A veces me castigo, leyendo por enésima vez tus malditos mensajes, como si hubiera una pizca de verdad en tanta palabra vacía, repleta hasta el tope de mentiras; y aunque a veces se tornan bonito, y se hacen parecer un poquito más interesantes, aunque cieguen y sea demasiado fácil dejarse endulzar el oído, son más falsas que un billete de Monopoly.
Y yo me pregunto...
En qué momento pasé del extremo de abrazarte cuando el miedo llamaba a mi puerta, al de no querer que siquiera me toques; porque el miedo me da menos miedo, que un abrazo que asfixia.
Y la verdad, es que no he vuelto a sentir que pierdo la respiración en un beso, ni que me tiemblan las rodillas, ni que se desaparece mi cordura, y mucho menos que el movimiento más mínimo me dé la sensación de volar.
Pero...
¿Para terminar igual?
Ni falta que me hace.
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Estoy contenta, viviendo en una relación seria con lo que más me gusta hacer en el mundo; escribir.
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