Tumgik
hablandodelavida · 11 days
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En Madrid no hay playa
Madrid tiene un gran escollo que le hace sentirse menor, incompleta. Un punto débil a priori irrebatible que no encuentra réplica. Es insalvable. Es una cuestión de geografía, y frente a eso nada se puede hacer, porque por suerte no mandamos sobre la tierra, aunque algunos se empeñen en demostrar que eso no es cierto y quieran destruir la casa de todos.
En Madrid no hay playa. Eso es un hecho tan real como que los días de frío mis rodillas crujen y duelen. Las piscinas municipales, que están muy bien, son un consuelo en los días de calor más agobiantes, no cabe duda, pero entrar en comparaciones sería como decir que el agua solo es agua, y los que amamos el mar sabemos que eso no es verdad. No he encontrado aún una metáfora que exprese el simbolismo del mar. Es una cuenta pendiente que tengo con la poesía, pero es que creo que está más allá de las palabras. Al final, las palabras sirven para contener un concepto y hacerlo estallar, y para mí el mar siempre estuvo por encima de todo. Es inviable pretender reducirlo a un concepto o a un verso bonito. Cuando no puedo más, me siento frente al mar y todo se reduce.
En Madrid no hay playa, eso es cierto, pero hay lugares escondidos que de pronto uno encuentra doblando esquinas y sorprenden, como un anochecer a destiempo. Como el pantano de San Juan, del que tanto había oído hablar y nunca había hecho por visitar. Se encuentra a una hora en coche de Madrid, en San Martín de Valdeiglesias, y el acceso en coche no es complicado. Para llegar al agua y poder darse un baño refrescante, hay que dar un paseo de unos tres kilómetros. Cuando una llega, se abre un manto azul profundo que puede confundirse con el cielo y que contrasta con la tierra que lo rodea. Hay una zona nudista, es amplio y no hace falta mucho más. Allí, mis perros fueron muy felices jugando con las truchas y yo fui muy feliz viéndolos correr. Por suerte, volví a sentir que todo se reducía, aunque faltara la sal en la piel.
En Madrid no hay playa, pero existe un azul distinto que nos ayuda a comprender el tiempo, a mirarnos a los ojos, a minimizar lo que nos duele y eso, en semanas como esta, alivia, no saben cómo.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 11 days
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Como el primer día
Recuerdo esa noche como si acabara de pasar, o más bien como si fuera una puerta en el tiempo, un punto en la memoria que hace que su alrededor se disipe sin esfuerzo mientras él brilla y se hace fijo.
Eran las fiestas de San Isidro, pero eso solo era una excusa, una respuesta acertada a las preguntas hechas a destiempo. Un motivo para escapar, ambas, de aquellas paredes que nos apretaban los cuerpos partidos. No es literatura: nuestros cuerpos, literalmente, estaban rotos, y solo encontraban descanso al apoyarse uno sobre el otro.
Yo qué sé a dónde iba. No tenía ni idea. Solo sabía que quería estar con ella. Mi vida, en ese momento, era un balanceo ininterrumpido y ciertamente incansable que se paraba cuando la veía. Hubiéramos ido a cualquier sitio que nos llevara lejos de nosotras mismas.
Recuerdo habernos mirado fijamente en el autobús que nos llevaba a la Pradera de San Isidro. Nos acompañaba otra gente, otros amigos, una coartada o un contexto, no lo sé, otro modo de sentirnos protegidas en un lugar extraño. El caso es que nos mirábamos y, aunque sabíamos que nos íbamos a estrellar, fuimos capaces de respirar sin espasmos. Apretaba su mano como si me fuera la vida en ello, igual que aprieto la de mi hermana cuando nos abrimos paso en una manifestación en Cibeles o igual que aprieto el lomo de mi perro cuando pasan patines y se asusta y ladra. Todo era tan triste y tan hermoso que no tiene cabida contarlo de otra manera.
Llegamos a otra casa, nos sentamos juntas sin miedo, sin disimulo. Otro barrio, otras calles, otros ojos. Nos regamos en un alcohol que no necesitábamos. Reímos historias que nos hicieron recuperar la gracia. Escuchamos cantar a gente que celebraba las fiestas de la capital sin culpabilidad. Vimos peleas que definían nuestra rabia escondida. Bailamos melodías que nunca antes habíamos escuchado. Los besos caían uno detrás de otro como si fueran las notas de una balada pegadiza o de un discurso aprendido. Todas las canciones me parecían dolorosas cuando la besaba y aun así su espalda en movimiento era un oasis. No pasó un solo minuto en el que no quisiera romper el reloj que pondría fin a esa noche de auxilio.
No recuerdo lo demás. Solo sé que el baile se convirtió en un río que nos llevó hasta su portal, donde los besos, salados, se nos caían de los ojos. Esta semana volvemos a las fiestas de San Isidro, con equilibrio y con la tristeza en el recuerdo porque nos hace sentir fuertes. La tristeza es así: un recuerdo de la fortaleza. Esta vez, sonarán canciones que recordaremos siempre. Mientras, aquí sigo, apretando su mano como el primer día, porque siento que solo ella puede acariciarme en mitad de una fiesta, o de una pelea, o del propio miedo.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 11 days
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(...) Nuestro cariño no es regalado, que si lo damos es porque verdaderamente lo sentimos.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 11 days
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Ciudad océano
Madrid es una ciudad océano, aunque no tenga mar. Cuando la conoces, te da dos opciones: zambullirte en ella y flotar sobre su superficie o escapar a braza antes de que te ahogue.
Es una capital rápida que te obliga a ser más veloz que ella para que no te alcance. No contempla: solo mira, con los ojos apresurados. Tampoco espera: sigue su camino sin que importe el paisaje. Pero tiene algo que la hace humana: la generosidad. Madrid te abraza si quieres que te abrace, te observa si quieres que te observe y te ayuda si quieres que te ayude. Solo hay que pedírselo.
El otro día hablaba con Sara, una amiga que vino a Madrid en busca de eso que no es un trabajo ni una oportunidad, sino un hogar. Ella no lo encontró aquí. Solo conoció lugares equívocos, encuentros forzados, situaciones complejas. Puertas que no llevaban al sitio adecuado, voces desconocidas, días de angustia. Aguantó unos meses, los justos para sentir la asfixia de las ciudades que nunca se aprenderán tu nombre, y se marchó. Ahora pronuncia las palabras con un aire distinto en la garganta, mucho más limpio. Reflexionamos juntas, y llegamos a la conclusión de que hay algo que tiene en común con aquellos que tampoco se hallan en la capital: la soledad. Es así: Madrid es hostil con quien se siente solo.
Yo tuve suerte. Llegué de la mano de mi mejor amiga, con mi familia a una hora en autobús, mi hermana en un barrio cercano y con un mundo nuevo que me abriría las puertas al primer toque. No tuve tiempo de sentirme sola, lo que paradójicamente me hizo abrazar la soledad los pequeños ratos que se presentaba. Así es más fácil, pienso ahora. Pero también recuerdo la alegría al enterarte de que un amigo de tu ciudad se mudaba a la capital y la tristeza al descubrir que terminaría siendo imposible verlo por incompatibilidad de horarios, de distancias, de prioridades. Al final, esos reencuentros se dan con más facilidad en tu barrio de la infancia que en la nueva ciudad. También pienso en aquellos acontecimientos importantes que te perdías por estar lejos: el cumpleaños de un abuelo, las cenas con los amigos de siempre, las comidas de tus padres. La tristeza invade los días, entonces, aunque Madrid se encargue de disimularla. Al final, la velocidad de esta ciudad facilita la comprensión de todo lo que sucede en ella.
Yo decidí ver Madrid como un gran océano en el que zambullirme para ver los peces de colores, el sol de media tarde, el azul intenso y cambiante de los días. Pero entiendo, no saben cómo, a los que se vieron obligados a salir de ella para tomar un aire distinto e impulsarse a otro lugar más lejano. Madrid no es para todos. Por eso quizá sea, precisamente, tan generosa: no te obliga a quedarte, pero si lo haces no te ahuyentará nunca.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 11 days
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(...) Esta es una cuestión de corazón, nada más. Y yo voy a salir a latir a la calle.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 11 days
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La vida es un juego de azar que consiste en colocarse en el lugar adecuado y en pensar en quien queremos cuando nos dejan de querer.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 1 month
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Mi casa elegida
Te echo de menos, Madrid. Hay muchas personas que te detestan, que piensan que eres una ciudad saturada llena de ruido molesto y gente con prisa. Que solo tienes conciertos multitudinarios, espectáculos de fuego y parques de atracciones. Que únicamente sirves de paso para alcanzar otros destinos y que eres, de manera irremediable, una casa por accidente, el sitio donde el trabajo aflora y de donde huyen cuando el tiempo se libera. Muchos te ven como una gran nube gris, peligrosa en las esquinas, cansada y envidiada al mismo tiempo, casa de muchos y hogar de pocos. Hay quienes desmerecen tu asfalto porque desconocen que tu mar es otro. Lo reconozco. La primera vez que llegué a ti, lloré. A menudo, muy a menudo, me he alejado para mirarte desde lejos. Otras tantas he querido gritar y olvidar tu ruido. También he maldecido tus calles grandes, tus barrios amplios, tantas esquinas donde no poder encontrar de repente los besos que buscaba. He necesitado tomar aire, otro aire, y expulsarlo en ti. Irme para volver. Marcharme para aprender a buscarte. Cerrar los ojos para verte. Pero yo conozco tu silencio, ese que suena cuando se prenden las farolas a media tarde. Lo he buscado, lo he necesitado y lo he escuchado. Recuerdo los días en los que me sentía tan minúscula que salía a buscarme entre la gente: cuantas más personas había, más protegida me sentía. Y recuerdo, también, lo fácil que era dar con tus escondites cuando quería hacerme invisible. Tú siempre tan amable. Pienso a menudo en aquel viaje en el que llegué a ti buscando un amor que nunca fue para que fueran otros. Apenas cumplía veinte años y tenía ganas de comerme el mundo empezando por ti. He conocido tu noche, me he dejado la piel en ella y he preferido saber a qué hueles cuando todo el mundo duerme. Después, he salido de mi habitación para que me enseñes los siguientes pasos. He visto cómo levantaste el mismo puño millones de veces ese bendito 8 de marzo, he hecho historia a tu lado en la Puerta del Sol cuando nadie creía en nosotros y he encontrado en ti la defensa que me negaban en otros lugares. He celebrado los atardeceres desde Tirso de Molina, cobijada entre las flores. Son tus calles las únicas en las que retraso la vuelta a casa porque ya me siento en casa cuando paseo por ellas. Eso solo me pasa contigo. Me has dado amor profundo y real, me has dado ilusión de la que daña, me has dado pasión incontrolable y una libertad que defenderé hasta que muera, me has dado tristeza absoluta y también la manera de comprenderla, me has dado la nostalgia que se enciende con las farolas por la noche, me has dado rabia y la fuerza necesaria para combatirla, me has dado voz, me has dado palabra. Hoy te escribo desde otro sitio donde estoy cogiendo aire, todo el que puedo, para soltarlo en tus pulmones y empezar, de nuevo, a tu lado, otra vez, porque sigo con hambre y porque hace tiempo que dejaste de ser una ciudad por accidente y te convertiste en mi casa elegida. Porque yo s�� te echo de menos. Pero siempre vuelvo. No vayas a olvidarte nunca de eso.
Elvira Sastre, Madrid me mata
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hablandodelavida · 3 months
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Día cero
En el mundo hay un hueco para cada persona. Cuando dos personas se enamoran, se vuelven una, el lugar que ocupan pasa a ser sólo uno, y en él cabe el universo. Por el contrario, cuando alguien falta su espacio se vuelve un agujero inmenso y aterrador para quien lo contempla. Lo llaman ausencia.
«Una indagación sobre el sentido del amor desde la perspectiva de quien está descubriendo la vida. Un homenaje al poder de las palabras para curar las heridas, escrito con un inocente encanto».
Elvira Sastre, Días sin ti
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hablandodelavida · 3 months
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Mi vida huele a flor
He redondeado esquinas para no encontrar monstruos a la vuelta y me han atacado por la espalda. He lamido mi cara cuando lloraba para recordar el sabor del mar y sólo he sentido escozor en los ojos. He esperado de brazos cruzados para abrazarme y me he dado de bruces contra mi propio cuerpo/ He escrito mi vida y no me he reconocido/ He querido tanto que me he olvidado. He olvidado tanto que me he dejado de querer/ Pero he muerto tantas veces que ahora sé resucitar — la vida es quien tiene la última palabra —. He llorado tanto que se me han hecho los ojos agua cuando he reído, y me he besado. He fallado tantas veces que ahora sé cómo discernir los aciertos de lo inevitable. He sido derrotada por mí misma con dolor y consciencia, pero la vuelta a casa ha sido tan dulce que me he dejado ganar — prefiero mi consuelo que el aplauso —/ He perdido el rumbo pero he conocido la vida en el camino. He caído pero he visto estrellas en mi descenso y el desplome ha sido un sueño. He sangrado, pero todas mis espinas han evolucionado a rosa. Y ahora mi vida huele a flor.
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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Noche
Todos por la noche estamos un poco rotos o un poco tristes o un poco muertos/ Supongo que la noche es una mezcla de soledad, de verdad, de silencio y de una voz que no te diga que todo va bien, sino que aplauda todos los fracasos de tu día/ Me figuro que el fin del día — o el principio de él — es algo así como una caída de hombros, el momento de expirar, de desnudarte y abrazarte a ti mismo, una caricia a tus propios párpados para que mirarte no duela, una línea de fuego alrededor de tu sueño/ Imagino que la noche es una cuna, que rendirse es necesario para ganar, que no se puede morir sin llorar toda la vida antes, que descansar en ocasiones es todo lo contrario a cerrar los ojos y dejar de pensar/ Que la noche es de todos los momentos en los que no se tiene lo que se quiere el más bonito porque es de todos los momentos en los que no se tiene lo que se quiere el más real La noche nos folla para darnos el placer de sudar lo dolido.
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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Andrea
he visto al cielo llover por ella — y para ella — cada vez que ha necesitado llorar; he mirado su pecho explotar como un volcán y sobrevivir, a pesar de los temblores
«Ella es uno de esos ángeles que empeña sus alas para poder bajar al mundo real cada día para que no olvidemos que la magia existe. Pasea pensando que nadie la mira, se sonroja cuando alguien le dice a ella todo lo que ella dice a otros, tiembla cuando el amor la sacude, cree que en sus ojos sólo caben despedidas y no personas, quiere hasta que se desgasta y cree en todo lo que no existe/ Pero yo he sorprendido a Madrid dándose la vuelta para aplaudirle; he leído más de un poema escribir sobre su forma de acariciarse el pelo y hablar en susurros; he visto al cielo llover por ella — y para ella — cada vez que ha necesitado llorar; he mirado su pecho explotar como un volcán y sobrevivir, a pesar de los temblores; he admirado cómo, a pesar de todos los adioses que cargan sus manos, y que le pesan, le pesan tanto como una semana llena de lunes, jamás agacha la cabeza, porque le puede más su ventrículo izquierdo que el lastre de las ausencias; la he visto recomponerse con sus propias manos, como quien hace un castillo de arena de sus heridas para que sólo vuelvan cuando suba la marea, pero para que siempre se marchen de nuevo; y también he sido testigo de cómo todo se volvía cierto y real en su boca, que es imposible no creerla, que si ella te dice que el amor sí existe, tú abres tu corazón sin dudarlo, y ya está, que no hay imposibles cuando ella los dice/ A veces la miras y no sabes si te ves a ti con cinco años jugando en el parque, montando a lomos de un caballo imaginario, esperando a los Reyes Magos con los ojos como platos, saltando sobre todos los charcos, hasta sobre los que no existen — porque cuando una niña está sucia es mucho más bonita —, sonriendo de medio lado, guardando entre su pelo varios metros de cuentos, de esos que en vez de dormirte te mantienen despierta toda la noche/ Otras veces la observas y ves tu parte valiente, la que resiste igual de viva en un desierto que en una inundación, la que espera sin desesperar, la que cree y no se rinde — porque ella todas las batallas las resuelve a besos, y así no pierde nunca —, la que quiere mirando a los ojos y siempre, siempre está ahí/ Si la vierais, si la conocierais, entenderíais de qué hablo/ Cómo decirlo: imagina la vida como si fuera un pilla-pilla contra los rivales del otro equipo del colegio. Pues ella es casa».
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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El mérito es de las musas
Es bonito verte incluso marchándote y hacer que entiendas que todos los caminos llevan a ti porque eres todos los lugares
« (...) La poesía no salva, sólo da un sentido a las heridas/ Puede hablar de cómo te revuelves el pelo, como si quisieras barrer el polvo que se acumula en tu cabeza; puede confesarte que es bonito verte incluso marchándote y hacer que entiendas que todos los caminos llevan a ti porque eres todos los lugares; puede llevarte al suicidio al final de cada verso y rescatarte en el punto final, para después abandonarte de nuevo; puede mirarte a los ojos y pegarte un tiro sin titubear donde guardas todos los suspiros; puede ser la más puta y hacer que dependas de ella toda la vida sin darte la muerte a cambio/ La poesía es, a veces, un silencio lleno de ruido/ Pero todos los finales de los poemas que te escribo me gritan cuando los acabo, porque no puedo terminarte/ No estás».
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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No sé si eres el amor de mi vida o mi mejor recurso poético
Tengo un amor compartido por dos personas y las dos son tú, y ninguna eres tú.
«Un día cogí un bolígrafo y un folio en sucio, y estuve cien noches sin dormir intentando encontrar esas palabras que me rompieran por dentro — y poder volver a nacer una y otra vez —/ Otro día distinto — o quizá era el mismo — te conocí y vi cómo los quinientos caballos de mi pecho abrían los ojos, como se abren las flores cuando sale el sol, y mataban a mi calma inerte en una estampida violenta/ Tengo un amor compartido por dos personas y las dos son tú, y ninguna eres tú/ Una es inmortal, me habla y juro que nunca he escuchado su voz, se multiplica con la nostalgia como si fuera una tormenta a punto de romper, da bandazos a la tristeza con unos ojos tan tristes que convencen a cualquiera de que la tristeza es una virtud. Ella sólo se queda en lo que dura un poema/ Otra es finita y tangible, con un cuerpo que comienza cada vez que termina y un tacto que no sé si es nube, sol o vacío/ Supongo que una eres tú cuando te vas, y la otra eres tú cuando te quedas/ Yo sólo sé que me paso las tardes de invierno engañándote, amor, que me paso las tardes de verano engañándote, musa/ Que te quiero sobre la cama, que te quiero sobre el papel. Que si me dieran a elegir entre el amor y la poesía, la felicidad y la tristeza, hacerte el amor y echarte de menos, tu casa y mi cuarto, tu sexo y el bolígrafo, seguramente, quizá, probablemente, os salvaría a las dos y me suicidaría en el próximo poema y en el próximo polvo».
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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Irene
(...) Es que es tan bonito verte levantar, contemplarte sobrevivir y ver cómo te rescatas a ti misma; es que el universo tiene tanto que aprender de tus cicatrices y de tu forma de sanar los daños que sería egoísta por mi parte privarles de tu parte frágil. Porque, amor, la única verdad es que tienes los ojos más valientes del mundo y el mundo es más valiente cuando te mira a los ojos.
«¿Sabes eso de abrazar a alguien y sentir que el entrelazamiento es perfecto? Que no sobran manos, que el tamaño de los brazos es el ideal, incluso la altura de los corazones se ajusta y parece que todo se resuelve en un latido/ Pues algo así eres para mí: la compenetración perfecta, la cara de todas mis monedas y en quien pienso cuando alguien habla de la suerte — qué sabrán ellos de la suerte si no te conocen —/ Cómo explicarlo, nunca me ha asustado llorar porque tú siempre estás. Eres todos los peros que pongo en mis miedos. Y si soy valiente es porque en cada paso que doy mi meñique va enlazado al tuyo, y si me caigo siempre es sobre tus manos, y se está a gusto en ellas/ Sí, la vida es complicada, a veces se pasa de triste, pero yo veo tus hoyuelos cuando sonríes así, como si trataras de llevarme a tus mejillas, y te juro que entiendo a los poetas cuando hablan de amor/ Me quedo pensando qué diablos hace el mundo tan enfadado, tan ciego, por qué da tanto miedo enamorarse, cómo puede haber tanta gente que prefiera caminar con luz apagada, si sólo hay que abrir los ojos y verte para llenarse de luz y de la hostia de belleza que supone mirarte/ Y luego, cuando te vas, — que es cuando se puede mirar a otro sitio —, contemplo al cielo hacerte reverencias, a las aceras bailar al ritmo de tus pasos, a la mirada de la gente llenarse de brillo e interrogación — entiéndelos, verte es lo más parecido a soñar que se puede hacer con los ojos abiertos —, y a las sonrisas empañarse para escribirte "ojalá todas fueran como tú" en el vaho de tus huellas por si consiguen que les mires de vuelta/ En definitiva, contemplo al mundo enamorarse de ti, y el amor, es decir, la vida cobra sentido/ A veces me gustaría salvarte de todo lo que hiere, fosilizar tus lágrimas y cortar el alma de todo aquel que se atreva a romperte. Pero, amor, es que eres tan guapa, hasta cuando te golpea la rabia y no entiendes qué pasa; es que es tan bonito verte levantar, contemplarte sobrevivir y ver cómo te rescatas a ti misma; es que el universo tiene tanto que aprender de tus cicatrices y de tu forma de sanar los daños que sería egoísta por mi parte privarles de tu parte frágil. Porque, amor, la única verdad es que tienes los ojos más valientes del mundo y el mundo es más valiente cuando te mira a los ojos/ Y yo te quiero, no porque siempre estés conmigo, para mí, y por mí, no porque sea imposible no hacerlo y se dispersen mil motivos, todos ciertos, por las manos al pensarlo, sino porque has nacido para que te quieran y yo he nacido para quererte, con toda el alma y toda la piel, toda mi vida».
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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Del amor y las distancias
Del amor al dolor sólo hay más amor.
«Del amor a la pena hay un pasillo de tristezas inabarcables, pero apenas diferencias/ Del amor al odio hay un paso que ocupa un corazón roto, pero no has de tenerlo en cuenta: ese odio es sólo una excusa para no sentir amor, pero seguir sintiendo algo igual de inmenso/ Del amor a la indiferencia hay olvido; del amor al olvido no hay nada, porque ninguno es el principio o el final del otro/ Del amor al sexo sólo hay dos cuerpos de distancia; del amor al deseo, una palabra/ Del amor a la poesía sólo hay un te quiero no correspondido/ Del amor al dolor sólo hay más amor».
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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Llovimos tanto que me ahogué
Pero antes quise hablarte del cielo que te rodea, de que cuando hablas, realmente creo que los relojes carecen de sentido si no es para pararlos y escucharte un rato más — sólo un ratito más, lo juro —, que tuve todos los continentes en mis bolsillos después de tu abrazo porque cuando tú respiras, el mundo, a veces, se paraliza, y otras, en cambio, se tambalea, pero eso es algo que sólo entendemos los que hemos visto a la poesía perder las comillas, que tu risa astilla las penas y que, aunque nos encontráramos en medio de una guerra, por no querer luchar terminamos perdiendo, encontré la paz en tus maullidos, y fuiste algo así como volver a casa por primera vez después de perder mil batallas en la espalda. Quise decirte que mi papel siempre se redujo a contemplarte desde lejos y volverte tinta, que pudimos y aunque no fuimos, siempre seremos — ojalá entiendas eso —, que nos hicimos el amor una noche que llovimos y por eso te llevaré conmigo siempre. Que ojalá la huida hubiera sido de tu cama a la mía, que ojalá la lucha se hubiera reducido a morderte las caderas y no a este cansancio lleno de ojeras mudas, que ojalá volviera a verte cada invierno de mi vida y vieras que contigo nunca tuve prisa porque conocerte es viajar y besar dulce y lento un día de invierno llenas de frío por fuera y de amor por dentro.
«Hablamos tanto de la lluvia que un trueno acabó atravesándome la garganta y tuve que escapar/ "Tu vida o tu corazón", me dijo alguien, "quiero pasar mi vida en el suyo", le dije yo, pero eso no era posible, era tan imposible como un amor platónico cumplido, como tú y yo cumplidas, como tú, como pedirte que te quedaras después o vinieras antes, como mantenerte encendida al otro lado de la calle viéndote por la noche sin poder tocarte y no consumirme en el esfuerzo de querer tu imposibilidad al lado de mi almohada, como negarte a ti y no negarme a mí en el intento, como olvidar tu pelo, como fingir que no estás detrás de cada palabra que me perturba, como pretender saber no echarte de menos y conseguirlo, como asentir creyendo que es cierto eso de que es el frío el que hace las ausencias más largas cuando ahora la única que existe es la tuya en medio de este incendio de cenizas/ Te acabas de ir y tus ruidos ya se escuchan por las noches/ Era tan imposible — tan imposible como pedirte que te quedaras conmigo—/ La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada, lanzando botellas al mar llenas de besos que nunca llegaban, que se extraviaban, que se equivocaban de puerto, que se rompían intentando llegar a mi boca y confundían mis barcos y me llenaban de cristales los labios que, pegados a la ventana, congelados, sólo esperaban verte aparecer/ Y entonces un día me dejé vencer, olvidé dónde buscarte, comencé a despegar tus nudillos de mis pulmones, me eché sal de tu sudor perdido en los ojos, prohibí tu olor en mis domingos y escribí todos los antónimos de tu nombre en mis ventrículos, si no te olvido a ti, no les olvidaré a ellos, y al final lo único que quedó fue un miedo tan inmenso como inconfesable y un deseo/ sólo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos, irme lejos pensando que lejos es donde no estás, sin darme cuenta de que donde realmente estás es en mí, y que no te irás hasta que yo lo decida/ Pero empezaba a tener frío y tú no venías a curármelo, así que tuve que pedirte sin decírtelo que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo (...)»
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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hablandodelavida · 3 months
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Escribo tu nombre más veces de las que lo borro
(...) Mientras tú sonríes, y yo pienso que la paz tiene algo que ver contigo cuando te duermes sobre mi hombro dando la espalda al mundo, y venciéndolo.
«Pensar en ti es como desnudarse delante de un precipicio lleno de niebla y mirar abajo, quiero decir que para hacerlo es necesario despojarse de las dudas y los miedos, y rendirse a la evidencia de que el vértigo sólo es una excusa para no aceptar que la caída es lo único que nos puede salvar/ Pensarte es un atentado contra las alturas, es inmolarse gritando tu nombre a todos los motivos que me hacen huir, de ti, es, cómo decirlo, como ver llover y abrir la boca a pesar del pánico a morir ahogada, no sea que entre tanto agua se cuele tu saliva, es como poner la mejilla cuando se aproximan hostias llenas de nostalgia y quedarte con el alma llena de polvo, pero ya sabes lo que dicen, el dolor es otra forma de placer y yo te beso en cada rozadura/ Pensarte, o conjugarte en presente, como si fuera posible ser un funámbulo de la línea que une tus heridas con las mías y no terminar en el suelo, lamiéndolas, mientras me besas los párpados y yo te susurro que llevo un alma en el costado que asesina mi equilibrio mientras sonríes, y yo pienso que la paz tiene algo que ver contigo cuando te duermes sobre mi hombro dando la espalda al mundo, y venciéndolo/ Como besarte con los ojos abiertos y no marearme — mis sueños comienzan cuando tú abres los ojos —/ Pensarte es, algunas veces, lo único que me queda de ti, y otras, quizá más, estas ganas imposibles de olvidarte/ Pero lo cierto es que aquí sólo laten tus cenizas, y después, después no hay nada.
O todo.
Según a qué lado de la calle mires».
Elvira Sastre, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo
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