Tumgik
doblejuan · 3 years
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Se trata de compartir, no de competir
Sin pretender haber estado exento de usarlas alguna vez pero sí como alguien que definitivamente trata a toda costa de ya no hacerlo, comienzo a escribir para dar a conocer mis ideas sobre por qué creo que las palabras como “mejor, peor, toca bien, toca mal” no deberían ser utilizadas para describir o referirse a cosas que tengan que ver con la música y/o el arte en general. A decir verdad, la mayoría de las veces creo que deberían ser excluidas casi de cualquier intento por categorizar algo.
“La música es un arte para compartir, no un deporte para competir” es una frase que desde la primera vez que la leí resonó de manera muy positiva en mí. A pesar de, como escribí al principio, sí haber caído en el error de hablar de “la mejor banda de rock”, “el mejor solo de guitarra”, “los peores discos de tal o cual banda” y muchas más cosas por el estilo, una parte de mí siempre tuvo muy claro algo que me terminó por confirmar esa frase: no hay manera de medir si una expresión artística es mejor o peor que otra, si un exponente hace las cosas mejor o peor que otro. Como bien sabemos, el arte es subjetivo, por lo que únicamente se trata de si te gusta o no.
Para evitar caer en una sobresimplificación intentaré elaborar sobre eso que creo y por qué lo creo así.
El primer ejemplo que se me viene a la mente desde mi bagaje personal es la música de concierto, popularmente mal llamada música clásica. Fuera de que entiendo las virtudes de Bach, Mozart, Chopin y demás exponentes, nunca he logrado conectar con ella. He intentado hacerlo de varias maneras pero el resultado es siempre más o  menos el mismo, me “aburre” rápido, “no la entiendo”, “no me atrapa” o cosas por el estilo. Esto no quiere decir que yo vaya por la vida diciendo que la música clásica es una porquería, quiere decir simplemente que ese tipo de música no es para mí, y eso está bien.
Antes de seguir por el camino de las cosas que no son para mí o para alguien más de la forma en que planeaba hacerlo, abriré una especie de paréntesis para tocar un punto que me imagino a alguien le vino a la mente con ese primer ejemplo de música que no es para mí.
¿Qué hay del reggaetón? Seguramente alguien me preguntaría, tal vez hasta afirmando que yo alguna vez lo llamé mierda o algún término aún más despectivo que sólo música mala. Música buena o mala siendo otra de las acepciones que no me parece que haya quien tenga la virtud de hacer pues sigue siendo sólo una opinión sustentada sobre bases subjetivas.
Y sí, por supuesto que alguna vez llamé mierda o basura al reggaetón, pero habiéndome dado cuenta de precisamente las ideas que componen este texto es que dejé de hacerlo. Sostengo que no me gusta y tengo razones de sobra para que así sea, pero sólo eso, a mí no me gusta y hay gente a la que sí, y eso también está bien.
Ahora sí, volviendo al sendero de la música que es o no para mí y al pensar en escribirlo me remití a esa etapa de mi vida en la que no existía más que el rock. Todo era Nirvana, Pearl Jam, Red Hot Chili Peppers, Stone Tmeple pilots y demás bandas de los 90s; obviamente acompañadas de Led Zeppelin, Pink Floyd, The Doors y demás bandas clásicas que no puedes dejar de oír si disfrutas el género.
Era en esa época, cuando tenía algo así como 17 o 18 años, que yo no podía comprender que hubiera gente que no amara escuchar esas bandas y que por más que yo insistiera no acabara por encontrar lo maravillosas que eran. No asimilaba el hecho de que hubiera a quienes inclusive les disgustara que yo las escuchara.
Después de pasar por desaguisados inclusive con gente que gustaba del mismo tipo de música que yo, pero gustaba más de artistas o bandas que no entraban en mi top fue que empecé a cuestionarme el tema de este texto. Las discusiones siempre se iban hacia cosas como: Gilmour es mejor que Van Halen o Hendrix toca mejor que Jack White, con lo cual fue que empecé mi peregrinar por los caminos de entender que sólo se trata de lo que te gusta más o lo que te gusta menos, pues es imposible presentar datos cuantificables o evidencia irrefutable de que las cosas eran, o no, como la otra persona o yo las poníamos en estos ejemplos.
Dejé de decir que un músico era mejor que otro, dejé de comparar, dejé de creer que yo tocaba mejor o peor que cualquier otra persona y dejé de asimilar la música, y el arte en general, como una competencia.
Actualmente me intriga genuinamente por qué a tanta gente de generaciones más jóvenes que la mía les gusta tanto el reggaetón, lo cual trato de preguntarles en serio y de manera nada ofensiva pero hasta hoy no he obtenido una respuesta que me deje clara la razón.
Es porque he aprendido que todo son gustos y nada más (y también porque alguna vez me enfrasqué en discusiones sobre cómo yo creía que era imposible decidir si el Dark Side of the Moon era mejor que el David de Miguel Ángel, por supuesto basándome en la premisa de este texto, las cuales hicieron que perdiera o al menos tuviera otro tipo de relación con gente que aprecio) que ya me es muy difícil concebir cuando alguien habla de “los 10 mejores guitarristas”, “las 100 mejores canciones” o cosas por el estilo.
Habrá quien piense que nos podemos basar en cosas como los charts de Billboard o los premios Grammy, pero esos son hasta cierto punto únicamente concursos de popularidad. No porque Taylor Swift haya tenido infinidad de sencillos número uno quiere decir que esas canciones sean mejores que las de alguien que no ha alcanzado ese puesto, simplemente son más consumidas y populares, jamás se va a poder hablar directamente de mejor o peor.
La inspiración que alguien que hace música recibe del trabajo de otra persona que también la hace es incuantificable y sobre todo algo tan puro que no hay necesidad de ensuciarlo con cualquier tipo de competencia.
Abracen el hecho de la diversidad de gustos y opiniones, de maneras de disfrutar las cosas y de ser capaces de sentir cosas completamente distintas con la misma manifestación artística. Siempre se trata de conectar y compitiendo o poniendo a competir es la peor manera de conseguir esa unión.
Así que recuerden, la música es un arte para compartir, no un deporte para competir.
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doblejuan · 3 years
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John Mayer, Sob Rock y saber decir adiós
Es habiendo pasado ya unas buenas tres semanas desde que salió que decido sentarme a escribir sobre Sob Rock, el nuevo álbum de John Mayer.
Mayer, siendo uno de mis guitarristas, compositores, cantantes y artistas favoritos siempre ha tenido y tendrá un lugar en cualquier lista que yo haga sobre gente que ha influenciado lo que hago, pero es después de la salida de este disco que me pregunto si siempre lo será él como individuo que a la vez es un todo o solamente un periodo de lo que ha hecho en su carrera tendrá lugar en esas menciones.
Desde aquel 2007 donde lo descubrí gracias un video del Crossroads Guitar Festival organizado por Eric Clapton que uno de mis profesores favoritos nos puso me quedé enganchado. Al principio, como solía hacer con todo, traté de encontrarle puntos débiles o cosas que criticar pero, me impactó de manera tan grata que, lo único que atiné a decir cuando el profe preguntó si alguien tenía una opinión sobre lo que acabábamos de escuchar fue “se nota que le gusta Pink Floyd”, queriendo señalar que trataba de ser algún tipo de copia de David Gilmour. Sin yo saberlo, lo que realmente estaba procesando mi cabeza es que acababa de escuchar a un guitarrista que me remitía a algo tan grande como Gilmour sin pretender directamente serlo. Lo que ayudó a acentuar su majestuosa manera de tocar es que la canción que sonó en el video fue Gravity.
Me quedé tan intrigado por este tal John Mayer que poco tiempo después comencé a buscar su música. En aquel entonces todavía funcionaban los blogs desde donde se podía descargar música y tuve la maravillosa fortuna de que lo único que encontré en uno fue el Where the light is, un concierto en el Nokia Theatre de los Angeles en el que Mayer se da el lujo de presentar sus tres encarnaciones como artista: el show lo abre él en solitario con su guitarra acústica (terminando el pequeño set acompañado por David Ryan Harris y Robbie McCintosh también en las guitarras acústicas para interpretar un magistral cover de Free Falling de Tom Petty). El segundo acto es el John Mayer Trio, junto a Steve Jordan y Pino Palladino, con quienes interpreta sus temas de veta más bluesera, mientras que el acto principal es John Mayer con su enorme banda pop, la que toca todos los éxitos.
Fue al oír por primera vez este concierto que entendí algunas cosas. La primera, no habría podido encontrar mejor manera de introducirme al mundo de John Mayer. Conocí al mismo tiempo su maestría en la guitarra acústica, que su increíble manera de interpretar con la voz, que su inigualable destreza como guitarrista eléctrico y su peso como artista en general. La segunda fue que aquella reminiscencia a David Gilmour venía de un lugar completamente inesperado. Venía de que Mayer era un desvergonzado fan de Stevie Ray Vaughan, Eric Clapton, BB King, Jimi Hendrix y demás héroes de la guitarra que en su momento también habían tenido influencia sobre el corazón de Pink Floyd.
Fue así que lo conocí y empezó mi devoción hacia él. Todos esos que enlisté, sumados a John Frusciante, Mike McCready, Jimmy Page y Jonny Greenwood eran mis más grandes referentes, pero acababa de llegar, para reclamar un lugar sumamente especial en mis listas, un tipo que no parecía pertenecer a la misma galaxia que ellos. Y no lo parecía en sentido negativo y positivo. Era más conocido por ser un acto deliberadamente pop que por ser un héroe de la guitarra pero la a la vez era la condensación de muchas de las cosas que yo quería ser como guitarrista.
Después conocí el que considero su trabajo más influyente, el Continuum. Ese es un disco que será referente de muchas cosas por mucho tiempo para mí. El concepto, la producción, la historia detrás del disco y el proceso creativo, el peso específico que hasta el día de hoy tienen temas como Slow dancing in a burning room, Vultures o la ya mencionada Gravity hacen que ese álbum encumbre a Mayer como compositor y como guitarrista.
Amé el que él mismo señala como su “love letter to the electric guitar” el Heavier Things, su segundo álbum de estudio, mientras que sólo las priemras seis canciones del Room for squares me maravillaron, ese disco no me encanta.
Fue ahí donde me emparejé con como venía su carrera y empecé a escuchar los discos como iban saliendo. Lo primero que me tocó descubrir nuevo fue el Battle Studies.
Para ese entonces yo ya estaba metido hasta el cuello en todo lo que era John Mayer, inclusive había visto por pedazos (y en muy mala calidad) pues youtube todavía no era lo que es hoy, una clínica que dio en berklee (universidad a la que asistió por un año) y con eso pude tener una pequeña ventana directa a lo que era él como artista.
Temas como Assassin, Perfectly lonely, Friends, lovers or nothing y All we ever do is say goodbaye hicieron que amara esta nueva dirección en la que el oriundo de Fairfield estaba llevando su música.
El verdadero reto vino con el disco siguiente, el Born and Raised, el cual sí era realmente un giro de 180 grados en su carrera. Un estilo más campirano, mucho más recargado hacia lo que hacían Crosby, Stills, Nash and Young o The Grateful Dead no fue demasiado bien recibido por una gran parte de su público. En mi caso particular no fue así, yo seguía amando todo lo que era producido por Mayer.
Vino su descanso forzado por los problemas que tuvo en la voz y el disco que surgió después de eso, el Paradise Valey, es de muchas maneras sólo una continuación del trabajo anterior. Esto en cuanto al estilo general del disco.
Fue con este material que inclusive recibí comentarios, de gente a la que le recomendaba que lo escuchara con más atención para poder apreciarlo, como “no tiene solos de guitarra”, “abusa de la acústica” “ya siempre hace lo mismo”, “no me gusta su nueva faceta de pseudo Bob Dylan”. Lo cual debo confesar que en algún momento sí me hizo cuestionarme si sólo me seguía gustando por el hecho de ser un disco de John Mayer.
Mis dudas sobre si seguía siendo tan fan crecieron con New Light, canción que sacó como sencillo hace más de dos años y ahora, decepcionantemente, incluye en el Sob Rock. Decepcionantemente me refiero a que siendo un tema que tiene ya tanto tiempo de haber salido no sé si era necesario hacerlo parte de esta nueva producción. La canción me gusta, y ese último hook es de lo mejor que le he oído a Mayer, pero ya no era la misma emoción que cuando sacó por partes The search for everything y descubrí por primera vez temas como Helpless o Moving on and getting over.
The search for everything salió antes que New Light y a pesar de ser un muy buen trabajo ya sentía esas dudas que se materializaron con el sencillo producido por Mayer junto con No ID.
Cuando comenzó a unirse a la nueva manera de sacar música (por sencillos en lugar de todo un disco completo) fue cuando yo ya luchaba por no dejar de ser el fan que siempre había sido pero esa pelea ya la tenía prácticamente perdida.
I guess I just feel like y Carry me away  me hacían pensar que yo ya no formaba parte del demográfico para el que estaba encaminado lo que más recientemente hacía mi guitarrista favorito.
Tal vez su concepto no estaba envejeciendo de una manera que conectara conmigo o yo ya estaba yendo en otra dirección.
Estos temas que recién menciono, al igual que New light, vienen incluidos en el Sob Rock, algo que en mi opinión, es el primer error que no me permite ya conectar con el más reciente trabajo.
Siento que esa cuestión de “rellenar” el disco con temas que ya tienen tiempo de haber sido lanzados está sólo en función de querer sacar un material con la música que recién compuso pero no haber logrado tener cantidad suficiente para hacerlo.
Siendo eso algo que ya no me permite compaginar con esta nueva entrega.
Otra cosa que me salta mucho es esto que yo entiendo como una necesidad casi sobrehumana de ahora sí ser parte de una moda con la que John sí se identifica: los años 80. Fan declarado del hair metal, de esa etapa de Clapton y de mucha de la música pop de la época, Mayer ve aquí una oportunidad de por fin poder explotar el estilo que invade todo lo que tenga que ver con música durante nuestros días. Si bien él siempre ha buscado deliberadamente emular canciones específicas o estilos particulares, aquello se había regido constantemente por la premisa de hacerlo a cosas que él escogiera por convicción y gusto personal; ya fuera Marvin Gaye, los Yardbirds, SRV, Clapton,  U2, Neil Young, Stevie Wonder o hasta Micahel Jackson, la idea principal era retomar un sonido que él necesitaba recrear por una urgencia de que fuera conocido por nuevas generaciones. El día de hoy puede que se esté basando en lo mismo y solo se trate de una coincidencia con la moda actual pero, es la oportunidad que encontró en esa coincidencia que siento como si le hubiera jugado en contra para terminar sobre haciendo lo que planeó con estos temas.
Me suenan demasiado armados, demasiado pensados, demasiado estructurados sobre ese patrón que “debían” seguir para cumplir con la encomienda de sonar a los 80s.
Dicho por él mismo en una entrevista reciente, son canciones pensadas y hechas para crearte reminiscencia a algo que ya conoces pero que realmente no existe. Idea la cual en sí misma me parece de lo más interesante pero a la vez siento que también le juega en contra, pues cae en el absurdo de terminar escribiendo las canciones como las hubiera escrito un artista de aquella época; o sea, no se sienten escritas por John Mayer.
Eso último queda muy de manifiesto cuando tras un par de  esas canciones aparece Shouldn’t matter but it does, que es una muestra de lo que realmente es y sigue siendo John Mayer, de cuál es su verdadera voz y, desgraciadamente, de cuál es la voz de la que tanto se quiere alejar ya. No es ni por mucho una de sus mejores canciones pero sirve para mostrar esa cara verdadera de John, logrando solamente quitarle aún más peso a esos temas en los que él tanto se esforzó por ser fiel a los 80s. Tan fiel que invitó a Greg Phillinganes, tecladista y director musical de Michael Jackson, para participar en la grabación de los temas y en su banda en vivo.
Ya en un punto más técnico y dirigido no únicamente a gente que hace música o específicamente guitarristas pero que les será más fácil comprenderlo si lo son, está este también deliberado statement que trata de hacer todo el tiempo hasta caer en el abuso de tocar melodías basadas en escalas menores sobre progresiones de acordes homónimos mayores. Entiendo que quiere dejar claro que ese es su estilo pero de verdad no lo soporto, no puedo encontrar lo maravilloso en querer hacerlo así y sobre todo querer hacerlo siempre.
No estoy tratando de decir que el Sob Rock es un disco malo, aún cuando en algún momento haya expresado la frase “me alegra mucho que este sea el disco que le salió de la cuarentena” refiriéndome a que retrata el momento tan complejo que tanto él como todo el mundo hemos estado viviendo, y debido a eso concibió un disco que en ciertos aspectos crea más incertidumbres que certezas.
A donde dolorosamente quiero llegar es al punto en el que contaré cómo es que la más grande enseñanza que me ha dejado el tratar de digerir este álbum es la de que siempre llega un momento en el que se debe decir adiós. Yo hoy le digo adiós a mi emoción por un trabajo nuevo de Mayer, a esa parte de mi como músico que todo el mundo relaciona directamente con mi afición por él y a muchas otras cosas que engloban el ya conscientemente declarar que alguna vez fui muy fan de John Mayer, cosa que, al menos eso pareciera por ahora, ya no soy.
Si les gusta el disco disfrútenlo, si no, ahí está el trabajo hecho anteriormente para recordar qué fue lo que nos atrapó de él.
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doblejuan · 3 years
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Música y olimpismo
Después de casi treinta años exactos a la fecha de haber visto por primera vez cómo se encendía lo que conocí en ese momento como un pebetero olímpico es que vengo a entender todo a lo que se refieren cuando se habla de que en estas justas compites contra ti mismo. Ahora comprendo  lo que significa que estás ahí para superar tus propias marcas y para mejorar lo que hiciste en otros eventos; lo de participar por un lugar dentro de toda esa magia e historia que envuelve a los juegos olímpicos.
Vine a entenderlo durante los que se están llevando a cabo en Tokyo, ya que por todo lo que me y nos ha tocado vivir en este último año y medio empecé a ver las cosas en general muy distintas, pasando por el proceso de aprender a enfocarme en lo importante y soltar lo que no me suma.
En estos días me quedó todo aún más claro cuando Mutaz Essa Barshim de Qatar y Gianmarco Tamberi de Italia, ambos saltadores de altura, decidieron compartir la medalla de oro cuando el juez se acercó a ambos para comunicarles que podían hacer un jump off y así determinar quién de los dos se la llevaría. Durante la transmisión en vivo se escuchó claramente cómo uno de los competidores preguntó si podía haber dos oros, y en cuanto el juez dijo que sí ni siquiera lo dudaron, decidieron pararse uno al lado del otro en el lugar más alto del podio y así llegar al punto en el que querían estar: el punto en el que su esfuerzo valía una medalla de oro.
Por eso es que ahora entiendo que no se trata de una competencia para ser mejor que quienes no están en ese lugar, ni tampoco se trata de “yo llego en primer lugar y después quienes lleguen son inferiores, se trata de “mi esfuerzo vale una medalla de oro”, el esfuerzo máximo de otra persona vale una medalla de plata, el de otra una medalla de bronce, el de otra un histórico cuarto lugar, el de otra la mejor marca de su país, su mejor marca personal, eso es lo que vale el esfuerzo de cada quien y eso es lo que realmente importa. No por estar en séptimo o en primero eres mejor o peor.
A eso se refieren cuando dicen que compites contra ti mismo y tus marcas, contra el esfuerzo que hiciste en la justa de cuatro años atrás o al esfuerzo que hiciste año con año para mejorar. Por eso es tan valioso todo eso en lo que el espíritu del olimpismo se sustenta. Esos valores que promueven.
Entendiendo todo esto es cuando, siendo un músico que a su vez  es un ferviente consumidor de deportes, puedo por fin encontrar un terreno en el que esa estúpida competitividad que se le implanta a los deportes por razones equivocadas y que va tan en contra de mis valores como artista queda del lado y olvidada. Enterrada bajo una hermosa montaña de enseñanzas y valores que la justa más maravillosa del deporte termina por compartir con lo que yo entiendo como arte.
Entendí también que cuando son deportes de conjunto que tienen ligas profesionales como el futbol, el basketball o el beseball, por eso son “invitados” al as justas, porque es una manera distinta de encarar los enfrentamientos. Quienes forman parte de las escuadras olímpicas de estos deportes también se llenan de ese espíritu de hermandad y se olvidan de marcas, patrocinadores, posiciones en la tabla, etc y encaran la justa con la mentalidad del olimpismo. De ahí que para esos deportes e use tanto el término “enfrentamiento” porque estás de frente a la persona con quien compites.
Es por eso que bajo esta nueva óptica pensaba en ejemplos como la alberca o las pruebas pista y fondo donde es maravilloso ver la unión entre quienes participan porque no están “enfrentándose”, no están de frente para así ver quien sale con la victoria. La consigna no es “te voy a derrotar” es vamos a saltar al agua o vamos a salir a la pista y a quien su esfuerzo le alcance para llegar primero es quien se llevará el oro pero también segundo y tercero tendrán medalla, los lugares posteriores podrían romper su marcas personales o de sus países, y todo es igual de valioso. Esto es lo que termina por medir el esfuerzo de cada quien con el resultado de cada quien.
Los cien metros planos son emocionantes porque se corren en conjunto y se ve increíble, pero, si la situación fuera “para obtener medalla tienes que bajar de cierto tiempo” y se compitiera individualmente de igual manera funcionaría, el tratar de pasar una marca lo que te va a permitir subir al podio o calificar y haría aún más evidente que estás compitiendo contra tus propias marcas y que es tu esfuerzo el que te recompensará, que no es el hecho de derrotar a quienes están compitiendo lo que te dará el derecho a ganar.
El día que escribo esto se da otra situación que ejemplifica y aclara aún más mi punto. En la final de lanzamiento de disco para mujeres los lugares por medalla estaban ya definidos faltando aún dos lanzamientos por competidora, pero aun así todas siguieron lanzando. Algunas buscando cambiar ese orden, adelantar posiciones o terminar con su mejor marca personal posible. Llegado el último lanzamiento de Valarie Allman, representante de los Estados Unidos, quien antes de hacerlo ya tenía asegurado el oro decidió, en el mejor ejemplo de todo lo que escribo, todavía tomarlo, pues aun cuando ya estaba en primera posición buscaba mejorar su marca personal. Lo que había hecho hasta el momento le era suficiente para “derrotar” a las otras participantes, pero precisamente en el espíritu de “no estoy compitiendo para derrotar a quienes están aquí en este momento preciso” fue que decidió tomar su último lanzamiento.
Para resumirlo, si en una competencia, toda la gente que participa llega o termina en primer lugar, recibiría medalla de oro, así de sencillo.
Es en estos ejemplos donde encuentro enormes similitudes entre el olimpismo, junto con los valores que promueve, y la música.
Porque ahora, tocando ejemplos del lado de la música, está el de cuando Paul McCartney leyó una reseña donde el escritor aseguraba que I can see for miles de The who era la canción más pesada que había escuchado, lo que llevó al todavía Beatle por aquel entonces “pero, ¿cómo, ahí ya se acaba todo lo que se puede hacer con una canción en términos de eso?” decidiendo entonces que él escribiría una canción aun más pesada. El resultado fue nada más y nada menos Helter Skelter del White Album (con las ampollas en las manos de Ringo incluidas).
Es con esto que puedo ejemplificar de lo que hablo. McCartney no decidió que competiría con Pete Townshend y compañía por ver quien tenía la canción más pesada, fue más bien el que existiera esa canción lo que sirvió para inspirarlo a crear algo que pasara sus propios límites, que lo hiciera a él ir más allá. Ambas canciones existen y ambas son grandiosas; ambas son el pináculo de los esfuerzos de las dos bandas hasta ese momento, no se trataba de ser mejor, se trataba de seguir superando lo que cada agrupación venía haciendo.
En cosas así es donde convergen estas dos cosas de las que hablo. El formar parte de un todo que va más allá de lo individual a través de superar los propios esfuerzos.
Tanto en este ejemplo musical como en los de las justas olímpicas el que quienes están implicados fuercen a quien está al lado a dar lo mejor de sí a través de hacer lo mismo termina entendiéndose como lo que quiero exponer.
Dar mi mayor esfuerzo por el respeto que te tengo nos llevará a crecer.
Es por esto que podemos ver escenas  de abrazos, felicitaciones, muestras de aliento y consuelo en la alberca, en la pista, en el skateboard, que hizo su debut en Tokyo, sin importar nacionalidades o posiciones en el evento. Es ese sentido de unidad lo que le da sentido a muchas cosas.
En la música siento que pasa igual, en este ejemplo que puse pasó que en algún momento McCartney celebró la creación de Townshend lo llevó a él a escribir algo grandioso, siendo sabido también que Pete estuvo orgulloso de haber creado algo que inspirara de tal manera los Beatles.
Ahí es donde reside el reconocimiento no de tú eres mejor o yo soy mejor, si no el de “qué maravilla logramos sacarnos el uno al otro”.
Otro gran ejemplo de esto sucedió entre guitarristas. Aquella infame historia de cuando “Hendrix mató a Dios”.
Una de las condiciones que Jimi Hendrix le puso a Chas Chandler para irse con él a Inglaterra y desde ahí empezar a lanzar su carrera con The Jimi Hendrix Experience fue que, al llegar lo primero que quería hacer era “to jam with Clapton” eso quiere decir en términos coloquiales del español “echarse un palomazo con Clapton”, así que el manager tenía la titánica tarea de conseguirle esa sesión a Jimi con el guitarrista más laureado de la época.
Clapton, ya habiendo pasado por los Yardbirds y los Blues Breakers de John Mayall, estaba formando el súper grupo Cream con Ginger Baker en la batería y Jack Bruce en el bajo y la voz, además de ya haber alcanzado el hasta cierto punto infame estatus de Dios, después de que a sus 18 años (tan solo un par después de haber empezado a tocar la guitarra) aparecieran aquellos grafitis callejeros en los que se leía “Clapton is God” mientras él formaba parte de The Yardbirds.
Es en 1967 que Hendrix, guitarra en mano, llega a Londres y se mete hasta el backastage de un show de Cream con el firme propósito de subirse a tocar con ellos. Los tres integrantes de la banda, siendo quienes eran no entendían la arrogante valentía con la que un jovencito de no más de 24 años ponía sobre la mesa que estaba ahí para tocar al lado de su más grande ídolo, Eric Clapton.
Tras la insistencia de Hendrix y a pesar de la resistencia de Clapton, el palomazo se concretó. Sobre el escenario el zurdo le preguntó al trío, ¿se saben Killing Floor?” canción que a pesar de ser de un exponente del blues tan reconocido como Howlin’ Wolf no les resultaba tan familiar. Ante la falta de respuesta Hendrix añadió “c’mon, you´re bluesmen, you must know it” (vamos, son hombres que tocan blues, se la deben saber). Inmediatamente después de eso, sin esperar alguna señal Hendrix comenzó a tocar el tema, de la forma más Hendrix posible, dicho sea de paso, con Bruce y Baker tratando de encontrar la manera de seguirlo. La canción comenzó a tomar forma y Hendrix comenzó a brillar, pero lo más impactante no era la destreza del desconocido, sino que Clapton no encontraba su lugar.
Una vez que la sección rítmica se acopló a lo que hacía Jimi este empezó a hacer aullar a la guitarra como hasta eso memento sólo él y nadie más podía hacerlo. Dive bombs, bendings gigantescos, fuzz y mucho más que sólo blues salía de su instrumento y su amplificador. Aquello fue demasiado para Clapton, quien simplemente se quitó la guitarra, la tiró al piso y abandonó el escenario mientras los demás seguían tocando.
Eric tomó esto como una afrenta personal. Hendrix, después de lo sucedido, le hizo saber que lo que él estaba tratando de hacer no era humillarlo o demostrar superioridad si no queriendo brindar su mejor esfuerzo pues estaba tocando con su más grande ídolo y su banda. Quería estar a la altura.
Lo que para uno terminó siendo una humillación para el otro fue simplemente cómo se potenciaron sus virtudes por estar en presencia de alguien a quien admiraba tanto.
Tiempo después fue que Clapton terminó entendiendo lo que había pasado como lo que en realidad fue: él había de cierta forma brindado la ventana para que el mundo supiera quien era Jimi Hendrix, quien poco después se convertiría en el guitarrista más innovador, revolucionario e influyente que el blues y el rock psicodélico hubieran conocido hasta entonces.
Hendrix nunca dejó de admirar a Clapton y Eric, hasta el día de hoy reconoce cómo es que Jimi llevó la guitarra a lugares inimaginables antes de su llegada.
Es así como esa camaradería entre artistas los hace ir más allá de lo que creían eran sus límites y ese diferente enfoque en la competencia deportiva que nos brinda el olimpismo hace que se escriban historias que quedan para siempre.
Entendamos que estamos aquí para sumar, para ayudarnos a mejorar y para celebrar nuestro éxito al mismo tiempo que el de las demás personas.
Así que empujemos por más música que creé historias que inspiren y más olimpismo histórico que nos haga amarnos como humanidad.
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