banqué muchos insultos y amenazas por parte de la familia de Natalia. Pero decidí ignorar. Parece que haberle pegado a esa mogólica y la pérdida del pibito que no pudo tener terminaron por convencer a David que tenía que estar conmigo. Yo en ese momento era una mina fuerte y no me paraba nadie, si amaba era con todas las consecuencias que me vinieran encima. No me importaba nada.”
 Acá Lorena se quebró, de nuevo, me levanté y le traje un vaso de agua. Se lo acerqué a su mano izquierda y no se percató de nada
Mi hermana me miró con cara de querer matarme. Dejé el vaso en la mesa y volví a mi lugar. Lorena tomó agua y se fue al baño. Mi mamá me dice al oído “¿No te dijo tu hermana? Está ciega de un ojo esta chica y todavía no saben la causa. Bueno quizá yo sí."
Después de una breve pausa,  Lorena casi pelada y ciega de un ojo volvió. Se sentó y sin que le dijéramos que siga, volvió a hablar:
“Ponele que hace 3 semanas, un martes, estaba acostada con David. Habíamos jugado un partido de Chin-chón. Yo estaba contenta porque era el primer partido que ganaba en toda la noche. Ambos estábamos sin sueño y nos desvelábamos. Después de ese partido, David prendió la tele y se quedó mirando un programa de futbol. Yo pispeaba Facebook mientras le charlaba sin prestarle atención. O me reía en voz alta y él  se hacía el interesado y me decía ¿Qué? ¿Qué pasó, de qué te reís? Al pedo. Me contestaba sin mucha gana. Monosílabos para seguirme la corriente. Le pregunté si me quería, jodiendo, y no me contestó nada.
Pensé que estaba dormido. Parecía estar dormido.
 En ese momento, alguien en mi casa empezó a hacer sonar algo. Como si fuera el ruido de un tambor o un bombo. No había nadie ese día en mi casa. Estábamos solos. David y yo. Mi mamá estaba en la casa de mi tío, en Ramos Mejía. Me asusté, obvio, pensé que había un ladrón. Me empezó a latir fuerte el corazón, ya no sonaba un solo bombo. Ahora se multiplicaba el sonido por dos. TUM TUM TUM TUM TUM TUM TUM TUM TUM.
Quise gritar y no pude. Quise moverme y fue al pedo. Los bombos ahora eran tres. Mi desesperación fue tanta que intenté abrir la boca porque quería gritar. Pero no sirvió de nada. Parecía que una fuerza me hacía presión desde la frente contra la pera y eso impedía que yo pudiera hacer algo.  Ya no se escuchaban tres bombos. Ahora se escuchaban muchos, y una canción que jamás había escuchado:
una canción fea, que me aterraba cada sonido que tenía. Una canción cantada por una mujer y en un idioma que no conocía.
Era como si hablaran al revés, como en esos videos donde ponen música al revés que tiene mensajes satánicos. No sé cómo describirlo, ojalá no volviese a escucharla nunca más. A veces duermo y la siento en mi cabeza.
David no estaba en la cama. Había desaparecido. Lo vi asomarse por el marco de la puerta. Pero no era él. Era una señora alta, con una peluca en la mano.
Cuando reaccioné, la señora no tenía una peluca. Te juro, te juro que en sus manos tenía mi pelo… como si me lo hubieran arrancado todo de un solo tirón. Mi terror fue tanto, que me desperté gritando. Siendo sacudida por David.
Mi novio me estaba sacudiendo, asustado. Todo lo que había presenciado, lo había soñado… había tenido la peor pesadilla de mi vida.”
 Hizo una pausa para tomar agua y siguió:
"Mi novio ese día no durmió, estuvo toda la noche alerta porque se había asustado de escucharme gritar mientras dormía.
Yo aproveché su compañía para pegarme una ducha. Y ahí, mientras me lavaba el pelo, creo que empezó toda esta mierda:
Mientras me lo enjuagaba con mi shampoo de siempre, uno que me hago yo con aloe vera y palta, me quedé con un pequeño manojo de pelos en la mano.”
Pensé que era normal y no le di pelota. Viste que por día uno va perdiendo pelo y ni cuenta se da. Aunque la pesadilla de esa noche me había dejado pensando mucho en mi melena. Estaba sugestionada, por eso pensaba tanto en eso."
 La piba volvió a llorar, mi hermana la agarró de la mano. Lloró una eternidad. Le dimos más agua. Le preguntamos si quería seguir hablando y dijo que sí, que necesitaba ayuda. Que no sabía a quién recurrir.
Lorena sonreía resignada, y arrugaba la frente como queriendo volver a llorar. Pero lo evitó respirando hondo y siguió:
  “¨Pasaron menos de dos semanas, y un día me desperté con éste ojo lleno de moco, tenía como una capa gris en toda la pupila. Veía todo borroso, pero más feo era mirar como se me había puesto roja toda la parte blanca del ojo. A mi vieja le preocupó más eso mientras yo por dentro estaba angustiada porque se me seguía cayendo el pelo y lo encontraba en todos lados: en la comida, en la almohada, en la ducha, incluso encontré a mi gato jugando con un mechón entero de mi pelo. Yo no sentía si se me caía, no me dolía pero lo iba perdiendo cada vez más. Mientras volvíamos del médico, del hospital Alberto Duhau, pasamos por un lugar cerca de la estación de José C. Paz en donde antes funcionaba un templo umbanda. Lugar que se prendió fuego y por mucho tiempo quedó así: vacío y negro.
El coche paró ahí. Mi vieja no hablaba y el remisero se puso a putear por lo del auto.
Pensé que mi mamá estaba dormida, y le pregunté al remisero qué había pasado. Me dijo que no sabía. Se bajó a arreglar el auto.
Yo trataba de no mirar para el templo porque me daba cosa, era horrible ese lugar. Siempre lo fue. No sé cuánto pasó, pero el remisero no apareció más y cuando me di cuenta de eso empecé a tener miedo… ya había oscurecido, el sol se estaba escondiendo y mi vieja seguía sin decir una palabra.
Empezaron a sonar tambores de nuevo, parecían salir de ese templo abandonado. Primero uno solo y a medida que me empezaba a latir el corazón cada vez más rápido, como una señal de alerta, sonaban dos y después tres. Eran tantos que ya no los contaba ni los distinguía. Y de nuevo, de algún lado se escuchaba esa canción horrible y de mierda que escuché en mi primera pesadilla. Afuera, en la vereda del templo estaba parada la señora alta, que me miraba fijo mientras cantaba y agitaba las manos. Tenía manojos de pelo entre sus dedos. Cuando quise despertarla a mi mamá, grité, pero ella ni se mosqueaba. Me acerqué para sacudirla de los hombros y lo que vi me cagó  la vida. Mi mamá estaba en el auto, pálida y con la boca abierta. Los ojos abiertos mirando hacia la nada y lo peor fue verla sin pelo, mi mamá estaba pelada. Desde la ventana podía ver al remisero. Que me saludaba con la mano y una sonrisa.  No tenía ojos, en su lugar había dos huecos negros, llenos de fierritos de metal que brillaban. Grité, lloré, tiré patadas y hasta intenté rezar. Me despertaron. Me había quedado dormida en el remís. Había tenido otra pesadilla de nuevo.
 Para completar ese día de mierda, mientras mi mamá trataba de despertarme tuvo un ataque de nervios también: Se había quedado con un mechón de mi pelo. Un mechón que ni sentí si fue arrancado, te juro. El pelo se me desprendía de la cabeza y no podía hacer nada para evitarlo. Ese día por ejemplo, probé  valium para poder dormir.
David le había robado un par de esas pastillas a la tía, que es re adicta a esas cosas."
 En ese momento yo le dije a Lorena que entendía el nivel de realismo de sus pesadillas. Las experimenté (con los4brujos)
Le dije que entendía la sensación de terror absoluto incluso haciendo una tarea tan pacifica como dormir. Quería incitarla a que siguiera hablando.
Yo creo que algunas personas más que mamá, mi hermana y yo merecen saber por lo que  ella estuvo y está pasando.
“Después… a ver… sí, el sábado. El sábado mi ojo había empeorado. Tenía orzuelos. 4 en el mismo ojo.  Nunca tuve un puto grano en la cara y como si nada, de la noche a la mañana tenía cuatro pelotitas en el ojo dos en el párpado y dos bultos por dentro que me dolían apenas me los tocaba.”
 Estaba tan indignada Lorena que alzó la mano con cuatro dedos para que quedara en claro que había sufrido por 4 orzuelos al mismo tiempo.
 Siguió: “Mi mamá se había ido a buscar a Roberto, el curandero, el ex marido de la gorda umbanda que limpiaba acá en la casa de ustedes. Mientras,  yo, me había quedado con mi hermanito, que estaba jugando con un amigo en el patio. David trabajaba. Yo le hablaba por Whatsapp. Le hablaba y le contaba que seguía perdiendo pelo. Que tenía miedo de ducharme. La sensación de peinarte y sentir que te estás muriendo.
Roberto no estaba. Había salido, me dijo mi mamá. Me angustié peor porque ya a este punto no creo en los médicos. Todos supimos que estaba siendo víctima de alguna macumbería o brujería. Estás cosas pasan desde siempre acá en el barrio ¿no?”
 Lorena en este momento dejó de contar lo que estaba contando y mi hermana la miró y le dijo:
“¿Acá fue cuando encontraron eso, en el patio de tu casa… no?”. Lorena no dijo nada, volvió a llorar despacito. Lo tomamos como un sí.
 Mi mamá le preguntó qué habían encontrado en el patio. Mi hermana nos mira y dice “escuchen esto, esto sí es algo re turbio”.
 Lorena se secó la nariz, tomó agua. Sin mirarnos y como haciendo fuerza para tratar de recordar  lo que iba a contarnos:
“Mi hermanito estaba trepado en una higuera que tenemos en el patio. Con el amigo. Estaban con los muñecos de Max Steel.
Yo les había hecho unos paracaídas con bolsas de plástico y los tiraban para arriba y veían como bajaban. En un momento, se les quedó un muñeco entre las ramas de la higuera. Se treparon a buscarlo. Mi hermano bajó de ese árbol de mierda con otra cosa aparte del muñeco. Fue a decirle a mi mamá que le pusiera una curita… porque tenía el dedo pulgar cortado y le sangraba mucho.
Mi mamá le preguntó por qué tenía el dedo así y él le dijo “porque agarramos la cosa esa que hay en el árbol y me corté”.
Mi mamá le preguntó qué era “la cosa esa”. Mi hermano la llevó al patio. Mi vieja pegó un grito, yo la escuché desde mi pieza.  “NO TOQUEN ESO, NO LO MIREN”
 Me agarró miedo instintivo casi así que bajé al patio. Mi vieja me quiso agarrar para que no mirara. No lo pudo evitar. En la higuera habían colgado una cabeza de plástico, esas que usan en las academias de peluquerías para aprender a cortar el pelo. La cabeza tenía 4 bisturíes chiquitos, de esos que usan las podólogas para remover piel muerta de los pies o para reducir el nivel de los callos. CUATRO.
Cuatros bisturíes en el ojo izquierdo. La cabeza de peluquería tenia olor a podrido y el pelo mal cortado. Arrancado a mechones o como si alguien se lo hubiera arrancado a mordiscos. El corazón me empezó a latir fuerte, no entendía que estaba pasando. Creo en la brujería pero no pensé que eso existía. Habían colgado la cabeza de peluquería con pelo mío. Con un mechón largo.”
 Lorena nos mostró el celular, un Samsung Grand. En la pantalla grande de ese celular había una foto, de su patio. En una caja se veía una cabeza de práctica de peluquería con un ojo mocho, con pequeños bisturíes insertados en forma de cruz. El pelo arrancado y mal cortado de ella que era inconfundible y contrastaba entre esos pelos artificiales.
Mi vieja se llevó una mano a la boca y le tiró su veredicto:
  “Mirá Lore, esto no es un trabajo común y corriente como se puede ver cada tanto. Acá hay mucha mano negra metida. Hija, borrá esa foto… no la tengas encima. Me dejás helada. Vas a tener que juntar fortaleza. En mi puta vida vi algo similar”.
Lorena volvió a llorar. Mi hermana llamó a la madre.
 Al cortar el teléfono mi hermana se sentó y se quedó abstraída. Pensó mucho en silencio y sin previo aviso dijo “QUÉ HIJA DE PUTA”.
Mi mamá y Lorena la miraron.   “¿Qué onda?” le preguntó mi vieja a mi hermana. Mi hermana haciendo fuerza para no perder el hilo de lo que pensaba nos dice:
“¿Se acuerdan de La Zulma?”. Los tres dijimos que sí al unísono.
“Esa es macumbera. Y es tía de mi novio,  Ivan… y es tía de esta piba, Natalia… claro… que pelotuda, si la Natalia y mi novio son primos".
 Le decimos que sí a mi hermana y sigue. “Una vez que fui a la casa de Iván me acuerdo que había una cabeza de peluquería todos usaban esa cabeza para asustarse.” Mi hermana siguió razonando.
“Le pregunté por qué tenían eso. Mi novio me dijo que era de su tía, Zulma, que estudiaba peluquería en Dayloplas”.
 Para todos aquellos que están leyendo esto, les cuento que en José C. Paz  una cuadra antes de la intersección entre la calle Gaspar Campos y Altube hay un local que se llama “Dayloplas”. En ese lugar se enseña peluquería y junto con los cursos es obligatorio comprar una cabeza de práctica para poder cortarle el pelo y practicar diferentes peinados.
 Aunque Lorena trató de apoyarse en la iglesia, sus intentos de recuperación fueron inútiles y así como perdió el pelo también perdió la fe. El novio no pudo seguir con ella, así como en algún momento abandonó a su antigua novia, con ella hizo lo mismo y la dejó sola, lo que la llevó a una profunda depresión. Cada tanto la sacan afuera de su casa y se la puede ver en el patio, tejiéndose sus propios gorros, con un parche en el ojo sin pelos y sin un ojo, hay casos como el de Lorena que se caracterizan por ser extraños y no por poseer una solución.  Todavía espera que las cosas mejoren cada vez que sale al patio de su casa y se queda sentada mirando al sol, con la esperanza de que tanta luz y calor terminen con la oscuridad que se apoderó de su ojo izquierdo.
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matiasvillarreal · 6 years
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La Patricia y sus bichos.
Mi tío abuelo "Turco" es el primer hijo de mi bisabuelo, le decimos así porque era el más parecido a él. Mi bisabuelo tenía sangre turca y aunque ahora que lo miro, no le veo muchos rasgos relativos a esa parte del mundo. En fin. El tío Turco fue padre de ocho hijos, cuando todos habían nacido mi tía no podía con su locura y sus delirios místicos, así que los abandonó. En la familia siempre se supo que mi tía tenía delirios, pero el motivo por el que se fue se lo dio Patricia, la última hija que tuvieron juntos. "Esta va a traer la desgracia en la familia, hay que matarla" decía y después de esas declaraciones todos coincidieron en que mi tía necesitaba una ayuda psiquiátrica constante: el día que hablaron con ella porque había tenido un ataque de pánico mientras intentaba dormir a Patricia fue más que suficiente. Dejó una carta y durante los veinte años siguientes no apareció más. "Turquito, yo no puedo más. Esa pibita los va a llevar a la ruina" le había dejado escrito y se tomó el palo.
Los hechos que voy a contar hoy tuvieron su lugar en el año 2011, días antes del eclipse de luna roja, la que para ese momento a mí me resultaba un fenómeno astronómico que iba a ver por primera vez mientras que toda mi familia la esperaba con temor, alegando de que se trataba de una luna del diablo, de sangre.
"LILIANA, LILIANA NECESITO AYUDA. A LA PATRICIA LA TIENEN ENTRE 4, ME QUISO PEGAR Y ME ESCUPIÓ, SE ESTA MANIFESTANDO" fueron los gritos con los que el Tío Turco me despertó. Apenas escuché las palabras "patricia" y "manifestando" sentí un dolor en el estómago, como una advertencia. Mi mamá estaba tan alborotada que se olvidó que lo mejor era que yo no fuera ahí. Así que no pude con mi curiosidad, y me mandé con ellos.
Patricia, la más chica, de 21 años en ese momento estaba en una especie de trance, no nos conocía: Sostenida por cuatro de sus hermanos, estaba con las manos torcidas y saltaba. Gritaba, tenía arcadas.
"SOLTAME, SOLTAME PORQUE CUANDO ESTÉS SOLOS VAMOS A VER QUIEN SE LA BANCA. TE VOY A CORTAR EN DOS PEDAZOS" les gritaba a sus hermanos, que, algunos se reían y otros con una mirada de preocupación constante se tapaban los ojos para no mirarla directamente. Estuvo luchando un rato y cuando se resignó a que no iban a soltarla se cansó pero no paró de reírse y de buscar complicidad con todos y todas los que estábamos ahí, que éramos como veinte en total. Hasta que vinieron los pastores, que apenas entraron a la casa y lo primero que soltaron fue un gran "Acá hay cosas, bichos, se sienten" porque se creían Ed y Lorraine Warren, o por lo menos en la vida de los feligreses de la iglesia donde predicaban los tenían así de consagrados.
La empezaron a buscar y no la encontraban. Todos buscando a La Patricia. La casa de mi tío en su tiempo había estado poblada por todos sus hijos e hijas, así que era grande. A medida que empezaban a buscarla se multiplicaba la pregunta ¿Y Patri? ¿Vieron a La Patri? Mientras sus hermanas, sus primos, todos ahí subiendo y bajando escaleras. Una de sus hermanas empezó a gritar "ACÁ, ACÁ" y se tapó la cara llorando. La piba estaba en el patio, se había metido en la cucha de cemento que era de un perro que había muerto años atrás. Entraba doblada pero se las arregló para quedar con la cabeza fuera de la cucha y desde ahí hablaba.
—No tch tch tch... -negaba con la cabeza y alzando un dedo- ...yo de acá no me voy a mover. Vengan a sacarme, vengan.
La pastora empezó su show con oraciones: "Padre todopoderoso, cubre con tu sangre nuestras vidas, danos sabiduría y poder para enfrentar al enemigo porque en tí confió, padre santo. Dame tu poder, dame tu luz. Queremos sacar al enemig...". Patricia salió gateando y en menos de tres pasos pude ver casi en cámara lenta como las rodillas que se pelaban contra el piso, como la piel se convertía en carne roja y con sangre aunque a elle parecía que no le importaba. Se puso delante de los ojos a los pastores, a desafiarlos. Me acuerdo que la casa estaba llena de chicos, todos los primos mirando ese momento. Nos echaron, nos hicieron irnos. Obviamente, yo no me fui. Me quedé agazapado en una habitación que había sido de alguno de los hijos de mi tío abuelo. Yo quería seguir mirando, el miedo estaba tan condensado y dividido entre tantas personas que por un momento me sentía a gusto de estar ahí. Uno de mis primos, con el que crecimos juntos y nos hicimos amigo justo había llegado así que lo llamé a la habitación y Miramos por la ventana, que daba al patio trasero. Empezó a llover. Los rezos aumentaban de la pastora y el pasto}aumentaba mientras toda mi familia, cristiana, se ubicaba cerca de ellos para orar y lograr una expulsión certera.
"Oh sí, padre santo, bendice, manda tu lluvia. Manda agua del cielo, que se purifique ésta hija tuya que ha sido presa del enemigo..."
La Patricia estaba loca, pegaba piñas al piso al ritmo en que la lluvia repiqueteaba en las chapas de la galería del patio. Mojada por la tormenta empezó a gritar "BASTA, SILENCIO SILENCIO SILENCIO" y como las oraciones no cesaban, agarró barro que se había empezado a formar cerca de la cucha y se lo tiré al pastor en la cara.
"A MI NO ME VAS A HUMILLAR, DEMONIO INMUNDO, CON LA AUTORIDAD QUE ME CONFIERE CRIST..." le gritaba él pero ella se reía y volvía a juntar barro con sus manos.
La agarraron entre ocho familiares. Todos mojados, orando. No había caso, ella luchaba y gritaba. La cosa se estaba poniendo fea porque aunque intentaban sostenerla de todas las extremidades y reducir sus movimientos, era imposible. Temblaba en toda su anatomía, si no podía hacerlo con sus piernas, lo hacía con la cara. Su rostro hacía caras distintas todo el tiempo, pasaba de la sonrisa maligna con las cejas arrugadas a poner cara de sufrimiento, después sonreía y por un momento, donde parecía ser ella misma gritaba "BASTA, BASTA POR FAVOR, AYUDA" y volvía a manifestar todas aquellas caras que nada, nada habían tenido que ver con ella. Hasta que pegó un grito gutural y se desmayó. "Genial, la liberaron" me dijo mi primo. Lo peor empezaba recién.
Diez horas seguidas durmió Patricia, no cambió de posición en ningún momento, parecía una roca con forma humana. Cuando se despertó, traía una angustia que le mermaba la capacidad de seguir ocultando algo y lo confesó: Se habían cumplido 4 meses de que visitaba -en secreto- un templo en donde se realizaban adoraciones y brujerías.
Entre llantos y pidiendo perdón contó que la usaron para hacer cuatro rituales. El que más tenía presente fue uno en donde le habían pedido que se saque la ropa, después de escupirle cerveza en la cabeza le pidieron que se sentara en un fuentón de lata y con total impunidad le degollaron un conejo negro. Ahí se puso a llorar arrepentida mientras relataba como la sangre tibia del animal sacrificado le recorría el cuerpo, soñaba con ese momento.
No sólo eso, a Patricia la habían obligado a usar una carta (un naipe) en la bombacha durante una semana entera, le habían dado el ancho de espadas y le dijeron que recién se lo podía sacar cuando la carta estuviese impregnada de su sangre.
Mientras mi tío le preguntaba por qué se había sometido a eso, ella no respondía nada coherente. Balbuceaba desesperada mientras todos se miraban sin poder entender una palabra. Desesperada, agarró de la mano a su hermana Ani y la llevó hasta el patio, en la parte de tierra que quedaba cerca de la cucha del perro en dónde se había metido. "Acá, acá está todo" dijo la pastora, que pululaba cerca de las hermanas como un satélite eclesiástico y la biblia en la mano. Entre todos los hombres presentes que había, uno agarró una pala y empezaron a buscar en la tierra, nosotros con mi primo veíamos todo desde la habitación de arriba. Varias mujeres se taparon la boca y el pastor miró al cielo y declaró "Padre, bajo tu manto me cubro y le quito el poder a estos elementos cargados de oscuridad"
Sacaron de la tierra un cajón de bebé, era la primera vez que veía uno y me recorrió un frío por todo el cuerpo.
Mi mamá, esa noche no paraba de repetirle a sus amigas lo que había en el ataúd: tres estampitas de "La Pomba Gira", dos de "San La Muerte", el ancho de espadas impregnado de sangre seca. Y además, le hicieron meter un pedazo de madera con una cuchara. La madera tenía forma de pierna, La Patricia todas las noches de luna llena tenía que tallar esa madera. No lo hacía consciente. Más de una vez se había encontrado en la oscuridad del patio tallando esa madera con una cuchara y bajo una luna llena rebosante.
Los pastores intentaron hacerle una oración para que renunciara de la responsabilidad espiritual de aquellos rituales a los que se había sometido y de los que formaba parte. Pero fue en vano, apenas nombraban a Jesús, mi prima empezaba a cantar con una voz que no era de ella y nos perturbaba. Cantaba en portugués y eso lo pude detectar yo, que siempre escuchaba a mi niñera manifestar a sus santos cantando "Lua linda, noite bela". Era imposible orarle, mi prima se levantaba de la silla con todo su pelo negro sobre la cara y se reía mientras le sonreía al pastor y hacía todo lo posible por tocarle la cara. Aunque se lo impedían, a ella no le importaba, cualquiera se acercaba a tocarla y querer retenerla terminaba siendo tocado por ella. El matrimonio se dio por vencido cuando mi prima, en su silla, se abrió de piernas y se empezó a tocar la vagina mientras emitía gemidos.
"Nosotros no podemos hacer nada, necesita de Dios pero que muchas personas estén alabando su presencia y que se haga poderosa. Hay que llevarla a la iglesia. Acá no se puede." Mi tío Abuelo, el papá de Patricia, había dejado la iglesia la noche siguiente a que su mujer lo abandonara. Había perdido la fe "con una prueba de fuego" como decían todos en mi familia. Todos menos yo y mi primo, que entendíamos su situación. Uno no necesita que le hablen de dios cuando tiene el corazón roto. Decidieron no probar el método más común para "sacarle los demonios" porque mi prima les había advertido que si la hacían pisar una iglesia iban a empezar a morirse todos los que le pusieran un dedo encima. Metió tanto miedo, que esa misma noche llamaron a María, mi antigua niñera y amiga de mamá que nos había liberado de un trabajo de brujería bastante engorroso. "No la lleven a la iglesia, hay que llevarla al templo. Esta mujer no necesita que le saquen nada de lo que tiene adentro, se tiene que amigar con lo que incorporó a su vida. Ellos no van a ir con una oración, ni con un rezo. Están en un cuerpo joven, en un envase limpio y se van a quedar ahí hasta que sientan que su misión está completa... hasta que dejen algo."
Toda mi familia estaba reunida y debatiendo si era propicio y conveniente llevarla a ese lugar "Yo, lugares que visitó Satanás no piso" dijo una de las hermanas y otras tres pensaron lo mismo. "¿Pero vos estás loco, papá? Son lugares donde adoran al diablo. Patricia no va a ir ahí." Quiso decidir uno de los hermanos y mi abuela, que era hermana de mi tío abuelo Turco dijo que todos eran flor de mierda y que si nadie quería llevar a La Patricia ahí, ella lo iba a hacer aunque todo lo que viera pudiera ir en contra de sus creencias. Como yo era muy compañero de mi abuela, cuando la escuché decir eso me entusiasmé porque sentí que la curiosidad me iba a matar. Quería saber TODO lo que llevaba a mi prima a estar así, moría de ansias porque algo parecido me pasara. Entonces le dije "Yo te acompaño, abuela, yo quiero ir" . Me ofrecí a ir. Mi mamá no me dejaba, hasta que María le dijo "Dejalo, no hay nada que le pueda pasar a él, a lo sumo viene un poco más arreglado"
El jueves de esa misma semana en la estación de Ramos Mejía, a las 23:30 hs estaba con mi abuela y La Patricia. Rumbo al templo. Estábamos esperando en la estación de trenes. "Ustedes van a ver que aparece una combi toda destartalada. Nos acercamos los tres y las puertas se abrieron. Salió una señora de extrema delgadez, con el pelo gris muy corto y cara de lechuza. "Ustedes son los que mandó María" dijo y mi abuela le dijo "Sí, ¿en dónde queda el lugar?" la señora apenas sonrío y dijo "Suban".
La combi blanca llevaba unas cortinas negras, lo que me llamó la atención pero no me disparó ninguna alerta de peligro. Patricia estaba contenta decía que por fin iba a poder bailar descalza. Mi abuela nos miraba. Primero a mí, después a ella y nos decía "Que valientes ustedes que no me dejaron sola". Después de girar bruscamente y casi tirarnos a todos, la combi estacionó en una casa grande que tenía un portón de hierro. Cuando bajamos, se acerca mi abuela a hablar con la señora cara de lechuza. —Mire señora, nosotros la traem... —No me diga nada, ya lo sabemos todo.
La señora siguió: "—Lo que yo les voy a pedir es que se tranquilicen y que acepten que de ahora en más, todo lo que ven, es cierto y pasa. Si ustedes creen, van a disfrutar. Si no creen, van a sufrir." Y después de decirnos eso con una seriedad implacable, nos hizo cruzar un pasillo largo y silencioso. Al final había un santuario lleno de estatuas de muchos tamaños, todas eran de San La Muerte y mucha comida. Frutas, pochoclos y bebidas.
Nos invitaron a pasar a un cuarto de paredes rojas y varios cuadros colgados.
"Vos, acompañame por acá mientras tu familia te espera" le dijo la mujer a mi prima, y se llevó. Empezó a llegar gente al cuarto que -acostumbrada, creo yo- iba y se servía comida. Charlaban, se reían, se abrazaban, se querían, se conocían todos. Y como se percataron de que mi abuela y yo éramos caras nuevas, nos empezaron a invitar a que nos sirviéramos comida. Yo agarré una manzana muy roja y mi abuela no se animaba a comer nada. "Hay que creer, abu" me escuché diciéndole aunque no estaba seguro si eran palabras mías. Mi abuela mordió la manzana roja que yo estaba comiendo y se fijó la hora. Eran como las doce y media, yo estaba contento porque seguramente la ceremonia iba a terminar muy tarde y no me iban a mandar al colegio.
El silencio se hizo presente y las charlas cesaron cuando entraron cuatro chicos con tambores. Cuando se acomodaron los cuatro, empezaron a cantar en portugués mientras hacían sonar sus tambores. La gente comenzó a aplaudir excitada. Había empezado. Una señora que tenía los ojos achinados y la cara llena de arrugas me mira y me dice "¿Qué pasa que no aplaudís? ¡Si el nene no aplaude no hay bendición! aplauda hijo, déjese llevar". Aplaudí con nerviosismo.
Cuando la canción terminó, todos ahí celebraron y del otro lado del cuarto aparecieron unas 15 personas, hombres y mujeres. No recuerdo el momento de haberlos visto entrar por la puerta que daba a mi espalda. Pero todos usaban polleras, pelos largos y miraban al piso, como anclados. Los gritos de felicidad aumentaron un hombre vestido de blanco entró al cuarto y se sumó al grupo.
Empezaron todos a girar como trompos, en sus lugares, o se desplazaban de a poco y sin perderse, ni chocarse entre ellas y ellos. Agradecían con los ojos cerrados. Agarraban comida que primero olfateaban y después, comían en menos de tres bocados. Entre toda esa demostración no encontrábamos a La Patricia, me desesperé.
"—¿Nona, donde está Patri? no está". Mi abuela miraba fijo a un lugar y cuando tuvo la certeza de que la había visualizado entre la gente que bailaba me dijo
"Mira Mati, allá está tu prima". Y si, entre la multitud que bailaba, mi prima. Estaba danzando: con los brazos abiertos, mirando al techo y con su pelo negro, largo, suelto sobre la cara y los hombros.
Después de esa introducción, que fue corta pero intensa, el hombre de blanco nos saludó en general. Nos dio las gracias por venir. Pidió aplausos para nosotros.
Se sentó, rodeado de comida y llamaba a las personas que estaban ahí. A nosotros nos llamó después de que pasaran unas diez personas. Yo quería hablar con él, porque sabía que no era él. En cambio, mi abuela, estaba un poco perturbada porque mi prima Patricia, gateaba por la sala como si se tratara de una bebé. Todo el mundo la trataba como tal. La señora con cara de lechuza le dio una mamadera con jugo. Ella la agarró y se tiró al piso. Se agarraba las piernas y rodaba mientras tomaba de la mamadera y mordía la tetina.
"—Ya no es ella, en este momento está siendo estimulada y administrada por un ibeyi, una crianza. Se comporta como un bebé, es lo que es y lo que desea ser ahora mismo. Está siendo la bebé que tuvo que dejar de ser en algún momento. La infancia a la que renunció por algún dolor. Por eso está así. A esta muchacha le hicieron mucho mal. Por lo que entiendo, ella buscaba la paz junto con su novio. Pero hay tantas cosas disfrazadas de umbanda, fue víctima de brujerías. A esta piba le infectaron el corazón. Hizo todo mal. Pero quédense tranquilos. La vamos a calmar".
La señora con cara de lechuza llamó a mi prima con una palabra que fue inentendible para mí, fue más como un ruido que hizo con la boca. En el acto, mi prima vino gateando, con la boca llena de comida y los pelos en la cara. Le llamaron la atención mis pies. Me agarró los cordones de las zapatillas, me los hizo un nudo mientras el hombre de blanco le tocaba la cabeza y le hablaba en portugués.
Mi prima decía "nao nao eu não quero deixar este corpo" lo que me daba risa porque mi íntriga era de dónde había aprendido portugués si había dejado el secundario de una manera abandónica a eso de los 16 años. El hombre vestido de blanco nos miró y agregó con dulzura "No quiere dejar el cuerpo ahora. Ya va a querer".
Se paró en un instante, frunció el ceño y le empezó a gritar a mi prima. Le ordenaba salir, como si un papá retara a su hijo. La piba lloraba sin consuelo y se revolcaba por todo el piso mientras rodaba y negaba con la cabeza, pataleó y se tiró de los pelos. El hombre con vestido blanco levantó la mano y decía AGORA, AGORA! Y después del tercer grito, La Patricia se quedó paralizada ahí en el piso, vomitó una flema blanca y se durmió hasta que terminó la sesión. Faltaban cuatro sesiones más.
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Habían pasado dos días desde que a La Patricia le "extirparon" (por así decirlo) el primero de los espíritus. Teníamos que volver el lunes. Y así fue: lunes a las 23:30, parados en la estación de Ramos Mejía de nuevo a repetir lo que había pasado el jueves pasado. Ya no había tanto miedo.
Subimos a la combi destartalada. Vueltas y vueltas hasta que llegamos al templo. Bajamos y fuimos directo al salón rojo y de bombos. Había ambiente de fiesta esa noche, todos -menos mi abuela y yo- estaban con vestidos coloridos y alegría.
Nos acomodamos en unos asientos y nos servimos comida, hasta que a eso de las doce y media empezaron a sonar los bombos y todos juntos gritaban "Pomba gira, Pomba gira", entraron 10 ó 11 mujeres con vestidos y adornos de todos los colores, con polleras largas y con el pelo sobre la cara. Empezaron a girar, a cantar y a bailar. Todas estaban ebrias de alegría, miraban hacia el techo y sonreían mientras cerraban los ojos como si estuvieran solas y con la música.
En el centro de todas ellas, estaba mi prima Patricia, que era la que dirigía a las demás, con las manos como si se tratara de una titiritera invisible y todas las mujeres en trance respondieran al manejo de sus hilos invisibles . Mi prima levantó la mano y los bombos se detuvieron. Cuando reinó el silencio, casi que se podía palpar, La Patricia empezó a reírse y decía "agora, agora" y todas sus bailarinas empezaron a sacarse la parte de arriba de los vestidos. Todas quedaron en tetas y sus cabelleras de colores que les tapaban los pezones. Parecía una pintura que terminó de completarse cuando ella misma se sacó la parte de arriba de su vestido de ceremonia y volvió a levantar las manos en señal de que la música siguiera. Yo no salía de mi asombro de ver a mi prima con el torso desnudo. Mi abuela no lo toleró todo eso. "Nos vamos" me dijo, se levantó y apareció el hombre de blanco.
"—No señora... usted no se va a ningún lado. A la Pomba Gira la hicieron bajar." Le dijo a mi abuela y le puso la mano en el pecho, obligándola sutilmente a volver a sentarse.
En teoría nos tenían contra nuestra voluntad, en el medio de un ritual en donde mi prima estaba casi desnuda y giraba. Al principio me dio miedo, me daba miedo la desnudez de todas esas que bailaban y se divertían, me produjo un impacto al día siguiente si le tenía que contar a mis amigos del colegio que había visto doce pares de tetas en vivo no me iban a creer. Después de un largo rato, que fue interminable, dejaron de bailar y se subieron los vestidos. Aunque entre ellas no interactuaban, fueron comiendo, como un grupo entero de hormigas, todas las cosas que había disponibles.
El hombre de blanco se paró y haciendo señas nos llamó. La Patricia estaba sentada a su lado, sin remera y con el pelo en la cara.
"—Ella es Pomba Gira, no es Patricia en este momento. A ella le vamos a pedir que deje el cuerpo de esta muchacha. Necesito que colaboren."
charlamos un largo rato con eso que no era mi prima pero ocupaba su cuerpo y su conciencia. Nos hablaba en portugués mientras el señor de blanco, a quien ella le decía "Pai" nos hacía de traductor. Ella me miraba de una forma muy provocativa. Me tocaba el pelo y me hacía caricias en las mejillas, lo que me dejaba totalmente hechizado porque a esa edad yo cargaba con una confusión sexual catastrófica. Se acercó al hombre de blanco, le dijo algo al oído mientras me miraba. El tipo nos dijo "Dice que se va a ir sólo si hacen algo por ella. Vos, joven, ella quiere que la beses en los labios". "No, Matías ni se te ocurra" me dijo mi abuela, pero ya era tarde. Ahí estaba yo, caminando hacia mi prima que no era mi prima a darle un beso en la boca. La segunda sesión había terminado.
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Después de haber ido a la segunda sesión con La Patricia, el jueves nos tocaba de nuevo. Pero pasó algo, algo que apuró los tramites.
A la cantidad de parientes que le hacíamos el aguante a mi tío Turco y a su hija, se había sumado un miembro muy particular: La tía Juana.
La Tía Juana era la hermana más grande del Tío Turco, odiaba todo lo que tenga que ver con el diablo pero no formaba parte de la iglesia evangélica / cristiana a la que toda mi familia, en su mayoría, concurría. De ella sabíamos abiertamente que era alcohólica, ludópata y metida, se metía en todo. Se enojó muchísimo con cada miembro de nuestra familia por no haberle avisado nada. Esa tarde se había apersonado con una biblia abajo del brazo, olor a vino que te desmayaba y prendía la tele buscando el canal Cronica TV porque estaba re pendiente de la quiniela.
Desde que a mi prima le sucedió eso, nos juntábamos todas las tardes en el patio, y esa noche era especial porque iba a ser la primera vez en que íbamos a ver como la luna se iba a poner roja por un eclipse. Mi familia entera lo vivía con miedo. "Es la luna de Satán" les decían a mis primitos, "Esa luna está toda manchada con la sangre del Cristo" asustaban a los más pequeños mientras que mis primitas se tapaban los ojos.
Escuchamos un grito de mujer ahogado y lo siguiente: un golpe seco, un golpe parecido al que haría un huevo al caer de una altura importante. Todos nos paramos al unísono. Sin embargo, Tío Turco emergió de la puerta principal y empezó a llamar a mi abuela, a mi mamá "VENGAN LAS MUJERES, PERO QUE NO ENTREN LOS CHICOS, QUE VENGAN LOS GRANDES PERO QUE NO ENTREN LOS CHICOS"
Los más grandes se metieron a la casa, acto seguido, sacaron a la Tía Juana desmayada, con una cruz gigante en la mano que no soltaba. La dejaron en el piso del patio y la mujer no movía ni un músculo pero su mano apretaba fuerte la cruz. Los gritos de la Patricia parecían haberse amplificado, como si hablara por un micrófono cuyos parlantes estaban ubicados en el interior de la casa. Se la podía escuchar claro y fuerte por todos lados. Incluso nosotros, que con mi primo estábamos escondidos en un pasillo la escuchamos reír histéricamente. "LA HICE VOLAR, LA JUANA VOLÓ. SI LA HUBIESEN VISTO, VOLÓ".
Cuando la tía Juana recuperó el sentido, estábamos todos esperando que cuente que había pasado. Era imposible no hacerse esa pregunta a medida que íbamos viendo como el chichón de su frente crecía más y más.
"—Le fallé, le fallé al señor." Decía la Tia Juana sentada en el patio y tratando de recuperar la compostura. "—Yo lo único que quería era ponerle la cruz en la cabeza pero cuando le acerqué la cruz a esa endiablada de mierda, abrió la boca tan grande que le llegaba la quijada hasta las tetas casi. Y me gritó, me empujó contra la pared. Me hizo volar, esa mujer tiene una bestia en el cuerpo y nos va a matar a todos. Hagan algo."
Nosotros, que sabíamos el historial de nuestra tía, nos dio mucha gracia lo que había pasado. En realidad varios y varias con el paso del tiempo coincidimos en que se lo merecía. Pero a mi pima Patricia no le hacía gracia, estaba enojada y lo hizo saber.
Parada en el living, con su cara transformada, en camisón y con una bolsa roja en la mano le pegaba a las paredes. No intentaron detenerla, lo que estaba haciendo parecía que tenía un fin. Golpeaba la bolsa como queriendo partir el contenido hasta que lo logró. Abrió la bolsa, de la que caían gotitas rojas y marcaban la cerámica blanca del living, sacó un pedazo de lo que parecía un pedazo de bife congelado y lo empezó a comer. Estábamos todos estupefactos.
"—Esto se fue a la mierda, Patricia dejá de hacer eso. Te vas a partir los dientes" dijo Tío Turco, hablaba con esa voz que aparece cuando se mezclan el miedo y la impotencia, se le cortaba la voz. Mi prima no contestaba, seguía masticando los pedazos de carne congelada.
Fijo la mirada en el techo un rato mientras estábamos todos ahí mirando, no podíamos movernos, nos daba miedo la imagen de mi prima en camisón, comiendo carne cruda y sonriendo. Empezó a reírse a carcajadas, con la boca bien abierta, tanto que yo alcancé a verle dos dientes destruidos, aunque mi primo dice que toda la dentadura estaba rota. "QUIEN ME PUSO LA CRUZ EN LA CABEZA QUIEN FUE?" preguntó con la voz totalmente transformada, grave y rasposa. "Yo, demonio inmundo FUI YO" saltó a decirle mi tía. La patricia la miró y mientras se metía otro pedazo de carne la apuntó con el dedo y le dijo "VOLASTE, VIEJA PUTA, VOLASTE" y después de decir eso se desmayó.
María, la que había sido mi niñera y seguía el caso muy de cerca, nos dijo que no íbamos a llegar para que la trataran en el templo. "Está por manifestar al Exu, a San La Muerte, y va a hacer todo lo posible para que no la saquen de este lugar." Todo lo que decía María parecía cumplirse al pie de la letra. Ya había pasado la medianoche y estábamos todos ahí en el patio comiendo mientras veíamos la luna roja, que parecía tan mal augurio para toda mi familia y sin embargo, yo estuve un momento a solas con ella porque desde chico siempre me gustó alejarme de las multitudes que dicen estupideces. Me subí al techo de la casa de mi tío para ver la luna de cerca, desprovista de toda maldad que mis familiares le atribuían. Era tan linda, tan imponente, se me venían los bombos a la cabeza y a mi prima bailando en tetas con un vestido rojo y todo el pelo sobre la cara y los hombros, eso era la luna para mí.
Si los olores se movieran con la misma gracia con la que se mueven las serpientes, podría decir que aquel olor que interrumpió mi flasheada con la luna roja fue reptando en el aire hasta meterse por mis fosas y enroscarse ahí. Era asqueroso, como un cúmulo de varias cosas que están en proceso de putrefacción. Primero, parecía olor a huevos, después suavizó y se convirtió en un olor a flores con velorio, después se volvió a intensificar al punto que respirar me empezó a dar arcadas como cuando volvía del colegio caminando y veía a los perros atropellados descomponerse al costado de la ruta. Ese olor sentía, olor a perro muerto.
En el patio todos estaban igual, mi tío, convencido de que el pozo del baño estaba lleno entró a buscar agua en un balde para intentar neutralizar semejante vaho, pero no lo logró. Apenas entró, un grito desgarrador cortó el aire y ahí estaba toda mi familia de nuevo, siendo presa del pánico. Las hermanas gritaban "NO, NO PUEDE SER" y los hermanos "MI HERMANITA, DECIME QUE NO MURIO" "NO, NO, NO"
Mi primo me hizo una seña para que bajara del techo, parecía entusiasmado y nervioso a la vez. Aprovechamos que toda la familia se había acercado al sofá y ahí la vimos, a simple vista parecía que estaba muerta: Pálida, con la mirada perdida en algún rincón del techo, con las manos largas y huesudas, sus falanges habían adquirido un tamaño espantoso y exagerado. Se había vuelto esquelética o durante todo ese tiempo había perdido mucho peso. Sus pies, caían lejos del brazo del sofá y cada dedo que poseía parecía haberse estirado hasta emular los de un esqueleto de esos que te muetran en los manuales de primaria. Su cara, había sido succionada, dejando bien marcados los huesos filosos de su mejilla. El olor salía de su cuerpo, de la boca principalmente. La tenía un poco abierta y aunque estábamos todos muriendo de calor, ella largaba ese vapor de invierno cuando respiraba lentamente, acompañado de olor a carne podrida, a carne muerta. Si uno le acercaba la oreja a la boca podía escuchar un leve que no dejaba de hacer en ningún momento, como un susurro de voz gutural que se repetía sin cortarse.
Entró la Tía Juana, se llevó una mano a la boca y después de un par de tosidas dijo "Es San La Muerte... mirala, está transformada".
Catorce horas, con la Patricia casi muerta, casi transformada en un sofá y la luna roja. 14 horas con olor a muerto en toda la casa mientras en mi familia se turnaban para ir a verla, a ponerle paños en la cabeza, a ver como dejaba caer la mano esquelética en cámara lenta cuando se la levantaban para medirle el largo de los brazos. Mi prima, mide un metro sesenta y nueve, lo aprendí ese día porque cuando la midieron, había aumentado 40 centímetros de altura y nadie lo podía creer. Uno de los hermanos quiso sacar fotos con la cámara pero lo frenaron a tiempo, no era necesario aunque hubiese sido muy tétrico conservar fotos así. Era como verla muerta, como su velorio. Esa noche nadie durmió hasta que el sol salió.
Paso el día de la muerte (le pusimos así con mi primo) y mi mamá había ido varias veces a la casa de María y no la podía encontrar. A veces, María era de hacer eso, decía que tenía "trabajos importantes" y desaparecía una semana entera, y siempre que volvía nos contaba que se había ido a alguna celebración umbanda o que estaba ocupada con un trabajo grande. Mi familia entera estaba demasiado dolida con los pastores de su iglesia y aquella ineficacia espiritual que los hacía mermar en sus funciones liberadoras de mal. Tío Turco mandó a llamar a los pastores que ya habían fallado, y se les tiró a los pies gritando que si no eran ellos, que consigan a alguien que pudiera realmente con el caso de su hija. Una vez más, los pastores intentaron exorcizarla.
La sacaron al patio envuelta en una frazada, la dejaron tirada y empezaron sus oraciones "Padre nuestro cubre con tu sangre el cuerpo de esta muchacha" Inercia total, mi prima seguía sumida en otro mundo donde estaba mejor.
"Rompemos todo pacto de brujería y hechicería. Todo pacto con San La Muerte, Exu, Pomba Gira" mi prima ahí reaccionó y empezó a gritar "NO NO NO NO NO".
"Porque en ti, señor esta la fuerza para poder derrotar a los espíritus inmundos que habitan en este cuerpo". La Patricia se sacudía.
"Porque tú eres el señor de la luz, que todo lo pued..." la pastora no pudo continuar. Nadie pudo continuar. La Patricia, se había parado y eso no era lo peor:
Sobre sus piernas y en el piso, había dejado un manchón negro que parecía aceite para autos. El olor a muerto volvió, era nauseabundo. Mi prima se había cagado encima y se reía con los dientes rotos. Se sacó las pantuflas que le habían puesto y empezó a chapotear en el charco de residuos que había despedido. Las oraciones trataron de seguir, pero frenaron cuando la Patricia usó sus manos para encastrarse con esa pasta asquerosa y se le fue al humo a la pastora. Además de arañarle la cara, se la dejó llena de mierda.
La pastora dijo "No puedo, perdonen pero no puedo". Se metió en la casa y pidió prestado el teléfono de línea. Trataron de neutralizarla con oraciones durante la hora siguiente, pero fue imposible: los gritos y olor a muerto inundaban todo.
Golpearon las manos en la casa de Tío Turco y era una pastora de refuerzo que administraba la iglesia del barrio aledaño al nuestro. Se llamaba Sara y como era robusta transmitía seguridad instantánea. A mí me recordaba a Madame Maxime, la gigante de la que se ¿enamora? Hagrid, así que la quise de entrada, le tenía fe. La Patricia ya estaba débil y lo único que se me pasaba por la cabeza era la cantidad de gente que habrá muerto a causa de los exorcismos. Todo el desgaste que producen, aunque en este momento ya peligraba la vida de mi prima más que nunca, seguía con ganas de verla a ella y sus manifestaciones.
Al final, mientras esperábamos en el patio delantero. Apareció la pastora y aliviada dijo "Ya está. Le pudimos sacar a San La Muerte, lo echamos de su cuerpo. Pero no resiste, no aguanta más esta chica. Hay que dejarla descansar".
El pastor interrumpió a la pastora Sara y dijo "Lo que le queda, se cura con Dios. Con ir a la iglesia y que se haga creyente."
Creyente las pelotas. Al día siguiente mi prima había empezado a ser ella, como siempre pero sin embargo transportaba todo los recuerdos de cuando se le había llenado el cuerpo y la cabeza de entidades. El novio, que la había llevado a practicarse brujerías con él jamás apareció, tampoco en mi familia lo conocían, era un secreto de ella. Una tarde se presentó en mi casa a visitarnos, y mi mamá le preguntó cómo manejaba todo ese asunto, si se acordaba de algo. Ella le dijo que lo justo y necesario, que "los bichos no se le van a ir nunca" sólo que se calmaron por un tiempo. Y ahora, cada vez que Tío Turco hace sonar el teléfono, mi vieja a modo de chiste dice "Seguro es tu prima, volvieron los demonios" y después se arrepiente y dice "Ay no, por el amor de dios... nunca más". Los dos sabemos que eso es una duda para siempre.
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matiasvillarreal · 6 years
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El Orejón Baraka
Con el orejón éramos amigos de la infancia, nos habíamos conocido en el barrio porque nuestras casas estaban situadas a una cuadra de distancia pero en la misma calle, por la misma que vivían todos los chicos de la banda que habíamos formado para andar en bicicleta e inspeccionar las casas abandonadas del barrio. Cuando el orejón, que se llamaba Ezequiel pero ninguno de los chicos lo llamaba por su nombre, se enteró que me iban a cambiar a una escuela privada decidió hacerme la cruz, no sé muy bien que lo llevó a reaccionar así. Todo se desencadenó una tarde de verano a la hora de la siesta mientras los dos más grandes: El Bebu y El Rodrigo se disputaban a los mejores jugadores para el partido de fútbol que íbamos a jugar. El orejón y yo quedábamos últimos en la selección porque éramos malísimos pero a pesar de eso nos tenían que elegir igual y yo estaba convencido de que era un buen defensor.
"¿Vas a ir a una escuela privada? Esas son de ricos y tu vieja no es rica." Me había dicho con una mirada de bronca, de indignación. "Ya sé que no somos ricos, mi mamá me dijo que nosotros nunca vamos a ser rico pero que ella y mi abuela quieren que yo estudie y sea alguien en la vida" "Pero en la escuela del estado también podés ser alguien en la vida" me dijo él, y le empezó a temblar el labio de arriba casi de una forma incontrolable. "En esas escuelas está lleno de piojosos me dijo mi mamá y que además seguro me van a cagar a palos" le dije yo y El Bebu pegó un grito para que me sumara a su equipo. El orejón me iba a decir algo pero fue inútil, lo dejé con la palabra en la boca y ese fue el último intercambio verbal que tuvimos durante mucho tiempo.
La piel del Orejón era casi naranja, y su pelo marrón claro, tenía la mirada punzante y la cabeza demasiado pequeña para sus orejas. Usaba la ropa de los hermanos que eran todos más grandes y se encargaban de hacerle bullying de forma constante. Él siempre aparecía con sus juguetes rotos, o siempre le compraban ropas que en realidad eran imitaciones de marcas originales y los chicos de mi barrio eran muy crueles con él... más de una vez lo hicieron llorar porque el Orejón se dibujó con tiza el logotipo de "Nike" en sus alpargatas negras y gastadas. Lejos de burlarme como los demás, había algo en el orejón que me remitía a Ron Weasley, quizás la cantidad de hermanos y su familia pudiente, las cosas usadas que lejos de renovarse se perpetuaban para los posibles nuevos miembros de la familia.
Crecimos, y cuando teníamos quince años nos cruzábamos en el barrio pero nuestras vidas habían atravesado procesos en que nos olvidamos muy bien de nuestra mistad. Una tarde que me lo crucé en la esquina, de la que decidió adueñarse, me escupió uniforme escolar: mocasines marrones, pantalón gris oscuro, camisa blanca y corbata verde con un guardapolvo horrendo en el que se leía "COLEGIO SAN ALBERTO". El orejón se puso iracundo al verme vestido así con el uniforme y era la primera vez que lo veía fumar porro y tan borracho. Tenía la boca llena de saliva y una botella de plástico llena de vino a la que le picaban pastillas como rivotril, decían todos. Eso lo ponía violento y terminaba por desconocer a la gente del barrio que pasaba todos los días para ir a tomar el bondi. Cuando le conté a mi mamá lo que El orejón me había hecho, lejos de enojarse, respiró profundo y me dijo "Ese pibe está mal, ¿ves ahora porqué yo insistí tanto con que fueras a una escuela privada?" y yo todas las noches dormía tranquilo, sonriendo y sabiendo que El Orejón era una lacra, una larva social y que incluso de seguir así merecía morir porque iba a terminar siendo delincuente.
Por pensar de esa forma, y verlo actuar de una manera tan extraña cuando me lo cruzaba empecé a tenerle miedo y él lo sabía. Ese mismo año que cumplí quince y ya me daban permiso para juntarme por las noches con mi primo Nico, que tenía 17 y compraba las cervezas, El Orejón estaba en su esquina sin luces jalando poxyran de una bolsita de plástico blanca que guardaba en la manga de su buzo re usado y sucio.
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Al año siguiente, durante la tarde antes de la cena de navidad, El orejón salió corriendo de la casa y atrás de él su padrastro, cuyos gritos inundaron la cuadra y todos salimos a ver qué pasaba.
El padrastro le gritaba "FLACO HIJO DE PUTA, DROGADICTO DE MIERDA, TE ROBASTE LA PLATA DE LA COMIDA, NO VUELVAS, NO VUELVAS".
Y era verdad: El orejón se había gastado la plata de la comida de navidad en una gira efímera pero efectiva. Había desaparecido cuatro días y su familia lo andaba buscando, incluso habían hecho la denuncia. Cuando apareció, no dijo dónde había estado ni con quién. Solamente tenía aspecto de que no había pegado un ojo hacía mucho tiempo, y aun así lo que menos sospechaban sus familiares era que iba a ser capaz de robarse la plata para la comida. Lo metieron en una granja de rehabilitación, no lo dudaron ni un segundo.
El 31 de diciembre de ese mismo año, en la granja, tuvo su primer intento de suicidio. No pudo porque lo engancharon cuando se quería cortar las venas con una botella rota, le suturaron el brazo y optaron por tomar medidas extremas aunque todo era indicador de que no había caso, el pibe no sabía cómo mejorar ni tampoco estaba dispuesto a aprenderlo. Pidió volver a la casa argumentando que se sentía morir, que él sabía que se iba a morir porque Dios se lo había dicho en un sueño, le había mandado un ángel que se lo comunicó. Durante esa instancia en la granja, El Orejón se volvió un evangelista bastante particular: él se podía conectar mejor con dios cuando se drogaba.
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Mi papá, que era dueño de una panadería, le dio trabajo muchas veces. Y aquella vez, cuando supo que El Orejón había cambiado -porque en todas las iglesias evangélicas del barrio se andaba contando su testimonio- decidió darle trabajo nuevamente aunque la queja perpetua siguió vigente: a las 3 semanas lo encontró fumando marihuana y no quería "empleados drogones" . Mi papá estaba bastante reacio a que sus empleados fumaran faso, porque al manipular maquinas que se encargaban de amasar las grandes mezclas de harina y agua que ellos mismos preparaban, también a causa de una distracción o un por un buen porro podían terminar perdiendo la mano o con las falanges rotas.
Así que El Orejón volvió al barrio, a la esquina de siempre. Empezó a consumir rivotril con vino nuevamente y sus alucinaciones se mezclaron con un misticismo abrumador. Muchas veces se ponía a hablar sólo o leía un nuevo testamento que se había traído de la granja. Miles de veces podías ver al Orejón hablando solo y levantando los dedos señalando cosas invisibles o haciéndose la señal de la cruz arrodillado y hablando en un idioma extraño, que al mismo tiempo no parecía nada congruente pero según él, eso le pasaba cuando lo tocaba el espíritu santo.
Llegaron los planes para limpiar veredas que Cristina Fernández de Kirchner impuso como alternativa para que un montón de personas desempleadas pudieran tener acceso a un monto financiero por hacer ese tipo de actividades. El orejón vio la luz ahí, y cuando se anotó y le dijeron que sí, que estaba seleccionado empezó a cobrar su mensualidad. El orejón trabajaba y empezó a tener plata, el orejón estaba feliz. Porque sólo se drogaba los fines de semana o después de trabajar. Había empezado a tener más alucinaciones con Dios. A medida que se drogaba cada más vez y con más sustancias, más cerca de sentir a Cristo estaba, según él.
Pero había algo en especial que impulsó al Orejón a juntar plata y fue que no tenía dientes. Uno por uno se le fueron cayendo, entre la poca higiene y el paco que consumía demás del poxyran. De algunas piezas dentales sólo conservaba restos puntiagudos que le hacían dar una apariencia intimidadora y por eso le empezaron a decir "Baraka", como un personaje de Mortal Kombat que es pelado, con las orejas grandes, de apariencia demoníaca que termina de culminarse en la parte de sus dientes: todos filosos y puntiagudos. Los más chicos del barrio, que disfrutaban de ir a molestarlo cuando lo veían en la esquina, hablando con Dios o manifestando al espíritu santo con su lengua extraña, le empezaron a decir "El Orejón Baraka"
Y lo más turbio, para mí, fue que se había enamorado de mi hermana (que en ese tiempo ella tenía 13) y le mandaba mensajes de texto cuando estaba sobrio, "Te voy a esperar siempre, hasta que cumplas los 18 bonita". El orejón Baraka discutía con todo aquel que dudara acerca de su evangelismo y compromiso con dios. Se negaba a entender que las drogas que usaba eran altamente mortíferas y contaminantes. Él decía que la batalla más grande su vida era contra sus propios demonios y que en las drogas encontraba a Dios, años más tarde cuando me tomé un ácido entero y creí haber entrado en contacto con Dios... se me apareció la imagen del Orejón Baraka en mi cabeza y entré en una espiral de dudas ¿habrá sentido lo mismo que yo estoy sintiendo ahora? En fin, cosas de la pepa. Pero en la iglesia lo odiaban y no se bancaban que tuviera dos caras así, que sea tan sinvergüenza. Lo empezaron a echar de todas, le decían que no era bienvenido. Y mi hermana, en su inocencia y compasión, le ofreció congregarse donde ella y toda mi familia iban.
La situación del orejón Baraka enamorado de mi hermana duró siete días o menos, mi hermana pierde la paciencia con mucha rapidez y ya cansada de tanto acoso le dijo "NO QUIERO SALIR CON VOS, NO TENES DIENTES Y SOY MENOR DE EDAD, NENE". El orejón enloqueció cuando mi hermana le contestó eso frente a toda la iglesia. Se puso tan nervioso que se aguantó las ganas de llorar pero se fue corriendo a su casa, a buscar su plata ahorrada, su esfuerzo remunerado, su salvación, su dentadura en billetes. Sin embargo, no había rastros del dinero. Como si nunca hubiese existido o como si se tratara de una ganancia ficticia. ¿Dónde está mamá, donde está mi plata? Le gritaba el orejón a su madre en el porche de su casa mientras le pegaba patadas al portón ¿Dónde está la platita que junté para hacerme los dientes? Se lo gritaba llorando a moco tendido.
Se la habían robado a su platita. El padrastro y el hermanastro le sacaron, a modo de venganza, la plata que el orejón les había robado para la cena de navidad.
"ah no sé, ah no sé, USTED ROBÓ PLATA Y AHORA LA TIENE QUE DE-VOL-VER, pedazo de mierda ¿o ya te olvidaste?" le gritaba el padrastro. El orejón Baraka lloraba a los gritos en la vereda y se pegaba en la cara.
Lo encontraron casi muerto en una avenida que se llama Croacia, el pibe se había querido ahorcar con unos cables de teléfono, que en ese tiempo eran comúnmente robados para vender el cobre que tenían. Tenía los cables alrededor del cuello y convulsionaba hablando en esa lengua que él decía que era propia del espíritu santo. Y por días enteros repetía "gracias dios, gracias padre amado, gracias por tus milagros, amén" sin parar mientras las botellas con vino y pastillas seguían desfilando por su organismo.
Pasó el tiempo y no se lo vio más. Había múltiples teorías de a dónde podía estar el Orejón Baraka ahora, pero a nadie realmente parecía importarle. Una mañana invernal decido acompañar a mi hermana a la parada del colectivo y apareció... a lo lejos, estaba destruido. Cuando nos vio levantó la mano e hizo señas para que lo esperáramos. Mi hermana tenía tanto miedo que sacó el cutter que siempre tenía en el bolsillo por si tenía que defenderse y me advirtió que a la mínima ofensa de él, le cortaba la cara. Pero por lejos, sucedió todo lo contrario. El orejón no estaba destruido. Se lo veía re bien, había recuperado la compostura y ahora se paraba derecho, podía mirar a los ojos sin sentir ese rechazo por parte de todos, porque realmente ninguno de nosotros en el barrio nos podíamos bancar semejante esperpento humano y sin embargo nos regocijábamos con su existencia porque siempre podíamos recurrir a él para sentirnos mejor con nosotros mismos y nuestros mambos, nuestros odios y culpas.
"—Te quiero pedir perdón, Belencita" le dijo a mi hermana, y puso su mejor cara de congoja. "Ya está, no te molesto más. Gracias a vos yo entendí lo que tenía que hacer para ser feliz y dios me mostró el camino, me dijo como seguir." El Orejón Baraka estaba vestido de traje, peinado para el costado y su piel rebozaba de brillo, daba la impresión de haber rejuvenecido. Le preguntamos en dónde había estado y cuando se empezó a reír notamos que seguía sin dientes, había carne negra en donde terminaban sus encías, de la misma boca que salía un olor a algo estancado y podrido, mi hermana arrugaba la nariz sin disimulo. El orejón nos contó que había estado buscando a Dios y que la última vez que se le presentó, le dijo que tenía grandes cosas para él, pero primero había que accionar y sacrificarse. No entendimos a que se refería, pero esa mañana de invierno que lo cruzamos, el orejón Baraka iba a al velorio de su padrastro. Lo que sí, nos dijo que se seguía drogando porque Dios elegía las fortalezas y debilidades de cada persona. Y que por ahí te entraba.
Pasaron varios días hasta que el escándalo pululó por el barrio. Escucharlo daba escalofríos, asco, sensaciones encontradas. El orejón llegó al velorio del padrastro bastante triste, cuando se reunió con sus familiares se mostró arrepentido de lo que había hecho y de la distancia que había tomado. Abrazó a su madre y a su hermanastro mientras se acercaba al cajón donde ahora descansaba su padrastro. Se quedó las seis horas que duró el velorio, y antes del entierro y de que se cerraran el cajón sucedió un acontecimiento que dejó a todos sus familiares en pleno desconcierto. El orejón Baraka pidió estar a solas con su padrastro, necesitaba llorarlo por última vez sin que nadie estuviese cerca porque había cosas que necesitaba decirle y eran secretos de dos personas, pidió por favor que le cedieran cinco minutos a solas con él cadáver.
Nadie lo vio salir y estaban todos expectantes de escucharlo llorar o gritar de dolor. Sin embargo, nada parecía salir de esa habitación. Sólo escucharon cuando el Orejón empezó a hablar en esa lengua rara que él decía que era en arameo y que era la voz del espíritu santo en manifestación, no él. Cuando transcurrieron más de quince minutos y el Orejón no salía, decidieron entrar pese a que éste tampoco contestaba a los llamados de la puerta. Primero entró la mujer del muerto, y después de soltar un grito desgarrador y de llanto, se desmayó. El hermanastro del orejón no podía creerlo y empezó a gritar "CERRALO, CERRALO" para que alguien cerrara el cajón. Estaba el padrastro del Orejón, muerto claramente, pero con los labios despegados y la boca abierta a la fuerza, la mandíbula totalmente salida de lugar que dejaba a la vista un hueco negro en donde todos comprobaron que le habían robado la dentadura.
El padre del Orejón tenía un amor por los dientes de oro, a tener metal en la boca. Y por eso mismo siempre le decía a sus hijos que el día que lo enterraran lo hicieran con su dentadura, que nadie se atreviera a sacársela porque de lo contrario iba a regresar como un espíritu para molestarlos a todos. Varias veces se ponía ebrio y le pegaba al Orejón cuando él no quería escuchar las indicaciones de cómo debían enterrar a su padrastro cuando le llegara morir.
Hace poco mi hermana me dice "Mirá, ¿podés creerlo?" y me muestra una charla de Whatsapp. Es un diálogo al que ella eligió no contestar y prefirió bloquear en el acto. Sin embargo, vimos la foto. Aparece el orejón Baraka, con sus orejas gigantes y casi puntiagudas, se lo nota totalmente cambiado. Su cara parece haber recuperado más vitalidad y en realidad es porque no puede ocultar su principal atributo, nuevo: aparece sonriendo con una dentadura ajena, con un par de dientes bien amarillos, como si estuvieran bañados en oro. Dientes que en algún momento estuvieron en la boca de su padrastro pero ahora le pertenecían a él. Su nick "Ezequiel: Dios es fuerte, " y su estado "Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces."
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matiasvillarreal · 6 years
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La Mónica
Cuando comencé a recuperar la relación con mi padre biológico, descubrí que estaba lleno de historias y anécdotas bastante particulares. Una noche en la que jugó River y perdió (mi viejo es fanático) me quedé con él para hacerle el aguante y entre un par de botellas de vino, mi viejo me contó lo siguiente.
 Hace unos 35 años, mi papá biológico empezó a conocerle el gusto a la joda. Tenía tres amigos y vivían de acá para allá todo el día re locos. Por lo general, lo que hacían era comprar pastillas, picarlas y las vendían por cocaína. De esa forma se ganaba la vida mi viejo. Iban a capital y se las encajaban a los porteños. Mi papá tenía tres amigos inseparables: Carlitos, Lula (era varón pero le decían así) y Tacano, que había perdido un ojo de un pelotazo.
Hay una foto muy linda que tiene mi viejo: están los cuatro abrazados con sus mejores pilchas. Aunque no tenían necesidad de hacer lo que hacían, todo es ese sentimiento de querer hacer cosas ilegales se había potenciado con la última dictadura militar, para ellos la peor. Aburridos y sin entretenimientos  les empezó a pintar el vandalismo: explotaban buzones con petardos, salían todas las noches con gomeras y piedras a romper vidrios. Eran fanáticos de  "La naranja mecánica" porque el hermano de Tacano les  había hablado de la novela y de la película. De hecho, fue la primera película que vio mi papá cuando el hermano de Tacano se robó una videograbadora de una familia rica que vivía en San Isidro.  Hacían lo mismo que Alex y sus drugos: drogas y vandalismo.
 A 4 cuadras de mi casa, acá en José C. Paz, hay un almacén. No tiene nombre, todos le dicen "El almacén de La Mónica".
La Mónica era una mina del barrio de la que todos conocían algo que ella trataba de ocultar: Cada 6 meses se dejaba crecer el pelo, se pintaba las uñas, usaba vestidos, perfume dulzón y maquillaje. Los otros 6 meses del año prefería raparse y andaba en una moto, usaba bermudas y camisetas de futbol. “Era tortillera, y tenía las mejores minas” me reconoció él a medida que seguía ingiriendo más vino y se le aflojaba la lengua.  Mi viejo la conoce desde siempre a La Mónica. El almacén está desde siempre. Nunca cerró, nunca cayó en la ruina, nunca sufrió un robo. Muchos almacenes envidiaban su éxito, porque a medida que avanzaba el tiempo, ese negocio adquiría más productos. Era próspero y envidiado.
 Mi papá cuando era chico se dejaba el pelo por los hombros, y una noche que salió a vender pastillas con los amigos, terminó drogándose con muchas personas en una fiesta y lo última que recuerda es haber tomado de una jarra con gusto a jarabe. Al día siguiente se despertó y ya no tenía más pelo. Lo tenían atado de las manos en su propia cama y mi abuela junto a las hermanas de él  esperaban preocupadas a que se despertara. Se había acabo la vida de reviente de mi papá porque sus amigos no supieron que hacer y tuvieron que traerlo al barrio. “Todos dicen que en esa fiesta yo me descontrolé porque había mucha droga y me tuvieron que cagar a piñas para desmayarme y traerme a mi casa”. Como no lo dejaban salir tanto, mi viejo se dedicó a observar a la gente del barrio ya que necesitaba plata y no tenía ni un peso. Se le había ocurrido empezar a observar a todos los que vivían cerca con la intención de robarles. Y así fue, que una tarde que fue al negocio de La Mónica, ella estaba rapada y le habló sobre la victoria que había tenido River la noche anterior. Se quedaron hablando tanto, que entraron en confianza y ella le contó que en un mes se iba de vacaciones con “una amiga” aunque mi viejo intuyó que se trataba de la novia de La Mónica.
 Mi papá se encargó de seguir día a día los movimientos del negocio, porque la casa de La Mónica quedaba en la parte de atrás. Y una tarde, mientras pasaba fumando un porro, por fin pudo ver lo que estaba esperando: ella y su novia estaban en el auto guardando mercadería porque se iban a la costa. Oportunidad perfecta para entrar a la casa y al negocio a sacarles cosas, plata, comida. Sus tres amigos lo apoyaron con el plan y esa misma noche, se mandaron a la casa saltando un paredón que daba al patio de la casa de la mujer. Antes de entrar habían peinado unos buenos gusanos de merca y se mandaron sin pensarlo, a veces la droga da el coraje necesario para actuar pero no garantiza una buena performance.
 Cuando por fin entraron en el patio, notaron que no había ni una luz encendida. “Qué torta rata de mierda” dijo Tacano y sacó la única linterna que tenían. Se llevaron una sorpresa que, apenas la vieron, todos se frenaron al mismo tiempo aunque estaban corajudos de tanta cocaína y nada les importaba: ni siquiera que la puerta trasera de la casa de La Mónica ya estuviese abierta, como si los invitara a entrar. La llave de luz no funcionaba, se tuvieron que manejar a oscuras y con una sola linterna, lo que los ponía frenéticos y miedosos al mismo tiempo. Trataron de que eso no nublara el objetivo principal: el robo de objetos de valor. Cuando Subieron  a la habitación de La Monica ya tenían velas que sacaron de la heladera y vieron que había una cama de dos plazas con un acolchado bastante kitsch, de animal print. El olor a mierda que flotaba en la habitación era muy fuerte. Empezaron a recorrer la habitación y en una bolsa de consorcio encontraron plumas y varias bombachas con sangre. No quisieron tocar nada pero ya era tarde: mi papá, reconocido por su torpeza incontenible, había pateado la bolsa de un susto que tuvo cuando en una de las paredes vio un cuadro de una bailarina de ballet hermosa con tutú y ropa rosada. El cuadro hasta ahí parecía lindo, pero la bailarina estaba desmembrada y no tenía ojos, solo cuencas negras.
Se empezaron a inquietar, escucharon ruidos abajo, empezaron a sentir que alguien subía las escaleras. Pensaron en esconderse debajo de la cama. Los nervios empezaron a subir cada vez más. Pero se convencieron de que era paranoia de merca y Lula les dijo que dejaran de actuar como putos. “Acá vinimos a robar, no a tener miedo del cuco”. Le hicieron caso porque era el más grande del grupo y abrieron los cajones de las mesitas de luz, había consoladores sucios de varios tamaños, mi papá estaba fascinado porque nunca había visto cómo eran. Quiso tocar uno, pero Carlitos lo frenó “¿Sos loco? Eso está lleno de mierda, hasta podría tener sida. No lo toques” le dijo después de darle un chirlo en la mano.
  Para decepción de ellos,  no encontraron nada de valor, salvo otra bolsa de residuos negra que había en el ropero  y cuyo contenido era  una cámara de video, un casette y en el estuche había del VHS dos medallitas con sus respectivas cadenas de oro.
Se repartieron los premios encontrados: mi papá se llevó el casette porque además de inútil ladrón, siempre tenía pocos huevos y aceptaba una sumisión constante frente a sus amigos. Lula se llevó una de las medallas, Carlitos la otra. Tacano eligió la cámara porque sabía que al hermano le podía gustar.
La Mónica tenía más cuadros de mujeres desmembradas en el living. Cuando los empezaron a observar dudaron en sacarlos de las paredes. Pero fue en vano, al primer intento que intentaron sacar uno, notaron que estaba adherido a la pared. Se dieron por vencidos, al final se terminaron llevando un par de alimentos y los objetos que encontraron en la bolsa del ropero.
Mi viejo volvió a su casa y guardó el casette hasta la semana siguiente que pudo verlo, cuando fue a la casa de su madrina… que era “rica” y tenía un televisor de 29 pulgadas y una videograbadora. Aprovechó cuando su madrina se fue al supermercado y cuando puso el casette,  vio que estaban La Mónica y su pareja, la que se había llevado de vacaciones.  Desnudas  y acostadas sobre el acolchado de animal print. Estaban teniendo sexo con los vibradores que él casi había tocado una semana atrás. La escena  capturaba la cama entera. Como si hubiesen dejado la cámara puesta sobre una superficie que la mantenía estática o una especie de trípode. En el video donde la pareja de mujeres se daba placer, mi viejo pudo distinguir que La Mónica lejos de estar rapada y emanando energía masculina, tenía el pelo largo y unas tetas redondas y paradas.  La naturaleza hizo su función y mi papá se preparó para hacerse una paja de esas que son exprés y pintan sin previo aviso, solamente porque estaba tranquilo de que nadie lo iba a molestar Se corta la luz. Mi viejo putea, se le venía el quilombo si lo encontraban manipulando la videocasetera. El corte de luz no habrá durado ni dos minutos, y cuando volvió, de nuevo se dispuso a darle play al casette.
Escena de La Monica teniendo sexo con su pareja nuevamente. Mi papá estaba por masturbarse de nuevo,  o por lo menos tenía en mente arrancar una paja pero no pudo porque  corta el video se corta en el momento en que más gritonas se pusieron las dos mientras se daban placer. Mi viejo se puso  a buscar el control de la videocasetera aunque sea para poner pausa y usar una imagen de lo que ya había grabado. Estaba de espaldas al televisor cuando sintió que la imagen había vuelto, el sonido también.
La misma habitación en donde estaban las dos acostadas ahora estaba llena de gente. La Mónica y su pareja seguían cogiendo mientras un grupo de personas aplaudían y cantaba alrededor de ellas dos. Daba la impresión de que celebraban algo porque se reían y lo que cantaban era alegre y festivo. .
Uno de los tipos que cantaba se acerca a ellas dos y le da una medallita a La Mónica, y la  otra a su novia. Se las ponen. Se corta el casette de nuevo.
 No pasan ni cinco que segundos que la imagen vuelve. Primer plano de la cara de la pareja sexual de La Mónica. Con los ojos bien abiertos y llorando. “Por favor eso no, eso no” decía mientras movía la cabeza hacia los costados, como si se negara a algo. La imagen se volvió a cortar y mi papá llegó a ver un cuadro de la novia de La Mónica bañada en sangre y con una jeringa en el cuello, con esa imagen vivió durante noches enteras.
   Llegó la madrina de mi papá y él sacó el video. Esa noche no comió, sentía el olor a mierda de la habitación de La Mónica pero en todos lados, como si lo tuviera alojado en las fosas nasales. Cuando volvió a su casa, lo fue a buscar a Tacano y el hermano, que tenían la videocasetera y les juró a ambos sobre el contenido del video.  "Estás drogado, chabón, viste cualquiera…" le contestaron, porque cuando le dieron play al video, básicamente nada había, estaba la pantalla gris. De inicio a fin, parecía que se trataba de un casette virgen.
 Ya había pasado casi un mes y medio del robo, y La Mónica volvió a abrir el negocio de nuevo... había vuelto de sus vacaciones. Y con otra novia, una nueva.
Mi papá y sus amigos se habían juntado en lo de Tacano porque no había forma de que ellos entendieran lo que mi viejo había visto en ese video, se la pasaban escuchándolo hablar de eso y nada más. Ya eran como las cuatro de la madrugada cuando empezaron a escuchar que alguien golpeaba las manos y no dejaba de hacerlo.  Salieron a ver y parada, con su camiseta de River, pantalones anchos y un cigarro en la boca estaba La Mónica, que cuando los vio a los cuatro juntos les dedicó una sonrisa que los dejó helados y sin capacidad de reaccionar.
"Ustedes, pendejos de mierda, entraron en mi casa y lo sé. Y tienen algo que ya saben que es... me lo tienen que devolver o  se les viene la noche". Se fue, no les dejó contestar nada.
Pasaron los meses sin penas ni glorias. La Mónica siguió su vida normal. Misteriosamente volvió a cambiar de pareja, de la otra no se supo nada.
   Cuando mi papá me contó esta anécdota, ya se había tomado 3 botellas de vino y se puso a llorar. Yo le pregunté si lloraba porque River había perdido, si era para tanto. Hasta que me maldecí en silencio porque me había olvidado completamente que Carlitos, uno de sus amigos había fallecido  el mes anterior. Carlitos era hijo de un transa conocido de mi barrio, le metieron dos tiros en el pecho por un ajustes de cuentas que el padre ignoró pensando que había salido victorioso. A Carlitos lo balearon después de un enfrentamiento que parecía que sólo se trataba de piñas.
Era el último amigo, de esa bandita y del barrio, que le quedaba vivo a mi papá. A Tacano lo atropelló un auto, a los pocos años, cuando cumplió 28 y se dirigía en bici a la casa de un transa a comprar cocaína para festejar su cumpleaños con mi papá y la banda. Lula se contagió VIH porque él y su novia se vivían inyectando en los brazos. Murió con el sistema digestivo hecho bolsa, dejó de comer y se empezó a secar cuando se enteró que tanto él como “La panki”, su novia, se habían contagiado de tanto compartir jeringas con varios fisuras del barrio. Mi viejo, con vergüenza, me terminó confesando que él también casi cayó en la misma porque después de inyectarse varias veces todos tenían relaciones sexuales con la novia de Lula.
 Lo inquietante de esta historia para mí, tiene su origen en que los amigos de mi padre fueron muriendo en el mismo orden que aparecían en la foto que tenían de pendejos, meses antes de meterse a robarle La Mónica. El primero fue Lula, seguido de Tacano y el más reciente fue Carlitos.
 En el velorio de Carlitos mi viejo estuvo toda la noche y por la mañana fue a comprar un Gatorade a lo de La Mónica.
Ella lo atendió sonriente,  y le dijo "¿Nada más, Fabito? acordate que vos me debes dos medallitas y algo más... mira que yo tengo memoria, estoy más vieja pero con la memoria muy afilada". siguió:
"Yo sé que a las medallitas se las metieron en el orto. Pero no me voy a quedar de brazos cruzados. Tres de tus amigos se fueron... y te la hago corta, Fabián: Dame el video porque las medallitas y la cámara ya está. Tus amigos pagaron por ella. Pero falta el video".
 Mi viejo le dijo que era una loca de mierda, que había un Dios que todo lo miraba y ella iba a pagar por bruja, por satánica, por macumbera. La Mónica se le cagó de risa en la cara y antes de que se fuera le dijo:
"Ah... y pará, haceme un favorcito: si no vas a venir con el video, no vengas más a mi negocio".  Y cuando él me terminó contando eso, entendí porque desde que lo volví a ver y cada vez que salíamos juntos a comprar algo me decía “NO, A LA TORTILLERA ESA DE MIERDA NO LE COMPRAMOS NADA”. Yo ignoraba que era por todo esto, pensé que mi viejo era un cavernícola lesbofóbico y nada más.
Al día siguiente de la borrachera de mi viejo y de la historia que me contó, que me dejó con los pelos de punta… fui a su casa y lo encontré el cuarto donde guardan todos sus trastos. Estaba transpirando, lleno de tierra y buscando algo en una cómoda vieja llena de cajones abiertos. Con  un montón de VHS’s viejos que eran de él y la familia que decidió formar cuando nos abandonó a mi hermana y a mí. La mujer me dijo “Tu papá es un pelotudo, mirá si ese casette va a estar acá. Qué manera de flashear pelotudeces.” Sin embargo mi viejo hizo como que ese comentario nunca existió, levantó la mirada y me dijo  “Si el casette está yo se lo quiero devolver a la tortillera esa mierda. Mira si me muero por un casette… ¿Quién te va a pagar la facultad a vos?”
 Cada vez que le pasa algo malo, como hace dos años que se le desprendió literalmente una rueda del auto mientras iba camino a San Pedro a pescar con sus amigos me dice “Esta es la torta bruja, que no va a descansar hasta que le devuelva el video” y se mete en el cuartito a revisar los cajones con la esperanza de volver a encontrarlo.
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matiasvillarreal · 8 years
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Fernando Zamorano ha iniciado sesión
Hola, necesito contarte algo. Más que nada porque no me gusta tener secretos con vos. Siempre sostengo que los secretos agrietan las relaciones y no quiero que ocultarte algo sea una grieta que nos cague el vínculo. Hace poco, cuando salí del trabajo por la noche, iba caminando por una  calle que siempre agarro para poder fumar marihuana sin tener que paranoiquear por los policías. Conocí a una chica, Vicky. Iba caminando por una calle de tierra, llena de árboles que se extendían al cielo, como si en las alturas se formaran arcos vegetales, como manos que se unían y encerraban a un insecto. Ahí me la crucé. “¿Eso es porro?” me preguntó. Le dije que sí y me pidió una pitada. Le convidé con gusto. Se ofreció y me acompañó a la parada del 57. “Salí a comprar cigarrillos y un chocolate para mi novio y mirá en donde terminé”. Estuvimos hablando y a la semana nos vimos. Trabaja en un local de ropa, que se llama Maria Cher o algo de ese estilo que pretende parecer fino y elegante. Tiene una forma de hablar bastante finoli, estirada…  no lo niego. Pero es soportable. Fuma, es atrevida y tiene carácter. 
Cuando nos conocimos,  caminando por la calle “Las Magnolias” me dijo “Shhheo soy Vicky, no mejor Victoria. Sí, yo soy Victoria”. Sentí que entendió mi prejuicio frente a esa manera de hablar. Tan de chica de Country de Pilar y chica de Recoleta. De un extremo campestre a uno rodeado de edificios y comercios, un asco las dos cosas. Más allá de eso, Victoria resultó ser alguien más que interesante. Ni sabe lo que vos y yo compartimos. No encontré momento para comentarle que yo ya estaba con alguien. Que mi acercamiento a ella era puramente de curiosidad, sin deseo.  A ella le gusta hablar conmigo. Me dijo que soy como una especie de bolsa sin fondo y que navegan muchos temas de conversación ahí en mi interior infinito. Me dijo que nadie fuma porro con ella, que todos dejaron (tiene unos 28 años) y que cuando fuma sola no se puede relajar del todo, siente que se pone insoportable porque le gusta hablar y nadie le sigue el ritmo.  Me dijo que eso le encanta de la marihuana, poder fascinarse con todo. Fascinarse con el movimiento rápido de las nubes cuando el viento sopla con furia, o sentarse a esperar la lluvia -super fumada- mientras se alimenta de ese olor previo al diluvio, y el primer minuto cuando todo el mundo parece inundarse de un aroma a tierra húmeda, a tierra que calma su sed después de haber estado sometida a un sol que castiga quemando todo lo que se le pone en el camino. 
Hablé de muchas cosas con ella, entre tantos temas y un par de porros, terminamos hablando sobre el juego de la copa y espíritus. — ¿Jugaste? —Me inquirió ella con sus ojos clavados sobre los míos y una sonrisa que se le dibujaba despacio, muy despacio en la cara. —Jugué…  ¿y vos? –le devolví la sonrisa en cámara lenta. —Sí, ¿querés que te cuente? —me desafío. —Mira que  a la noche no vas a poder dormir. —Contame, Victoria, contame que después te cuento algo yo.
Victoria se ató el pelo, se prendió un cigarro y aspiro fuerte.  Se estiró y dijo “Nunca se lo cuento a nadie. Pero me hacés acordar tanto a mi cuando tenía tu edad.  Y deberías creerme si te digo que entre los veinte y los treinta, cada año, es dos pasos para adelante o tres pasos para atrás”. Me acomodé, le di mecha al misil que habíamos armado y ninguno quería tocar porque ya estábamos demasiado colocados.  Victoria se aclaró la garganta de forma actoral, como preparada para relatar su peor pesadilla y al mismo tiempo como si fuera su favorita.
“Me pasó cuando iba a la facultad, cuando tenía tu edad o un poco menos. Apenas. Ahora tengo  28. Estoy en el point de la vida. Estudiaba abogacía con un grupo de amigas. Sí, todas una manga de conchudas que fingíamos hacerle caso a nuestros padres y a sus mandamientos sobre qué estudiar, charlas sobre ser alguien en la vida y cosas que no llegábamos a escuchar porque realidad no nos importaban y  los aborrecíamos porque vivían hablando por celular y juntándose con gente más horrenda que también vivía en esos barrios cerrados, como criados en peceras. Nos criaron en peceras. Nos acostumbraron a desconfiar de todos y todas  las personas y cosas que sucedían fuera de nuestro barrio privado. Entre las materias que teníamos en la carrera, había una que detestábamos: derecho de no se qué mierda. Sinceramente cuantos menos detalles tenga de este episodio, mejor. Vivo con la esperanza de que un día se me borre de la cabeza y que nunca más pueda contarlo o acordarme de lo que pasó. 
Si hay algo de lo que le agradezco a internet aunque ahora no la entiendo es que YO, Victoria Cornell, pude usar el MSN con la misma pasión que seguramente vos y los de tu edad usaron. Pero usarlo a los 22 ya era como ser demasiado canchero. No sé, viste, esa cosa loca de estar chateando con alguien. De que vos estés acá pero al mismo tiempo con un pie adentro de un mundo en donde la otra persona también está y pueden hablar. Como un limbo virtual que logra que todos nos conectemos y estar offline significa estar muerto.
Los profesores nos mandaban mails con las notas. Cada tanto alguno que otro profesor bien pirata no sólo te mandaba la nota sino que tiraba solicitud para agregarte a sus contactos. Entre ellos, el profesor de “derecho de no sé qué mierda”. Sí, así le vamos a decir a esa materia. El profesor de esa materia estúpida era un viejo baboso y misógino. Un asco, remera que te ponías (por más cerrada que fuera) y remera que atraía su mirada. Zamorano, ese era el apellido, bravo el viejo, así era él. Si te hacías la Lolita todo bien, si en cambio no decías nada, o respondías algo que te dejaba como una estúpida que está buena y que por ser rubia no tiene derecho a estudiar  abogacía entonces el tipo te agarraba de punto, ¿entendes?. Zamorano  era pelado, aborrecible, no tenía tacto. Era frío, como un reptil. Y cuando nos enteramos de que había tenido un ACV y que posiblemente nunca iba a poder corregir nuestros parciales con su forma tan técnica, deseábamos con todo el corazón que el viejo se muriera. En ese tiempo con mis amigas andábamos en cualquiera. Nunca faltaba la merca, la cocaína y la que tiraba la idea de jugar al juego de la copa. La que siempre se animaba era Elena. A ella le encantaba arrancar la sesión, su familia era italiana y en ellos siempre fue común jugar al juego de la copa.  Como una tradición.
La primera vez que jugamos Elena nos explicó: “Nada de mover la copa con el dedo porque van a sentir cosas feas cuando estén solas. Nada de preguntar en voz alta. Abro la sesión, lo que entre a mover la copa va a decirnos si estamos autorizadas a preguntarle algo. Cuando les toque preguntar,  mentalmente digan “Hola, ¿te puedo preguntar algo?”, la copa va a contestar “SI” o “NO”. Si la copa contesta que sí, vuelven a preguntar mentalmente lo que quieran saber. De esta forma nadie puede alterar la respuesta de nadie.
La primera vez que jugamos fue bastante tosco, todo. Teníamos un cuaderno francés para anotar las letras que la copa señalaba.  Y la mesa de vidrio en la que jugamos tenía letras a su alrededor, recordar eso me vuelve loca. Nos sentamos. Elena abrió la sesión. Hablamos con un señor, que vivió hace mucho tiempo en un caserón en el que ahora se encontraba nuestra casa, en pleno barrio cerrado. Él nos dijo que ahora cuidaba el terreno. Nos dijo lindas y cuando lo invitamos a que se retire  y la copa culminó su show con las letras “T A  L U E GO”. Quedamos fascinadas, ese fue el inicio. Esa noche también una de las chicas, Mechi, había conseguido falopa pero de la buena. La que ingresaba directamente por la nariz, dejaba un rastro de fuego y amargura. La que encendía la taquicardia que se bajaba a litros de cerveza y humo de cigarrillos. Se la traían al novio, un pelotudo que la cagaba con cualquier cosa que se moviera pero siempre tenía merca de la buena.
Se nos volvió costumbre, casi un ritual. En donde teníamos lugar siempre había bolsitas de cocaína, con tarjetas de crédito, iPhones y perfumes caros, también nunca faltaban las letras del alfabeto cortadas en pequeños trozos individuales y espíritus que nos contestaban cosas.  Una vez, recuerdo estar tan colocada y dura por la cocaína que me temblaba todo el cuerpo y pensé que había tocado la copa y estaba siendo poseída.  Esa noche no hablamos con un humano, ni con un fantasma. Eso era algo malo. Yo tuve ese mal flash, pero en un momento  sentimos pasos que venían desde la escalera y era imposible, estábamos en la casa de la abuela de  Agus (la vieja estaba de vacaciones y le copamos la casa en San Isidro). Cuando sentimos los pasos nos alteramos y Elena abrió grande los ojos y dijo “EU, TRANQUI, TRANQUI, NO ABANDONEN EL JUEGO”. Los pasos dejaron de sentirse.  Pero ahora todas esperábamos que bajaran cinco tipos con armas, que nos desvalijaran y encima que se llevaran la merca. Un bajón. Estuvimos hasta las seis de la madrugada jugando con eso, no se quería ir. Giraba la copa sin parar, y por momentos sólo señalaba letras que unidas formaban cosas como
“N O  N     L U C E    ,  M O R  T  E  M  , D I A B O L O,  M A N D U C A N S”
Esas cinco palabras me quedaron grabadas. Recuerdo haberlas anotado una y otra vez en mi cuaderno francés, las repetíamos en voz alta, adivinándolas para que “eso” se aburriera de escribir y se fuera. En total fueron tres carillas en donde las escribí una y otra vez, esa noche quedamos agotadas e incluso dejamos de hacerlo por un tiempo. Me refiero a jugar al juego de la copa, con la droga seguíamos y no había planes de bajarse. Salvo por los domingos, esos putos domingos tirada en la cama, sabiendo que te espera un día de estudio intenso sobre leyes y vos lo único que querés es bajar toda esa cocaína que te hace pensar de más, que te amarga y te arrastra hasta los abismos más negros del pensamiento, la misma que hace un par de horas te dotaba de un aura social y un super ego divino, sin miedo y desafiante.
Era una noche de primavera cuando decidimos volver a jugar. Pusimos Led Zeppelin de fondo y después de aspirar unas líneas, tomamos valor, pusimos las luces tenues y ahí estábamos las cinco, contentas de retomar el contacto sobrenatural que juntas atraíamos. Entramos en contacto con lo que parecía ser un hombre. Nos contestó a todas con mucha amabilidad. Yo me acuerdo que pregunte mentalmente si el novio de Mechi la seguía cagando y la copa fue a un “SI” rotundo. Sonreí con culpa. Mechi , a los días, le encontró  unos mensajes a su novio, eran de una flaca que se estaba cogiendo. Una de tantas.
Cuando le tocó preguntar a Elena, la copa puso “NO” y empezó a girar como si estuviese movida por un niño encaprichado. Nos agarró adrenalina. “¿Qué preguntaste?” le dijimos a coro. “Le pregunté si sabía cuánto falta para que se muera Zamorano”. Ella sonrío, nosotras también. De Zamorano sabíamos que había empeorado, ahora estaba en coma. Los parciales seguían sin aparecer, corría el rumor de que nos iban a tomar uno de nuevo. Si los otros parciales no aparecían o el viejo se moría era una bendición del mismo sabor. La copa se calmó. Volvimos a preguntar todas. Las respuestas fueron unas seguidillas de números. Un número para cada una. Todos eran menor que cinco. Claramente todas habíamos preguntado por lo que “supuestamente” nos habíamos sacado en el parcial.  No le caíamos bien al espíritu y de pendejas nomás, decidimos boludearlo.
Primero preguntó Elena: La respuesta fue “R  O  S  A” Después preguntó Mechi: lo que respondió la copa fue “J U E V E S” Siguió Agus y la respuesta, lo que le produjo una sonrisa nerviosa, fue: “H O Y”. Guada, la más callada, preguntó y la respuesta fue “N O”. Pregunté yo, mi respuesta me congeló la sangre, era un “SI “. Que no tardó en responderse. Fue casi magnético el movimiento que hizo la copa mientras yo formulaba la pregunta.
“Yo le pregunté de qué color era mi bombacha dijo Elena”. Fascinada. “Yo le pregunté cuándo fue la última vez que me depilé” dijo Mechi y me empecé a sentir incómoda. Como observada. “Yo le pregunté cuándo fue la última vez que me toqué”. Agus soltó una carcajada y se puso colorada.  “Hoy, en la ducha” dijo. Todas rieron. Todas menos Guada y yo. “Yo le pregunté si realmente Zamorano llegó a corregir los parciales”, dijo Guada con la mirada perdida, como tratando de escaparse de la habitación con tan solo mirar la puerta. “Y la copa dijo que no”. Su voz temblaba. Led Zeppelin volvía todo más inquietante. “Es él, es el viejo” dije yo mientras sentía como un miedo se dispersaba por el aire, como una peste que aniquilaba mi bienestar. Sentía que alguien había estado cerca de nosotras todo el tiempo y que ninguna se había percatado hasta ese momento. “Yo le pregunté si era Zamorano” dije cuando todas las miradas se dirigían a mí.  La voz me temblaba.
Elena abrió grande los ojos en señal de que no me alterara. Pero podía ver el miedo en sus pupilas que estaban dilatadas como las de un gato que sabe que está por ser atacado y desconfía hasta de su sombra. Cerró los ojos y a los treinta segundos la copa se empezó a mover.   “A  H  O R  A         S  I” puso la copa. Giró de forma violenta como dando sus últimos movimientos. Y Elena dio la señal de que estaba todo bien. “Saquen los dedos” dijo. Y respiro aliviada.
Estábamos todas calladas sin poder decir nada cuando me llegó un mensaje, un compañero de la facu muy goma que siempre me escribía. “CONECTATE AL MSN, NO SABES LO QUE PASOO!!!”. Nos conectamos con mi MSN, le escribí a Martin (nuestro compañero).
Vicky dice: “Qué onda, qué pasó?” Martin… está escribiendo un mensaj… “BOLUDA, ACABAN DE CONFIRMAR QUE MURIO ZAMORANO HACE RATITO. CREO QUE YA FUE LO DE LOS PARCIALES, NOS SALVAMOS!” Vicky dice: “QUE?????? Hace cuánto murió?” Martín… está escribiendo un mensaj… “Hace poquito, uno de los hijos se habla mucho con mi primo”.
Martín quedó hablando solo. Yo quedé paralizada, dura, la noticia me pegó mal.  Habíamos hablado con una persona que conocía nuestra ropa interior, cuando nos depilábamos y nos masturbábamos en la soledad de una ducha. Era Zamorano, y la idea de que el viejo mientras estaba en coma nos observaba me aterraba. Seguro nos observaba en tetas, durmiendo. Seguramente babeando y con su pija vieja y arrugada -apenas eréctil-. De esa forma lo soñé durante mucho tiempo. Me despertaba en el medio de la noche porque en mis pesadillas veía a Zamorano parado y acercándose con su pene en una mano. Mientras largaba chorros de baba y sangre, sin poder hablar bien. No pudimos sacarnos el miedo de esa experiencia por un tiempo. Incluso hacíamos conversaciones grupales con la idea de sentirnos más acompañadas. Las cinco alumnas que eran espiadas por su profesor baboso mientras todos lo veían como un simple ser humano en estado comatoso.  En una de las conversaciones grupales yo conté con detalles mis pesadillas y Mechi contó que había recibido una llamada al teléfono de línea. Que se escuchaba mal, pero que se escuchaban gemidos. Gemidos feos, como de un viejo que respira con dificultad. Y lo que le daba terror fue que recibió la llamada el día que se estaba depilando. Y todas volvíamos a pensar en Zamorano. Elenita puso “chicas, el viejo de mierda ya nos hacía pasarla mal en sus clases, no dejemos que nos rompa las bolas incluso después de muerto. Pensemos en que no va a volver y listo. ZAMORANO MURIO.”  Todas se fueron a dormir, yo me quedé despierta. Pensar en dormir me daba miedo, no quería tener pesadillas. Esa noche tenía la notebook sobre mi panza mientras me dormía cuando me despertó un sonido del MSN, el mismo que se escucha cuando alguien iniciaba sesión. Pero empezó a sonar de forma seguida. Sin parar. Como cuando alguien se conecta y se desconecta y te aparece la ventanita. No le presté atención, sinceramente se me estaban cerrando los ojos de nuevo. Pero en mi último segundo de lucidez, leí algo en ese cartel que me hizo tirar la notebook por culpa del miedo y  el sobresalto. En los carteles decía “FERNADO  ZAMORANO HA INICIADO SESIÓN” porque yo en un intento de hacerme la Lolita lo había aceptado, seguramente el viejo se pajeaba viendo mis fotos de perfil pero era mi forma de mantenerlo tranqui y que no me acosara. Ese día tuve un ataque de nervios, nunca me voy a olvidar los cartelitos que decían “FERNANDO ZAMORANO HA INICIADO SESIÓN”. Fueron 10 segundos en los que volví a sentir esa sensación de estar siendo observada desde un rincón invisible. Dejé de usar el MSN, las tres veces que intenté borrar el contacto de Zamorano fue imposible. Verlo en  gris, offline, me producía satisfacción,  pero el miedo me consumía cuando me acordaba de los carteles avisando que se había conectado aunque estaba muerto. Las chicas nunca me creyeron, me dijeron que estaba paranoiqueando porque seguíamos tomando mucha cocaína. Las mandé a la mierda, dejé la carrera porque no era lo que quería.”
Habían pasado 2 horas, Victoria me había hechizado con su relato. Le pedí permiso, para contárselo a un par de amigos, con lujos de detalles. Me dijo que sí, que lo haga. Que no tenía drama. Y cuando pensé en que nuestra charla había llegado a su fin me dijo “Ahora te toca a vos”. Ella prendió el porro, me tiró el humo en la cara.  Se empezó a reír y puso cara de impaciencia. Le conté lo que nos pasó. Todo, todo lo que sentimos y vimos esa noche del años dos mil nueve. 
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