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La mujer, objeto de deseo o abuso, en dos films que dividen a la Mostra
Alicia García de Francisco Venecia (Italia), 7 sep (EFE).- La penúltima jornada de la competición de la Mostra tuvo a la mujer como protagonista. Era el día de la única realizadora que lucha por el León de Oro, la china Vivian Qu, y tanto su filme como el del franco-tunecino Abdellatif Kechiche, tienen a la mujer en el centro de sus historias. Dos historias muy diferentes pero con el punto en común de que en ninguna sale bien parada la mujer. Eran dos películas muy esperadas en esta 74 edición del Festival de Venecia y respondieron a las expectativas, cada una en su estilo, más visual el de Kechiche, más profundo el de Qu. La división de opiniones llegó con Kechiche, que ahonda en "Mektoub, My Love: Canto Uno" en su brillante juego visual con la mujer como objeto de deseo que ya mostró en "La vie d'Adèle", por la que se llevó la Palma de Oro de Cannes en 2013. En este caso los protagonistas son un grupo de jóvenes que pasan el verano entre la playa y las fiestas en un pueblo del sureste francés en 1994. Pero la cámara de Kechiche en lo que se recrea es únicamente en los cuerpos de las mujeres, algo que le ha valido bastantes críticas en Venecia, donde además su película fue abucheada tras el primer pase para la prensa. No quiso entrar el realizador en esas críticas en una rueda de prensa en la que habló más del aspecto exterior que del contenido de una película a la que ha querido dar un tono impresionista, de ligereza, contemplativo. Y afirmó: "no quiero explicar más de la película porque prefiero que se reciba el filme en lugar de razonarlo". Así que obvió la representación de la mujer como un objeto o la lectura política de una historia en la que muchos de los personajes son de origen árabe. En lo que sí hubo unanimidad es en la calidad de los actores, la mayoría debutantes, y especialmente de Ophélie Bau, que apunta al Premio Marcello Mastroianni que otorga la Mostra al mejor intérprete emergente. Si la película gana el León de Oro es algo que resulta más complicado de prever, pese a sus muchos defensores, y más en una jornada en la que la china Vivian Qu ofreció la película más desoladora de este festival. "Angels Wear White" comienza con la violación de dos niñas de doce años a manos de un hombre de mediana edad que resulta ser un alto funcionario del gobierno. La ausencia total de imágenes de violencia hace más dura de ver una narración bastante aséptica, en la que la realizadora trata de ser testigo de lo que pasa sin entrar a juzgar a ninguno de los personajes. Ni la inacción de una adolescente que es testigo indirecto de los hechos, ni la corrupción del funcionario, ni siquiera la posterior colaboración de los padres con el violador. Un tremendo retrato de la sociedad china actual que es todo un manifiesto de intenciones de Vivian Qu en su segundo largometraje tras su aclamado "Trap Street" (2013). Dos historias que podrían tener un hueco en el palmarés que el sábado anunciará un jurado presidido por Annette Bening e integrado por los realizadores Michel Franco (México), Edgar Wright (Reino Unido) e Ildikó Enyedi (Húngaro); las actrices Rebecca Hall (Reino Unido), Anna Mouglalis (Francia) y Jasmine Trinca (Italia), el critico anglo-australiano David Stratton, y el productor chino Yonfan. Aunque aún faltan otros dos títulos para completar los 21 que participan este año en la sección oficial. El francés Xavier Legrand con "Jusqu'à La Garde", sobre una pareja que se divorcia y se enfrentan judicialmente por la custodia del hijo, del que el padre abusa, según la madre; y el italiano Andrea Pallaoro con "Hannah" el retrato de una mujer interpretada por Charlotte Rampling cuyo marido está en prisión. Dos títulos que se presentarán mañana y que completarán una competición por la que han pasado Guillermo del Toro ("The shape of water"), George Clooney ("Suburbicon"), Alexander Payne ("Downsizing"), Frederick Wiseman ("Ex Libris - The New York Public Library") o Darren Aronofsky ("Mother!"). EFE agf/cr
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El arte marcial del antiguo Egipto vuelve a la tierra de los faraones
Fernando Moldenhauer El Cairo, 17 jul (EFE).- Armados con largos bastones de madera, en el tatami del club de tiro del barrio de Dokki, en El Cairo, luchadores de todas las edades y sexos participaron en el primer campeonato de Egipto de Tahtib, el arte marcial de la época de los faraones que regresa al país como deporte. "La historia del Tahtib es muy simple, pero muy larga" dijo Adel Paul Boulad a Efe mientras, detrás de él, los luchadores entrenaban para la inminente competición chocando sus palos de más de un metro de largo. "Durante tres mil años fue un entrenamiento militar y en los 2.000 siguientes se convirtió en un juego folclórico que sobrevivió en el Alto Egipto (sur)", añadió el instructor y creador del "Tahtib Moderno". Curiosamente, Boulad descubrió el Tahtib en 1999 en Madrid, cuando le preguntó a su amigo Mohamed Shukri, bailarín y percusionista profesional, por aquella "extraña" tradición que llevaba a los jóvenes del sur del país a luchar con palos a la caída de la tarde. Shukri le contó al egipcio la verdadera historia de lo que hasta entonces este había creído un simple baile folclórico y, desde ese momento, Boulad aprovechó sus visitas a Egipto para perderse por pueblos remotos y buscar las raíces del Tahtib. "Lo que vi me dejó boquiabierto, encontré a gente en pueblos del Alto Egipto que hablaba como los maestros de artes marciales japoneses", aseguró. Boulad quiso devolver el Tahtib al lugar que le corresponde entre las artes marciales y, tras convertirse en el primer instructor de esta disciplina en siglos, vio su sueño cumplido con la organización en 2014 del primer torneo nacional de este arte marcial en Francia. Consciente de que el Tahtib necesitaba renovarse para sobrevivir, Boulad introdujo algunos cambios: prescindió de la aparatosa galabiya -túnica tradicional egipcia-, le confirió una estructura de deporte moderno y "abrió la puerta" a la participación de la mujer en la lucha, que antes le estaba prohibida. Las reglas del Tahtib son simples: el luchador tiene que rozar la cabeza del contrincante, lo que otorga la victoria automáticamente, pero está prohibido golpearla con fuerza. También es motivo de eliminación directa atacar los antebrazos o las manos del contrincante y soltar el palo. Todo lo demás está permitido. Los primeros indicios de este arte marcial se encuentran en unos relieves tallados en piedra en Abusir, conjunto piramidal construido durante la Quinta Dinastía faraónica (2500-2350 a.c.) y ahora, en el S. XXI, jóvenes egipcios se vuelven a interesar por él. Los deportistas formaron a una señal de Boulad un enorme círculo alrededor del tatami, para dar comienzo a la competición ante un público enmudecido y los jueces preparados para anotar sus puntos y fallos. Primero, los diferentes equipos escenificaron una "tashkida" -serie de movimientos predefinidos-, luego participaron en combates de "360 grados", en los que un solo defensor tiene que arreglárselas para mantener a raya a tres atacantes. Posteriormente, en la modalidad llamada "codified just" se trataba de reflejar las máximas vitales que el Tahtib enseña mediante la lucha: "crecimiento interior, responsabilidad, respeto y autoconfianza", beneficios generales de la artes marciales que, según Boulad, el Tahtib "amplifica" gracias al uso del bastón y la percusión. Para concluir el evento deportivo, tuvieron lugar los combates individuales, durante los que la expectación del público y los contrincantes llegó a su cenit. Los combatientes se acechaban el uno al otro moviéndose cautelosamente en círculos, mientras los percusionistas anunciaban con un ritmo cada vez más vertiginoso el inminente choque, que consistía en un intercambio de rápidas fintas y estocadas que se resolvía en apenas unos segundos. El ganador de este primer campeonato fue Nasser, a quien un orgulloso Boulad entregó el trofeo. "Estoy muy orgulloso de haber conseguido que este tesoro que tenemos en Egipto se esté empezando a recuperar", afirmó. Tras lograr que el Tahtib fuera reconocido en la Unión Mundial de Artes Marciales y que fuera declarado "Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad" por la UNESCO el año pasado, Boulad ha conseguido que este deporte regrese a la tierra que lo vio nacer hace 5.000 años. EFE fmr/ijm/fc/ea
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