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#Domus Diaboli
holdmehurtme · 3 months
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oh yeah by the way!! I'm making another game ♥️
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iseeyuu · 6 years
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Ordo Obscurus #Lesson 43 Luciferian Witchcraft To fully grasp who I am I had to destroy my mortality. To take it up and kiss it goodbye, then plunge it down into the Embers of my Soul. From there, my Witch fire was rekindled. My power flared and my soul shined. And since then, my magick has only gotten stronger. I have tamed my Death. I have separated it from myself, and it now exists alongside me. It is an entity, separate from me, yet stitched to my very existence. I speak of my immortal Fetch, but relinquished by the Flames of Hell. It is rejuvenated, empowered, and embodied within me, yet surpassing my mortal flesh. My Death has shown me my Soul and taught me to use it, and in turn, the Liberator, sparked my flame and covered me in the coals. I am a Witch. The Witch works isolated and lives outside the natural order of society, in order to focus inward. Witchcraft complements the philosophies and works of the likes of Crowley; Anton Szandor Lavey, and the English occultist Austin Osman Spare, who created a unique system of Sigil Magic. One of the central rites in Luciferian Witchcraft is the Dragon within the Triangle of Darkness, an evocation circle for the meeting of Daemon and Man and Woman, “to uplift and envenom their spirit with the Adversarial Gnosis.” The Adversary challenges and tests; the initiate descends into darkness and chaos to emerge as a Luciferian Bringer of Light. The black magick and witchcraft of the Luciferian tradition involve the shadow aspects of the sorcerer’s own psyche. A permanent pact is made with the forces of darkness and chaos, and a Sigillium Diaboli is imprinted upon the body, mind, and spirit. The goal is a path of self-development in Light. When you desire a fine red wine to accompany a great meal you are preparing, you search for quality. Over the years, your experience will tell you what years, districts, and what method of harvesting you prefer, and also which wine pairs well with what food. Likewise, interaction with other occultists is an acquired taste. Simply finding people who disguise themselves with being Occultists, or donning exotic names such as DarkLord666, or just calling themselves ‘Satanist’ prove no better than the profane mass-produced cardboard wines that sell in the supermarket. For a wise man once did teach me that “The Occult is like a market”. Following that line of thought, an Occultist is likely to visit many markets, many of dubious nature, some ill-equipped to serve a sophisticated taste for quality. Luciferians enjoy quality. And quality is expensive, since time, effort, and careful consideration must go into any product that is to have any quality. In modern industry, mass-production made it possible to make products of reasonable quality at a lower price. For mundane things, like bottles or cars, mass-production is fine. For finding spiritual people or those on their path to Gnosis, the likes of Luciferians, the fast-food method just doesn’t cut it. As in the myth of Gnostic creation, it all comes down to awakening from the slumber of blissful ignorance to take the steep and slippery hill down into the abyss, before one can realise that the only way out, is the way in, and the way in is a journey to rediscover your true potential as a lover of divine quality, one that appreciates all that is good in the Universe, to reclaim the throne as the rightful God in the heavens for, after all, Thou art God! If I see people, who work, think, are alive and awake, and who act and respond intelligently, then there is hope in my heart. LVX Patrick Gaffiero VI° Luciferian Order/Ordo Obscurus/Ordo Dracul/Domus Dei
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commedia2018 · 6 years
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Infierno III, o por qué es preferible ser villano que mediocre
    Al cabo de dos cantos nos hemos acostumbrado a la voz del narrador de la Comedia, que también es su protagonista. Pero al principio del tercer canto irrumpe una segunda, sin preámbulo ni explicación alguna, y con su mezcla insólita de música y brutalidad nos recuerda que se acabaron los preámbulos, que ahora el infierno comienza en serio. Per me si va tra la perduta gente…     Se trata de la inscripción trazada por el dedo de Dios en el dintel de la puerta del inframundo, que designa lo que hay más allá del umbral y advierte al implausible viajero que una vez lo cruce no habrá lugar para la esperanza. La sorpresa habrá sido más duradera para los lectores medievales, puesto que los textos de entonces no hacían uso de comillas ni de señal alguna para comunicar que la voz narrativa había cambiado; los contemporáneos de Dante se habrán dado cuenta sólo paulatinamente de que quien habla en estos nueve versos no es el poeta, sino el infierno mismo.     Y hay otra magia en el comienzo de Infierno III, una que por sencilla no deja de ser maravillosa. A medida que leemos sus primeros tercetos, ejecutamos la misma acción que el personaje y experimentamos una mezcla idéntica de maravilla y desazón. La mayoría de narradores se contenta con describir lo que les ocurre a sus personajes; en cambio, al comenzar el descenso al infierno Dante logra, así sea por un instante, que tanto nuestra experiencia sensorial como nuestros pensamientos coincidan con los del protagonista. Como él, la entrada a la città dolente la vivimos como una forma de lectura; como a él, lo que leemos nos turba e incita a la vez. Y la advertencia lapidaria, como suele ocurrir con ese tipo de consejos, se resuelve en una tentación a cruzar el umbral, a seguir leyendo.     Acaso el lector medieval también haya recordado antes de atreverse a entrar, no sólo las inscripciones que se solían poner sobre las puertas de las murallas urbanas de entonces, sino también las que se labraban en los dinteles de las iglesias y que todavía se pueden leer, como aquella compuesta por Alcuino para San Hilario el Grande, en Poitiers:
“Porta domus Domini haec est et regia caeli…” [Esta es la puerta regia de la casa de Dios y de los cielos…]
    Entonces aquel lector tal vez haya sentido el impacto de que esta, aunque lo parezca, no sea la domus diaboli, sino otra domus domini pero en clave negativa; de que quien se declara hacedor de esta cárcel eterna no sea Lucifer sino Dios mismo. De que, en suma, esta sea la única parte del universo forjada sólo en un segundo plano por el amor del demiurgo, y en un primero, terrible e inexorablemente, por su sed de justicia.     Pero los primeros castigados por esa justicia, aunque Dante los encuentre después de cruzar el umbral, no están en ninguno de los círculos del infierno. Moran a orillas del Aqueronte, el primero de los ríos infernales, y Caronte, el barquero que lleva a las almas al otro lado, se rehúsa a recibirlos en su bote. En cambio, azuzados por tábanos, persiguen una bandera que nunca se detiene.     Este castigo, el primero de tantos que el lector encontrará a lo largo de la primera cántica, es un excelente ejemplo de la ley que rige los veredictos divinos en el infierno dantesco, y que Bertrand de Born, en Infierno XXVIII, 142, llamará contrapasso, lo que se podría traducir literalmente por “pena contraria”, o más idiomáticamente, “contragolpe”.     El contrapasso funciona como una especie de reflejo irónico del pecado que castiga. En el caso de estos condenados, que no fueron ni buenos ni malos, es decir no siguieron estandarte alguno, su castigo es seguir un estandarte sin meta; una bandera que permanece dando círculos, en una especie de inmovilidad cinética, frenéticamente guiándolos por la eternidad a ninguna parte.     Entre estos, que no cabe llamar pecadores, Dante reconoce a alguien: es el que hizo “il gran rifiuto” [la gran renuncia]. Hoy en día el consenso es que se trata de Celestino V, o Pietro da Morrone, quien fue papa por cinco meses, del 5 de julio al 13 de diciembre de 1294, y luego renunció para reanudar su vida eremítica. La renuncia de Celestino dio pie al papado de Bonifacio VIII, gran enemigo de Dante que se convertirá a lo largo de la Comedia en una especie de némesis del poeta. Pero a este personaje no se lo nombra; así que también han prosperado hipótesis alternativas, que proponen a Poncio Pilato, quien se rehusó a condenar a Cristo, o a Esaú, el hermano de Jacob que le cambió su herencia por un plato de lentejas.     Sea quien sea este personaje --en lo personal, como la mayoría de dantistas contemporáneos, me inclino por Celestino V--, lo principal es no olvidar que este espacio entre la puerta del infierno y el inicio del primer círculo, que algunos han dado en llamar “anteinfierno”, es pura invención dantesca; y que también lo es el castigo de sus habitantes, y por extensión la idea misma de castigar a los tibios, a los que no se deciden ni por el bien ni por el mal, a los que prefieren la vida estática en términos morales.     Así como Infierno III es la introducción perfecta al inframundo de Dante, el castigo de los mediocres es ideal para comenzar a comprender sus bases éticas. Porque Virgilio declara que estas personas, cuyo número es tal que el peregrino nunca pensó que la muerte hubiese reclamado a tantas, son despreciadas tanto por el cielo como por el infierno, lo que los pone en un escaño inferior en términos morales al que ocupan los peores pecadores, entre ellos Lucifer mismo. Es decir que para Dante la inclinación más negativa del hombre no es el mal, sino la medianía. En su opinión el peor acto posible es no hacer nada en sentido ético, dejarse llevar, no escoger bando alguno en esos momentos en que se hace imperativo decidirse en algún sentido.    Por eso, si el autor de la Comedia hubiese sido fiscal en Nuremberg, tal vez habría argumentado que los ciudadanos alemanes que ni apoyaron ni combatieron el régimen nazi, que se dedicaron a sobrevivir e intentar prosperar en medio de la debacle moral de su pueblo, merecían peores penas que Hermann Göring o Heidrich Himmler.  
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