Tumgik
ernestoperezvallejo · 2 years
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¡Pedimos ayuda!
Como muchos saben, este blog no lo administra Ernesto Pérez Vallejo, sino un lector asiduo y gran admirador suyo.
El presente mensaje es para informarles a todos que, desde diciembre, Ernesto ha perdido su página de Facebook (que se llamaba "De Laura y otras muertes") con todo el contenido que tenía en ella: varios poemas, relatos y textos en prosa que sólo se podían leer ahí y que no estaban ni en su blog de Blogger ni en este espacio porque, por desgracia, yo tampoco me había dado el trabajo de publicar sus producciones aquí.
Es por eso que hago este llamado a todos quienes alguna vez lo leyeron en Facebook y que, por alguna bendita casualidad, decidieron copiar y pegar alguno de sus textos o fragmentos de ellos en otros espacios, ya sea en sus perfiles o incluso aquí, en Tumblr. Como es lógico, Ernesto espera recuperar, si no todos, aunque sea la mayoría de esos textos, especialmente los publicados en los últimos tres años.
Y no. Por desgracia, no hay otro lugar donde él los haya publicado.
Él está pidiendo ayuda y yo también me sumo a esto porque como lector suyo (y él aún más como autor) me da pena que tanta poesía se pierda para siempre.
Si no tienes algún texto suyo, por lo menos ayuda a que más personas vean este mensaje y dale reblog a esta publicación.
Hagámoslo por la poesía.
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ernestoperezvallejo · 2 years
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La primera vez que nos vimos nos abrazamos con tantas ganas, que no cabía ni el aire entre nosotros. Un abrazo de chimenea, de chicle en la boca, de palomitas estallando al fondo de la cocina. Se fue sin irse, pues su olor se había apoderado de toda mi ropa, incluso dormí con la misma camisa aquella noche. Luego como cualquier amor inacabado la camisa, fue a parar al bombo de la ropa sucia. Y con la camisa ella y con ella yo.
Nos vimos meses después, según ella era el mismo perfume pero al irse, no dejó ni rastro. Fue efímero como el amor a los dieciocho. Cambio de perfume alguna vez, otras se echó una cantidad desproporcionada. Pero jamás volvió aquella sensación de que al marcharse, no se había ido, de que al alejarse, aún la tenía en los brazos.
Ella dejó de venir, yo de esperarla y supongo que nos olvidamos, como se olvida la letra de una canción, o el nombre de un libro que has dejado a medias. No se puede querer aquello que no se echa de menos.
Hoy nos hemos visto, esta mañana, cinco años después de lo nuestro. Ha sido una de esas casualidades en las que uno no cree hasta que suceden. Nos hemos reconocido al instante y como si la nostalgia nos hubiera puesto una pistola en la sien a cada uno, nos hemos abrazado como el primer día. Un abrazo de chimenea, de chicle en la boca, de palomitas estallando al fondo de la cocina.
Luego nos hemos despedido. A ella le brillaba un anillo en el dedo y a mí me temblaba otro nombre en la boca. Pero al irse, al alejarse de mí, me he percatado que seguía exactamente en el mismo sitio del abrazo. Era tal el perfume en mi ropa, que por un instante me he querido como nunca quise a nadie. Luego después del tercer suspiro me he sentido totalmente estúpido al darme cuenta, que nunca la magia de lo nuestro estuvo en su perfume, si no en el abrazo.
PRAGA | Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 4 years
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Tumblr media
"Laura me ha escrito una postal desde París,
dice que por las noches tiene frío,
que echa de menos mis brazos y el mar,
sobre todo el mar y mi olor
y la arena en los pies
y mi cama,
la orilla espumosa,
y el hoyo de mi barbilla.
Dice que llueve a menudo,
que camina pisando los charcos,
que sigue desnuda bajo su vestido,
que los hombres son guapos y altos
y la miran como si la follaran.
No hay tanto amor en París. Eso dice.
Y que me quiere,
al lado de dos corazones deformes
pintados con prisa.
Posdata:
No te olvides de los lunes que me debes
algún día, quién sabe,
puedo volver a recuperarlos."
— Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 4 years
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Escribir es descoserte por el pecho, ponerle alas al odio, volver a la infancia a por aquel sí que nunca te dieron. Desnudar la distancia de excusas e imposibles, desenterrar a los muertos con el abrazo que adeudas y asesinar al olvido una y otra vez hasta el recuerdo.
— Ernesto Perez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 4 years
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Libros gratis para esta cuarentena (ayúdanos difundiendo)
Estos libros son puestos a disposición pública de manera gratuita con el propósito de fomentar la lectura de los autores que forman parte de Sexta Fórmula (más información). Estos autores han publicado sus libros de manera independiente (salvo dos libros específicos, hechos especialmente para esta ocasión). Los reunimos aquí con el objetivo de facilitar la descarga directa y sin anuncios de cada uno de ellos.
A pesar de sus pedazos - Joel Estrada
Con amor y odio - Joel Estrada
Antología poética, de Mara Gonmarri
Memorias Inmarcesibles - Dashten Geriott
Antología especial, de Ernesto Pérez Vallejo
Vuelve, que te extraño - Paulina Mora
Camila en Tana - Carlos Cavero
Hoz de Galatea - Carlos Cavero
Oscuro silencio - Heber Snc Nur
Nos ayudarás mucho si compartes esta publicación para que más personas puedan disfrutar de un grato momento de lectura en esta cuarentena.
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ernestoperezvallejo · 5 years
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La chica de la trenza se llama Ariadna. Todo el mundo la llama Ari, menos yo que no la llamo. Dice Julio, mi segundo mejor amigo, que cuando mira a Ari es como si estuviera todavía en el recreo. Es ese tipo de chica que, cuando sale a la pizarra, la pizarra desaparece. Y esto es lo más cerca que se puede estar de la magia dentro de un colegio. Una vez escuché a Martina preguntar: «¿Qué tiene Ariadna que yo no tenga?» A mí se me ocurrieron varias cosas, pero preferí guardar silencio. No os lo vais a creer pero a veces la gente pregunta cosas de las que preferiría no saber la respuesta. Si La pregunta hubiera sido al contrario: «¿Qué tengo yo que no tiene Ariadna?» Al instante me hubiera salido responder: «Mi corazón». Pero estoy seguro que Martina, no hubiera sabido que hacer con él.
BUENOS AIRES, Ernesto Përez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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Hoy la he visto. Recuerdo haberme enamorado de ella cuando teníamos diez años y la profesora nos preguntó que queríamos ser de mayor. El resto de la clase soltó sus estupideces, algunos inculcados por sus padres, otros por la televisión los más intrépidos por sus sueños. Ella dijo simplemente: «Feliz». Supongo que todos la deseamos en aquel momento. Durante los siguientes años no me hizo ni caso y al final supuse que iba en serio con su deseo. Luego la olvidé, como se olvidan los martes, o el nombre de una calle, o la voz de los muertos. Hoy la he visto, pidiendo para un pico en una gasolinera, los mismos ojos sin la misma mirada, la misma boca sin los mismos dientes. No me ha reconocido, supongo que olvidarme siempre ha sido fácil. Le he dado veinte euros y me ha sonreído, como una niña antes de abrir un regalo. Ha dicho gracias y se ha marchado por el callejón más oscuro, como un presagio de lo que le espera. Y por un instante, un estúpido instante, mientras dejaba mi billete en su mano y su sonrisa contaminaba el paisaje he sentido que contribuía a aquel deseo que tuvo cuando era niña. Y luego la he olvidado, como a la voz de los muertos.
MOGADISCIO, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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¿Sabes esos quince minutos de espera en los que tienes la duda de que tal vez se haya arrepentido y no venga? Esos novecientos segundos en los que cabe de perfil todo el universo. En los que la boca se te seca sin sus labios. Esa aguja del segundero veloz como una tortuga boca abajo. Ese minuto anclado en un latido que se repite como el estribillo de una canción que odias. Esa intensa incertidumbre donde la ves en el rostro de cualquiera, donde fuerzas un gesto de tranquilidad mientras todo tu interior se desarma. Esa, ¿la conoces? Es jodida ¿verdad? Pues daría todo lo que poseo ahora mismo por esos benditos quince minutos. Porque al menos en ellos todavía me quedaba la duda.
PYONGYANG, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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¿Sabes ese ejercicio de confianza en el que debes dejarte caer hacia atrás y alguien te recoge? Pues ella fue el suelo.
REIKIAVIK, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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Si le temes a la soledad, acabarás con cualquiera. Muchas veces, más de las que imaginas, la soledad es mejor que el contigo. Es posible que cuando ruge la tormenta eches de menos un abrazo, pero ¿qué puede hacerte una tormenta peor que un hombre? No quiero con esto hacer una apología a favor de los solitarios, sólo procuro que tengas el suficiente amor propio para elegir bien. Y que si te equivocas, aún te quede amor para ti misma. Que no te confundan los anuncios de la tele, son actores; que no te engañen con publicaciones donde la sonrisa lo abandera todo; por regla general, cuanto más público se haga el amor, menos amor queda. Quien quiere de verdad no necesita que lo sepa el resto, le basta con que lo sepas tú. Tampoco deberías dejarte llevar por el rebaño, por esas leyes invisibles marcadas por los demás de crear una familia. Te aseguro que el reloj biológico no es más que una metáfora. No hay una alarma en la que explotas si llegas sin hijos a cierta edad. Entiendo que es complicado, porque tu mejor amiga de repente se ha echado novio y tu segunda mejor amiga se acaba de quedar embarazada de su pareja y si miras al futuro, te ves en un triste piso de soltera hablando con un gato. Pero ¿quién te asegura que en algún momento no vas a preferir un maullido que un ronquido? Lo que hagas que no dependa de nadie, solamente del amor. Y si te enamoras hazlo sin miedo, sin cuerdas, ni artificios, dejarse llevar es lo más cerca que puedes estar del cielo sin depender de un aeropuerto. Enamórate de una mujer, de un hombre, de un viaje, de una casa a las afueras, de una canción, de un poema; enamórate de la vida, sobre todo de la vida. No dejes que te coloquen al borde del precipicio por comentarios inoportunos en una cena de navidad, ni que en una reunión de amigos te hagan sentir el bicho raro, da un paso adelante y sonríe. La mayor venganza es ser feliz. Y si notas que te señalan con el dedo, no te ofendas, tú puedes hacer exactamente lo mismo y además con un dedo diferente. Y que se jodan.
YAUNDE, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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Si me metieran en el extremo de un laberinto y a ella en el otro, la verdadera salida sería encontrarla.
ROMA, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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Ella dormía desnuda. Decía que era un modo de espantar las pesadillas. «¿Crees que algún monstruo se atrevería a asustarme si me ve así?», decía levantando las sábanas y dejando que el paisaje me devorara los ojos. No era necesaria mi respuesta. Cuando habla la mirada, sobra la lengua. Como si el monstruo fuera yo, por casa tampoco usaba mucha ropa, un simple movimiento cotidiano se convertía en un festival porno; un roce por el pasillo, una aventura; un tender la ropa, un espectáculo. «Al miedo —decía— no es necesario hacerle frente; si lo haces, él intenta hacerse más grande, pero si lo aceptas, si te acostumbras a él, se aburre y se va. Y aquí estoy acariciando al miedo, mientras tu fantasma desnudo se pasea por casa y en todos los rincones aguarda el monstruo enorme de tu ausencia, esperando a que me duerma, para asustarme.
ANKARA, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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De repente me pidió fuego. Juro que podría haberse encendido el cigarro en mi pecho. Era ese tipo de chica que uno garabatea en su mente antes de dormirse. ¿Quién se la podría esperar aquí en un banco de parque donde el amor siempre pasa de largo? Donde lo más emocionante era evitar que te cagara una paloma. Pensé en ese momento que aunque es cierto que fumar mata, el no haber fumado era desearse la muerte. Le acerqué el mechero esperando un roce de mano, como quien espera la lluvia en mitad de una despedida. No hubo suerte. Lo encendió y dio una larga calada, luego desde su garganta llenó de niebla todo nuestro alrededor. Sólo estábamos los dos y entre nosotros cabía un mundo. Dio las gracias y se marchó suavemente como lo hace el sol tras el horizonte. Yo me quedé allí sentado en un triste banco de parque, con la lengua llena de frases que nunca tendría cojones de decir, un mechero en la mano y ninguna gana de seguir fumando. Con esa amarga sensación del que sabe, que nada de lo ocurriera después de ella tendría sentido.
KINGSTON, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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La vi diez años después, ni rastro de aquella chica a la que le brillaban los ojos como monedas bajo el agua. Ni siquiera un atisbo de aquel movimiento sutil que derretía el hielo de las copas de un solo golpe de cintura. El pelo más corto, la falda más larga, la sonrisa estrecha como el pasillo de un tren. Hacía frío al mirarla, el mismo frío que antes me daba su ausencia se le había instalado allí, bajo los párpados. Nos miramos como observa el calendario un condenado a muerte. Con la misma pasión que tiene un matrimonio un miércoles cualquiera. Con el deseo de un vegano frente a un McDonald's. Dejamos un «hola» en el camino como quien deja la nostalgia bajo la lluvia. Abandonamos aquello que tuvimos en mitad de una calle donde el olvido afilaba sus colmillos para devorarnos. Creo que la tristeza que nos embargó a ambos, no fue el hecho de no encontrarnos al vernos, si no que al encontrarnos no nos vimos. Como si en lugar de tenernos en frente nos hubieran colocado un espejo. Y ninguno de los dos, supiera aceptar la derrota.
HELSINKI, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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Han caducado todos los yogures, las magdalenas y esas galletas con sabor a tierra que no quería ni el perro del vecino. Quedan tres sobres de ibuprofeno y aunque a menudo me duele la cabeza mi mano se frena en el acto que recuerda tus terribles jaquecas. A buenas horas he encontrado el lugar donde guardabas el chocolate. Ahora que todo lo dulce produce nostalgia y toda la nostalgia te trae de vuelta, como una ola que en lugar de romper vuelve al punto de origen e imita el movimiento tantas veces que todo el mar depende de ella. Han crecido nuevos geranios en la terraza y el cactus me sorprendió con una flor preciosa que murió al día siguiente, como si sin haberte conocido te hubiera echado de menos. El paisaje tras las cortinas es el mismo, pero sin ti parece que lo ha garabateado el niño hiperactivo de la vecina de arriba. He metido tus libros en una caja de cartón que ahora duerme bajo la cama, consiguiendo así que Bukowski no se retuerza en su tumba por estar rodeado de esa prosa barata que te hacía soñar con hombres que él nunca podría haber sido. Ni yo quise. La casa parece el principio de una tregua, aunque haya más paz en el centro de un centro comercial en rebajas, que en cualquier pasillo que te vio desnuda. Tus notas en la nevera bostezan de abandono. A veces me llevan a una huelga de hambre y otras al insulto más bello. Mamá dice que debo arrancarlas cuanto antes, pero tengo miedo de no saber quién soy, si tu caligrafía de reina de las curvas no me lo recuerda. Es similar a esa estupidez que hago los fines de semana cuando rocío con vehemencia algunas habitaciones con tu perfume, como si pudiera engañar al pasado con tres toques de spray. O lo de abrir tus cajones para que tu ropa interior fotografíe en mi memoria alguna escena, donde eras más diosa que puta y más puta que bella y más bella que nadie. Lo peor son la noches, como decía Sabina. La oscuridad comiéndose el ruido lentamente, Shameless de fondo por si me pongo demasiado triste, las mantas sobre el sofá que ocupabas cuando necesitabas destripar los pensamientos y el frío eran dos cuerpos lejos del abrazo. Lo jodido es la madrugada, como diría cualquiera que ha perdido la luz al final del túnel. La sed que sólo calmaría un beso o el hambre reducido al aroma de tu coño. Contar una y otra vez las manchas del techo hasta dormirme, viajar sin moverme un centímetro hacia un perdón que no llegará nunca, o llegará tarde. Desear que la vida te vaya de puta pena, porque la pena es puta aunque no nos cobre. Lo terrible es vivir sin saber si me he muerto y si digo morir me refiero a tu vida. No a la muerte que dejas en tu ausencia infinita, si no a la vida que robas para morirte por otro. Que es morirse dos veces sin vivir una vida. La de matarme conmigo. Y la de morirme sin ti.
TAFIOFOBIA, Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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A veces uno se pega toda la vida, buscando algo con insistencia, con desesperación, incluso, sin esperanza a veces. Y llega un instante que eso que buscabas como un milagro, o magia, se te coloca justo delante de la cara y tú, que eres estúpido, tiemblas, o giras la cabeza y das la vuelta. O simplemente huyes. Y claro que estoy hablando del amor. ¿De qué coño, si no, iba a tener miedo un hombre?
Ernesto Pérez Vallejo
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ernestoperezvallejo · 5 years
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Mamá solía decirme que lo más importante en una mujer son las piernas, que depende con quién las abras llegas a ser feliz o no. Luego yo miraba el rostro de mi madre y sabía que se había equivocado siempre. Ahora estoy aquí tumbada, mientras él de rodillas intenta a conciencia hallar el punto donde el gemido se hace eco, sin embargo pienso en mi madre, así que supongo que me acabo de equivocar de nuevo. Se llama Oscar, lo he conocido en internet, la soledad es tan puta que folla gratis. Empezó la conversación con frases interesantes, rebuscadas, incluso rozando lo inteligente. El fondo siempre es el mismo, sólo cambia la manera de llegar a él. Oscar se lo curraba. Intentaba aparentar cierta sensibilidad y la mezclaba con alguna anécdota donde dejaba ciertos aires de misterio. El misterio es una puerta cerrada que te apetece abrir para ver que hay detrás. Da exactamente igual que lo intuyas, porque a cierta edad (y yo tengo la mía) ya sueles saber qué hay detrás de las puertas pero aun así, siempre giras el pomo por si acaso. Es ligeramente guapo, agradable a la vista, los ojos de un verde intenso que te recuerdan al mes de abril justo después de una lluvia. Tiene una sonrisa amplia que te contagia cierta paz y su risa no desafina, apetece que la use y te invita con ella a hacer alguna que otra tontería para llegar a ella. Eva dice que el primer día de una cita no puede haber sexo, que el sexo es lo que buscan todos y, si se lo das a la primera de cambio, ya han encontrado lo suficiente como para no seguir buscando más allá de él. Eva tiene razón casi siempre, pero no cuenta con que yo no deseo que sigan buscando. Supongo que en realidad temo que al hacerlo encuentren algo que ni yo misma sepa que existía. Oscar se masturba a la misma vez que bucea. Sólo se detiene para coger aire. Es un pez que, si se lo sacas de ahí, se ahoga. Es aburrido, apenas pasa de las cosquillas. Mamá me diría que cerrara las piernas, Eva me diría que cerrara las piernas. Yo me recuesto un poco más por si en una de estas acierta y consigo correrme, incluso intento guiarlo cogiendo su cabeza para que el ritmo que baila su lengua sea exactamente lo que mi canción interna necesita. Pero es imposible. Y me pierdo en las manchas del techo, algunas parecen iniciales, e invento nombres con ellas. Y me acuerdo de Alex. Cuando Alex me comía el coño yo no pensaba en mi madre, ni en Eva, ni sabía que había manchas en el techo. El recuerdo de Alex me embriaga y siento que la humedad terca hasta ahora, se empieza a parecer un poco a la lluvia. Creo que lanzo un gemido, que consigue que él acelere el movimiento. Pero de repente se detiene. La nube de la lluvia se aleja mientras él se levanta torpemente del suelo y me mira como un niño mira a su madre después de haber roto un cristal. —Creo que me he corrido —dice. —¿Crees? —le pregunto irónicamente. —Bueno —balbucea un poco—, me he corrido pero si me das diez minutos —dice medio avergonzado. —No es necesario, no ha estado mal —le digo con cierta frialdad. —En serio, sólo diez minutos, podemos hacer otras cosas —sugiere. —¿Jugar al parchís, por ejemplo? —pregunto intentando suavizar su malestar. Él ríe, su risa es una estafa, de esas que prefieres abusar del silencio por si algo le hace gracia y le da por usarla. Pienso en Alex, mientras Oscar se viste. Pienso en hacer otras cosas con Alex. Distintas a las que hicimos, o las mismas donde nos equivocamos. Quiero que me folle, que se ponga encima y me diga lo puta que soy, que se coloque debajo y le demuestre que la puta es su madre. Quiero que entre y que se quede. Y que no se corra, que no se corra hasta que yo se lo diga. Y que se ría, que se ría todo el tiempo que no estamos follando, que follemos todo el tiempo que se esté riendo, que ni siquiera sepamos diferenciar la risa del sexo. Oscar se ha vestido. —¿Nos vemos mañana? Su pregunta más que una esperanza es un desafío. Eva suele decir que su súper poder favorito es hacerse invisible después de los orgasmos, mamá no hablaba de ello pero juraría que nunca tuvo uno. —Pues mañana —ahora la que balbucea soy yo—..., tengo un montón de cosas que hacer —le digo. —¿Pasado? —insiste Oscar. Cojo mi móvil de la mesita y busco a Alex en la agenda, entro en su WhatsApp, no ha cambiado la foto, pero sí su estado. Ya no pone la frase de Sabina: «No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió». Ahora tan sólo dice: «ENAMORADO», en mayúsculas, como un puto imbécil. —Sí, pasado mañana te llamo —le digo saliendo del paso con la misma elegancia con la que liga un portero de discoteca. Escribo «Hola» abriendo una conversación con Alex, pero sin darle a enviar. Y me quedo mirando la pantalla, pensando en lo bonito que sería coincidir en este mismo momento, en una palabra tan simple y a la vez tan necesaria. Oscar se despide, escucho la puerta cerrarse y suspiro levemente. Luego vuelvo a la pantalla y a su nombre. Y, sin pensarlo, borro el «hola» como una cobarde. La misma. La de siempre. Y cierro las piernas.
Ernesto Pérez Vallejo
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