Vestigios
Su posición no había cambiado demasiado.
Ella seguía inclinada sobre el volante, con sus brazos cruzados en la parte superior de la circunferencia a la vez que sostenían su mentón. Sus cejas anaranjadas se cernían una sobre la otra, creando arrugas en el espacio que las separaba, cada vez más pequeño, y su nariz se encontraba ligeramente torcida a causa de la mueca de su rostro.
Sus ojos, entrecerrados, estaban posados sobre el verde prado tras la luneta transparente, en el que apenas se captaba movimiento más allá del bailoteo de las altas briznas verdosas, comparables con el color de sus iris.
De sus labios salía una pequeña melodía chapurreada, aunque él no había tardado en reconocerla y alzar sus comisuras en respuesta.
Él extendió su brazo y tiró de la esquina del pañuelo aguamarina que cubría sus cabellos anaranjados. En cuanto lo hizo, Irlanda se despegó del volante y giró su cabeza con brusquedad hacia él, con su ceño fruncido.
Sus manos se apresuraron a peinarse los mechones que sobresalían por debajo de la tela sobre su coronilla, al mismo tiempo que sus labios se fruncían y su gesto terminaba por suavizarse.
—Sabes que tengo que estar lo más presentable posible —masculló.
España suspiró y rodeó sus hombros con su brazo. Irlanda apoyó su espalda contra él.
—Y tú sabes que mi única intención es que lo estés. —Él arrastró las suelas de sus zapatos, brillantes en la mayor parte de su superficie, por la alfombrilla. Irlanda se limitó a poner los ojos en blanco y esbozar una sonrisa prácticamente inapreciable—. ¿A qué hora se suponía que debían estar aquí?
Irlanda soltó un resoplido y se retiró la tela del abrigo de la muñeca, dejando ver un reloj de fina correa plateada.
—De verdad, no sé cómo todavía nadie se le ha ocurrido regalarte un reloj. —Sus dientes se clavaron en su labio inferior—. Ya se ha pasado diez minutos de la hora acordada.
España se encogió de hombros mientras observaba la posición de las agujas. A continuación, giró su cabeza hacia la parte delantera del vehículo, donde el único cambio que podía apreciar era el manto de nubes cubriendo, con cierta timidez, el intenso azul del cielo.
—A lo mejor se le ha atrasado el reloj —musitó él.
El resoplido que escuchó a su lado le permitió mantener su atención en el exterior del vehículo.
Afortunadamente, tras varios minutos de silencio, España pudo apreciar movimiento por el rabillo del ojo. Él de inmediato se giró hacia la ventana a su derecha, en el que pudo atisbar dos figuras que cada vez se iban haciendo cada vez más definidas.
La primera, que avanzaba a una mayor velocidad, pertenecía a un hombre encorvado, con un abrigo muy voluminoso, un sombrero de ala ancha y una especie de palo a modo de bastón en la mano derecha. En la izquierda, sostenía una cuerda, cuyo extremo terminaba enrollado en torno a lo que se asemejaba el cuello de una figura cuadrúpeda que avanzaba a sus espaldas.
España separó sus labios, pero apenas pudo emitir sonido alguno antes de ser interrumpido por el crujido de la puerta del lado de Irlanda. A través de la luna delantera, pudo apreciar cómo esta se aproximaba al hombre al ritmo que le permitía la altura del pasto.
Sus ojos se cernieron sobre la criatura a sus espaldas, y sus dedos se precipitaron sobre la clavija de la puerta. Antes de que pudiese siquiera racionalizar sus movimientos, ya había empujado la puerta, saltado del asiento y caminaba en dirección al animal, cuyo pelaje ébano parecía brillar bajo la escasa luz del sol.
Aquello no hacía más que destacar la mancha blanquecina que surcaba su frente, además de los calcetines por encima de sus cascos.
Él apretó sus labios y chasqueó la lengua.
Los ojos castaños del animal se posaron sobre los suyos, a la vez que sus orejas se erguían.
—¿Caitlín O'Callaghan? —preguntó la voz ronca del hombre; Harry, suponía, a uno de sus costados.
Aunque España no desvió sus ojos del caballo, casi podía escuchar cómo las uñas de Irlanda se clavaban en la piel de sus manos.
—En efecto —masculló ella, para después dejar escapar un disimulado bufido.
—Lamento la tardanza —respondió Harry en inglés—. Pero, como puede ver, el animal está en perfecto estado. —El susodicho no hizo más que sacudir ligeramente su morro y sus crines cuando la cuerda se tensó en torno a su cuello. España apretó sus labios—. Y es todo suyo.
España giró su cabeza hacia Irlanda, que lo miraba con sus brazos en jarras. En sus labios fruncidos se atisbaba una pregunta; aquella que habían tenido intención de responder desde que se habían enterado de la existencia del animal.
Él inspiró hondo y se alisó las solapas de la chaqueta antes de asentir con la cabeza.
Una serie de arrugas comenzaron a llenar su frente por debajo de sus rizos anaranjados.
España chasqueó la lengua y volvió a girar su rostro hacia el animal, que lo miraba con un brillo en sus ojos ligeramente entrecerrados. Su frente era ancha, sus orejas afiladas y a él le juraría poder atisbar el contorno de unos músculos en su pecho y patas delanteras, aunque apenas estaban definidos. La curva de su lomo era pronunciada, al igual que las costillas de sus costados.
Sin embargo, ese pelaje...
—¿Cómo llegó a sus manos? —cuestionó, sin apartar sus ojos del animal.
El silencio que lo continuó le obligó a desviar su atención hacia el hombre, que fruncía el ceño en su dirección. España carraspeó antes de repetir la pregunta con una mayor lentitud, aunque su expresión no varió ni un ápice.
—¿Cómo consiguió a ese caballo? —preguntó Irlanda.
Harry parpadeó mientras arrastraba sus ojos entre los dos.
—¿A... A Magnus? —Señaló al animal con el bastón.
España arqueó una ceja y apretó sus labios antes de asentir con la cabeza.
—Pues... Mi padre lo compró cuando solo era un potrillo. Le vería gran potencial. —Se encogió de hombros—. Era bastante aficionado a los caballos, por lo que se confió en su juicio.
—¿Y sabe a quién se lo compró? —continuó Irlanda.
Durante los pocos minutos que Harry permaneció en silencio, con su cabeza ligeramente inclinada hacia la nada y su mano sobre su mentón, Irlanda soltó un gruñido y se dirigió hacia el animal a zancadas. Una vez a su lado, «Magnus» alzó su cabeza en su dirección y comenzó a mordisquear el extremo de la manga de su abrigo color crema.
Ella aprovechó para observar sus dientes, con cierto tinte amarillento, y sus encías rosadas. La escuchó olisquear, y España posó sus ojos sobre su nariz pecosa, aunque apenas encontró arrugas que perturbasen su piel. A continuación, Irlanda palpó una de sus patas, y el caballo la levantó e inclinó el casco hacia ella.
En cuanto la hubo dejado reposar de nuevo entre los pastos, los ojos verdes de Irlanda se fijaron en él a la vez que asentía con la cabeza.
—Creo que lo es —masculló en gaélico.
Justo en ese entonces, Harry emitió un chasquido que atrajo la atención de ambos.
—No me acuerdo muy bien de los detalles, pero creo que fue un caballero inglés. Alegó que tenía raíces españolas, aunque el padre era un ejemplar salvaje o algo así.
Irlanda se cruzó de brazos mientras que las puntas romas de sus cejas se aproximaban entre sí.
—¿Salvaje?
Harry se encogió de hombros.
—El resto de los detalles se los llevó mi padre a la tumba.
España pudo escuchar el resoplido de Irlanda a su costado. Ante el manto de silencio que cayó sobre ellos, Harry se aproximó a Irlanda y extendió la cuerda hacia ella mientras le murmuraba unas palabras sobre los papeles del animal que España pudo captar con cierto detalle.
Sin embargo, un ligero cabeceo del animal le hizo posar su atención sobre él. Con la cuerda ahora entre las manos de Irlanda, España se sintió con la libertad de aproximarse y palparle el cuello. Ante la suavidad de su pelaje, sus dedos trazaron el arco del músculo que se esbozaba por debajo de las crines.
La conversación entre Harry e Irlanda que escuchaba de fondo no tardó en extinguirse. España inclinó ligeramente su cabeza ante la despedida de Harry, al que le faltó tiempo para perderse en la distancia.
—Magnus —murmulló él.
El caballo hinchó sus fosas nasales.
Un pequeño resoplido de parte de Irlanda le hizo girarse hacia ella con las comisuras alzadas. Esta había puesto sus brazos en jarras e ladeado su cabeza a la vez que fruncía sus labios.
—Supongo que no es lo suficientemente mitológico para ti, ¿verdad?
España dejó escapar una carcajada.
—Estaba pensando en que, quizá, Nox sería más indicado. O Morfeo.
Irlanda puso sus ojos en blanco mientras extendía las manos que sostenían la cuerda. España se apresuró a recogerla, con su atención de nuevo sobre el caballo.
—No puedo asegurarte sea descendiente de Adonis y Clío, pero hay algo que me dice que lo es —musitó él. Sus dedos pinzaron un mechón de sus crines rugosas.
—Es posible —respondió Irlanda, a la vez que posaba su mano sobre el morro del animal—. Al conocer la muerte del único ejemplar que tenía ubicado, supuse que todos los demás habrían sufrido el mismo destino, pero, a lo mejor...
Ella alzó sus ojos esmeralda hacia él y se encogió de hombros.
España suspiró mientras empezaba a enrollarse la cuerda en torno a su mano.
—A lo mejor tuvo tiempo de asegurarse descendencia. —Sintió el tirón de sus comisuras—. Ya sabes cómo era Adonis.
Aun así, Irlanda se apresuró a sacudir su cabeza.
—Estaba enfermo. Tuvo que ser otro; alguno de los descendientes de Clío que perdí de vista a principios del siglo XIX... —Sus dientes se presionaron sobre su labio inferior durante un mísero instante antes de sacudir su cabeza y volver a posar sus ojos sobre él—. De todas formas, supongo que será suficiente para informar a tus Caballerizas.
España parpadeó antes de arquear ligeramente su ceja.
—¿Mis Caballerizas?
Irlanda asintió con la cabeza, con su atención fija en el animal.
—Aunque no sea un ejemplar puro después de tantos años, supongo que se tendrá en cuenta su linaje. —Sus dedos se deslizaron hacia el nudo de la cuerda en torno a su cuello y lo aflojaron hasta que esta cayó al suelo por su propio peso. España desenrolló el resto de su mano y permitió que también tocase el pasto—. No tendrá el mejor aspecto, pero supongo que, al cruzarlo con las yeguas adecuadas, dará mejores.
Él inspiró hondo y despegó sus labios, aunque el único sonido que pudo salir de ellos fue una ligera risa.
Irlanda lo fulminó con la mirada.
España necesitó apretar la boca para evitar estallar en carcajadas.
—Adonis fue un regalo para ti.
Sus cejas ni siquiera se inmutaron.
—Sabes bien que te lo hubieses llevado de no ser por el tamaño de la barca y tus hombres —masculló—. Y por más feliz que fuese entre las yeguas que conseguía reunirle, siempre añoró tus tierras.
Él chasqueó la lengua y extendió su mano hacia ella.
—Clío fue un regalo para ti.
—Y nunca me llegó a hacer caso porque sabía que era la razón por la que había tenido que abandonar la comodidad de sus establos. Y luego se escapó.
España apretó sus labios.
—Pues permite que Morfeo, que ya está acostumbrado al clima irlandés, sea mi regalo definitivo. —España se apresuró a tomarle la muñeca, presionarla y evitar que pudiese siquiera abrir la boca—. Y no admito protesta. De hecho, si me lo permitieras, te compensaría lo pagado por él.
Irlanda parpadeó, aunque terminó por resoplar y dirigir sus ojos hacia Morfeo, que había agachado la cabeza y arrancaba las briznas más cercanas.
—Habrá que cruzarlo —musitó.
—Mientras que no sea con una burra, cualquiera de tus yeguas sirve.
—Salvo Aoife —respondió ella, apuntándolo con su dedo índice.
España no pudo retener la carcajada.
—Salvo Aoife, aunque no creo que sea capaz de reproducirse. Lucero lo ha intentado, y no lo ha conseguido.
Irlanda murmulló algo entre dientes, pero España decidió no darle demasiada importancia más allá de un ligero bufido. A continuación, ella se separó del animal y se dejó caer sobre el plano capó verde del coche con un profundo suspiro.
—¿Y qué hacemos? —Sacudió su cabeza hacia el vehículo—. ¿Conduces tú?
España dio un paso hacia Morfeo y le colgó el brazo sobre el cuello. Pudo percibir cómo se tensaba, aunque no hubo ninguna sacudida para apartarlo de él.
—Creo que lo mejor sea ver cómo se desenvuelve de aquí a Dublín, con las correspondientes paradas. ¿Puedes sacar la manta del maletero, por favor?
Irlanda señaló hacia sus pies; hacia aquellas botas de cuero altas y sus pantalones ajustados de un color crema, y, a continuación, sacudió la cabeza hacia los zapatos de España.
Este agitó su mano y chasqueó la lengua.
—Por algo me he traído unos que ya están gastados.
Irlanda lo miró fijamente durante unos cuantos segundos antes de resoplar, rodear el coche y abrir el pequeño maletero del coche. De él extrajo una manta de tartán de un rojo intenso, que terminó por situar en brazos de España.
Este de inmediato la extendió sobre el lomo del caballo, sin apenas movimiento en respuesta. Sin embargo, cuando España enganchó sus dedos en sus crines y dio el salto para situar su torso contra su lomo, el caballo alzó su cabeza y soltó un agudo relincho.
Él logró colgar una pierna de cada costado y presionar sus talones sobre estos antes de que Morfeo alzase sus patas delanteras en el aire. España se mantuvo pegado a su cuerpo hasta que el animal decidió volver a apoyar los cascos, instante en el cual soltó una coz.
Una vez que el caballo se detuvo y soltó un resoplido, España se irguió y palmeó su cuello.
—Tranquilo, Morfeo —masculló él.
El caballo emitió un bufido, aunque comenzó a avanzar a paso lento cuando él le dio un ligero toque con los tobillos.
A continuación, España alzó su cabeza hacia Irlanda con sus comisuras alzadas.
—Es él.
Irlanda puso sus ojos en blanco, aunque él pudo percibir la forma en la que las esquinas de sus labios se habían crispado. En cuanto ella se hubo metido en el coche, España decidió pasar a un trote ligero.
El resultado no le decepcionó.
~Ambientado en 1985.
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Al principio, tenía planeado este fic como regalo de cumpleaños. Luego, lo cambié por una historia de piratas que terminó siendo de todo excepto de piratas (es decepcionante), pero constaba de 3 capítulos, y yo, para estas fechas, ni siquiera he llegado a la mitad del primer capítulo, por lo que volví a la idea original.
(El otro espero tenerlo terminado para el SpaIre's Day.)
Y sí, esta es la conclusión del tema de los caballos.
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Mp4 de la discordia
Mi gran amiga Dalila, me invitó al cumpleaños de su poniente esposo un Viernes. “Excelente” –pensé-.
El carrete prometía: Asado, copete, bailoteo y blá. Como andaba engrupiéndome a un minito, encontré la excusa perfecta para comérmelo seguir conociéndolo más y encontrar transporte gratis, así que lo invité.
“José Francisco, vamo a un cumple el Viernes?”
“En serio?”
“Sí poh, hueón. Si no, no te invito…”
“Ya!” –Entusiasmado el lagi.-
No sé qué chucha le encontraba al loco, porque detesto a la gente oscura, y éste, era casi negro . [No, mentira, pero moreno bien moreno]. Un cubano que vive hace como 20 años en Chile, alto, y bien rico. Nos conocimos en un carrete, nos amanecimos conversando, y desde ese momento, nos volvimos inseparables. Pensé que podría “haber algo piola” entre nosotros, porque la onda era mucha. Así que listo. Sólo quedaba dar el próximo paso.
El Viernes, me pasó a buscar a mi casa tipín 23:30 hrs. y partimos al cumple. La Dali vive en Macul, así que un hueón que me transportara era básico en caso de querer venirme a cualquier hora o lo que fuera. Llegamos al cumpleaños, y estaba realmente la raja. Yo –pa’ variar- no comí niuna hueá, y me dediqué a chupar como contratada. La Dali tenía un bartender que le hacía al arte de embriagarte con lo que se te parara la raja, y yo, muy pelotuda -como toda la vida-, me puse a mezclar ron, pisco, whisky, vodka, entre mojitos, whisky sour, piscolas, caipiroskas, roncolas y hueás. El punto, es que a las 2 am, estaba como zanja, pero digna en mi condición. José Francisco, muy moderado él, se tomó como 2 copetes porque estaba conduciendo. –Aunque le zapateaba el hocico por chupar como desesperado.-
Bailé hasta que las patas se me reventaron, y seguí chupando como mongólica. Sabía que la hueá no era gratis, y que tenía que llegar el momento en que debería “dar la cara” y aperrar como corresponde en estas situaciones de conveniencia. Ya me estaba entrando la ansiedad, porque José Francisco quería puro. Pero chucha, por más que intenté hacerlo, su piel reculiá me provocaba repulsión, y el entusiasmo se me iba a la mierda. Así que, a pura evasión con el socio.
José Francisco, estaba muy irritado porque no lo pescaba más que para bailar, me puso los puntos sobre las íes y me llevó al patio:
“Ya poh, Iso, qué onda? Acaso no te gusto? Yo pensé que teníamos onda!”
“No, no es eso, es que igual… ando ultra ebria y ná que ver poh. Vamo a bailar?” –Corriéndome olímpicamente.-
“ARGH! Ven pa’cá!” –Me abrazaba y quería puro chantarme un beso el hueón.-
Yo, zorra que soy hábil, esquivaba su hueveo con cualquier excusa barata.
Como el copete carrete estaba la zorra, no me di ni cuenta cuando eran más de las 7 de la mañana y mi socio seguía insistiendo con la hueá. Así que la mejor manera de zafar, era hacerme la ofendida, que yo “no soy de esa clase de minas”, y “pensé que éramos buenos amigos”. Así que me despedí de todos los hueones que quedaban, me chanté mi mp4 y huí como caballo de carrera, camino a tomar cualquier hueá que me dejara en el metro, llena de serpentina, challa hasta en la raja, y una coronita de lo más ahueoná y pokemona que podría existir en la cabeza, haciendo DON ridículo. A los dos minutos, llega José Francisco:
“Ni cagando te voy a dejar sola. Estai muy pasá. No te urjai, sólo te iré a dejar a tu casa, no te huevearé más.” -Sí oh!-
Al salir al aire, quedé como pico, ya ni modulaba.
“HUEÓÓÓÓÓÓN! ÁNDATE A LA CHUCHA!!!!! DÉJAME TRANQUILA, VEEEEEETE! NO TE QUIERO VER NUNCA MÁS EN MI VIIIIIIIIIIIIIIDAAAAAAAA!!!!!!!!! YO AMO A OTROOOOOOOOARRRRRRRGGGGHHH!!!!!!!!!!!!”
“No, tengo un compromiso contigo, y te puede pasar cualquier hueá.” –Jugando sus últimas cartas, jurando que yo nací ayer.-
“Culiao, y tu auto?”
“Lo dejé estacionado, después lo vengo a buscar, pero te vas conmigo!” –Me ordenó el hijo de perra.-
Como no podía ser tan maricona con él, y realmente estaba como la pichula, dejé que se fuera conmigo, total, pico. El problema era de él, y en máximo una hora estaría en mi casa, sana, salva y fin.
Iba ebria y embalada escuchando a Daftcito Punkcito, sin darle ni pelota a este hueón. Todo el mundo me miraba con ganas de buitrear, y yo, ni ahí con los simios culiaos. Como el metro iba atestado de hueones que trabajan los Sábados –media novedá-, íbamos parados. Yo bailaba y cantaba feliz de la vida. José Francisco agarró papa, me abrazaba, y yo, sencillamente me dejaba querer.
Transbordo a la línea 1 en Tobalaba. No sé realmente qué mierda me pasó, pero sentí unas ganas irresistibles de besar a este monito moreno, y lo dejé atrapado en la estación:
“Esperemos que suban todos los hueones y nos vamos solitos, ya?”
Que le dijeron a este otro… subieron todos los esclavos, y nos fuimos beso y beso en la escala mecánica culiá con Daft Punk de fondo, solos, cual parejita de pololis enamorados. Al llegar arriba, mi mp4 se silenció sin explicación alguna. Asumí que en el movimiento de soltar a José Francisco para que la escala no nos mandara a la chucha, los audífonos se soltaron, o en su defecto, la hueá se me había caído y la basura se estaría haciendo pico en el borde traga-come-pica hueás. No lo tenía en ninguna parte. Era totalmente incomprensible el “Dónde quedó”, ya que no me lo robaron –estábamos solos-, y no estaba en ninguna parte. Al costado de la escala había una canaleta, y curá que andaba, asumí que estaba ahí. La hueá tenía como 25 cms. descubiertos y como 90 cms. sellados por una lámina de acero. Se me metió en el seso que la hueá estaba ahí, y partí a pedir ayuda. Hablé con estos típicos hueones que están en los andenes, el que me mandó a hablar con los típicos hueones de chaquetas rojas. El loco me dijo que no se podía hacer nada, y que “en caso de encontrarse, tiene que venir a hablar con el Jefe de Estación mañana”.
Yo quería mi mp4 AHORA, así que exigí en mi completa poca sanidad mental y mi ridícula estampa, que el Jefe se presentara ya. La mala raja de la mina que tuvo que lidiar conmigo, fue de antología. Era “Jefa” y se hizo acompañar de dos matones, en caso de que yo armara un escándalo. Mi lindo y conchesumadre acompañante, se desligó rápidamente de mí, y se alejó a un rincón a la chucha, para no comprometerse en ninguna hueá. Pico!
“YO SÉ QUE ESTÁ AHÍ, ASÍ QUE QUIERO QUE ABRAN LA HUEÁ!!!!!!!”
“Señorita, se lo robaron en el vagón”
“Culiá, cómo me lo van a robar en el vagón, si yo iba sola en la escala, escuchando música! No seai ahueoná, por la gran puta!”
“Entonces se lo sacó el caballero” –Aludiendo a que el negro me lo había derechamente, pelado.-
“Cómo se te ocurre, pelotuda!” –Aunque aún la pienso… Ahummmmm.-
“A verrrrrr!!!!!!! No me hable así, o vamos a tener que llamar a Carabineros! Mírese, así no se puede tratar con nadie, está ebria!” –Me grita la fea culiá.-
“Llama a los pacos poh, conchetumare! Y no me gritís, BASURA!!!!!!!”
En ese momento, me agarraron los pobres culiaos matones que la acompañaban, mientras la hueona le gritaba a José Francisco si “andaba conmigo”.
Al feo culiao no le quedó otra que acercarse, y yo, me puse a putear a destajo hasta que llegaron los pacos.
“Señorita, si no se calma, la vamos a tener que detener. Anda en evidente estado de ebriedad.”
“Llévenme, pero saquen mi hueááááááááááa!!!!!!!!!!!”
Tenía la tremenda cagá, y al final, los mandé a todos a la gran conchasumadre; me fui gritando que “disfrutaran” de mi musiquita, y que se metieran mi mp4 en la raja, como si fuera la gran hueá.
Me dejaron ir no sé cómo, y lloré todo el resto de camino. A la media hora de llegar, suena mi citófono. Era José Francisco, que me dice:
“Por tu culpa, reculiá, me llevaron detenido a mí para declarar por tu show!”
“Ándate a la mierda, conchetumare” –Corté.-
Fin al divino romance.
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