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kornerpain · 5 years
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#corner1basic
***Texto realizado por Beatriz Aguilar (@ososuisidio), para el proyecto aristisco #corner1basic llevado a cabo del 24/6/2017 a 18/6/2019 por @yoseba.666 aka KORNER PAIN***
PRIMER ACERCAMIENTO No es casualidad que hoy en día se base el salario en las horas trabajadas.
Se adjunta a cada hora una cantidad determinada de dinero, pudiendo ganar, por ejemplo, o 6,7 euros la hora o 13 euros la hora. Está de por medio entonces el factor tiempo, lo que determina cuánto se ganará. Este tipo de relación sería: según el tipo de trabajo se adjunta un valor determinado a las horas desempeñadas en dicho trabajo. No se ha puesto el mismo valor a 6 horas trabajadas de médico que a 6 horas trabajadas de camarero, pese a que el tiempo es el mismo. Dicho valor se adjunta en forma de salario o dinero a cobrar, siendo mayor la cantidad de dinero que gana el médico por esas 6 horas que la del camarero.
Además de esto, se dividen los tipos de empleo según jornadas, que sueles ser de ocho horas (aunque no siempre sea así), siendo la completa 40 horas semanales y la media jornada unas 20 horas semanales. En algún momento se llegó a sostener que con 1/3 del tiempo de un día tendría que poderse vivir de manera asegurada o, por lo menos, compensada con el estilo de vida que el lugar donde vives exige de por sí con el simple hecho de habitarlo. Si ya veíamos que la cantidad de dinero se relacionaba directamente con el tiempo, que en este caso se subdivide en horas, ahora nos encontramos en esta relación un tercero en discordia: el lugar o el espacio.
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Evidentemente, no es lo mismo vivir en un sitio que en otro. Tanto a nivel cultural como social y económico, cada lugar tiene sus propias reglas.
Esto es como un juego. Como el juego del ajedrez, por ejemplo:
El lugar donde normalmente vives es tu tablero de posibilidades, como el tablero de dicho juego. Según la ficha que eres, puedes hacer unos movimientos u otros. En este caso, la ficha que eres lo define el dinero que posees, que aún así este depende del propio tiempo. Si para recorrer tres casillas de un tablero necesitas el triple de dinero que en otro, el tiempo en general que necesitas es también mayor en el primero que en el segundo, por la relación que se comentaba antes. La cuestión sería que cuanto más tiempo necesitas para moverte como un caballo o una torre, por ejemplo, en un tablero, la sensación de la inmensidad del tablero como tal será mayor. Esto sería por la relación entre el espacio y el tiempo cuando regula o media de por medio el dinero relacionado con ambos elementos. A su vez, en un tablero donde el tiempo para recorrer sus casillas es muy alto, entonces lo que sería un caballo en un tablero un pelín más pequeño es un peón en el tablero grande. El tamaño del tablero dependerá, saliéndonos ya de la metáfora, del dinero que se necesite para vivir en ese lugar, y el tipo de ficha del ajedrez lo determinará el tiempo que se necesite para conseguir dicha cantidad de dinero que el tablero tiene como condición de posibilidad de habitar en el mismo.
Lo que normalmente se llama calidad de vida sería que el espacio, el tiempo y el dinero se diese de una manera semi-armónica -porque armónica es de ser ilusos-.  Que esta triada de elementos, casi divina, esté en semi-armonía es lo que posibilitaría, no solo una cierta posibilidad de bienestar espiritual, sino, además, el posible desarrollo de la imaginación poética. 
Sin embargo, tendremos que ver qué espacio es el que posibilita una buena relación con el tiempo y con, en este caso, el dinero. 
Desde el siglo XVIII podemos observar tres tipos de espacio que se han creado respecto al humano: la aldea, la ciudad y la megalópolis (1). Esta última sería la suma urbe, la aglomeración de personas, que hoy podemos asociar a la mayoría de las capitales europeas, por ejemplo. Yo, por lo menos, no conozco ningún género típico de espacios humanos más allá de estos tres ya mencionados. Es lo que podríamos llamar el formato de la comunidad humana. Pero no creo que todo formato sea “bueno” para la naturaleza humana.
Justamente, el tipo de formato tendría que ser uno que potenciara las capacidades de cada humano, haciendo así que el conjunto humano sea potencializado. Cada individuo tendría que poder moverse de manera saludable en el espacio donde habita, y esto depende del formato. Entonces lo que se relaciona con el tiempo y el dinero es el formato de la sociedad humana, entendiéndolo desde la urbanística. 
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Da la sensación de que la megalópolis tiene unas consecuencias secundarias negativas, o por lo menos esa es mi experiencia: la experiencia de una madrileña de “pura cepa”. 
De mis 22 años de experiencia vital, 21 han sido en Madrid, el que queda, en Salamanca. Habiendo nacido escuchando Mecano, queriendo ir a vivir a Londres y con una familia sedentaria de Madrid, pensé que solo existía un formato correcto: la megalópolis.  Tenía una tendencia a aumentar de escala de formato, no de disminuirla. La aldea la tenía en mente como un “lugar al que ir para desconectar el fin de semana”, muy típico de paleto de ciudad; mientras, la ciudad, en comparación con la megalópolis, “pequeña”, era incluso lo que menos me interesaba. Sin embargo, mi propia experiencia vital, a lo Ortega y Gasset con Asturias, me ha cerrado la boca.
Antes relacionaba una ciudad grande con la libertad y las posibilidades, un sueño americano. La ciudad se planteaba como el escaparate del éxito, de la forma de vida más ambiciosa hecha realidad. Sin embargo, visto lo visto, ahora solo puedo ver esas megalópolis como esas sociedades del espectáculo, c0mo decía Guy Debord(2). Dicho autor, al igual que Baudrillard, sostiene la idea de que se ha llegado a hacer con el mundo el “crimen perfecto”. Este crimen, que es perfecto en tanto que no deja pista ni huella alguna, se refiere a la representación de la representación del mundo. En este estudio estético de ambos autores se llega a la premisa de que la estructura de las sociedades modernas depende exclusivamente de la economía abundante y a la  forma de producción y consumo de mercancías que entran dentro del mercado. Esto seguiría haciendo referencia a ese espacio o tablero de posibilidades de movimiento que comentábamos con anterioridad, ya que, en cierta forma, la percepción del entorno y de nosotros dentro del mismo es lo que determina la concepción y vivencia del espacio como tal. 
Continuando con lo anterior, la representación de la representación sería lo mismo que decir la imagen de la imagen. Según Debord, el espectáculo se basa en una imagen construida del mundo, que toma pequeños rasgos de la realidad, transmutándolos y reinterpretarlos, para finalmente exponerlos como imagen verdadera. La imagen se vuelve verdad, en tanto que se predica como realidad, aunque solo sea apariencia. En este caso, el urbanismo, por ejemplo, que es el arte de ordenar el espacio humano, sería el suelo del espectáculo; del mentiroso que se miente a sí mismo. El espectáculo plantea como leyes naturales las leyes de la libertad humana, de su comercio y del consumo de su propia vida, que acaba convirtiéndose en el producto principal. 
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De esta manera percibo yo ahora la ciudad, como una imagen de la imagen del mundo, como lo que se ha planteado como novedoso, verdadero y legítimo. En la ciudad es donde se da el éxito, porque es grande, y hay muchas cosas y mucha gente. En el fondo es la mentira de la oportunidad, el mito de la posibilidad de ser alguien en algún sitio. Y como la cantidad sustituye a la calidad en la megalópolis, mucho significa bueno. Y, en cierto modo, el anonimato positivo y la soledad negativa se vuelve uno y lo mismo, ya que la comunidad se convierte en ilusión en este espacio. 
Para llegar a poner a la ciudad moderna o megalópolis en el estatus de lo verdadero ha hecho falta negar otro elemento, que es el primer paso del crimen perfecto. En la dialéctica de la propia historia, para afirmar algo primero se ha de haber negado el opuesto. En la Edad Moderna se planteó la oposición que en la ciudad moderna se vuelve afirmación: la ciudad contra la naturaleza. Se subordina, en una relación jerárquica, la naturaleza a la tekné humana. En este caso, yo veo que la realidad es la propia naturaleza. Es lo natural en si mismo, y son las leyes de la naturaleza. La imagen del mundo, o la representación de la realidad, sería hacer del mundo humano la tierra real, es decir, hacer de lo humano lo natural. Se ha hecho de la ciudad la realidad más legitimada y justificada.
Esto hace que todo lo que no sea megalópolis parezca ilegítimo o a medio camino de llegar a ese formato. Sin embargo, la percepción misma en la ciudad me parece que se ve limitada. La cantidad alta de estímulos de percepción hacen que el ser humano o bien se neutralice o bien se sienta ante lo sublime, que básicamente es paralizarse ante una percepción de lo aparentemente infinito. Lo que se nos plantea con la megalópolis, escenario del espectáculo, sería una imagen del mundo constante, verdadera en tanto que inmutable; sin embargo, para el espíritu humano es alimento la imagen poética, que como dice Gaston Bachelard, “es esencialmente variable”(3). Es propia dicha imagen de una realidad específica, concreta y fugaz para la conciencia. Ya veíamos que con la megalópolis se pone en alza el espacio abstracto del espectáculo, un espacio que no puede ser vivido de manera concreta ya que se plantea cuantitativamente enorme en sus distancias. En Madrid, por ejemplo, que algo esté a media hora de distancia en transporte es lo normal. Sin embargo, en Salamanca, lo que vi es que el tiempo medio de desplazamiento normal eran 15 minutos a pie, siendo la concepción del espacio a recorrer distinta en un sitio que en otro. Me da la sensación que en Salamanca, por ejemplo, en comparativa con Madrid, se tenía una noción del tiempo más presente, sin proyección tan a futuro. 
Puede que los tiempos normales al recorrer un espacio, como veíamos con el ejemplo del tablero de ajedrez y las casillas, sean los que determinen qué tipo de ritmo vital sea necesario llevar para abarcar dichos tiempos.
Como vemos, todo se reduce otra vez a la relación entre tiempo, espacio y dinero. El ritmo vital dependerá de los tiempos normales del sitio en el que se habita. La imagen poética necesita justamente tiempos normales no acelerados, para poder captar de forma fugaz una realidad concreta. En un tiempo acelerado la imagen poética se pierde, se ve saturada, se neutraliza, y con ella la conciencia soñadora. 
La esquina sería un fenómeno propio del urbanismo, no dándose en la naturaleza. Limita en apariencia el espacio, intentándolo hacer concreto, quedándose aún en lo abstracto. Cualquier separación del espacio es una ilusión óptica, es una delimitación abstracta hecha por el humano. La única delimitación es la de la propia naturaleza, la cual tampoco entiende de límites.
En este caso, las esquinas, por ejemplo, serían un intento de hacer de un espacio abstracto un espacio concreto, no dándose nunca en la naturaleza.
Si ya hemos visto que la percepción y el estilo de vida del humano no parecen encontrar símil con su propia naturaleza en las megalópolis, el formato de aldea, siguiendo la imagen poética, es la que menos problemas da. La ciudad pequeña, siempre y cuando sus tiempos normales dejaran tiempo a sus habitantes, también sería una buena opción. Todo esto teniendo en cuenta que el dinero se corresponda a los tiempos normales de cada espacio, nunca siendo la cantidad de dinero necesaria para habitar ese entorno desproporcionada. En Madrid muchas veces, si trabajas, no “da tiempo” a nada, se queda empequeñecido el tiempo vital, reduciéndose a la nada y, además, la ciudad exige una cantidad de dinero para vivir en ella muchas veces excesiva, teniendo en cuenta el tiempo que se necesita para conseguir dicha cantidad.
El ser humano tiende a aglutinarse, a concentrarse en espacios de trabajo y consumo, siendo este el fundamento de las megalópolis. Sin embargo, como ya apuntó el cardiólogo Francisco Vega Diaz, si las ciudades se habían planteado para resolver problemas prácticos concretos de la vida humana, parece que ahora las propias ciudades, entendiendo ciudades como megalópolis, causan más problemas que los que resuelve. El autor hace referencia a la alta tasa de enfermedades del miocardio, las cuales causan infartos, en las grandes urbes, superando en tres la cantidad de enfermedades de este tipo que se dan en las aldeas, destacando una aldea de Asturias, que lleva tres generaciones sin presentar ningún caso de infarto. Otros aspectos que analiza son los altos niveles de estrés, la sobrecarga de estímulos vitales, taquicardia crónica, la polución, las tasas de alcoholismo y drogodependencia; un abanico de factores que le hacen concluir que las estructuras urbanísticas de este formato no son adecuadas para la propia naturaleza humana. Destaco de su escrito el siguiente párrafo: “o se humaniza la ciudad del futuro para hacerla adecuada al hombre que conocemos y que somos, o si seguimos viviendo en la gran ciudad tendremos que deshumanizar conscientemente, dirigidamente, al hombre para que pueda vivir humanamente en la gran urbe”(4) Me parece que incide en el mismo punto que antes había mencionado: para que un lugar este humanizado necesita una cierta semi-armonía con el tiempo y con los recursos económicos, lo cual solo es posible en formatos más pequeños o enfocados de distinta forma. Yo personalmente, después de haber experimentado una ciudad más pequeña de Madrid, al igual que Pepe Tudela en “El espectador” de Ortega y Gasset, “¡Vuelvo al campo! […] Es haber hallado la calma moral y un centro de segura gravitación en mi existencia. Mis años de Madrid fueron de inquietud sin riberas, de íntimo desasosiego, de caos espiritual”(5). En Salamanca encontré aquella herramienta con la cual construir mi paz espiritual: el tiempo. Un tiempo que no juega en mi contra. Una percepción más fugaz, instantánea y presente del mundo que hace que mi imaginación poética encuentre tiempo para perderse. Al fin de al cabo, las esquinas son ilusorias, es un efecto placebo del espacio delimitado. Dicha ilusión se rompe instantáneamente una vez entras en contacto con la naturaleza. 
El ser humano está atravesado por dos elementos que le constituyen: la ciudad y la naturaleza. Solo en el cruce entre ambos puede encontrarse cómoda y satisfactoriamente humano. 
Yo, como Pepe Tudela, volveré al norte a encontrar hogar.
1 Este concepto es planteado por Francisco vega Diaz, cardiólogo español que estudió la relación entre las enfermedades cardiovasculares y la gran ciudad en su libro “El corazón del hombre y la gran ciudad”, Revista de Occidente, 1973.
2 Se puede ver como aborda Guy Debord este objeto de pensamiento estético en el corto, de igual nombre que su obra, “La sociedad del espectáculo”, datado en 1973. 
3 Bachelard, Gaston. “La poética del espacio”, Fondo de Cultura Económica, 2018, pp. 10.
4 Vega Diaz, Francisco. “El corazón del hombre y la gran ciudad”, Revista Occidente, pp. 70
5 Ortega y Gasset, Jose. “El Espectador”, III, Revista de occidente, 1972, pp. 147. 
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