Ahora entiendo el asco.
«Ahora entiendo el asco
no se habla de la muerte porque avergüenza
un hombre huye
cuando el amor lo sobrepasa
ahora entiendo del asco
en el lugar del que provienes
aprendiste a cerrar la boca
para que la digestión
de la lengua
fuera más fácil
imaginé a tu madre
llamándome puta loca
imaginé su náusea
al recordar mi nombre
mi rostro en un cristal
un cuerpo adormilado
en una camilla
un cuerpo que se idealiza
(jamás conocieron el cuerpo)
ahora sé del vómito
su pena
ahora sé por qué la huída
el deseo de sepultar la existencia
ahora entiendo
en el lugar donde naciste
nadie menciona al sueño inducido
fui el asco y la vergüenza
perdón por decir tu nombre
mil noventa y cinco veces»
Aleida Belem Salazar
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Pienso en el circulo cromático.
Pienso que mi día caminó despacio por todo el circulo cromático.
Trescientos
sesenta
grados;
vueltas
y vueltas
y vueltas
y terminé en un color que no me gusta. (¿Yo o sólo el día?)
Es raro, todos los colores me gustan, aunque el verde se parece al vértigo, al asco anímico y a la vergüenza y quiero llorar.
Son casi las doce de la noche, el circulo cromático sigue dando vueltas y mi corazón no quiere parar,
no quiere buscar la raíz
ni regresar al amarillo.
Ya no veo nada, es por la hora,
o sólo porque no quiero.
Estoy cansada.
Estoy pensando que exagero; estoy pensando en reglas de puntuación y en cuánto odio no haberte contado que me encanta el punto y coma.
Punto
y
coma.
Te fuiste.
Otra vuelta, quiero llorar.
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“Fragmento del diario de Rebeca.”
« Mi vida. Mi vida no. Mi vida nunca. Mi vida nunca fue un pájaro sangrando estambre por las alas. Mi vida nunca llevó en el cráneo una corona de astillas. Mi vida nunca fue. Mi vida no fue ni será mañana una mariposa apresada en las trenzas de una chica. Mi vida no fue ni tampoco es hoy un viejo corazón de madera. Nací el 24 de junio de un año que se rehusó a ser éste. Mi padre estaba borracho de níquel y envuelto en aluminio. Mi madre me dio el nombre de Rebeca, y me talló los ojos con arena. Mi madre me dio el nombre de Rebeca, y me talló los ojos con arena. Tengo miedo. El miedo usa una corona de estrellas. Hace 3 días soñé que mi padre me golpeaba. Hace 2 días soñé que mi madre me cosía la boca. No me reconozco. Miro el espejo y encuentro a un ángel deshojando el mundo. Tengo el terrible deseo de gritar mi nombre. Tengo el abecedario tatuado en los tobillos. Nací el 24 de junio de mil novecientos violeta. Nací en una pradera de tuercas y filósofos llorando rocas y esquirlas y teorías astrogramaticales encima de una rosa. Mi vida nunca fue un pájaro con las entrañas llenas de estambre parado en la estructura ósea de una estrella. No tengo recuerdos de mi casa. Pienso que soy un caballo con la mandíbula rota. Pienso que soy una niña que lleva por grillete las estrellas del mundo. Pienso que he venido renaciendo los últimos 24 años, y que he transformado mi horario escolar en una placenta de pétalos. Pienso que mi vida es un pajarito con el corazón de estambre y una corona de huesos. Pero no es así. Mi vida no es un pájaro de estambre, ni violeta, ni rojo, ni verde, ni pluma, ni cieno, ni triste, ni roca, ni azulmente roca, ni estambremente roca. Mi vida es una nota al pie de mi obra. Y mi obra es un libro de geografía que se ha convertido en mariposa. Y mi mariposa lleva polen y ríos sobre las alas. Nací el 24 de junio de ningún año. Soy una mujer con 500 golondrinas dentro. No tengo recuerdos de mi pueblo. Me estoy soñando. No tengo recuerdos de mi infancia. Me estoy soñando. Mi vida nunca fue. He descubierto que la poesía es un cuadro que se pinta sin usar pinceles, una danza que se baila sin usar el cuerpo, un beso que se da sin usar los labios. He descubierto que la poesía es un juego en el cual está prohibido seguir las reglas; que es entender que tenemos el pecho lleno de musgo, de nieve, de agua, de tierra y de semillas que florecen como soles; que la poesía es una parvada de golondrinas despedazándote el cuerpo de adentro hacia fuera; que la poesía es platicar con las palomas en el techo de las catedrales. He descubierto, que quizá, incluso, la poesía es. Nací el 24 de junio de mil novecientos madera y tres. Mi madre se rompió los dientes en el parto. Fui arrojada a una cuna de paja. Tenía las uñas de los pies azules y enrolladas como pergamino. Mi padre estuvo orgulloso de mi sexo, hasta que descubrió que mi sexo era una constelación de girasoles. Esta mañana he decidido escribir, no poesía, no tratados, no alfileres, no escritorios, no mi vida o una novela, solo escribir. Solo tallarme los ojos con la pluma, para ver al mundo lleno de rayones, y una de mis lágrimas sea tinta.»
David Meza
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