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#Vaquero Mirlo
treslentes · 4 years
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Tordo Renegrido - Molothrus Bonariensis - Shiny Cowbird El tordo renegrido (Molothrus bonariensis), también conocido como chamón común y chamón parásito (Colombia), morajú (Argentina), mirlo (Chile), tordo común (Uruguay), reina Josmary (Venezuela), Chupin y azulãovaquer (Brasil), tordo renegrido y mulata (Paraguay), vaquerita, pájaro vaquero (República Dominicana) y vaquero mirlo (Cuba),[3]​ es un ave paseriforme de la familia de los ictéridos que habita en América, extendiéndose por casi toda América del Sur, excepto en las selvas tupidas,en las montañas, en Trinidad y Tobago. Aparece en Chile a mediados del siglo XIX aparentemente, cruzando desde Argentina por la zona central. También ha colonizado muchas islas caribeñas, alcanzando Estados Unidos donde se le suele encontrar en Florida meridional. Las poblaciones que habitan zonas más meridionales y septentrionales son parcialmente migratorias. #Cordoba #argentina #argentina🇦🇷 #aves #avesargentinas #pajaros #pajareando #tordo #birds #birding #wildlifephotography #wildlife #shiny #shinycowbird #vidasilvestre #vidasalvaje #birdsofinstagrams #treslentes #treslentesfotografia #photography #nikond7000 #sigma150 #naturaleza #nature (en Villa Quillinzo) https://www.instagram.com/p/B9JouvWhyO8/?igshid=1sr4inias6g9r
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el-auki · 5 years
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Elegía de la Raza
León, Miguel Ángel Era recio, el más recio de todos los vaqueros bajo este sauce como bajo una jaula de jilgueros habíamos plantado nuestra choza. La vida me pasaba haciendo risas en su boca como se pasa el río haciendo rosas en la campiña. Yo le daba mis brazos para que con ellos se ciña como se ceñía la beta cuando se iba a luchar con los toros. Venía con la tarde y con los ruidos sonoros de su brava espuela. La choza bien abierta, abierta como un día sonreírle parecía con sus menudos dientes claros de candela. Yo solo yo solo y mi perro cerca del fogón preparando la hogaza siempre me traía del cerro plumas de Cóndor y pieles de chacal, adornos propios para mi raza. Era de verle vestido; su vestido de cabra tenía espinas y rosas como tiene el rosal y era un lazo de amor blandiendo su palabra. Era recio, el más recio de todos los vaqueros, era de verle domando los potros más fieros. La arcilla de su cuerpo estaba fundida en las candentes fraguas de los volcanes; de tanto darse contra los torrentes se había endurecido su carne bruñida: le abrían paso hasta les huracanes y no le importaba dejar la vida como una cinta de sangre en la punta de una lanza. Apto para la guerra; apto para la labranza hacía de un puñado de tierra un océano de maíz; agarrado a su chacra como una raíz; afilaba el machete de la venganza en la piedra negra de su orgullo; su palabra de odio era como un capullo escarlata en la boca. Esbelta su figura, bronceada la piel; así era él, indio de la raza pura hijo legítimo del sol. Un día, lo recuerdo, un día el amo hizo chasquear la rienda en el granito de sus espaldas. Se oyó un grito, un grito de coraje; un grito fiero que parecía vibrar entre sus dientes como una hoja de acero. Ese grito, era el grito de aquel hombre mío, que al sentir el rayo de la rienda en la cara lanzóse contra el amo con los ojos cerrados, como se lanzan los toros a embestir en el páramo. El amo volvióse del color que tienen los pétales de las retamas. Dio un paso, un trágico paso, trémulo hacia atrás de repente, sacudiendo su melena de llamas, del cinturón de cuero salta la fiera de una pistola... El balazo al sembrarse en la cara del recio vaquero hizo brotar una amapola de sangre. Era la última víctima de la guerra de la conquista; sus labios besaban la tierra y era como dos lucecillas moribunda su vista; sus ajos que tenían el color de las uvillas se habían enverdecido y como los tigres moría mordiendo un bramido ... Como me pasé toda la noche hasta la madrugada con el oído puesto en su pecho oyendo su vida. Después... todo fue nada murió el más recio de los vaqueros de las vaquerías el que tenía las espaldas anchas como los troncos de pino. Después... todo fue nada, el amo ese día como todos los días, bebió leche fresca y un vaso de vino. Después... todo fue nada. Sólo yo en las noches oigo el ruido de su bocina y siento que por los caminos camina arrastrando su poncho; y tengo envidia del perro de ojos de fósforo que debe verlo en el concho de la nube, muy al fondo porque aúlla tan negro, porque aúlla tan hondo. Canta mirlo negro; di tú de profundis torcaza, río que viene gritando desde arriba llora mi dolor y el dolor de la raza, de esta raza vencida. Que juro era fuerte como fue el hombre mío, que juro que era bello como los búcaros de las aguacollas rojas; juro que era bravo, por eso le domaron como se doma a los chúcaros con el látigo y la rodaja; juro que tenía los músculos anchos y duros como las chontas, juro que algún día del bronce de su carne como de un pedrizco tiene que brotar la luz. Pobre indio, pobre raza hasta de Jesús no le enseñaron más que la cruz y la corona de espinas, nunca le dijeron que era hermano del hombre que habla castellano y a golpes como de las minas extrajeron de su cuerpo el oro, por eso no tiene más amigos que el asno, el perro y el toro; el que barbecha las tierras y hacer brotar los trigos. Canta mirlo negro. Di tú de profundis torcaza, río que vienes gritando desde arriba llora mi dolor y el dolor de la raza.
Miguel Ángel  León
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el-auki · 6 years
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La Elegía de la Raza
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Era recio, el más recio de todos los vaqueros
Bajo este sauce, como bajo una jaula de jilgueros
Aviamos plantado aquí la choza
 La vida le pasaba haciendo risas en sus boca
Como se pasa el río haciendo rosas en la campiña
 Yo le daba mis brazos para que con ellos se ciña
Como se ceñía la bota cuando se iba a luchar con los toros
Y venía a la tarde con los ruidos sonoros de su grabe espuela
 La choza bien abierta, abierta como el día,
Sonreír le parecía con sus menudos dientes claros de candela
 La india sola, sola y su perro,
Cerca del fogón, preparando la hogaza,
Siempre le traía del cerro, plumas de cóndor y pieles de chacal,
Adornos propios para mi raza
Era de verle vestido con su vestido de cabra,
Tenía espinas como tiene el rosal
Y era un lazo de amor blandiendo su palabra.
 Pero era recio, el más recio de todos los vaqueros,
Era de verle domando a los potros más fieros;
La arcilla de su cuerpo había sido forjada en las candentes fraguas de los volcanes
De tanto darse contra los torrentes, se había endurecido su cuerpo bruñido
Le habría paso hasta los huracanes y no le importaba dejar la vida como una cinta de sangre
En la punta de una lanza,
Apto para la guerra, apto para la labranza,
Hacia un puño de tierra, un océano de maíz,
Apegado a su choza como una raíz,
Afilaba el machete de su venganza en la piedra negra de su orgullo
Su palabra de odio era como un capullo escarlata en su boca,
De esbelta figura, de bronceada piel, así era él;
 Indio de la raza pura, hijo legítimo del sol;
Pero un día lo recuerdo, un día
Un día el amo hizo chascar el látigo sobre el granito de sus espaldas
Se holló un grito, un grito de coraje,
Un grito fiero, que pareció rechinar entre sus dientes como una hoja de acero
Grito de dado por aquel hombre que al sentir el rayo del látigo en su cara...
¡Lanzoce feroz contra su amo!,
Con los ojos cerrado, como se lanzan los toros en envestir en el páramo.
El amo tornose del color que tiene los pétalos de las retamas
¡Dio un paso!, trágico, hacia atrás, ¡de repente!,
Sacudió su melena de llamas, del cinturón de cuero…
Salta la fiera de una pistola, ¡pum!, ¡el balazo!
Y al sembrarse en la cara del recio vaquero hizo brotar una amapola de sangre
Era la última víctima de la guerra de la conquista;
 Sus labios besaron la tierra y eran dos lucecitas moribundas su mirada,
Sus ojos eran como las uvillas, se habían enverdecido,
Como los tigres moría, mordiendo un bramido;
Como me pase hasta la madrugada,
Con el oído puesto en su pecho, oyendo su vida,
¡Después todo fue nada!;
¡Murió!, ¡murió!, ¡murió!...
El más recio vaquero de todas las vaquearías,
El que tenía las espaldas anchas como los troncos de pino.
 ¡Después todo fue nada!...
¡Yo indio tan!, ¡yo indio tan!,
En el silencio de la noche, oigo el ruido que hace su bocina,
Y ciento que por los caminos, camina arrastrando su poncho,
Y tengo envidia del perro de los ojos de fósforo,
Que debe verlo en el fondo de la nube, muy al fondo
Porque aúlla tan negro, porque aúlla tan hondo,
 ¡Canta!, ¡canta!,
Canta mirlo negro,
Di, di tú de profundis torcaza,
Río, río que vienes gritando desde arriba,
Llora mi dolor y el dolor de esta raza, de esta raza vencida,
¡Juro!, juro que era bello como los búcaros de las amacollas rojas,
Juro que era bravo por eso lo domaron,
Como se doman a los chúcaros con el látigo y la espuela,
Juro que tenían los musculos anchos y duros como de las chontas;
¡Juro!, juro que algún día del bronce de su carne como del pedrisco a de brotar la luz,
¡Pobre indio!, ¡pobre raza vencida!,
 Hasta de Jesús no le enseñaron más que la cruz y la corona de espinas,
Nunca le dijeron que era hermano del hombre que habla castellano
Y a golpe como de las minas extrajeron de su cuerpo el oro
Por eso no tiene más amigos que el asno, el perro y el toro.
 ¡Canta!, ¡canta!, canta mirlo negro,
Di, di tú de profundis torcaza,
Río, río que vienes gritando desde arriba,
Llora mi dolor y el dolor de esta raza, de esta raza vencida.
Autor: Beto Méndez
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