Tumgik
escritoserrantes · 5 years
Text
Pensar
Pensar lo que vas a decir
Pensarlo un minuto antes de abrir la boca
Y largar una verdad
Una verdad como aguijón
Lo único que cuesta es pasión
-Aunque haya pasión detrás del discurso-
(Inmediatez, impaciencia, impulso)
Un pensamiento que cruza veloz
Por dentro de tu cabeza
No vale nada si no incluye todo lo demás
Es muy simple, simplemente pensar
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
La vida
La vida no vale nada hasta que estamos en el final
y cuando vale no lo sabemos
es un paso más en el sendero
un alma más que mora en silencio
y la luna refleja su lúgubre espectro
Nos devela un misterio
nos mira por dentro
se rompe el espejo
pasamos adentro
y como un tormento –un ligero mareo–
paseo en ese infierno
Y una por una las nociones más profundas
se ven transformadas, deformadas
nuevos ojos, nueva piel
pasiones, temor, duda
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Uraniana
Un relámpago se hizo en el cielo negro
Se pintó, en menos de un segundo
Y así como apareció se desvaneció
El crujir de ese rayo se sintió en mi pecho
Plantando un dolor distinto
Uno nuevo, desconocido por mí
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Una familia duerme
Una familia duerme
Y el ruido de la calle
Les despierta
El murmullo de la juventud
El inframundo de la noche
El silencio de la diferencia
Un abismo y una familia
Una familia que sueña
Duerme, duerme
Una calle transitada
Duerme, duerme
La familia duerme
Con su sueño bajo un cartón
Una gota, un rayo
Un frío polar, un sueño roto
Una pesadilla, un sueño
Una familia duerme
Un día no despertarán
Y la lluvia se lleva lo poco que hay
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Reflexión
Como animales, meramente por instinto, nos movemos
Olfateamos y pisamos sobre tierra desconocida
Exploradores inexpertos, pero sin miedo
Confidentes de nuestras acciones y palabras
(o eso creemos)
Admiración y complementación, entendimiento
 Las sonrisas, los mimos, las miradas y los ojos ciegos
Estampida de energías al contacto de nuestras esencias
Y sombría añoranza a la distancia de las mismas
Un galope de pulsaciones se expande
Y recorre mi cuerpo, me revitaliza
Me sorprende, me evaporiza
Me agita y me empuja
Me mueve
 Me tiño y brillo mucho más
Mis venas laten más y mi piel se estira más
Mis pupilas se dilatan, así como mi entusiasmo
Inexpresivo entusiasmo que florece en mí
Y brota por mis poros
Alucinantes colores y olores
Como un arcoíris de sensaciones suaves
Eternas caricias que me abrazan en sueños
Respiro, respiro y respiro
Sonrío, sonrío y sonrío
Y las nubes de tus besos me arrullan
Me mecen y me llevan a un oasis
Me refugio en él sediento de cariño
Con tus tenues manos me abrazo a la eternidad física
Cruzamos el umbral del tiempo
Y nos fundimos en un mismo sentimiento
 El frío nos alcanza y cristalizamos
Cristales puros
Colores inventados
Perfectos
Nuevos
Inconcebibles
Reformulados
Espontáneos
 La ternura nos reúne de nuevo
Y el ciclo vuelve a comenzar.
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
No fue un sueño
¿qué te desespera?
¿qué te angustia?
¿qué te asfixia?
¿solo un sueño?
es solo un sueño
es una venda sobre tus ojos
es un buitre que te ataca
un mosquito que te aplasta
un dolor psíquico
una sombra en tu mirada
lamiendo una espada
corriendo en la frontera
sin mirar al costado
un tren se estrella
un tren se estrella en la pantalla
y vos corrés
corriendo sin rumbo estás
abriendo el pecho escuchando
la risa que enmudeció
ese brillo distorsionado
aplastando tu pensamiento
y papeles de colores brillan en el viento
y tu corazón sin sentimiento
atrofiado por el embrutecimiento
no fue un sueño
no fue un sueño
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
POR UNA DOCTRINA DEL PLACER
ME SIENTO
ME TOCO
ME CONECTO
ME ESCUCHO
ME APRENDO
ME SINCERO
ME MUEVO
ME QUIERO
ME HUELO
ME MUERDO
ME RECUERDO
ME APRIETO
ME APLASTO
ME VUELO
ME HAGO
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Plutoniana
¿Qué se hace cuando una persona que amamos muere?
¿Llorar? ¿Llenar un formulario? ¿Llamar una ambulancia?
¿Para dónde se corre en ese momento que es momento detenido, extraído del tiempo?
¿En qué se puede pensar? ¿En el pasado? ¿En el futuro?
¿En el dolor inabarcable, insaciable, asfixiante - físico?
¿Cómo se sale de ese instante de no-tiempo?
¿Se escarba más o se intenta mantenerse a flote?
Flotar. Sobre el océano del tiempo. Y no pensar.
Sentir. Empaparse de ese momento, de ese dolor.
Y sufrirlo. Para eso está. Para sufrirlo.
Las olas te van a empujar a la orilla, y cuando estés lista te vas a levantar.
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Esos locos
¿Quiero ser como esos locos?
—La pregunta me ahueca como cuchara—
 Los veo desde el andén de enfrente
Observo desde la distancia
—acaso con fascinación
 el miedo se entrevera con la pasión—
Quiero ser como esos locos
descontracturados, desarmados
sueltos y perdidos
Pisando seguro y sin prisa, resueltos
Como gotas de lluvia abrazadas a las hojas
de los árboles después del chaparrón
Así me aferro yo al círculo infinito
No me divierte, pero nada es divertido en este lado
Veo a aquellos locos reír
con los ojos desorbitados
y las bocas abiertas como mis pupilas al verlos
abiertas para poder atrapar ese instante
poder identificar qué me fascina.
El borde del andén parece un acantilado
y desde esa altura miro al abismo
Ese vacío oscuro que resuena en mi pecho
como una angustia primaria,
como pecado original.
Me acerco al borde un paso más.
Sigo viendo a los locos enfrente
me ven, se ríen de mí/conmigo/ de ellos
A lo lejos el tren pisa los rieles
—una bocina—
Y mis ojos mojados buscan los ojos de los locos
a través de las ventanas empañadas
y las sombras de los pasajeros
de este tren fanstasma
1 note · View note
escritoserrantes · 5 years
Text
malviajadx
Como el ruido de una olla girando hasta detenerse en el suelo.
Los párpados bien cerrados, arrugados.
Una flor marchita en un saco desvencijado.
Una sonrisa muda e indiferente.
Constante.
El cansancio inexplicable.
La compañía ausente.
La soledad permanente.
Amanecer envuelto en frazadas que no abrigan porque el frío está adentro.
La indiferencia de los demás.
Una tortura popular y silenciada.
La locura creciente.
El sueño deformado.
La esperanza angustiada.
La lágrima seca, el grito ahogado.
Pasos a ningún lado.
El oasis convertido en desierto.
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Dieguito
A veces me cuesta creer que mi momento de mayor tensión sexual con alguien ocurrió hace más de 11 años.
Dieguito y yo éramos amigos. O al menos lo fuimos durante ese verano que separó la primaria de la secundaria. Siempre que lo recuerdo me gusta pensar que fue una especie de despedida. Una despedida de la inocencia tal vez, porque terminamos yendo a la misma escuela. De todos modos, nunca lo sentí como un amigo, de esos que sabés que van a durar. Fuimos toda la primaria juntos, pero nunca nos veíamos fuera de ella, salvo en ocasiones puntuales como sus cumpleaños. Invitaba a todos nuestros compañeritos: snacks, música de MTV (antes de que se volviera en un bombardero de realities), juegos, regalos, torta con el número indicado de velas, bolsitas con dulces y el llanto. Siempre era igual. Yo no entendía por qué terminaba llorando y abrazaba a su mamá por la cintura mientras ella intentaba calmarlo, reforzando así su lazo. Ese lazo que cada vez es más difícil de soltar, de cortar. Crecer.
Sus viejos eran muy grandes, no lo notaba desde mi óptica de nene, pero si ahora lo pienso los recuerdo más como abuelos que como padres.
Hayan sido abuelos o padres, envidiaba mucho su estilo de vida y los siempre bien atendidos caprichos de mi amiguito. Iba a su casa de vez en cuando (una vez por año) y siempre estaba cambiando. Convirtieron el cuarto de sus viejos en un gran living, se hicieron dos arriba (uno para ellos, otro para él) y un baño con bañadera con hidromasaje. Precioso.
Tenían un jardín bastante amplio al fondo de la casa, con una mesa inmensa, como para veinte comensales, había una glorieta con una parra enredada que servía de techo. Un mini paraíso muy porteño (¿o quizás mendocino?)
Ese verano, no sé por qué motivo, nos hicimos muy compinches. Me invitaba a jugar playstation a juegos que nunca me engancharon. No es que me parecieran aburridos, los gráficos eran de lo mejor para ese momento. Muy entretenidos, muchos colores, efectos 3D y demás. Jugábamos a uno de autos, pero no era de carreras. Aunque creo que existía el modo carrera, era como una versión apocalíptica y extrema de los autitos chocadores. Era eso: autos intentando destruirse con armas y poderes mágicos. Creo que si lo jugara ahora lo disfrutaría más. En ese momento, a esa edad y con él, no lo hacía.
Fue un verano muy Buenos Aires. Humedad, calor asfixiante, ni la sombra de un ombú servía para tomar el fresco. Aun así, yo lo pasaba bomba en lo de Diegui porque tenía pileta. Iba mucho, comíamos asado, tomábamos helado y a la pileta. Me llamaba mucho la atención su pecho. Tenía las tetillas como pezones. Muy para afuera. Era medio impresionante. Nunca se lo comenté. Pero, ¿quién era yo para fijarme en su cuerpo? Yo estaba bastante gordito en esa época.
No me acuerdo el momento exacto en el que la tensión empezó a crecer. Quizás es justamente porque fue algo que se fue germinando de a poco, hasta que floreció.
Como estábamos de vacaciones y sin nada que hacer, solía ir a su casa y pasar más de una noche ahí. Para mí era genial ese lugar, me re divertía. Me alimentaban bien, podía ver películas (no teníamos cassettera en casa), jugar a la play, estar en la pileta, tomar sol, estar despierto hasta tarde, ver las pelis condicionadas de The Film Zone. A pesar de eso, nunca nos masturbamos juntos. Yo sí lo hacía, solo. Incluso durante mis cortas estadías en ese hogar. Cuanto más tiempo pasábamos juntos más crecían mis fantasías. Yo estaba muy convencido de lo que quería a nivel sexual, aunque nunca lo había experimentado. Diego tenía algo que me atraía. Tal vez era su indiferencia la que me obligaba a quedarme para seguir alimentando mi morbo.
Uno de mis lapsos okupas duró como tres días. Yo sentía que ya me empezaba aburrir tanto panorama paradisíaco, a la vez que sentía mis hormonas bullir por dentro, como moléculas chocando, generando calor.
Me despertaba a la mañana y lo veía roncar, yo dormía en un colchón en el piso al lado de él. Verlo dormir era extraño. Su expresión era prácticamente igual a la que tenía cuando estaba despierto. Sólo que con los ojos cerrados y la boca abierta. Me tentaba mucho besarlo, y lo intentaba, pero siempre me arrepentía cuando estaba casi rozándole los labios. Mi imposibilidad de tener contacto con él hacía que mis erecciones matutinas pasaran a ser de tiempo completo. Recuerdo haber estado así durante tres días. No era el único que estaba así de hormonal, notaba en él un bulto también. Notaba cómo esquivaba mi mirada, veía en sus ojos culpa, miedo, pero también lujuria. Me buscaba, pero sentía miedo al rechazo seguramente. Lo mismo que yo.
La noche antes de irme tuvimos un acercamiento, pero su terror pudo más y me evitó. No quise insistir, aunque era evidente que la calentura se olía, se veía y se sentía.
Al otro día, en uno de esos ratos en los que jugábamos a la play en su cuarto, yo tenía el joystick, él miraba. Yo estaba sentado al borde de la cama, él acostado. Me dijo que me recostara, así hice. Apoyé la cabeza en un almohadón que él acomodó en sus piernas cruzadas tipo indio. Sentía una dureza que obviamente no era del acolchonado cojín. No dije nada, pero mi carpa era muy notoria. Quizá podría tomar eso como punto de inflexión. Me animo a decir que ahí empezó a crecer (aún más) la excitación. Y esta vez era de ambos lados, lo cual me incentivó a moverme más relajado.
A partir de ese momento el clima cambió, como si de repente hubiéramos entendido todo. El orden de las cosas estaba bien claro. Sabíamos lo que queríamos. Faltaba aventurarse. Yo tenía doce años, él trece recién cumplidos. La timidez imperaba nuestras acciones.
El momento fue crítico, pero ni así reaccionamos. Las horas pasaron, el día se nos iba y sabíamos que el verano llegaba a su fin, que ya no iba a poder quedarme a dormir dos, tres días seguidos. Que no íbamos a compartir más la pileta y zambullirnos para espiarnos por debajo del agua como si fuera otra realidad, una dimensión en la que perdíamos el pudor, dónde nos rozábamos hasta estremecernos. Que no dormiría más a su lado, que no posaría mi cabeza en una almohada apoyada en su entrepierna.
Sabíamos que en cualquier momento sonaría el timbre, que mi viejo venía a buscarme y eso significaba un fin.
De alguna manera, charlando sobre vaya uno a saber qué, me propuse imitar cómo actuaba una puta con un cliente. Obviamente mi cliente era él. Y así fue como me arrojé sobre él, abrí mis piernas, dejando una de cada lado de su cuerpo. Estábamos los dos vestidos. A esta altura nuestras temperaturas eran tales que no nos hizo falta ver piel, desnudez. Con tenerlo ahí y él tenerme ahí nos bastó. Empecé a mecerme, interpretando mi papel. Nuestras pelvis se rozaban, mis orejas ardían, él se tornó fucsia. Gemía. Se animó a tomarme por la cintura para reforzar el movimiento. Me estaba volviendo loco. No podía creer tenerlo así. Me olvidé del beso, de sus pezones, de mi viejo y de su vieja que estaban abajo esperando a que bajara para irme. Era nuestro momento y quería sacarle lo mejor. Estrujarlo y estirarlo lo más que pudiera. Seguía moviéndome, estaba en el cielo. No decíamos nada. Seguíamos respirando agitadamente. ¡Explosión!. Exhalé fuerte, me sonrojé y salí de encima de él. Él quedó exhausto también. Sin darme cuenta seguí con mi papel: me puse las zapatillas, agarré mi mochila y bajé.
Mi viejo me recibió con un típico abrazo paternal, de esos que quieren demostrar afecto pero mantienen una distancia prudencial.
- ¿Y? ¿Cómo lo pasaste?
- Re bien, ¿vamos?
- Dale.
Saludó a la mamá de Diego y nos fuimos. 
Nunca más volví a su casa, aunque me lo crucé muchísimo en la escuela. Al principio lo saludaba pero sin mucho cariño. Después dejé de hacerlo. Lo último que supe de él es que estaba de novio con una chica muy linda.
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Apapacho*
Me topé con muchas fotos
Y con ellas brotaron miles de recuerdos
No fueron solo imágenes
Fueron aromas, sensaciones
Momentos que volvieron con la intensidad del instante
Atrapados en los límites de la piel
Como si volver en el tiempo fuera real
Tan real como lo sentido
(que de eso estamos hechos)
Una memoria sensorial que da cuenta de todo
Incluso de lo no dicho
No hay solo relato detrás de (o en) una foto
Con ellas viene una ola de amor
De retazos más concretos de un recuerdo
De un lazo con el pasado
Viene una estampida de sensaciones
De lugares, de días al sol, amigos olvidados
Parientes que ya no están, otros no conocidos
Casamiento, vacaciones, cumpleaños, comuniones
Bautismos, juegos en la plaza
Un arenero y una trepadora
Risas, carcajadas, alaridos
Celebrando en familia
Una buena comida, un asado
La escuela, el jardín y el secundario
Los abuelos, los nietos, los tíos
Un regazo cálido, y también momentos pequeños
Que van armando un entramado,
una red sobre la que nos recostamos
A la que volvemos cuando necesitamos un apapacho
 *De apapachar, en náhuatl: acariciar con el alma.
0 notes
escritoserrantes · 5 years
Text
Estuve muerto
A veces creo que estuve muerto
hace diez años, estaba muerto
Clavado en un lugar
Sin poder conectar
Como una flor que se volvió un capullo
Caí por un tobogán que me hacía ir cada vez más para adentro
Pero no para el autoconocimiento, autoentendimiento
Ni siquiera para darme ese reconocimiento que buscaba afuera
con una venda en los ojos
No me hallaba cómodo en ningún lugar
0 notes
escritoserrantes · 7 years
Text
ELLA
Sin pensarlo más agarró su cartera y se fue.
Se fue para no volver.
Se fue dejando su vida atrás: “Donde debe estar”.
Pero olvidó lo que los astros deparaban para ella:
El tiempo es circular y el pasado volverá desde el futuro a tropezar con ella.
0 notes
escritoserrantes · 7 years
Text
CORAZÓN VAGABUNDO
Viajaba en el 67 como todas las mañanas, ésta no era una especial. Cuando el colectivo toma Sarmiento disfruta de ver el zoológico, luego los edificios en Libertador e imaginar cómo será vivir en uno de esos departamentos llenos de señoras uniformadas limpiando las ventanas. Escuchaba Caetano Veloso, empezó Zabelê, cerró los ojos y dormitó. Las palabras y el movimiento del colectivo arrullaban su cerebro. De repente, cuando la canción estaba llegando a su final, sintió como una pesadez. Una sensación de que algo denso pendulaba sobre su cuerpo. Pensó que tal vez le había bajado la presión. Abrió los ojos, corroboró que todavía faltaban unos 15 minutos para que bajara. Empezó a girar su cabeza hacia los costados, la pesadumbre seguía. Miraba para encontrar algo que la llamaba sin saberlo. El colectivo estaba lleno de gente parada, apretada, sudada. Era un día de verano intenso, bien de Buenos Aires. Nubes amenazantes que miraban desde el cielo a los transeúntes y su efusividad por seguir con su rutina. Sentía pena por los hombres que iban de traje. El rayo del sol no la dejaba ver bien, pero estaba casi segura de que en el asiento enfrente al suyo había una persona que era la responsable de su pesadez. Cuando la avenida se llenó de edificios y hubo sombra, pudo verlo. Era un hombre, maduro, de traje también, de unos 50 años que la miraba. Cuando se dio cuenta de que ella lo vio, miró para afuera.
Lua, lua, lua, lua /Por um momento meu canto contigo compactuar /E mesmo o vento canta-se /Compacto no tempo /Estanca /Branca, branca, branca, branca /A minha, nossa voz atua sendo silêncio /Meu canto não tem nada a ver com a lua[1]
Caetano le cantaba al oído y supo que le hablaba a ella. Ese hombre era hermoso, tenía todo lo que le podía gustar de un hombre: buena presencia, ojos nobles, prolijo, barba recortada, distraído. Seguro que tiene une voz dulce y profunda. Seductora. Unas manos amplias para poder sujetar su cuerpo cuando lo necesitara. Se ruborizó y miró hacia afuera, pasaban por Plaza Francia y le pareció un escenario perfecto para el amor. Los ojos se le llenaron de lágrimas y apretó los dientes. Se cruzó de piernas y ya lo podía ver: el padre de sus hijos, la casa de fin de semana, el perro y los asados con amigos, las noches apasionadas, los paseos por el exterior, las reuniones familiares, las largas charlas nocturnas, los chistes y las risas, los llantos y la comprensión, el compañerismo y el amor. Se agitó y se acomodó el pelo. Él no volvió a verla. Ella pensaba qué hacer, qué decirle. Seguramente bajaran en la misma parada, el destino es así. La invadió una sensación de plenitud y alegría que hacía tiempo no sentía. Tenía ganas de pararse y bailar, abrazar a todos los pasajeros de ese colectivo. Ahora era ella quien lo llamaba. Pero él no se daba por aludido. ¿Una decepción amorosa? ¿Tan pronto?
En un momento sus miradas se cruzaron, y ella sintió como si pudiera ver a través de él, hasta lo más profundo, sus miedos, sus ansias, sus sueños, sus pesadillas, sus locuras, sus proyectos, sus amores, sus vidas pasadas. Entre lágrimas que desbordaban sus ojos, lo saludó con la mano. Él sorprendido no supo qué hacer y la ignoró. Su orgullo estaba herido, su corazón se estrujó como un capullo quemándose. Ahora su llanto no era de amor, era de desolación. Él volvió a mirarla, esta vez con más desaprobación y extrañamiento. Ella le dijo “Te amo” casi sin aire en la voz. Él se levantó, tocó el timbre y se bajó. Ella lo miró con desdicha desde arriba y mientras el colectivo arrancaba lo saludó. Se secó las lágrimas y se preparó para bajar: la próxima era su parada.
Meu coração de criança /não é só a lembrança /de um vulto feliz de mulher /Que passou por meus sonhos /sem dizer adeus /e fez dos olhos meus /Um chorar mais sem fim /Meu coração vagabundo /quer guardar o mundo /em mim[2]
[1] Lua, lua, lua, lua, Caetano Veloso, Jóia (1975) “Luna, luna, luna, luna, por un momento mi canto con el tuyo se combina e incluso el viento canta, el tiempo se compacta, se estanca. Blanca, blanca, blanca, blanca, mía, nuestra voz actúa estando en silencio, mi canto no tiene nada que ver con la luna.”
[2] Coração Vagabundo, Caetano Veloso, Domingo (1969) “Mi corazón de niño no es sólo un recuerdo de una mujer de feliz figura que pasó por mis sueños sin decir adiós e hizo de mis ojos un llorar sin fin. Mi corazón vagabundo quiere guardar el mundo en mí.”
0 notes
escritoserrantes · 7 years
Text
Unos párpados azules hundidos
En dos agujeros negros
Un cuchillo filoso apoyado
Sobre sus mejillas atornilladas
Un sueño espeso y vulgar
Un abrazo que quebró su voluntad
Una serpiente cazadora
Una muela rota
La simple crudeza de la vida
Una sonrisa maltrecha
Un paraguas volando
Un dolor profundo como mina
Y un murciélago cruzó su cielo
Y un murciélago cruzó su cielo
Y un murciélago meó su lecho
Y un murciélago atrapó su pecho
Nada siente ya
Nada siente ya
Nada siente quien no quiere
Nada siente quien no debe
Nada siente quien no sabe
Amarse a uno mismo es un arte.
0 notes
escritoserrantes · 7 years
Text
SUEÑO MENGUANTE
Se sirve una taza de té en un departamento frente al río. Se ve exultante, su piel resplandece una palidez jovial. Se siente orgullosa de la vista que le proporciona su ventanal de doble puerta vidriada. Adora tener un balcón, aunque nunca lo usa, lo contempla desde la seguridad del interior. Vive en un piso exageradamente alto, pero es un costo más que debe soportar. No importan ni sus miedos ni sus fobias, lo que importa es que ella tiene un piso en Puerto Madero, que sus cortinas, sus sábanas y alfombras huelen a un prado de tulipanes en flor las 24 horas, los 365 días del año y que tiene a su servicio siete empleados, que tiene espacio suficiente como para una familia de 9 y vive ella sola.
Sus uñas destellan color coral, la manicure es infaltable. No recibe visitas hace meses, pero siempre se mantiene a tono de un almuerzo con Mirtha Legrand. Tiene 72 años aunque su aspecto es una lucha entre juventud y vejez poco descifrable. Quisiera tener visitas más a menudo, incluso citas. No se ha acercado a un hombre por más de 18 años, todavía recuerda con inocente timidez su última vez —a esta edad es más común que se hable de la última que de la primera— ¡Todavía la recuerda! Y al recordar su primera experiencia sexual se ruboriza sin remedio... qué tonta, piensa. Es que una señora no está para esos impúdicos lapsos de remembranza. Ahora piensa en los nietos que no tuvo y hubiera adorado tener, pero es consciente de que es su culpa. No tiene hijos, salvo algún que otro cachorro que adoptó cuando el boom de los caniches era el último grito de la moda. 
—Sin darse cuenta, hace seis minutos que está revolviendo su té que se enfría a cada giro de su muñeca de la que tintinea una hilera de pulseras doradas, cobrizas y plateadas—.
De repente despierta de su rapto de ensueño y siente frío. No hay mucamas en la casa, está sola. Mira por el ventanal, el río se ve tan plateado como la medalla que cuelga de su cuello, pero con estrellas que como átomos en calor se mueven al compás de la marea. Atina a agarrar el ovillo de lana que cuelga dentro de una bolsa en su silla. Cuando ve las dos agujas cuyas puntas sobresalen de la boca de la bolsa, se arrepiente. El color de la lana la aviva un poco, es de un color azul profundo que es suave al tacto. Sobre el mantel ve unas ínfimas migas de unas masitas que ahora se hunden en los ácidos de su estómago, y las empieza a aplastar.
Se le ocurre cantar... pero no le sale. Está sola, puede hacer lo que quiera. Tomar las agujas de tejer y explorar su intimidad femenina intacta hace 18 años. Subirse a la mesa y bailar un tango sola. Agarrar el teléfono, marcar un número al azar e intentar conocer a alguien. Aceptar las insinuaciones de aquella compañera de yoga que hace 6 años la piropeaba en el cambiador. O podría quedarse ahí, mirando como el día se vuelve noche y como las perlitas flotan en la superficie del río custodiadas por una luna en cuarto menguante.
Se le pasan veinticinco ideas más por la cabeza, pero ya está decidida. Se levanta con lentitud, ayudándose con la mesa, y va a su habitación. Agarra una silla, la pone al lado del armario, abre las puertas de arriba y baja una caja.
Al abrirla, su cara se ilumina, como si un proyector estuviera corriendo su vida sobre su piel. Saca una bolsa transparente que en su interior guarda su vestido de novia, saca también, cubiertos, tazas, regalos de su boda que nunca usó. Encuentra un montoncito de cartas atadas con un hilo. No las abre, ya las leyó muchas veces.
Agarra la bolsa con el vestido y lo saca. Ya no le entra, pero se lo prueba encima de su ropa, se mira al espejo y cierra los ojos. Se mece un poco y empieza a oír música, la habitación se vuelve oscuridad plena y su mente empieza a galopar.
Su memoria, como la de todos, es selectiva. Se centra en detalles imprecisos sobre aquella fecha. Unas manos que la peinan, sus uñas siendo esculpidas, sus párpados siendo ensombrecidos. Un jarrón que servía de centro de mesa que se cae al piso, gente susurrándose al oído. Intenta enfocarse en otros recuerdos, pero no puede evitar caer en los que la atormentan infinitamente desde entonces. Los que son recurrentes pesadillas, sólo que en realidad sí sucedieron.
Su cuerpo tibio empieza a temblar y siente que se desvanece, pero en donde está no existe la gravedad, así que su cuerpo queda suspendido. Quiere abrir los ojos, pero se detiene. No quiere esquivar, quiere superar.
En medio de la oscuridad aparece una cara, un hombre, joven, buen mozo, le guiña un ojo y ella levanta su mano para acariciarlo y ya no está. "¿Dónde te vas?"
Ahora una cama se aparece, tamaño king, sábanas de seda dorada, chocolates y champagne en una bandeja posados en el medio de las dos almohadas. Se acerca y su corazón se agita, siente el latido en sus orejas, en sus muñecas, en las plantas de sus pies. Detrás de la cama hay una puerta, señorial, altísima con picaporte de diamante. La abre y ahí ve su pesadilla llevándose a cabo. Toma fotografías mentales sin desearlo y sin poder evitarlo, sale de la habitación. "¿Por qué?"
Un sentimiento de desesperanza la abraza hasta asfixiarla.
Abre los ojos y sigue en Puerto Madero, en su habitación, de rodillas frente al espejo. Ve que su vestido se convirtió en un disfraz de dalmata con los lunares de rimmel derretido que dejó después de su viaje interior. Mira por la ventana y ve que la luna está observándola. Es consciente de que al igual que la luna ella también está menguando, pero la luna volverá a crecer.
0 notes