Tumgik
#los detectives salvajes
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Round 1
Info post Crónica de una muerte anunciada
Info post Los detectives salvajes
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adiosalasrosas · 8 days
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No intento justificarme. Sólo intento contar una historia y tal vez comprender los resortes ocultos de ésta, aquellos que en su momento no vi y que ahora me pesan. Mi historia, sin embargo, no será todo lo coherente que yo quisiera. Y mi papel en ella oscilará, como una mota de polvo, entre la claridad y la oscuridad, entre las risas y las lágrimas, exactamente igual que una telenovela mexicana o que un melodrama yiddish.
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.
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veryslowreader · 1 year
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The Savage Detectives by Roberto Bolaño
Obvious Child  
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la-muerte-chiquita · 2 years
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Después hicimos el amor pero fue como hacerlo con alguien que está y no está, alguien que se está yendo muy despacio y cuyos gestos de despedida somos incapaces de descifrar.
Los detectives salvajes. Roberto Bolaño
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darlingrxby · 2 years
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que lástima que pase el tiempo, ¿verdad?, que lástima que nos muramos y que nos hagamos viejos y que las cosas buenas se vayan alejando de nosotros al galope.
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villings · 2 years
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placapetri · 3 months
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"Iñaki Echavarne, bar Giardinetto, calle Granada del Penedés, Barcelona, julio de 1994. Durante un tiempo la Crítica acompañaba a la Obra, luego la Crítica se desvanece y son los Lectores quienes la acompañan. El viaje puede ser largo o corto. Luego los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco vayan acompañándose de su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez y sobre esa huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la soledad. Acercarse a ella, navegar a su estela es señal inequívoca de muerte segura, pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad. Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.
Aurelio Baca, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. No solo ante mí mismo ni solo ante los espejos ni en la hora de la muerte que espero tarde en llegar, sino ante mis hijos y mi mujer y ante la vida serena que construyo, debo reconocer: 1) Que en época de Stalin yo no hubiera malgastado mi juventud en el Gulag ni hubiera acabado con un tiro en la nuca. 2) Que en época de McCarthy yo no hubiera perdido mi empleo ni hubiera tenido que despachar gasolina en una gasolinera. 3) Que en época de Hitler, sin embargo, yo habría sido uno de los que tomaron el camino del exilio y que en época de Franco no habría compuesto sonetos al Caudillo ni a la Virgen Bendita como tantos demócratas de toda la vida. Y una cosa va por la otra. Mi valor es limitado, bien cierto, mis tragaderas también. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia.
Pere Ordóñez, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. Antaño los escritores de España (y de Hispanoamérica) entraban en el ruedo público para transgredirlo, para reformarlo, para quemarlo, para revolucionarlo. Los escritores de España (y de Hispanoamérica) procedían generalmente de familias acomodadas, familias asentadas o de una cierta posición, y al tomar ellos la pluma se volvían o se revolvían contra esa posición: escribir era denunciar, era renegar, a veces era suicidarse. Era ir contra la familia. Hoy los escritores de España (y de Hispanoamérica) proceden en número cada vez más alarmante de familias de clase baja, del proletariado y del lumpenproletariado, y su ejercicio más usual de la escritura es una forma de escalar posiciones en la pirámide social, una forma de asentarse cuidándose mucho de no transgredir nada. No digo que no sean cultos. Son tan cultos como los de antes. O casi. No digo que no sean trabajadores. ¡Son mucho más trabajadores que los de antes! Pero son, también, mucho más vulgares. Y se comportan como empresarios o como gángsters. Y no reniegan de nada o sólo reniegan de lo que se puede renegar y se cuidan mucho de no crearse enemigos o de escoger a éstos entre los más inermes. No se suicidan por una idea sino por locura y rabia. Las puertas, implacablemente, se les abren de par en par. Y así la literatura va como va. Todo lo que empieza como comedia acaba indefectiblemente como comedia.
Julio Martínez Morales, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. Voy a contarles acerca del honor de los poetas, ahora que paseo por le Feria del Libro. Yo soy poeta. Yo soy escritor. He ganado una cierta nombradía como crítico. 7 x 3 = 22 casetas a ojo de buen cubero, pero son, en realidad, muchas más. Limitada es nuestra visión. He conseguido, sin embargo, hacerme un lugar bajo el sol de esta Feria. Atrás quedan los coches estrellados, los límites de la escritura, el 3 x 3 = 9. Me ha costado. Atrás queda la A y la E que se desangran colgadas de un balcón al que a veces vuelvo en sueños. Soy un hombre educado: sólo conozco las cárceles sutiles. Poesía y cárcel, por otra parte, siempre han estado cerca. No obstante, mi fuente de atracción es la melancolía (...) Deambulo por la Feria y saludo a los colegas que deambulan tan idos como yo. Ido x ido = una cárcel en el cielo de la literatura. Deambulo. Deambulo. El honor de los poetas: el canto que escuchamos como pálida condena (...) Todos pasamos bajo el balcón donde cuelgan las letras A y E y su sangre nos chorrea y nos ensucia para siempre. Pero el balcón es pálido como nosotros y la palidez jamás ataca a la palidez. Por otro lado, y esto lo digo en mi descargo, el balcón también deambula con nosotros. En otras latitudes a esto se le llama mafia (...) personas que deambulan por la Feria del Pasillo buscando no un libro sino una certeza que apuntale el vacío de nuestras certezas. Así interpretamos la vida en momentos de máxima desesperación. Gregarios. Bederres. El bisturí corta los cuerpos. A y E x Feria del Libro = otros cuerpos; leves, incandescentes, como si anoche mi editor me hubiera dado por el culo. Morir puede parecer una buena respuesta, diría Blanchot. 31 x 31 = 962 buenas razones. Ayer sacrificamos a un joven escritor sudamericano en el altar de los sacrificios de nuestra villa. Mientras su sangre goteaba por el bajorrelieve de nuestras ambiciones pensé en mis libros y en el olvido, y eso, por fin, tenía sentido. Un escritor, hemos establecido, no debe parecer un escritor. Debe parecer un banquero, un hijo de papá que envejece sin demasiados temblores, un profesor de matemáticas, un funcionario de prisiones (...) ¿Cómo no se dan cuenta los jóvenes, los lectores por antonomasia, de que somos unos mentirosos? ¡Si basta con mirarnos! ¡En nuestras jetas está marcada a fuego nuestra impostura! Sin embargo, no se dan cuenta y nosotros podemos recitar con total impunidad: 8, 5, 9, 8, 4, 15, 7. Y podemos deambular y saludarnos (yo, al menos, saludo a todo el mundo, a los jurados y a los verdugos, a los patrones y a los estudiantes), y podemos alabar al maricón por su irrestricta heterosexualidad y al impotente por su virilidad y al cornudo por su honra inmaculada. Y nadie gime: no hay desgarro. Sólo nuestro silencio nocturno cuando a cuatro aptas nos dirigimos hacia las hogueras que alguien a una hora misteriosa y con una finalidad incomprensible ha encendido para nosotros. El azar nos guía aunque nada hemos dejado al azar. Un escritor debe parecer un censor, nos dijeron nuestros mayores y hemos seguido esa flor de pensamiento hasta su penúltima consecuencia. Un escritor debe parecer un articulista de periódico. Un escritor debe parecer un enano y DEBE sobrevivir. Si no tuviéramos, encima, que leer, nuestro trabajo sería un punto suspendido en la nada, un mandala reducido a su mínima expresión, nuestro silencio, nuestra certeza de tener un pie cristalizado en el otro lado de la muerte. Fantasías. Fantasías. Quisimos, en algún pliegue perdido del pasado, ser leones y sólo somos gatos capados. Gatos capados casados con gatas degolladas. Todo lo que empieza como comedia acaba como ejercicio criptográfico.
Pablo del Valle, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. Voy a contarles algo acerca del honor de los poetas (...) Conocí a una mujer. Conocí a muchas mujeres, pero sobre todo conocí a una mujer. Esta mujer, cuyo nombre es preferible dejar en el anonimato, se enamoró de mí. Ella trabajaba en Correos. Era funcionaria de Correos, eso decía yo cuando los amigos me preguntaban qué hacía mi mujer. En realidad eso es un eufemismo para no decir que ella era cartera (...) Cuando ella regresaba del trabajo solíamos hablar durante un rato, ¿pero de qué podía hablar un literato con una cartera? Yo hablaba de lo que había escrito, de lo que planeaba escribir: una glosa sobre Manuel Machado, un poema sobre el Espíritu Santo, un ensayo cuya primera frase era: a mí también me duele España. Ella hablaba de las calles que había recorrido y de las cartas que había repartido. Hablaba de los sellos, algunos rarísimos, y de las caras que había entrevisto en su larga mañana de repartidora de cartas. Después, cuando ya no aguantaba más, le decía adiós y me iba a vagabundear por los bares de Madrid. A veces acudía a presentaciones de libros. Más que nada por las copas gratis y por los canapés. Iba a la Casa de América y escuchaba a los orondos escritores hispanoamericanos. Iba al Ateneo y escuchaba a los satisfechos escritores españoles. Más tarde me reunía con mis amigos y hablábamos de nuestras obras o nos íbamos todos juntos a visitar al Maestro. Pero por sobre la cháchara yo seguía escuchando el ruido de los zapatos sin tacones de mi mujer que recorría su zona de reparto una y otra vez, silenciosa, arrastrando su bolsón amarillo o su carrito amarillo (...) y entonces me desconcentraba, mi lengua, segundo antes ingeniosa, punzante, se volvía de trapo y me sumía en un hosco e involuntario silencio que los demás, incluido nuestro Maestro, solían interpretar, por suerte para mí, como una muestra de mi talante reflexivo, reconcentrado, filosófico (...) Y dejé a mi mujer (...) Mi actual mujer estudia filolofía inglesa y escribe poesía. Solemos hablar de libros. Y a veces se le ocurren ideas muy buenas. Creo que hacemos una estupenda pareja: la gente nos mira y asiente, de alguna manera personificamos el futuro y el optimismo no reñido con la sensatez y la reflexión. Algunas noches, sin embargo, (...) escucho pasos en la calle y tengo (...) casi la certeza de que se trata de la cartera que ha salido a repartir la correspondencia a una hora inoportuna (...) Por supuesto, de esto no hablo con nadie. Hay que mostrarse fuerte. El mundo de la literatura es una jungla. Yo pago mi relación con la cartera con unas cuantas pesadillas, con unos cuantos fenómenos auditivos. No está mal, lo acepto (...) A veces tengo ganas de de quedar con ella en algún bar de su barrio que ya no es el mío y preguntarle por su vida: si ya tiene un nuevo amante, si ha repartido alguna carta proveniente de Malasia o Tanzania, si aún recibe, por Navidad, el aguinaldo del cartero. Pero no lo hago. Me conformo con oír sus pasos, cada vez más débiles. Me conformo con pensar en la inmensidad del Universo. Todo lo que empieza como comedia termina como película de terror.
Marco Antonio Palacios, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. He aquí algo sobre el honor de los poetas. Yo tenía diecisiete años y unos deseos irrefrenables de ser escritor. Me preparé (...) Disciplina y un encanto dúctil, ésas son las claves para llegar a donde uno se proponga. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas. Escribir cada mañana y corregir por las tardes y leer como un poseso por las noches. Encanto, o encanto dúctil: visitar a los escritores en sus residencias o abordarlos en las presentaciones de libros y decirle a cada uno justo aquello que quiere oír. Y tener paciencia, pues no siempre funciona (...) Los mejores son los homosexuales, pero, ojo, es necesario saber con precisión qué es lo que uno quiere, de lo contrario puedes acabar enculado de balde por cualquier viejo maricón de izquierda. Con las mujeres ocurre tres cuartas partes de lo mismo: las escritoras que españolas pueden echarte un cable suelen ser mayores y feas y el sacrificio a veces no vale la pena. Los mejores son los heterosexuales ya entrados en la cincuentena o en el umbral de la ancianidad. En cualquier caso: es ineludible acercarse a ellos. Es ineludible cultivar un huerto a la sombra de sus rencores y resentimientos. Por supuesto, hay que empollar sus obras completas. Hay que citarlos dos o tres veces en cada conversación. ¡Hay que citarlos sin descanso! Un consejo: no criticar nunca a los amigos del maestro. Los amigos del maestro son sagrados y una observación a destiempo puede torcer el rumbo del destino. Un consejo: es preceptivo abominar y despacharse a gusto contra los novelistas extranjeros, sobre todo si son norteamericanos, franceses o ingleses. (...) Por la mañana escribir, por la tarde corregir, por las noches leer y en las horas muertas ejercer la diplomacia, el disimulo, el encanto dúctil (...) Algunos dicen que soy la versión mejorada de Aurelio Baca. No lo sé. (A los dos nos duele España, aunque creo que por el momento a él le duele más que a mí) (...) Aún no he cumplido los treinta y el futuro se abre como una rosa, una rosa perfecta, perfumada, única. Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?
Hernando García León, Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. Todo empezó, como todo lo grande, con un sueño. Hace un tiempo, menos de un año, me di un garbeo por uno de los cates de mayor raigambre literaria y conversé con diversos autores de nuestra España Doliente. Entre el guirigay de costumbre todos aquellos con quienes dialogué afirmaron (y aquí la unanimidad no es sospechosa) que mi último libro era, si no uno de los más vendidos, sí uno de los más leídos. Puede ser, de mercadeos no me ocupo. Tras la cortina de elogios, sin embargo, entreví una sombra. Mis pares me elogiaban, los más jóvenes veían en mí -y se ufanaban de ello- a un maestro, pero tras la cortina de halagos yo presentí la respiración, la inminencia de algo desconocido. ¿Qué era aquello? Lo ignoraba. Un mes después, hallándome en una de las salas de embarque del aeropuerto, dispuesto a ausentarme por unos días de nuestra España maldiciente, se me acercaron tres jóvenes, espigados y cerúleos, y me dijeron en buen romance que mi último libro les había cambiado la vida. Curioso, aunque ciertamente no eran, ni mucho mneos, los primeros en interpelarme de esta guisa. Proseguí mi viaje. Hice una escala en Roma. En el duty free shop se me quedó mirando fijamente un hombre de aspecto interesante. Era un austríaco (...) que seducido por mi anterior libro, que había leído en español pues que yo sepa aún no se ha traducido al alemán, deseaba conseguir de mí un autógrafo. Sus alabanzas me dejaorn anonadado. Al llegar a Nepal, en el hotel (...) el mozalbete se declaróferviente admirador de mi obra y poco después, casi sin darme cuenta, me vi estampando mi firma sobre un ajado ejemplar de Entre toros y angeles, para ser más concretos en la octava edición española. con fecha de 1986. Lamentablemente en aquel momento ocurrió un percance que no viene a cuento relatar aquí que me privó de interrogar a aquel joven lector por las visicitudes o vericuetos que habían hecho llegar mi libro hasta sus manos.
Esa noche soñé con San Juan Bautista. El descabezado se me acercaba a la cama del hotel y me decía: ve a Nepal, Hernando, y se abrirán para ti las páginas de un libro magnífico. Pero si estoy en Nepal, le contestaba con la media lengua de los durmientes. Pero el Bautista repetía: ve a Nepal, Hernando, etcétera, etcétera, como si se tratara de mi agente literaria. A la mañana siguiente olvidé el sueño. Durante una excursión por las montañas de Katmandú me encontré de sopetón con un grupo de turistas de nuestra España azorada. Fui reconocido (yo estaba solo, demás está precisarlo, meditando tras una roca) y sometido a la usual sesión de preguntas y respuestas, cual si estuviéramos en un programa televisivo (...) Aquella noche volví a soñar con San Juan Bautista, mas con la variante, prestigiosa variante, de que esta vez venía acompañado de una sombra, un ser embozado que permanecía a una cierta distancia mientras el descabezado hablaba. Su alocución, en esencia, venía a ser la misma de la noche anterior (...) Regresé a Madrid y (...) me despacé a Orejuela de Arganda, un pueblito o aldea de la sierra, con la robusta intención de acometer una labor de creación. Volví a soñar con San Juan Bautista. Macho, Hernando, esto es demasiado, me dije en medio del sueño y con un esfuerzo mental que sólo pueden permitirse quienes han ejercitado sus nervios en situaciones limítrofes, conseguí despertar de golpe (...) La habitación estaba sumida en el silencio feraz de la noche castellana (...) Dediqué mi insomnio a revisar papeles, concluir cartas, preparar borradores de artículos y conferencias, las servidumbres de un autor de éxito, algo que no comprenderán jamás los resentiros y envidiosos que no pasan nunca de los mil ejemplares (...) y entonces me levanté, con ímprobos esfuerzos, de la cama (...) y me dije valor, Hernando, que en peores sueños te has visto (...) Y entonces la sombra se quitó el rebozo o tal ves sólo fuera un capidengue y ante mí apareció la Virgen María y su luz no era cegadora, como dice mi amiga Patricia Fernández-García Errázuriz (...) dije, ¿qué quieres, Señora, de este pobre servidor? Y ella dijo: Hernando, hijo mío, quiero que escribas un libro (...) Su título: La nueva era y la escalera ibérica. Hoy, según me han dicho, se han vendido más de mil ejemplares. Por supuesto, no los he firmado todos pues no soy Supermán. Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio.
Pelayo Barrendoáin. Feria del Libro, Madrid, julio de 1994. Primero: aquí estoy yo, dopado, con los antidepresivos saliéndome hasta por las orejas, recorriendo esta Feria aparentemente tan simpática donde Hernando García León tiene tantos y tantos lectores y en donde Baca, en las antípodas de García León, pero tan beato como él, tiene tantos y tantos lectores y en donde hasta mi viejo amigo Pere Ordóñez tiene algunos lectores y en donde hasta yo, para qué seguir, para qué ir más lejos, tengo también mi cupo de lectores, los reventados, los golpeados, los que tienen en la cabeza pequeñas bombas de litio, ríos de Prozac, lagos de Epaminol, mares muertos de Rohipnol, pozos cegados de Tranquimazín, mis hermanos, los que chupan de mi locura para alimentar su locura (...) los que quieren sacarse una foto conmigo pero que no soportarían mi presencia más de ocho horas seguidas, son los escritores-presentadores de televisión, los que adoran la locura de Barrendoáin mientras mueven sensatamente la cabeza, y no ella, jamás ella (...) la que se interesa por la literatura sin imaginarse los infiernos que se esconden debajo de las podridas o impolutas páginas (...) la que me sobrevivirá y mi único consuelo. Todo lo que empieza como comedia acaba como un reposo en el vacío.
Felipe Müller, bar céntrico, calle Tallers, Barcelona, septiembre de 1995. Ésta es una historia de aeropuerto. Me la contó Arturo en el aeropuerto de Barcelona. Es la historia de dos escritores. En el fondo, una nebulosa. Las historias que se cuentan en los aeropuertos se olvidan rápido (...) Uno de ellos es peruano y el otro cubano, aunque no sería capaz de asegurarlo al cien por ciento (...) No bien puso un pie en el aeropuerto de Lima cuando Sendero Luminoso, como si lo hubiera estado esperando, se levantó como un desafío tangible, como una fuerza que amenazaba con extenderse por todo el Perú (...) en donde los que no despreciaban su poesía lo odiaban a muerte por revisionista o perro traidor y en donde, a ojos de la policía, había sido, a su manera, es cierto, uno de los ideólogos de la guerrilla milenarista (...) El caso del cubano es distinto. El cubano era feliz y sus textos eran felices y radicales. Pero el cubano era homosexual y las autoridades de la revolución no estaban dispuestas a tolerar a los homosexuales (...) Dos eran, aparentemente, los objetivos de los revolucionarios: que el cubano se curara de su homosexualidad y que, ya sano, trabajara por su patria. Ambos objetivos dan risa. El cubano aguantó. Como buen (o mal) latinoamericano, no le daba miedo la policía ni la pobreza ni dejar de publicar (...) Sus últimos días fueron de soledad y de dolor y de rabia por todo lo irremediablemente perdido. No quiso agonizar en un hospital. Cuando acabó el último libro se suicidó. Eso me contó Arturo mientras esperábamos el avión que lo iba a sacar de España para siempre. El sueño de la Revolución, una pesadilla caliente. Tú y yo somos chilenos, le dije, y no tenemos culpa de nada. Me miró y no contestó. Luego se rió. Me dio un beso en cada mejilla y se fue. Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos."
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secretamentepublica · 7 months
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¿POR QUÉ TENES Q VER LOS SIMULADORES?
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Bueno, primero q td, me ENCANTA "los simuladores". lo digo ya pq ya veo q hago más blogs de esta serie, q es una de mis series fav x mil razones, y si vos no viste esta buenísima serie, yo te las voy a contar para q a vos te den ganas de verla y te obsesiones con ella igual q yo:
N1: los protagonistas: lit no te puede caer mal ninguno, todos te van a gustar; de uno te quedas enamorada, de otro querés ser la mejor amiga, de otro querés ir y decirle q está td bien y q no pasa nd si es "muy frío", q el demuestra lo q siente a su manera, y de otro te encariñas pq aunq aparenta ser un tosco, es un dulce d leche!!
N2: la trama: si bien no hay una trama concreta, (bah, q simulan situaciones con tal de ayudar a alguien q lo necesite podría ser, pero bueno, se entiende mí punto), está bueno q sean capítulos conclusivos, pq podes engancharte cualquiera cuando quieras y es sumamente independiente de los otros.
N3 la dirección: damián szifron...TE AMO; lit es un capo este chabón, sea por dónde lo mires, además nunca va a poner algo pq si, es como si aprovechara cada ocasión q tiene para hacer un guiño espectacular a algo re piola del cual no te diste cuenta la primera vez, (aprovecho a decir tmb q vayan a ver "hermanos y detectives" y "relatos salvajes" aka PE-LI-CU-LON)
N4 los "casos" y los personajes q van apareciendo: si bien podes o no sentirte identificado con algún caso q los simuladores tengan q resolver, podes empatizar e identificarte muy fácilmente con cualquier personaje, tengas la edad q tengas o cualquier pavada: un señor al q despidieron y por su edad se le hace muy difícil conseguir trabajo, un chico al q le hacen bullying en la escuela, un hombre quién no quiere a su esposa pero tiene q fingir (y que puede arrepentirse o no después al perderla), o una familia qué no puede pagar una operación por falta de plata.
N5 (ya rompimos la tarim-) EL NACIONALISMO: yo no sé, pero el hecho de q está serie es argentina me llena de orgullo, es como...bueno, ns q metáfora dar, pero es tan lindo ver cómo la gente q posee la misma cultura q yo pueda crear algo tan lindo<33 además está santos, quién es ultra nacionalista.
N6 es MUY disfrutable: ¿a qué voy con esto? bueno, he de admitir q después de ver un capítulo, siempre quiero ver otro, y después de ese, otro y otro y otro, y eso ya se torna horrible por el hecho de q son menos de 25 capítulos, y aunque eso la haga mucho mejor, (ya q nunca hubo un punto de descenso), como fan es triste, pq yo quería seguir viendo más y más..y de repente..termina. pero bueno, x eso hay q verla de a poquito, antes de dormir, antes de ir al colegio/trabajo, o durante la merienda o cena, encaja con todo.
Bueno, hay muchas más razones por las cuales es una de mis series fav, pero bueno, sino se hace eterrrnoo, entonces no sigo más, vayan a verla y disfrutenla<3
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souvenirglace · 5 months
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Reading los detectives salvajes in spanish and then English just 2 put everything into focus
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innocent-but-guilty · 7 months
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Roberto Bolaño (28 April 1953 – 15 July 2003) was a Chilean novelist, short-story writer, poet and essayist. In 1999, Bolaño won the Rómulo Gallagos Prize for his novel Los detectives salvajes (The Savage Detectives), and in 2008 he was posthumously awarded the Natinal Book Critics Circle Award for Fiction for his novel 2666..
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lilietherly · 4 months
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[Fanfinc! Johnlock + Mystrade]
Un regalo para Martini como conmemoración de mis 500 subs en Wattpad.
Cariño, espero que casi 10k de palabras ayuden a que me perdones por haber tardado tanto en escribir esto 🤧. Tu sabes lo que pediste, así que no debo explicar más.
Esto es, de todas formas, puro fluff amistoso y amor filial 🥰
* * *
Desde que el doctor John Watson le fue presentado a Lestrade, no hubo argumento que le hiciera cambiar de parecer acerca de lo mucho que el hombre llamaba su atención. No de una manera escandalosa, ni mucho menos; Lestrade tenía desde hacía una década a quien resguardara sus latidos y aún se dispondría a cedérselos el resto de su vida. Sin embargo, un detalle guardaba aquel atractivo hombre. Quizá en la tenacidad de su sonrisa, la pasividad salvaje de su mirada o la rectitud de su actuar, algo todavía por descubrir en él atrapó la curiosidad de Lestrade tras los primeros minutos de conocerlo.
 Dos puntos de suma importancia colocaron al hombre ante los ojos inquisitivos del astuto inspector. En primer lugar, el nombrado doctor tuvo la osadía de aceptar, aún con todos los rumores que pudieran precederlo, el compartir vivienda junto a Sherlock Holmes. En segundo lugar: decidió quedarse. Poco menos se necesitaba para convencer a Lestrade, y no obstante, una larga lista, mientras el tiempo avanzaba, seguía escribiéndose. Alargándose de maneras que Lestrade ya era incapaz de imaginar, no encontrando en el señor Holmes verdaderas razones que justificaran ese nivel de lealtad.
El detective amateur seguía tratándolo y a sus compañeros cual infantes maleducados con nulo respeto al fango, los cigarrillos a medio fumar o los pedacitos de papel medio tostados. Los declaraba ineficaces con esos despectivos ojos grises y tachaba de erróneos muchos de sus métodos de investigación. Odiaba que le pidieran repetir sus palabras susurradas y se adueñaba de las pruebas. ¡¿Cómo un hombre de tan magna terquedad e inmadurez guardaba siquiera el más ínfimo, pequeño y desesperadamente irracional vínculo con…?!
—Hay algo en tu ceño fruncido, alma mía, diciéndome que no piensas en el Holmes correcto. —Lestrade se inclinó veloz hacía la gran mano acercándose a su rostro. Se dejó acunar en la cálida palma, permitiendo que la tranquilidad volviera a esa dulce tarde de verano; al viento suave agitando las cortinas y al libro entre sus dedos. A la afable compañía del hombre en cuyo brazo descansaba su cabeza. Greg deseó, no por primera ni por última vez, lograr mantener un secreto a salvo de su amante.
—¿Te gustaría solucionarlo?
Aquellas palabras bastaron para crear fuego en medio la fría niebla de los dominantes ojos grises. Palabras que, por cuanto deseara, no salvarían a Lestrade de aceptar lo mucho que el doctor Watson lo atraía. No, de nuevo, de una manera intima —aunque más tardaría en explicarlo que su Holmes en asegurarse de darle un recordatorio de a quién pertenecía. Esa y un par de razones extra, justificaban el silencio que Lestrade imponía acerca del asunto. Hasta que descubriera el verdadero motivo, si acaso resultara posible, lo hablaría con él.
En tanto, la investigación de Lestrade continuaría, silenciosa a la vez que rampante, pese a las pocas palaras que cruzaba con el doctor, a quien, teniendo la fortuna de su lado, vería dentro de muy poco.
Sobraban motivos para hacer llamar al detective consultor, sin embargo, no es que, con el doble de esfuerzo, Lestrade no lograra resolver el asunto por su propia cuenta, e incluso su amado se mostró sorprendido y sospechoso al oírlo hablar de pedir la ayuda del joven Holmes. Por su parte, hallándose Lestrade ciertamente desesperado por algún acercamiento con el doctor Watson, ni siquiera se tomó la molestia de buscar una excusa, se limitó a reducir sus verdaderas capacidades y hacerse, por el momento, un tanto más ciego de lo que ya lo creía el señor Holmes menor y llevarse a su vez una mayor sospecha de su amado.
Si funcionó y el señor Holmes lo creía a ese bajo nivel, no importaría mientras Lestrade se ocupaba del problema secundario. Se encargaría de su reputación después. Aclarar el tema sería la mitad de fácil con su amante.
—¿Nos acompaña de nuevo, doctor Watson? —preguntó Lestrade, acaso demasiado severo, al encontrarse rezagado de la escena del crimen por el señor Holmes, que tuvo de nuevo la osadía de robar el protagonismo y dejarlo atrás a él y a su compañero de habitaciones.
—¿Apenas lo nota, Lestrade? —se interpuso la voz susurrante del señor Holmes, inclinado al ras del suelo, olisqueando el aire alrededor de un árbol medio caído. Una tos apaciguadora, proveniente del doctor Watson, detuvo cualquier respuesta irritable de Greg.
—Así es, inspector, espero no causar ningún inconveniente.
—Descuide, doctor, es imposible causar mayores problemas en comparación a… —señalando con sus ojos al señor Holmes, dijo Lestrade con voz ligera, a modo de broma, que consiguió la menor de las sonrisas en el buen doctor.
El silencio que creció entre ambos fue entonces liviano y cómodo, lo que otorgó a Lestrade la oportunidad de estudiar al hombre rubio. Todavía delgado como un palo y la piel no naturalmente morena, daba algunas señales de mejora en su decaído estado de salud. Cambio que, de manera inquietante, Lestrade notó también se reflejaba en el señor Holmes, así como la extraña cantidad de sonrisillas que ambos se dedicaban al creerse no observados y el tiempo que tardaban sus ojos en alejarse una vez se encontraban. Puesto que Lestrade nunca sería ni por asomo la mitad de torpe de lo que el señor Holmes lo creía, sonrió el inspector ante la inusitada facilidad con la que obtuvo los primeros resultados de su investigación.
Y con qué nacimiento de una hermosa amistad se encontró.
No obstante, la duración del caso relativamente sencillo dio a Lestrade poca oportunidad de continuar sus averiguaciones, y para cuando terminó, aunque varias preguntas se respondieron, algunas otras quedaron inconclusas.
—Planeas algo, amado mío, pero aún me es difícil descubrir lo que es —murmuró el Holmes mayor al oído del inspector, algunas noches después, una vez se acostaron en el lecho uno al lado del otro. Lestrade, sonriente, se acorrucó en el pecho de su gran hombre, permitiendo que una mano ancha le acariciara desde la espalda hasta los glúteos. El sueño lo abrazaba de igual forma.
—Es irrelevante por ahora, lo prometo.
Pese a creerlo de verdad, desafortunadamente, no se mantuvo irrelevante durante mucho tiempo. Al cabo de unos meses, Lestrade halló en su investigación razones para dormir apenas lo suficiente. Y qué poco tardó su Holmes en advertir su insomnio, sin embargo, de igual manera se mantuvo rezagado, dejando en claro, como siempre, que estaría ahí por si se le necesitara. Greg se preguntó, no por última vez, en qué momento de su vida había hecho un acto tan bueno que le hiciera ganar el amor a un hombre así.
A sabiendas de que la respuesta no existía y amando a Mycroft de un modo imposible, Greg se dedicó a su nuevo caso. Él no solía llevarse el trabajo a casa, mucho menos algo que todavía comenzaba a tomar forma, aun así, dada la velocidad con la que se desarrollaba el asunto, sumado al hecho de que no podía hacerlo formal sin involucrar a nadie, el propio tema tampoco le dejaba con posibilidades de actuar. Es decir, pedirle al hombre, que tan rápidamente creó lazos con el joven hermano Holmes, denunciara a su mejor amigo, no sería ni probable ni libre de escándalo.
Lejos de siquiera insinuarlo, el propio Lestrade tardó, luego de los primeros avistamientos, alrededor de cuatro meses en aceptar para sí mismo que no alucinaba ni estaba haciendo deducciones apresuradas. Por supuesto, los accidentes son imposibles de esquivar. Siendo doctor y además exsoldado, sería difícil apuntar a un culpable por lo sucedido, en cualquier caso, el hombre no parecía cambiar un ápice su aprecio por el Holmes menor o actuar diferente en su presencia. Al final, no importaban las excusas, Lestrade terminó con cada una de ellas sin opción que redimiera al joven Holmes.
Si acaso ‘redimir’ no fuera un exceso, pues no importaba en demasía el lapso transcurrido, Lestrade todavía guardaba esperanzas para con el hermano de su amante. Sabía a Mycroft no un santo ni un monje, consciente de lo que hizo y haría por él y por su patria, sería poco inteligente pensar en el joven Holmes como un ser inocente y puro… No obstante…
—¿Otro caso difícil? Creí que irían a vacacionar —Greg no tuvo que aclararlo, Watson simplemente carraspeó y, mirando al lado contrario, intentó subir inútilmente el cuello de su camisa, sonrojado.
—Ya ve cómo es, los problemas persiguen a Holmes a donde sea que vaya… —Lestrade no dijo más, incapaz de seguir avergonzando al hombre y obligarlo a continuar inventando excusas. Watson se removió en su asiento, llenando la pequeña sala de incomodidad. El movimiento, no obstante, reveló más de lo que quiso ocultar.
—Espero que haya descansado al menos un poco, doctor. —Con una diminuta sonrisa que liberó el aire alrededor, el doctor Watson se limitó a decir:
—Por supuesto, eso es posible junto a Holmes. —Ambos rieron, aunque Greg tuvo que esforzarse para hacerlo creíble.
¿Cómo un hombre de semejante intelecto haría algo tan espantoso e irredimible? ¿Y cómo el doctor Watson, el hombre valeroso, leal y respetable, lo seguía permitiendo? Las marcas en las muñecas del doctor eran frescas, su vivo color lo anunciaba claramente. Mas la tela firme de su cuello todavía resguardaba cicatrices de las líneas firmes, cortas, continuas y con apenas espacio entre ellas, de lo que claramente se trataba de un pequeño y afilado cuchillo. Tal vez alguna de las propias herramientas del doctor. Lo descubriría en cuanto reuniera evidencia palpable.
Qué haría Lestrade si resultaba estar en lo correcto, se lo preguntaría después, en esos momentos aún luchaba contra la idea del pequeño hermano de su amante ocasionando tal daño en su amigo, y de alguna forma manipularlo para que se quedara a su lado y no proporcionara, incluso en su ausencia, ninguna señal de auxilio. Lo que opinaría Mycroft tampoco lo averiguaría pronto si difícil de aceptar era para Greg, su amado hombre encontraría cien motivos para defender a su querido hermano. Y por supuesto que lo haría, considerando el cariño que sentía por su hermano.
Abandonar a su destino al pobre hombre, naturalmente, tampoco entraría en sus planes. Que el joven y descarriado Holmes abusara de esa manera a un exsoldado que claramente no salió en las mejores condiciones de la guerra, azuzaba los nervios de Lestrade e imponía un límite para actuar y liberar al amable doctor. Porque no iba a detenerse, la experiencia le indicaba que así siempre sucedía, Greg estaba muy consciente; el maltrato se elevaría hasta el punto en que no quedaría ninguna vida para defender, ¿y entonces, cuántas leyes estarían a favor? Ninguna ayudó a su madre cuando lo necesitaba y ninguna lo hizo cuando se Greg atrevió a hablar. Ahora, no le importaba qué tan valiente o fuerte pudiera ser el hombre de dulces ojos verdes, Greg lo protegería incluso del hermano menor de su amante.
Una tarea de ese tamaño, por supuesto, no se resolvería solo con buenos deseos, siendo también un asunto que por falta de pruebas le iba a ser imposible hacer oficial y ya que aún no pondría al tanto a su amante, le dejaba además sin nadie para ayudarlo. Solo, manteniendo la estabilidad de su trabajo y sin descuidar su asociación romántica, le dejaba escaso tiempo cada día para avanzar en el caso. Como resultado, de forma inevitable y dada la importancia del asunto, Lestrade supo que debía decidir a cuál responsabilidad limitar su atención para que el conjunto no terminara colapsando.
—Harás tiempo extra de nuevo —susurró Mycroft al oído de Greg, mientras lo sostenía de la cintura contra la pared, a un par de pasos de la puerta que daba a la calle—. Dame algo para recordarte y no morir de soledad. —Greg, estremeciéndose, se aferró a su amado con brazos y piernas. Lo besó hasta perder el aliento.
—Lo que desees, soy tuyo de cualquier manera…
Mycroft lo tomó entonces de una manera que nadie más podía hacerlo.
Valió la pena llegar tarde al trabajo, las marcas en su piel y la deliciosa sensación que hacía temblar sus piernas y le impedía sentarse correctamente, se abrió paso en su memoria incluso luego de que hallara la estabilidad. La calidez del cuerpo pesado y grande de su hombre lo acompañó el resto del día, y lo abrigó después de ello, cuando se enfrentó a la noche oscura, fría.
No significó ningún problema el abrirse paso al edificio desocupado en Baker Street, justo frente al 221A y 221B. Limpió la esquina de una de las ventanas y se aseguró de una caja de madera para sentarse, dispuesto a no moverse durante un lapso considerable, reconociendo a las horas nocturnas como aquellas en donde los maltratadores sentían mayor confianza para subyugar a sus víctimas. Portaba su arma, si bien no guardaba ninguna expectativa, pues normalmente su suerte no iba en esa dirección. Estaría listo de cualquier manera.
El movimiento inició casi a la media noche. Las luces se encendieron y una sombra delgada y alta apareció en la cortina: el hermano menor Holmes, por supuesto. Greg lo observó dar tres vueltas y luego quedarse a la mitad de la ventana, pensó que abriría la cortina, lo que lo empujó a esconderse contra la pared, pero no lo hizo, al contrario, la sombra fue disminuyendo su tamaño. No apareció de nuevo. Greg se marchó algunos minutos antes de las tres de la mañana.
—Tu hermano debe tener algunos problemas de sueño —dijo Greg casualmente, tras dos semanas de comenzada su vigilancia en Baker Street. Mycroft no detuvo su siguiente bocado ni mostró alguna extrañeza por el comentario de su inspector.
—En realidad, duerme mucho mejor desde hace algunos meses, diría que casi un año. Siempre tuvo problemas para dormir, tal vez ese doctor Watson le este ayudando a resolverlo. En cualquier caso, Sherlock tiende a no dormir en tanto atienda sus acertijos complejos…, ¿tiene uno de esos ahora?
—Habría pensado que no, le envié al hombre de la rata gigante. —La risa de su amado estalló en una carcajada, que rápidamente lo contagió. Greg se convenció de zanjar ahí el asunto si no quería plantar alguna sospecha haciendo demasiadas preguntas sobre el joven Holmes.
A pesar de sus esfuerzos, luego de dos meses sin conseguir una pista significativa, con la energía al límite, la falta de sueño y el anhelo por regresar a sus noches rodeado por brazos fuertes y el perfume masculino de su Holmes, Greg comenzaba a frustrarse. No, en realidad, se sentía ya sobrepasado por la frustración. Y no veía más que sombras, y las marcas en el doctor continuaban apareciendo, y la amistad de él y el Holmes menor permanecía y cada día se notaba acrecentándose.
Y, quizá, la relación de Greg y Mycroft era la que se veía afectada. El inspector no pondría en duda la estabilidad de su relación, tantos años habían pasado y de situaciones peores sobrevivieron, unidos por encima de todo y de todos. Así, por cuanto esta repentina lejanía no iba a separarlos, Greg distinguía las cicatrices amenazando con abrirse en cualquier momento. De no hacer algo que ofreciera una solución rápida, los estragos reclamarían un pago difícil de entregar estando aún comprometido con el rescate del doctor Watson.
Greg decidió entonces pedir ayuda extraoficial para su caso y, a su amante, una cita en un lugar especial para ambos. En Scotland Yard guardaba la confianza de algunos detectives inspectores, sin embargo, solo uno podía ofrecerle la seguridad de que ninguna palabra sería extraída de su boca antes de encontrar la muerte. Tan intenso espécimen, como tendía a nombrarlo Mycroft, contrario a lo que aparentaría dadas las incontables escenas en donde pudiera señalarse lo mucho que él y Greg peleaban, en realidad, guardaban una relación amistosa. Lejos de los casos y el celo profesional, el hombre era sorprendentemente cálido.
Tosco en su actuar y de lenguaje soez, aún quedaba espacio en Tobias Gregson para una sonrisa fácil y una lealtad feroz, cualidades que Greg tardó mucho en descubrir y muy poco en atesorar. Greg, tampoco siendo el mejor ejemplo de buen samaritano, y menos aún con un hombre tan competitivo como Tobias, le costó un periodo considerable demostrar sus cualidades y alcanzar el punto de amistad en que ahora se encontraba con él. En suma y sea como fuere, esa noche, durante su turno nocturno, Greg le relató sus inquietudes.
—¡Ese maldito entrometido Holmes, sabía que terminaría haciendo algo tan infame! —Greg no dudó un segundo en que Tobias reaccionaría de forma distinta, igualmente deseó que lo hiciera—. ¿Cómo puede aprovecharse así de un hombre enfermo? ¿No acaso existimos los fuertes para proteger a los débiles? Cuente conmigo para atrapar a ese hombre nefasto. Cuál es su plan, Lestrade.
Ninguno guardaba ya la necedad de creer que podían superar al señor Holmes, por lo que descartaron seguirlo lejos de la vigilancia en el edificio frente al 221 A y B. Vigilar al doctor Watson lejos de su tiempo con Holmes tampoco tendría sentido, y si el señor Holmes le imponía alguna escolta que amenazara sus pasos y procurara su silencio, podrían ambos inspectores ser descubiertos si cometían un error. No obstante, ahora que la fuerza se multiplicaba, confiándose de sus talentos, se propusieron una vigilancia exclusiva, ya de día o de noche —dependiendo de sus horarios en la Yard— para cuando los hombres estuvieran juntos.
Cuidándose las espaldas, habría pocas posibilidades de ser atrapados y, en cambio, aumentaría la probabilidad de ver al señor Holmes cometiendo un acto atroz en contra de su compañero de habitaciones. Greg, acoplado al modo en que Tobias trabajaba, nada le costó el entender sus señas o los gestos ridículos de su cara, por lo que una vez comenzaron su misión, entraron de lleno a solucionar el asunto.
Tardaron tres semanas en aceptar que no avanzaban en ninguna dirección. La cita de Greg con Mycroft se había marcado al día siguiente y, dado su ánimo agonizante, solo la muerte evitaría esa reunión. Gregson no se veía mejor. Irritado la mitad del tiempo, somnoliento y cansado la otra mitad, estallaría en cualquier momento.
—Descansemos esta noche, Gregson.
—¿Qué? No me dirá que se rinde.
—Por supuesto que no.
—Él tiene un pómulo hinchado, Lestrade.
—Lo sé.
—Dijo que le cayó una enciclopedia.
—También estaba ahí para escucharlo.
—Esta herido de una pierna y no puede ni sentarse, ¿aun así usted quiere…?
—¡Sí, Gregson! Lo sé, lo entiendo, pero hemos llegado a nada en casi un mes. Le pedí su ayuda en este caso porque logré exactamente lo mismo trabajando yo solo. Le agradezco, no piense lo contrario —añadió Greg, antes de que el inspector rubio abriera la boca—. Sin embargo, es obvio que necesitamos un enfoque distinto. Lo que no resolveremos si continuamos desgastando nuestra energía repitiendo un proceso inservible. —Su explicación apenas logró ser reconocida por Gregson, que la aceptó al cabo de unos minutos.
—Tómese un par de noches, Lestrade —suspiró Gregson, levantándose de su silla, caminó despacio hacia la puerta de la sala de detectives. Del perchero escogió su abrigo y sombrero—. Descansaré hoy y volveré a Baker Street mañana, usted ha mantenido este caso abierto sin detenerse nunca, seguramente su esposa lo extraña. —Sin pensarlo, Greg acarició el hermoso y brillante anillo de oro rosa en su dedo anular izquierdo. Una risa burlona lo despertó del recuerdo de Mycroft—. Me voy, Lestrade, su rostro es vergonzoso y no me apetece mirarlo. —Greg se pellizcó el muslo y salió justo detrás de él.
El coche de Mycroft lo esperaba afuera, no así el hombre a quien pertenecía.
—Buenas noches, inspector.
—Buenas noches, Cecil, ¿Mycroft esta en casa?
—El señor Holmes llegó hace una hora, me envió para acelerar el tiempo de su encuentro o, dado el caso, llevar un recado que lo aplace. —Lestrade asintió, sonriente, y rápidamente abrió la puerta de la berlina.
Aunque se trataba de un viaje corto, Greg estuvo ansioso cada minuto del trayecto; colmado de emoción reprimida por la falta de contacto o la menor charla insulsa que lo devolviera a la época en donde lejos de su trabajo, cada uno de sus segundos le pertenecía a su amante. Ningún inconveniente hubo en el camino, ni al ser recibido por su amado ni al salir nuevamente de casa.
Hill Street les dio la bienvenida con las farolas encendidas y una ligera llovizna, lo que terminó por ahuyentar a los ojos indiscretos. El caballeroso amante de Greg le ayudó a descender del coche, estando bajo el resguardo de una sombrilla que Cecil sostenía para ellos. Mycroft, desvergonzado, besó al inspector en los labios antes reacomodarle su clavel verde y avanzar hacia la puerta del lugar, cuya fachada deslucida contrastaba por completo con sus elegantes ropas. Cecil se marchó en el momento en que un par de ojos se revelaron tras una pequeña rendija en la puerta.
—Buenas noches, Gabriel… Belcebú —saludó la voz en el interior. Greg contuvo la risa al advertir el estremecimiento de Mycroft.
—Adrian. —Omitiendo el enfado de Mycroft o las inútiles disculpas aclaratorias, Greg compartió algunas palabras con el guardia y finalmente se les concedió el acceso.
Recogieron sus abrigos tras cruzar la tercera puerta y los condujeron en seguida a su mesa reservada. La conversación fluyó maravillosamente; Mycroft deslizando cada palabra con esos preciosos labios de ocre rosa, seduciendo a Greg, como si hiciera falta alguna prueba, en cuestión de segundos. Greg intentaba estar a la par, aunque su coqueteo, más bien físico, lo conducía a obsequiar miradas profundas, caricias suaves a esas grandes manos y deslizamientos suaves de su pie a los tobillos de su amante.
La música del trio de violines complacía a los danzantes en la pista de baile alejada de las mesas, funcionando a su vez como un adecuado acompañamiento a la comida. El maître que Mycroft adoptó para atenderles en cada visita les servía el plato fuerte cuando, a medio trago de agua, Greg vio algo que lo alarmó al punto de escupir, toser y atragantarse. Reconocido por su silencio y amabilidad distante, el maître retrocedió varios pasos, intentando limpiarse el rostro y la ropa, en tanto Mycroft de la daba a Greg sus ojos grises colmados de sorpresa y una ligera preocupación.
—Lo siento, lo siento, yo… Regresaré… —logró decir el inspector, sin apartar la vista de su objetivo.
Luego se retiró apresuradamente en dirección a los baños, justo la ruta que seguía el hombre que llamó su atención. Se abrió paso tan rápido como los asistentes lo permitían, y nada hubo que le hiciera acercarse tan pronto como su ánimo ansioso lo exigía. No se reconoció a sí mismo al apartar a cada persona tras un segundo de pedirles que se hicieran a un lado. Nada importaba. Nada tenía sentido, y de cualquier manera…
—Eso es… Soy un verdadero idiota… Eso tiene sentido… Debí haberlo… —roía el inspector entre dientes, masticando el sentido de todo cuanto lo hizo espiar a un hombre inocente, sospechar del hermano de Mycroft y pasar incontables días alejado de él.
Le temblaban las manos, sus pies nunca podrían acercarse a la rapidez que les exigía. Su cuerpo, hasta el último centímetro, carcomido por la necesidad y el hambre de la verdad más obscena en el caso más pesimamente comprendido del que alguna vez Greg tuvo la mala fortuna de ser parte. Sudor frío comenzó a abrillantarle la frente y un temblor le asaltaba las manos en el instante en que abrió de par en par la discreta puerta del baño. Dio un paso adentro y señaló a su objetivo con el dedo de aquel que ha resuelto la última pregunta sobre la vida y el universo.
La emoción del descubrimiento lo poseía.
—¡Eso lo explica todo!
El hombre rubio, de bigote perfecto, hombros anchos y amables ojos verde pasto dio media vuelta, enfrentándose al poco elegante grito. Greg observó la miríada emocional que atravesó al hombre rubio, nunca cediendo al peso de su mirada ni sintiéndose culpable por su excéntrica revelación. En cambio, se mostró abierto a la observación del hombre, considerando que ambos se encontraban en similares condiciones respecto al lugar en donde estaban. La emoción del hallazgo todavía inundando a Greg.
—Esta conclusión no absenta ningún detalle, doctor Watson, y lo admito, su simpleza me abruma —continuó Greg, acercándose al hombre que aún leía la situación—. Es solo que no pensé en relacionar sus marcas con esta situación, menos aún al ver que casi nunca sale sin compañía, estando casi siempre junto al señor… —Una repentina mano en el pecho lo detuvo.
El doctor Watson no le dio tiempo de reaccionar, sujetándolo del chaleco, empujó a Greg en el primer compartimento de la fila de inodoros y lo colocó de espaldas a él. La sorpresa impidió a Greg oír la puerta abriéndose, apenas le dio tiempo para usar las manos y no golpearse el rostro contra la pared. Comenzaba a girarse y abrir la boca para exigir una explicación antes de ser frenado por una voz en la entrada.
—¿John? —Greg, paralizado, escuchó los pasos del doctor Watson caminando hacia esa voz—. Vi a un pequeño hombre caminando furioso en esta dirección, solo compruebo que nadie te ha puesto en peligro. —El doctor Watson liberó una risilla.
El corazón de Greg se detuvo. Si el doctor se creyera en peligro por no haber leído bien su situación con Greg y llamara al señor Holmes, nada de lo que Greg hiciera serviría para evitar la sentencia del señor Holmes. Absolutamente todo iría mal, Greg lo había concluido con las marcas y su presencia en esa casa de Molly. Watson no lucía sino las señales de propiedad de un hombre que, como el hermano mayor y amante de Greg, podía con relativa facilidad hacer notar sus celos y protección sellándolos en la piel de aquel a quien poseía.
Probado quedaba, según en el recuerdo de lo que ahora reconocía como mordeduras de amor o de manos firmes sujetando las muñecas o los tobillos, el hecho innegable del peligro en el que Greg estaría de haber caído el doctor Watson en la conclusión equivocada.
—Nadie entró después de mí —aclaró el doctor Watson, tranquilizador. Greg oyó el innegable sonido de un beso apasionado y enseguida una pausa abrupta—. No aquí, ¿de acuerdo? Vuelve, terminaré aquí y continuaremos donde lo dejamos. —Greg se negó a pensar nada acerca del tono susurrante del doctor, sintiéndose en su lugar como si invadiera una conversación privada y agradeciendo que el señor Holmes no hubiera descubierto su identidad.
—Por supuesto, mon vrai cœur. —Algo en Lestrade murió en esas últimas palabras, renaciendo en una carcajada que solo contener el aire pudo evitar. Así, el señor Holmes retrocedió, marchándose luego de un último beso a Watson.
Cerrada la puerta, Greg no lo contuvo más. La risa brotó de su pecho al tiempo en que Watson lo atraía de la forma nada delicada en que lo empujó ahí. El hombre rubio lo vio ahogándose de burbujeante humor y un color ligero comenzó a teñirle las mejillas morenas. Naturalmente, la risa de Greg creció. El alivio lo inundaba y la vergüenza del doctor acrecentaba la optimista euforia. Lejos de Mycroft, pocas situaciones le habría regalado ese nivel de alegría. Unos buenos minutos después, con las manos del buen doctor Watson sosteniéndolo de las solapas con furia reprimida, Greg comenzó a limpiarse las lágrimas sin mostrarse arrepentido frente los ojos acusadores o las mejillas rojas.
—No tiene idea, doctor —dijo con voz agitada y dando palmaditas a las manos del hombre—, de cuánto me alegra verlo aquí —concluyó, lanzándose al doctor para abrazarlo fraternalmente. Regresando a su posición, no le extrañó que esos gestos ahora se mostraran confundidos. Él, claro, debía al hombre algunas palabras que explicaran el ridículo escenario—. Me abochornaría demasiado decirle los verdaderos motivos de mi alegría, doctor, sin embargo, le ruego fiarse de mí. No estoy aquí, como bien habrá notado, para causar problemas y menos aún a usted o al señor Holmes. —El hombre rubio no pareció convencerse, lo que era de esperar, según la situación en que Greg lo dejaba.
—Su clavel no me es suficiente, inspector.
Y como obviamente Greg no daría una prueba definitiva —tal cual lo exigía la situación—, solo besando al primer hombre que se le cruzara, se alzó de hombros he hizo lo debido con el doctor Watson. O lo intentó. Alejándose el doctor al reconocer las intenciones de Greg, por fin lo liberó de las solapas.
—¿Qué otra prueba me exige, pues? Dudo mucho que me permita salir sin nada que lo compruebe.
—Y el daño que podría hacerle a Holmes sería irreparable, soy incapaz de…
—¡Oh, por supuesto! —dijo Greg, con su sonrisa orgullosa e interminable—. No se preocupe, doctor Watson, soy incapaz de enviar a una celda al amado hermano menor de mi amante. —Y de igual manera, como si su simple voz pudiera convocarlo, desde las afueras del baño la voz de Mycroft lo llamaba.
—¡Greg! ¡Greg! —Lestrade no dudó en devolverle el favor a Watson, enviándolo al interior del cubículo que hace poco él abandonó en, valga esa locura, iguales circunstancias. Así, la puerta se abrió y el señor Gran Hombre hizo acto de presencia—. Greg, ¿qué sucedió? ¿Qué te ha poseído? —Greg lo alcanzó antes de que avanzara al cubículo de Watson.
—Una falsa alarma, me temo, creí haber visto a un conocido de hace mucho tiempo, pero ya me disculpé por mi error, así que simplemente aprovecharé que estoy aquí y haré mis asuntos. ¿Me esperarás en nuestra mesa? Le pediré perdón a Françoise y continuaremos nuestra cita —rogó el inspector, sonriente. Creciendo sus ya grandes ojos castaños y batiendo sus largas pestañas algunas veces, una estrategia a la que Mycroft nunca se resistiría. Su amante lo besó en la frente.
—Date prisa, mi pequeña estrella. —Greg sonrió a las dulces palabras, se levantó de puntillas y aguardó a que Mycroft se inclinara para besarlo correctamente. Una vez se separaron y la puerta se cerró detrás de su amante, ya tranquilizado gracias a su presencia, Greg se cruzó de brazos, encarando al hombre rubio que lo miraba con sospechosos ojos verdes.
—No dude por mi comportamiento, doctor, en realidad no me avergüenzan los nombres cariñosos de Mycroft. —Los gestos firmes del doctor Watson se derrumbaron frente a Greg, reemplazados por una mezcla de asombro, sorpresa y cierta desconfianza, que Lestrade supo, no iba a desaparecer aquella noche.
Entonces, el hombre comenzó a rodearlo, buscando la salida.
—Holmes regresará si no vuelvo pronto, usted… —Greg levantó las manos, apaciguadoramente.
—Sé que es difícil de procesar, Doctor.
—Si intenta algo contra Holmes, aunque sea usted el amante de su hermano…
—Ni siquiera planeo decírselo, si acaso no lo sabe ya, es un asunto familiar en el que no voy a inmiscuirme. —Watson le frunció el ceño, ya en la puerta.
—Lo mantendré vigilado. —Sentenció.
Greg bajó las manos en cuanto el doctor se marchó, terminó sus asuntos en el baño y regresó a la mesa, con Mycroft, para continuar el resto de su magnífica velada. Olvidándose de la pantomima risible que sucedió en el baño no prestó la menor atención a cual haya sido la amenaza del hombre rubio, reconociendo que no existía ningún peligro si, como dijo, nada hacía contra el joven Holmes. Y no planeaba hacerlo. La felicidad de saber que aquellas marcas no eran producto del maltrato ejercido, que el ojo hinchado posiblemente sí se debía al golpe de una enciclopedia y que esa cojera pensada en un inicio como la consecuencia de un golpe pudiera ser a causa de otras actividades un tanto más peligrosas; aún mantenían a Greg al borde de su asiento, vibrando de feliz energía contenida.
La noche fue sublime.
Al día siguiente ya tenía un motivo convincente que justificara para Gregson la resolución del caso y, unas horas después, sentado Watson en la silla delante de su escritorio, solo ellos dos estaban al tanto de los motivos que justificaban la amenaza silenciosa en los ojos del hombre rubio. Lestrade le sonreía, como ayer por la noche, quieto y nada pretencioso.
Entendía el miedo del doctor de la misma forma en que entendía cómo el terror de ser descubierto formando una relación amorosa con otro hombre nunca lo abandonaría. Sin embargo, con la sabiduría de quien ha conservado esa misma relación durante casi doce años, Greg podría asegurarle al doctor Watson una red de apoyo, invisible para casi todos, en donde pudiera prometerle cierta seguridad. Cierto sentido de pertenencia en dónde hallar un poco de serenidad o al menos la certeza de que no estaba solo, peleando él y su compañero contra el mundo. Que Greg nada haría para lastimarlos.
—¿Puedo ofrecerle té, doctor Watson?
—Cuál es su precio, inspector. Pida lo que quiera, simplemente no involucre a Holmes en esto. —Greg sonrió.
Eso no iba a ser fácil. Si bien el asunto parecía girar en torno al Holmes menor, el propio doctor valía el esfuerzo de Lestrade, tuviera o no relación alguna con el señor Holmes, sus escasos encuentros servían a Greg de prueba para justificar otorgarle algunos de sus secretos. Y, naturalmente, el que de hecho el doctor sea la causa de tantos cambios positivos en el amado hermanito de Mycroft, impulsaba casi de forma obligatoria el que Lestrade le ofreciera algún alivio.
—¿Sabía que las habitaciones y salas privadas en el bar de Hill Street se inauguraron hace casi once años? Una excelente decisión, ¿no lo cree? En ese entonces Adrian se negaba a convertir su restaurant en un ‘prostíbulo’, sin embargo, puesto que fue mi idea, logré convencerlo de que ese no sería el caso, pues el prostíbulo estaría detrás del bar, en el recientemente desalojado edificio. Mycroft y yo nos casamos unos días antes de la inauguración.
La sorpresa de su declaración, observó Greg, menguó un ápice el irascible humor de doctor Watson. Reconociendo que necesitaría de mayores palabras y quizá un par de pruebas que demostraran su sinceridad, Greg se relajó contra su asiento, suspirando. Deseó tener el tiempo para hacerlo de un modo considerado y nada escandaloso.
—Pasamos nuestra primera noche como un matrimonio no reconocido en la habitación Júpiter, donde accidentalmente dejamos coja la mesita de noche. Adrian nos mataría si de casualidad se enteraba, así que Mycroft no ofreció una compensación; regresé al día siguiente fingiendo haberme olvidado de las ligas de mis calcetas y llevando un botecito de resina en el bolcillo. Desde esa noche, durante una década, la maldita pata de esa mesita ha estado del revés.
Si Watson le creyó y, al irse, corrió directo a la habitación Júpiter o simplemente no quiso permanecer ante su mentirosa cara luego de que un par de policías entraron para buscarlo, Greg no lo averiguó el resto de la semana. Poco le preocupaba lo que el hombre hiciera o se propusiera hacer, no es que tuviera algún poder sobre él, y en especial, Greg hizo el primer movimiento para que estuvieran en iguales condiciones, ¿qué haría? ¿Denunciarlo? Al final, nunca señalaría al doctor Watson de ser un corto de intelecto o de una sensibilidad en extremo frágil.
No se equivocó, y el doctor regresó ocho días después, con un ánimo positivamente abierto al dialogo.
—Estoy muy avergonzado con usted, inspector, desearía…
—Yo habría actuado igual, doctor, si acaso no peor.
—Aún me gustaría reparar el daño. —Greg sonrió, el resto de su vida no pensaría mal de un hombre tan respetable.
Acabado el turno de Greg, se encontraron en un pub escondido a un par de minutos de la Yard. Al principio, ninguno dijo palabra, y si bien el inspector no logró interpretar el silencio, personalmente no le causó malestar alguno. Ni siquiera sabía si estaban ahí para hablar o solo para cobrar un favor. Cierto es que apenas conocía al hombre sentado frente a él y, por todas las buenas características que pudo haber deducido, nada le aseguraba que pudiera tenerlas a su favor.
Cualesquiera que fueran las intenciones, Greg seguiría feliz que haberse equivocado con el origen de las heridas del doctor. Viéndolo ahora de cerca, Greg advertía que el furioso color rodeando el ojo verde, disminuyó considerablemente su intensidad. Las marcas en las muñecas y en el cuello no dejarían de aparecer, sin embargo, cada una de ellas parecían ser consensuadas. Greg no alcanzó a retirar su atención, siendo descubierto por el doctor, que se tocó la herida en el rostro.
—Holmes no es un hombre violento por naturaleza, esto lo causó un verdadero accidente.
De alguna forma, dado el nivel de comprensión que Greg podía ofrecerle, las cosas se resolvieron fácilmente desde ese punto. Palabras fluyeron sin esfuerzo, los temas de conversación, aunque no intrusivos y por el momento y el lugar, no descuidados; resultaron fascinantes. Ya una rata gigante, ya ligeros incidentes con víctimas intrusas o el clásico culpable que pretende no serlo y que por un descuidó de lo más estúpido echa abajo su cuartada, los dos se encontraron, horas después, riendo a carcajada limpia por el caso de un borracho con los pantalones en las rodillas que huyó de Greg antes de que descubriera su deplorable estado.
Greg llegó a casa deshecho y feliz, colapsó en los brazos de su esposo y, sonriente, durmió sin pausa hasta el amanecer.
No era que a Greg le resultara imposible hablar sobre ciertos asuntos con Mycroft, no obstante, al tener de esposo al hombre más inteligente del país, si acaso no del mundo, limitaba algunos temas que, frente a una mente igual a la suya, podrían desenvolverse de maravillosas formas. No planeaba negarlo, en comparación a Mycroft, Greg nunca sería el hombre más inteligente, aunque jamás se autodenominaría un tonto, su esposo se hallaba muy por encima de lo común. Siendo así, al tanto de a quién el doctor Watson tenía por amante, considerando además que en la corta temporada de vigilancia el buen doctor apenas tuvo contacto con otras personas, fácil se le hizo pensar que estaría en la misma situación.
Greg conocía a otros hombres que compartían su particular gusto, llenaba su lista desde abogados, barrenderos, cocheros y un par de contadores, médicos también, por supuesto. Pero ¿cuántos de ellos de verdad entenderían lo que significaba compartir la vida con un Holmes? No solo el genio, el político despiadado que fácilmente sustituiría a la reina, el hermano protector o el amante posesivo, ¿cómo Greg explicaría a gente tan extraordinariamente ordinaria, por cuanto los respetara o estuviera en el mismo nivel, lo que experimentaba cada día al convivir con su Mycroft?
No se trataba del amor ni de lo que ocurriría en la alcoba eso que le impedía hablar con nadie sobre su relación. Envidiando la facilidad de los hombres de Hill Street para conversar sobre sus amantes y formar amistades en donde no se vieran obligados a cuidar los pronombres de tales, Greg nunca consiguió dar ese paso. Ni qué decir en el trabajo, al ser doble la dificultad incluso para fingir que en casa lo recibiría la esposa que siempre rechazaba las ofertas de las esposas de sus compañeros para tomar el té. En un lugar lo tacharían de engreído y en el otro, sencillamente lo arrojarían a una celda.
Por eso, cuando el doctor Watson le ofreció encontrarse de nuevo, Greg no dudó en aceptarlo, tal vez un poco demasiado entusiasta. La vergüenza no disminuyó su ánimo, menos aún le impidió llegar temprano... Igual que el doctor Watson, quien lo esperaba ya en la mesa que ocuparon la primera vez. Greg, intentando pensar de manera coherente y no con el anhelo infantil de haber tropezado con un hombre en un escenario similar al suyo, lo tomó como un hecho arbitrario que muy poco habría de significar para el doctor.
La facilidad con la que un tema sencillo evolucionaba y se deslizaba al siguiente de manera inadvertida, las risas compartidas y la comprensión de ambos en situaciones a los que muy pocos lograban sobrevivir, comenzó a darle a Greg la confianza de liberar una censura que por décadas mantuvo cerrándole la garganta cada vez que debía entablar una conversación amistosa fuera de su hogar. No saltaría al vació de la ciega confianza tan deliberadamente, sin embargo, de continuar sus salidas con el doctor por ese buen camino, ninguna opción le quedaría.
Muy pocas dudas guardaría, así como de limitadas serían sus esperanzas. De ese modo, siguiendo el plan y poniendo lo justo de su parte, para su buena fortuna, aquella noche terminó de manera excelsa. Y la siguiente docena también.
Greg maldijo algunas veces no haber invitado antes al doctor Watson, aun si no conociera su secreto, el hombre extraordinario habría sido una gran compañía desde el principio. Ahora, un año y medio después, de vez en vez lo cubría una emoción que advertía su lentitud para no ver lo obvio; lo mucho que tenía en común con el doctor y las altas probabilidades de hallar en él un gran amigo.
No obstante, quizá el tiempo y la forma del descubrimiento, hayan sido el mejor de los escenarios. ¿Cuánto habría tardado en convencer al doctor Watson para que entrara en aquella pastelería tan bonita, les comprara algunos pastelillos y luego, cual niños maleducados, se adentraran a comerlos en la floresta del parque Saint James? Los pastelillos que servían cada par de semanas en la casa de molly y que provenían de un lugar al que ningún hombre decente accedía sin la compañía o el encargo de alguna mujer. Greg anunciaría su descubrimiento a su esposo al llegar a casa, en tanto, comería sin arrepentimientos.
—Probé uno de estos la primera vez que Sherlock me llevó a Hill Street —dijo Watson, tomando una pequeña porción de esponjosa crema. Al principio, Greg no cayó en cuenta de que esa era la primera vez que hacían alguna referencia a sus particulares gustos—. Estar ahí me tenía tan nervioso que ni siquiera pude saborearlo. —Greg soltó una ligera risa.
—Cuando los ofrecieron la primera vez, Mycroft comió tres de ellos —respondió Greg, haciendo lo propio con su pastelillo. Watson no perdió el tiempo para contestar.
—Comprensible, es un hombre grande.
—Oh, vaya que lo es.
Greg cayó en cuenta de la doble interpretación de su comentario al mismo tiempo que el doctor. Se miraron unos segundos, tras los cuales, las risas de ambos estallaron. Mycroft lo entendería de estar en el ánimo correcto, en definitiva no en medio esa clase de situación totalmente inocente. Los ojos llorosos de ambos se encontraron y, sin decirse nada, la comprensión absoluta los alcanzó. He ahí el paso faltante, la pequeña chispa que iluminó el sendero de su amistad, ampliando el campo de visión acerca de lo que podían o no hablar.
Levantó su pastelillo en dirección a Watson, brindando silenciosamente por el nacimiento de una amistad única.
Sonrientes, el buen humor instalado les impidió ver las señales de una abrupta interrupción cuando, de entre los árboles a sus espaldas, un hombre irascible apareció, apuntándolos con su bbastó; de aliento agitado y un leve sonrojo en sus mejillas delgadas. Greg apenas detuvo su risa, la situación en realidad no se advertía peligrosa, quizá por la nada intimidante presencia del hombre pese a la brusquedad de su entrada o la obvia constitución, que descartaba en su delgadez cualquier experiencia de combate. El doctor Watson, a su lado, tampoco reaccionó más allá, limitándose a detener el siguiente bocado. Greg incluso tuvo el ánimo de apreciar la similitud de sus reacciones tras estudiar al hombre.
—Son ellos, oficiales. Estos son los invertidos que pervierten la… —Greg dejó se prestar atención, ahora por completo seguro de que el escenario no podía ser menos peligroso.
Tres policías llegaron corriendo a donde el hombre furioso. Greg levantó una ceja, tragó el pastel que apenas terminó de masticar y miró a Watson, preguntando en silencio si estaría bien ponerse de pie o si sería acaso darle demasiada importancia al asunto. El hombre rubio se levantó de hombros, permitiendo que Greg tomara la decisión mordiendo de nuevo su postre. Por el otro lado, los oficiales ya habían recuperado el aliento y, detrás del hombre adusto, los observaron, identificándolos al instante.
—I-inspector Lestrade, do-doctor Watson…, se-señor… —tartamudeó el primer oficial, dándole a Greg una suerte de venia militar. Gesto que imitaron el segundo y el tercer agente. Eso convenció al inspector de ponerse de pie, y Watson lo imitó.
—Oficiales, ¿cómo van las rondas hoy? Espero que no pretendan seguir todas las falsas alarmas que les anuncien —dijo, apenas una ligera nota de humor en su tono. Lo cierto es que por ninguna razón aceptaría que lo llamaran “invertido”.
—¿Inspector, doctor? —repitió el hombre indignado, estudiando a Greg y a Watson de los pies a la cabeza. Greg pensó que se vería más profesional sin migajas en la ropa, aunque igualmente estas no le quitarían el título de detective inspector.
—¿Y bien? —preguntó Lestrade, sin esperar otra cosa que no fuera tener de vuelta a los policías haciendo sus rondas. Levantó una ceja a los tres hombres y contuvo una sonrisa al verlos temblar ligeramente. Ellos comenzaron a retroceder y a despedirse antes de que el hombrecillo molesto los interrumpiera.
—¡No, alto!, ¿no lo hacen sus títulos incluso peor? Estos hombres están cometiendo un ultraje a la buena sociedad y ustedes deben encargarse de ello. —Greg frunció el ceño luego de que los policías volvieran a quedarse en su lugar. Watson le dio una nueva mordida a su postre.
—E-el doctor Watson esta comprometido y el inspector ha estado casado desde hace… —Ahora Greg no se contuvo, y la ira reflejada en su rostro hizo temblar a los agentes. ¿De verdad se justificaban con el hombre?
—Oficiales, retírense, yo me encargaré de esto. —Dio un paso amenazante y el trío tardó un segundo en acatar la orden. Miró a Watson y él le devolvió el gesto; un poco de su molestia retrocedió al ver la mejilla y la nariz del doctor con pequeñas manchas de crema. Comenzó a señalarle para que se limpiara, pero nuevamente lo interrumpieron.
—Ustedes ya no tienen para mí ninguna autoridad, y si esos ineptos no se harán cargo… —A punto de advertirle Greg que su discurso se dirigía a un camino desagradable, él osó levantar su bastón en contra de Greg.
Tan rápidamente que el hombre no tuvo la menor ventaja, Greg le arrebató el bastón, lo golpeó en la espinilla, y colocándose detrás de él, empujó la parte interna de sus rodillas, obligándolo a hincarse. Watson, todavía manchado de crema, le aplaudió un par de veces. Greg, halagado, hizo una graciosa reverencia. Después dejó que el bastón descansara en el hombro del atrevido, su presencia una amenaza silenciosa.
—Solo hay una cosa que lo salvará de ir al calabozo el resto del mes —dijo el inspector con una voz que aseveraba la única oportunidad que le daría al hombre.
Aun así, algunas veces Greg era demasiado amable, porque una vez el hombre, sin decir palabra, echó a correr por donde había venido, no se tomó la molesta de iniciar una persecución. Watson se colocó a su lado y ambos observaron cómo el hombre se perdía entre los árboles. Suspiraron, vencidos, a sabiendas de la inevitable realidad. Por fortuna, orgullosos y fuertes como se sabían, tuvieron la voluntad de mantener la estabilidad de su burbuja.
Estableciéndose de regreso un silencio ligero, aprovechó el inspector para señalarle a Watson los restos de crema. Las pequeñas manchas, sin embargo, esquivaron los intentos del doctor, por lo que Greg, riendo, aceptó ayudarlo. Extrajo de su bolsillo uno de los pañuelos de ceda que su esposo le obsequió y lo levantó a donde la mejilla de Watson.
El sonido de ramitas quebrándose en el suelo volvió a detenerlos. Greg no escuchó ninguna repetición o voz que hiciera eco, por lo que en esta ocasión logró reconocer lo que lo originaba. No así Watson, que permaneció atento a lo que pudiera venir. Greg lo atrajo del mentón y, ocupándose de las machas, dijo, susurrante:
—Esta bien, solo es Bülent. —Watson le dirigió su atención de inmediato, la duda plasmada en su rostro—. Es un agente no oficial al servicio de Mycroft, normalmente cuida al señor Holmes, sin embargo, ha comenzado a seguirnos desde hace un mes.
—Nunca lo he visto.
—Diría que, en cuestión de espionaje, tiene un talento similar al del señor Holmes, si acaso no mejor, yo no lo habría descubierto si no supiera lo que estoy buscando. —Con el atractivo rostro limpio, ambos se dirigieron a la manta que aún resguardaba un par de pastelillos y media botella de sidra.
—¿Entonces, puede que él nos haya estado siguiendo desde un principio?
—No —dijo Lestrade despreocupadamente, eligiendo a la siguiente dulce víctima—, él no esta aquí para cuidarme, lo que descarta su presencia temprana. —Watson enarcó una ceja.
—Supongo que no es porque el señor Holmes me crea una amenaza. —Bebió un trago de sidra—. Sherlock lo encontraría muy divertido.
—¿Amenaza? No en el sentido que pueda pensar, doctor —dijo Greg con calma. Watson escupió su bebida.
—No podría ser… No, imposible. —Lestrade se ofendió ante la doble negación.
—¿Por qué la repentina crueldad? No creo ser tan repelente, si debo decirlo.
—Claro que no, querido amigo, es solo que… —Burlándose Greg de la forma en que Watson pretendía explicarle sin obtener resultado, moviendo la boca inútilmente, añadió:
—De acuerdo, lo entiendo, no diga más o el reporte que Bülent haga llegar a Mycroft le dará un ataque.
—Si ese es el caso, yo diría entonces, sin embargo… —Comiendo, Greg prestó atención a su amigo, extrañándose por el leve brillo de travesura en sus ojos verde pasto—. Que de haberme encontrado primero con usted y no con Sherlock, no hubiera dudado en… —Greg lo silenció estrellándole el pastelillo en la boca, carmín tiñéndole el rostro e ira presionando su ceño.
—¡Dispáreme antes de condenarme a una muerte lenta! ¿Qué demonio lo ha poseído? —sus dramáticos lamentos cayeron en oídos sordos; de tener suerte, Watson se ahogaría entre su risa con pastel.
Watson no murió, el pequeño desayuno terminó de maravillosa manera y, trascurrido su turno nocturno en la Yard, Greg regresó a casa de un humor lo suficientemente bueno como para haber olvidado la cruel travesura del doctor. Se dio un baño y durmió sus horas, anhelando la presencia de su hombre en el lado vacío de la cama. Soñar con él le alegró la tarde.
Felizmente realizó las tareas hogareñas, cocinó un bufet para su gran señor y, animado como estaba, conociendo el horario de Mycroft, decidió llevarle una comida ligera a Pall Mall. Los chefs del club hacían comida esplendida, aun así, la desventaja de ese horario al no poder dormir con su esposo, le daba la oportunidad de alimentarlo como era debido, sin entregarle lo que quisiera solo porque le pagaban.
Greg se sorprendió al ser recibido por Jude, el secretario personal de Mycroft, quien durante el trabajo se despegaba del escritorio delante de su oficina, exclusivamente por una razón. Aunque ya no hiciera falta que lo guiaran, Greg caminó tras Jude a una sala vacía, donde esperaría a que Mycroft terminara la reunión con su hermano pequeño. Una vez la puerta estuvo cerrada, se sorprendió al oír al otro lado la distintiva voz de Bülent, que luego de intercambiar algunas palabras con Jude, se retiró.
A Greg lo recorrió un escalofrío, como si mil serpientes venenosas le acariciaran la nuca. El recuerdo de la travesura de Watson le hizo temblar las piernas, apenas dándole oportunidad de alcanzar una silla. Oh, cuánto no se arrepentía Greg de cada palabra halagadora que pudo haber pensado a su favor… Y cuánto se lamentaba de no haber pensado más, casi al punto de idolatrarlo como, ahora, sin lugar a dudas lo merecía.
Delante de Greg, dados los recientes hechos, un nuevo vértice de maravillosas posibilidades se abría ante esta renovada amistad con el buen doctor. Qué clase de magia rodeaba al hombre, quizá Greg nunca lo sabría, aun así, jamás se cansaría de agradecerlo.
A Greg no le costaba imaginarlo, el repentino conocimiento de la clase de travesuras que podría pactar con Watson reavivó el estremecimiento de la cabeza a la punta de los pies. Recordar la manera extraordinaria en que Mycroft reaccionaba a los celos y el cómo solía encargarse de dejar en claro la imposibilidad de que cualquier otro hombre, nunca, bajo ninguna circunstancia, sería capaz de imitar un ápice de lo que hacía sentir a Greg tanto en cuerpo como en alma, tuvo a Greg vibrando de energía.
Energía que debería contener si planeaba seguir fingiendo que el trato abusivo de su esposo no le gustaba en esas circunstancias.
Tres días después, recibió a Watson con un abrazo efusivo y un claro agradecimiento que no tardó en vocalizar, palmeando su brazo cariñosamente. Habría hecho más si el pequeño y discreto restaurante en donde se encontraban o el pensamiento de que el hombre rubio poco entendería de su gratitud lo hubieran permitido.
Greg aún lucía radiante, aún le dolía sentarse y docenas de marcas de todo tipo le adornaban la piel por debajo de la ropa, un brillo etéreo le iluminaba los ojos y cierto tono rojizo natural le teñía las mejillas y los labios, cuya enorme sonrisa exaltaba un corte en ellos. Sentados frente a frente, miro a Watson y Watson lo miró a él. Greg, que planeaba decir con palabras de ocultos significados los motivos de su dicha, no tardó en reconocer viniendo de Watson la misma esencia de eso que no podría decir en voz alta, sumado a las tonalidades, acaso ligeramente inclinadas al color rosa, marcando de igual forma el rostro de bigote perfecto.
Watson hizo amago de ajustarse el cuello almidonado de su camisa, permitiendo que Greg viera, accidentalmente, las incontables marcas en su piel; como si el detective necesitara de alguna prueba. Sonriendo, llamó al mesero y ordenó lo que comería.
—¿Fue esto causado por el Incidente del Saint James? —preguntó Greg, reacomodándose en la silla. Watson, con una sonrisa practicada que escondería fácilmente tras sus labios perfectos los pecados del mundo, asintió—. No sabía que el señor Holmes comprendía los alcances de mi… asociación con su hermano.
—Y no era el caso, nada más que sospechas, mismas que yo compartía antes de nuestro encuentro en Hill Street. Luego del “Incidente del Saint James”, fue convocado a Pall Mall. Sherlock pensaba que sería un caso de Su Majestad, sin embargo, una vez retornó a Baker Street ni tres horas después, él… —carraspeó—. Digamos que apenas logré convencerlo para que cerrara la puerta.
Nada significativo lograron decir luego de eso. La comida llegó en silencio y en silencio acabaron con ella. Sus miradas, no obstante, contaban una historia diferente. Códigos secretos a los que pueden acceder solo esos que comparten historias similares, fueron y vinieron entre ellos. Preguntas y oraciones completas quedaron entredichas sin ninguna oportunidad de erróneos entendimientos o significados ocultos.
—¿Bülent esta aquí?
—Oh, por supuesto, y no solo él, su esposa vino para ayudarlo. —Watson detuvo su copa a mitad del camino a la mesa.
—¿Dilay? —Greg asintió—, ¿no estaba ella embarazada?
—Al parecer no lo suficiente como para ignorar esta misión. —El silencio los acogió nuevamente, en tanto sus ojos declaraban planes inconcebibles a oídos ajenos.
—Es una experiencia que deberíamos repetir —dijo Lestrade una vez terminaron. No se refería a la comida, como quien lo escuchara hubiera supuesto. Watson, que ya extraía su cigarrera, falló en ocultar un leve brillo de diversión en la esquina de sus ojos.
—Jamás podría negarme, fue una… comida deliciosa. —Greg sonrió, pagó la cuenta y salieron, él aceptó un cigarrillo de Watson.
Caminaron hacia su siguiente destino, el doctor le ofreció su brazo y Greg no dudó en tomarlo, atravesando la calle como buenos y respetables caballeros.
—Aunque deberíamos tomarnos una pausa. —Watson rio con ligereza.
—Quería proponerlo también, no solo el cuerpo debe… recuperarse, si lo hacemos continuamente, podría sospecharse la naturaleza de este inusitado plan. Y si ya hay indicios de la similitud en las respuestas de los hermanos Holmes, ¿me equivoco si digo que, de enterarse, su señor Holmes detendría de inmediato tan reaccionarias atenciones?
—En absoluto, mi buen amigo, el hombre es un controlador de primera, y puesto que nada le costaría castigarme con su abandono, ya que es también un hombre de lo más perezoso, el que se niegue a ejercer su voluntad sería desgarrador. Por lo que calcular una fecha adecuada es preciso, no obstante de la alarma que ya se despliega cada vez que nos encontramos.
—Oh, sin duda, no deberíamos llevarlo más lejos por ahora, pero me pregunto, ¿es este un límite adecuado? —Greg estudió sus brazos cruzados por primera vez.
—Si no lo es, en todo caso puede ser justificado, ¿qué clase de hombre respetable no caminaría del brazo con su mejor amigo?
Greg lamentó el desliz al comprender lo dicho. Es decir, que él considerara al buen doctor como su único y mejor amigo podría no significar nada para el doctor, y nunca él haber impuesto esa clase de título hasta, al menos, que se diera la apertura del tema y tuviera así la libertad de exponer sus sentimientos. No así, definitivamente no en esas circunstancias. Quiso arrepentirse y anunciar una disculpa al tiempo en que se alejaba de Watson, enseguida él lo detuvo.
—Sería una tragedia, ¿no es cierto? Nadie justificaría una ofensa de ese tamaño. —Fue inevitable que la barbilla de Greg temblara un par de segundos. Al volver sobre sus pies ofreció una liviana sonrisa al hombre encantador.
Desde que el doctor John Watson le fue presentado a Lestrade, no hubo argumento que le hiciera cambiar de parecer acerca de lo mucho que el hombre llamaba su atención. Ahora, siendo su mejor amigo, Greg comprobaba de primera mano una pequeña parte de los motivos que hacían a Watson un hombre tan valeroso y tan digno de ser respetado y amado.
Igualmente, leal y divertido como ninguno, Greg aprovecharía esta inusitada conexión para hacer de su vida algo mucho más interesante; algo por lo que incluso su esposo iba a beneficiarse. Solo gracias a un par de travesuras inocentes.
Oh, tan inocentes.
* * *
Muchas gracias por llegar aquí, aquí tienes mi corazón.
Te amo 🫀🫀🫀
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latamclassiclitbracket · 10 months
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Los detectives salvajes - Roberto Bolaño
Los detectives salvajes es la quinta novela del escritor chileno Roberto Bolaño, publicada en 1998. Consta de tres partes: la primera y la tercera son el diario del personaje Juan García Madero, un joven de 17 años estudiante de derecho. De ellas, la primera transcurre en México, D. F. en el fin del año 1975 y la tercera en el desierto de Sonora en el principio del año 1976. La segunda parte consiste en fragmentos correspondientes a testimonios de 52 distintos personajes, donde se recogen las vivencias entre los años 1976 y 1996 de los poetas Arturo Belano y Ulises Lima en distintos lugares del mundo. El relato es un homenaje al infrarrealismo, movimiento poético, que en la novela es denominado realismo visceral, y a sus integrantes. Así, Arturo Belano es en realidad el mismo Roberto Bolaño, y Ulises Lima es el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro.
Lee más sobre esta novela en Wikipedia.
The Savage Detectives - Roberto Bolaño
The Savage Detectives is a novel by the Chilean author Roberto Bolaño published in 1998. Natasha Wimmer's English translation was published by Farrar, Straus and Giroux in 2007. The novel tells the story of the search for a 1920s Mexican poet, Cesárea Tinajero, by two 1970s poets, the Chilean Arturo Belano (alter ego of Bolaño) and the Mexican Ulises Lima.
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j-pablolovepassyonary · 7 months
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"Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no sé la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético." Roberto bolaño, Los Detectives Salvajes
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narratorstragedy · 2 years
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@goosemixtapes tagged me to post my top books of 2022 so far :) ty max ily
1. when i sing, mountains dance by irene solà, translated from the catalan by mara faye lethem - you have all probably seen me mention this book before, but it completely blew me away. it’s loosely centered around two families in the rural pyrenees but the chapters are narrated not only by various characters, but by mushrooms, storm clouds, dogs, etc… it sounds weird but it’s so well-written & translated, so interesting, and the last chapter is incredible. begging everyone to read it. if this gives you any idea of how much i loved it: two months after i finished reading it, i forced my mom to leave my soccer game early & drive to a book fair to hear the author speak & have her sign my copy. i told her it was one of my favorite books ever.
2. brickmakers by selva almada, translated from the spanish by annie mcdermott - this is inspired by r&j and set in rural argentina. it’s violent and painful and a quick read and soooo good. i read it on a plane in one sitting and when i finished it i just had to sit there staring into space for 30 minutes to process it. definitely try & check content warnings if you’re interested (i can also elaborate if needed) but it’s great
3. labyrinths by jorge luis borges, translated by the spanish from [idk and can’t find my copy rn sorry]- man. both my dad and my spanish teacher used to tell me borges was super difficult (and i get it!), which is why i picked this up in english not spanish, but… wow. he’s famous for a reason. the concepts in his stories and essays are incredibly interesting, and it’s definitely something i hope to revisit when i’m older so that i can get more out of it
4. chilean poet by alejandro zambra, translated from the spanish by megan mcdowell- i am an alejandro zambra fan through and through so i was super excited to read this!! probably not my favorite book of his (multiple choice <3) but still very well-crafted, deceptively simply told, and as always… fathers and sons… they get to me
5. los detectives salvajes by roberto bolaño - this book is VERY long and VERY weird, and i don’t know if i genuinely liked it this much or if i just spent so much time with it i got attached. i remember feeling meh for the first ~200 pages, but once i started really thinking about ulises + belano searching the globe for a writer, just as the narrator searches for them, i got into it. it made me want to read 2666 at some point!!
6. formas breves by ricardo piglia - much shorter than los detectives salvajes haha! this was mostly literary criticism/commentary with a little fiction but i genuinely enjoyed it a lot, plus piglia talked about a couple different writers from argentina that i now want to check out! reading list material hehe :)
7. a ghost in the throat by doireann ní ghríofa - i read this way back in early january, so my memory isn’t quite as sharp, but this is sort of a novel-memoir of an author and mother who becomes fascinated by an 18th century irish nobleman/mother/poet (eibhlín dubh ní chonaill). super interesting!!
8. translating myself and others by jhumpa lahiri - i found these collection of essays, most about lahiri’s ideas on translation after beginning to translate from italian, & since i like the concept of translation & translated literature this was fun for me
9. no voy a pedirle a nadie que me crea by juan pablo villalobos - this was another weird one, i’m not gonna lie, but the way in which it’s told is cool & i found the tone — unsettlingly sarcastic and funny, given that it’s literally about a guy getting blackmailed by a criminal organization — fascinating.
i think a lot of ppl have been tagged already but i will tag @tucurui @rothko @metaphysical-cheese @sofyarostova & honestly anyone else if you want to do it!!
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xararenas · 1 year
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Los detectives salvajes página 368
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fiftyseventh · 1 year
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i was tagged by my silly rabbit my friend my pal @kyrstin
Three ships: bakutodo, wolfstar, sakuatsu and DRARRY.... yeah..... the classiques of my soul
First ever ship: wolfstar i think, maybe percy jackson and annabeth? maybe me/some band member i liked as a kid
Last song: i thought it was cosmic empire by george harrison but i checked and it'd shifted into embryonic journey by jefferson airplane. i thought it was just a long guitar outro. alas!
Last movie: pinocchio aka the one with ewan mckenobi doing jiminy cricket
Currently reading: los detectives salvajes by roberto bolaño and hxh
Currently watching: my friend work on school stuff in front of me. accidentally abandoned a kdrama i was really into and may finish at some point because i like it and wanna see them MARRIED. it's called crash landing on you
Currently consuming: a TEA from an incredible beautiful terrible uglydoll mug
Currently craving: a latte
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