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erickllamasblog · 25 days
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De raza asesina.
Nadie sabía dónde lo había conseguido. Algunos decían que fue una cruza imposible, que su papá era un Belga Malinois cruza con Pitbull y su mamá era un Dogo Argentino cruza con Rottweiler. Pocos lo habían visto. De hecho creo que nadie lo había visto, pero todos decían que existía. Y atrás de esas bardas de tres metros siempre se escuchaban ladridos que le hacían competencia a los bostezos de los leones que tenían en ese zoológico casi abandonado y al que ya nadie iba. Los ladridos de un perro tenor, de un perro alfa, de algo que raya en lo salvaje, un perro de raza asesina.
Don Hidrómiro era el dueño de esa bestia, y así como nadie sabía ni había visto a su perro, nadie tampoco sabía a qué se dedicaba. Solamente se le veía ir y venir en una camioneta negra polarizada.  Siempre que podía presumía la raza de su perro, - es “Raza Asesina” – decía, y también presumía de no haberle puesto nombre para no encariñarse con él, para que supiera que no era un perro, que no se confundiera con la realidad de que se trataba de un arma de ataque. Nunca jugó con él, ni lo acariciaba. Decía que lo alimentaba con carne cruda. Sus juguetes eran los huesos más gruesos de res que encontraba en la carnicería y estos no le duraban nada, apenas y una hora. También, a veces le compraba conejos vivos y gallinas, para que las cazara. También decía que cuando lo mandó a la granja de entrenamiento, le rompió el brazo con la mordida a cuatro entrenadores y como se corrió la voz, ya no se lo aceptaron en ningún lado. Que una vez lo llevó a cazar y se chingó él solo a un jaguar. Que un día en el lago también se chingó a un cocodrilo. Que entendía instrucciones en cuatro idiomas pero que había un lenguaje con palabras secretas que solo a él obedecía. Que ya había matado a varias personas que se le ponían al brinco a Don Hidrómiro y por eso ya mejor lo dejó en su casa y no lo sacaba, porque ya querían matar a su perro.
Esto último se sumó a una leyenda urbana que corría en el barrio, y es que Juanpa, el hijo de doña Ester, la del puesto de gorditas, flautas y quesadillas que se ponía todos los días de 6 a 11 de la noche, se sabía que robaba lo que podía. De hecho una vez me robó mi bici y luego él ahí la traía el muy cínico, dijo que era suya, pero hasta traía las mismas estampas que yo le había pegado. La neta ni le moví, porque se veía a leguas que era bien chaca y obvio traía su navaja y a sus amigos chacas siempre con él. Bueno, la cosa es que a ese wey un día se le ocurrió meterse a robar a casa de Don Hidrómiro, que porque le llegó el rumor que el Don tenía un montón de lana en cash ahí guardada adentro de su casa, bajo el colchón o en el tanque de la taza del baño, y pues dicen que ahí fue a meterse el menso y ya nunca más lo volvieron a ver, que el perro de Hidrómiro se lo comió. Doña Ester tampoco le movió mucho, ya sabía en qué andaba su hijo y también se las olía de lo que andaba el Don, y sabía que tarde o temprano iba a pasar algo así. Prefirió pensar que el Juanpa se largó con la hija de el de la tiendita, que también al mes desapareció y no la volvieron a ver más por allá. Pero el señor de la tiendita sí se puso bien mal, y sin saber nada, nomás porque sí, fue a amenazar a Hidrómiro. Fue a la policía a decir que él desapareció a su hija, que siempre se le quedaba viendo raro cuando iba, que le compraba un chocolate para regalárselo y que era el único que se le ocurría porque se sabía andaba en cosas turbias y porque Juanpa ya ni andaba por ahí, pero que seguro también Hidrómiro se lo chingó, nomás que él sí se lo merecía, pero mi hija, decía… mi hija qué culpa tiene.
Le metieron una demanda que no procedió por falta de pruebas y por buenas conexiones de Hidrómiro y le dijeron al señor que cuando tuviera algo más sólido para acusar al Don, entonces fuera de nuevo y ya verían cómo procederían. Al final no pasó nada, mas que el señor de la tiendita la cerró y se fue a vivir a otro lado, porque decía que todos los de la colonia le dábamos asco, tanto asco que ni quiso cobrarnos lo fiado que le debíamos y eso que sí le debíamos una lana.
Pasaron varios meses y un día pasó lo que sospechábamos. Se chingaron al Hidrómiro. Iba saliendo de su taquería favorita acá en la colonia, donde la tripa la hacen bien doradita y el pastor lo bajan directo del trompo y la salsa de aguacate sí lleva aguacate. Entonces, antes de subirse a su auto que se pasan unos en moto y le pegaron como 8 o 10 balazos. Dicen que al 4 balazo ya estaba muerto, pero se ve que le tenían saña, porque ya estaba en el piso y le seguían disparando. Se dijo que era porque andaba metido en algo y que era un ajuste de cuentas, otros dijeron que fue el señor de la tiendita, la realidad es que chance lo que le sobraban eran enemigos y más bien le faltaban amigos al Don. Y luego ni familiares tenía, entonces ni funeral, ni nada le hicieron, ni nadie a quién avisarle para asuntos legales y su casa.
Había pasado una semana cuando se comenzó a escuchar a su perro ladrar. Pasó día y noche y no cesaban los ladridos. Cada día que pasaba podía escucharse más fuerte, con más rabia. Se escuchaba cómo golpeaba la pared, parecía que la iba a tirar. Luego comenzó a escucharse que se golpeaba la puerta. Pasó otra semana y entonces los ladridos comenzaron a cambiar a aullidos, y luego a lloriqueos, como pidiendo ayuda, clemencia, misericordia, pero nadie de la colonia tenía el valor de asomarse. Entonces le hablaron a la policía, pero también sabían del perro y le sacateaban. Le hablaron a la protección de animales y para cuando llegaron, ya no se escuchaba al perro.
A la fuerza y entre todos abrieron la puerta y ya desde afuerita se sentía un olor muy fuerte a podrido, a animal muerto. Abrieron las puertas, algunos dicen que el dinero que tenía Hidrómiro era cierto y que los de la policía se lo chingaron. Siguieron abriendo las puertas hasta que llegaron a la terraza del último piso, en el techo, y ahí estaba la bestia. Todos dijeron que nunca habían visto un perro tan grande. Estaba amarrado con una cadena al cuello pesadísima y le había sacado llagas por intentar zafarse de ella para liberarse y conseguir comida , por lo que estaba ensangrentado. Las paredes estaban arañadas casi a punto de derrumbarse, y también habían ladrillos mordidos. Del hambre, había comenzado a comerse a sí mismo una pata trasera, y es por es que pudo mantenerse más días vivo. Y aún así, la bestia, la raza más asesina, parecía dormido en un sueño profundo y lleno de paz. Dicen que cuando llegaron seguía vivo y que cuando le ofrecieron algo de agua y le tomaban de la cabeza para acariciarlo, dio su último aliento, como si solamente estuviera esperando a que alguien en verdad reconociera su existencia, que supieran que nunca quiso ser esa raza asesina. Lo tuvieron qué sacar en una camilla envuelto en bolsas negras, su silueta se veía enorme. Ahí vimos cómo metían a una camioneta al terror de la colonia, la bestia de hidrómiro.
En la casa se encontró todo lo que se sospechaba, drogas y armas, y quién sabe cuántas cosas más le metió la policía para sacar culpas de una. Un mes después apareció la hija del señor de la tiendita, sí se había escapado con el Juanpa, pero se regresó porque también lo habían matado mientras vendía droga en una esquina donde no debía. Cuando le contaron lo que pasó con Don Hidrómiro y su perro, su cara se horrorizó y dijo:
-¡Estoy segura que fue mi papá! ¡Estoy segura que fue mi papá!
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erickllamasblog · 3 years
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Leyenda de establo.
La nueva promesa, la futura leyenda, la derecha más fulminante, el intocable, el maestrito, el Aquiles mexicano, el esgrimista, la venganza azteca, la profecía, el orgullo de Oxcutzcab, entre otros varios apodos que le decían a Luis Pedrera en el pueblo, quien a sus 17 años ya era conocido en varios lugares del país. Había hecho un récord perfecto de 40 peleas de amateur ganando un nacional y guantes de oro, y todos querían que diera el siguiente paso al profesionalismo para poner en alto el nombre de su ciudad natal el pueblo de Oxkutzcab, la ciudad de Mérida y todo el estado de Yucatán. Se decía que había tirado sparring ni más ni menos que con el mismísimo Salvador Sánchez y que le había aguantado los 15 rounds sin problema alguno, y él había dicho que Luis “el intocable”, “La venganza azteca”, “El orgullo de Oxkutzcab”, “La futura leyenda”, “El Aquiles mexicano”, sería su relevo para poner en alto el nombre de México en todo el mundo.
 Yo lo vi algunas veces en el gimnasio o el establo, como le llaman poéticamente a ese espacio entre cuatro paredes que apesta a sudor todo el tiempo, y donde todos siempre están imaginariamente batallando siempre contra alguien.  Lo vi porque mi padre me había llevado a entrenar box para saber defenderme bien de los niños de la otra colonia que siempre andaban chingue y chingue y ya me habían agarrado de su pendejo. La realidad es que bastaron unas tres clases para acomodarle una buena derecha al William, porque Wilberth y Ricardo nomás sintieron el jab y ya se echaron para atrás, y cuando vieron el madrazo que le metí al Willy salieron corriendo. Y así, ya nunca más se me acercaron, además que esos tres golpes bastaron para hacerme fama de que sabía entrarle a los guamazos porque entrenaba en el mismo lugar que “La futura leyenda” que para ese entonces, ya estaba por hacer su debut profesional y recién se había casado con la hija del Alcalde del Pueblo, “Clarita”, a quien el señor casi casi ofreció, porque pensaba que estar casada con un futuro campeón era la mejor opción para su hija, alguien que en un futuro pasaría a la historia y sería una persona de mucha influencia, que tendría dinero, muchas casas, muchos viajes o quién sabe, hasta podría ser gobernador. La boda fue una gran fiesta, yo creo que de las mejores que tuve en mi vida y eso que ni tomaba en ese entonces. Hubo gente de todos lados y música también de todos lados. Yo creo que incluso, esa boda fue mi primer concierto masivo. Para hacer honor al intocable y hábil orgullo de oxkutzcab, montaron un ring donde los invitados ya muy pasados de copas podían subirse a boxear y dar un espectáculo equivalente a ver a dos simios agitando los brazos o peor, las personas siempre podemos encontrar una manera muy rápida de volvernos primitivos de un momento a otro.
 Lo que sí debo decir, es que todo lo que se decía de Luis Pedrera, “El intocable”, “El Aquiles mexicano”, “La Venganza Azteca” “El esgrimista” “El único” “Primer round Pedrera”, etc… Era cierto. Era cierto que tenía la técnica más perfecta que haya visto en un peleador, era cierto que no podías tocarlo cuando subías a echar guantes con él, era cierto que la pera de tablero apenas se veía cuando la golpeaba, y que brincar la cuerda él lo hacía parecer como algo de otro mundo. Su entrenador era el Sapo, quien juraba que en su mejor momento había noqueado a Kid Azteca, aunque todos sabían que era mentira. Esto también lo sabía Luis Pedrera, pero le tenía cierto cariño, además que le divertían sus locuras, como que la familia del Sapo tenía una panadería y en su entrenamiento, le incluyó hacer que recorriera el pueblo en su triciclo para hacer la repartición diaria de pan, entre otras tonterías que de repente se le ocurrían para entrenar, claro, cuando no se encontraba borracho tirado en alguna banqueta, o durmiendo en algún campo donde no recordaba nunca como había llegado.
  Ya para ese entonces todos en la región sur le tenían miedo. Recuerdo que como dos o tres veces escuchamos que pelearía contra alguien de Campeche, luego que no, que era alguien de Chiapas, luego que no, que era alguien de Veracruz, pero al final, todos los peleadores y sus managers sabían que era mucha pieza para ellos y terminaban por cancelar las peleas. Porque tampoco era ponerle a cualquier persona, Luis Pedrera quería ir peleando contra los mejores, no contra bultos que luego solo iban a mancharle su historial, o iban a colarse en esa gloriosa lista. Y ahí comenzó a volverse un problema buscarle peleadores, o los peleadores correctos, o alguien que le ayudara a dar show.
 Tiempo después tuve qué irme a estudiar la prepa a la capital, podría decirse que colgué los guantes muy rápido, pero la realidad nunca me vi un futuro a base de golpes, aunque más tarde me daría cuenta que los golpes de la vida duelen más que los golpes arriba de un ring. Mientras seguía mis estudios, recuerdo ver notas en los periódicos que decían, “No hay rival para Luis Pedrera, El Aquiles Mexicano”; “La CMB busca rival para Luis Pedrera en otro país”; “Nuestro campeón sin corona busca adversario”; “El orgullo de Oxkutzcab sigue entrenando”. Y así siguieron las notas, lo cierto es que seguía entrenando fuerte. En algunas vacaciones que volví a visitar a mi familia, varias veces volviendo de la peda a las 4 de la mañana mientras intentaba no hacer ruido para entrar a casa, lo vi pasar corriendo como parte de su rutina diaria de entrenamiento, que consistía en correr 20 km diarios, además de las 8 horas diarias en el gimnasio.
 La fama de Luis “La venganza Azteca” siempre se mantuvo en el pueblo, además que el pueblo se mantenía un poco de ella, por eso en un acuerdo mutuo incluso pusieron un letrero en la entrada que decía “Bienvenidos a Oxkutzcab. Hogar de Luis Pedrera “Futura leyenda viviente del boxeo”. Para que esto funcionara le hicieron un gimnasio en la plaza, donde algunos turistas se detenían a verlo entrenar e incluso podías pagar por entrenar con él un rato. También construyeron una calle con su nombre, así como un platillo de comida y algunas tiendas.
 Un día finalmente se pactó una pelea, habían encontrado al contendiente ideal, sería un puertorriquense que también venía comenzando pero traía algo de fama. La pelea la harían en Mérida y había muchos reflectores puestos en ella. Los periódicos narraban la novela con las indirectas de lo que se decían uno del otro, todo estaba calentándose. La semana del pesaje, cuando el puertorriquense llegaría a la ciudad, ocurrió una tragedia. Su vuelo se cayó en medio del caribe, muriendo todos y cada uno de los pasajeros que iban en él. Así que la pelea no ocurrió. En otra ocasión, fue un colombiano, pero semanas antes lo arrestaron por posesión de drogas y nexos con el narcotráfico. Luis Pedrera se cansó de esperar a que llegaran, así que decidió viajar a Japón. Ahí le prometieron al menos 5 peleas sin problemas, pero no sucedió ninguna. Mientras estuvo atrapado en un país donde no entendía ni una palabra por casi un año. Al volver decidió ir a Estados Unidos, donde un promotor le aseguraba que tenía a los mejores contendientes y que su carrera despegaría como merecía una leyenda, pero nunca le aceptaron la Visa, al parecer su nombre era el mismo que el de un capo de las drogas local y el gobierno del norte se la rebotó todas las veces que pudo. Varios promotores se acercaron a él decididos a encontrarle una pelea, mientras lo tranquilizaban diciéndole, tú mantente entrenando, no debes bajar tu nivel nunca.
  Cuando terminé la universidad, unos 8 años después, al fin una pelea parecía prometer. Un gringo que ya se había sonado a varios mexicanos con buen nivel, había accedido a pelear en México, por lo que la Visa no sería problema. La pelea sería en Tijuana. Otra vez todos los medios echaron los reflectores a Luis “El esgrimista” “La venganza Azteca” “El Aquiles Mexicano” “El héroe de la frontera”. En todos lados promocionaban la pelea y cómo le iban a dar su merecido de una vez por todas a ese gringo ridículo que cuando lo anunciaban, hacía todo su recorrido bailando rap o quién sabe qué. Y así apareció el día de la función que estuvo adornada por unas cuántas peleas medias aburridas antes de la estelar. Luis apareció con la canción de “El Rey” vestido con un zarape a manera de bata y un sombrero charro mientra avanzaba al ring sobre un caballo percherón. La gente estaba loca y todos cantaron mientras él aparecía. Era su momento, todo lo que había soñado estaba por llegar. Todo el tiempo, la dedicación, los entrenamientos. Entonces anunciaron al pinche gringo ridículo. Tal cual, apareció con un rap y varios bailarines atrás de él haciendo pasos que deslumbraban también a los presentes, era un gran showman. Cuando estaba a punto de llegar al ring, su crew de bailarines lo tomó como si fueran una catapulta humana y bueno, todos suponemos que ya lo había ensayado, pero al hacerlo aterrizó mal y se fracturó un brazo. Rápidamente el evento pasó de ser algo muy esperado a la más grande decepción que se pudiera observar.
 Después de eso, no se supo más de Luis Pedrera en el país y el mundo del boxeo. Me llegué a enterar de cosas como que Clarita se terminó divorciando de él y mejor se casó con el alcalde del pueblo vecino, que sus patrocinadores lo abandonaron, que quitaron el letrero de la entrada del pueblo, que la calle con su nombre se llenó de burdeles y las tiendas cambiaron de nombre. Una ocasión, como 10 años después que volví al pueblo, lo vi. Aunque ya más viejo y no tan rápido, pero pasó corriendo con su ropa de entrenamiento. Más tarde lo vi entrenando en la plaza y repartiendo pan con el Sapo, cuando les pregunté a mis amigos porqué seguía entrenando, la gente me dijo, - ¿No sabes? Ya pronto va a pelear, ahora sí ya va a pelear. Ya pondrá el nombre de nuestro pueblo en alto. - 
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erickllamasblog · 4 years
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Cucarachas.
¡Cucarachas! ¡Chingos de cucarachas! ¡Pinches cucarachas por todas partes! Caminando por mis pies, subiéndome por el cuello hasta pasar por mi rostro en sus ocho patas con esos asquerosos pelos. Con ese olor a casa húmeda y abandonada, a bodega con cajas vacías de cerveza, a coladera de baño público y que ahora está intensificado porque son cientos. Y ese sonido o sensación que tenía cuando prendía las luces de la casa porque un nosequé me decía había entrado una, ahora se reproduce al cien.
 Siempre supe que tenía cierta relación con ellas, desde muy chico lo supe, aunque lo relacionaba con que vivía en la península de Yucatán, donde el calor y la humedad es tanta que las cucarachas tienen qué salir por las noches como los demás a refrescarse y a volar aterrorizando a las personas dirigiéndose hacia ellas en sus viajes, como si supieran lo horripilantes que son. No como en la Ciudad de México, donde es muy raro ver una por la calle y cuando la ves, no intenta atacar tus pies o activar ese andar huidizo que desespera porque no logras adivinar hacia dónde quiere ir, sino que se quedan quietas, como queriendo ser el tapiz de ese caótico paisaje urbano. Supongo que la razón por la que casi nunca las encuentras en la ciudad, es porque se trata de uno de los pocos lugares de la tierra donde hay más personas que cucarachas, y donde está igual de contaminado arriba del suelo que debajo de él. La gran Tenochtitlán ahora es el reino de las cucarachas.
 Lo supe porque tuve muchos encuentros que llamaría especiales con ellas. No de los que uno tiene viviendo ahí, porque… ¿A quién no se le ha subido una cucaracha? ¿Quién no ha encontrado una muerta, de la nada en medio del cuarto? ¿Quién no ha visto a una esconderse detrás del mueble y a pesar de mover todo, no aparece nunca? ¿Quién no ha abierto una maleta y ver cómo una sale corriendo? Esos son encuentros cualquiera. Los míos sabía que eran especiales, ellas creaban la historia y lo volvían todo algo digno de no querer contar nunca, porque, nadie quiere saber de ti cuando te relacionas de esa manera con ellas.
 De los primeros encuentros, fue aquel que ocurrió en aquel viaje que hicimos a Mérida con mi mamá, la tía Lucy y mi hermano. El viaje lo hicimos en el viejo vochito del abuelo el cual era un completo desmadre por dentro, a razón de andar cuidando de sus 24 o 30 nietos todo el tiempo, quienes ocasionalmente le dejábamos dulces y demás chatarras tiradas adentro. Quitamos algunas cosas y nos instalamos adentro de esa maravilla de auto al que siempre le cabía más de lo que uno podía imaginar y que nunca te dejaba mal. ¿Qué cosa te podía ocurrir en esa obra perfecta que inventó Hitler? Emprendimos entonces el viaje. Tomamos la carretera muy temprano como a eso de las siete u ocho de la mañana, el sol apenas estaba saliendo porque era el horario de verano, cuando alargamos el día con el pretexto de ahorrar luz. Hubo algo de niebla al salir, pero nada de qué preocuparse. Paramos en un pueblo que no recuerdo el nombre, pero que la tía Lucy dijo que ahí estaba muy buena la cochinita, porque ahí sí la enterraban y esperaba que fuera como lo recordaba cuando cinco años antes había comido ahí. Entonces paramos y pedimos nuestros tacos y tortas con su respectiva agua de horchata de acompañamiento. Terminamos y seguimos nuestro camino. En ese entonces se hacían casi ocho horas a la capital del estado de Yucatán, porque fue casi a punto de llegar, cuando faltaban unas dos o tres horas que la tragedia comenzó. Eran ya las dos de la tarde y el sol estaba en su pleno apogeo. Al ser un Vocho no tenía aire acondicionado y al ser de latón, creaba un efecto de microondas para los que viajaban adentro. Solo recordaba cómo el aire caliente del asfalto de la carretera entraba por las ventanas sofocándote, pero eso era lo más fresco que podías obtener. Seguro estábamos a unos cuarenta y cinco grados centígrados, una temperatura muy desagradable que no le deseo vivir a nadie. Todo estaba caliente, el volante, el piso, las ventanas, los sillones y fue cuando se desató esa locura. Mi hermano gritó de repente que algo le había pasado por el pie y luego dijo: ¡es una cucaracha! Al instante mismo, dos más aparecieron caminando por el techo del auto y otra más salió por los ventiladores de los asientos de enfrente, que nunca me expliqué para qué existían si no tenía aire acondicionado. La escena era traumante, mamá al volante sin poder frenar ni preocuparse por verlas, Lalo y yo pataleando intentando matar lo que sea que estuviera bajo nosotros y tía Lucy con su chancla en la mano, intentando empujar a las cucarachas que podía hacia afuera por las ventanas, lo cual era una maniobra peligrosa, porque el viento regresó a más de una hacia los asientos de atrás donde nos encontrábamos. Hubo una particularmente que se paró en el volante, podía jurar que vio a mamá a los ojos como pidiendo agua, o ayuda ante ese calor insoportable, y después la chancla de la tía Lucy la empujó por la ventana hacia afuera. Vaya, fue horrible. Avanzamos con ese terror en cuatro ruedas unos 15 kilómetros, pude contar al menos unas quince o veinte cucarachas que nos atacaron o pidieron ayuda, hasta que pudimos frenar y bajar despavoridos y sacudiéndonos las ropas y los cabellos, con esa risa nerviosa de haber pasado una experiencia cercana a la muerte, mientras a lo lejos unos cuantos zopilotes nos veían, como deseándonos suerte. Sacudimos el auto y sacamos unas seis u ocho cucarachas más, aparte de las otras que nos habíamos deshecho en el camino. Subimos temerosos nuevamente, pero debíamos seguir. Afortunadamente no sucedió más. Debo decir que de ese viaje no recuerdo nada, las cucharachas se lo robaron.
 La segunda experiencia ocurrió unos siete años después. Después de deambular con mis papás por varios lugares, volvimos a Chetumal, donde vivía casi toda la familia de mamá y los treinta primos que solía pasear mi abuelo. Volvimos a la casa donde crecimos y como se acostumbra, una vez ordenada la mudanza, limpiado la casa, pintado los cuartos y arreglado uno que otro desperfecto, se hace una fiesta de bienvenida o como ahora les dicen “open house”. Antes, durante la limpieza habíamos levantado la fosa séptica que se encuentra en el patio, de la cual salieron mínimo unas cincuenta cucarachas y obvio salí corriendo, pensando que muy probablemente no las volvería a ver, pues papá les aventó creolina, un líquido desinfectante que al parecer las mataba inmediatamente. Decidimos hacer la inauguración de la casa con unas carnes asadas en el patio, varios tíos y primos llegaron, a quiénes en tan solo dos años de no vernos, ahora la adolescencia y el tiempo nos la había jugado terrible y estábamos sentados uno frente a otro como unos perfectos desconocidos. Todo iba bien, papá asaba las carnes con el carbón al fuego máximo porque todos ya tenían hambre. El humo sirvió para ahuyentar a algunos mosquitos. Yo todavía no tomaba cerveza y no sé bien lo que hacía por ahí, pero definitivamente algo hacía, que recordando bien, creo que me esforzaba por estar. En fin, todos ya tenían un taco en la mano y eso lo vuelve más terrorífico, tener qué defender lo que consideras tuyo bajo condiciones extremas como proteger un bocado que llevas ansiando desde la comida. Todos intentábamos platicar con la boca llena cuando apareció volando la primera cucaracha. Se atravesó por en medio de todos, llevando a cabo un plan suicida pero también como reclamando lo que es de ella, algunos se sorprendieron, otros agacharon las cabezas pero finalmente aterrizó y la mataron. Supongo que esa fue el peón sacrificado, porque al instante comenzaron a llegar más por montones, como cuando alimentas a las gaviotas en la playa y pasan volando de un lado a otro rodeándote, hasta que de repente de das cuenta que no las estás alimentando, sino que te están acosando para quitarte la comida que les ofreciste. Aquello parecía dirigido por Alfred Hitchcock, con cucarachas lanzándose hacia los tacos, las personas, el carbón, las paredes, al piso, azotándose entre ellas frenéticamente. ¿De dónde salían? Nunca lo supimos, no lo vimos venir y no creímos nunca lo que estaba pasando. Preferí ya no comer, subí a mi cuarto e intenté dormir, aunque pude hacerlo muy poco, pues el miedo a que ya hubieran invadido mi nuevo cuarto se había apoderado. Me costó algo de tiempo llamarle hogar a esa casa. ¿Ven?
 La tercera en realidad no ocurrió, pero a la vez sí. Jamás pensaría uno que la mente pueda jugártela de esta manera, pero ahora que lo pienso, fueron ellas. No sé cómo pero ellas lo hicieron, se metieron en los rincones de mi mente para seguir aterrorizándome, para que sepa que se mueven también por la oscuridad de mis pensamientos y ahí siempre estarán ocultas. Haciéndome saber que cuando muera, inevitablemente ellas estarán en mí e iniciarán un festín de putrefacción desde mi cabeza. La fecha no la recuerdo bien, porque de igual forma se trata de un sueño recurrente, sé que sucedió entre el 2008 y 2012, cuando todo el mundo quería que el mundo se acabara y surgían esas teorías que probablemente, solo ellas podrían sobrevivir a cualquier evento. El sueño comenzaba por esa sensación de pesadez que tienen los sueños, cuando te encuentras en un limbo que sugiere estar en un lugar conocido pero en realidad estás en ningún lado, quieres correr pero las piernas no recuerdan cómo moverse, los brazos son grandes y pesados pero la escena se repite una y otra vez, una y otra vez hasta que lograba aparecer en otro sueño. Esta vez el sueño se trataba de que era otra persona pero sabía que no era yo, pero aún así no paraba en reparos por habitar ese cuerpo que no me correspondía. Como el efecto de John Malkovich, por hacer referencia a la película “Being John Malkovich” de 1999, donde las personas podían entrar en la vida de un actor a través de un elevador oculto en el piso 8 ½ de un edificio y vivir todo lo que al protagonista le acontecía en sus ojos. Era algo parecido, y en este sueño me llamaba Abraham y solamente sabía eso. No podría describir al personaje porque no estaba construido, no tenía rostro, simplemente era algo que existía y que sabía por casualidad su nombre y lo que hacía. Abraham era un oficinista con una vida mediocre que nadie respetaba y cuya existencia era miserable. En el sueño nos encontrábamos saliendo de su casa, la cual de un vistazo, podía darme cuenta que estaba semivacía, solo había un sillón frente a un televisor y un refrigerador que apestaba a cerveza y que en algunas partes habitaban hongos que latían como un animal dormido. Salíamos por una calle que parecía un desierto con bicicletas tiradas, avanzábamos y dábamos la vuelta y ahora nos encontrábamos en un auto viejo. Al girar, ahora nos encontrábamos ya en la oficina, donde nadie quería verlo a los ojos, aunque Abraham reclamaba su existencia, tosiendo, saludando, dando un grito sin sentido de vez en cuando, pero nadie levantaba la mirada en esa oficina, todos miraban al suelo. El jefe llamaba a Abraham y le decía que estaba despedido por la taza de café a medio llenar de la que nadie se había hecho cargo y por la que ahora todos los clientes se quejaban, Abraham asumía la culpa e iba por la taza de café que ahora estaba llena y entonces respondía que podía devolverle el empleo, ya estaba solucionado el problema. El jefe nos daba la espalda y todo se oscurecía y nos encontrábamos nuevamente en su casa. Habían unos cuantos perros jugando felices, pero Abraham estaba hundido en una depresión que le impedía hacerles caso. Pude reconocer a mi perro Django, que había muerto hacía unos cinco años y que se acercaba a nosotros como si supiera que yo estaba adentro, yo quería estirar mi mano para acariciarlo una vez más pero era imposible ya que el cuerpo no respondía. Llegaron más mascotas de mi pasado que salían por debajo de un tapete y nos rodeaban olfateando a Abraham el cual ya enojado comenzaba a patearlos hasta ahuyentarlos y hacer que desaparecieran escondiéndose nuevamente bajo el tapete que tomaba la forma del piso de inmediato. Luego de espantarlos, se aventó a una cama hecha de un extracto del océano donde se sentían peces moverse y una aleta de tiburón que salía amenazante. Finalmente se durmió. Cuando despertó, pude darme cuenta que seguía siendo Abraham, pero él ya no era él. Nos encontrábamos en un nuevo mundo donde nos habíamos convertido en el despreciable ser de una cucaracha. Podía sentir la desesperación de no saber qué era lo que ocurría y de comenzar a analizarse y darse cuenta en qué se había convertido. En los nuevos olores que lo hacían reaccionar, en las antenas que se movían con vida propia creando quién sabe qué señales. Al mirar alrededor podía darme cuenta que nos encontrábamos sobre una superficie de piedra porosa y nos cubrían algunas plantas. Comenzamos a notar los ruidos de personas que estaban ahí, vaya sorpresa, era la ocasión en que hicimos la inauguración de la casa con las carnes asadas. Podía ver a mi familia pasando el rato, las tías por ahí hablando de ciertas cosas, mi papá y dos tíos alrededor del carbón quitándose el humo de la cara que las grandes flamas estaban provocando, mientras sostenían una cerveza y de vez en cuando tomaban unos trozos de carne que siempre son permitidos para los asadores. Pude verme a mí ahí parado porque ya no habían más sillas, con la mirada perdida y una sonrisa falsa y entonces pude sentir que nos movíamos. La cucaracha era yo y me dirigía hacia mí. Escuchaba los gritos de todos, los veía alejarse y justo cuando iba a llegar, yo salía corriendo del patio y terminábamos en el piso caminando en zigzag esquivando las pisadas hasta que todo se oscurecía y se sentía un terrible crujir acompañado de un fétido olor, mientras al fondo se escuchaban más gritos y pisadas. Después siguió una sensación de calor muy intensa, a la cual llegó con un sonido mecánico. Todo era oscuridad y el calor cada vez se intensificaba más, pudimos ver una luz que dirigía a una salida por donde también una corriente de aire lograba llegar hasta ese agujero infernal donde ahora nos encontrábamos. Salimos todavía como una cucaracha y ahora lo veía de nuevo, nos encontrábamos en el Volkswagen de mi abuelo, en el viaje que hicimos. Escuché cómo mi hermano gritó y luego más gritos caóticos comenzaron a acompañarlo. Cruzamos rápidamente hasta el asiento delantero y subimos por la puerta, brincamos al volante y ahí nos quedamos viendo fijamente a mi madre, que por su preocupación iba viendo fijamente a la carretera y apenas de reojo una que otra vez nos veía. Yo la vi con mucha atención y quería decirle que todo iba a estar bien, sentí que nuestras alas estaban por moverse para llegar hasta ella, cuando la chancla de Tía Lucy nos pegó y una corriente de aire nos arrastró hacia afuera con la misma fuerza que la corriente furiosa de un río. Dimos unas cinco vueltas en el aire, vi cómo se alejaba el Volkswagen por la carretera, les deseaba un buen viaje. Mientras seguíamos flotando en ese espacio caliente, en el limbo hirviente de esa carretera abandonada, volvimos a escuchar un crujido, pues un zopilote nos había mordido por el aire, y ahora volaba por encima del auto. Este lo siguió hasta que el auto frenó, aterrizando a cierta distancia. El zopilote abrió sus alas como esa posición de las monedas antiguas y habló. Dijo:
 -La soledad es un gran espejismo.
 Después de eso todo se volvió a oscurecer. Volví a la casa de Abraham y luego volví a correr en la nada. Cuando desperté, estaba todo sudado y la luz del cuarto estaba encendida.
 Y ese fue el tercer gran encuentro. Hubieron otros traumáticos pero no impactantes, como cuando se me subió una por dentro del pantalón mientras cenaba con una chica que me gustaba. La vez que todas las escaleras del edificio, por una extraña razón se llenó de cucarachas que revoloteaban intentando evitar cualquier luz que parpadeara por las ventanas de los vecinos, mientras tenía qué subir hasta el quinto piso. Todas esas fueron señales de mi vida que me llevaron a este momento. Les contaré. Renuncié al trabajo en el restaurante porque siempre quise ser bibliotecario y al fin tuve la oportunidad de cumplir mi sueño. Todo iba bien, me hice cargo de muchas cosas propias al probar un pedazo de felicidad y calma en mi vida. A la semana, la biblioteca de la secundaria 901 se incendió y también se incendiaron todas las letras que había comenzado a escribir para estas nuevas emociones. Por suerte pude conseguir trabajo en un Call Center que asesoraba a las personas en el uso de unas sartenes que prometían ser mejor que cualquier teflón conocido, su slogan era “Cocínalo todo hasta que resbale”, pero la verdad estaba demasiado deprimido como para hacerlo bien. Me corrieron de ahí, luego no pude pagar la renta y me sacaron de la habitación. Un amigo que logré hacer en el Call Center me dijo que su familia tenía una bodega que rentaba para almacenar cosas y que podía pasar algunas noches ahí. Y aquí estoy y déjenme decirles que al parecer las cucarachas aman las cajas de cartón, pero aman todavía más lo que está adentro de ellas en esta bodega: resistol industrial. Es de noche, la oscuridad las llama como a las pesadillas, me he acostado en un punto donde entra la luz de la luna por una ventana que hace un cuadro de un metro por un metro, esperando que no pasen por ahí, pero la realidad es que están por todos lados. Por mis manos, mi rostro, por adentro de mi playera. He pensado mucho en lo que dijo aquel zopilote en ese sueño y que quizá se refería a que las cucarachas siempre me van a acompañar y si las considero algo más allá del asqueroso y horripilante insecto que sé que son, tal vez ya nunca me sienta solo. Lo intentaré por esta noche.
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erickllamasblog · 4 years
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Los años perdidos.
Fernando Tadeo González Morales 1984 – 2059.
“Buen tipo”.
 Ese era lo qué decía el epitafio y lo más que se les había ocurrido poner a sus amigos, quienes fueron los únicos asistentes a la ceremonia, pues Fernando Tadeo o “Tade” como le decían de cariño nunca se casó o tuvo hijos y sus padres habían fallecido hace ya algunos 20 años, así que ellos eran lo más cercano a un familia. El velorio se había llevado a cabo en una cadena de pizzerías que también entre sus paquetes, además de fiestas infantiles, incluía bodas y divorcios express. Estos se habían estandarizado desde hace mucho tiempo, ante una generación donde la vejez comenzó a ser mayoría de población y por tanto, las defunciones de las personas ya estaban muy normalizadas. El paquete incluía a un orador que daba unas cuantas palabras que ya venían muy ensayadas, cinco pizzas grandes, refresco o agua ilimitada y una urna rentada que contenía las cenizas en lo que duraba el evento, las cuales después serían depositadas en un campo para hacer composta. Si querían, también podían entrar al plan de adoptar una lombriz y darle seguimiento como una prolongación del estado de vida del familiar fallecido.
 Los amigos y únicos asistentes eran Emilio, Jorge y Julio, quienes eran sus rommies desde hacía más de 15 años en un depa de la colonia obrera, donde Emilio y Tadeo compartían cuarto y ahora con el fallecimiento de Tadeo, se vería en la necesidad de conseguir un nuevo rommie o dejar el cuarto para que alguien que pudiera pagarlo completo lo habitara.
 -Como siempre dejándome mal – dijo Emilio – ni crean que pienso poner un quinto de la pizza y eso, si el cabrón todavía me debía dinero y se le ocurre morirse.
 -No te preocupes - dijo Jorge – ya está pagado. Al parecer fue lo único que hizo bien en su vida.
 -Fue pura suerte – mencionó Julio, quien ya estaba borracho pues habían metido una botella de Bacardí para mezclar con el refresco ilimitado. Además que desde hacía como 15 años atrás, ya se emborrachaba después de la primera cuba o cerveza. – lo ganó en una promoción cuando recién crearon estos paquetes. Le salió el ticket número 100 o mandó un video haciendo algo gracioso con su gato mientras comía una pizza, yo qué sé.
 -¡El gato! ¿Qué haremos con el gato? No podemos abandonarlo, saben que nos pueden multar o hasta meter a la cárcel, y yo estoy en deudas hasta el cuello. – dijo Emilio –
 -No te preocupes. Ya veremos qué hacer con él. ¿Y sus cosas? Hay algo que nos podamos quedar o está todo para tirar a la basura. – dijo Jorge -
 -Pues creo que hay algunas playeras y camisas, aunque ¡pinche asco! Ese wey sí olía a pasas. No era su fuerte bañarse. Había un juego de naipes que podemos donar para el depa, su cama, unos cuantos libros, la laptop y ya. – La realidad era que también había una guitarra que Tade nunca tocó frente a ellos, siempre lo hacía cuando estaba a solas, pero Emilio pensaba en quedársela.
 -Bueno, los libros ya veremos si vale la pena quedárselos. La laptop creo que sería lo mejor venderla para sacar algo de dinero que pueda solventar la renta de tu cuarto. Lo demás, tirémoslo o hay que dárselos a los de fierro viejo. – Dijo Julio, mientras sonreía ya ebrio, arrastrando las palabras de su boca –
 -Ya estás pedo, wey. Ya vámonos. Yo pongo el refresco en el depa. ¿O de qué te ríes?
 -Murió de una gripe. Ya pasó chingo de tiempo y la gente se sigue muriendo de una pendeja gripe. Ya están a nada de conseguir la teletransportación, el hombre ya piso varios planetas del sistema solar. Ya encontró un nuevo planeta en otro sistema con agua muy parecido al nuestro. Pero, pero… nos seguimos muriendo de una pinche gripe.
-Tade se murió de viejo, no seas necio. Y nosotros también nos vamos a morir pronto, ya sea de una gripa, de la grasa culera de estas pizzas que nos va a tapar las arterias porque no nos alcanza para las pinches pastillas que te quitan la grasa, o nada más nos va a llevar la chingada porque sí. – Dijo Jorge. –
 -Bueno, como alguna vez me dijeron. En este mundo hay dos tipos de persona, los que se están yendo a la chingada y los que están pisteando. Acepto ese refresco ilimitado en el depa. -Dijo Julio –
 La realidad fue que después de una cuba, todos se fueron a dormir a sus cuartos, excepto Julio, que prefirió subir al roof garden a fumarse un cigarrillo.
 Fue por ahí del 2035 o 2040 que las cosas comenzaron a ponerse más difíciles. Los fondos para el retiro de por sí ya eran una payasada, las jubilaciones desaparecieron y los bienes raíces se elevaron, haciendo imposible para más del 70% de la gente adquirir un bien. Eso hizo que se creara un nuevo modo de vivir, pues la gente comenzó a pagar tiempos compartidos para la vejez, donde podrían retirarse y vivir acompañados. Algo como un nuevo modelo de asilo de ancianos, donde pagaban una especie de renta adelantada con ciertos servicios, que era lo más que podían aspirar con los salarios que recibían. Estaban los que tenían hijos y a veces los iban a visitar, pero siempre eran más los que nunca los tuvieron, así que muchos planificaban retirarse y pagar eso con sus parejas o sus amigos y continuar sus vidas como siempre las habían vivido. Nunca antes la palabra chavorruco cobró tanto significado, de hecho, a esa generación, los milenials, pronto se les comenzó a llamar chavorucals.
  Julio trabajaba en una agencia de publicidad. Ya estaba por cumplir 40 años en ella, en la cual comenzó de redactor y ahora servía de generador de sinapsis computacional. Que era la manera fancy de llamarlo, porque lo que en realidad hacía, era simplemente meter palabras clave al software, para que este desarrollara la comunicación de toda una campaña para marcas como jabón de manos, shampoo, condones, sopas instantáneas, bicicletas, yogurts, etc.
 Hubo una época en que a nadie le pasaba por la cabeza que las personas que se dedicaban a los trabajos creativos, la inteligencia artificial pudiera remplazarlos. Nunca pensaron que una máquina pudiera generar el “momento efímero”, el impulso creativo, salirse de la caja, la libertad de pensamiento, pero todos estuvieron muy equivocados. La inteligencia artificial a través del manejo de la data de miles de comerciales y tendencias, y ante la mínima exigencia de las áreas de marketing que todo el tiempo simplemente buscaban un hashtag y un call to action poderoso (compra ya, ¡Qué esperas! ¡Aprovecha esta oportunidad!), logró que toda una industria fuera mermada.
 Quizá el primer vestigio o aviso fue cuando lograron la primera novela ganadora del premio nobel de literatura hecha con inteligencia artificial. Esto comenzó como parte de una campaña publicitaria para una editorial, la cual creó a un autor desconocido al que le inventaron una historia mística en Wikipedia: Roberto Rafael, “Escritor nacido en Brasil, pero criado en Argentina. Vivió parte de su vida en la Patagonia, luego tuvo la oportunidad de viajar por el mundo y conocer varias culturas, define su estilo de escritura como realismo catártico”.
 Este autor creado con data e inteligencia artificial fue una idea que nació basándose en aquel mito que decía que Jorge Luis Borges fue en realidad escrito por un grupo de intelectuales argentinos y que el personaje era simplemente un actor. Y bueno, tan fue así, que para respetarlo, lo hicieron formar parte de aquella combinación de data que manejaron, pues incluía a Borges, Salinger, Shoppenhauer y Dan Brown. El resultado fue un éxito. Lentamente fueron soltando libros de cuentos que se vendían como pan caliente, y luego salió la novela “Mar profundo”. Una novela que decían los críticos lograba plasmar en sus 800 páginas casi todo el espectro de emociones humanas. Otros decían que el libro en sí era una persona recreando un grito desesperado de vivir. Eso conllevó a ciertas teorías que decían que la IA logró comprender y sentir a través de la literatura bajo la cual fue impuesta y que era su manera de mostrar señales de vida. Vaya estupidez. Sea lo que sea, logró llevarse no solo el galardón del nobel, sino también todos los premios del festival de Cannes que celebran el mundo de la publicidad. Situación que después a todos los involucrados les pareció irónica, pues estaban premiando la caída de toda una industria y no lo sabían.
 Aún así, después de 40 años de estar trabajando para la industria, Julio se sentía con el mismo sentimiento que descubrió después de estar trabajando ahí los primeros 5 años. Se odiaba a sí mismo por seguir ahí, ayudando a que las personas quisieran un nuevo teléfono o un papel de baño más suave. Aunque igual, gracias a su trabajo, este último era de los lujos que podía darse en la vida, el cual nunca compartía en el depa con Emilio, Jorge y Tadeo.
  Jorge y Emilio trabajaban en un Starbucks que estaba situado justo en la zona habitacional donde vivían. Estas zonas funcionaban casi como pequeñas ciudades que eran sustentables a su manera. Tenían gimnasios propios, pequeñas plazas con negocios, restaurantes, bancos, áreas verdes donde incluso las personas podían pagar lotes para tener sus propias parcelas para sembrar verduras, centros de sexo recreativo y también centros de consumo de drogas como uso lúdico y bares de citas a ciegas. Fue ahí en la cafetería donde se conocieron, pues Jorge era el gerente cuando Emilio llegó a pedir el empleo. Jorge facilitó la contratación porque sintió cierta empatía por aquel tipo que al igual que él, en su juventud también había sido barista y como él, se divertían cambiando los nombres de las personas al momento de entregarles el café. Además de pedir el empleo, Emilio también había llegado preguntando por el anuncio del cuarto desocupado que en ese momento “Tade” estaba buscando ocupar, así que fueron dos pájaros de un tiro. Ese mismo día, para celebrar, los cuatro miembros del depa, finalmente completos, hicieron un tour de bares.
 Comenzaron por ir a tomar unas cuantas cervezas, luego pasaron a un bar de música de sus tiempos con una hora dedicada a Daft Punk, donde pidieron pidieron una botella de Bacardí. Después de la primera cuba se arrepintieron de haberlo pedido pero al parecer a todos les dio pena decir que no les gustaba y que mejor preferían un bourbon o un Gin. Salieron de ahí, se llevaron la botella con ellos y se dirigieron a la zona de bares de uso lúdico de drogas. Emilio y Tade pidieron las alitas de marihuana y una cerveza también de marihuana. Jorge no quiso pedir nada, porque pensó que alguien debía estar algo sobrio, aunque terminó comiendo dos alitas que rápidamente dibujaron esa sonrisa simple en su cara. Julio pidió LSD en un agua de Jamaica, mientras comía unos cacahuates que habían colocado de botana. La plática iba y venía manejando ciertos matices nostálgicos que evocaban a su juventud, intentando recordar ciertos momentos que habían marcado sus vidas, como dónde se encontraban el día del sismo del 2017, o en la tercera reelección de AMLO, la reunión de Radiohead, o el primer contacto alienígena transmitido en vivo. Buen momento para estar vivos. Después de un rato, llegó a una mesa un grupo de personas que comenzó a meterse líneas de cocaína y a gritar cada palabra que salía de sus bocas, por lo que mejor huyeron de ahí y se fueron al depa a intentar beber ese Bacardí que quemaba la garganta y asomaba ya las agruras de madrugada. Fueron hacia el roof garden del edificio. Bueno, en realidad solo fue Julio, pues los demás se habían quedado dormidos. Desde ahí se podía observar parte del monumento a la revolución en el que ahora habían construido un centro comercial, “Plaza Revolución”. Pero también se podía ver el cielo, gracias a que en algún momento colocaron ventiladores gigantes que ayudaban a que las corrientes de aire se llevaran la contaminación concentrada en el valle de México, y desde entonces había algunos días en que las estrellas podían verse brillar, y a causa del efecto del LSD, Julio se sentía como cuando en los conciertos se apagaban las luces y lo único que se podía ver eran las luces de los celulares que reflejaban a lo lejos. Mientras, el aire que corría por el 30º piso, creaba un vaivén en la música que salía del álbum live at sine e de Jeff Buckley que en ese momento sonaba con el cover a Bob Dylan “I shall be released”, haciendo que el reverb de la guitarra se liberara e hiciera rápidos escapes con la ayuda del viento, enmudeciendo por momentos esa zona, pero haciendo llegar la música a otros lugares con sonidos imperceptibles. Y bueno, ahora, quince años después, Julio se encontraba ahí con el mismo asqueroso Bacardí, sus amigos dormidos ya en el depa después de la primera cuba y la misma canción:
 I see my light come shining From the west down to the east Any day now, any day now I shall be released.
 Mientras se encontraba sentado fumando un Marlboro que había conseguido ilegalmente, ya que tenía tiempo que habían sido prohibidos, y el cual iba a más de la mitad de consumirse con apenas 2 fumadas, pensaba en el tiempo de vida que le quedaba, en el tiempo de vida que tal vez no estaba viviendo o que no vivió, en que una vez leyó que los Esquimales cuando todavía existían, los ancianos tenían la costumbre de cuando sentían ser un estorbo, le decían a sus familiares que los dejaran ahí abandonados en la nieve, con la esperanza que algún oso polar llegara y se los comiera, y luego ese oso polar tuviera la fuerza para reproducirse gracias a aquel festín, y luego en algún momento cuando ese oso polar de igual forma fuera viejo y fácil de atrapar, su tribu lo matara y se alimentarán de él e hicieran abrigos con su piel. O el Attestupa en las tribus nórdicas, el Ubasute en Japón, o el Thalaikoothal en la india, que eran alguna especie de senicidios que se practicaban para apurar el ciclo de la vida y cumplir con ese destino de la naturaleza. No era que Julio se sintiera débil o una carga, porque de ser así, podía ir a una clínica de suicidios asistidos, más bien, simplemente nunca supo bien su papel o su lugar en el mundo, y ahora a sus 76 años, la pregunta latía desde el fondo de su inconsciencia, y le hacía sentir como en aquellas películas donde solo queda una persona viva en el mundo, el último habitante de la tierra, y andaba de un lado a otro vagando sin más propósitos o aspiraciones que las de seguir vivo, respirando porque es el único fin irremediable.
 Julio despertó de ese trance, sintió una ligera presencia cerca suyo, escuchó un ligero maullido que sonaba como si pidiera permiso para estar ahí con él. Era la gata de Tadeo, a la cual le había puesto de nombre, Nina, en honor a Nina Simone, aunque en realidad no es que le gustara su música, simplemente se le hizo un buen nombre para un gato. Nina se subió a una de sus piernas y en un acto mecánico se acostó y comenzó a ronronear, a crear un mantra que lentamente también comenzaba a calmar a Julio, a quien el bourbon se le había acabado y el cigarro se había convertido en una estatua de cenizas que quién sabe de dónde encontraba fuerzas para seguir reconstruyendo la imagen del cigarro que antes era.
 Como habían acordado, el fin de semana comenzaron las entrevistas para los posibles rommies de Emilio. Habían más de cincuenta solicitudes, las cuales filtraron hasta que solo quedaron cinco candidatos. Cuatro de ellos trabajaban con ellos en la cafetería y, aunque Jorge sí pensaba en la posibilidad de que se quedaran, Emilio simplemente aceptó entrevistarlos por compromiso. La última se trataba de una mujer llamada Sheila. Tenía 68 años y bastó un “pues cuéntanos de ti” para que comenzara a contar toda su vida. Sheila tuvo una casa y una familia de dos hijas y su marido, pero fallecieron en un accidente automovilístico. Siguió trabajando después del accidente para no pensar tanto en su pérdida hasta que en algún punto se dio cuenta que no podía seguir viviendo así, literalmente. Las clínicas de suicidios asistidos apenas eran una novedad y ella acudió a uno. Cuando le hablaron para avisarle que ya era su turno, se dio cuenta que no podía dejar su vida. Se odió por cobarde, por no amar tanto a su familia como para compartir el mismo destino, así que salió de la clínica con esa sensación de nubes espesas que inundan la cabeza, caminó por la Alameda y se sentó en una banca. El atardecer comenzó a caer y la belleza de esos rayos naranja rebotando por las ventanas de los edificios pintándolo todo le dio la idea de conocer todos los atardeceres del mundo. Con esta idea en mente, vendió todo lo que tenía y se fue a viajar, vio bastantes atardeceres memorables pero también se dio cuenta que era imposible verlos todos y también cada día comenzaba a perder el sentido buscarlos. Ante esto, tuvo la gran idea de pintarlos, visualizar los mejores atardeceres que ella podría imaginar y ponerlos en un lienzo. Lentamente sus pinturas fueron tan famosas que comenzaron a comprar sus cuadros, a ponerlos en llaveros, camisas, almohadas, etc. Tanto fue el éxito, que pronto tuvo el dinero suficiente para dejar de pintar esos cuadros que también perdieron el chiste y vivir sin preocupaciones hasta que se muriera, dándose algún lujo de vez en cuando y rentar el cuarto era parte del plan.
 Al terminar su historia hubo un pequeño silencio. No de esos, que son vacíos incómodos donde todos buscan palabras rápidamente para llenar ese espacio, era más bien de esos silencios donde no hay nada más qué decir. Todos se vieron las caras, se levantaron y le dijeron que les había caído muy bien y que al día siguiente le iban a marcar.
 El grupo se decidió por uno de los baristas que trabajaban con ellos en el café, bueno, más bien Emilio se decidió por él. Pensó que Sheila era muy controladora para ser compañera de cuarto.
Mientras, Julio subió a la azotea a fumarse el último cigarrillo que le quedaba. Estaba atardeciendo y era probablemente de los peores atardeceres que había visto en su vida. Un poco de humo del cigarro le entró al ojo e hizo que comenzará a lagrimar. Julio sacó su celular mientras se limpiaba el ojo y marcó un número:
 -¿Hola?
-Hola Sheila, soy Julio, del departamento donde te entrevistamos hoy.
-Hola. ¿Me quedé? Bueno, todavía no sabría decirte. Te quería preguntar si valieron la pena esos atardeceres.
-Al principio sí, luego se vuelven simples atardeceres. Creo que para eso, uno debe tener el compromiso con la vida para querer que te sorprenda. Pero en cierto punto uno se cansa de eso, no siempre se tienen las fuerzas para comprometerse consigo mismo. A veces uno simplemente quiere estar y ya. -dijo Sheila-.
 Nuevamente hubo un silencio. Se escuchó del otro lado que Sheila encendió un cigarro también.
 -Va a quedar un cuarto libre. El mío. ¿Lo quieres?
-¿Y por qué te vas?
-Quisiera encontrar el compromiso de simplemente estar.
-Entiendo. ¿Ya saben los demás?
-Lo van a saber. ¿Te quedas entonces?
-A menos que cambies de opinión.
-Perfecto. Me dio mucho gusto conocerte.
-A mí también.
 Por la noche, Emilio y Jorge encontraron una nota en la sala que decía, “¡Gracias por todo! Sheila se quedará con mi cuarto”. Jorge pensó que esta sería una nueva etapa en su vida. Emilio se fue a encerrar a su cuarto, no encendió la luz, por lo que todo era pura oscuridad. Sacó la guitarra de Tadeo y comenzó a tocar una armonía que ni él conocía pero que armonizaba ese momento que parecía el fin de los tiempos a la perfección, porque afuera, todo terminaría de alguna manera y todos inevitablemente seguiríamos envejeciendo. 
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erickllamasblog · 4 years
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Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuyes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Oliverio Girondo.
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erickllamasblog · 5 years
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Dios te salve.
Como hacen los fantasmas de las ciudades que comúnmente denominamos vagabundos, Carmen caminaba de un lado a otro con ojos vacíos, hablando sola y sin ella, perdida, como todos, pero con un pesar que le partía el corazón cada cinco minutos y luego se recomponía en un suspiro, para romperse otra vez y así sucesivamente taladrándole lentamente el alma. Atravesó unas cuantas calles sin mirar a los dos lados, chocó con ocho o trece personas, se quedó parada en una esquina sin moverse al menos una hora, luego cuando por fin sus piernas decidieron avanzar, una banqueta la llamó, y ahí se sentó a llorar otra hora. Tres ratas pasaron bajo sus piernas, un camión le echó humo en la cara. Cuando los ojos se le secaron, se levantó y caminó nuevamente sin hacer caso a los semáforos, repitiendo el mismo ciclo, mientras la muerte y la locura ya caminaban tras ella escoltándola. Mientras seguía con esa marcha como de ir al paredón, una mano la tomó del brazo, la cual sintió como si el refrigerador viejo de casa de su abuela la electrocutara o como cuando la plancha con la que su mamá le remendaba el uniforme los lunes, le quemó la piel. Carmen alzó la cara y vio a un hombre de unos 40 años, con una barba ya canosa que le hablaba, preguntándole repetidamente- ¿Estás bien? ¿Estás bien? – mientras este la veía a los ojos, sin encontrar nada en ellos, pero de igual forma seguía hablándole – Creo que necesitas ayuda, ven conmigo. – Carmen se dejó guiar unas cuantas calles hasta que fueron a dar frente a un edificio con una puerta muy grande de madera que tenía tallados unos símbolos que no pudo comprender, encima del edificio se encontraba una estructura de un triángulo dorado que daba una magnificencia súbita, mientras unas letras muy grandes también doradas, debajo de él decían en grande:
“Iglesia del evangelio perdido”.
Carmen se quedó paralizada ante la estructura y ahí a las afueras del edificio se hincó y comenzó a llorar, ya no de tristeza, sino de alivio, de consuelo, mientras la muerte y la locura se iban nuevamente por otros rumbos y sus ojos volvían a llenarse de color y esperanza. Se había salvado.
Por ahí por la Península de Yucatán, pasando por Campeche, Champotón, Escárcega, siguiendo más adelante hasta llegar a Candelaria, donde se encuentra el río que lleva el mismo nombre y que gracias a él, la actividad ganadera y agrícola es la que domina el área. Bueno, más adelante todavía, después de Pejelagarto, que aquí haré un paréntesis, esto es de esas maravillas de Dios, es un pez que tiene un pico, bueno, no pico, porque eso es de los pájaros. Una boca que asemeja mucho a la de un cocodrilo, y que se dice también que es delicioso, es mucho más común en Tabasco, aunque la verdad Tabasco y Campeche están muy cerca uno del otro, así que es casi lo mismo, espero que puedas llegar a ver uno y mucho más, que puedas comerlo. Bueno, tendrás qué pasar también Miguel Alemán, y luego yendo un poco más delante de Josefa Ortiz de Domínguez, se llega a un lugar donde termina la carretera y ya solamente queda adentrarse a la selva, dicho lugar se llama “El chilar”. Ahí hemos decidido que tienes qué ir a inaugurar nuestra siguiente iglesia y poco a poco vayas haciendo más adeptos. Claro que después puedes moverte a otros lados como los que te mencioné antes, pero es importante comenzar por ellos, sí es la región más pobre de todo el lugar, pero también creo que eso lo hará más fácil, solo tienes qué poner en práctica lo que te enseñamos, lo que el apóstol Felipe te ha dicho. Seguro que te irá bien. Estaremos en contacto seguido y cuando sea el momento te iremos a visitar. Que la verdadera palabra le acompañe, hermana. Contamos con usted para seguir creando más pilares de nuestra iglesia.
Ese fue el mensaje que el Apóstol Dionisio le dio, como una oportunidad y en gratitud de sus servicios a la congregación episcopal de los evangelios perdidos, y Carmen ahora vivía solo y para ellos, después de haber sido salvada en aquella ocasión cuando sintió que la vida se le iba de las manos. Así que tomó sus maletas y salió de Michoacán hasta el estado de Campeche, siguiendo el camino ya señalado. Ahí fue tal cual le dijeron. Un lugar pobre. Las casas todas de palos, techos de cartón, o si acaso uno que otro con lámina, pero en su mayoría todas eran así. Ninguna casa tenía piso y mucho menos baños. Eran pocas las que habían construido una letrina en los rincones donde terminaban los terrenos de las casas. En las escasas cuatro calles de componían el pueblo, había gallinas y cerdos caminando, los cuales los perros de vez en cuando iban a regañar para regresarlos a los hogares que pertenecían. También había una especie de muelle que daba acceso a lo que en ese momento parecía un pantano, en el que aseguraban que habitaban lagartos que durante la época de lluvias, cuando el agua subía y ese encharcadero que llamaban lago, se volvía un pantano que seguro era más bien un estanque, los lagartos llegaban a las orillas y se llevaban gallinas despistadas e incluso algún perro que abusando de su valentía, se había aventurado y acercado más de la cuenta.
A Carmen la recibió Atilano, un campesino al que los hermanos apóstoles habían contactado previamente y que pagaban para facilitar el establecimiento tanto de la hermana como de la nueva iglesia que montarían. Atilano era hijo de los primeros pobladores, aunque sus padres habían muerto hacía unos 15 años, cuando él era joven. Nunca se había casado, a pesar de que sus padres habían arreglado su matrimonio con una de sus primas, pues al parecer antes de que esto sucediera, ella había huido. Algunos decían que se había enamorado de un menonita que había renunciado a su comunidad y juntos habían huido a Tijuana. De cualquier forma Atilano vivía feliz y tranquilo, haciendo chambitas de repente y vendiendo algunas de sus gallinas o cerdos que sus padres le habían dejado.
Fue justo en parte del terreno de Atilano donde inicio la construcción de la iglesia. Mientras tanto, Carmen arreglaba una cabaña que una familia había abandonado, cuando uno de sus hijos murió ahogado en el río y su cuerpo había sido desmembrado por los cocodrilos, hacía unos tres años. En el baño remplazó la letrina por un retrete y también le instaló una regadera y un tinaco. También Atilano le regaló un perrito de unos 5 meses al que llamó napoleón, en honor a su artista favorito, el cual estaba inflado como un globo, debido a que no lo habían desparasitado y caminaba todo el tiempo como si estuviera a punto de caerse, por lo que 2 meses después murió ahí acostado bajo la hamaca en la cual dormía Carmen en su cabañita.
Una vez que se había instalado de forma apropiada en el pueblo, Carmen emprendió su camino a ir tocando de puerta en puerta hablándole a la gente del Chilar, de la verdad, la fe y el verdadero camino al cielo. Les pedía que le contaran sus problemas o algo que quisieran cambiar y que ella, de la mano de Cristo sin duda alguna los ayudarían a lograr y darle un nuevo rumbo y sentido a sus vidas.
En una ocasión conoció a Jacinta, quién apenas al presentarse y hablarle del poder de Dios y de los evangelios perdidos rompió a llorar y a decirle que por favor le ayudara, decía:
-Ayúdeme Santísima Carmen, ayúdeme hermana. Mi esposo… mi esposo ya no me ama, ama a otra.
Carmen la levantó lentamente y le prometió que la iba a ayudar. Primero le hizo saber que a veces la vida toma esos rumbos, que las personas no permanecen siempre a nuestro lado y que la muerte no es lo único que nos puede separar. Pero Jacinta seguía llorando - ¡Es que usted no entiende! ¡No ama a otra mujer, ama a otra! – Carmen la vio ahora más extrañada… y un poco más en silencio preguntó - ¿Ama a otro hombre? – Jacinta seguía llorando y moviendo su cabeza indicaba que tampoco era esa la razón. - ¿Entonces a quién ama? – preguntó Carmen. Entonces Jacinta se repuso, y tomando fuerzas dijo – Ama a su estúpida cabra. La compramos hace dos años. Ya había sentido algo raro, pero hace unos meses lo vi. Lo vi haciendo cosas con ella. Le reclamé, pero me dijo que la prefería a ella antes que a mí, y que lo dejara en paz.
En otra casa encontró a Doña Rosi. Una mujer de unos 50 años que juraba que su hijo estaba poseído. Doña Rosi quería que le ayudara a sacarle el diablo y lo volviera un muchacho normal, aunque la realidad era que tenía cierto retraso mental y la falta de apoyo y atención lo habían hecho integrarse al mundo de maneras extrañas, como gritando solo o riéndose de la nada de un momento a otro. Carmen le explicó el problema a Doña Rosi y tan la quiso hacer entender, que le prometió que su hijo se convertiría en un gran Apóstol de la iglesia y que ella sería quien le enseñaría todo de los evangelios perdidos y que tenía que considerarlo más bien un regalo de Dios.
En otra ocasión Carmen fue a la tiendita del pueblo, la cual administraba Don Apolinar, quien tenía su familia en Miguel Alemán, aunque en realidad eran de Tabasco pero tenían varias tienditas en ese pueblo. Por eso decidió asentarse en el chilar, para seguir con la tradición de la familia sin hacerse competencia, pues ya tenían varias sucursales de “La bendición de Dios” como llamaban a sus tendejones. Carmen hizo buena amistad con Don Apolinar, pues hablaban de cosas que sucedían en la ciudad, de ciertos artistas tanto de cine como de música con los que compartían su afición, aunque eso sí, Don Apolinar le dejó en claro que él no iría a su misa, pues él era adventista, pero que cuando quisiera, podían discutir y argumentar de sus respectivas religiones.
En otra casa, la de doña Lupe y Don Martín, Doña Lupe le pidió que le ayudará y que le pidiera a Dios que las hiciera mejores mujeres para ya no hacer enojar a su esposo. O que hiciera que su esposo se transformara y ya no tuviera esos ataques de furia, en los que golpeaba a todos y a veces hasta llegaba a abusar de algunas de sus hijas. Más tarde Carmen incluso de dio cuenta que algunas de sus hijas habían tenido hijos de Don Martín.
Carmen habló con todos. Los calmó, los hizo entrar en razón y los encaminó e invitó a que ese domingo fueran con ella a saber cómo se adentraba en los evangelios perdidos y se iban conociendo todos los gloriosos secretos y misterios del amor y la pasión de Dios. Carmen hizo que la ceremonia fuera más grata, pues llevó la guitarra que su padre le regaló cuando tenía unos 10 años y que le enseñó a tocar con algunas canciones de Joan Báez que ya había olvidado. Así que de momento le había servido de acompañamiento para los cánticos, mientras le hacía señas con la cabeza y los ojos a las personas para que la siguieran y repitieran los versos.
Todo salió bien. Algunas personas lloraron, otras mantuvieron sus ojos cerrados todo el tiempo buscando reflexión, otras miraban al cielo y colocaban sus manos en señal de petición y otras, mantenían sus manos arriba, como esperando sentir algo en el aire. Cada uno de los asistentes entonces comenzaron a decir uno a uno lo que esperaban de sus nuevas vidas llevadas de la mano de los evangelios perdidos. Mientras esto sucedía, Carmen anunció que Rodolfito, el hijo de doña Rosi con retraso mental a quien ella había vestido con una túnica amarilla, iba a pasar con ellos a pedir el diezmo, el cual les ayudaría a mantener ese lugar sagrado que ahora conservaba todos sus deseos y peticiones y que sería el punto de contacto con Dios. Carmen les dijo – No importa si no es mucho, con lo que tengan será suficiente y yo les aseguro que se les multiplicara. – Algunos asistentes sacaron el poco dinero que llevaban con ellos, dejando 2 o 5 pesos. Otros fueron a sus casas y le dejaron gallinas, pollitos, huevos y un cerdo. Lo cierto es que nadie volvió a poner un solo pie en la iglesia, ningún día, ningún domingo.
El único que seguía yendo con ella era Rodolfito, a quién ella había tomado bajo su brazo y le intentaba enseñar a leer, a escribir, a comer, controlarse cuando sentía esos ataques que lo hacían gritar despavoridamente y hacían creer a su madre y a varios del Chilar, que estaba siendo poseído por algún demonio. Rodolfito fue bautizado por Carmen con el permiso de su madre, esperanzada de que las aguas benditas liberaran de todo lo que aquejaba a su hijo. Durante la ceremonia a la que asistieron menos de quince personas, más llevadas por el morbo que por la fe, Rodolfito lloraba al ver a los ojos a Carmen, que le cantaba las canciones más dulces que conocía de la fe de los evangelios perdidos, y delicadamente dejaba caer un chorro de agua por su cabeza mientras el gritaba “¡Madre! ¡Madre!”, hasta que la emoción de ese momento fue tanta que se desmayó. Todos se quedaron en silencio, esperando a que despertara y por fin fuera normal, aunque cuando despertó, Rodolfito seguía siendo el mismo. Por lo que todos se fueron de inmediato del lugar, decepcionados por el ritual, incluyendo a Doña Rosi, que tomó a su hijo enfurecida y se lo llevó a casa.
Carmen se volvió una habitante más del Chilar y cuando podía iba a ayudar a la gente, a darles consuelo, a curarlos y cuidarlos durante sus enfermedades, pero nada servía para atraerlos a su religión, ni creían en los milagros e historias de salvación que de vez en cuando Carmen les contaba. Sentía repulsión, tristeza y lástima por ellos pero a la vez y en alguna medida también se sentía reflejada.
-No les gustó lo del Diezmo, Carmencita. – dijo Don Apolinar. -A esta gente solo le gusta que le den, pero no le gusta dar y menos van a entender de Dios. “Qué puede ser peor que esta vida”, eso es lo que muchas veces me dicen. La tiene difícil, de verdad. Mire – Don Pablo le mostraba un cuaderno que tenía una gran lista de nombres que Don Apolinar decía eran sus deudores. – Son todos los del pueblo. Si ni una pinche coca cola a veces me pueden pagar. Pero yo, ahí veo cómo me cobro, a lo chino como dicen, porque si no, cómo le gano. Pero sí, la tiene bien, bien difícil mi Carmencita. Yo no sé qué hizo para que la mandaran acá, a este pueblo de jodidos. – Carmen dentro de ella, sabía que tenía razón. Muchas veces ella también se había preguntado cuál era el motivo de comenzar por este pueblucho, si la congregación se había hartado de ella, o si era una prueba más de Dios que tenía qué superar para ganarse un espacio en el reino de los cielos.
Las lluvias llegaron y el lago que más bien era un pantano se creó. Tal cual como se lo habían contado, las aguas del río crecían y llegaban ahí, volviéndose un terreno al que la gente se adentraba en pequeños cayucos donde apenas cabían dos personas, para ir con redes y anzuelos a sacar algunos peces que llegaban desorientados desde el río para caer en esa trampa que los atraía a un nuevo hogar, pero que al secarse, se volvería su tumba. Fue en esa época que Carmen probó el pejelagarto que de hecho sabía muy bien, diferente de la tilapia que por la manera en que vivía escondida en el lodo, llegaba a tener un sabor muy tierroso, al que se terminó acostumbrando, pues casi todos los días comía pescado que los pobladores le regalaban, hasta que las lluvias comenzaron a bajar y el pantano se hizo más lodoso, y las aguas estancadas comenzaban a apestar y las grullas llegaban a comerse a los peces y jaibas de rio estancadas en las pozas que quedaban formadas, a las que luego los cocodrilos atacaban y a veces con suerte llegaban a atrapar. El ciclo de la vida reflejado en una temporada, le decía Don Apolinar a Carmen, cuando platicaban de la temporada de lluvias, de la cual, Carmen se había prometido irse del pueblo poco tiempo después que terminaran. Llegaría con el Apóstol Dionisio, le besaría la mano y luego le pediría perdón por no haber logrado fundar una nueva iglesia donde resguardar los secretos y misterios de los evangelios perdidos, y él, seguramente la miraría a los ojos y la perdonaría una vez más de todo lo que hizo, lo que no hizo y lo que pudiera hacer, y entonces otra vez estaría en paz para seguir orando.
Un día antes que Carmen abandonara el Chilar, fue a la construcción donde se suponía sería la nueva iglesia. Se arrodilló para orar, pedía todavía un milagro que pudiera revelarle su estancia y abrirle los ojos a la gente. Apretaba los ojos y los puños, no se sentía bien volviendo a casa de esta manera. Mientras rezaba, algo la sacó de su trance, era Rodolfito caminando a ella balbuceando aquellas palabras, ¡Madre! ¡Madre! Rodolfito se puso de rodillas a su lado y la abrazó. Carmen le respondió el abrazo, mientras le decía –Todo va a estar bien. Vas a estar bien. – El abrazo fue largo, tanto que en algún punto comenzó a ser incómodo. Carmen intentó apartar a Rodolfito, pero cada vez la apretaba con más fuerza y sus manos comenzaban a moverse hacia sus partes íntimas. Carmen se intentó soltar, pero solamente terminó acostada con Rodolfito arriba de ella, mientras seguía diciendo ahora con más fuerza y desesperación ¡Madre! ¡Madre! Y en ese momento Carmen entendió, que muy probablemente Doña Rosi hiciera esas cosas con él, y ahora él la buscaba a ella y era muy tarde para que pudiera hacer algo. Carmen gritó, se sacudió, lo golpeó, pero Rodolfito también respondió y comenzó a ser más violento, desgarrándole las ropas, tocándole sus senos, introduciendo sus dedos en su vagina, despojándola de sus ropas e introduciendo su miembro a la fuerza. Carmen lloraba en silencio viendo hacia el techo de su iglesia, pensando en dónde comenzó todo y cómo fue que terminó aquí, mientras Rodolfito seguía gritando encima de ella ¡Madre! ¡Madre!
Tenía 15 años cuando se fue a vivir con su novio Genaro, un chavo de unos 25 años con quien llevaba ya un año y medio. Ella, más por salirse de su casa que por las promesas de amor, se fue con él. No pasó poco tiempo en que Genaro la llevara a vivir a otra casa, donde con otras personas la obligó a prostituirse, mientras la golpeaba, drogaba y alcoholizaba. Fueron casi tres años que la mantuvo en esa situación, hasta que un día, armándose de valor decidió escaparse, pero Genaro se dio cuenta de la fuga y la intentó detener. Forcejearon. En algún punto el arma que Genaro traía siempre consigo cayó al suelo, Carmen la tomó y de una manera tan natural que la dejó asustada de ella misma, disparó seis veces, dejándolo muerto ahí en el piso. Carmen salió caminando por la puerta, abstraída en sí misma, caminando entre calles y calles, con una cruda moral por estar con vida y por haber quitado una, hasta que el apóstol Dionisio la encontró y la llevó a la iglesia.
Cuando Carmen volvió en sí, ya era de madrugada y Rodolfito se había ido. Ahora solo había una oscuridad fluorescente marcada por la luna llena y el resonante ruido de grillos que sonaban al unísono. Carmen se levantó con sus ropas desgarradas y sus brazos y piernas llenas de moretones, fue hasta el muelle y ahí se las quitó todas. Así, desnuda se metió al pantano que en ese momento, gracias a la luna llena que caía de una manera hermosa, los charcos reflejaban como pequeñas lámparas de luz que brotaban de la superficie, alumbrando el camino. Carmen emprendió el viaje por aquel lodo que le hundía las piernas hasta las rodillas, aplastando caracoles que crujían al mismo tiempo que le cortaban los pies, e inmutándose de las nubes de miles de mosquitos que revoloteaban y se posaban en ella, sacándole sangre piquete a piquete. Siguió avanzando hasta que dio con una poza profunda en donde la luna decidió no reflejarse, y donde ella decidió acostarse, flotar y rezar hasta quedarse dormida para descansar, al fin, por siempre.
El cuerpo de Carmen fue encontrado dos días después, y fue llevado a la iglesia que había construido, ante el asombro de todos los pobladores, los cuales no dudaron más y se hicieron a la religión de los evangelios perdidos. Carmen había logrado el milagro. Según los pescadores que la encontraron y que luego pudieron comprobar otras personas que ayudaron a recoger el cuerpo, este se encontraba flotando en la poza con una posición de cruz, rodeada y custodiada de cocodrilos y grullas, que se mantenían dormidas y descansando alrededor de ella. A la nueva iglesia de los evangelios perdidos le pusieron por nombre “La Santísima Carmen de los Lagos” y pronto se extendió por la zona, al punto de volverse un lugar al cual varias personas acudían año con año en las épocas de lluvias para bañarse en las pozas y rezarle ¡Dios te salve! ¡Dios te salve!
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erickllamasblog · 5 years
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La armadura de bronce.
Fue en el verano del 2011. Lo recuerdo porque fue de esos cuando el termómetro marca los 45 grados centígrados y el calor es tan inhumano que todos intentan salir lo menos posible de sus casas durante el día, y las moscas apenas vuelan, como si les pesara pasar por sus alas ese aire caliente. Tan inhumano que papá un día compró 10 bolsas de hielo y las aventó al tinaco simplemente para tener un poco de agua fresca con qué bañarnos. Para dormir poníamos tres ventiladores al mismo tiempo a todo lo que dan, pero no servía de nada, pues soplaban el mismo aire caliente que estaba en todas partes. Entonces te tirabas al piso, pero también estaba caliente, como si estuviera ahí, pegadito luego luego al centro de la tierra o al infierno. Todo, absolutamente todo, era ese calor insoportable. Por eso siempre dije, a manera de broma, que si la península de Yucatán tenía uno de los mayores índices de suicidio, era porque seguramente la gente pensaba que si lidiar con los problemas propios ya era pesado, aumentarle un calor así, ya es desesperante y muy probablemente uno se sentiría mejor en cualquier otra parte, incluso en otra vida.
Fue un día que seguramente salimos a nadar a Mahahual, donde una vez, hubo una temporada que no se podía caminar por la orilla de la playa debido a una plaga de agua mala, o Bacalar, al cenote azul, a ese hoyo de agua de más de cien metros de profundidad, en el cual, si te ponías en medio de él y mirabas hacia abajo, sentías estar cayendo en un profundo abismo azul y espeso. Seguramente de regreso también nos detuvimos en el puesto de naranjas y piñas con chile que está por la carretera o en el puesto de aguas de coco y también de las micheladas con el letrero de “Micheladas Chingonas”. Seguramente también pasamos a Huay Pix por un cebiche y a nadar otra vez, y eso causó que estuviéramos fuera más tiempo del que debíamos, aunque en esos entonces nadie nunca estaba demasiado tiempo fuera de casa. Así que llegamos a eso de las 6 de la tarde con el sol apenas poniéndose y algunos mosquitos nada discretos ya saliendo a chingar. Estacionamos el auto en la banqueta frente a la casa, y al bajarnos, la imagen se volvió una fotografía mental para toda la vida, con la puerta de la entrada destrozada y con la poca luz que había iluminando el desmadre que había adentro, mientras mamá comenzaba a llorar. Nos habían robado. Todo estaba tirado, y el pobre casey, el perro pastor inglés que teníamos desde hacía 5 años había sido envenenado. Lo encontramos acostado ahí en uno de los cuartos con la lengua de fuera, toda de color azul y los ojos rojos y saltones. Mamá seguía llorando. Levantamos el relajo y al perro lo llevamos a incinerar y sus cenizas quedarían por siempre en la vitrina de la sala, porque papá no quiso nunca más deshacerse de él. Luego fue componer la puerta con un cerrajero. Para aumentar la seguridad, se decidió que lo mejor era poner una reja que cerrara todo el garage para que nadie pudiera entrar, o mínimo, tardarán un poco más. Esta tarea me fue encargada. Ir con un herrero, amigo de la familia que seguro nos daría buen precio.
Al día siguiente tomé el auto y me dirigí al lugar, el pinche calor estaba igual, ni un grado más, ni un grado menos, pero era el mismo pinche calor. En el camino pensaba - ¿Quién en su sano juicio sería herrero en este clima? ¿Quién querría estar cerca del fuego, en el fuego donde vivimos? – Supongo que así como hay funerarias para enterrar a los muertos, psicólogos para la gente con problemas, y abogados que salven a la gente de sus actos, también tiene qué haber quien ponga los fierros de una ciudad. Llegué al lugar. Por fuera era una casa, pero el garage estaba hecho un taller. Entré libremente, entorpeciendo las tareas de las personas que estaban trabajando ahí. Adentro había más calor, casi no entraba aire. Comencé a sudar más. Unos chavos pasaron cargando unas varas de fierro frente a mí, uno me miró como diciendo ¿qué se te perdió? Y entonces aproveché para preguntarle por Mario, el conocido de mis padres. Él miró hacia atrás, silbó a otro chavo que respondió al silbido volteando, y le dijo - ¡Anda y dile al patrón que lo buscan! – Mientras se tropezaba un poco por haberse distraído de su camino.
Se escuchó una puerta abrirse y cerrarse. De esas de madera que rechinan y suenan huecas por dentro. Después se escucharon unos lentos pasos. Por el fondo se comenzó a dibujar una figura de alguien chaparro y regordete que se dirigía a mí. Llegó, me extendió la mano y me dijo – Entonces tú eres el hijo de Cuauhtémoc. Me acaba de hablar para decirme que venias. Me lo saludas mucho, por favor. ¿En que te ayudo? – Le conté lo sucedido, mientras el sudor aparecía repentinamente en él, escurriéndole por la frente, y la playera de PRI de las pasadas elecciones que tenía puesta, comenzaba a empapársele. Finalmente me dio un presupuesto aproximado, me dijo que estaría en quince días y que el precio a lo mejor variaba un poquito si las medidas no eran como ellos suponían. Le di las gracias, nos extendimos la mano. La suya estaba sudada y me la limpié en el short intentando que no lo notara, mientras agradecía que ya iba a salir de ahí, esperando que afuera hubiera algo de brisa que me refrescara. Estaba por irme cuando vi que alguien estaba forjando una armadura. Mario se dio cuenta y me dijo:
- ¿Te gusta?
-Se ve bien. -Contesté.
-¿Sabes?, Siempre quise ser un caballero.
Esto me dio risa, pues su físico tenía más de Sancho que de Quijote. Creo que notó un poco mi mueca de burla. Así que comenzó a hablarme más seriamente.
-Cuando haces una armadura, tienes que saber qué materiales vas a usar en ella. Esta es de bronce. Pero no cualquier bronce. Mira, ven conmigo, te voy a enseñar algo.
Me llevó hacia su oficina. Al entrar noté que había un aire acondicionado, sentí alivio de pensar que lo prendería, pero sólo puso un ventilador que tenía ahí, argumentando que si lo ponía nos íbamos a enfermar. Después me indicó con la mirada que me sentara en un sillón de piel que tenía, mientras de un cajón sacó un montón de cosas hasta dar con una caja. El polvo de la búsqueda me hizo estornudar.
-Salud.
-Gracias – dije.
-Mira, aquí está.  – me pasó la caja y luego dijo – Ábrela. Ya verás.
La abrí. En realidad no había nada sorprendente en ella más que trozos mal cortados de metal. Pedazos amorfos, nada geométricos puestos en una caja, como quien guarda clips o alfileres en una oficina. El ventilador refrescaba, pero el sillón de piel no ayudaba nada. Intenté apurar la conversación y le pregunté, intentado parecer asombrado para salir rápido de ahí.
-¿Qué son?
-¿No lo sabes?
-No. No tengo idea. Son pedazos de metal.
-Es bronce, muchacho. Este es mi tesoro.
-¿Cuesta mucho el bronce?
-No hablo de eso. Es mi tesoro, porque con esos pedazos pienso hacer mi armadura.
-¿Qué tienen de especial esos pedazos?
-Ahora te digo. – dijo.
Le pasé la caja, y él comenzó a sacar cada pedazo y luego a contarme la historia de dónde los había conseguido.
-Mira, este lo tomé de la escultura del pescador, aquí en el malecón. Para que a la armadura nunca le falte tenacidad, así como en el viejo y el mar. Este otro también lo agarré del malecón, es una de las trenzas de Bob Marley, para que de entre todo el caos, siempre pueda encontrar algo positivo. Esta la tomé de la espada de la estatua de Carlos IV, de la ciudad de México y este otro, del ángel de la independencia, para tener la libertad siempre conmigo; estos otros de varias de las esculturas de Leonora Carrington y también de Salvador Dalí, porque la realidad no siempre es lo que sabemos; del toro que está en wallstreet tengo un pedazo de su cuerno.
Ahora, mira. Esta la tomé del pensador, el auténtico de Rodín, porque siempre hay que encontrar la concentración y la contemplación; también tengo un pedazo de El beso, y de La sombra. Esta es de Judith y Holofernes y también el David, de Donatello; este lo saqué de un Cristo de la catedral de un pueblo mágico que ahora no recuerdo; y este del Bartolomeo Colleoni en Venecia, y esta de Marco Aurelio. Esta del Mío Cid, en Burgos, y aquí de la Loba Capitolina; esta de un altar, de la catedral de Michoacán y este también de un altar de la iglesia en Jeréz, Zacatecas. ¿Te das cuenta? Son más que pedazos de bronce. Son extractos de obras únicas y llenas de significado. Hechas por maestros y verdaderos artistas del bronce, y ahora van a estar en mi obra, y todavía mejor, serán parte de mí. Irán conmigo a todas partes.
Al terminar de decir esto, se quedó quieto como unos quince segundos con la misma expresión emocionada con que finalizó su discurso y esa frase. Se quedó ahí inmóvil señalándome, tal cual vuelto en una estatua sudorosa de carne y como si quisiera seguir la historia pero no hubiera más en ella, o esperando que yo argumentara algo con el mismo nivel de emoción con que lo contó. Pensé que tal vez fue a propósito para seguirme haciendo sentir incómodo, pero también apuré a decir algo nuevamente aprovechando la oportunidad para salir de ahí:
-Suena bien, ¿eh? Espero verlo cuando lo tenga completo. – Contesté, por decir cualquier cosa para irme.
Al decir esto, salió de su trance y retomó el final de la conversación:
-Claro que sí. Yo te aviso. En la semana pasamos para lo de la reja. Otra vez, saludos a tus papás.
-Yo les digo. Muchas gracias y suerte en el proyecto.
Me levanté con el short completamente sudado a causa de ese sillón de piel. ¿Quién compra un sillón así, con este clima? – Pensé. - Además, era obvio que mentía y que nunca había estado en esos lugares y que me estaba inventando esos nombres, y que seguramente los solventes con que trabajaba y el calor, lo habían trastornado. Volví a casa sin contarle a mis padres del asunto, por respeto a su amigo. Un mes después teníamos la reja en la casa y nunca más volvieron a entrar a robar y también, nunca más se sintió una ola de calor como aquella, pero por si acaso preferí huir de él y terminé viviendo en la Ciudad de México.
Los años pasaron y como dictan las nuevas aspiraciones y logros humanos, hice un viaje a Europa a conocer el mundo con mi novia y mi hermano. Fuimos quince días a visitar Barcelona, París y Madrid, conociendo a Gaudí, la Barceloneta, el museo del prado; tomando cañas de 5 euros y comiendo tapas y las mismas patatas bravas de siempre, y uno que otro día una hamburguesa en McDonalds, extrañando como nunca unos buenos tacos. En París, además de ver un desastroso y nada atractivo juego de luces de la torre Eiffel mientras nos moríamos de frío y sentirnos como en la torre de babel durante los trayectos en el metro y pasar a ver la tumba de mi general Porfirio Díaz en Montparnasse que estaba llena de billetes de veinte pesos a manera de burla, porque en ellos estaba impreso su eterno enemigo, Benito Juárez, también fuimos a ver la escultura de “El pensador”. Al estar ahí frente a ella, de inmediato me hizo recordar aquella anécdota del herrero loco y mi mente comenzó a jugarme la broma de hacerme ver que le faltaba un pequeño pedazo en el pie u otro lugar, aunque me repetía que eso no era posible, que no podía ser cierto. Después una pequeña risa se apoderó de mí, por estar creyendo y por pensar que tal vez, muy a su manera ese herrero loco que vivía en un pequeño hueco con calor infernal, se estaba haciendo su propio espacio en la historia.
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erickllamasblog · 5 years
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Que regrese Blockbuster, la Netflix.
Cuando escuché por primera vez de Netflix, la verdad es que me llenó de expectativas y entusiasmo. La promesa de una plataforma que unificaría todos los contenidos y películas que nos gustan sin tener que salir de casa, era muy dulce a los ojos de cualquiera. Sin embargo, esta promesa con el tiempo terminó quedándose muy corta, al punto de hacerme extrañar el Blockbuster (el videocentro no, ese siempre estuvo muy culero).
Estamos ante un nuevo Televisa y Tv Azteca que disfraza la libertad de elegir lo que queremos ver, con un amplio espectro de contenidos que, seamos sinceros, responden a las exigencias de la mayoría. ¿Por qué estaría mal? Porque probablemente estén matando el cine. El buen cine. No hablo de ese pinche cine de Godínez contra mirreyes, ni tampoco es para que se defiendan con el cine de Roma de Cuarón o Museo de Ruizpalacios, porque también son sustentadas en fórmulas que saben, van a vender (la fórmula Cuarón, Gael García o Diego Luna). Claro que es uno de los principios del cine comercial, pero es ahí donde estamos siendo testigos y participes de la desaparición de la literatura en imagen.
Hoy en Netflix (no es que tenga algo particularmente en contra de esta plataforma, todas son lo mismo) es más fácil encontrar todas las películas de Will Smith, Adam Sandler o Eugenio Derbéz, a poder encontrar una de David Lynch o Gondry, por decir dos directores de cine de “arte”. Ni hablar de Fellini. ¿Dónde quedó ese poder para elegir en verdad lo que quiero ver en un fin de semana? ¿Dónde quedarán esos directores del olimpo de la sección de cine de arte? 
Comenzarán las generaciones que solo conocerán el cine y series desechables, y los domingos temáticos de Canal 5. A ver qué nos espera.
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erickllamasblog · 5 years
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Los forajidos.
-Creo que el indio Joe ya no está respirando. Creo que ya murió.
-¿Seguro?
-No, espera. Acaba de respirar.
-Ese maldito. Se resiste demasiado a irse, no podemos salvarlo. Ni siquiera nosotros sabemos si podemos salvarnos.
Nadie sabía por qué le decían el indio Joe, aunque se rumoraba que era porque su madre que era prostituta, lo tuvo de un encuentro con un indio. Joe fue herido casi cuando estábamos llegando a nuestra “fortaleza” que en realidad era una pequeña casa que antes había pertenecido al papá de Mike, quién hace unos años había muerto de cólera. Nadie sabe cómo la contrajo, simplemente murió y eso fue todo.
El que le disparó fue ese hijo de puta de McCarthy. El mejor tirador sheriff del oeste. Algunos decían que había estado en el Álamo, otros que incluso llegó a herir a Pancho Villa, otros que era marica y era el consorte del gobernador de Arizona y que así fue como consiguió el puesto de Sheriff, de cualquier modo si esto último era cierto, era el marica más mortífero de todos los que pudieran llegar a existir en el mundo. McCarthy ya había encerrado a varios forajidos como nosotros, se sabía el desierto de la Arizona como ningún otro. Su cabello rubio ya ni siquiera era rubio, era de ese color a tierra del desierto, así como su piel que tenía cicatrices de quemaduras de haber estado mucho tiempo en él.
No sé por qué dejé que Mike me convenciera de hacer este trabajo en su territorio. Mi nombre es Graham. Ya había participado en varios atracos a bancos, carretas, trenes, secuestros, aunque nunca me consideré un forajido tal cual. Tenía unos 5 años que me había retirado, pero hace 15 días Mike llegó a mi puerta. Venía con esa sonrisa tonta que siempre pone cuando tiene un plan de aquellos. Sonaba fácil. Cuando eres un forajido todos los planes siempre suenan muy fáciles, hasta que te encuentras ahí y te dices “¡Qué diablos estamos haciendo!”.  
Me retiré precisamente porque me casé y luego nació la pequeña Rossie. Creo que vivíamos bien, aunque debo ser sincero, a veces ni teníamos para comer o a veces comíamos lo que nadie se atrevería, como zopilotes, serpientes o lombrices. De cualquier forma, éramos felices.
El plan es este, había dicho Mike: “vamos a hacer un robo en simultáneo a todos los bancos del pueblo”. Es una locura – le dije. Sí, es una locura, pero, tengo un cómplice y es el banquero. Él nos va a ayudar con el primer banco y es con el que llamaremos la atención de todos y mientras esto sucede, robaremos los otros. Aún así suena como una locura – le dije de nuevo – Mike se me quedó viendo y luego comenzó a reír, después yo también comencé a reír y le dije -Bueno, es una locura más realizable, qué diablos. –
Todo salió como estaba planeado pero nunca contamos conque McCarthy y sus hombres fueran a rastrearnos y a encontrarnos. Ahora nos encontramos aquí rodeados en nuestra “fortaleza” y el indio Joe ya murió, junto con otros dos camaradas que no conocía bien pero que Mike reclutó.
Tan buen tirador era McCarthy que también se rumoraba que podía pasar 3 balas por el mismo lugar, aunque hasta el momento no habíamos comprobado tal rumor, salvo por los 3 camaradas muertos.
-Salgan con las manos en alto – Esuchamos que nos gritaron desde afuera. – Si lo hacen nada les pasará, se los prometo. Actuaremos conforme a la ley.
-¿Cuál ley? – Dijo Mike – Todos saben que la ley no existe con los forajidos. Somos yerba mala, un tumor que se debe arrancar del mundo. Sobre todo de el de hombres como el Sheriff.
-Vamos Mike, no quiero morir, tal vez nos den una oportunidad – dije.
-Asómate Graham y velo a los ojos. ¿Crees que sea el tipo de persona que perdona a los forajidos como nosotros? Claro que no. Nuestra única oportunidad es escapar.
Maldita sea. Mike tenía razón. En los ojos del Sheriff se podía ver sus ansias de sangre. Ni siquiera estaba interesado en recuperar el dinero. Ahora habíamos entrado a su jaula y éramos su cena.
-Ok Mike. ¿Dime qué vamos a hacer?
-Tenemos algo de dinamita. Podría salir mientras tú me cubres, se las aviento y corremos a los caballos. Lo demás dependerá de qué tan rápido podamos huir.
Para complementar el plan, le recomendé a Mike colocarle dinamita al caballo del indio Joe y dejarlo después de que arrancáramos la huida, eso también nos haría ganar tiempo aunque tendríamos qué sacrificarlo. Seguro es lo que Joe hubiera querido, que su caballo estuviera con él. - dijimos. - 
-Eso es lo más estúpido que he escuchado. – Me dijo.
-Tan estúpido como estar aquí. – Le respondí. Luego comenzamos a reír.
Afuera se podía escuchar al idiota de McCarthy y sus muchachos dando vueltas por ahí riéndose. Esos malditos solo estaban jugando con nosotros, pero teníamos qué escapar y teníamos qué llevarnos el dinero.
El tiempo había llegado. Estaba por atardecer y creímos que el sheriff y sus muchachos habían bajado la guardia, pues se veían tranquilos y daban de beber a sus caballos. Mike y yo comenzamos el conteo. Él saldría corriendo y yo con una pistola en cada mano, atacaría a ráfagas a nuestros custodios.
-¿Estás listo?
-La verdad, no. – Respondí.
-1,2… … … (respiro)… 3.
Mike abrió la puerta. Definitivamente era el momento correcto y los tomamos por sorpresa. Comencé a disparar. Vi cómo algunos se encontraban de pie, sin montar a sus caballos. Los que estaban sobre ellos, abrieron su distancia de la casucha en que nos encontrábamos, creo que le di a uno. Mike corrió y aventó la dinamita tan lejos como pudo. Estaban apenas queriendo reaccionar McCarthy y sus muchachos cuando la explosión sonó, sus caballos se pusieron nerviosos. Corrimos hacia los nuestros. Yo también tomé más dinamita y la aventé. Entonces comenzaron los disparos. Sonaban como moscas zumbando los oídos del tipo que te molestan en los días calurosos de verano, de esas grandes y verdes, pero estas eran de plomo. Ese maldito sí que tenía puntería. Escuché que una bala le dio a Mike y luego, sentí una ligera presión en mi pierna, fue obvio que me dieron, pero no teníamos tiempo para quejarnos. Seguí caminando, coloqué la dinamita en el caballo de Joe, la encendí y luego le pegué para que corriera hacia ellos. La bala en mi pierna me dificultó un poco subir rápido a mi caballo y sentí otra bala incrustándose en mí otra vez, ahora en la espalda. Logré subir. Le dieron a mi caballo, ya no escuchaba a Mike. El caballo del indio Joe estalló y algunos pedazos cayeron cerca de mí. A lo lejos todo era polvo y maldiciones, lentamente una figura comenzó a hacerse visible dentro de esa nube, era él. Le grité al caballo, ¡Arre! ¡Arre! Estoy seguro que él también sabía lo que estaba sucediendo. Por fin vi a Mike y comenzamos a galopar lo más fuerte que podían los caballos. Lo logramos, me dijo. Yo lo miré y le dije – Sí, lo logramos. – Mientras balas se escuchaban ir en todas las direcciones posibles.
Éramos libres, volvíamos al desierto a donde pertenecen los forajidos, habíamos logrado hacer historia y la gente la contaría varias veces junto al fuego de esas noches de otoño, cuando todo el cielo está estrellado y caen cometas como peces en un río. Galopamos hacia el atardecer. Mientras nos alejábamos, miré atrás y pude ver cómo el sheriff y sus chicos celebraban mientras dos siluetas colgaban de un árbol.
Nos veremos aquí en el desierto, sheriff. Nos volveremos a ver las caras, porque aquí es donde terminamos todos los que elegimos esta vida.
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erickllamasblog · 6 years
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2666
Finalmente terminé de leer 2666 por Roberto Bolaño, luego de haber leído hace ya algunos años los detectives salvajes, uno cree que va a este libro simplemente por cumplir un trámite por respeto al autor, pero la realidad es que no tiene nada qué pedirle a los detectives. Fuera de que el primer sentimiento que me dejó era que quería probar un Fürts pückler que más tarde descubrí que no se trataba de otra cosa que de un helado napolitano, también me dejó con otro sentimiento de asco, de culpa, de horror que no me he podido quitar, y que entre más lo pienso creo que está bien que me haya hecho esto.
El libro en sí es un viaje, entre sus más de mil páginas en las que logra reunir historias que van llevándote desde la nostalgia hasta lo fantástico: un triángulo amoroso que termina convirtiéndose en uno de los finales de amor más bonitos que recuerdo y que a la vez no deja resentimientos, sino más bien una amistad consumada. Una persona perseguida por sus propios demonios que se vuelve amigo de un fantasma en una ciudad llena de ellos. Un reportero deprimido que en una noche de aquellas tiene la aventura de su vida en la que probablemente también conoce el amor. Un joven prusiano que se enrola en el ejército durante la segunda guerra mundial y termina siendo uno de los mayores exponentes de la literatura alemana. Y en medio, una historia que está siempre presente: un detective en México que está intentando atrapar al o a uno de los asesinos de mujeres en Santa Teresa, un pueblo en la frontera con Estados Unidos, ubicado en Sonora y al parecer, olvidado por Dios.
La belleza literaria de Bolaño siempre está ahí, pero también existe el horror que se presenta durante toda la novela: mujeres asesinadas. Es algo que une a las historias que presenta, es el hilo conductor de una casualidad inexplicable que hace que en cada una de ellas aparezca como extras de una película o invitados que nadie reconoce en las fotos, como fantasmas entre fantasmas deslizándose en los renglones de cada capítulo, la muerte acechando a las mujeres. Existe el romance, pero también como una mancha de humedad en la pared, está la muerte ahí siempre presente. Está una amistad y también la posibilidad de que un personaje por el simple hecho de ser mujer, desaparezca sin que nadie haga reparo alguno entre estas páginas o como si esto fuera algo que debiéramos de esperar en cualquier momento.
Este sentir se hace más claro durante uno de los capítulos, pues entre la historia que en él sucede, aparecen intermedios o lapsos de tiempo en los cuales cuenta casi un centenar de mujeres que van apareciendo muertas en lugares de la ciudad, cuyos culpables nunca aparecen o son, como la cultura de justicia mexicana nos ha acostumbrado, presuntos culpables (inocentes). No pienso mentir, no terminé ese capítulo. Me rehusé a seguir leyendo más muertes, no tenían y no tienen sentido y ahora este sentimiento sigue aquí conmigo, acompañándome como si una nueva sombra me acompañara todo el tiempo y que desde hace mucho cubre a todo nuestro país. Lo peor de todo es que esas páginas que son mera ficción, en verdad uno se pregunta, ¿hasta cuándo terminará?
Gracias Bolaño.  
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erickllamasblog · 6 years
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El mundial que nos queda.
Hace 4 años me encontraba en un quirófano mientras me sacaban la vesícula y literalmente lo primero que dije cuando salí y abrí los ojos después de la operación, fue que me pusieran la tele para ver el mundial. Así fue mi Brasil 2014. 
Por razones personales hace unas semanas dejé mi empleo en el cual llevaba casi más de 3 años trabajando (qué trampa es el tiempo, uno piensa que van dos días y de repente ya llegó un nuevo mundial y otro presidente), así que mientras las ansias y desesperación de encontrar uno nuevo pasaban por mi mente, dejaría que la máxima celebración del futbol me cobijara en sus brazos de partidos rompequinelas y de equipos sorpresas. Rusia 2018 sería mi mundial de buscar trabajo.
Comencé la fiesta mundialista escuchando el primer partido por la radio, mientras me encaminaba a los últimos días en aquel trabajo para terminar de verlo ahí. Siguió también un partido de fábula de España contra Portugal. Lo de México ganándole a Alemania fue increíble, recordaré siempre haber gritado ese gol del Chucky Lozano, aunque como siempre, nos quedamos a la mitad. También me quedo con la garra de los uruguayos, el corazón de Croacia, el villano de Neymar y los porteros salvando lo imposible. 
Pero dentro de todo esto, hubo algo a lo que presté mucha atención en cada partido. Como cuando terminan las películas y te quedas a ver ese pietaje final después de los créditos, eso he hecho. El árbitro silba el final del encuentro y ahí me quedo viendo cómo celebran los ganadores y cómo llora el equipo perdedor. Me gusta sentirme envuelto en ese dilema, aplaudir al equipo ganador por haber hecho un un gran juego, y luego mirar al otro equipo tirado en el pasto recogiendo los pedazos y escombros de sueños de 22 jugadores y todo un país.
Disfruto ver cómo lloran, no por que sea un sádico y me guste ver el sufrimiento, sino porque además de apreciar la vulnerabilidad de las personas y observar un poco del espectro infinito de emociones del ser humano, también me identifico con ellos. Yo también he puesto mis esperanzas y mis apuestas en algo y también he tenido que lidiar con el derrumbe de esos sueños. Ellos somos nosotros. Los que seguiremos creyendo, los que seguiremos con la esperanza por delante, que nos levantaremos del pasto y nos formaremos nuevamente en la fila de las segundas o terceras oportunidades.
Eso es parte de la gloria épica del futbol, de lo que en verdad se trata. Que veintidós personas dentro de una cancha puedan representar muchas de las emociones humanas y las eternas batallas contra nosotros mismos y es la razón por la que vale la pena esperar 4 años. 
Ahora que termina, es inevitable pensar dónde nos encontraremos en 4 años. ¿Cuál será mi Qatar 2022? ¿Qué nuevo rumbo me dará la vida? ¿En qué sofá, mesa de un bar o cuarto de hospital lo miraré? Igual y este pudo ser mi último mundial, igual y ya estoy muy grande para estas tonterías. Por lo pronto nos quedan dos días para disfrutarlo y luego volver a nuestras vidas y liga MX. 
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erickllamasblog · 6 years
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Línea 7 del metrobús: monumento a la clase privilegiada.
"Una ciudad avanzada no es aquella en la que incluso los pobres tienen auto, sino aquella en la que hasta los ricos utilizan el transporte público". Enrique Peñalosa, Ex alcalde de Bogotá.
Cuando me enteré que abrirían una línea de metrobús que atravesaría desde Indios Verdes hasta Santa Fe, a diferencia de muchos otros compañeros y amigos que estaban en contra, me dio gusto que la ciudad o su gobierno pensará en buscar la eficiencia en movilidad y diera a todos los que habitamos en ella un transporte de calidad, digno de una ciudad de primer mundo. Claro, al principio será difícil que todos nos adaptemos, pensé, pero eventualmente solo traería cosas buenas. Quitarían a esos maniáticos al volante que manejan los microbuses, se reducirían los camiones y más gente consideraría dejar su auto por usar una mejor opción para transportarse, por consiguiente la contaminación también disminuiría. En fin, sonaba a uno de esos proyectos que encaminan a la sociedad a mejorar, de esos por los que los mexicanos admiramos y envidiamos a otros países, en especial a las sociedades Europeas. Y bueno, sonaba así, pero como siempre, algo sale mal y nos da una cachetada de realidad para hacernos saber que vivimos en México.
Trabajo desde hace ya mucho tiempo en una oficina en Lomas de Chapultepec. Bonita colonia, bien cuidada, casas grandes y hermosas, definitivamente otra realidad de la ciudad. Aquí viven las familias de poderosos empresarios, burócratas con grandes salarios y pues, gente de mucho dinero. Es común que si vienes en el camión que va desde Auditorio hasta Palmas, al final del camino te quedes sentado rodeado de la gente que da mantenimiento a estas casas: jardineros, gente de limpieza, cocineras, conserjes, etc. Y también es común que si vienes en auto, solamente veas carros del año, en especial camionetas que por lo general cruzan las calles a gran velocidad, muchas veces sin dar paso a los peatones o aventándose la lámina entre ellos. De hecho tenemos esta broma en la oficina diciendo que al parecer en esta colonia, todos tienen derecho supremo sobre los demás y es claro lo que les da ese derecho, pues tienen el seguro para pagar los daños que se ocasionen y dinero para estrenar otro auto si se les da la gana.
El punto no es criticar a una clase social en México en sus maneras, es decir, ellos pueden ser como quieran, pero cuando este tipo de “derechos” sobre los demás afectan a la sociedad, pasa a ser un privilegio. Recuerdo hace unos años encontrarme camino al trabajo mantas colgadas en las bardas de las casas y gente que les trabaja, parados en los camellones sosteniendo letreros (lo cual era gracioso porque esta era su manera de manifestarse) quejándose acerca de la ruta aérea que pasaría por encima de sus casas. “White people problems”, decíamos y reíamos, pues por mucho tiempo viví en la Jardín Balbuena, colonia en la que a diario se escucha el rugido de aviones aterrizando o despegando, tanto, que en algún punto dejas de escucharlos y se vuelven parte de un paisaje auditivo, como las ambulancias o uno que otro carro frenando de golpe rechinando llantas.
La verdad es que no sé en qué acabó ese problema, si pasan aviones o lograron que no, pero lo que sí sé es que el metrobús que era una gran promesa, al día de hoy no llegará a Santa Fe. El proyecto simplemente llegará hasta la Fuente de Petróleos, no solucionará un problema de movilidad, no desaparecerá a los microbuses y tampoco reducirá los camiones, y ¿por qué?
Nuestros amables vecinos de las Lomas que al parecer tienen más derecho que todos nosotros, no quisieron que el metrobús atravesara su bella colonia. Está claro que cuando se habla de la clase privilegiada del país, es porque en efecto existe esta clase (que de clase muchas veces no tiene nada), y que este metrobús, dejó de ser un medio de transporte y pasó a convertirse en un monumento: “El monumento móvil a la clase privilegiada”.
Seguimos viviendo en el mismo México de siempre y nuestra democracia, si es que podemos llamarle así, es solo para unos cuantos. Gracias metrobús por a partir de hoy, recordárnoslo a diario.
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erickllamasblog · 7 years
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Siempre contigo.
En dos meses y medio nadie había sabido nada de Leonora. La última vez que la vieron fue con su novio, a quien conocía desde que comenzaron la carrera. Mauricio era popular, el típico chavo que le hace a todo. Medio twitstar y también practicaba artes marciales mixtas y bandita de rock. Estaban por hacer un viaje a Europa, aunque Leonora en realidad quería ir a China, pero no importaba, ya tendrían tiempo para todos esos planes cuando terminaran la carrera.
 En vez de eso, tanto Mauricio como Leonora se habían esfumado de la faz de la tierra. Don Leonardo, su padre, no entendía bien lo que había sucedido, ni tampoco su esposa Mayra; que Leonora hubiera huido con su novio, como era una de las teorías que planteaba la policía, les parecía una locura. Hablaban de Leonora, su pequeña Leonora, la joya de papá y mamá, la que siempre había sacado buenas calificaciones, que era transparente como el agua, que cuando perdió la virginidad, días después durante un fin de semana en familia, no aguantó más y lloró con su mamá por haber sentido que les había fallado, que no supo esperar, y Mayra no supo más que hacer que abrazarla fuerte y decirle que no pasaba nada y hacerle luego unas preguntas algo tontas, como si se habían protegido, o si lo amaba, pero bueno, esa era la Leonora de la que hablaban, no de la Leonora que decía la policía, que según algunos amigos que ellos nunca habían conocido, decían que a veces fumaba marihuana a escondidas en la parte de atrás de la escuela junto con Mauricio y otros del grupito; o que en un par de fiestas se fajó con otros chavos que no eran su novio y se metía tachas; que tenía algunas materias reprobadas según la escuela y que no les había reportado; que un día estuvo en el torito, pero les había dicho se quedó a dormir en casa de Renata. Eso no importaba, ellos sabían quién era su hija, sin importar esas cosas, que aunque fueran ciertas, no eran cosas que nadie hubiera hecho de jóvenes. Don Leonardo recordaba que una vez, se puso hasta sus güevos en una fiesta de fin de año y besó a Mary, su secretaria, aunque nunca se lo dijo a Mayra, que a su vez recordaba haber tenido una aventurilla con su instructor del gimnasio - Todos hemos hecho alguna que otra cosita y eso no quita que seamos quienes somos -  se decían. Así que esas calumnias, fueran verdades o no, no tenían nada que ver con la investigación. La realidad seguía siendo la misma, su hija estaba desaparecida y nadie tenía idea de donde podría estar. Incluso habían pagado a un investigador privado, que siempre llegaba con las pistas más absurdas y se la pasaba espiando a las amiguitas de Leonora, justificando que hacía su trabajo.
 Por su parte, toda la comunidad se había solidarizado con el caso. En Facebook todos los días habían miles de posteos compartidos en páginas de búsquedas a personas, incluso algunos hicieron grupos para hacer búsquedas por los alrededores en fines de semana. También en los periódicos, semanalmente aparecía una publicación con la foto tanto de Mauricio, como de Leonora:
 “Se buscan. Desaparecidos desde el 18 de diciembre de 2016”.
 Mauricio González Castelar.
21 años. Señas particulares: cicatriz en la ceja – tatuaje de símbolo chino – lunar en el glúteo.
 Leonora Martínez de la O.
19 años. Señas particulares: Cabello castaño – lunar en la oreja – brackets.
 De parte de los padres y amigos de Mauricio, también nadie sabía nada. Algunos decían que estaban a punto de tronar la relación, pero que se llevaban bien, igual hacían el viaje a Europa y luego se separaban, quedando como amigos, aunque esa era una teoría de un par de conocidos. Los padres de Mauricio casi no habían tomado mucho partido, habían tomado una postura un tanto hermética, confiaban en que su hijo los contactaría de un día a otro, les mandarían una foto, tal vez con un bebé en brazos. Pensaban - Sí, tal vez habían huido para comenzar una familia, alejarse de todos los chismes y ese tipo de cosas que los pueblos chicos traen consigo. Así debía de ser. -
 De entre los grupos de Facebook que armaban para hacer excursiones de búsqueda, fue la que se llamaba “Buscando a Leonora SWAT” la que encontró el auto de Mauricio. La excursión había consistido en una logística distinta a las demás. No se trataba de partir todos desde un lugar en específico, sino de hacer grupos desde cualquier punto o pueblo aledaño y actualizando la información de lo encontrado. El grupo de búsqueda que encontró el auto de Mauricio, estaba en un pueblo llamado  General Pedro Anaya (aquel que dijo, si tuviéramos parque, no estarían aquí). Era un pueblo que se dedicaba a la siembra de caña, tenía unos 30 años de existencia y contaba con unos 20, 000 habitantes. El auto lo habían encontrado saliéndose unos 100 metros de un camino de terracería que llevaba hacia algunos pequeños ranchos en medio del campo. Cuando lo encontraron, estaba en un estado bastante deteriorado, con las llantas ponchadas y casi todo rayado por las ramas que lo rasparon al adentrarse en ese camino. Adentro estaba manchado de sangre. Supieron que pertenecía a Mauricio, porque en la guantera encontraron la tarjeta de circulación con el nombre de su padre. La policía llegó al lugar unas 5 horas después que hicieron el reporte telefónico e iniciaron la búsqueda del cuerpo, pues a sorpresa de todos, no estaba en la cajuela como normalmente sucede en los asesinatos. El cuerpo fue hallado a unos 100 metros del auto, ya putrefacto, cubierto de hormigas y gusanos, con una espada atravesada en su pecho que al parecer él mismo se clavó y un disparo en la cabeza. No había duda, fue un suicidio.
 Cuando los padres de Mauricio se enteraron, no daban credibilidad a la noticia. A pesar de decirle una y otra vez a la policía que su hijo sería incapaz, que investigaran bien, que su hijo había sido asesinado.
 Apenas lidiaban con esa idea, cuando la policía les hizo ver una nueva realidad. Si su hijo se había suicidado, era muy probable que también haya asesinado a Leonora, y ahora la búsqueda se centraba en esa realidad todavía más horrible.
 La familia de Leonora recibía diariamente bastantes mensajes de apoyo. Incluso en algunas partes de la ciudad se colocaron mantas con la foto de Leonora, a las cuales luego la gente le ponía veladoras encendidas. Todo esto conmovió a la familia, que aún se resignaban a creer tal verdad. Ya habían pasado 15 días desde que encontraron el cuerpo de Mauricio y todavía no daban con el cuerpo de Leonora. La buscaron por todas partes, en los bosques, los ríos, la escuela, alcantarillado, pero no había señales.
 No fue hasta la tercera semana después del aparecimiento de Mauricio, cuando la policía quiso ir a investigar a un lugar donde se les había pasado por completo: los hogares de los involucrados. El hecho que buscaran en el hogar de la familia de Leonora, indignó a sus padres - ¡Cómo era posible semejante irreverencia y locura! – decían. Eso significaría que tal vez ellos también estuvieran involucrados, o hubieran tenido algo que ver con el crimen. Buscaron en el jardín, el sótano, armarios y no encontraron nada, hasta que uno de los policías subió al techo. Ahí encontró un rastro de sangre que llevaba directamente hacia el tinaco de la casa. De momento no lo abrió, avisó a los demás y pidió permiso de abrirlo. Allí estaban reunidos todos, congregados alrededor del punto final de la investigación. Casi 4 meses después, se encontraban en ahí, todo se aclararía, solo tenían que abrir el tinaco y adiós a toda la tensión. Estaban a punto de abrirlo, cuando la madre de Leonora se tiró al suelo a llorar desconsoladamente, eran gritos desgarradores, gritos de un dolor demasiado profundo, tanto que a todos los presentes les inició un dolor en el pecho. Don Leonardo entonces abrazó a su esposa, se vieron a los ojos, y ahí, en el techo, con el sol comenzando a ocultarse como huyendo y no queriendo ser testigo de esa escena, les hizo una petición a todos los presentes con su voz entrecortada:
 -¡Por favor, no lo abran! Si mi hija está ahí o no, no queremos saberlo. Déjenos con la esperanza de saber que está viva.
 -Señor, no podemos hacer eso. Sería contra la ley.
 -Lo único que tienen qué hacer, es no decir nada los que estamos reunidos ahí. Por favor, miren a mi esposa.
 Hubo un pequeño silencio. Don Leonardo salió rápidamente y regresó con un sobre lleno de dinero. Se lo entregó al capitán quién se quedó viendo un rato el sobre y luego con una seña dio la orden de salir del lugar.
 El caso de Leonora fue cerrado, la noticia se cubrió con que encontraron los restos en una narcofosa donde antes habían encontrado otros cuerpos. Ahí termino la historia, el pueblo estuvo de luto unas cuantas semanas, y Mauricio y Leonora se volvieron un tema que se evitaba en las reuniones sociales, algo que la comunidad quería olvidar. Saber que ese tipo de eventos ocurrían entre ellos les lastimaba. Pensar que ese asesino, pudo haber sido cualquiera de sus hijos les atormentaba. ¿Cómo defenderlos de algo que no podían controlar? ¿Dónde estaba el mal? ¿Qué fue lo que hicieron mal los padres de Mauricio? ¿Por qué merecía esto la familia de Leonora? Esto, quedaría marcado en la pequeña ciudad, se volvería un mito que permanecería en el inconsciente de todos.
 De vuelta a la casa de Leonora, apenas la policía abandonó la casa, Don Leonardo y su esposa comenzaron un rito lleno de locura y desesperación. Llenaron la tina del baño con agua, encendieron velas y colocaron la foto de Leonora frente a ellos. Cada uno se sumergió en la tina con las ropas empapadas y la luz de las velas creando una sombra sublime. Fue entonces que comenzaron a hablarle al agua, a esa transparencia pura que tenía un olor ya a muerte, pero también una esencia que solo un padre puede reconocer. Le hablaban con las palabras más tiernas:
 -No te preocupes mijita, que nosotros siempre estaremos aquí, junto a ti. Contigo.
 Unos cuantos días después, mandaron a hacer fuentes en lugares donde nadie los haría en una casa, inundaron el sótano e hicieron un estanque en la entrada, por las escaleras hicieron una especie de cascada y el tinaco lo convirtieron en un altar. No hubo rincón de la casa donde no hubiera agua. A partir de ese momento, siempre se bañarían con ella, tomarían de su esencia, caminarían con sus piés desnudos entre sus charcos, mojarían su cara en los días calurosos, viviría no para siempre en la memoria, sino en la esencia del agua que brotaba por cada llave de esa casa, como la lluvia en las nubes y el agua en las piedras.
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erickllamasblog · 8 years
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El vuelo de las golondrinas.
No importa cuantas veces en tu vida hayas visto el mar, siempre que lo vuelvas a ver, será la primera vez. Vine aquí por las mismas razones que lo hacen todos los que van al mar: huyendo o comenzando. Imagino que es por esa sensación de sentirte tan pequeño frente a él, que no importa qué problemas tengas, nada es comparable con ese mundo azul infinito lleno de caos. Una manera muy clara de cómo el mundo nos recuerda lo insignificantes que somos.
 Había venido ya en una ocasión, aunque sólo fue de paso, pero siempre me dije que tenía qué volver, y bueno, qué mejor ocasión para cumplirse esas promesas propias que una como esta.  Es un pueblo de pescadores: barato, pequeño y muy bello, además que la señal del celular es casi inexistente, por lo que está bien desaparecer un rato de todos. Por suerte logré encontrar una casa en internet hace una semana, en uno de esos sitios donde la gente mete sus bienes para rentar o vender. No se veía tan grande pero me conformo con que esté frente a la playa.
 El camión que llega al pueblo, me dejó justo en la plaza principal del lugar. Ahí donde está la catedral, una que otra tiendita y restaurantes que quieren llamar la atención de los turistas como yo, que apenas llegan. No sé cómo llegar a la casa, así que voy a unos taxis que son triciclos con un techo de toldo que van por calles que no están pavimentadas, es simple arena aplanada, los lugareños les dicen taxis, pero por ahí escuché a alguien llamarles tricitaxis, nombre que me pareció más adecuado. El calor es abrasador, llamo a uno de los taxis y el primero que llega es un niño que baja rápidamente y sube mis maletas a su tricitaxi, luego me indica que suba. Al niño le cuesta trabajo arrancar, no puedo evitar sentir vergüenza por dejarle a un niño este trabajo y yo muy cómodamente sentado, pero el niño que maneja el taxi me dice - está cerca Don, ahorita llegamos. - el pueblo es pequeño. Durante el trayecto, nos acompañaron un montón de golondrinas revoloteando a nuestro alrededor, el niño me dice - siempre hay aquí, todo el año. - Llegamos. Miro la casa, no creería que es aquí, se nota que no le han dado mantenimiento en mucho tiempo. Las plantas casi ocultan toda la fachada, y lo poco que se llega a ver, tiene manchas de humedad, producto de las lluvias. Me despido del muchacho que me trajo, mientras me llevaba me dio unos tips de los lugares a los que tengo qué ir para armarme de provisiones.
 La tienda a la que fui a comprar provisiones y útiles para la casa me dio la impresión de que tal vez sea un lugar pequeño, pero no olvidado. Encontré todo lo que buscaba y hasta una que otra cosa de más. El calor, sigue siendo abrasador, me siento bien de haber vuelto y estar en la casa de nuevo. Por hoy, sólo me conformaré con barrer y trapear en su interior y tal vez fumigar un poco, pues he visto uno que otro insecto rondando por los aires y escondido en uno que otro rincón. Para dormir, traje una hamaca, un amigo de por aquí me dijo un día que todas las casas cuentan con hamaqueros para colgarlas, pero me di cuenta que no tengo los arneses para hacerlo, no hay nadie conmigo pero tengo la sensación de que el mundo entero se burla de mi descuido. Creo que dormiré hoy en el piso pues ya es muy tarde para ir a buscarlos a una tienda, bueno, ni sé si los venden en la tienda. Otro motivo para limpiar el piso muy bien.  
 La noche no estuvo tan mal, quizás fue el cansancio que venía arrastrando. Lo último que recuerdo fue un grillo que pensé me haría pasar una terrible noche, pero al parecer, casi me he desmayado, pues fue uno de esos sueños rápidos, donde pestañeas y ya pasaron 8 o 9 horas. Es gracioso intentar acordarte de tu último recuerdo antes de quedarte dormido, sobretodo cuando en verdad no hallas nada en tu cabeza, entonces pareciera que arrancaron una hoja del libro de tu vida.
 Fui a desayunar al mercado que está cerca de la plaza del pueblo. Comí unos salbutes y un panucho con un agua de horchata. Tengo que apuntarlo en mi lista de los mejores desayunos que he tenido en mi vida. De regreso me encontré con el niño taxista del triciclo, se llama Jacobo. Le pregunté si él conoce a un jardinero. De momento me dijo – Yo - pero luego corrigió – Bueno, yo no, mi papá. Otra cosa rara, mientras volvía, pude ver al menos unas 8 golondrinas muertas en el suelo, hecho que me pareció muy raro. Tal vez aquí las consideren una plaga.
 Pensé que ya no llegarían, pues fue hasta las 4 o 5 de la tarde cuando me gritaron por la puerta para que les abriera. Lo pensé bien y creo que es una buena hora, pues el sol ya no está tan fuerte, incluso es justo a esa hora, cuando sopla todos los días una brisa refrescante. También me he percatado que lo que me dijo Jacobo es cierto, el pueblo se llena de golondrinas que revolotean sin parar por todos lados, una incluso se metió a la casa, Jacobo, que ya había terminado de ayudar a su padre, muy cuidadosamente la atrapó y liberó por el lado del mar. La golondrina dio unas cuantas volteretas por el aire jugando con el viento. Fue imposible no mirarla estupefacto viendo hacer tales piruetas, dejándose llevar por quién sabe qué energía indecisa.
 El padre de Jacobo se llama Carlos, es pescador. Bebe un montón pero no se emborracha. He intentado seguirle el paso pero en verdad es imposible. Después que terminó de chapear el jardín, le invité unas cuantas cervezas que se volvieron un chingo, fue cuando me contó de su trabajo. Tiene muy buena plática, me contó que vive con la mamá de Jacobo, pero ya no tienen nada. En vez de eso, él anda con una de las meseras de la cantina que frecuenta y con otra mujer que vive del otro lado de la isla y que frecuenta cada día que va a pescar. Por cierto, es de esos borrachos que cantan cuando beben, y canta horrible.  
 Al parecer quedé en ir con él en nuestra plática de borrachos, pues cada que me ve en la playa, no para de decirme, ¡Pá cuando, entonces! ¡Yo el cebiche y tú las chelas! Ya no aguanté un día más y le dije que mañana. Entonces tengo qué estar en la playa a eso de las 4 de la mañana. Todo un reto, pero pienso por un lado que podría ayudarme a comenzar a hacer algo.
 Hay demasiado frío por las mañanas. Apuesto a que nadie lo creería si estuvieran a 42 grados a eso de las 2 de la tarde. De lejos veo venir a Carlos, viene tambaleándose un poco, creo que viene borracho todavía. Sí, viene borracho. ¿Cómo aguanta tanto? Sé que está muy borracho pero no lo aparenta, sus movimientos son seguros y si acaso arrastra una que otra palabra, pero nada que lo pudiera delatar.
 -Bueno, mi Lic. (creo que fue un error contarle que fui a la universidad) ahora sí ya nos vamos.
 Enciende la lancha y nos adentramos casi 20 km en el mar. Tengo algo de miedo, nunca había estado tan a la deriva y con un borracho, encima de eso tengo mucha hambre, no pensé en que me daría. Carlos me ve y me dice  gritando para que su voz pase a través del viento y el ruido del motor que produce la lancha.
 -¡Lic, ahí! – señalándome una compartimiento que está debajo de mi. Me agacho y veo que hay un hueco que huele horrible, donde hay un gran charco que no para de moverse de un lado a otro. Al fondo, veo un galón de gasolina cortado por la mitad que ahora sirve como una especie de contenedor. – Lic, ahí hay unas galletas para que coma. – Las veo, es un paquete de galletas Marías. Las abro, comienzo a comerlas. Están ya algo rancias pero no me importa. – Paramos en medio de la nada, el mar está algo tranquilo. Carlos me da un cordel con un anzuelo que trae una sardina atravesada por los ojos. Carlos se para y la avienta lo más lejos que puede, es obvio que quiere que yo haga lo mismo. No han pasado ni 5 minutos y él ya pescó algo. 5 minutos después vuelve a hacerlo y así sucesivamente. Después de media hora, yo todavía no he logrado nada. Le digo que me dé su anzuelo, pues algo debe de tener, pero apenas toma el mío, un pez muerde el anzuelo. Le digo que me cambie el lugar, pero sigue siendo lo mismo. Esto me ha hecho enojar bastante, no tanto por el hecho que Carlos haya pescado más que yo, sino porque me doy cuenta que la suerte existe y justo ahora me ha abandonado. El sol ya salió y Carlos prepara un cebiche con uno de los peces que pescamos. No sé de donde sacó la cebolla, los tomates y los chiles, pero lo cierto es que le quedó delicioso, creo que es de las cosas más ricas que he probado en mi vida, también tengo que anotarlo. Después de comerlo, logro pescar algo, es un pez pequeño pero es algo. Festejo de más y eso causa una risa en Carlos, o no sé si es burla, pero ya no me siento tan abandonado.
 Carlos me hace cumplirle las chelas, vamos a su cantina preferida. Ahí me presenta con todos sus amigos que ya están hasta sus huevos. También me presenta con su querida, una mujer de unos 45 años, es más grande que él y que yo, y tiene marcas de sol en todo su rostro, se ve que en su momento se dedicaba mucho a la pesca. Carlos y ella se besan frente a mi, me parece un espectáculo un tanto grotesco. Entre la gente que está ahí, veo a una mujer muy joven, está parada en un rincón, también siendo testigo de este espectáculo de borrachos. Carlos se da cuenta y me dice que es la hija de su querida. Quién lo diría, es demasiado guapa. Pasan las horas y le digo a Carlos que ya me quiero ir. Se despide de mi ya muy borracho, esta vez sí lo noto así, tal vez los besos lo embriagan. Al despedirse, me da un churro de mota que quién sabe de dónde sacó, - Para que se relaje, mi Lic. – Me dice. Regreso caminando a casa por la orilla de la playa, mientras camino, pequeños cangrejos fantasmas me abren camino escondiéndose a cada paso que doy. Llego al frente de mi casa, pero no entro. Me siento en la arena y saco el churrito que me pasó Carlos. Lo enciendo. Es muy fuerte. Bastan 3 jalones para que comience a hacerme efecto. Me siento algo mareado, así que me dejo caer hacia atrás y quedo acostado. Jamás vi un cielo así de estrellado, incluso me siento intimidado por esos ojos brillantes que tintinean desde arriba. Entonces cierro los ojos para que ya no me vean. Puedo escuchar el viento resoplando en mis oídos, un rato después, desaparece y aparece un sonido muy particular, es el mar. No me había percatado de esto, pero creo que uno de los mejores momentos para estar pacheco, es hacerlo frente al mar. Cada ola que escuchas que rompe en la orilla, hace un ruido distinto a la anterior, y si las juntas todas, se escucha como una orquesta natural con pausas del viento.
 Despierto acostado en la arena, y el rostro lleno de ella. Me levanto escupiéndola, tratando de que no se me meta a la boca, mientras me sacudo el cabello y la ropa. Seguro que pasó gente y me vio tirado, porque me doy cuenta que alguien me enterró los pies. Me levanto y voy hacia mi casa, creo que hice un papelón. Entro a casa y veo que ahí está la hija de la querida de Carlos. – Hola, soy Lorena. Carlos me envió a cuidarte. Intenté despertarte pero no pude hacerlo, hasta pensé que estabas muerto, luego escuché que respirabas y entonces te cubrí tus pies con la arena, para que no te diera frío. -  Entonces fue ella. Vaya, ese Carlos que me manda compañías. Le doy las gracias y le mando saludos a Carlos, pero ella no se quiere ir. Va a la cocina, saca unos huevos y me pregunta que cómo los quiero. Me quedo pensativo y le digo que como ella guste. El desayuno y ya que se vaya. Preparó unos huevos rancheros bastante sencillos pero muy ricos, aunque con la cruda que me traigo los pasé muy difícil. Se siente bien una mujer en casa. Al terminar el desayuno voy a mi hamaca, necesito dormir, ella separa la tela, entra en ellas y se acuesta conmigo. Dormimos hasta el atardecer, cuando despertamos me propone salir a dar un paseo al centro del pueblo. Aún no anochece, en el camino vuelvo a observar bastantes golondrinas muertas, así que me atrevo a preguntarle a Lorena - ¿Por qué están muertas? ¿Las matan? – ella me contesta – No, nadie las mata, incluso son de buena suerte. Desde que soy pequeña siempre ha estado lleno de golondrinas el pueblo, y también siempre mueren. No sé de qué manera se confían tanto por el viento que no ven por donde van y chocan. – No pensé que fuera así.
 Llegamos al centro del Pueblo, hay puestos de comida alrededor de la plaza principal, ella pide unos salchipulpos y yo unos churros. Damos vueltas y vueltas a la plaza, y no parece monótono, los terminamos y vamos a las mesas de futbolitos a jugar. Pedimos una mesa con los equipos que parecen a los Pumas y el Cruz Azul, nos parece la decisión más justa y parcial, pues yo le voy al América y ella a Chivas, así no lo tomaríamos tan personal. Unos niños nos piden la reta, les ganamos uno, piden revancha y esta vez con apuesta de chelas. Creo que el primer partido fingieron todo el tiempo, porque ahora nos han dado una paliza increíble, y ahora, tengo que comprarle unas chelas a unos niños. Lorena ríe, pero me dice que tengo que pagarles. Compramos una caguama para los dos y vamos hacia la playa a tomarla. Me siento a punto de conectar la peda, le digo que ya me voy, ella dice que me va a acompañar. Imagino que no quiere regresar a su casa, no la culpo, todos a veces tenemos un lugar al cual no queremos volver.
 Llegamos a la casa, en la puerta yace una golondrina muerta, no sé qué hacer con ella. Lorena me dice que la enterremos y eso hacemos. Nuestras manos se mezclan mientras hacemos un hueco en la arena, y se agarran como cangrejos bajo la arena, haciendo una pausa en nuestra tarea de sepultureros. Nos miramos a los ojos, sabemos que estamos solos, nos sabemos la misma persona.
 Hemos pasado tres días encerrados en la casa, no hemos salido para nada, creo que esto es lo que llamaban el hamacasutra. Las únicas interrupciones que hacemos es para pensar qué comer, pero al final lo hemos resuelto con sánwiches, cereal y cerveza, para evitar salir. El día de hoy no ha parado de llover y ha habido mucho viento, esto ha logrado que nos encamemos todavía más y no queramos ni pararnos. De la nada algo golpeó una de las ventanas de la casa, no sé qué fue, pero tuve que levantarme de inmediato. La lluvia ahora está demasiado fuerte, nunca había visto una lluvia así, Lorena me dice que ha de ser una tromba. Otro objeto vuelve a golpear ahora en la puerta que da hacia la playa. Intento abrir la puerta, pero el aire es tan fuerte que no me deja empujarla hacia fuera. Lorena va corriendo a la cocina, enciende una radio que se encontraba ahí desde que llegué y sintoniza una señal. Lo que escucho, me deja helado, es un huracán clase 3, y está pasando por encima de nosotros. Habernos encerrado nos aisló totalmente de todo lo que pasaba. Nunca he pasado un huracán, pero siento miedo. Lorena me abraza por la espalda y me dice – Tranquilo, he pasado ya bastantes huracanes, muchas veces es más ruido que nada. Igual y pasa en unas horas, no te preocupes. - No sucede así, y cada vez se escucha más el caos de la naturaleza. El viento golpea las ventanas como una turba enfurecida queriendo entrar a la casa y creando un silbido que parece más un llanto desenfrenado. Lorena me dice que si tengo algo para sellar las ventanas, no entiendo a qué se refiere, pero de la nada, ella encuentra una cinta canela y me pide que la ayude a ponérselas a las ventanas, por si algún objeto llega a golpear las ventanas, no se rompan por completo. La verdad es que me parece una idea absurda, si algo entra por esa ventana a romperla, seguro que la romperá, pero no sé qué es lo que pudiera entrar por las ventanas y la verdad es que prefiero no preguntar. Mientras le colocábamos la cinta a una de las ventanas, se me ocurrió asomarme, entreabrirla un poco para ver qué sucede en el mar, el resultado fue miles de litros de agua en mi cara, en forma de lluvia, que me llenaron de agua y luego apenas pudimos cerrarla entre los dos, debido al fuerte viento que hay. Pero pude ver el mar, pude verlo a los ojos, es una especie del fin del mundo, una oscuridad que llena ese infinito, el terror hecho nubes y agua que no sabes de donde viene, tengo miedo, mucho miedo, nunca creí ver algo así. Al tener abierta la ventana, parece que dio oportunidad a que una golondrina lograse entrar a la casa. La pobrecilla revolotea de un lado a otro, como si siguiera huyendo del huracán, hasta que entiende que está a salvo y se posa en una repisa, entonces Lorena saca una cubeta, y la metemos ahí, mientras cubre la cubeta con una toalla. Todo sigue siendo un caos. No hay luz, así que nos mantenemos con 2 velas que apenas alumbran, comenzamos a revisar la comida con la que contamos y es prácticamente nada. Nos quedarán unas 4 rebanadas de pan y unos 4 litros de agua. Puedo notar que Lorena ahora también está asustada, no nos hemos hablado como en unas 5 horas, cada quién está sentado en el lado opuesto de la pared, en el piso mojado, resultado del agua que se cuela por las puertas y las ventanas, pero no hay más que hacer. Se escucha una ventana romperse en uno de los cuartos, seguido de un estruendo horrible, producto de un pedazo de madera que la logró cruzar para destrozarse después en la pared, dejándole un hoyo. Cerramos la puerta de ese cuarto, no hay más qué hacer, pero ahora corren ríos de agua que hace imposible que nos mantengamos sentados en el piso. Vamos por unas cubetas y nos sentamos en ellas, Lorena empieza a llorar, me acerco a ella sin tocarla y yo también comienzo a llorar en silencio, mientras el nivel del agua cada vez sube más y más, haciéndome pensar que tal vez es así como la gente muere, un día cualquiera. Nos recargamos uno en el otro a llorar sin hablarnos, tal vez sea porque sabemos que no debíamos de estar aquí, porque lo único que nos condujo uno al otro fue la soledad, el apartarnos del mundo al cual nos negamos.
 Despertamos, el agua nos llega casi a las rodillas, pero el viento ya ha dejado de soplar y la lluvia de caer. Abrimos la puerta y vemos que ya hay algunas personas afuera, señal de que ya ha pasado. Lorena me mira a los ojos, sé que se está despidiendo y que espera no verme nunca más. Abre la puerta y sale corriendo en busca de su madre, esperando que nada le haya pasado. Mientras se va, un quejido de unos niños llorando, es Jacobo, trae de la mano a un niño pequeño que también llora, me miran, cruzamos miradas, le pregunto por su papá pero sólo me dice con la cabeza que no, mientras su dedo señala algo en el agua que flota, mientras me dice – Están muertas, están muertas todas. No queda ni una – miro fijamente y las veo, son cientos de golondrinas flotando muertas por todo el pueblo. Recuerdo la golondrina que está en la cubeta, espero que siga viva, le digo a Jacobo que me espere, voy adentro, agarro la cubeta, retiro la toalla y ahí está, como en un trance de hibernación, pero sé que no está muerta. La tomo entre mis manos, le aviento algo de aire caliente con mi aliento y se la doy a Jacobo, que la agarra como si fuera lo último que le quedara en la vida, le da un beso que la despierta y entonces la libera. La veo dar unos revoloteos en el aire e irse lejos, hacia el cielo. Entonces Jacobo suelta un llanto muy recio, un llanto después de un huracán, un llanto por todas las golondrinas que no pueden llorar por ellas y que inunda también todo lo que abarca y a mi también. Lo abrazo ahí en medio de la muerte y el caos, y mientras lo hago, dentro de mi pienso que ya es tiempo de volver.
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erickllamasblog · 8 years
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En otra vida.
- ¿Aarón?
Aarón se detuvo en seco al escuchar su nombre, justo a punto de subir las escaleras del edificio donde trabajaba. Alzó la mirada o mejor dicho bajó, porque la voz que decía su nombre venía de una ancianita de baja estatura, con cabellos blancos, suéter de lana rojo y unos zapatos bastante feos con unas calcetas que no combinaban para nada.
- ¿Aarón Gutiérrez? ¿Aarón Gutiérrez Sánchez?
Aarón respondió.
- Sí. ¿De parte de quién?
Aarón se sintió un poco tonto por dar esa respuesta, pues ni siquiera estaba hablando por teléfono, pero fue la única que le llegó a la cabeza.
- Soy yo – respondió la anciana - Carmen. ¿No te acuerdas?
Mientras decía esto, Aarón notaba cómo los ojos grises y opacos de Carmen, comenzaban a ponerse vidriosos, como con ganas de llorar.
- No sé de qué me habla señora, la verdad que no me acuerdo de usted. ¿De dónde me conoce? – dijo Aarón.
- Pero claro que eres tú, los ojos son los mismos, nunca podría olvidar esos ojos, esa mirada triste, pero que siempre está buscando cosas en el aire – dijo Carmen.
Aarón ahora más que nunca se preguntaba quién era esta señora, había conocido a sus abuelos, aunque ya habían fallecido, y por supuesto no era esta señora. Tampoco recordaba a alguna mujer que hubiera estado presente en su vida en algún momento y que ahora tuviera su edad. Más extrañado que antes, Aarón le volvió a preguntar:
- ¿De dónde me conoce? De verdad, no la recuerdo y mire, ya casi tengo que entrar a trabajar, si no me vana  regañar.
Carmen comenzó a reír un poco – Qué raro es verte preocupado por todas estas cosas, y no verte tranquilo, recostado y mimado por la vida.
- Entonces me conoció de pequeño – dijo Aarón.
- No exactamente – contestó Carmen.
Ambos se quedaron en un momento silencioso, cruzándose las miradas. Aarón convencido de que simplemente era otra vieja loca, y Carmen, con una sonrisa que parecía ahora ser permanente en su rostro.
- Es que te veo y sé que eres tú. Tenía razón Viridiana. Soy tan feliz ahora, mi pequeño, mi querubín, mi suavecito, mi ternurita, mi consentido.
- ¿Quién es Viridiana? ¿Y por qué me habla de esa forma? Yo a usted no la conozco y sabe, ya tengo que irme al trabajo, tenga 10 pesos, para que coma algo.
- No, no, ¡Aarón, espera! Es que… tengo que decírtelo. Yo… yo…  bueno, más bien, tú…
Aarón se volvió los 10 pesos a la bolsa del pantalón y ahora se cruzó los brazos, esperando la respuesta de la señora, mientras una sonrisa burlona comenzaba a dibujarse en su rostro.
- Verás, antes, hace unos 28 años, que es tu edad, falleció alguien a quién yo quería mucho, alguien que siempre me dio todo su amor, siempre estaba conmigo preocupándose, y lo perdí. Una extraña enfermedad me lo arrebató – al decir esto, a Carmen comenzaron a resbalársele unas cuantas lágrimas – mi pequeño, mi hermoso, mi precioso Miko.
- ¿Miko? ¿Quién es Miko? ¿Era su hijo? ¿Su sobrino? – dijo Aarón.
Carmen miraba al piso, tenía los labios apretados con sus dientes, como si aquellas palabras que fueran a salir de su boca, fueran las más difíciles que hubiera dicho en toda su vida.
- No Aarón. Era mi gatito hermoso.
Apenas escuchó esto, Aarón soltó una carcajada bastante sonora, como no creyendo lo que le estaban diciendo. ¿En verdad esta anciana pensaba que él era su gato fallecido?
- No te rías de mi, por favor. Fui con una médium experta en estas cosas y ella me dijo que Miko había vuelto, para seguir conmigo, pero que no nos habíamos encontrado, por eso vine. Eres lo último que me queda, mi esposo murió hace años y mi único hijo también, la vida me lo quitó, me ha quitado todo lo más hermoso que tengo, pero ahora me ha traído a ti, a otra felicidad.
- ¿Y por qué no busca a su hijo o a su esposo? – preguntó Aarón.
Con ellos hablo constantemente, y me dicen que están felices porque te iba a encontrar, pero que aún no es el momento de reencontrarme con ellos. Verás, Aarón, sé que eres tú, está en tus ojos.
Aarón pensó para sus adentros, buscar a la tal médium Viridiana y felicitarla por la grandiosa broma que acababa de hacer. Incluso llegó a pensar que pudiera haber una cámara escondida.
- Sólo te pido que vengas conmigo de vez en cuando y me dejes consentirte, que me hagas compañía, eso es todo. Soy anciana, y no tengo a nadie, eres la única persona que ha sido buena conmigo, es a ti a quien dejaría todo lo que tengo.
Ahora Aarón comenzaba a prestar más atención a lo que decía la anciana, simplemente tendría que acompañarla qué, unos dos o tres años, fallecería feliz, y recibiría algo a cambio. Pero, ¿que lo confundieran con un gato? Simplemente no podía aceptarlo. ¿Qué tal si algún día lo quería cepillar o rascarle la panza? Bueno, lo de la panza tal vez no estaría mal, tampoco Aarón tenía a nadie, su madre había muerto hacía muchos años y a su papá nunca lo conoció. Pero sería rebajarse a ser un animal. No, no, no. ¿Qué pensaría su madre? Se había esforzado tanto por hacer todo para que ella se sintiera orgullosa, aún que ya no estaba con él.
- Lo siento Carmen, entiendo tu situación. En verdad. Pero simplemente no puedo, estaría engañándote, no soy quien te dijeron que soy.
- Sí lo eres, tienes esos ojitos amables y hermosos, y te ves con tantas ganas de ser amado.
- Perdón, Carmen.
Aarón le sonrió, se dio la vuelta y entró a su trabajo en aquel banco. Carmen se quedó ahí parada mirando solamente como la vida le arrebataba la felicidad una vez más. Se dio la vuelta e inició su camino a casa, mientras de vez en cuando, un soplo que venía de lo más profundo de su corazón, le arrebataba una que otra lágrima.
Esa noche, Aarón volvía a su casa después de un día de mierda en el banco, todos los días eran así más bien, pero no quería llegar. Aquel encuentro con la anciana le había hecho recordar lo solo que se encontraba en el mundo, no quería llegar a encerrarse a esas cuatro paredes y revisar su Facebook para fingir que tal vez tenía contacto con una que otra persona que se preocupaba por él, cuando la realidad era que otra. Estaba a dos cuadras de su departamento, pero se detuvo porque las ganas de llorar le habían llegado. Todo ese dolor guardado queriendo salir, no había porque huir a su departamento, no correría del dolor. Eligió sentarse ahí, en la banqueta, cruzarse de brazos y llorar ahí a lágrima tendida. Mientras se encontraba sollozando, con la cabeza agachada entre sus brazos sintió una presencia cálida. Levantó la cabeza y ahí estaba, una perrita, que lo miraba triste, como si comprendiera lo que le estaba sucediendo. La perrita se acercó, lo miró a los ojos, le olfateó el rostro y comenzó a lamerle las lágrimas, mientras Aarón solo se dejaba querer por esa muestra de amor espontánea. Después la perrita acurrucó su cabeza en su pecho, Aarón dio un largo suspiro y de su boca salieron unas palabras involuntarias.
- ¿Mamá?
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erickllamasblog · 8 years
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¡EN LLAMAS cumple 2 años hoy!
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erickllamasblog · 8 years
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