MANSÃO LINDÍSSIMA NO PONTO MAIS NOBRE DE VITÓRIA COM 08 SUÍTES SUPER LUXUOSAS O Bairro: Considerado um dos bairros mais nobres, icônicos e seguro do Espírito Santo a Ilha do Boi é um local super tranquilo e muito bem frequentado. Possui duas praias, um clube privado, um pier para barcos e um Hotel de Luxo, além de suas lindas casas e mansões que compõem a bela paisagem. De localização privilegiada, o bairro fica ao lado do Shopping Vitória e a poucos minutos do centro comercial da Praia do Canto, onde temos lojas, bares e vários dos melhores restaurantes da cidade. O bairro também conta com uma guarita, além de cameras e segurança 24h. A Casa: Terreno de 1167m² e 1400m² de área construida, 8 suites grandes, 01 Biblioteca, 01 Escritório, 01 Ateliê, 01 dependência de empregada com banheiro, 01 Salão de festas, 01 Sla de estar (living), 01 Sala de jantar + 01 Sala de almoço, 01 Sala de TV, Mezanino, lavanderia, Copa-cozinha ampla, despensa, Lavabo, banheiro social e 08 vagas de garagem. Possui piscina com cascatas e área gourmet com churrasqueira. Obs: Ar condicionado em todos os ambientes e kitnet para colaboradores. PREÇO SOB CONSULTA - GARANTIMOS SIGILO ABSOLUTO #IlhadoBoi #Projetodeluxo #VitoriaES #CasadeLuxo #MansaodeLuxo #MansaoemVitoria #LuxoemVitoria #AndreBarros #GilsonCunha #LuxuryPropert #Luxury #CasadeAltoPadrão #PénaAreia #CasadePraia #MardeVitoria #PraiaemVitoria #Requinte&Luxo #Mansaorequintada (em Ilha Do Boi, Vitoria, ES) https://www.instagram.com/p/CnzaOtdryWJ/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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CASA À VENDA NO CONDOMÍNIO GRAND TRIANON ANÁPOLIS -GO
Belíssima casa à venda no condomínio Grand Trianon.
Com um acabamento realmente de alto padrão, esta casa conta com três quartos sendo uma suíte repleta em armários, sua cozinha com integração a varanda gourmet possui armários planejados diferenciados. Além de requinte e sofisticação essa belíssima casa possui um lindo projeto luminotécnico, e ainda podemos destacar seu paisagismo que compõe o imóvel de maneira agradável e harmonioso com toda a casa.
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Yuchan
Yuchan cruzó el corredor de una casa que no era grande ni pequeña, pero que era toda suya según su entendimiento felino. Durante el día reinaba en el balcón, desde donde miraba a su visitante favorita: Almudena, la amante de su humana Piedad, cruzar descalza el jardín.
La casa era silenciosa pero no solitaria... o no realmente silenciosa. Sobre todo, en la madrugada, cuando era arrullada por el murmullo de la barranca. Durante la noche el agua recorría las rocas silentes. La luz de la luna le confería otro peso y con él el agua rozaba, besaba y abrazaba las rocas que ya vagaron por los continentes. El claro destellaba las piedras y el brillo tenue se descomponía sobre el follaje y el agua. El viento hacía bailar a las ramas. Con claridad precisa Yuchan escuchaba las composiciones de la barranca, entonces dormía y soñaba con los bichos que se amontonaban debajo de las hojas secas. Soñaba mientras era abrigado por el sol y por Almudena, que para él representaba lo mismo: el amor. Despertaba y se desperezaba. Se acallaban las cigarras.
El embelesamiento amoroso es como un baile: quien participa de esa danza sabe que hay un flujo ajeno y vibrante que controla los latidos y que le llevará a un rincón de su interior que jamás imaginó tener. Hermoso y aterrador. Inexplicable y preciso. Y tan sólo es necesario un momento y una postura para apreciar esa verdad que ha ido creciendo en el interior.
La casa era silenciosa, pero no solitaria... o no realmente solitaria. En la habitación retozaban las amantes dentro de una hamaca gigante que parecía un capullo. “Menuda forma de pasar el tiempo”, pensaba Yuchan.
Cuando Yuchan se echaba sobre un cojín parecía representar la imagen de los gatos a través de los siglos. Estiraba sus extremidades y dormía como si trajera la fatiga del mundo encima. A medio día la casa olía a Almudena, porque Almudena olía a sol. Cada gato percibe su cotidianidad a su manera.
Yuchan seguía una rutina que lo llevaba hasta el jardín. Y jugaba con quién sabe qué cosas que sólo él veía. O será que los gatos son tan conceptuales que juegan con el silencio y la transparencia.
El aroma de Almudena impregnaba a Piedad, la inundaba hasta sentirlo en su estómago y luego convertido en calor de aliento. Piedad miraba a Almudena cuando ésta no se percataba y su corazón se inundaba de ternura. En cambio, cuando la miraba a la cara a punto del orgasmo, se desbordaba en pasión. Para Piedad, ese oleaje de contrastes se agitaba en su interior hasta que llegaba la calma que en realidad era la felicidad. Al salir al jardín observaba a su amada apacible mientras tomaba la siesta al lado de Yuchan, que desparramado patas arriba asoleaba su barriga de algodón y volvía a soñar...
Almudena visitaba a Piedad y a Yuchan una vez a la semana. La mayoría de las veces les llevaba fruta de su huerto, pan o algún utensilio de cocina que faltaba. En cada cruce de cada esquina aceleraba el paso, otras veces corría, pero apenas ponía la llave en la puerta actuaba como si estuviera en calma. Salía Yuchan a recibirla con maullidos y poco a poco su corazón acelerado se ajustaba a la cadencia del amor bien correspondido.
¿En qué momento se dispararon dos flechas con la sincronía justa para suspender a dos mujeres en la dicha?
A veces Yuchan se adentraba a la barranca para tener aventuras felinas, pero pese a las fantásticas hazañas que su cuerpo flexible y audaz le permitían, sabía que el hogar era paz... así que alborotado y con restos de hojas esparcidas en su pelaje allá volvía, donde a su llegada un par de corazones se convertían en bombillas.
Aunque lo que aconteció en el corazón de Almudena es un misterio, la razón de su despedida no fue la falta de afecto. Al contrario, partió con ganas de dejar un poco más de todo ese amor que se llevaba. Deseó ser capaz de entregarlo todo y no por librarse de sus sentimientos, sino, porque eso era lo justo. Pero las circunstancias no cambian sólo por quererlo y menos en las cuestiones sentimentales, pues éstas juegan sin revelar nunca sus reglas. Lo decidió una noche en que miraba a Piedad durmiendo sobre un petate con el sudor en la piel por el calor del verano. Con el cuerpo derrotado tras la batalla del frenesí y la ternura. Con el rostro atravesado por el gesto del que se sabe amado. Lo decidió mientras admiraba el cuerpo desnudo e iluminado de la luz de luna. Deseó pintarlo. Quiso comerlo. Fundirse con él. Perseguirlo en una noche de tormenta. Crearlo con sus dedos y sentirlo mientras lo forjaba, mientras delimitaba sus formas. Definir su vulva hasta convertirla en esa carne terriblemente suave, que se vuelve palpitante, caliente y húmeda. Pero para sentir a Piedad no sólo necesitaba el tacto, también el aroma que la volvía jubilosa y que daba paso a que la lengua se desesperara por querer descubrir el sabor de su amada. Para degustarla y olerla. Sentirla y escucharla, por fin, despojada del pudor, y así convertirse en el recipiente de su amor secretado... Tras este vaivén de mar inquieto, la observó recostada. Y la deseó aún más después de haberse deleitado. Con el anhelo de querer pintarla, de querer comerla, de querer fundirse con su cuerpo, de querer perseguirlo en una noche de tormenta, de querer crearlo... Esa noche lo decidió.
El río aumentaba, la corriente de la lluvia arrasaba los brotecitos de plantas que miraban por primera vez la barranca. Yuchan pensó que era mejor así: la belleza y enseguida la muerte. La otra vida, la que no es humana, siempre es más perceptible a los cambios y no opone resistencia. El viento se volvió frío y los bichitos se resguardaban en lugares imperceptibles para los hombres. El cielo se desteñía y daba paso a distintas tonalidades de azul y naranja hasta perderlas todas, para convertirse en un negro sereno que desprendía los brillos que fueron la ruta marítima que siguieron los primeros exploradores que inventaron las canciones cuando se resistieron a vivir la soledad.
Yuchan ya no jugaba en la barranca porque supo que algo que no entendía estaba por cambiar.
Almudena... ¿Cómo el nombre de alguien pasa de ser el amuleto que protege la alegría a ser una combinación de sonidos que llevan a la nostalgia? Cómo cambian los espacios cuando los habitan las ausencias. La casa era silenciosa y solitaria. Realmente silenciosa. Terriblemente solitaria. El olor a sol se lo llevó la lluvia.
Algunos corazones simplemente no pueden confrontar un arrebato amoroso: la violencia de lo bello, la desesperación de los sentidos. Una batalla de silencios que surge entre la ausencia y el recuerdo, una batalla que forzosamente gana la resignación o la muerte. No hay tregua para los que se quedan. Para los que se marchan está la sagrada incertidumbre, que, si bien es un azar, es consecuencia de una elección. Almudena partió a donde más amores la esperarían. Allá a donde fuera llenaría todo de gracia y las casas que habitaría las convertiría en hogares.
La tristeza es el alimento del alma, es contemplar a plenitud la belleza.
A Piedad se le colgaba el pesar en el entrecejo. Los ojos los tenía rojísimos de tanto intentar vaciar la pena. “Alguna vez ella tuvo al sol en sus brazos”, Yuchan lo soñó. Al despertar miró a Piedad y supo que las cosas habían cambiado.
En la barranca el atardecer se desvanecía como un suspiro naranja y quien lo miraba se apaciguaba, pues se convertía en un testigo de la muerte del día.
Tras la partida de Almudena, la felicidad que sosegaba el interior de Piedad se convirtió en la terrible tribulación tan característica del desencanto amoroso. Pensar en su amada día tras día sin su olor a brisa. Noche tras noche en esa lucha por aplacar la ansiedad del deseo. Recorriendo una casa en donde en cada rincón se pierde un recuerdo. Y Piedad con su corazón que se desbordaba se sintió tan ridícula al intentar empequeñecer sus sentimientos porque no había a quien dar, simplemente porque Almudena ya no lo quiso recibir. Como una ola salvaje de lenguas de fuego que se permite existir como alegoría del amor que tiene que dejar de ser, cuya única ayuda para cesar es el llanto... y no tanto por lo perdido si no por saber que después de un tiempo ya no importará demasiado.
El clima era húmedo y el cielo azulísimo. La barranca expidió un olor a tierra mojada. Piedad regresó a una casa silenciosa y solitaria. Lo más silenciosa y solitaria que podría estar, pues a mitad del jardín yacía sin vida el cuerpo de Yuchan. Mirarlo ahí, así, inerte y frío, desplomó a Piedad. Le abrumó la tristeza con un llanto incontenible cuyos quejidos se le atoraban en la garganta hasta formarle un hueco de desolación. No podía comprender cómo era que ese animal maravilloso, lleno de energía y amor, se había reducido a la quietud eterna. Lloró sin consuelo hasta que el cansancio la arropó con un sueño ligero. Durmió a un costado de Yuchan. A media tarde fue despertada por el viento frío. El sueño le trajo resignación. Miró con absoluta tristeza aquel cuerpo felino que tantas veces la inundó de alegría. Se resignó más imaginando que Yuchan simplemente había salido a tomar su siesta al pasto y que así había sido, sin sufrimiento alguno. Entró a la casa por la frazada del gatito y antes de que terminara la luz del día, se adentró a la barranca con Yuchan arropado. Con sus manos tomó la tierra húmeda y cavó una pequeña tumba. Miró a las lombrices retorcerse en la tierra negra. No pensó en nada, sin embargo, la imagen le brindó calma. Colocó al bello felino en la sepultura y sin decir palabra se despidió de él antes de cubrirlo. Tras aplanar, colocó ramas y rocas, de alguna manera quería que aquella cavidad gigantesca que albergaba diversas vidas supiera que en ese montículo se honraba a un pequeño ser.
Ahora Yuchan es la transparencia y el silencio.
Pasaron las estaciones y volvió a ser verano. En todos esos meses Almudena no regresó a la casa de Piedad. Sólo una vez llegó una postal sin remitente. La dirección del destinatario estaba escrita a mano y definitivamente esa mano había sido la de Almudena. La postal era en realidad una foto de un paisaje del viejo mundo en blanco y negro: del fondo luminoso, casi borradas por la neblina, se distinguían las siluetas de algunos árboles que parecían fantasmas que se desvanecían a la vista del testigo. Con una tonalidad más oscura de gris se percibía una cabaña y un pequeño corral sobre una colina. Un pasto salpicado por destellos blancos era la vereda que llevaba a la puerta que posiblemente cruzaba Almudena. Durante días y noches esa imagen impresa atravesó miles de leguas marinas tan sólo por la voluntad de una dirección escrita en su reverso. Llegó a su destino sin ningún mensaje aparente. Pero la sutileza de su llegada significaba que al otro lado del mundo alguien tenía presente aquella casa de la barranca de una ciudad del Trópico. Donde el cemento erigido, un gato adorado y una mujer enamorada fueron su hogar.
Desde cierta perspectiva, más que nunca, la casa fue silenciosa y solitaria. Repentinamente aquel lugar se volvió sólo una estructura de cemento y metal. De los corazones que lo habitaban sólo quedaba uno, así que Piedad partió, pero un atisbo fulgoroso se aferró en su interior, una energía discreta y cálida que con el tiempo le reveló que su corazón debía de ser su hogar.
Es el veintiuno de marzo, oficialmente ha iniciado la primavera. Como esencia, durante las tardes, Yuchan jugará con las mariposas que estornuda la barranca.
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