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#¿cuánto porro se necesita para poder dormir?
1wach0imaginario · 4 months
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Así se prenden los porros en esta casa
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miaularoja · 7 years
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Sobreviví el sismo del 19S para terminar siendo acosada por un amigo en Zipolite
Esta es una de esas típicas historias que empiezan y terminan con esa clásica frase: -claro, era obvio que eso iba a pasar-, pero como siempre Roja quiere pensar lo mejor de la humanidad y porque me encanta pecar de naive, yo se que más de uno me va a tachar de pendeja y de que “nada más quiero andar quemando a la banda”.
En julio pasado por amigos en común conocí a un chico que vive en Zipolite y lleva un rato queriendo armar toquines de bandas de rock en la playa por un hartazgo de escuchar siempre reggae o psycho, ya saben, géneros de playa. Pero como buen frito que lleva 8 años viviendo en la costa oaxaqueña sabe que necesita de alguien que lo ayude a que efectivamente se lleve a cabo y no solo quede en palabras y acuerdos verbales acompañados de infinitos porros que nunca se concretizan.
Entonces nos conocimos en una fiesta, me contó un poco de la idea y yo dije -va, le entro-. Llevo rato queriendo entrarle a la parte logística de armar toquines y sacarle fechas a bandas de amigos en cuyos proyectos creo profundamente. Me invitó a quedarme unos días en Zipolite para que conociera a las personas que organizan esas cosas y viera como estaba el asunto. Así, compré un boleto de avión, avisé en la agencia de publicidad donde laboraba que me tomaría una semana de vacaciones y esperé a que llegara la fecha prometida.
Semanas más tarde me llegó una oferta laboral más atractiva y dejé la agencia, pero continué con mi plan de viajar a Zipolite para buscarle nuevos horizontes a los proyectos de mis amigos. Hasta que el pasado martes 19 de septiembre la tierra se movió y la ciudad con la que tengo una relación de amor-odio desde hace 7 años se vio desplomada y dañada frente a mi y frente a los tantos otros millones que la habitamos.
Afortunadamente nadie conocido sufrió grandes pérdidas ni lesiones, lo cual agradezco infinitamente, ayudé en lo que pude y como muchas y muchos sentí la impotencia de querer hacer más de lo que realmente pude. Conforme se acercaba la fecha comenzaba a dudar si quería o no concretar el viaje, pero -la vida sigue y debo de estar agradecida de que me encuentro bien, entera y con un techo sobre mi cabeza- entonces la tarde del viernes, después de casi una semana de no pararme por mi departamento, tomé una maleta, eché lo que consideré necesario y a la mañana siguiente, después de un segundo sismo de 6.1 grados partí hacia el aeropuerto.
Desde que decidí llevar a cabo el viaje me sentía rara, incómoda, pero se lo atribuí al panorama que reina en la ciudad. Llegué al aeropuerto, hice check in, subí al avión y esa sensación de malestar se convirtió en un mal presentimiento, pero nuevamente se lo atribuí al ambiente post-sismo.
Llegué a Huatulco y me recibió mi compa, tomamos un colectivo a Zipolite y una hora y media después estábamos en la playa bebiendo cerveza con unos amigos suyos. Esa noche comenzó lo culero. Estaba exhausta, realmente la última semana en la ciudad, igual que la mayoría de los habitantes de la capital, no dormí mucho y esa noche lo único que quería era tocar almohada y despertar al día siguiente a las tres de la tarde. Me quedé profundamente dormida en tres segundos hasta que, no sé cuánto tiempo después, mi sueño se vio interrumpido cuando sentí una mano acariciando mi brazo, no le quise dar importancia y volví a dormirme, hasta que de repente esa mano ya no estaba en mi brazo, estaba en mi pierna, en mi espalda y por un momento en uno de mis senos. Lo ahuyenté como quien ahuyenta una mosca a mitad de la noche, te molesta, pero el sueño es más pesado que las ganas de levantarte a exterminarla.
Al día siguiente desperté un poco sacada de onda pero quise olvidar el episodio y seguir adelante, después de todo quedaban aún 7 noches por delante. Para no hacer el cuento más largo durante el día platicábamos leve de la vida y de los toquines que quiere armar, con qué bandas, qué equipo hay, dónde se hace el festival, hospedaje, comidas, presupuestos, etc. Todo eso que según yo debería de estar al tanto si mi intención es llevar de manera formal a las bandas de mis amigos a tocar a la playa.
Esa noche llegó a abrazarme a la cama del cuarto donde él está viviendo y por lo tanto donde yo me estaba hospedando, a pesar de que me sentí incómoda porque no lo considero lo suficientemente cercano para ese nivel de contacto físico decidí contestarle el abrazo, hasta que salió de su boca -abrázame ahorita que no tienes novio-. Esa frase cambió por completo en mi cabeza la intención de su abrazo, no era un abrazo de carnales, ni fraternal, era un abrazo con toda la intención de tirarme el pedo. Como no quería entrar en una discusión en el día 2 de 7 lo empujé y le dije -No mames, sácate a la chingada cabrón-. Sí, así de elegante y directo.
Posteriormente desapareció dos noches más por distintas circunstancias, una porque llevó a la mamá de su jefe al hospital de Pochutla por una neumonía y otra porque se enfermó comiendo pizza mientras ayudaba a una amiga a cuidar un bar de la zona. Esas noches dormí como bebé.
Hasta la noche cinco. Por fin logró llevarme con los responsables de organizar los toquines del Festival Nudista, echamos la chela y platicamos de la historia, la visión y las limitantes del festival, mientras nos refugiábamos de la lluvia bajo una palapa de palma. Él se regresó antes que yo y yo lo alcancé un par de horas después en el cuarto, me escuchó platicar por horas con un chico que me gusta del DF y platicamos un poco de él cuando colgué. Me recosté pensando en cómo mi compa y yo comenzábamos a conocernos cada vez un poco más y me acomodé para dormir. Nuevamente me despertó esa sensación de dedos pasando sobre mi brazo, sobre mi espalda, sobre mi pierna, entre mi cabello. Un “masajito” que yo jamás solicité. 
Esta vez si me molesté y abiertamente le dije -No- y quité su mano de mi cuerpo. Se rió, lo tomó a broma y continuó. Le quité la mano fácilmente 10 veces, fácilmente le dije -No- otras 10 y cada vez que lo hacía el resultado era el mismo, soltaba una risa y continuaba -somos amigos-, -no te estoy tocando "ahí”-. Una ira, una incomodidad y una vulnerabilidad se apoderaron de mi. Era la mitad de la noche, estaba en un lugar desconocido y realmente no sabía que hacer. En verdad no quería que me tocara, le expliqué como no me gustaba ese contacto físico y nada de lo que dije importó o fue suficiente para que dejara de hacerlo, su mano seguía pasando por mi espalda, mis brazos, mis piernas, muy cerca de mis senos, de mi vagina, de mis nalgas. No dormí, no pude conciliar el sueño, me desperté constantemente durante el resto de la noche. Creí que nunca iba a dejar de “acariciarme”. Quería llorar y salir corriendo, pero estaba pasmada ante el miedo de encontrarme sin dinero en un lugar desconocido. 
Al día siguiente salimos a desayunar y él fue a conectar, yo regresé al cuarto a trabajar un rato y después salí a la playa. Comencé a mensajearme con el mismo chico del DF con el que estuve hablando por teléfono la noche anterior y le conté lo ocurrido. Me habló por teléfono y rompí en llanto. ¿Cómo era posible que me haya puesto yo misma en esa situación? ¿Cómo pude ser tan ingenua, tan confiada? ¿Por qué me invita con la promesa de sacar unos toquines y me sale con estas chingaderas a mitad de la noche? Todavía faltaban dos noches más para poder regresar al DF ¿Qué iba a hacer? ¿Gritarle? ¿Irme?
Opté por esa opción, colgamos, regresé a la habitación y comencé a guardar mis cosas. -¿A dónde vas mi niña?- Me dijo mientras aventaba mi ropa sin preocuparme si estaba doblada o no. -Me voy a Mazunte- contesté. Me dijo que regresara al día siguiente, que buscara a su amiga allá, le dije que no sabía si iba a regresar (-obvio no voy a regresar-), le pregunté qué colectivo tomar y me fui. Con 270 pesos en la cartera y todavía un par de lágrimas en los ojos.
No es la primera vez que viajo sola, lo he hecho al menos una vez al año desde que tengo 19-20 años y en general puedo decir que he tenido buenas experiencias, grandes aprendizajes y he conocido gente maravillosa en el camino. Pero nada nunca me preparó para una situación así. Debo admitir que me considero bastante afortunada porque nunca había vivido una situación de acoso que me hiciera sentir realmente vulnerable y me duele mucho que me haya tocado en un viaje que en teoría era para sacar chamba y distraerme un poco del ambiente que vive mi ciudad.
Así llegué a Mazunte a las 5 de una tarde lluviosa, sin saber donde diablos me iba a quedar por menos de 100 pesos la noche, tenía unos 300 pesos todavía en la tarjeta y para mi perra suerte el cajero sólo sacaba en múltiplos de 200. Después de una hora o dos caminando sin encontrar un lugar donde hospedarme que se acomodara a mi presupuesto y que me hiciera sentir segura y después de llorar con una mesera frente a mi infinita ansiedad, terminé en el hostal de la señora Dominga con tres pequeñas chozas de madera donde en cada una cabía a penas una cama matrimonial y dos ventiladores, tampoco necesitaba nada más.
Mis últimas dos noches transcurrieron con bastante tranquilidad, me recuperé un poco e intenté disfrutar el lugar paradisíaco en el que me encontraba, aún escuchando la alerta sísmica a la mínima provocación y sintiendo caricias no solicitadas antes de dormir.
 ¿Por qué escribo esto? No, no es por “quemar” a nadie, ni por alarmar a nadie más, ni por “hacerme la víctima” o “dar lástima”. Escribo esto porque eso es lo que hago, escribir. Escribo para desahogarme, para compartir mis experiencias, para aprender de ellas, porque no creo en eso de sobrellevar los malos ratos en silencio, como si fuera una penitencia. Y porque si eres hombre e invitas a una chica a trabajar contigo por favor NO TE QUIERAS APROVECHAR DE LA SITUACIÓN. No es halagador. Es incómodo. Nos hace sentir vulnerables. Porque no importa cuantas veces me bañé o me metí al mar esos días, seguía sintiendo un velo sucio sobre mi piel.
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