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landchilan · 3 years
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Hay cosas en la profundidad de la red
No puede negarse que internet ha sido empleado de maneras tan singulares en su corta existencia como tecnología que resulta una certidumbre afirmar que es la invención humana más importante para la humanidad, superando a la electricidad y compitiendo con furia contra la escritura por el puesto. La diferencia que tiene la red con el resto de inventivas para comunicarse es que ésta permite la observación de entidades que nacen de la mente colectiva de una sociedad interconectada de manera antinatural, y cuyo poder no resulta insuficiente para ser capaz de alterar el curso de la cultura humana al mismo tiempo que arrasa con la mente quienes sirven como sus huéspedes.
Hay cosas en la red que hacen a todo interesado en artes olvidadas pensar en lo similar que muchos fenómenos de la red, todas éstas ideas que parecen aparecer de la nada para multiplicarse con una divina fertilidad hasta arrasar ecosistemas enteros e incluso seres con millares de voces pero una sola voluntad, son parecidos a las pesadillas que antaño plagaron a la humanidad con pesadillas y muerte. Seres que necesitaban de un medio para hacer algo más que existir sin poder alguno; una justificación y un ritual, algo que les permitiese actuar en el mundo con completa libertad mientras sus acólitos simplemente contemplaban en ignorancia su destrucción.
Pocas cosas han cambiado realmente salvo la incógnita de qué tanto una red en la que las ideas flotan inconmensurables, emociones son océanos e intenciones tan amplias como las estrellas en el cielo de la noche. En la profundidad de la red, una que no existe sino hasta que uno busca lo suficiente o la crea al caer en su propio abismo, hay un sinfín de cosas a la espera de ser despertadas como monstruos del océano en nuevas aguas sin un cazador a la vista; peor aún, los hay espectros que ansían ser creados.
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landchilan · 3 years
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Tlahuelpuchi
Lentamente movió aquella puerta tan pesada tras hacer el esfuerzo por girar su perilla atascada por culpa de una escarcha que comenzaba a formarse en sus mecanismos internos, dispuesto a salir corriendo hacia la recepción del piso e informar a la primer persona que estuviese ahí de todo lo que había pasado. Pero cuando miró la oscuridad tan profunda que tenía de frente, supo que aquello jamás sucedería; sintiendo de inmediato la brutal corriente de aire caliente que se coló hacia su habitación, y que al chocar con el clima ártico detrás de él, se condensó rápidamente en un agua que le empapó de pies a cabeza. El niño intentó retroceder por miedo a lo que asechase más adelante, pero el estruendo del ventilador finalmente cayendo sobre la cama con tal violencia que terminó despedazándola le hizo dar varios pasos hacia adelante y cerrar la puerta con un grito de espanto, así sintiendo cómo se sumergía hasta los tobillo de un líquido pantanoso.
Como si se tratase de una bienvenida, empezaron a parpadear intermitentemente las luces que antes iluminaban el pasillo con una luz tan blanca que resultaba increíblemente molesta e invasiva, ahora tan solo siendo capaces de lanzar un tenue brillo al cosmos extraño en el que se hallaba Javier. Así era imposible distinguir cuáles eran las ilusiones y qué era lo real en aquel mundo oscuro, todavía más oculto a causa de la niebla púrpura que no permitía respirar al niño sin quemarle un poco las vías respiratorias; observando a continuación que aquel pantano estaba repleto de extraños hongos, musgos, flores y helechos rosados que proliferaban tanto en los oscuros bordes de las paredes como en pequeñas islas de pasto violeta donde creían plantas turquesa que crecían pulsando a cada instante, las cuales flotaban sin rumbo en las aguas incómodamente calientes donde el niño tenía sumergido los pies.
Durante mucho tiempo permaneció temblando en medio de aquel pantano silencioso y oscuro que alguna vez fue el piso de un hospital, apenas alcanzándose a ver lo que uno tenía de frente a causa de la densa niebla rosada que salía expulsada junto con aguas viscosas de colores similares de las paredes hinchadas, incapaz de moverse por culpa del intenso terror que hacía a sus vísceras repicar tan fuerte como la hacía su estresado corazón. Javier permaneció sin hacer nada más que contemplar con miedo el horizonte violeta que tenía de frente, cada vez más oscuro conforme las patéticas luces se internaban en la niebla hasta llegar al negro final del pasillo, tan solo quedándole el deseo de que al abrir los ojos todo volvería a la realidad; muchas veces lo intento, y en cada ocasión fracasó, siempre regresando a aquel pasillo. Las ásperas enredaderas de afiladas espinas, que emergieron debajo del niño para abrazar sus tobillos en un intento por retenerlo ahí durante toda la eternidad, finalmente lo obligaron a moverse entre gritos y patadas a causa del asco, miedo y dolor que sintió cuando estas comenzaron a hacer presión y liberar de sus interiores renacuajos amarillos en búsqueda de piel qué morder.
— ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor, mamá! — gritó mientras avanzaba rápidamente hacia donde recordaba que se hallaba la recepción, sintiendo que no debía gritar porque algo podía estar escuchándolo, pero siendo incapaz de no hacerlo ante la desesperación.
Avanzando tan rápido como las aguas empantanadas se lo permitían, teniendo que hacer a un lado una niebla tan espesa que no era posible mirar qué se tenía delante de uno sin estar constantemente moviendo los brazos hasta terminar con las fosas nasales quemadas y empapado con la una mezcla de sudor y líquidos violetas que salpicaban por todas partes al condensarse, comenzó a percatarse que aquel pasillo se hallaba colmado con más de aquella vida fantasmal de la que pensó inicialmente. Todas las plantas soltaban una centella púrpura que bailaba por los aires hasta extinguirse en las cálidas aguas del suelo para después esconderse nerviosamente cuando Javier pasaba junto a estas; mientras que los hongos parpadeaban destellos índigos en sincronía con las lámparas del techo, indiferentes del andar del niño pero a la espera de que un helecho se acercase lo suficiente para adosarlos con esporas cristalina.
Dándose cuenta con asco que los renacuajos continuaban siguiéndole para nadar alrededor de sus piernas, empezó también a notar que se hallaba rodeado con extrañas formas que apenas parecían tener apariencia animal. Mientras se acercaba a la recepción, observó que las apariciones que antes solamente podían distinguirse como sombras en el horizonte empañado por la niebla comenzaban a distinguirse cada vez más, pronto haciéndose presentes de la nada en los alrededores del pasillo transitado por el atemorizado niño. Esferas de gusanos amatista compactados en aquella forma rodaron a gran velocidad a sus lados, algunas cambiando de dirección y estrellándose contra una pared sin romper la estructura en la que estaban unidos, muchas tan pequeñas que estaban sumergidas mientras que otras tan grandes que le llegaban al pecho del niño, quien no tuvo reservas en apartarse cuando las veía cruzar el mismo camino que él; enormes lagartos compuestos de flores amarillas que perezosamente descansaban en las paredes o flotando en las aguas sin ninguna otra preocupación que evitar moverse mucho para no deshacerse y alimentarse lo suficiente de todos los mosquitos de madera lavanda que flotaban en pequeñas nubes cerca de las islas de pasto, ignorando al niño tanto como él evitaba acercarse a estos; siendo las creaturas que más asustaban al niño los gigantescos sapos, tan grandes como él y muchas veces más anchos, hechos de millones de convulsivas arañas negras que se mantenían en unidad por medio de lianas con flores rojas.
Todos los seres se hallaban atendiendo sus asuntos sin hacer caso de la presencia del niño, casi como si este fuese apenas un transeúnte extranjero que no volverían a ver jamás y al que apenas le dirigieron una mirada de espectral monotonía, la cual indicaba una inteligencia curiosa pero apática que Javier era incapaz de tolerar por más de unos instantes antes de tener que desviarla hacia otra parte. No deseaba nada que no fuese hallar la ayuda que tanto necesitaba y por la que murmuraba con una voz tartamuda, teniendo como mayor fantasía escapar de aquel lugar en donde la mera presencia de sapos hechos de arañas y flores que danzaban al ritmo de sus pasos le hacían temblar del miedo. Grande fue la decepción que sintió tras quedarse sin aliento por correr con todas sus fuerzas tras distinguir su figura, incluso sabiendo en el fondo que así sería, cuando llegó a la recepción y no encontró más que un mueble golpeado por la humedad, tapizado con musgo y siendo hogar de ranas hechas con trozos de diversos metales; anteriormente el mueble donde enfermeras se reunían para impedir que la burocracia del hospital colapsase, ahora eran tan solo un escenario más de aquella selva pesadillesca.
Pero las lágrimas que soltó cuando terminó comprendiendo que se hallaba en una situación desoladora, un mundo solitario en el que incluso sus habitantes eran burdas imitaciones sin alma de la realidad que vivían apaciblemente en un universo diseñado para ser incómodo, no fueron suficientes para cegarlo a las luces rosadas que se distinguían muy cerca de la recepción, provenientes de la única puerta en todo el piso, escapándose con gran intensidad a través de las comisuras de esta. Javier contempló durante unos minutos sus alternativas, y a pesar de que sentía náuseas por la incertidumbre de lo que podía esperarlo al abrir la puerta, su mente infantil prefería mantener la esperanza de que quizás se hallase la salvación detrás de esta; lentamente caminando hacia esta, observó con miedo cómo los animales en la periferia se sumergían en las aguas hasta desaparecerse, plantas apagándose y quedando mustias, mientras este giraba la perilla.
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landchilan · 3 years
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Ismasarazarael
— No te va a castigar por eso. — contestó él sin poder resistir el deseo de acariciar y juguetear un poco con el cabello rojizo del serafín para aliviar su inquietud, procediendo casi de inmediato a rodearla con los brazos de tal forma que ambos sostuviesen su cabeza en el hombro del otro.
— ¿Cómo puedes saberlo? — preguntó ella repitiéndose mientras hacía su mejor esfuerzo por no seguir sollozando y abandonarse por completo a la calma que sentía al estar sumergida en los brazos de Miguel.
— Supongo que es una corazonada. — respondió él riendo y sin querer añadir nada más, y todavía avergonzado de lo que hacía, levantó el rostro de Sara con ternura hasta tenerlo de frente a pocos centímetros; notando su respiración agitada y el calor hirviente de sus mejillas, que contrastaba con su helada nariz, la besó.
La sensación era bastante parecida a tocar con mucho amor los sedosos pétalos de una rosa que hasta entonces había permanecido congelada en medio de la oscuridad perpetua donde los rayos del sol jamás la habían acariciado. Pero al sentir por primera vez en toda su existencia aquel cálido despertar, cuya textura era un poco áspera pero más electrizante y dulce que cualquier cosa que hubiese en el universo, empezaron a florecer con lentitud; las palabras eran insuficientes para describir qué tan esplendoroso y magnífico fue esa sensación, nunca estando Sara más consciente de su existencia y del hecho glorioso de que estaba viva que en aquel breve instante en que sus labios se fusionaron con los de Miguel, el amor que amenazaba con reventarle el pecho y matarla de inmediato en aquel instante caía como una cascada por todo su ser, tan solo rivalizando con la felicidad que irradiaba su alma y lentamente se transformaba en una algarabía que deshacía todo su raciocinio hasta que tan solo quedase un sincero agradecimiento a su creador por haberle dado la vida. Ambos sintieron el candor de un amor puro, quizás tan divino que ninguno de los dos entendió bien y sencillamente se contentaron con percibirlo correr por sus seres, tanto que acordaron repetir la sensación una y otra vez tras el primer encuentro, hasta que con el quinto roce de sus seres, decidieron separarse porque sentían inminente la aniquilación.
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landchilan · 3 years
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La Gusana
Al escuchar estas palabras, la mujer dio una pequeña convulsión y levantó la cabeza con una fuerza que debería haberle reventado el cuello, mirando fijamente y sin parpadear a Luis. Justo como el resto de su ser indicaba, era hermosa y de rasgos tan finos que es imposible describir sin hacer poca justicia a la aurora anormalmente perfecta que emitía. Pero Luis no tardó en notar, incluso en la profunda noche, que sus labios eran azules como una mora y su piel era tan blanca y agrietada como la leche rancia; mas esos eran detalles menores en comparación al apéndice hinchado y rojo como la sangre que se desprendía de su boca y que caía en cascada desde su mandíbula, casi fracturada por el tamaño de la cosa, hasta el agua.
Incluso ante eso, a pesar del horror pero en parte por la parálisis que experimentó, Luis siguió estrechándole la mano. Ella la tomó, y lo jaloneó un poco para levantarse con facilidad; fría, tan fría que lastimaba era su piel, y su mirada penetraba hasta el alma como la picadura de un insecto depredador. Lo continuó mirando por un momento más, con gula, y tan habló unas palabras.
— Gracias caballero, pero necesito pedirle un favor; apártese, porque me está pisando la lengua.
Luis no pudo preguntar nada, porque se sintió lanzado hacia atrás cuando la inmensa lengua se retraía a velocidad de infarto hacia la boca de la mujer. Se estrelló por última vez en la superficie del río, y para su horror y el de su hermano, la mujer tragó el apéndice en su totalidad, causando infinitos chasquidos similares a los de los huesos al romperse, y se abalanzó hacia él para levantarlo de las axilas con una fuerza sobrenatural. Ante los gritos de Pedro fue sorda, pues abrazó a Luis con fuerza y le besó; plató su lengua en su boca y la estrelló contra su estómago, haciéndole sufrir tan intensamente que perdió toda percepción menos la del amargo dolor.
El pecho de la mujer se abrió, reventando su ropa y desgarrando toda la piel de los pechos al pubis, mostrando un conjunto de dientes y lenguas que acariciaron con apetito a Luis; mordiéndole hasta encerrarlo por completo, como si de un capullo se tratase. Y todavía besándolo, probándolo, y abrazándolo, se sumergió de forma imposible el agua hasta desaparecer por completo, sorda a los gritos de locura de Pedro.
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landchilan · 3 years
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Hacia Andrómeda.
Las múltiples entradas a la estación orbital permanecían perpetuamente abiertas como resultado de las oleadas de gente que entraba y salía, situación que era la norma después del mediodía en la estación Bifröst. Como el ascensor espacial más moderno en la Tierra, gozaba de una arquitectura funcional y estéticamente llamativa: una base circular con incontables paneles de cristal grisáceos que rompían con la monotonía del plasticoncreto dorado que hospedaba a la terminal de espera, y en cuyo centro se hallaba un ancho pilar decorado cada 200 metros con gigantescos aceleradores magnéticos, mismos que le daban al ascensor una apariencia barroca que complementaba bien con su color áureo y hacían más impresionante su elevación de 120 kilómetros hacia la atmósfera.
El interior de la estación era un laberinto de sillas y pantallas, sin contar a la absurda cantidad de personas caminando hacia todas direcciones, como si de una elaborada coreografía se tratase. Las paredes estaban repletas de holopósters con información acerca de próximos horarios de embarque, civiles y militares, en su mayoría escritos en polaco pero con sus respectivas traducciones al inglés, español y sakawo. Muy a pesar de los intentos de la burocracia interna del ascensor, casi todas las personas aparentaban una conformista confusión y esperanza en sus capacidades de hallar dónde formarse.
Entre ellas estaba Evelyin, quien había llegado en condición de futura capitana en la primer misión científica a Andrómeda pero ahora se sumaba a la multitud extrañada y abandonada a la suerte. La mujer sacó su renovada credencial del Ministerio de Defensa y Exploración Espacial, una electrotarjeta pequeña que mostraba una fotografía bastante desactualizada junto con su nombre, número de servicio activo y puesto dentro del ministerio, así como también sus signos vitales y localización precisa, todo a un lado del logo del ministerio, una lanza atravesando las Pléyades. Sin embargo, lo que más le interesaba a Evelyin era la puerta a la que se debía presentar.
— Puerta doce… 11:30 a.m. — leyó en voz alta, recordándose la hora solo para darse un poco de seguridad.
Contó una a una las puertas de acceso una vez se acercó al centro del edificio, buscando con la mirada entre las interminables filas que se asomaban a su derecha e izquierda. Su inspección determinó que debía irse hacia su derecha, pues se encontraba apenas frente a las puertas 4 y 5. Esquivó de milagro a muchos transeúntes, andando con velocidad y obedeciendo solo a sus reflejos; prestando atención a lo que los omniparlantes de la estación decían, pero sin entender qué decían. Llegó hasta la puerta diez sin incidentes, pero antes de poder ver la señal de la onceava, sintió su hombro chocar con alguien que venía en dirección contraria a ella.
Se giró y miró a una mujer una cabeza más alta que ella, con la piel del mismo tono que los camarones, un pelo chino abultado y recogido en un chingo; y lo que más destacó para Evelyin, incluso más que su estatura: un triángulo rectángulo tatuado debajo de su ojo derecho, el cual llegaba hasta la comisura de sus labios; la señal indiscutible de que tenía de frente a una marciana.
La mujer se disculpó al instante con un inglés casi perfecto, solo delatado como segunda lengua por el acento que acentuaba la sílaba media de cada una de las palabras. Evelyin, aunque acostumbrada al inglés por sus tantos años trabajando para el ministerio, se quedó pasmada por unos instantes hasta recordar en qué idioma contestar. Una vez le dijo que no había de qué disculparse, la marciana aprovechó la oportunidad para hacerle una pregunta.
— ¿Sabe dónde se encuentra la puerta doce?
— ¿Doce? — preguntó Evelyin con cierta emoción, sabiendo que se había topado con uno de sus subalternos, por lo que señaló con entusiasmo detrás suyo. — Está hacia allá, sígame. Yo también me dirijo a esa puerta.
— ¿Sí, usted es parte del Madre Gea? — dijo la marciana adquiriendo la misma emoción de Evelyin. — ¿Cuál es su estación?
— Capitana. — respondió Evelyin mientras una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, deseando tener puesto su destellante uniforme blanco.
La mujer se detuvo de golpe, haciendo que la capitana también se detuviese y voltease a ver a su compañera. Haciéndole el saludo militar sin poder ocultar un dejo de vergüenza en su lenguaje corporal, volvió a pedir disculpas por una aparente falta de respeto y profesionalismo.Es un placer conocerla, señora. Hada Jane, oficial de ingeniería.
— El placer es todo mío, señorita Jane.
Evelyin le devolvió el saludo, colocando sus dedos en paralelo sobre el centro de su pecho y permitiendo a Hada descansar, solo para pedirle que continuasen avanzando. La marciana obedeció, esta vez tratando de seguirle el paso a su superior y no mostrarse tan confundida.
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landchilan · 3 years
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Pauvrette: Mártir de la Revolución de Marte.
Los soldados me apuntan y su capitán da rápidamente la señal con una voz de prueba su desconfianza y pánico. El primer disparo me atraviesa el estómago me hace tambalear, más no caer. Grito, pero me ahogo en bilis rápidamente, así que me convenzo pronto de seguir corriendo mientras hiervo en fiebre y coraje con la bandera en alto. El láser arde con el fuego de las estrellas, pero el vacío que dejan es tan frío como todas las noches de invierno que pasé abandonada en incontables callejones.
El segundo tiro me perfora el pulmón, haciéndome expulsar toda mi ira en sollozos de sangre acumulados durante toda mi vida, nublándome la visión y trasladándome de nuevo a ese mundo donde solo existo yo y mi bandera. Sabiendo dónde había sido golpeada, en un único desafío al destino, intento gritar de nuevo, más solo expulso vitalidad roja de la nariz y boca. Un último eco se escucha, pero se desvanece rápido: Victeur gritando mi nombre con horror.
Recupero algo de aliento e intento correr de nuevo a la vez que obligaba a mis brazos no rendirse y seguir sosteniendo mi bandera, pero el tercer tiro me revienta el corazón, matándome en el acto. Quizás, incluso en mi ilusión, aluciné un poco más, pero antes de caer inerte sobre el pavimento de este planeta ingrato, se apareció Victeur en mi pequeño mundo para mirarme con tristeza y desolación. Todo se ha callado.
Quedando paralizada, mi cabeza permanece mirando hacia un costado mientras mi cuerpo permanece muerte en medio de los libertadores y los soldados. Victeur es el primero en avanzar sin miedo a sufrir el mismo destino de la mujer que le amó en secreto, y comienza a gritar de rabia. Todos le siguen con decisión y el mismo sentimiento que perfora su corazón, escuchándose pasos tan intensos como relámpagos, y aunque se escuchan algunos disparos más, puedo escuchar cómo los soldados son masacrados al tratar de defenderse tras una última broma republicana.
Mi vista está abrumada por botas y piernas que se mueven de forma caótica, unas deteniéndose por un momento para observarme, solo para seguir su camino con todavía más energía. Es una batalla que no observo bien, pero cuyo resultado ya conozco. Incluso si algunos se apostan junto a mí para proteger mi cadáver, abren paso a Victeur para que este me recoja.
El hombre que me mató, líder del escuadrón, cae de espaldas junto a mí al ser embestido y arrastrado por Victeur. Comienza a golpearlo con desesperación, como si eso fuese a devolverme la vida, siendo tan contundentes que el soldado no pudo hacer nada más que intentar defenderse. Tan intenso fueron los golpes que recibió, que terminó muriendo sin poder hacer más que escuchar a Victeur gritarle.
— ¡Era solo una niña, tenía doce años! — le dice Victeur aterrado antes de darle el golpe final y correr hacia mí. — Era solo una niña… — se repitió mientras abrazaba mi cuerpo con fuerza. — Pauvrete, era solo una niña.
Me levanta y carga con delicadeza sin poder poder contener las lágrimas y acercar mi cabeza hacia su pecho, de forma que puedo escuchar su acelerado corazón al mismo tiempo que su llanto cae sobre mis mejillas y recorren mi ensangrentada cara hasta depositarse en mi pecho mutilado. Todos le rodean mientras avanzan hacia el palacio, siguiéndole como siempre lo hicieron, en lo que ahora era una procesión funeraria.
Me llevó con delicadeza y amor, desgraciadamente uno distinto al que yo sentía por él, por todas las habitaciones del palacio hasta dar con el resto de republicanos y ejecutarlos en el acto sin derecho alguno de patéticas súplicas. Horas después, mientras mi alma comenzaba a desprenderse de mi cuerpo, cómo el resto de la ciudad y las fuerzas del Estado Nacional de Marte arribaban al edificio mientras Victeur y todos cuantos cabían en los tejados y balcones ondeaban sus banderas en alto mientras cantaban por la libertad del planeta, Victeur estando junto a mí en el punto más alto del palacio mientras este ondeaba mi bandera. Jamás he sido más feliz, porque no solo hemos ganado, sino que ahora nunca más volveré a pasar hambre.
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landchilan · 3 years
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Serena
Comenzó a caminar hacia mí, con lentitud y poco a poco elevándose del suelo. Mi reacción fue escapar en dirección opuesta; había una posibilidad de refugiarme en la escuela, pensé, pero lo más importante era huir de ella a como diese lugar. Pero solo di unos cuantos pasos hacia atrás, ni siquiera alcanzando a voltearme, cuando choqué con algo. Para mi horror era otra de ellas, las inertes.
No reaccionó a mí, pero comenzó a avanzar y empujarme con fuerza. Intenté apartarla, pero el miedo me impidió tocarla; no pude moverme hacia otro lado por el pavor que sentía. Su tacto no era frío como esperaba, era vacío; lo que sentía no era una piel fría, era algo carente de todo, la ausencia misma. Era como si en vez de acercar sus manos a mis hombros para empujarme, mis hombros se viesen atraídos a ella; como el aire que entra a una habitación una vez se abre la ventana.
Solamente me movió unos pasos, y antes de que pudiese gritar, teniendo tan cerca su rostro lleno de ampollas y moretones se esfumó en un parpadeo. Quedé parado por un instante, pero volteé rápidamente para ver a la que tenía de frente, ahora más cerca de mí; era alta, eso se notaba incluso si ella flotaba en vez de caminar. Su garganta emitía un tenue silbido, que solo podías escuchar teniéndola a pocos pasos de distancia. Ya no pude moverme más, y comenzando a temer lo peor, me resigné a estar a su merced.
No me hizo daño, solo me miró por unos segundos. Finalmente, no por curiosidad o por vigilarme, sino para establecer contacto humano. Inclinó la cabeza hacia el costado, la herida contorsionándose groseramente, y después de un instante, me sonrió, como sonríe alguien al aliviarse o al sentirse segura, y miró hacia el callejón, indicándome que mirase. Estaba oscuro, y en él solo se percibían las sombras del contenedor de basura y unos cartones aplastados.
Era un misterio qué quería decirme, e intenté decirle algo, pero mi asombro, más que el miedo, era demasiado; solo musité susurros. Quizás ella entendió la razón de mi perplejidad, pues después de callar mis intentos de decirle algo, me abrazó; se agachó y me rodeó un hombro y el pecho en forma diagonal, justo como lo hacía mi madre. Todo mi cuerpo sintió cómo gravitaba hacia ella, donde hacía contacto con Serena; era hundirse lentamente en un pozo de agua sin fondo alguno, y abrazándome, me susurró al oído. Su voz se escuchaba fuerte, pero distante; una voz que se oye a través de una gruesa pared o de un grito que recorre una distancia insondable.
— Tengo frío.
No dijo más; se desvaneció por completo. Lo supe porque sentí cómo mi cuerpo dejaba de ser atraído a su forma, y porque mi vista periférica captó cómo su cabeza, junto con su cuerpo, comenzó a expandirse cual vapor hasta volverse invisible. Giré a mi alrededor con pesadez, pero yo ya sabía lo que vería: nada. Todas habían desaparecido, y jamás regresarían; estaba donde ellas querían que estuviese, en una solitaria pero familiar calle, alumbrado solo por una luz blanca, la luz blanca que por las noches ilumina mi cuarto, y que ahora permanecía encendida sin razón.
Lo primero que hice fue ver callejón, y sin que se lo pidiese, mi cuerpo caminó hacia él. Me tomaron pocos pasos para descubrir una forma escondida en el fondo del callejón, recargada sobre la pared. Noté cómo la luz del farol se hacía más y más intensa, iluminando lo que el sol no podía, y desapareciendo la protección de la oscuridad, pero no me importó. Era su cuerpo, era Serena.
Estaba lastimada más allá de lo grotesco y lo animal, y entre todas sus heridas destacaba la que tenía en el cuello, un profundo corte hecho con fuerza; todo cubierto de sangre seca, con un solo ojo verde como la aurora, mirándome fijamente sin emoción y sin vida. No mostraba miedo o ansiedad, solamente yacía ahí, como si durmiese con un ojo vigilante entreabierto, esperando a ser hallada. Antes que pudiese hacer algo, sentí cómo algo chocó conmigo, algo que provino de ella, un viento helado que me atravesó sin problema y cuyo sonido se asemejó a una queda y melancólica despedida.
— Gracias.
Grité con todas mis fuerzas mientras las lágrimas comenzaban a escurrirse por mis mejillas, empapando los zapatos de ella, y continué gritando hasta que las pocas personas que transitaban la calle se acercaron; seguí gritando cuando los vecinos bajaron a ver qué sucedía, y cuando mi madre me encontró llorando frente en un tumulto de personas, grité más y más; y cuando la policía se acercó, yo en los brazos de mi madre, temblando y esputando incoherencias, grité todavía más.
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