Tumgik
elimond · 3 days
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Los trabajos artesanales son las cositas más hermosas que hay en el mundo. Se invierte tanto tiempo, dedicación y pasión que triplican su valor. 🥹
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elimond · 12 days
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Virgenes del Sol - Pura Alcantara de Byström
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elimond · 20 days
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Habita en mí el deseo
que esta vida mía
la que no deja el desprecio
a lo ostentoso y glorioso
de lo puro y artístico
me perdone no vivirla con intensidad.
El sentirme deliberadamente
aprisionada
a tu miserable soledad
de tus insensibles sombras
desdichadas caricias sin tacto
por hundirme y atarme
a la imaginaria silueta
cada vez que mi mente
reacciona a tu nombre.
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elimond · 20 days
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Hace un par de años, una editorial hizo una convocatoria de relatos cortos con el tema del calentamiento global o algo relacionado con ambientalismo. Y pues quise intentar hacer un relato de un día para otro, a pesar de que sabía que ni siquiera lo leerían, hoy lo encontré cuando intentaba recuperar mis escritos (que al final lo logré). El género era libre siempre y cuando se expusiera el tema elegido para la convocatoria, escogí terror y ciencia ficción, pero creo que terminó siendo un híbrido mal trecho.
En fin, dejo a continuación el relato al que titulé:
El último lugar seguro
Cuando desperté aún reinaba la oscuridad, fue el sonido sordo y agudo que se alejaba lo que me trajo a la tierra de los vivos que no sueñan. Me sentía aterrada, la puerta de la habitación en la que dormíamos estaba abierta. Estiré mi mano y sondeé a tientas la espesa oscuridad, la buscaba a ella: Erín. Su cuerpo cálido reposaba en forma de ovillo, podía sentir su respiración pausada en medio de ese extraño sonido proveniente de la calle. No podía verla, pero sabía que debía tener el rostro relajado, me habría gustado mirarlo por un instante; eso me tranquilizaba.
Con cuidado, salí debajo de las sábanas, no deseaba despertarla, no aún. Bajé descalza de la cama, el frío hizo que mis dientes castañearan más, temía que el sonido acelerado de mi corazón se escuchara hasta el pasillo. Como si pudiera esconder el miedo; cubrí mi pecho con ambas manos en un pobre intento por ocultar mis latidos.
La débil luz que luchaba con la densa oscuridad me ayudó a no tropezar en el camino hacia la puerta, no eran de más de cinco metros, pero en esta situación eso equivaldría a un kilómetro incierto. Por el pasillo se filtraba aun más la escasa luz de la luna que estaba por desaparecer, pasando mis manos por la fría pared, me apoyaba intentando no caer de la impresión. Sabía que los demás nos dejarían en cuanto nosotras durmiéramos. Algo de mí lo supo desde un inicio, era la causa por la que quería montar guardia.
Pisando, como si de cristales rotos se trataran, con suavidad y recelo me acerqué a las demás habitaciones: todo estaba vacío. Sentí rabia, siempre era lo mismo, huían de nosotras, no entendía cómo las personas creían que Erín y yo éramos mal ejemplo para sus pequeños. El mundo se estaba acabando, ¿qué más daban las creencias religiosas?
Miraba una pequeñita figura de lego cuando distinguí una sombra asomándose en el marco de la puerta, me paralicé, sentí como la temperatura de la habitación descendió al instante, cerré los ojos; así el miedo disminuiría, sentí a la sombra deslizarse por el piso, pasar por debajo de mis pies: ahogué un grito, cubrí mi rostro y lo presioné hasta casi asfixiarme, mi respiración era ruidosa y eso podría atraer su atención hacia mí. No tenía manera de saber si seguía en la habitación una vez abriera los ojos. Había escuchado historias que decían que les atraía la blancura de los ojos, y que detectaban a los demás en cuanto estos echaban un vistazo en busca de ellos. No pensaba arriesgarme, si tenía que quedarme de pie con las manos en mi rostro, ahí me quedaría hasta estar a salvo.
Nada parecía real, todo en cuanto a los últimos años era un abismo de incertidumbre para la humanidad. Primero nos preguntamos de dónde vinieron, luego por qué estaban aquí, parecía que nadie tenía la respuesta. Esos seres, a los que nombramos como «sombras» por ser indistinguibles, vinieron a consecuencia de nuestro descaro, algunos dicen que vienen de afuera: el espacio, otros, en cambio, creen que vienen del centro de la tierra. Mucha gente que vivía cerca de las faldas volcánicas dijeron que los vieron surgir del subsuelo cuando estallaron las bombas. «Tenemos la culpa de todo esto», dijo mamá cuando vio la noticia.
Nadie sabe aún qué son estas criaturas, si es que se pueden calificar como tal, nunca nadie les ha visto tan de cerca para después contarlo, nadie sabe si tienen rostro, ojos, boca o cuerpo, no conocemos en realidad cómo son; solo vemos algo como una oscuridad densa e indistinguible. Vienen de noche, pero no atacan a menos que abras los ojos, si duermes; no hacen más que quedarse junto a ti. Sabes que están allí, pero no puedes moverte del terror. De día, cuando la débil luz intenta filtrase, se esconden detrás de la oscuridad de algún mueble, estatua, edificio o cualquier figura que emita sombra tras de sí.
Sabes que están ahí porque la temperatura del lugar baja de manera brusca y extrema, sientes un terror mortal recorrer tu cuerpo, te paraliza y tienes miedo de respirar. Nadie sabe qué hacen con la gente que se llevan, solo desaparecen, es como si la oscuridad se tragara a las personas llevándoselas a otra dimensión. Al inicio, según cuentan, eran inofensivos, la gente solo los veía pasar por una esquina o cuando veían hacia algún lugar de reojo; parecía que algo se movía, no les temían porque creían que se trataba de algún reflejo o creían haber visto mal; pero, conforme pasaban los años, eso fue cambiando. La gente comenzó a temerles cuando las historias corrieron en todos los lugares, demasiadas coincidencias, no podía ser que dos personas creyeran haber visto a la misma sombra correr detrás de un mueble. Comenzaron a buscarlos, a tratar de entender este nuevo fenómeno, fue ahí cuando creyeron que se trataba de gente sombra como sucedió hace más de cien años con aquella ciudad del oriente, pero descartaron esa probabilidad cuando las estadísticas decían que nadie estuvo expuesto. Una buena parte de la gente que vivía en las montañas sobrevivió, de alguna u otra manera lo hicieron, y ellos negaron que se pudiera tratar de sus familiares porque nadie había muerto aún cuando aparecieron, es por eso que ya nadie cree que se pueda tratar de ellos.
Creen que comenzaron a atacar cuando los hicieron objetos de estudio y un grupo de investigadores casi atrapa a uno, corrió la voz de que esos pobres diablos desaparecieron en cuanto se acercaron con sus instrumentos, solo quedó un audio distorsionado de uno de ellos pidiendo ayuda. De ahí que el terror y la fobia hacia las sombras creció. Ahora dicen que es el miedo el que los llama; destruimos el planeta, ya no tendremos más hogar, no hemos visto el sol por décadas, tenemos los días contados y, encima, ya no tenemos derecho a sentir miedo; solo para alargar un día más que pronto acabará.
Sentía a la extraña criatura rondar por la habitación, no hacía ruido, de hecho; no emiten ningún sonido, tampoco pueden sentirse físicamente, solo esa sensación abrumadora, el miedo a desaparecer, el que nos invade cuando nos damos cuenta de su espeluznante presencia. Nunca antes nadie en este presente tuvo al tiempo a su favor, la mayoría deseaba alargarlo, extender un instante y adueñarse de él para siempre, pero no nos pertenecía, el tiempo nunca fue nuestro, hasta ese día. Pero eso lo obligaría a ser mi favor y tomaría ese instante hasta agotarlo, me anclaría en él para sobrevivir. Pronto amanecería y la nauseabunda mañana se establecería. Los días ya no eran como antes, no como lo recuerdo hace treinta años, el cielo azul, el día claro pero agotador, al menos era mejor ver el firmamento celeste y caluroso antes que ver uno gris con lluvia tóxica y un día de color seminaranja y fétido.
Pensaba en la sonrisa de Erín, en como su dentadura imperfecta la hacía aun más interesante, nos quedaba poco tiempo, pero así lo habíamos decidido. Me alentaba un poco saber que cuando todo pasara estaría otra vez en sus brazos, en cuanto la débil luz de la falsa mañana entrara por la casa correría hacia ella.
El miedo comenzaba a desaparecer, recobraba el ritmo natural de mi respiración, el frio seguía reinando, pero al menos la sensación de temor disminuía hasta que escuché unos pasos y su voz decir: «Lillith». De inmediato sentí como si un viento corrió por debajo de mí, era como si había estado ahí todo el tiempo, sabía que iba por ella. El horror volvió a invadirme, mi corazón latía con dolor, se la llevaría y tal vez sería mi culpa, debí quedarme a su lado en la cama. Estaba petrificada, rogándole a la vida que se diera cuenta de la situación y no intentara llamarme otra vez, pero lo hizo y esta vez sonó como un quejido. Mi corazón no podía resistir, tenía que obligarme a caminar, a toda costa tenía que ir por ella.
Con los ojos cerrados y mi cuerpo estremecido, avancé un paso, luego uno más, hasta salir de la habitación, esperaba que estuviera por ahí y se diera cuenta de mi presencia, comprendiera y guardara silencio. Continué avanzando poco a poco, en calma, sin hacer ruido; me preocupaba que ya no escuchaba ningún sonido, era mala señal. Mi mente pensó lo peor, sabía que se la llevaron en los instantes que trataba de decidir si ir por ella o no; la sombra debió llevársela. El mundo era una mierda, pero sin ella lo era más; así que, decidida a no continuar sin su compañía intenté abrir los ojos. Justo antes de hacerlo unas manos frías se posaron sobre mis hombros, creí que moriría. Volví a paralizarme, mis músculos se contraían y me sentía pesada. Fruncí mis ojos, tanto que dolían, comenzaba a llorar, «al menos me llevarán con Erín», dije en mi interior, pero de pronto un cálido abrazo me desconcertó. Unas manos frías y suaves, recorrían mi espalda, un mentón posó sobre mi hombro derecho. Tenía su cabello rozándome los labios, era ella, aún estaba conmigo. Sentía su corazón latiendo contra el mío —era una divina melodía—. No podía contener las lágrimas, ella lo sabía; no nos veíamos, pero nos conocíamos aun sin pronunciar una sola palabra. Me apretó contra su pecho, su cuerpo cálido lograba tranquilizarme. Nuestras respiraciones comenzaban a relajarse, estando juntas nada podía vencernos.
Logré mover mis brazos y la rodeé con cautela, todo parecía calmarse, pero sin previo aviso el corredor se hizo tan frío que creí que moriríamos congeladas; estaban ahí, las sombras aún seguían con nosotras. El terror nos invadía otra vez, nuestros cuerpos temblaban por igual, íbamos a morir abrazadas en ese lugar; pero al menos moriríamos juntas. Como si ambas supiéramos el fatal destino, sin abrir los ojos, unimos nuestras bocas, si íbamos a desaparecer lo haríamos recordando a qué sabían nuestros labios.
El dolor que el terror provocaba en nuestros corazones no disminuía, algo me decía que ella también pensaba lo mismo: abriríamos los ojos. Inhalé y conté hasta tres, necesitaba ver su rostro antes de desaparecer, llegó el tres y con dolor los abrí.
Una luz iluminó todo el pasillo y justo detrás de su cabeza una sombra indistinguible desapareció. La energía había vuelto. Nos miramos en silencio, ambas teníamos el rostro empapado en lágrimas. La luz que se filtraba por las ventanas de cristal nos susurraba que debíamos apresurarnos.
«Es hora de irnos», me dijo en un susurro. Nos dimos prisa antes de que la energía volviera a irse, recogimos todas nuestras cosas y salimos del lugar.
Tomadas de la mano caminamos por la carretera vacía con la esperanza de encontrar algún coche con batería suficiente. Estábamos a diez días de nuestro destino, pero cada día parecía un año.
Miré a Erín, su nariz sangraba, nos detuvimos un momento en un abandonado supermercado para hacernos de algunas cosas. Esperábamos que no estuviera sitiado por vándalos. Por fortuna, estaba vacío. Erín y yo intentamos vivir una vida tranquila, no salíamos de casa, aun usábamos los trajes, pero el caos llegó a nosotras cuando ella enfermó, no había medicina que la curara; y pronto yo también enfermé.
«Si vamos a morir que no sea respirando plástico», ese fue su argumento para dejar de usar el traje. La mayoría comenzó a desplazarse hacia los lugares donde deseaban morir, era como si en silencio todos supiéramos que debíamos movernos, los caminantes se hicieron algo común a lo largo de los años. Formábamos grupos de destino y así nos asegurábamos de que nadie fuera arrastrado por las sombras. Montábamos guardia por la noche, dos personas debían quedarse a fuera del lugar en caso de que los antisociales apareciesen, lo terrible era la energía; si se iba, nadie estaba a salvo. Es por eso que cuando pasaba, quien cuidaba cerraba los ojos hasta el amanecer. Aún no sabemos qué es lo que provoca que nos ataquen.
El grupo con el que estábamos era de cinco personas, un matrimonio con un par de milagros; o sea, dos infantes de seis y diez años, la figura del lego que estaba por recoger les pertenecía. También estaba un chico de unos treinta y algo, él seguramente nació después del enfriamiento. Era inevitable que la humanidad se siguiera reproduciendo. Todos nos dirigíamos hacia el mismo destino, Toulouse, decidimos ir ahí porque sabíamos que más allá de Francia no podríamos llegar, el tiempo no siempre jugaba a nuestro favor.
—¿Crees que nos abandonaron? —le pregunté mientras limpiaba su rostro.
—¿Revisaste la habitación? —preguntó insegura.
—No estaban ni sus cosas.
—¿Estás segura?, porque no creo que hayan podido marcharse por la noche.
—Tengo mis dudas, ¿crees que esas criaturas sean capaces de dejar los únicos juguetes que poseen?
No respondió, solo me veía pensativa mientras continuaba limpiando su nariz. Tomamos algunas cosas para el camino, otro milagro era encontrar comida, sintética, pero era comida. La lluvia comenzaba a caer. Corrimos hacia un coche abandonado para refugiarnos, mirábamos las gotas amarillentas deslizarse en el parabrisas: «¿a dónde la llevo, preciosidad?», preguntó mientras simulaba conducir. Le di un beso y acaricié su rostro, amaba su actitud, no se dejaba vencer por nada, por eso siguió caminando hasta encontrarme. Recordé los videos de mamá, ella tenía muchos de los días lluviosos, ¡qué valiosos recuerdos grabados!, esa lluvia parecía que nunca existió en este mundo, era cristalina, como si hubiese pertenecido a un planeta puro e inmarcesible, me resulta poco creíble que este haya sido capaz de producir nubes grises con gotas transparentes, capaz de producir los arcoíris que mamá dijo que salían después de una tormenta. ¡Qué hermoso habrá sido ver todos los colores juntos siendo uno mismo!, ver que la naturaleza podía juntarlos y que todos fueran igual de hermosos, igual de valiosos, igual de necesarios.
La lluvia se detuvo al cabo de dos horas, salimos del coche y continuamos con nuestro camino. El aire era denso como si pudiera tocarlo y atraparlo. Respirar era amargo, como si miles de partículas rompieran las fosas nasales. Eso dificultaba un poco nuestra aventura, teníamos que detenernos a descansar cada hora, llevábamos un tanque de oxígeno que recargábamos cada diez kilómetros. Hace cincuenta años que comenzaron a crear las estaciones de oxígeno, pero fue en vano; la tierra ya no nos quería más como inquilinos, de nada nos servía si lo demás se extinguía irremediablemente. Las fábricas decían que no íbamos a necesitar siempre de los árboles porque lo único que necesitábamos era respirar. Sí, continuamos respirando; en un clima hostil, sin vida, sin lluvia clara, sin arcoíris. Respiramos un aire que ya no existe más, debajo de un sol que ya no nos ilumina, a través de las consecuencias de quienes no quisieron oír.
—Si hubieras nacido un par de siglos atrás, ¿qué habrías hecho para detener esto?
—¿Continúas pensando en eso?
No le gustaba hablar de ello, nunca respondía cuando le preguntaba lo mismo, supongo que para ella era mejor olvidar en lugar de salir y hacer algo; antes nos quedábamos en casa viendo a la pantalla, disfrutando del movimiento de un bonsái electrónico o del café sintético, jugando que íbamos de pesca con la realidad virtual, viendo los encabezados de la gente que fue arrestada por decir la verdad: íbamos a acabar con lo último que nos quedaba, no teníamos la culpa de tratar de vivir mientras el tiempo —que siempre nos deja atrás— se iba. Tal vez teníamos la culpa de existir, o solo la teníamos por no saber cómo vivir. Quizá Erín tenía razón: mejor no pensar en eso, aunque, ¿no fue así como llegamos a este punto?
La noche nos alcanzó, volvimos a refugiarnos en un coche, deslizamos los asientos delanteros y nos escondimos en el piso de los traseros. Permaneceríamos acurrucadas en la misma posición hasta que el día asfixiante regresara. No sería como en la casa con sus paredes térmicas, estaríamos a la intemperie bajo el frío mortífero, con la duda de si las sombras nos encontrarían, esperábamos que nuestros abrigos —unos debajo del otro— nos calentaran lo suficiente hasta el amanecer. Mientras descansábamos escuchamos ese ruido extraño que hacía la noche, se creen que son las sombras que lo emiten, hay quienes creen que es la tierra, yo creo que son nuestros propios demonios que nos asaltan cuando el mundo intenta descansar.
Tenía que abrazarla para poder dormir, y recordar las fotos de mamá en medio de los últimos paisajes que quedaban antes de desaparecer por completo, solo así lograba conciliar el sueño y no tener pesadillas. Soñé con un campo de amapolas, siempre me inundaba del aroma de Erín para imaginar cómo debieron oler, nadie ha tenido la suerte de olfatear siquiera una flor silvestre.
Despertamos por un extraño estruendo, una tormenta ígnea se acercaba, nos asomamos para verla un momento, pese a ser algo negativo, esos eventos no dejaban de tener su magia. En nuestras miradas resplandecían los destellos rojos y amarillentos, las descargas de energía formando lo que parecían raíces dispersas, nos maravillábamos con el único espectáculo que la naturaleza podía producir cuando frente a nosotras pasó un sin número de sombras, nos agachamos de inmediato, desde el piso del coche las veíamos pasar como si huyeran de la tormenta. Era la única vez que podíamos verlas sin cerrar los ojos.
La noche terminó junto a la tormenta. Avanzamos hasta quedar exhaustas, cerca de nuestro destino encontramos una bicicleta antigua, la gente ya casi no las usaba, era extraño encontrarlas. Llegamos al cabo de dos días a Toulouse, diría que lo hicimos casi a tiempo. Erín ya comenzaba a vomitar sangre, pronto me le sumaría. A lo lejos podíamos ver una especie de destello, como un lugar iluminado, decidimos acercarnos. Al llegar nos dimos cuenta que era una casa llena de espejos con varios reflectores, un joven estaba en la entrada, le hablamos, pero no nos respondió, solo nos sonrió, se levantó; y nos dio un abrazo. Se separó y nos hizo un par de señas con sus manos.
—Dice que ya están a salvo. —Una mujer mayor salió de la casa.
—¿Cómo supo si…?
—Si no ve ni oye. Porque sintió, no necesitamos ver a los demás, sino sentirlos.
—¿Qué es aquí? —preguntó Erín.
—El último lugar seguro.
La anciana nos hizo pasar, dentro encontramos más personas, era un refugio. Los espejos y reflectores eran para espantar a las sombras, incluso si se iba la energía no se acercaban ya al lugar, no entendían por qué; pero agradecían que así fuese. Detrás de la casa había un solar desierto, algunos infantes jugaban, aquello no parecía real, me daba una sensación de estar soñando; y si así era, no quería despertar. «Si cantas verás que no es un sueño», dijo Erín como adivinando mis pensamientos. «Canta la canción que cantaba tu madre, por favor», suplicó con su tierna mirada.
Atendí a su petición.
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