Tumgik
mariajoseflorezch · 3 years
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Las cosas son sólo cosas.
Es propio empezar por decir, que este fue sin duda el semestre más difícil de mi carrera universitaria.
Pero no porque estuviese viendo temas que no había visto hasta el momento, sino porque cambió mi vida por completo.
Salieron personas de mi vida, entraron nuevas.
Aprendí a extrañar, aprendí a agradecer.
Los espacios, los momentos, las clases que no son clases.
Aprendí que siempre se puede un poco más, aunque se tienda a creer que es imposible.
Que el camino no se acaba ante las dificultades.
El sueño es sólo sueño, la rabia es sólo rabia, lo mismo con la tristeza.
Las cosas son sólo cosas.
Este semestre, como muy pocas veces en la vida, me encontré con el reto de enfrentarme a mi misma, a mis creencias.
Ir en contra de lo que quería, darme la oportunidad de conocer nuevos espacios.
Por ejemplo, nunca me imaginé llegar a un lugar a decir “soy periodista de Directo Bogotá” con una cámara y su trípode al hombro, esperando poder conseguir la información que necesitaba.
Pero me sirvió para saber qué no quiero.
Me preocupa, con sinceridad un poco, no haber podido desligar mis filosofías del espacio tan íntimo que resultaron ser las bitácoras, pero le echo la culpa a mi propia humanidad y su incesante necesidad de sobresalir y diferenciarse.
A la criticadera tan berraca que en algún lado aprendí pero no supe de donde.
Pero, como me encanta autocitarme, sólo puedo decir que “todos vivimos lo mismo de formas diferentes, porque así lo pensamos.” (Flórez, 2021)
Y como dije aquí mismo, quien no haya pecado que tire la primera piedra.
Además, si algo le pedí a la vida en estos últimos meses, era tener algo que fuera sólo mío, y me llegó esta clase que nunca fue una clase.
Ahora, en cuanto al desempeño como tal, creo que fue sobresaliente los primeros meses.
Después llegaron los cubrimientos, las recogidas de cámara, las entrevistas, la crisis de salida de carrera y en ocasiones la dejé de lado, pero no me dí el lujo de perder una sola grabación en esas clases que me tocó perder.
Porque “ya no me acuerdo tampoco de olvidar, ni perder.” (Flórez, 2021)
Aprendí, como con las otras materias, pero aquí aprendí diferente.
Porque mientras me enseñaban a manejar una cámara, aquí aprendí a conocer a mis compañeros y a Juan Sebastián.
Aprendí la importancia de un buen docente y cómo realmente son quienes moldean el futuro,
Aprendí a conocerme a mí misma.
Aprendí a cuestionarme, a cuestionar mis entornos, mis dinámicas.
Más allá de citar unas normas que no son normas sino manual, ni poder recitar de memoria los 10 tipos de plagio, las descripciones de los efectos, los tipos de cita o la rúbrica de cómo ser feliz.
Aprendí a preguntar cosas distintas a un por qué.
Que me llevó a cerrar ciclos, a fortalecer mi carácter y que me dolió como pocas cosas lo han hecho.
Pero todo empezó aquí.
Especialmente porque aunque el texto que escribí sobre metamodelos no tuve nunca el valor de publicarlo por miedo a que pensaran que estaba loca, fue la semilla que me permitió aprender a dudar.
Porque tener que escaparme de la ciudad, del ruido, para poder recolectar mis pensamientos y escribir sobre los efectos del preguntar, nunca me había pasado.
Aquí aprendí a decir que no estoy de acuerdo si el caso lo amerita.
A ligar dos eventos completamente distintos, porque en esencia, todo se parece y es merecedor de engrandecer el conocimiento.
Entonces, en este video, quiero dejar consignada la primera premisa que dió lugar a una bitácora.
Aunque aquí nadie sabe quién es nadie, pero me equivoqué pensando que aquí, donde nadie sabe quién es nadie, tampoco querían darse a conocer.
Pero sí fue así.
Hasta yo regalé un poquito de mí en ejercicios donde me permití ser leída.
Y regalé un poquito de mi voz, que bailaba sobre palabras ajenas como si fueran suyas.
Éste sin duda, fue el semestre más difícil de mi carrera universitaria.
Pero, como digo desde que se murió Sami y aprendí a atravesar el duelo y vivir con él como si fueramos amigos.
De lo más difícil es de lo que más se aprende.
Gracias Juan Sebastián
Referencias:
Flórez M (2021) Pensamientos Semilla. Info y Doc. Recuperado el 18 de noviembre de https://mariajoseflorezch.tumblr.com/
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mariajoseflorezch · 3 years
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Yo no quiero ser mentirosa
Han sido unas semanas muy difíciles, eso con certeza lo puedo afirmar.
Nos acercamos a cierre de semestre y por algún motivo, fue un cierre de otras cosas en otras esferas que comprenden nuestras vidas. No puedo mentir y decir que no tengo un pánico inexplicable de caer en algún tipo de error, incluso de plagio, porque me da miedo que alguien ya haya escrito lo que yo pienso.
En el mundo hay 7.8 billones de personas, según reportan las Naciones Unidas.
Y creo yo, que es imposible que alguien no haya dicho precisamente esto que escribo.
En otro idioma, un credo distinto o en números.
Pero la vida es cuestión de estas imposibilidades.
Me gustaría poder ser como mis compañeros y citar extensivamente frases que alguien ya dijo para poder probar mi punto, pero con toda sinceridad, en este preciso instante, se me escapan las palabras, los autores, los monólogos e incluso, los eufemismos de la vida cotidiana que hablan sobre la poca honestidad. Porque a mi parecer, el plagio no es más que eso, poca honestidad.
Como hace casi una semana no cojo un libro, no por no querer sino por falta de tiempo, me tendré que excusar con ustedes, pues la mente progresivamente se atrofia si no se le proponen retos.
Pero es enteramente posible, que no sea necesario precisar de palabras complejas para probar mi punto.
Y no querría caer en la exposición absurda y narcisista de demostrar lo mucho que sé escribir, pero lo poco que lo hago.
Lo mucho que leo y lo poco que lo hago.
Lo mucho que hablo y lo falso que es.
Pero siempre es placentero permitirse recordar que la capacidad de escribir es adquirida en la de leer.
Y viceversa.
Pero el objeto no es ese.
Retomando mi idea de la poca honestidad y poca originalidad que implica el plagio, o la mentira, como me gustaría llamarlo, no puedo tampoco mentirles y decirles que nunca he incurrido en él.
Que nunca he mentido, porque sí lo he hecho.
Y estoy sujeta a estas confesiones públicas, pues mi humanidad realmente no me causa temor, porque aunque en esta misma condición mortal me importe lo que piensen ustedes de mí, ninguno de nosotros es inmaculado.
Entonces, quien no haya pecado, que tire la primera piedra.
Pero, para propósitos ilustrativos, me gustaría indicarles también, que nuestra naturaleza de mentir se entrelaza con la inevitable banalidad.
Verán, porque mentimos, en la medida en la que la vida lo facilita; pero somos conscientes de que termina por convertirse en una gigantesca bola de nieve; metáfora que, con cierta seguridad, hemos escuchado previamente, aunque a nivel histórico, todavía no logremos encontrar a quién pertenece.
Qué tal que cada cierto tiempo, alguien diga algo y un milenio transcurra y nadie lo recuerde.
Peor aún, qué tal que después alguien tenga la ingeniosa idea de decir lo mismo y se gane un premio Nobel de Literatura.
Me causa pánico.
Que además de que existe la posibilidad imposible de que alguien ya haya escrito lo que yo, también está aquella de que posiblemente en la Antigua Mesopotamia hubiesen leído a Gabriel García Márquez bajo un nombre distinto.
O a Saramago o a Vargas Llosa.
Aunque Mesopotamia no sea el Caribe, ni guarde con él relación alguna.
Entonces, fue ese el daño de aprender los tipos de plagio.
Porque, al ser conscientes de nuestra propia imperfección y cómo tendemos a actuar por conveniencia, ya tenemos la capacidad de decidir qué hacemos y cómo.
Y un error adrede no es lo mismo que la accidentalidad del asunto.
Pues, hemos aprendido a discernir.
A seis meses de entregar mi tesis, tras la lectura excesiva de cientos de artículos, una buena docena de libros y un sin fin de publicaciones académicas, no puedo negarles que me siento tranquila de haberme devuelto sobre lo que había escrito y anticipado los errores aberrantes de redacción y los abismales de malas atribuciones.
Porque ya no corro ningún riesgo legal.
Pero no puedo evitar preguntarme la cantidad de plagios que cometemos en un día sin siquiera notarlo.
¿Cuántas pequeñas mentiras?
Resulta decepcionante, estudiar una carrera condenada al olvido porque a la hora de separar nuestros labios, todos incurrimos en lo mismo.
Y los que los escribimos, lastimosamente, no somos nada más que un reflejo de nuestra propia ignorancia.
No hay conformismo más absurdo que la ignorancia.
Ese fue el daño de aprender los tipos de plagio,
Tener presente que en el mundo de las esferas, todo es una copia, como bien creía Norah Ephron (2015).
Y para evitar ser una copia, o una de una copia, como ahora mismo lo es el universo.
Intención y correcta atribución.
Referencias
Fresh Air. (2016, 31 marzo). NPR Cookie Consent and Choices. Everything Is Copy.
https://choice.npr.org/index.html?origin=https://www.npr.org/2016/03/31/472534582/in-everything-is-copy-nora-ephrons-son-tries-her-philosophy
United Nations. (2019, 25 marzo). Población | Naciones Unidas. https://www.un.org/es/global-issues/population
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mariajoseflorezch · 3 years
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Citas directas y verdades no expuestas
“Fueron más de 152 días sin sentir el calor del sol sobre la piel, ocasionando su eventual pérdida de pigmento.
Pero nunca se hubiera podido saber sobre el potencial color de la misma, sin haber vivido bajo el cuerpo celeste directo.”
Así comienzo una de las pocas columnas que he tenido el coraje de publicar.
La escribí durante el encierro a causa de la pandemia, hablando sobre lo mucho que extrañaba el sol, pero lo afortunada que era de poderlo haber vivido para entrar en esta condición de la nostalgia. Aún más, es sobre el valor de la experiencia, que precisamente en su conferencia, Freddy Vega decide citar directamente.
Verán, los viajes de la vida del conferencista y de la mía, inevitable y eventualmente serán aquellos de todos, asunto que debemos aceptar.
El matriarcado, la infelicidad, el pesimismo.
A decir verdad, la muerte yo ya la he vivido; desde muy joven. Aunque aún no he logrado encontrar mi momento pivotal que resulte en un emprendimiento exitoso que potencie la economía nacional.
La muerte y yo ya nos conocemos mucho más de lo que me gustaría aceptarlo, y es precisamente ahora que me permito reflexionarlo, porque no estoy feliz desde hace días.
Pero feliz si soy.
Pero, no estoy porque no decida estarlo, sino porque mi humanidad no me lo permite en este preciso instante.
Porque, como otro título de video indicaba, intento hacer el amor con amor, pero a veces vuelvo a creer que amar significa perder.
Porque, como otro título de video indicaba, no escogí la carrera que esperaba.
No he encontrado la vida que anhelaba, ni creo que la encuentre con base en el diploma que me entregarán para esta época en el siguiente año.
Porque, me cuesta profesar que el amor y yo nos merecemos mutuamente.
Porque, he caído en las muchas trampas del camino, olvidando que para aprender a correr, primero se debe caminar, y para caminar se debe caer.
Y caer no está mal.
Poco se equivoca el conferencista cuando habla sobre el valor del tiempo, lo corta que es la vida y la importancia de aprender a perdonarse a sí mismo, porque el antónimo de felicidad, contrario a creencia popular, no es la tristeza; sino el arrepentimiento. (17:09)
Entonces, hoy accedo a la invitación de Vega, de hablar un poco más de nosotros mismos, porque como me dijo mi asesora profesional Maribel hace una semana “al mundo le vendría bien un poco de sensibilidad.”
Ella tampoco se equivoca.
Cuando se murió Sami, una parte de mí se fue con él.
Casi vacua, carente de sentido y fe alguna, emprendí en el aprendizaje del verdadero significado de la plenitud y la vida.
De las implicaciones de querer partir de este mundo terrenal, de las implicaciones de querer quedarse.
De los pesos y las levedades, arbitrarias por supuesto.
De llenarse el pecho de vida, porque donde las cicatrices ya habían sanado y permitido que las ganas florecieran, aún el terreno estaba demasiado húmedo para que las semillas permanecieran en el piso.
Y, ¿cómo se secan las cosas en el interior?
Por años, no pude escribir de él, ni hablar de él.
Por años, no pude permitirme creer que realmente ya no estaba y que mi vida ahora sería distinta.
El frío ya no era el mismo, pero el calor tampoco.
Ni la comida, ni cantar, ni correr.
Lo encontraba en cada rincón de la casa, en la guitarra, en la nevera, en el sofá.
En todos los sitios en donde alguna vez estuvo y en donde no volvería a verlo.
Sin embargo, nuestra historia fue perfecta y me costó entenderlo.
Aceptar que así tenían que ser las cosas y por eso los eventos se desenvolvieron de esa manera fue una tarea casi imposible.
Aprender a soltar.
Repasaba incansablemente nuestro último día juntos, los últimos mensajes que me dejó y que hasta llegué a interpretar como premonitorios, mis respuestas, nuestras risas, llorar con él.
Nuestro último cigarrillo.
En respuesta a Vega, sobre qué nos arrepentimos, anexo una pequeña lista dedicada a Sami:
1. Me arrepiento de no decirte constantemente lo mucho que te amaba, especialmente ese último día.
2. Me arrepiento de no decirte lo orgullosa que estaba de ti y lo mucho que admiraba tu fuerza.
3. Me arrepiento de portarme como los hermanos grandes que se burlan de los pequeños.
4. Me arrepiento de mi cobardía. De tenerle miedo al corazón, después de que tanto me enseñaste lo valioso que es querer.
5. Me arrepiento de no cantar absolutamente todas las canciones habidas y por componer, porque así de pronto la vida me hubiera permitido tenerte un ratico más.
Y no pretendo que a través de ese ejercicio lo conozcan a él o me conozcan a mí, pero, como ejercicio de contrapropuesta, le propongo al conferencista hablar sobre nuestros orgullos:
anexo una pequeña lista, dedicada a mí.
1. Me enorgullece haber podido crecer a partir de esto.
2. Me enorgullece levantarme cada mañana con la entereza para enfrentar la vida.
3. Me enorgullecen las situaciones que viví, porque ahora entiendo que tenían que suceder para convertirme en la persona que soy.
Tampoco es mi intención generar miedo alrededor de la muerte, pero la verdad sea dicha; la muerte es lo más difícil que atravesamos como humanos, al ser el recuerdo de nuestra mortalidad.
Pero, en esto, les regalo un secreto que, únicamente a considerable distancia de cada evento que sobrepasamos, logramos descubrir: los infortunios que más nos afligen, son también los que más nos enseñan.
En Japón, hay una disciplina llamada Kintsugi, es la resignificación de nuestras heridas.
Cuando un objeto se rompe, en lugar de descartarlo, reparan sus grietas con oro, plata o platino.
Cada grieta hace único e irrepetible el objeto.
Como cada cicatriz nos hace a nosotros únicos e irrepetibles.
Es cuestión de encontrar con qué decidimos curarnos.
Entonces, ya que estoy generosa con las menciones especiales:
Para Freddy Vega, concuerdo con que ser feliz es una construcción. con ser generoso en todo sentido de la palabra, con que “Meditar es darse una ducha para el desorden cerebral” (8:41)
Con que debemos cuidar a nuestros seres queridos y todo aquello que tomamos por obvio.
Pero sobretodo, creo que el verdadero secreto para la felicidad es cuidarnos a nosotros mismos.
Porque, así como cada evento resulta en un impacto a nivel individual, a nivel individual también se elige la cualidad con la que se responderá al mismo.
Agradecer, celebrar.
Aprender.
Que está bien no estar bien y que caerse es apenas humano.
Y eso, también es experiencia.
Referencias:
Flórez (2020) Sobre el Valor de la Experiencia. En Perspectiva. Recuperado el 21 de octubre de 2021 de https://www.enperspectiva1.com/post/el-valor-de-la-experiencia-mar%C3%ADa-jos%C3%A9-fl%C3%B3rez
Platzi. (2018). Cómo Ser Feliz. YouTube. Recuperado el 21 de octubre de 2021, de https://www.youtube.com/watch?v=iUXbJhx_vfQ&ab_channel=Platzi
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mariajoseflorezch · 3 years
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Artículos Académicos
Francisco Girón
María José Flórez
Las herramientas de metacognición en relación a la incompetencia individual: El Efecto Dunning Kruger
Palabras clave: metacognición, estudio empírico, sesgo cognitivo, habilidad real, percepción individual, efecto Dunning – Kruger, síndrome del impostor.
El artículo presenta un despliegue de la investigación realizada en 1999 por Justin Kruger y David Dunning en la que establecen que los individuos menos competentes en un área suelen estimar al alza sus habilidades en contraposición a los individuos calificados, que tienden a subestimar su capacidad. Los investigadores realizaron un experimento con un grupo de sujetos diversificado a partir de conocimientos sobre un tema, se les solicitó realizar un examen y al final presentar una autoevaluación de su desempeño individual. La predicción estableció que aquellos individuos que realizaran la tarea incorrectamente no serían capaces de identificar en si mismos su falta de habilidad. Los resultados arrojaron que quienes tuvieron las puntuaciones más bajas, sobre estimaron su propia capacidad y que la distancia entre la percepción y la ejecución real disminuía en la medida en que aumentaba la habilidad. Su hipótesis fue correcta y encontraron, además, la paradoja de que las mejores puntuaciones eran de aquellos que subestimaban su ejecución. Se planteó que la distancia entre la percepción y la ejecución real correspondía a que los individuos incompetentes en la materia no tenían las habilidades para realizar bien la tarea y la capacidad de identificar su propia incompetencia, en contraposición de que aquellos que realizaron correctamente la tarea, subestimaban su capacidad pero no bajo un factor individual sino al estimar erroneamente las capacidades de los demás; por lo que, en los individuos que realizaron correctamente el experimento, bastó con mostrarles el resultado de los otros sujetos para calibrar adecuadamente su juicio. Los autores ligaron en su experimento el síndrome del impostor para explicar el fenómeno de los individuos competentes y efecto Dunning-Kruger para la hipótesis planteada inicialmente sobre la sobredimensión de la confianza en sujetos con conocimientos escasos o limitados.
La eficacia psicológica de las tareas incompletas: El efecto Zeigarnik
Palabras clave: cliffhanger, procastrinación, tareas, método Pomodoro, estudio empírico.
El presente artículo expone los resultados de un estudio empírico realizado por la psicóloga soviética Bliuma Zeigarnik en el año 1927 y cuyos resultado fue denominado el efecto Zeigarnik. La hipótesis bajo la cual se realizó el estudio, establecía que el cerebro recuerda mejor las tareas que no se terminan por completo. La investigadora, realizó un estudio con un grupo de control diversificado por edad y género, a las que se les solicitó realizar 20 tareas sencillas en un plazo de 3-5 minutos. Como variable, a la mitad de los individuos se les interrumpió a la mitad de la tarea. Al final, se les preguntó sobre qué habían estado trabajando en los últimos minutos. Se encontró que, quienes habían completado las tareas sin interrupción, tuvieron mayor dificultad al recordar lo que habían hecho, mientras que al grupo perteneciente a la variable, la interrupción logró que recordaran con significativamente más claridad. La hipótesis fue correcta y el objetivo cumplido. No existe problema al comenzar una tarea y no terminarla, pues el cerebro humano tiene la capacidad de recordarla con mayor facilidad y por ende, será completada. Además, la investigadora expuso que el efecto consigue que las personas estén expectantes, que en caso de tareas grandes, es eficaz si se dividen en tareas pequeñas y romper las tareas, pues se frena el flujo libre de energía, que se acumulará y dará lugar a un surgimiento nuevo hasta finalizar la tarea.
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mariajoseflorezch · 3 years
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Ávidos excusos
Estoy escribiendo este texto para una clase que no va a pasar.
Que no va a pasar la otra semana.
Y la siguiente puede que sí, pero todo depende.
De según como se mire, todo depende.
Hoy bajé a ver la clase en el sol, porque, no sé si lo he dicho aquí antes, pero en mi casa entra el sol nada más quince minutos al día y es a las siete de la mañana.
Y ni yo tengo la disposición de pararme a las siete sólo por ver al sol, ni él la voluntad para cambiar de lado y visitar mi casa un rato más largo o unas horas más tarde.
Si de por sí me cuesta levantarme a la hora que con normalidad lo hago, realmente madrugar no fuera nunca una opción.
Mucho menos estas semanas que han sido difíciles.
Leímos bitácoras, todos prendieron la cámara y se echaron flores como de costumbre.
Yo no escribí la bitácora de la clase pasada, pero no porque no quisiera sino porque no sabía que decir al respecto.
Y supongo que, en este tiempo libre pensaré qué decir.
Tampoco prendí mucho la cámara, porque últimamente me ha costado y la poca continuidad del asunto me parece irónica y absurda.
Es decir, en todas las clases se optó por la virtualidad con presencia, pero al cabo de unas semanas ya a nadie pareció importarle.
Todos volvimos a hacer cosas diferentes, a estar en todo y a la vez en nada.
Sólo se siguen prendiendo cámaras aquí.
Y reside ahí el problema, en que se empiezan las cosas y no se les permite ser terminadas.
En estos días vi una conferencia de Yokoi Kenji sobre el temperamento y el carácter,
Pero no fue eso lo que me la grabó, fue su radiografía impecable sobre el ser latino.
Culturalmente obsesionado con el final de la historia y despreocupado por el camino.
Por los detalles.
Culturalmente poco honorable y ávido excuso cuando no salen las cosas.
Aunque no mentiroso por naturaleza, si enteramente conveniente.
Dice que los japoneses admiran nuestra forma de ser y que nosotros la de ellos, porque ellos sí tienen la capacidad de admitir cuando cometieron un error.
O que llegaron tarde porque se levantaron tarde, porque anoche no durmieron bien,
O que están de mal genio y que por eso no durmieron bien y desencadenaron la serie de eventos que seguiría.
Y que nosotros tenemos una chispa por dentro, que otorga naturalmente el cono sur occidental y pareciera ser nuestra esencia de vida.
Para mí que sólo no sabían que la palabra para usar era que somos unos berracos y ya.
Y eso.
Me hubiera gustado haber podido escribir y que me leyeran.
El valor de lanzarse a la vulnerabilidad es admirable y cada clase se logra más, sobretodo que, en varias, referencian autores que veo yo después de esta materia.
Que hasta me eximieron del parcial de Filosofía del Lenguaje por ser de las pocas que habla y no se quiere callar nunca.
Porque si hubiera tenido un poco más de creatividad, hubiera podido citar a Davidson, Wittgenstein o cualquier autor del positivismo lógico.
Pero no fue así, porque muy a pecho me tomo el ejercicio y lo cojo más de diario que de tarea.
Juan Sebastián nos preguntó sobre las rúbricas de evaluación de las universidades.
¿Qué es lo que hace que una Universidad sea mejor o peor que otra?
A propósito que, unas semanas después de esta clase, anunciarían a la Universidad Javeriana en uno de esos mil estudios que hablamos hoy, como la mejor universidad de Colombia.
Por qué de todo haya sido, no me interesaría lo suficiente para leer el artículo en su entereza.
Muchas cosas dijimos, entre todo, el ECAES, la proyección en vida profesional y margen salarial de egresados.
Entre sí y no, se nos planteó un ejercicio.
Antes de hacerlo no pude evitar pensar que era la presentación absurda a los motores de búsqueda, que después de haber dado los dos módulos de proyecto de tesis me sé de memoria y me parece nimio.
Pero no fue así y me vi en la exquisita y rara situación que es el permitirse ser sorprendido.
Conocemos muy pocos científicos colombianos, porque no muchos pudimos mencionar para darnos cuenta realmente de que los japoneses tienen razón en que somos berracos.
Pero que no terminamos lo que empezamos.
Porque habríamos podido saber sobre más científicos.
O porque habría más.
Más documentos, mayor índice de h.
Más y más y más.
Y es que, tampoco se equivocan en el oriente cuando dicen que estamos obsesionados con el final y se pierde la atención de los detalles.
Y que, por eso y las excusas estaríamos perpetuamente condenados a la mediocridad.
Dándose uno cuenta que a los japoneses les gusta lo paradojal, dicotómico y binatural.
El artículo que leímos y recalca la tiranía de las publicaciones académicas (further proving my point) y que normaliza los anglicismos en el lenguaje a pesar de que sean aberrantes, obnoxious and entitled, creo que me da más la razón de lo que me la quita.
“Un paper bueno tiene que estar publicado, sino ¿cómo lo cambia?”
Es como la versión académica del postulado conflictivo que pregunta si un árbol haría ruido si cayera en un bosque y no estuviera nadie cerca para escucharlo.
Si, sí hace ruido.
Así como las ideas pueden cambiar el mundo, sin importar su tamaño.
Así como el sol sí sale así en mi casa sólo lo vea veinte minutos, y como hasta los japoneses alcanzan a ver nuestra incapacidad de detenernos a apreciar el paisaje.
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mariajoseflorezch · 3 years
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Máxima dependencia contextual.
Ya no recuerdo bien qué hicimos hoy.
Leí a Samara.
De ella hablé antes aquí ya, porque es característica de soltar frases milimétricamente medidas; de esas que dejan patines de cuatro ruedas sobre un pedestal para que la mente se calce y salga a patinar.
Así lleva ya varias, como ese peligroso “y si no” que inspiró “pensamientos semilla” y posiblemente una que otra referencia en lo que hoy decida decir.
Habló sobre raza, sobre no ser lo suficientemente esto o aquello.
Y ahí estaba yo, también.
Tuvo un cierre fuerte y creo pertinente explicar lo mucho que me encantan los cierres fuertes.
Porque no dan lugar a un posible reinicio y permiten que uno siga con la vida sin pensar en la continuación absurda de situaciones, bajo el pretexto de que tuvieron finales mediocres.
Y no son como nosotras, que no somos ni lo uno ni lo otro.
Son precisos y certeros.
Como las tildes con las que jugamos hoy.
Tildes diacríticas.
Tildes, días críticas;
A veces son necesarios esos ejercicios para darse cuenta del ego y de lo mucho que nos gusta ganar.
De la competitividad; de querer siempre llegar primero.
De siempre hacer primero.
De saber primero.
De llegar primero.
A ser primero.
Y cuánto daño hace.
Ahí entra el pensamiento crítico.
Pero más el autocrítico.
De esa voz que tenemos entre sien y sien y que racional y lógicamente está en la obligación de discernir sobre cualquier tipo de decisión en nuestras vidas.
Juan Sebastián quería que viéramos unos videos y leyéramos un texto y yo no pude evitar perderme en el algoritmo.
Y qué palabra más horrible, porque le quita todo el ritmo a lo que quiero escribir, pero es la verdad y las cosas hay que llamarlas por su nombre, porque para eso es el lenguaje tan preciso.
Pero, entre todas las recomendaciones que comienza a dar la página a partir de los consejos para mejorar el pensamiento crítico y la pregunta sobre qué es y cómo desarrollarlo, había desde cortometrajes hasta tutoriales para aprender a amar.
Y aunque de milagro no llegué al otro lado del mundo, postergué ver lo que debía por horas, en ejercicios fútiles de intentar aprender cosas que ya sabía.
Pero, aunque se sepa mucho y aunque sea sentido común y se piense que cualquier cristiano sería capaz de tener esa línea de pensamiento y lo absurdo de las obviedades; se encuentra uno con que el mismo afán de llegar de primero se lo impide a la mayoría.
Digo, porque si no se estuviese paradójicamente destinado al conformismo y la mediocridad por ese mismo deseo narcisista de la primordialidad, eventualmente cualquiera tendría el potencial para llegar a la luna.
Pero ni yo voy a llegar a la luna, ni esperaría hacerlo tampoco.
No porque no quisiera, sino porque ya mi pensar está tan centrado en mi misma, que el objeto de estas bitácoras no es nada diferente al sucumbir de las divagaciones de mi mente.
Pseudotextos, romanticismos, anécdotas que a nadie causan gracia y contundencias que al final, esperaría que fueran mi epígrafe el día que me muera.
“Aquí descansa en paz alguien que tenía el potencial de llegar a la luna”
Porque nadie se acuerda nunca del nombre de quien solo habla de si mismo.
Pues, se gastó en vida.
Y me perdonarán que hable de muerte, pero tanto ha tocado mi puerta que terminó por convertir la mortalidad en una carga constante.
En miedos, supongo.
No porque me de miedo morirme, porque no es así.
Sino porque me da miedo vivir a medias.
Y no me gusta lo que estoy escribiendo hoy.
Primero, porque es apenas cuando me enfrento aquí que me doy cuenta de lo mal que estoy y lo poco que me quejo.
Segundo, porque no me gusta escribir en bloques y cuando no rima lo que digo.
Y tercero, porque es completamente pesimista, pero fue lo que me inspiró el pensamiento autocrítico.
Porque llevo años intentando lidiar con esa voz que les decía que queda entre sien y sien o cien y cien y que es mi peor juez.
El de todos realmente.
Y es que, como he contado antes, es la culpable de mis pugnas diarias con el espejo, que no sé como más ejemplificar.
Porque la pelea invariable no es lo único que hace mi juez, pero es donde se resume todo, donde se enfrenta a sí mismo.
Ahí se es y ya;
Y no debería existir la presión de ser mucho o poco de algo.
Pero está latente igual.
Entre cien y sien.
Y yo sé que soy periodista y publicista y debería estar hablando sobre el peligro de ser una masa homogénea y McLuhan y la conformidad perezosa a la que nos convirtieron los motores de búsqueda según Krotosky; Hoy no voy a condenar la infoxicación por imposibilitar y robar nuestra habilidad de discernir y formar criterios propios de decisión.
Aunque sea culpa de los hijuemadres algoritmos que me intentaron enseñar a amar como si hubiese una fórmula para eso o como si pudieran verme a través de la pantalla y simultáneamente hubieran coincidido en la conclusión de que no sé hacerlo.
Sobre la sociedad y todas las metáforas que podrían derivarse de la peste que la abruma.
Citar a Jaime Garzón y hablar sobre la “clase alta dueña del poder” a la que los jóvenes le seguimos rindiendo tributo, o los medios de comunicación y cómo obedecen agendas políticas y económicas.
Pero sería muy masa homogénea de mi parte hablar de lo mismo.
De lo que siempre se habla y de las frases que todos se saben y pueden recitar de memoria.
Y de pronto soy muy poco periodista.
O no lo soy lo suficiente para traer el discurso de comida familiar a este ejercicio que en un impulso narcisista convertí por completo en una herramienta para gastar mi nombre.
Muy poco de aquello y mucho de lo otro.
Hoy les pido perdón,
Porque hace días no cojo un libro y otra vez se me están perdiendo las palabras.
Por hablarles de un juez que no existe y soy yo misma.
Y decirles que me ha cansado más que la soledad y los años.
Porque no tengo un cierre fuerte diferente a que este texto, que no existe, tiene miedo de vivir una vida medio vivida, como yo.
Que no intentó llegar de primeras, porque no había nadie que lo confirmara en su condición.
Ni un segundo ni un tercero.
Y realmente ¿puede serse un narcisista sin remedio cuando no hay nadie alrededor para confirmarlo?
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mariajoseflorezch · 3 years
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Pensamientos semilla
Si no hubiera habido pandemia.
Sino hubiera habido pandemia.
¿Si no hubiera habido pandemia sino hubiera habido pandemia, qué?
Hoy no quiero escribir, la verdad.
Hoy odié prender la cámara y sonreír porque hoy me costó más trabajo.
Con sinceridad, usualmente trabajo no me cuesta, creo que si me han leído podrían darse cuenta de eso, pero hoy sí.
Es como de esos días de días que uno no quiere ni salir de la cama, ni arreglarse, ni desayunar y solo permanecer en un estado perpetuo de reposo.
Pero al sucumbir a esos días de días, se da cuenta uno que la vida se pierde y se empiezan a acumular.
No es momento para existencialismos.
Pero Samara, que nos contó sobre un amigo que se fue de la universidad, premeditadamente planteó el más peligroso de los “y si no”, especialmente en este particular momento de mi vida.
La verdad es que, aunque puse mucha atención a la clase y vimos un video y hablamos sobre lo que se supone que espera Juan Sebastián de mí o nosotros en cada uno de estos textos, sólo podía pensar en el “y si no” de Samara.
Con el vacío propósito de evadir eso que tanto planteo, me he decidido por hablar del video y de la expresión oral.
Porque es una materia que vi en la universidad, antes del encierro, y que aquel video sobre discusiones y penas ajenas me puso a recordar.
A recordar que tuve que verla dos veces porque la primera fui los suficientemente descuidada como para perderla por falta de una décima, y, es que realmente eso no considero sea simple desidia.
Pues, verán, requiere más esfuerzo perder esa materia con 2,9, que pasarla con un sólido 4,0.
Pero así son las cosas de la vida.
Intenté no meterla con la misma profesora, porque estaba segura de que me había hecho perder por haberme puesto a llorar en la mitad de una presentación, pero en mi defensa, llegó preciso en el momento en el que estaba atravesando un duelo, una tusa y una crisis existencial.
Y pues soy una llorona, sí.
Y pues había tenido un muy mal día, sí.
Y qué.
Tuve esa clase el primer día de ese semestre.
Y en ese pequeño auditorio de cátedra cabían unos 25 estudiantes.
Llegué tarde.
Como siempre.
Pero entré con propiedad, como siempre.
Allá estaba parada la misma profesora.
“Flórez, qué gusto volvernos a ver”
Carajo.
Fue la mejor clase que he visto en toda mi vida universitaria.
Por más simple, básica, fácil.
La tuve que ver dos veces porque necesitaba aprender dos veces a manejar mis movimientos y así aprender a leer a los demás.
Entonces el video enriqueció esa experiencia de locución.
De expresión.
Y aunque no fue muy sano ver ese debate y replicarlo en mi cabeza como las disputas en los rings de boxeo; creo que ya sé como se puede salir victorioso de las discusiones por parte y parte.
Que bien le hubiera caído ese consejo a mi yo de hace 10 años que no sabía como sobrevivir en el colegio todavía.
Empezando bachillerato.
Pero no debe juzgarse uno, porque como he dicho en algún texto previo, cada uno hace lo que puede con las herramientas que tiene en ese momento.
Entonces, ya que entré en la comodidad de lo íntimo, que calenté motores contando una anécdota que me causa ahora más gracia de lo que me estresó en ese momento; me creo apta para retomar el existencialismo y el peligroso “y si no” de Samara.
Si no hubiera habido pandemia, sino hubiera habido pandemia ¿qué?
Si no hubiera habido pandemia creo que no hubiese aprendido tanto, la verdad.
Pero tampoco hubiera perdido mis palabras y hubiera pasado tantos días sin poderlas usar porque no las encontraba.
Y tampoco hubiera soltado la guitarra y menos vuelto a coger.
Y mi voz no hubiera dejado de ser melodiosa por la falta de uso, nunca se hubiera oxidado.
Pero tampoco hubiera superado un duelo, ni hubiera sentido el peligro de la reevaluación.
Nunca habría sido testigo de sus espectaculares frutos y menos habría retomado la capacidad de asombro que hace muchos años se había perdido.
¿Y es que quién iba a saber?
Que el corazón era capaz de enternecerse y que la mente podía aguantar.
Que los días eran tan largos y los meses tan cortos.
Que no tengo la más mínima idea de cómo vivía mi vida antes, ni cuánto tiempo pasé encerrada, ni cuales eran los rituales para dormir, que servían y a la vez no, ni los días sin comer.
Que perdí por un tiempo el sabor de un postre y olvidé el olor a limpio de mi casa; pero ya no me acuerdo tampoco de olvidar, ni perder.
Que aprendí que en cada dicción hay un valor intrínseco.
Y que tener un par de brazos a disposición para sostener es un lujo y no un capricho.
Que el simple hecho de ser una coincidencia no es una obviedad, sino una oportunidad.
Y es que es ya la última vez que lo digo.
Que, si no hubiera habido pandemia, sino hubiese.
Nunca habría tenido la oportunidad de pedirle perdón a mi vida, por todas las veces que no la viví.
Ni le hubiera dado las gracias a Dios por llevarme al extremo y darme cuenta de que la fuerza sobrepasa la cáscara.
Y por más cara de cualquier cosa que tenga, que realmente hace muchos años dejó de importarme lo que pensaran los demás de mi.
Siempre se es más fuerte de lo que se cree
y siempre se puede resistir un poco más.
Hoy no tengo ganas de escribir, la verdad.
Porque hoy, que me costó trabajo prender la cámara y sonreír,
que fue de esos días que no quise salir de mi cama, ni arreglarme, ni desayunar; no me voy a dar el lujo de permanecer en un estado perpetuo de reposo.
Voy a salir a vivir.
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mariajoseflorezch · 3 years
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Netiquette
Hoy hablamos sobre la elegancia.
Sobre elegancia y etiqueta.
Hablamos de otras cosas, pero eso fue lo que más me marcó.
También vernos otra vez sentados en un salón de clases, aunque no fuese en la universidad y a veces una que otra cámara se cerrara y se abriera.
Aunque todos tuviésemos una iluminación o conexión a internet distinta que imposibilitara que las cosas fueran vistas en tiempo real.
Pero vernos sentados en un salón de clases.
Y no entiendo al fin, cuál es que se supone que es la tarea que hay que entregar, pero supongo que voy a seguir escribiendo porque el propósito, al final del día, es ese.
Hablamos de firmas digitales, desprendidas de la decencia cibernética.
Pero, para ser completamente honesta, no me gustan las palabras que tienen que ver con el internet, porque no me parece que tengan nada de romántico.
Pues, no me imagino una gran historia de amor que tenga la palabra “cibernético” o “interweb”
De pronto, estoy chapada a la antigua.
Una romántica que ya no debería existir porque las condiciones para que lo haga no existen.
Porque hasta los libros de los cuales se desprende su personalidad, ya ni siquiera se molestan en enamorar a algún transeúnte con su tinta impresa.
Pero es que ya nadie va a las bibliotecas o librerías y menos después de la pandemia.
Entonces no hay transeúntes que enamorar.
No hay que desviarse.
Aunque me encantaría cambiar el nombre digital por algo más poético, para efectos del estilo que predomina en mi escritura; la firma si me pareció algo romántico.
Algo que de pronto puede ser un fantasma de aquellos pequeños últimos fósiles que quedaron de los tiempos en donde aún no existía un computador en cada casa.
Una firma con la que cerraban cartas de amor.
Ahora se cierran correos, pero que ya no tienen nada de personal, porque no hay rastro de que en algún momento existieran de verdad.
Digo, porque no hay un papel que arrugar en un ataque de cólera, ni rasgar en un delirio de histeria.
Sólo deshecho cibernético que para mi ni siquiera existe.
Porque nunca lo he visto.
Y porque para mí, lo que no está impreso, no deja evidencia alguna de su existencia.
Es más, me atrevería a decir que este texto tampoco existe, que es un pseudotexto.
Porque, aunque haya sido organizado con cautela en este papel que tampoco existe y sea enviado a través de lo largo y ancho del universo (cibernético)
Al final, no se van a acordar de él.
Y si no fuese por el espacio donde debo publicarlo.
Se perdería en la inmensidad del mundo cuyo nombre me rehúso a mencionar.
Lo único que se recuerda es lo fugaz, lo polémico y lo vulgar.
No hay que desviarse, nuevamente.
Estas divagaciones, sólo me llevan a darme cuenta de lo poderoso que es este ejercicio.
Que, aunque no sé si lo estoy haciendo mal y Juan Sebastián está esperando que me siente a hablar sobre cada una de las cosas que vimos en la clase y relacionarlas con algún aspecto de mi vida, la verdad es que no puedo hacer eso.
Yo puedo escribir desde lo que sé y desde lo que veo.
No es mi culpa, realmente, que alguien espere de mí que sea menos yo.
Y eso suena a soberbia, pero no quisiera que se confunda mi entendimiento con egolatrías.
Las firmas, las palabras, el romance, el pseudouniverso.
Para retomar.
Me tomé el tiempo de hacer una firma digital.
Pero no le puse foto, como el ejemplo que nos mostraron, porque no me imagino que las cartas de la antigüedad, las firmaran con una foto profesional y un diseño impecable en algún software de diseño gráfico.
Perdón por insistir.
No me gustó trabajar en grupo.
En un momento nos separó Juan Sebastián para hacer una investigación.
Al parecer el programa lo permite.
Llegué con emoción,
Con la cámara prendida, porque quería conocer a los demás; como les dije en la entrada anterior, me gusta ligar voces a caras.
Nadie más quería mostrarse.
Hablar tampoco.
Fue una regresión a los primeros meses de pandemia.
Que nadie sabía quién era nadie.
Y nadie quería que lo conocieran.
De pronto era el desorden del cuarto o simplemente un espasmo de costumbres reforzadas por casi un año.
No sé.
Pero no me gustó trabajar en grupo.
Y ya no quiero escribir más, pero todavía me faltan las palabras para cumplir con el mínimo requerido.
Lo único que puedo pensar es en lo diferente que es este ejercicio de los demás.
Y que, aunque Juan Sebastián esté esperando algo diferente de mi, así como leímos hoy, todos vivimos lo mismo de formas diferentes, porque así lo pensamos.
Señalo, porque él también mostró varios casos en los que diversos sujetos perdieron sus trabajos o les llamaron la atención por sus indiscreciones públicas en el espacio que no lo es.
Y el ejemplo de la vida laboral y la perpetuidad de las redes sociales va en contravía de eso que hablo yo con el pseudo universo.
Pero, así como es un mundo que existe y a la vez no, en donde hay normas que existen y a la vez no, y derechos que existen y a la vez no; cada uno se vale más por si mismo que por los demás.
Y yo hipócritamente preocupada por egolatrías cuando es nuestra naturaleza cibernética.
Me gustaría poder hablar más sobre tecnicidades y lo que vimos y hablamos e importancias que me servirían más adelante en la vida, realmente.
Pero no sé por qué hablo lo que tengo en el corazón.
Me gusta hablar sobre lo que sé, porque es lo único que tengo.
Lo que se sabe es lo único que se tiene.
Y por eso cada día se debe buscar saber más.
Porque no cualquiera es de los pocos transeúntes que aún se pasean por las calles abandonadas y pueden darse el lujo de dejarse enamorar por la tinta impresa en papeles que nadie conoce su destino, si el cólera o la histeria.
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mariajoseflorezch · 3 years
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Sobre el primer encuentro
Hace tiempo no conocía tantas personas y podía ligar su cara a su voz.
Hace tiempo no sentía que estaba en un lugar diferente a las cuatro paredes que me ven levantarme, vestirme, estudiar y dormirme.
Hace tiempo no observaba como se desvanecía la sensación perpetua de soledad, propia de quien así permanece y soporta el encierro por sí solo.
Hace tiempo extrañaba las clases, o de pronto una clase.
Una que no había llegado aún, en los dos o tres semestres que debieron ser estudiados sin serlo.
Digo sin serlo, porque, aunque dicen que se aprendió, yo poco lo hice.
En materia académica, opino yo.
Y se supone que es éste un ejercicio de bitácora, en el que debería estar contando cómo transcurrió el espacio en aquella clase que no se sentía como clase y que aún no había llegado.
De pronto era éste el momento oportuno y llegó justo cuando debía hacerlo.
Hace tiempo no me sentaba a escribir, tampoco.
No porque repudiara mi oficio, sino porque se me olvidó la elocuencia de mis propias palabras.
Porque tantas puse en un papel que se me agotó la reserva que nos da la vida.
La agoté.
Aunque yo sé que sea una excusa.
Entonces, la clase que no es clase que llegó aparentemente cuando debía y no antes.
¿Llegó muy pronto?
Ansiedad.
Todo llega cuando llega y punto.
Debe dejarse de pensar tanto.
ENTONCES.
La clase que no es clase, que llegó aparentemente cuando debía y no antes, pero puede que haya sido muy pronto.
Se supone que tenía que haberla visto antes de empezar el trabajo de grado.
Que ya ni siquiera sé si lo quiero hacer o no, porque estoy en la etapa propia del existencialismo del último año de universidad.
Mucho preparan a los alumnos de colegio a armarse para escoger una carrera, una universidad, un uniforme, una maleta, unos cuadernos, un tiempo, un espacio.
Un primer año de universidad, cómo si fuese la gran cosa.
Pero hoy creo que no lo es, veo más valiente la llegada al final.
Entonces mucho preparan a los alumnos de colegio a armarse para escoger una carrera, una universidad, un uniforme, una maleta, unos cuadernos, un tiempo y un espacio; pero nunca los preparan para el último año.
Para las prácticas, la tesis, los amigos, el grado, el trabajo, las cuentas, las deudas.
La soledad.
El correr del tiempo.
Y me perdonarán si repito tantas palabras, pero es que debo cuidar mi reserva y no sé cuántas nuevas me queden.
Porque no quiero volver a perder mi elocuencia.
A veces se me pierden las palabras y las cosas, muchas veces las encuentro, pero otras no y no puedo correr ese riesgo.
Porque la palabra es realmente lo único que tengo.
La palabra y el frío del cerro.
La palabra, el frío del cerro y las cuatro paredes que me encierran y son mis únicas testigos.
Que me han visto llorando y me han visto desnuda y ya conocen hasta el más íntimo rincón de mi personalidad.
Hace un año escribí un texto sobre como las paredes blancas se percuden con el paso del tiempo porque se contaminan con nuestras perversiones; pues es el blanco el color más puro del espectro.
Pero a pesar del encierro, la soledad, la euforia y las depresiones (que son cada vez menos frecuentes) mis paredes aún conservan su color hueso pulcro.
Ni un rastro de ofensa.
Entonces, la bitácora de la clase que no es clase que llegó aparentemente cuando debía y no antes, pero puede que haya sido muy pronto.
Juan Sebastián nos pidió que prendiéramos la cámara.
Qué ejercicio más raro, sobretodo porque en días no había sido capaz de mirarme al espejo por el simple hecho de estar cursando una pelea con mi mente donde mi cara resultó siendo el objeto de discordia.
Pero me arreglé y prendí la cámara y con la alegría que es característica en mí, me enfrenté.
Había perros.
Y personas.
Pero más me quedaron en el corazón los perros.
Mas pregunté por los perros.
Vi un saco tejido en crochet también y pensé en lo cómodo que debía ser; me tenía sin cuidado si la tela era de esa picosa que genera urticarias insoportables.
Pero es que aquí hace mucho frío.
Debe ser cómodo y caliente ese saco tejido en crochet.
Y qué bien combinaría con mis pantalones favoritos.
Vi un par de tetas también.
De chocolate; no hay que pensar en la vulgaridad del asunto y lo profano e incriminante que hubiese sido para Juan Sebastián si hubieran sido de verdad.
Y pido disculpas por escribir mi bitácora así, pero es que así pienso y lo que pienso escribo.
Y así me gusta.
Vi caras hermosas, únicas.
Menos la mía porque mi mente sigue de pelea con el espejo y es incapaz de reconocer una belleza distinta a la ajena.
Vi corazones hermosos también, aunque no estoy del todo segura de si en efecto lo eran o no; eso también tiene la virtualidad.
La facilidad del engaño.
Vi un texto sucio.
Un verdadero insulto para todos los que en algún momento de nuestras vidas hemos tomado un libro y encontrado que tiene una palabra mal escrita o un error gramatical.
Es todos los insultos al idioma condensados en un espacio.
Diría que, así como cada persona es una condensación de todo tiempo en un espacio.
Pero eso ya está muy volado.
Igual, el pobre cristiano que escribió ese texto es la personificación de lo incorrecto e impropio.
O eso pensé.
Y me dio risa, no por nada distinto a que no me logro explicar como personajes así son capaces de estudiar una carrera que gira en torno a la palabra.
Y sentí mucho pesar de la pobre cristiana enamorada de aquel que estudia una carrera sobre escribir sin saber hacerlo.
Porque aunque pocas veces me han escrito una carta de amor, tengo potestad para hablar sobre las relaciones textuales.
Supongo que él le escribirá y ella le pondrá las tildes.
Y limpiará las aberraciones.
Pero que pereza ir por ahí limpiando errores ajenos
y poniendo tildes en palabras que no son de uno.
Y ojalá fueran solo tildes, pero es que no sabe escribir ni la palabra “basaba”
Lo cual es deprimente.
Pero ya le di suficiente palo.
Entonces.
La clase que no es clase, que llegó aparentemente cuando debía y no antes, pero puede que haya sido muy pronto.
Por haber vuelto a encontrar la elocuencia y entender la responsabilidad de cuidarla.
Por haber vuelto a escribir para este trabajo.
Por haber sentido esa sensación de soledad desvanecerse
Por aprender en un año de desaprender.
Todo llega cuando tiene que llegar.
Los tiempos de Dios son perfectos.
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