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Marx, comunismo y decrecimiento
Sobre el nuevo libro de Kohei Saito, Marx in the anthropocene
Por Daniel Tanuro
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Fuentes: Viento sur
Kohei Saito lo vuelve a hacer. En Marx’s ecosocialism. An unfinished critique of the political economy [aún inédito en castellano], el marxólogo japonés había mostrado cómo el Marx maduro, habiendo tomado conciencia del callejón sin salida ecológica del capitalismo a través de los trabajos de Liebig y Frass, había roto con el productivismo.
Su nuevo libro, Marx in the Anthropocene. Towards the Idea of Degrowth communism [Marx en el antropoceno. Hacia la idea del comunismo del decrecimiento], lleva más lejos este pensamiento. El libro es notable y útil, particularmente en cuatro puntos: la naturaleza de clase fundamentalmente destructiva de las fuerzas productivas capitalistas; la superioridad social y ecológica de las sociedades (llamadas) primitivas, sin clases; el debate sobre naturaleza y cultura con Bruno Latour y Jason Moore, en particular; y el gran error cometido por los aceleracionistas que se proclaman marxistas para negar la necesidad imperiosa del decrecimiento. Estos cuatro puntos revisten hoy una gran importancia política, no sólo para los marxistas deseosos de estar a la altura del desafío ecosocial que plantea la crisis sistémica del capitalismo, sino también para los activistas ecologistas. El libro tiene las mismas cualidades que su predecesor: es erudito, está bien construido y es sutil y esclarecedor a la hora de presentar el desarrollo intelectual de Marx después de 1868. Por desgracia, también tiene el mismo defecto: da por sentado lo que no es más que una hipótesis. Una vez más, Saito va demasiado lejos al tratar de encontrar en Marx la anticipación teórica perfecta de las luchas actuales1/.
Al principio fue la «ruptura metabólica«
La primera parte de Marx in the Anthropocene profundiza en el concepto marxista de la fractura metabólica2/. Saito sigue los pasos de John B. Foster y Paul Burkett, que han demostrado la inmensa importancia de esta noción3/. Saito enriquece el debate poniendo de relieve tres manifestaciones del fenómeno –la perturbación de los procesos naturales, la ruptura espacial y la fractura entre las temporalidades de la naturaleza y del capital–. a las que corresponden tres estrategias capitalistas de evasión: las pseudosoluciones tecnológicas, el traslado de las catástrofes a los países dominados y el aplazamiento de sus consecuencias a las generaciones futuras.
El capítulo 1 examina, sobre todo, la contribución al debate del marxista húngaro István Mészáros, a quien Saito considera decisivo en la reapropiación del concepto de metabolismo a finales del siglo XX. El capítulo 2 se centra en la responsabilidad de Engels, quien, al editar los libros II y III de El Capital, habría difundido una definición truncada de la ruptura metabólica, sustancialmente diferente de la de Marx. Para Saito, este cambio, lejos de ser fortuito, reflejaba una divergencia entre la visión ecológica de Engels –limitada al temor de la «venganza de la naturaleza»– y la de Marx, centrada en la necesaria «gestión racional del metabolismo» mediante la reducción del tiempo de trabajo. El capítulo 3, al tiempo que recuerda las ambigüedades de György Lukács, rinde homenaje a su visión del desarrollo histórico del metabolismo hombre-naturaleza como continuidad y ruptura a la vez. Para Saito, esta dialéctica, inspirada en Hegel («identidad entre identidad y no identidad»), es esencial si queremos diferenciarnos tanto del dualismo cartesiano –que exagera la discontinuidad entre naturaleza y sociedad– como del constructivismo social –que exagera la continuidad (identidad) entre estos dos polos y no puede, por tanto, «revelar el carácter único de la forma capitalista de organizar el metabolismo humano con el medio ambiente»–.
Dualismo, constructivismo y dialéctica
La segunda parte del libro realiza una lectura muy (¿excesivamente?) crítica de otras ecologías de inspiración marxista. Saito se distancia de David Harvey, cuya «reacción sorprendentemente negativa al giro ecológico del marxismo» critica. De hecho, La naturaleza contra el capital recoge algunas citas sorprendentes del geógrafo estadounidense: Harvey parece convencido de «la capacidad del capital para transformar cualquier límite natural en una barrera superable»; confiesa que «invocar los límites ecológicos y la escasez (…) (le) pone tan políticamente nervioso como teóricamente desconfiado»; «las políticas socialistas basadas en la idea de que una catástrofe medioambiental es inminente» serían para él «un signo de debilidad». Geógrafo como Harvey, Neil Smith «mostraría la misma vacilación ante el ecologismo», que describe como «apocalipsismo». Smith es conocido por su teoría de la «producción social de la naturaleza». Saito rechaza esta teoría, argumentando que nos incita a negar la existencia de la naturaleza como entidad autónoma, independiente de los humanos: esto es lo que deduce de la afirmación de Smith de que «la naturaleza no es nada si no es social». En términos generales, Saito rastrea las concepciones constructivistas al plantear que «la naturaleza es un presupuesto objetivo de la producción». No cabe duda de que ésta era también la opinión de Marx. El hecho indiscutible de que la humanidad forma parte de la naturaleza no significa que todo lo que hace esté dictado por su «naturaleza», o que todo lo que hace la naturaleza esté construido por la «sociedad».
Destrucción ecológica: ¿actuantes o beneficio?
En el marco de esta polémica, el autor dedica unas páginas muy fuertes a Jason Moore. Admite que la noción de Capitaloceno «supone un avance en el concepto de la producción social de la naturaleza«, porque hace hincapié en las interacciones entre la humanidad y el medio ambiente. Sin embargo, critica a Moore por asumir que los humanos y no humanos son «actores» que trabajan en red para producir un todo intrincado, un híbrido, como dice Bruno Latour. Éste es un punto importante. Moore cree que distinguir una «grieta metabólica» dentro de la red-como-un-todo es una interpretación errónea, producto de una visión dualista. La noción de metabolismo se refiere a la forma en que los distintos órganos de un mismo organismo contribuyen específicamente al funcionamiento del conjunto. Por tanto, es la antítesis del dualismo (como lo es del monismo, para el caso), y nos devuelve a la fórmula de Hegel: existe una «identidad de identidad y no identidad». Marx in the Anthropocene también ataca las tesis de Moore desde otro ángulo: el del trabajo. Para Moore, el capitalismo está impulsado por una obsesión por la «naturaleza barata», que para él engloba la fuerza de trabajo, la energía, los alimentos y las materias primas. Moore afirma ser marxista, pero está claro que su «naturaleza barata» ignora el papel exclusivo del trabajo abstracto en la creación de plusvalía (excedente), así como el papel clave de la carrera para incrementar la plusvalía en la destrucción ecológica. Pero el valor no es sólo otro actuante híbrido. Como dice Saito, es “completamente social”, y es a través de él que el capitalismo “domina los procesos metabólicos de la naturaleza” (pp. 121-122).
No hay duda de que es la carrera por el beneficio la que está ampliando la brecha metabólica, en particular al demandar cada vez más energía, fuerza de trabajo, productos agrícolas y materias primas baratas. Está claro que de todos los recursos naturales que el capital transforma en mercancías, la fuerza de trabajo antrópica es la única capaz de crear un índice tan puramente antrópico como el valor abstracto. Como dice Saito: es «precisamente porque la naturaleza existe independientemente y con anterioridad a todas las categorías sociales, y sigue manteniendo su no identidad con la lógica del valor (que) la maximización del beneficio produce una serie de desarmonías dentro del metabolismo natural». En consecuencia, la grieta no es una metáfora, como afirma Moore. La grieta existe entre el metabolismo social de las mercancías y el dinero y el metabolismo universal de la naturaleza» (ibid). «No fue por dualismo cartesiano por lo que Marx describió de forma dualista la grieta entre el metabolismo social y el metabolismo natural, así como la grieta entre el trabajo productivo y el improductivo. Lo hizo conscientemente, porque las relaciones únicamente sociales del capitalismo ejercen un poder extranatural (alien power); un análisis crítico de este poder social requiere inevitablemente separar lo social y lo natural como campos de investigación independientes y analizar después su imbricación» (p. 123). Irrefutable. Una vez más, no cabe duda que esta visión del acoplamiento de lo social y lo medioambiental era la del propio Marx.
Aceleracionismo vs. antiproductivismo
El capítulo 5 polemiza con otra variedad de marxistas: los «aceleracionistas de izquierda». Según estos autores, sólo se puede hacer frente a los desafíos ecológicos acelerando el desarrollo tecnológico, la automatización, etcétera. Para ellos, esta estrategia está en consonancia con el proyecto marxiano: hay que desmantelar los obstáculos capitalistas al crecimiento de las fuerzas productivas para crear una sociedad de la abundancia. Esta parte del libro es especialmente interesante porque arroja luz sobre la ruptura con el productivismo y el prometeísmo de los primeros años. Es probable que la ruptura no sea tan clara como afirma Saito4/, pero sin duda existe un punto de inflexión. En El Manifiesto Comunista, Marx y Engels explican que el proletariado “se servirá de su supremacía política para arrancar poco a poco todo e1 capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos de1 Estado, es decir, del proletariado organizado en clase dirigente, y para aumentar rápidamente la cantidad de fuerzas productivas»5/. Llama la atención que la perspectiva de este texto sea decididamente estatista y que las fuerzas productivas se consideren socialmente neutras; forman un conjunto de cosas que deben cambiar de manos (se deben «arrancar poco a poco… a la burguesía») para crecer cuantitativamente.
¿Significa esto que los aceleracionistas pueden pretender ser marxistas? No, porque Marx abandonó el concepto expuesto en el Manifiesto. Kohei Saito llama la atención sobre el hecho de que su obra principal, El Capital, ya no trata de las fuerzas productivas en general (ahistóricas), sino de las fuerzas productivas históricamente determinadas: las fuerzas productivas capitalistas. El largo capítulo XIII del Libro 1 («Maquinaria y la gran industria») explora los efectos destructivos de estas fuerzas, tanto desde el punto de vista social como medioambiental. Podríamos añadir que no es casualidad que sea precisamente este capítulo el que termine con la siguiente frase, digna de un manifiesto ecosocialista moderno: «La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando al mismo tiempo los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador«6/. Ya no se trata aquí de la neutralidad de la técnica. El capital ya no se entiende como una cosa, sino como una relación social de explotación y destrucción, que debe ser destruida («negación de la negación»). Cabe señalar que Marx, tras la Comuna de París, dejó claro que romper con el productivismo significaba también romper con el estatismo.
Es sorprendente que Kohei Saito no recuerde la frase del Manifiesto citada anteriormente, en la que se insta al proletariado a tomar el poder para «aumentar rápidamente la cantidad de las fuerzas productivas». Eso habría dado aún más relieve a su énfasis en el cambio posterior. Pero no importa: el hecho es que el punto de inflexión es real y conduce en el Libro III de El Capital a una magnífica perspectiva de revolución permanente, resueltamente antiproductivista y antitecnocrática:
“La libertad en este terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como por un poder ciego; que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerzas y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana. Pero éste siempre sigue siendo un reino de la necesidad. Allende el mismo empieza el desarrollo de las fuerzas humanas, considerado como un fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer sobre aquel reino de la necesidad como su base. La reducción de la jornada laboral es la condición básica”7/.
La evolución es clara. El paradigma de la emancipación humana ha cambiado: ya no consiste en el crecimiento de las fuerzas productivas, sino en la gestión racional de los intercambios con la naturaleza y entre los humanos.
Subsunción formal y real del trabajo
En mi opinión, las páginas más ricas de Marx in the Anthropocene son aquellas en las que Saito muestra que el nuevo paradigma marxiano de emancipación resulta de una amplia crítica de las formas sucesivas que el capital ha impuesto al trabajo. Aunque formaba parte de los trabajos preparatorios de El capital, esta crítica no se publicó hasta más tarde (Manuscritos económicos 1861-1863). Su piedra angular es la importante noción de la subsunción del trabajo al capital. Subrayémoslo de paso: la subsunción es más que la sumisión: subsumir implica integrar lo sometido en lo que somete. El capital subsume el trabajo asalariado porque integra la fuerza de trabajo como capital variable. Pero, para Marx, hay subsunción y subsunción: el paso de la manufactura al maquinismo y a la gran industria implica el paso de la «subsunción formal» a la «subsunción real». La primera significa simplemente que el capital toma el control del proceso de trabajo que existía antes, sin introducir ningún cambio en su organización ni en su carácter tecnológico. La segunda surge en el momento en que el capital revoluciona por completo y de forma continua el proceso de producción, no sólo tecnológicamente, sino también en términos de cooperación, es decir, de relaciones productivas entre las y los trabajadores y entre éstos y los capitalistas. Se crea así un modo de producción específico, sin precedentes, totalmente adaptado a los imperativos de la acumulación de capital. Un modo en el que, a diferencia del anterior, «el mando del capitalista se hace indispensable para la realización del propio proceso de trabajo».
Saito no es el primero en señalar el carácter de clase de las tecnologías. Daniel Bensaïd subrayó la necesidad de que «las propias fuerzas productivas se sometan a un examen crítico»8/. Michaël Löwy sostiene que no basta con destruir el aparato estatal burgués, también hay que desmantelar el aparato productivo capitalista9/. Sin embargo, hay que agradecer a Saito que se ciña lo más posible al texto de Marx al resumir las implicaciones en cascada de la subsunción real del trabajo: ésta «aumenta considerablemente la dependencia de los trabajadores y trabajadoras respecto al capital»; «las condiciones objetivas para que las y los trabajadores realicen sus capacidades se les aparecen cada vez más como un poder extraño e independiente»; «dado que el capital como trabajo objetivado –medios de producción– emplea trabajo vivo, la relación de sujeto y objeto se invierte en el proceso de trabajo»; «al encarnarse el trabajo en el capital, el papel del trabajador se reduce al de mero portador de la cosa cosificada -el medio de conservación y valorización del capital junto a las máquinas-, mientras que la cosa cosificada adquiere la apariencia de subjetividad, un poder ajeno que controla el comportamiento y la voluntad de la persona»; «siendo el aumento de las fuerzas productivas posible sólo por iniciativa del capital y bajo su responsabilidad, las nuevas fuerzas productivas del trabajo social no aparecen como fuerzas productivas de los propios trabajadores y trabajadoras, sino como fuerzas productivas del capital»; «el trabajo vivo se convierte (así) en un poder del capital, todo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo es un desarrollo de las fuerzas productivas del capital».
De ello, emergen con fuerza dos conclusiones no productivistas y no tecnocráticas con fuerza:
1°) «el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo sólo aumenta el poder externo del capital despojando a los trabajadores y trabajadoras de sus capacidades subjetivas, sus conocimientos y su visión, por lo que no abre automáticamente la posibilidad de un futuro brillante»;
2°) “el concepto marxista de fuerzas productivas es más amplio que el de fuerzas productivas capitalistas –incluye capacidades humanas como las habilidades, la autonomía, la libertad y la independencia y es, por consiguiente, tanto cuantitativo como cualitativo» (pp. 149-150).
¿Qué materialismo histórico? ¿Qué abundancia?
Estos elementos llevan a Kohei Saito a replantearse el materialismo histórico. Sabemos que el Prefacio a la Crítica de la economía política contiene el único resumen de Marx sobre su teoría. Dice así: “Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”.
Parece claro que Marx ya no podía atenerse literalmente a esta formulación -y menos aún a la del Manifiesto sobre el aumento cuantitativo de las fuerzas productivas- puesto que su análisis le llevó a concluir que el desarrollo de estas fuerzas refuerza el dominio del capital y mutila la agencia de quienes explota.
En palabras de Saito: «Una vez alcanzado un determinado nivel de fuerzas productivas, ya no puede suponerse que una revolución socialista pueda simplemente sustituir una relación de producción por otra. Puesto que las fuerzas productivas del capital generadas por la subsunción real se materializan y cristalizan en el modo de producción capitalista, desaparecen junto con el modo de producción».
Transferir la propiedad del capital al Estado no cambiaría el problema: las fuerzas productivas permanecerían inalteradas, 1°) las tareas de concepción tendrían que ser llevadas a cabo por una «clase burocrática», 2°) la destrucción ecológica continuaría. El autor concluye que «la subsunción real plantea un difícil problema de libre gestión socialista. La visión tradicional del materialismo histórico, resumida en el Prefacio, no señala el camino hacia una solución» y «Marx no fue capaz de dar una respuesta definitiva a estas cuestiones, ni siquiera en El Capital, por lo que tenemos que ir más allá» (pp. 157-158).
«Ir más allá» es lo que se propone en la tercera parte de su libro, y es esta parte la que suscita más controversia. La pregunta inicial es sencilla: si la emancipación no puede lograrse mediante el libre crecimiento de las fuerzas productivas y, por tanto, mediante lo que Daniel Bensaid llamó el «comodín de la abundancia», ¿dónde puede lograrse? Mediante «la reducción de escala y la ralentización de la producción», responde Saito (p. 166). Para el autor, en esencia, la abundancia debe entenderse no como una plétora de bienes materiales privados –en la línea del modelo consumista y excluyente de acumulación de bienes accesibles sólo a la demanda solvente–, sino como una profusión de riqueza social y natural compartida. Sin esto, «la opción que queda se convierte en el control burocrático de la producción social, que provocó el fracaso de la vía soviética» (p. 166).
Decrecimiento, economía estacionaria y transición
Marx in the Anthropocene aboga por un comunismo decrecentista profundamente igualitario, basado en la satisfacción de las necesidades reales. Según Saito, este comunismo era el de las llamadas comunidades arcaicas, ciertos rasgos de las cuales sobrevivieron durante mucho tiempo en formas más o menos degradadas en los sistemas agrarios basados en la propiedad colectiva de la tierra, en particular en Rusia. Para el Marx maduro, son mucho más que vestigios de un pasado superado: estas comunidades indican que, habiendo «expropiado a los expropiadores», la sociedad, para abolir toda dominación, deberá progresar hacia una forma superior de la comunidad arcaica. Suscribo plenamente esta perspectiva, pero con una salvedad: Saito exagera gravemente al afirmar que «14 años de estudio serio de las ciencias naturales y de las sociedades precapitalistas» habrían llevado a Marx en 1881 a proponer «su idea del comunismo decrecentista». Tomado literalmente, no se basa en ningún documento conocido. En consecuencia, para que tenga una pizca de verosimilitud (¡y aun así, sólo si se formula como una hipótesis, no como una certeza!), Saito se ve obligado a recurrir a una sucesión de amalgamas: como si la crítica radical de Marx a la acumulación capitalista fuera lo mismo que una economía estacionaria, como si las comunidades campesinas fueran estacionarias, y como si una economía estacionaria fuera lo mismo que el decrecimiento. Eso son muchos si, ignora diferencias esenciales… y no nos lleva más lejos en el debate sobre lo que está en juego en el decrecimiento en el sentido en que se discute hoy entre las y los anticapitalistas, es decir, en el sentido literal de la reducción de la producción impuesta objetivamente por las limitaciones climáticas. Veámoslo más en detalle.
Dejemos a un lado el PIB y consideremos únicamente la producción material: una sociedad poscapitalista en un país muy pobre rompería con el crecimiento capitalista pero tendría que aumentar la producción durante cierto tiempo para satisfacer la enorme masa de necesidades reales insatisfechas; una economía estacionaria utilizaría la misma cantidad de recursos naturales cada año para producir la misma cantidad de valores de uso con las mismas fuerzas productivas; en cuanto a una economía en contracción, reduciría las extracciones y la producción. Al equiparar estas dos formas, Kohei Saito perpetúa una lamentable confusión. “Ahora debería estar claro», escribe, «que el socialismo promueve una transición social hacia una economía de decrecimiento». Esto está mal formulado, porque el decrecimiento no es un proyecto social, sólo una limitación a la transición. Una «economía del decrecimiento» como tal no significa nada. Una parte de la producción tiene que crecer y otra tiene que reducirse dentro de una envoltura global cada vez más pequeña. Para ceñirnos al diagnóstico científico del cambio climático, tenemos que decir algo así: planificar democráticamente un decrecimiento justo es la única forma de realizar una transición racional hacia el ecosocialismo. Dado que un nuevo sistema energético 100% renovable debe construirse necesariamente utilizando la energía del sistema actual (el 80% de la cual es combustible fósil y, por tanto, fuente de CO2/), básicamente sólo hay dos estrategias posibles para eliminar las emisiones: o bien reducimos radicalmente el consumo final de energía (lo que significa producir y transportar menos globalmente) adoptando fuertes medidas anticapitalistas (contra el 10%, y especialmente el 1% más rico); o bien confiamos en la compensación de las emisiones de carbono y en el despliegue futuro masivo de hipotéticas tecnologías de captura-secuestro, captura-utilización o geoingeniería del carbono, es decir, en soluciones de aprendiz de brujo que conducen a una desposesión, una desigualdad social y una destrucción ecológica aún mayores.
Proponemos la expresión «decrecimiento justo» como eje estratégico de los y las marxistas antiproductivistas de hoy. Hacer del decrecimiento sinónimo de economía estacionaria no es una opción, ya que equivaldría a disminuir el volumen de la alarma de incendios.
La comuna rural rusa, revolución y ecología
La perspectiva del decrecimiento justo debe mucho al enorme trabajo pionero de Marx, pero no tiene sentido afirmar que fue su creador, porque Marx nunca abogó explícitamente por una reducción neta de la producción. Para convertirlo en el padre del «comunismo decrecentista», Saito se basa casi exclusivamente en un texto famoso y excepcionalmente importante: la carta a Vera Zasulich10/. En 1881, la populista rusa escribió a Marx pidiéndole su opinión sobre la posibilidad, en Rusia, de utilizar la comuna arcaica para construir directamente el socialismo sin pasar por el capitalismo. La traducción rusa de El Capital había desencadenado un debate sobre esta cuestión entre los opositores al zarismo. Marx escribió tres borradores en respuesta. Dan fe de su profunda ruptura con la visión lineal del desarrollo histórico y, por tanto, también con la idea de que los países capitalistas más avanzados serían los más próximos al socialismo. A este respecto, la última frase es meridianamente clara: «Si la revolución se produce en el momento oportuno, si concentra todas sus fuerzas para asegurar el libre desarrollo de la comuna rural, ésta se erigirá pronto como elemento regenerador de la sociedad rusa y como elemento de superioridad sobre los países esclavizados por el régimen capitalista».
Para Saito, este texto significa que la degradación capitalista del medio ambiente había llevado a Marx, después de 1868, a «abandonar su anterior esquema del materialismo histórico. No fue una tarea fácil para él», afirma. Su visión del mundo estaba en crisis. En este sentido, (su) intensa investigación en sus últimos años (sobre las ciencias naturales y las sociedades precapitalistas, D.T.) fue un intento desesperado de reconsiderar y reformular su concepción materialista de la historia desde una perspectiva totalmente nueva, derivada de una concepción radicalmente nueva de la sociedad alternativa». «Catorce años de investigación» habían llevado a Marx «a la conclusión de que la sostenibilidad y la igualdad basadas en una economía estacionaria son la fuente de la capacidad (poder) de resistir al capitalismo». Por lo tanto, aprovechó «la oportunidad de formular una nueva forma de regulación racional del metabolismo humano con la naturaleza en Europa Occidental y Estados Unidos»: «la economía estacionaria y circular sin crecimiento económico, que antes había rechazado como la estabilidad regresiva de las sociedades primitivas sin historia».
¿Qué debemos pensar de esta reconstrucción de la trayectoria del pensamiento marxista en términos ecológicos? La narración tiene mucho atractivo para ciertos círculos, eso es obvio. Pero, ¿por qué Marx esperó hasta 1881 para expresarse sobre este punto clave? ¿Por qué lo hizo sólo en forma de carta? ¿Por qué esta carta requirió tres borradores sucesivos? Si Marx había empezado realmente a «revisar su esquema teórico en 1860 como resultado de la degradación ecológica», y si el concepto de la fractura metabólica había servido realmente de «mediación» en sus esfuerzos por romper con el eurocentrismo y el productivismo, ¿cómo podemos explicar el hecho de que la superioridad ecológica de la comuna rural no se mencione ni una sola vez en la respuesta a Zasulich? Por último, pero no menos importante, aunque no se puede descartar que la última frase de esta respuesta proyecte una visión de una economía poscapitalista estacionaria para Europa Occidental y Estados Unidos, no es el caso de Rusia; Marx insiste enérgicamente en que sólo beneficiándose del nivel de desarrollo de los países capitalistas desarrollados podrá el socialismo en Rusia «garantizar el libre desarrollo de la comuna rural». En definitiva, la intervención de Marx en el debate ruso parece derivar mucho más de su admiración por la superioridad de las relaciones sociales en las sociedades arcaicas11// y de su compromiso militante con la internacionalización de la revolución que de la centralidad de la crisis ecológica y de la idea de un «comunismo decreciente».
«Ofrecer algo positivo”
La afirmación categórica de que Marx inventó este «comunismo decreciente» para reparar la «fractura metabólica» es tan excesiva que uno se pregunta por qué Kohei Saito la pone al final de un libro que contiene tantos puntos excelentes. La respuesta se da en las primeras páginas del capítulo 6. Ante la emergencia ecológica, el autor plantea la necesidad de una respuesta anticapitalista, considera «insostenibles» las interpretaciones productivistas del marxismo, constata que el materialismo histórico es «impopular hoy en día» entre las y los ecologistas y considera que es una lástima porque tienen «un interés común en criticar el insaciable deseo de acumulación del capital, aunque sea desde puntos de vista diferentes» (p. 172). Para Saito, los trabajos que demuestran que Marx se apartó de las concepciones lineales del progreso histórico, o que se interesó por la ecología, «no son suficientes para demostrar por qué las y los no marxistas de hoy deberían seguir prestando atención al interés de Marx por la ecología». Tanto los problemas del eurocentrismo como los del productivismo deben «tenerse en cuenta si se quiere que una interpretación completamente nueva del Marx de la madurez resulte convincente» (p. 199). «Los estudiosos deben ofrecer aquí algo positivo», «elaborar su visión positiva de la sociedad poscapitalista» (p. 173). ¿Es para dar esta interpretación «completamente nueva» de forma convincente por lo que Saito describe a Marx fundando sucesivamente el «ecosocialismo» y luego el «comunismo del decrecimiento» con algunos años de diferencia? Me parece más cercano a la verdad, y por tanto más convincente, considerar que Marx no era ni ecosocialista ni decrecentista en el sentido contemporáneo de estos términos. Esto no quita en absoluto que su penetrante crítica del productivismo capitalista y su concepto de la «fractura metabólica» sean decisivos para comprender la urgente necesidad actual de un «decrecimiento justo».
Es anacrónico intentar encajar el decrecimiento en el pensamiento de Marx. Tampoco es necesario. Por supuesto, no podemos defender el decrecimiento justo y mantener al mismo tiempo la versión productivista cuantitativa del materialismo histórico. En cambio, el decrecimiento justo se integra sin dificultad en un materialismo histórico que considera las fuerzas productivas en sus dimensiones cuantitativa y cualitativa. En cualquier caso, no necesitamos el aval de Marx, ni para admitir la necesidad del decrecimiento justo, ni más generalmente para ampliar y profundizar su «crítica inacabada de la economía política».
El problema de la apología
Uno podría preguntarse qué sentido tiene criticar las exageraciones de Saito. Uno podría decir: el punto principal es que «(este) libro proporciona forraje útil para los socialistas y los activistas medioambientales, independientemente de las opiniones (o del punto mismo de tener una opinión) sobre si Marx era realmente un comunista del decrecimiento o no»12/. Este es el punto principal, de hecho, y merece la pena repetirlo: Marx in the Anthropocene es un libro excelente, entre otras cosas porque su desarrollo de los cuatro puntos mencionados en la introducción de este artículo son de gran actualidad e importancia. Sin embargo, no debe subestimarse el debate sobre lo que Marx dijo o no dijo, ya que concierne a la metodología que debe utilizarse para desarrollar las herramientas intelectuales necesarias para la lucha ecosocialista. Esta cuestión concierne también a las y los militantes no marxistas.
El método de Kohei Saito tiene un defecto: es apologético. Este rasgo ya era perceptible en Marx’s ecosocialism: mientras que el subtítulo del libro señalaba la «crítica inacabada de la economía política», el autor dedicaba paradójicamente un capítulo entero a pretender que Marx, después de El Capital, había desarrollado un proyecto ecosocialista completo. Marx in the anthropocene sigue el mismo camino, pero de forma aún más clara. En conjunto, las dos obras dan la impresión de que Marx, en la década de 1870, llegó a ver la alteración del metabolismo hombre-naturaleza como la contradicción central del capitalismo, que primero dedujo de ello un proyecto de crecimiento ecosocialista de las fuerzas productivas, y que luego abandonó este proyecto hacia 1880-81 para trazar un nuevo rumbo: el «comunismo decrecentista». He intentado demostrar que esta narrativa es muy cuestionable.
Uno de los problemas de la apología es que sobrevalora enormemente la importancia de los textos. Por ejemplo, Saito concede una importancia desproporcionada a la modificación por Engels del pasaje del Libro III de El Capital en el que Marx habla de la «fractura metabólica». El predominio de las interpretaciones productivistas del materialismo histórico en el siglo XX no puede explicarse principalmente por esta modificación: se debe sobre todo al reformismo de las grandes organizaciones y a la subsunción del proletariado al capital. La gran tarea estratégica de los ecosocialistas de hoy es luchar contra esta situación, articular la resistencia social para poner en crisis la ideología del progreso dentro del propio mundo del trabajo. Las respuestas se encuentran en las luchas y en el análisis de las luchas, más que en los Cuadernos de Marx.
Yendo más allá, la apología tiende a coquetear con el dogmatismo. «Marx lo dijo» se convierte con demasiada facilidad en el mantra que nos impide ver y pensar como marxistas sobre lo que Marx no dijo. Porque es evidente que no lo dijo todo. Si hay una lección metodológica que extraer de su monumental obra, es que la crítica es fértil y el dogma estéril. La capacidad del ecosocialismo para hacer frente a los formidables retos de la catástrofe ecológica capitalista dependerá no sólo de su fidelidad, sino también de su creatividad y de su capacidad para romper con sus propias ideas previas, como hizo Marx cuando fue necesario. No se trata sólo de pulir cuidadosamente la ecología de Marx sino también, y sobre todo, de desarrollarla y radicalizarla.
Traducción: viento sur
Notas:
1/ Ver mi artículo “¿Era Marx ecosocialista?”
2/ Marx, Karl (2009) El Capital, Madrid: Siglo XXI, t. 3, vol. 8.
3/ Ver en concreto, Paul Burkett (1999), Marx and Nature. A Red and Green Perspective. Palgrave Macmillan. John Bellamy Foster (2000) Marx’s Ecology. Materialism and Nature, Monthly Review Press.
4/ En La ideología alemana (1845-46) leemos: «se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino más bien fuerzas de destrucción (maquinaria y dinero)». Marx, Karl y Engels, Friedrich (1974) La ideología alemana, Barcelona: Grijalbo, p. 81.
5/ Karl Marx y Friedrich Engels, El manifiesto comunista (2000) Elaleph.com.
6/ Marx, Karl (2009) El Capital, op. cit., t. 1, vol. 2, pp. 612-613.
7/ Marx, Karl, op. cit., t. 3, vol. 8, p. 1045.
8/ Daniel Bensaïd, Introduction critique à ‘l’Introduction au marxisme’ d’Ernest Mandel.
9/ Lowy, Michael, Ecosocialismo, La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista.
10/ https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/81-a-zasu.htm
11/ Una opinión compartida por Engels: cf. en particular su admiración por los zulúes frente a los ingleses, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
12/ Diana O’Dwyer, ”Was Marx a Degrowth Communist”, https://rupture.ie
Fuente: https://vientosur.info/sobre-el-nuevo-libro-de-kohei-saito-marx-in-the-anthropocene/
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marcofuentes63 · 2 months
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La Ley Penal del Ambiente es una ley que tiene como objetivo proteger el medio ambiente y prevenir la contaminación. Esta ley establece sanciones y obligaciones de orden público para garantizar que las empresas y los individuos cumplan con las normas ambientales y eviten dañar el medio ambiente.
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Desde el punto de vista de un estudiante de gerencia industrial, es importante tener en cuenta que la Ley Penal del Ambiente afecta directamente a la industria y a las empresas que operan en el país. Las empresas tienen la responsabilidad de cumplir con las normas ambientales y evitar cualquier actividad que pueda dañar el medio ambiente. Esto incluye la gestión adecuada de residuos, la prevención de la contaminación, la conservación de los recursos naturales y la reducción de emisiones contaminantes.
La Ley Penal del Ambiente establece sanciones para las empresas y los individuos que no cumplan con estas normas ambientales.
Las sanciones pueden incluir multas, cierre temporal o permanente de las instalaciones, e incluso prisión en casos graves de contaminación ambiental. Es importante que las empresas tomen medidas preventivas para evitar cualquier actividad que pueda resultar en sanciones y dañar su reputación.
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Comenta sobre las sanciones que conoces por el incumplimientos de estas leyes!
Además, la Ley Penal del Ambiente establece obligaciones de orden público para garantizar que todas las empresas operen de manera responsable y respeten el medio ambiente. Estas obligaciones incluyen la implementación de medidas preventivas, la realización de auditorías ambientales periódicas, la notificación inmediata de cualquier incidente ambiental y la cooperación con las autoridades ambientales en caso de emergencias ambientales.
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En resumen, siendo estudiante de gerencia industrial, es importante comprender la importancia de cumplir con las normas ambientales y la Ley Penal del Ambiente. Las empresas tienen la responsabilidad de operar de manera sostenible y respetar el medio ambiente para proteger nuestros recursos naturales y garantizar un futuro sostenible.
Con el objetivo de aportar algunos datos adicionales que encontré en la web y que podrían enriquecer el artículo.
Uno de los datos que me pareció interesante es el número de casos que se han procesado por la Ley Penal del Ambiente desde su entrada en vigencia en el año 2012 hasta el año 2020. Según un informe del Ministerio Público, en ese período se registraron 1.571 casos de delitos ambientales, de los cuales se obtuvieron 216 sentencias condenatorias y 1.355 acuerdos reparatorios. Esto significa que solo el 13,8% de los casos terminaron en una condena penal, mientras que el 86,2% se resolvieron mediante un acuerdo entre las partes para reparar el daño ambiental causado.
Otro dato que me llamó la atención es el ranking de los estados con mayor número de casos de delitos ambientales en Venezuela. Según el mismo informe del Ministerio Público, los estados con más casos registrados fueron: Zulia con 270 casos, Bolívar con 238 casos, Miranda con 136 casos, Carabobo con 125 casos y Aragua con 115 casos. Estos estados representan el 55,6% del total de casos a nivel nacional. Esto podría deberse a que estos estados tienen una mayor actividad económica e industrial, que puede generar mayor impacto ambiental, o a que tienen una mayor presencia de autoridades ambientales, que pueden detectar y denunciar los delitos ambientales.
Un último dato que me pareció relevante es el impacto que ha tenido la pandemia de COVID-19 en la aplicación de la Ley Penal del Ambiente. Según una nota de prensa del Ministerio del Poder Popular para el Ecosocialismo, en el año 2020 se registró una disminución del 40% en el número de casos de delitos ambientales, en comparación con el año 2019. Esto se debió a las medidas de confinamiento y de restricción de la movilidad, que redujeron la actividad humana y, por ende, la presión sobre el ambiente. Sin embargo, también se advirtió que la pandemia generó nuevos desafíos para la protección ambiental, como el manejo adecuado de los residuos y desechos sanitarios, y el control de la minería ilegal.
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infacundia · 2 months
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ideas para cuentos XIII
corre el año 2029, un tipo emigra de Argentina y en cuanto llega al nuevo país empieza a darse cuenta de que tiene problemas mentales. se trata de un país imaginario, donde funciona una suerte de ecosocialismo comunitario. no tarda mucho el tipo en dejar de entender el mundo y a actuar como un loco en la vía pública: pide taxis, se putea con un transeúnte que se cruza, paranoiquea con que los precios suben, habla del dólar.
en un momento alguien se le acerca y le habla en un español forzado, mezclado con la lengua regional. el lugareño le pregunta amablemente qué le pasa, el tipo en cierto modo se deja psicoanalizar y se hacen amigos. sin embargo, la mayoría de los vicios por los que la gente lo mira raro permanecen.
este nuevo personaje lo presenta con otro grupo. el argentino con el paso del tiempo se enamora de un integrante, pero todos mantienen cierta distancia equivalente. hay afecto, pero algo falta. los cinco o seis son una especie de amigos impersonales. en algún momento lo invitan a pasar unos largos días a una casa donde hay otros argentinos y gente de esa estirpe.
más de uno del grupo original, incluido el primer personaje local, se queda una o dos semanas en ese espacio grande, de varias habitaciones, cocina y patio con parrilla. mientras, el argentino se fascina con el espacio, charla sobre la vida allá con cotarráneos, tira unos cortes clonados de vacuno al fuego, toma vino importado de Mendoza. se acuerda de Messi.
en algún momento sus amigos del país imaginario se van. él los despide con un abrazo afectuso e incómodo, les dice que vuelvan pronto a visitar, que quedan en contaco. hace rato que los estallidos de locura se han convertido en guiños compulsivos infrecuentes. el tiempo pasa.
los meses pasan. el contacto se va diluyendo a través de la digitalidad hasta concluir en un ghosteo común. no importa, él ya no los extraña, puede vivir tranquilo ahí, en su pequeña Argentina. por momentos piensa que nunca se había sentido tan feliz en la vida. ya ni falta le hace casi salir de la casa porque uno de los locales le consiguió un laburo burocrático online. a cambio recibe todas las semanas un paquete de comida a gusto y vouchers culturales, aunque casi ni los usa. se los intercambia a otro argentino amoroso de la casa por horas de internet para mirar los chimentos de su patria, aunque no piensa volver jamás.
en un momento uno de los tipos con los que mejor se lleva, y al que después de largas conversaciones envinadas saluda siempre con un abrazo, le pregunta si alguna vez leyó la teoría del valor de Marx.
nuestro primer argentino empieza a escucharlo con atención. nunca confió tanto en un mejor amigo, de hecho nunca había tenido un mejor amigo. ni siquiera en su barrio. por eso es que nuestro primer argentino nunca se va a dar cuenta que está internado, por voluntad propia, en un centro de reeducación. tarde o temprano, sus problemas mentales se habrán ido sin dejar rastro y se va a animar a salir a la calle y a comportarse como un compañero normal que habla la lengua regional.
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una entrevista (gracias a marta montojo) | tratar de comprender, tratar de ayudar
https://efeverde.com/jorge-riechmann-mayoria-sociedad-negacionista/ Jorge Riechmann: “La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista” Existen varios niveles de negacionismo climático o ecológico, sostiene el filósofo y poeta Jorge Riechmann, quien va más allá de lo que comúnmente se entiende como “negacionismo” -la negación de que existe un calentamiento global o una crisis ecológica causada por los humanos- para plantear una visión más amplia del concepto. Un tipo superior de negacionismo, arguye Riechmann, está en el rechazo de los límites biofísicos: es decir, la idea que impregna la cultura dominante de que la economía puede o incluso debe seguir creciendo como si el planeta fuera capaz de reponer sus recursos indefinidamente. “La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista, en este sentido. Aunque sea con disonancias, aunque de vez en cuando uno abra medio ojo y se dé cuenta de que las cosas van muy mal”, señala el filósofo en una entrevista con EFEverde. “Dentro de ese negacionismo generalizado, vamos adelante”, agrega. “Ampliamos el aeropuerto de Barajas o construimos un mega puerto en Valencia o en otros lugares. Aunque a veces haya lo que los ingleses llaman lip service, discursos dominicales para quedar bien, esa es la senda de productivismo, extractivismo y consumismo en la que está instalada la mayoría de la sociedad”. En Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro), un ensayo que acaba de publicar la editorial Catarata, Riechmann analiza la historia y evolución de los ecologismos -donde incluye también al ambientalismo o al conservacionismo- desde los orígenes del pensamiento ecologista hasta la actualidad. Aunque el análisis es global, repasa los inicios del pensamiento ecologista en España, en el siglo XIX, hasta los recientes debates en el movimiento ecologista, atravesados por las disputas territoriales que ha generado el despliegue de energías renovables y una brecha que se ha agrandado dentro del movimiento ecologista en los últimos años: la que separa las posturas que anticipan un colapso ya inevitable de las posiciones más “posibilistas”, que defienden que aún hay margen para frenar la debacle climática y ecológica. Riechmann es una de las figuras más conocidas del ecologismo social en este país. Autor de varias decenas de libros de ecología política -entre los más recientes, Simbioética (2022) y Bailar encadenados (2023)-, compagina su incansable tarea como ensayista con la poesía, y las clases de Ética y Filosofía Política que imparte en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor titular. También con sus paseos frecuentes por el campo y con su participación en colectivos como Ecologistas en Acción. Suele ir acompañado de uno o varios libros, además de un cuaderno en el que plasma reflexiones, versos, ideas o esbozos de artículos, que se mezclan con recortes de prensa subrayados y comentados por él mismo. Desde 1983, cuenta Riechmann, ha ido encadenando cuadernos de trabajo. Ahora, en marzo de 2024, va por el número 250. Aboga por el ecosocialismo, el Decrecimiento –él lo escribe con mayúscula–, que “no va de hacer menos de lo mismo, sino de avanzar en otra dirección”; el ecofeminismo, y la defensa de la «vida buena», pero no entendida en la dirección de los «deseos expansivos» que «no tienen en cuenta los límites biofísicos del planeta», sino asumiendo la autolimitación “para dejar existir al otro (humano y no humano)”. Así, reivindica perseguir lo que los griegos llamaban eudaimonía. Pero, frente a los ecologismos que tratan de esquivar discursos basados en el sacrificio y despertar el deseo para ofrecer un horizonte esperanzador, Riechmann no cree que pueda haber un «ecologismo consecuente» que obvie al mismo tiempo la necesidad de cierto ascetismo. La noción de vida buena que hay que cultivar, abunda en su libro, sería aquella relacionada por ejemplo con la riqueza en tiempo, la producción de belleza, la “libertad real”, la igualdad y la comunidad para una vida con «mucha menos enajenación». En su caso, confía, la belleza la encuentra sobre todo en la poesía y en “la vivencia de la naturaleza” que ha disfrutado desde su infancia. Por suerte, sus padres eran montañeros y aprovechaban cada ocasión para pasear por la montaña. También la poesía llegó a su vida temprano. Con catorce años publicó ya algún poema en Síntesis, una revista de poesía del Corredor del Henares, algo que inmediatamente le “abrió mundos”. Para él, hallar estos placeres tiene que ver “con esos encuentros clave que nos hacen ver que la versión contrahecha y jibarizada de la vida que nos propone este sistema no es la única, que uno puede ir por otros caminos”. La derrota del ecologismo Riechmann atribuye parte de la “derrota” del ecologismo a que cediera demasiado ante la promesa del desarrollo sostenible en la década de 1980, cuando incluso el movimiento creía que era posible y cayó en esas “ilusiones” respecto a una idea de transición energética y ecológica que incurre en lo que ahora llama un “autoengaño”. En esa década, “cuando aún había tiempo”, Riechmann explica que incluso los autores a quienes el Club de Roma encargó el informe The Limits to Growth -especialistas de diferentes disciplinas que en 1972 publicaron aquel famoso informe que advertía sobre los límites del crecimiento- abrigaban esa esperanza de que el sistema se pudiera reformar desde dentro. ¿Habrían sido diferentes las cosas -estaría el mundo ante tal emergencia climática- si el movimiento ecologista se hubiera mantenido firme en posturas anticapitalistas en lugar de abrazar la posibilidad de un crecimiento verde? “Es difícil hacer juicios retrospectivos”, admite el filósofo, pero su impresión es que sí, que se podría haber corregido el rumbo. “En los 70 la situación estaba mucho más abierta de lo que lo ha estado a partir de los 80”, juzga. Otro error de los ecologismos, apunta en su libro, ha sido el de “tratar de convencer al de la esquina opuesta”. Pero eso no significa que se pueda obviar la cuestión de la hegemonía, pues en este momento “crucial”, donde “nos jugamos todo”, se necesitarán políticas públicas de redistribución de recursos, de freno al extractivismo, por ejemplo, y de reorientación de prioridades para una economía que no sobrepase la capacidad de carga del planeta. “Pero tú puedes abrigar la ilusión de que esa hegemonía se construye adoptando posiciones moderadas, buscando que los sectores menos ideologizados del campo contrario se pasen al tuyo, o no ceder en las posiciones que para ti son básicas e irrenunciables y a partir de ahí ir ampliando”, aclara. En este sentido, critica la transformación de los partidos verdes europeos -y en concreto de los Verdes alemanes -sobre quienes Riechmann escribió su tesis doctoral y un libro en 1994- desde una postura anticapitalista y pacifista con la que se fundaron en 1980 hasta adoptar una posición prácticamente neoliberal. El problema, precisa, no está en los partidos en sí o en la política electoral que estos puedan hacer, pues eso “también es necesario”, admite. “El problema es que el sistema político es extremadamente resistente al cambio y se ha mostrado muy capaz de ir deglutiendo aquellas iniciativas de partido y electorales que querían ir a otro lugar». Así, “las fuerzas que en el partido verde alemán impulsaban un cambio sistémico se volvieron minorizadas, fueron expulsadas o algunas dejaron el partido, lo que dio lugar a un partido liberal verde”. Esto fue, lamenta Riechmann, especialmente relevante dado el peso que tenían los Verdes alemanes en el resto de formaciones ecologistas europeas. Construir movimiento social Riechmann, que ha sido detenido y encausado por participar en varias acciones de desobediencia civil no violenta en protesta junto a Extinction Rebellion dada la inacción climática, llama a la movilización como forma no ya de sortear el colapso civilizatorio -algo que no considera realista- sino de evitar que lleguemos a “la peor de las distopías”. “Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales”, escribe en su último ensayo. “Presentarlos como cuestiones técnicas –así lo hace sistemáticamente la cultura dominante– es un reduccionismo que trabaja a favor de la ilusión de un “capitalismo verde”–pero esa expresión es un oxímoron–. Hoy no necesitamos (prioritariamente) más avances técnicos, aunque algunos de ellos puedan ser bienvenidos, sino otra praxis social. Necesitamos construir movimiento social”. El ecologismo, valora Riechmann, se ha mantenido casi siempre en una postura más defensiva que constructiva, una tendencia que, de manera general, no ha logrado revertir. “Está intentando detener una insensatez aquí, una locura allá, el enésimo megaproyecto más allá, con fuerzas insuficientes. Entonces intenta articular unas pocas defensas dentro del avance de una mega maquinaria que desde los 1980 no ha parado”. Sin embargo, hay ejemplos positivos que pueden resultar inspiradores (aunque no siempre puedan trasladarse a otros contextos), entre los que cita los movimientos de reconstrucción indígena o, en lugares como Europa, los feminismos y ecofeminismos desde la década de los 1970, o los movimientos de defensa del territorio. Pero ¿por qué movilizarse si ya está todo perdido? “Incluso en las peores situaciones, siempre tenemos cierto margen de acción”, asegura el filósofo. “Organizarse para luchar, aunque sea en luchas defensivas, aporta mucho a las personas también. Uno puede estar perdiendo una batalla y aun así eso tiene sentido. La clave es no quedarse solo, no quedarse aislados, aisladas, sino buscar esos contextos de acción colectiva donde se encuentre sentido”. En las sociedades “básicamente nihilistas” en las que vivimos, opina Riechmann, satisfacer ese hambre de sentido en la lucha por el bien común forma parte de “cualquier clase de vida buena, aunque uno esté en malas condiciones objetivas”. EFEverde
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ivangzama · 29 days
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Diario Guaira Vespertino martes 26 de Marzo 2024 N° 693 Año 3 Encuentran una tortuga marina muerta en Tanaguarena El Ministerio para el Ecosocialismo en La Guaira atendió el llamado de la Policía Nacional comando DAET sobre el varamiento de una tortuga marina en ubicada en playas de Tanaguarena, parroquia Caraballeda.
Director Wladimir García, WhatsApp +58 412-3826501
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ForjandoElCaminoDeBolívar ¡La esperanza está en la calle!❤️🇻🇪
ChillasteMentisteYNoVas 🇻🇪
ChavezAhoraYSiempre 🇻🇪🕊️💙
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prensabolivariana · 5 months
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La Guayana Esequiba cuenta con 13 millones de hectáreas de selva tropical
El ecologista Leobardo Acurero destacó que la Guayana Esequiba es un territorio de 16 millones de hectáreas, de los cuales 13 millones es selva tropical de alta biodiversidad. La afirmación la realizó durante el ciclo de videoconferencias denominado “En defensa del Esequibo” realizado en el Ministerio del Poder Popular para el Ecosocialismo (Minec) donde participaron especialistas en ecología,…
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codigo-urbe · 7 months
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Develar busto en honor al botánico suizo Henri Pittier en los 50 años de Inparques
Aragua conmemoró los 50 años de Inparques El Instituto Nacional de Parques (Inparques) celebró su quincuagésimo aniversario en la estación de Rancho Grande del Parque Nacional Henri Pittier, donde se reconoció la labor de los guardaparques, bomberas y bomberos forestales. La actividad estuvo encabezada por el Ministro del Poder Popular para el Ecosocialismo y presidente de Inparques, Josué…
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jgmail · 6 months
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Ecología y comunismo
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Por Esteban Mercatante
Fuentes: La izquierda diario
La manera irrefrenable en la que el capitalismo dislocó el metabolismo socionatural, se ha vuelto quizás una de las muestras más contundentes de la necesidad de superar este modo de producción. Su continuidad se ha vuelto una amenaza para la supervivencia de la humanidad y de muchas otras especies. La seguidilla de eventos disruptivos, vinculados muchos de ellos al cambio climático, pero también a otros trastornos ambientales que produce la dinámica desquiciada de la acumulación, plantean con urgencia la necesidad de activar los “frenos de emergencia”.
La evidencia de que no hay “planeta B”, y que al único que tenemos el capitalismo se lo devora de manera cada vez más acelerada, acerca a sectores, sobre todo de la juventud, a las posturas críticas anticapitalistas. Los proyectos de “capitalismo verde”, que afirman la posibilidad de una transición energética bajo comando de los empresarios y afirman que es posible encaminar este sistema a un sendero “sostenible” en términos ambientales, se paran sobre pies de barro. A pesar de los negocios rentables que muchos sectores vienen haciendo cada vez más exitosamente con energías “limpias”, estas van de la mano del desarrollo de nuevos desastres ambientales como el que genera el extractivismo del litio, que se desarrolla hoy con métodos altamente invasivos que producen numerosas consecuencias negativas allí donde se desarrollan. Al mismo tiempo, las energías de transición no significaron una disminución en la utilización de hidrocarburos, sino que se sumaron a esta para aumentar el total de energía consumida.
Esto explica el dinamismo del ecosocialismo, una de las vertientes de la crítica anticapitalista de gran vitalidad en la actualidad. No se trata de una corriente homogénea, sino que, por el contrario, encontramos planteos divergentes de cómo debe responderse a los legados de crisis ecológica que deja el capitalismo y hacia dónde debe apuntar una sociedad poscapitalista, o más precisamente, comunista. Hay dos posturas, que tienden a polarizar el debate en el campo ecosocialista. Son, por un lado, quienes apuntan hacia el decrecionismo, y, por otro, los “ecomodernistas” que depositan un optimismo excesivo sobre las soluciones tecnológicas para responder a la crisis ecológica y continuar con el aumento generalizado de la producción y el consumo. En contrapunto con estas posturas, vamos a proponer algunas coordenadas para pensar la perspectiva comunista ante la necesidad de responder al metabolismo socionatural trastornado que el capitalismo agrava diariamente.
¿De lujo completamente automatizado?
Para una mirada del comunismo que podríamos llamar ecomodernista, la respuesta está en la aceleración del desarrollo tecnológico. El diagnóstico central es que la innovación en el capitalismo se encuentra más limitada para desplegar todas sus potencialidades, porque le cuesta cada vez más traducirse en modelos de negocios rentables que justifiquen las inversiones. Este es el diagnóstico de Aaron Bastani, autor de Comunismo de lujo plenamente automatizado. Liberar el desarrollo tecnológico de estas trabas que le imponen las relaciones de producción capitalistas permitiría, en opinión de Bastani, automatizar plenamente los procesos productivos. Pero esta automatización comunista sería compatible con la resolución de los problemas ecológicos. Abundancia (entendida como acceso a bienes sin fin a la vista) y sustentabilidad pueden ir de la mano, gracias a numerosos cambios, grandes y pequeños, que en algunos casos ya están en marcha pero se podrían acelerar bajo nuevas relaciones de producción comunistas. Estas iniciativas van desde la introducción en gran escala de energías renovables, a la implementación de mejores métodos de aislamiento para mantener las temperaturas sin requerir calefacción, o aprovechar mejor el calor solar, pasando por el reemplazo de la cría de ganado a gran escala para la alimentación por el consumo de carne sintética. Pero Bastani no se detiene ahí. Como la automatización requiere materiales, y especialmente hará falta capacidad de almacenamiento de energía, imagina que la minería espacial (la extracción de metales de los asteroides) puede ofrecer la respuesta. También debemos imaginar, aunque no lo explicite tan claramente, que el espacio puede ser destino para la chatarra que se acumula de manera cada vez más insostenible en numerosas partes del planeta.
Un supuesto que le permite a Bastani concluir que un comunismo de lujo completamente automatizado y ambientalmente sustentable es alcanzable si se termina con los límites que impone el capital al desarrollo tecnológico, es que, en buena medida, el “lujo” tiende a desacoplarse del impacto ambiental. Aunque no lo explicite así, el autor hace suya la noción de que, con el peso creciente de las tecnologías de la información en los más variados ámbitos de la vida, los procesos de producción se desmaterializan, y por tanto la huella ambiental se reduce en relación con el crecimiento económico. La información, una vez producida, se puede reproducir con costo tendiente a cero. Si extrapolamos esto hacia todas las esferas de una producción que aparece cada vez dominada por la información en el control de distintos procesos, podemos concluir que tiende a haber una desmaterialización generalizada, al menos parcial.
No faltan quienes aportan estadísticas de que este desacople es lo que viene ocurriendo en los países más desarrollados; pero muchas de esas evidencias del desacople se obtienen haciendo abstracción de cómo esos países ricos, imperialistas, sustentan su reproducción (incluyendo con este término los procesos de acumulación capitalista que sus multinacionales comandan desde ahí explotando trabajo y recursos en todo el globo) en numerosos procesos materiales que ocurren fuera de sus fronteras. No hay desmaterialización sino deslocalización de los procesos materiales en terceros países, a donde “tercerizan” los impactos ambientales. Cuando introducimos esta “deslocalización” de la huella material en la ecuación, no ocurre tal desacople.
Sustentar la idea de que un comunismo de lujo automatizado tiene un camino despejado sobre la base de estos débiles presupuestos, puede ser ruinoso.
Para Marx, nos recuerda Terry Eagleton, la posibilidad del socialismo estuvo dada por el desarrollo de las fuerzas productivas que realizó el capitalismo,
pero la tarea de expandirlas no corresponde al socialismo […] El socialismo viene aupado sobre la base de esa riqueza material, pero no es el constructor ni el acumulador de la misma […] La labor del socialismo no consiste tanto en espolear esos poderes como en someterlos a un control humano racional [1].
Bastani no estaría de acuerdo con estas apreciaciones; su “comunismo de lujo” abraza un crecimiento de la riqueza incluso más rápido que el del capitalismo, aunque socializada para todos y todas.
El comunismo de lujo plenamente automatizado de Bastani prefigura más un cambio en la distribución que en las formas de producción y consumo que imprime el capitalismo. Es notable cómo no hay en la hoja de ruta hacia el comunismo que plantea, ningún protagonismo de la fuerza de trabajo, enajenada bajo el capitalismo, para pensar una profunda reorganización y rearticulación de ambos procesos, de producción y consumo, que bajo el capitalismo se encuentran separados por la transformación de la fuerza de trabajo en una mercancía, alienada de los medios de producción y obligada a venderse a cambio de un salario para alcanzar los medios de subsistencia. La clase obrera no aparece, para Bastani, como un agente capaz de ingresar en el terreno de la producción para terminar con esa separación forzada. Se limita a proyectar una automatización plena de la producción, proceso donde la protagonista sería la tecnología en sí misma más que la clase social, y a apuntar en paralelo a una extensión de las formas de consumo vigentes para el conjunto de la sociedad. Una especie de “comunalización” de los patrones de consumo capitalistas, sustentada en proyecciones extravagantes sobre la posibilidad de expandir la extracción de recursos más allá de las fronteras planetarias. No hay una crítica del trabajo alienado bajo el capitalismo, sino una suscripción lisa y llana a lo que Dave Beech denomina los “discursos del rechazo al trabajo, del antitrabajo y del imaginario post-trabajo” [2], tendencia por la que se inclinan la mayor parte de los postcapitalistas contemporáneos. De esto se desprende, en opinión de Beech, que “la tendencia política contemporánea del poscapitalismo no alinea adecuadamente la abolición del trabajo [que se piensa simplemente como su eliminación, como automatización; N. de R.] con la superación del capitalismo” [3].
No debería sorprendernos, entonces, que muchos postcapitalistas que sueñan con “eliminar” el trabajo, al que rechazan, en vez de pensar en su profunda transformación, proyecten la continuidad, más allá del capitalismo, de formas de consumo que son intrínsecas de este modo de producción, con lo cual contribuyen a naturalizarlas y deshistorizarlas. Como estas no resultan universalizables de manera sustentable en los límites que plantea el planeta, no sorprende la necesidad de imaginar soluciones intergalácticas a los desafíos ambientales, como las que propone Bastani, que nos ofrece una variante “comunista” (de lujo) de los desvaríos espaciales de Elon Musk o Jeff Bezos.
¿Comunismo decrecionista?
Kohei Saito desarrolla, en crítica a los planteos comunistas economodernistas, un planteo diametralmente opuesto. Aunque en su primer estudio sobre las obras más tardías de Marx, La naturaleza contra el capital no lo planteaba tan abiertamente, en sus libros más recientes, como Marx in the Anthropocene, Saito manifiesta claramente que el comunismo hoy debe ser decrecionista, una cuestión que es planteada casi como de sentido común. Con este posicionamiento, no está haciendo más que plegarse a una corriente que viene ganando influencia [4], en la que también encontramos otros autores de posturas anticapitalistas y que coquetean con que el decrecionismo solo puede llegar a ser viable con alguna variante de socialización de los medios de producción, como es el caso de Jason Hickel y –en cierta medida– de Giorgios Kallis, de quienes ya hemos hablado en artículos anteriores. En los últimos tiempos, la publicación Monthly Review, en la que tienen una importante responsabilidad editorial John Bellamy Foster, también ha suscrito a una perspectiva decrecionista.
El planteo comunista decrecionista, se distingue de la corriente más general (y extendida) del decrecionismo que plantea que es necesaria una drástica reducción planificada de la producción social con los fines de bajar la presión sobre los recursos del planeta pero no es muy clara respecto del tipo de transformaciones sociales requeridas para llevarla adelante. Si bien esta reducción del volumen del metabolismo social está asociada en la mayor parte de los enunciados decrecionistas a una transformación en los modos de “cómo se produce”, nunca termina de estar claro qué tipo de organización de la producción social, alternativa al capitalismo, prefiguran. Tampoco, donde estarían los puntos de apoyo ni los agentes sociales capaces de transformar en estrategia los postulados de “cambio cualitativo” que prescriben. No obstante estas serias dificultades para articular una perspectiva coherente, la idea de que la salida a los problemas contemporáneos pasa por alguna variante de decrecionismo gana terreno entre sectores del ecologismo crítico del capitalismo. Esto ocurre sobre todo en los países imperialistas desarrollados [5].
Quienes unen la defensa del decrecionismo con la perspectiva del comunismo, como Saito, no son ambiguos en estos aspectos; plantean claramente que este puede ser socialmente equitativa e hipotéticamente viable sólo terminando con el capitalismo. Su énfasis está en que comunismo y decrecionismo pueden acoplarse sin mayores contradicciones, minimizando o ignorando aquellos aspectos de algunos de los principales exponentes del decrecionismo que contradicen o rechazan cualquier horizonte socialista. Obviamente, que algunos decrecionistas sean críticos del comunismo, no es suficiente motivo para afirmar que una estrategia comunista no debería tener en cuenta los planteos decrecionistas o introducir sus coordenadas.
Hay cuestiones, que llevan a estos autores a propugnar un “comunismo decrecionista”, que deben ser tomadas muy en serio, y no se pueden descartar a la ligera. El nivel de expoliación de la naturaleza alcanzado por el capitalismo, que además de traducirse en el calentamiento global y otros varios trastornos significa que en la actualidad se consume cada año el doble de los recursos que el planeta es capaz de reponer, condiciona la manera en que podemos pensar el comunismo hoy. Si la acción revolucionaria de la clase obrera lograra expropiar al capital e imponer una transición al comunismo en porciones considerables del planeta, deberá lidiar con esta herencia de deterioro del metabolismo socionatural producida por el capitalismo. ¿Cómo entender bajo estas condiciones la posibilidad de alcanzar un mundo donde se haga posible el lema “a cada quién según su necesidad”?
Pero la buscada síntesis de perspectivas que se encierra en el “comunismo decrecionista”, termina constriñendo el horizonte de posibilidades con las que podemos contar, si arrebatamos el control de los medios de producción de la minoría capitalista y los gestionamos colectivamente, para establecer un metabolismo socionatural equilibrado. Solo aquellas variantes que sean compatibles con los postulados decrecionistas entran en consideración.
En el caso de Saito, podemos ver que en su “comunismo decrecionista” hay, por momentos, planteos sobre el rol del desarrollo tecnológico que pueden tener rasgos unilaterales. El autor critica correctamente las dimensiones despóticas que conlleva el desarrollo tecnológico en el capitalismo, donde “depende del carácter antidemocrático y verticalista del proceso de producción, con la concentración del poder en manos de unos pocos” [6]. Partiendo de esta advertencia correcta, por momentos parece desestimar la importancia que puede tener un mayor desarrollo de las fuerzas productivas en una sociedad comunista, en la cual el metabolismo equilibrado con la naturaleza sea un objetivo central. Nos advierte que “para Marx en la década de 1870, una sociedad post-escasez no tiene por qué basarse en el desarrollo tecnocrático de las fuerzas productivas” [7]. Por momentos da la impresión de homologar todo aumento de la productividad con aumento del volumen de producción, cuando en realidad puede lograrse produciendo lo mismo en menos tiempo para ahorrar trabajo social, que es lo que podría proponerse una sociedad no basada en la explotación del trabajo como el capitalismo. Al sugerir este tipo de identificación, Saito se inclina por hacer hincapié más bien en que se puede llegar a la abundancia aún bajando la productividad, lo cual, en algunos sentidos, puede ser cierto y necesario, pero no puede necesariamente convertirse en norma. No podemos dar la espalda a la posibilidad de desarrollar nuevas tecnologías más productivas en una sociedad comunista aunque esta no busque producir siempre más y más como fin en sí mismo –como ocurre en el capitalismo–, sino con la meta de aumentar el rendimiento del trabajo para economizarlo. Es decir, determinados desarrollos tecnológicos pueden ser aliados de una sociedad que busque reducir el trabajo necesario, siempre y cuando se tenga, en todo momento, presente la meta de sostener una relación racional o equilibrada con el metabolismo natural. Al mismo tiempo, las “soluciones tecnológicas” a los problemas ambientales que está dejando como herencia el capitalismo a cualquier formación económico social que lo suceda, que pueden ser falaces como la estrategia de mitigación propuesta por el capitalismo verde para seguir creciendo desenfrenadamente, o en la manera en que son encaradas por los postcapitalistas con su fetichismo tecnológico, pueden ser parte del arsenal necesario en una sociedad de transición al comunismo. No se puede confiar que la tecnología por sí sola resolverá los trastornos del desarrollo capitalista; la tecnología nunca es neutra sino que sus desarrollos dependen de la sociedad en la que se inscriben. Pero tampoco dar la espalda a la posibilidad de introducir, bajo el dominio de otras relaciones sociales basadas en el desarrollo más pleno de las personas y en la búsqueda del equilibrio con el metabolismo natural, mejoras tecnológicas que vayan en el sentido de alcanzar estos objetivos, o de revertir los lastres legados por el capitalismo.
Imponernos que el comunismo deberá ser decrecionista termina cercenando un abordaje más rico de las decisiones que podrán plantearse para una sociedad basada en la socialización de los medios de producción para asegurar un bienestar material para el conjunto de la sociedad, y lidiar al mismo tiempo con el legado de crisis climática, proponerse alcanzar y sostener un metabolismo socionatural equilibrado, sin renunciar a la idea de asegurar un bienestar. Si bien la “herencia” de desastres ambientales que lega el capitalismo restringe las opciones, estás son bastante más amplias que lo que puede compatibilizarse con los planteos decrecionistas, aún en sus variantes más “comunistas”.
Planificar el metabolismo socionatural
En los debates entre exponentes de las posturas mencionadas, hay una tendencia a barrer la complejidad detrás de la polarización, como señala correctamente Ståle Holgersen. Se simplifican las posiciones criticadas, desmereciendo los puntos atendibles que cada perspectiva tiene para aportar. La cuestión se traba en binarismos sobre si una sociedad postcapitalista debe proponerse “menos” o “más”. Pero, “para los socialistas, la cuestión principal no es si estamos a favor o en contra del crecimiento. Esta no debería ser una línea en la arena que divida a los movimientos desde el principio” [8].
Lo que necesitamos, continúa Holgersen, son
programas de transición ecosocialistas para planificar, construir y organizar una nueva hegemonía, y un movimiento ecosocialista para hacerla realidad, para un mundo que dé prioridad a las necesidades humanas dentro de límites ecológicos. Esto lo podemos hacer sin quedarnos estancados en el “crecimiento” [9].
¿Cuáles son las coordenadas por las que debería guiarse ese “mundo que de prioridad a las necesidades humanas dentro de límites ecológicos”? Troy Vettese y Drew Pendergrass plantean algunas pistas interesantes en su reciente Half-Earth Socialism (Socialismo de medio planeta). Los autores muestran una inclinación claramente decrecionista, y el libro podría criticarse por achacarle a Marx una mirada enteramente prometeica, minimizando los matices y tonalidades que siempre caracterizaron a este respecto al autor de El capital. Esto último lleva a los autores a minusvalorar la centralidad de los aportes marxianos a la crítica ecológica, y en muchos casos vemos ideas claramente alineadas con el pensamiento de Marx que no son justamente reconocidas. Pero más allá de las discusiones que podrían abrirse por estos y otros puntos, Vettese y Pendergrass aciertan en mostrar la fuerza de una planificación socialista del conjunto de los recursos para encarar la emergencia ecológica con la rapidez que esta exige, lo que incluye destinar vastas áreas del planeta a la regeneración de vida silvestre. De ahí la idea de “medio planeta”, que toman del biólogo Edward Osborne Wilson y que resulta fundamental para asegurar la biodiversidad y poner límites a la sexta extinción en curso.
Los autores destacan que la única manera de compatibilizar los objetivos de “proveer a todas las personas las bases materiales para una buena vida –sustento, refugio, educación, arte, salud– mientras al mismo tiempo se protege la biosfera de la desestabilización” [10]. Este es el desafío que se plantea el estudio de “los límites planetarios”, que en opinión de Vettese y Pendergrass solo puede ser un programa de investigación “incompleto si fracasa en reconocer la imposibilidad de alcanzar estas metas dentro del capitalismo” [11].
Los autores construyen su argumento en crítica directa del ambientalismo mainstream, más allá de los matices que pueda haber entre políticas más libremercadistas o de tinte más keynesiano, cuyos límites están marcados por lo que resulte compatible con el capitalismo. Pero el capital, esa personificación impersonal que se guía simplemente por la búsqueda de la acumulación de capital en escala cada vez mayor, “dirige ciegamente la nave de los tontos hacia el desastre ecológico […] el capital puede sentir solo señales de precios para guiar su paso”. Este pasaje nos remite claramente a lo que Marx apunta en El capital cuando analiza el fetichismo de la mercancía, que determina una objetivación de las relaciones sociales, que los individuos personifican pero no pueden alterar sin modificar sus bases sociales.
Si el capitalismo es una sociedad caracterizada por el control inconsciente, entonces el socialismo debe ser la restauración de la consciencia humana como una fuerza histórica. En la práctica, esto significa que el mercado debe ser reemplazado por el planeamiento [12].
Half-Earth Socialism hipotetiza cómo podría llevarse a cabo una planificación in natura, es decir, en términos materiales (es decir, sin necesidad de recurrir a valores). Se apoyan en los esquemas propuestos por Otto Neurath, socialdemócrata alemán que en 1919 fue nombrado responsable de la Oficina de Planificación Económica destinada a promover la completa socialización de la economía bávara. Si el objetivo del socialismo “es permitirle a la humanidad regularse conscientemente a sí misma y su intercambio con la naturaleza”, la mejor forma de alcanzar este objetivo es elegir entre planes alternativos que representen “distintas visiones de cómo la capacidad productiva de la sociedad puede ser desplegada”. Half-Earth Socialism encuentra en la programación lineal desarrollada por el economista y matemático soviético Leonid Kantoróvich un método posible para presentar distintas alternativas de acuerdo a cómo se combinen de manera concreta las “dos restricciones esenciales” que surgen del corpus científico de los límites planetarios: “limitar la extracción para mantener a la biosfera saludable, y al mismo tiempo distribuir de manera equitativa suficientes recursos naturales para proveer a las necesidades humanas”. Objetivos generales que se pueden traducir en múltiples combinaciones, que a través de instrumentos como la programación lineal se pueden convertir en planes alternativos. La planificación, sobre bases socialistas, “puede trazar varios caminos hacia un planeta sustentable e igualitario”. La cibernética de Norbert Wiener, Andrey KLolmogorov, y Anatoly Kitov, entre otros muchos investigadores, así como los aprendizajes que dejó el proyecto Cybersyn llevado a cabo por Stafford Beer en Chile durante el gobierno de Salvador Allende, también juegan su parte para que la planificación pueda desarrollarse y aplicar las correcciones necesarias sobre la marcha. Vettese y Pendergrass muestran también como desarrollos más recientes como los modelos de evaluación integrada usados por los científicos del clima también pueden enriquecer los mecanismos de planificación.
Lo interesante del ejercicio propuesto por Half-Earth Socialism es que sale de los binarismos entre ecomodernismo y decrecionismo. Sin confiar en un prometeísmo tecnooptimista del “comunismo de lujo automatizado” ni resignarnos a las estrecheces que propugna el decrecionismo, poner el eje en la planificación socialista puede permitir discusiones más sobrias sobre la manera en que una sociedad basada en la socialización de los medios de producción que hoy están en manos de una minoría de explotadores, puede hacer compatibles los objetivos de (re)establecer un metabolismo socionatural equilibrado y la satisfacción más plena de las necesidades sociales.
Notas:
[1] Terry Eagleton, Por qué Marx tenía razón, Barcelona, Península, 2011, pp. 222-223
[2] Dave Beech, Art and labour. On the Hostility to Handicraft, Aesthetic Labour and the Politics of Work in Art, Londres, Brill, 2020, p. 36. Traducción propia del original.
[3] Ibídem, p. 245.
[4] Con la particularidad de que Saito afirma haber descubierto que el propio Karl Marx adscribió en sus últimos años a la perspectiva de un “comunismo decrecionista”, como podría leerse según su opinión en los últimos textos manuscritos del revolucionario alemán. Ya hemos señalado los forzamientos en los que debe incurrir Saito para sostener estos hallazgos que dice encontrar en el recorrido teórico de Marx.
[5] En los países dependientes, el decrecionismo tiene su traducción en algunas de las corrientes ecologistas que rechazan legítimamente los proyectos extractivistas por ser una falsa vía al desarrollo; pero, tal como ocurre en los países ricos, en este caso el planteo de una necesaria transición postextractivista tampoco se inscribe en una estrategia articulada de ruptura con el imperialismo y sus aliados locales, bases sin las cuales no es posible sentar las bases de una alternativa a los proyectos de “modernización” capitalista-imperialista.
[6] Kohei Saito, ob. cit., p. 241
[7] Ibídem, p. 247.
[8] Ståle Holgersen, “Neither Productivism nor Degrowth. Thoughts on Ecosocialism”, Spectre, consultado el 30/10/2023 en https://spectrejournal.com/neither-productivism-nor-degrowth/.
[9] Ídem. Los destacados son del autor.
[10] Troy Vettese y Drew Pendergrass, Half-Earth Socialism. A Plan to Save the Future from Extinction, Climate Change, and Pandemics, Londres, Verso, 2022, libro electrónico sin paginado, traducción propia.
[11] Ídem.
[12] Ídem.
Esteban Mercatante. @EMercatante. Economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas. Autor de los libros El imperialismo en tiempos de desorden mundial (2021), Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis (2019) y La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (2015).
Fuente https://www.laizquierdadiario.com/Ecologia-y-comunismo
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contexot · 10 months
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el ecosocialismo necesita liberarse del paradigma de la modernización ecológica, embarcándose en una revolución ecológica basada en una drástica reducción del metabolismo social global, que se logrará mediante una profunda reorganización de las relaciones entre producción, reproducción y ecología
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latizanainformativa · 11 months
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Ministerio de Ecosocialismo: Venezuela debe legislar para reducir daño causado por mercurio en minería https://unionradio.net/2023/06/05/ministerio-de-ecosocialismo-venezuela-debe-legislar-para-reducir-dano-causado-por-mercurio-en-mineria/?utm_source=dlvr.it&utm_medium=tumblr
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ferrolano-blog · 1 year
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Saito: la grieta metabólica y el comunismo del decrecimiento... Marx se da cuenta progresivamente de que la continua expansión del capital explota no solo el trabajo, sino también la naturaleza en la búsqueda de ganancias, lo que lleva a la destrucción del suelo, la deforestación y otras formas similares de degradación de los recursos naturales... En el pasaje clave sobre el concepto de grieta metabólica, Marx escribió que el modo de producción capitalista "produce condiciones que provocan una grieta irreparable en el proceso interdependiente entre el metabolismo social y el metabolismo natural prescrito por las leyes naturales del suelo. El resultado es un despilfarro de la vitalidad del suelo, y el comercio lleva esta devastación mucho más allá de los límites de un solo país. Con la expansión de la acumulación capitalista, la brecha metabólica se convierte en un problema global. Así que para Saito, el ecosocialismo argumenta que la crisis ecológica y la brecha metabólica son la contradicción central del capitalismo... En un escenario de decrecimiento socialista, el objetivo sería reducir la producción ecológicamente destructiva y socialmente menos necesaria (lo que algunos podrían llamar parte del valor de cambio de la economía), al tiempo que protege y, de hecho, incluso mejora las partes de la economía que se organizan en torno al bienestar humano y la regeneración ecológica (la parte del valor de uso de la economía)
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infacundia · 11 months
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primer año militando: texto dos
¿De qué se trata esto? ¿Milito porque "me hace feliz"? ¿Por que me hace sentirme útil? ¿Milito porque creo como que existo en la posibilidad de algún día se icen sobre este suelo nuestras banderas? ¿Es que creo en lo político? ¿O milito por que me gusta relacionarme con otrxs militantes, con gente que piensa parecido a mí? ¿Milito porque estoy orgánicamente comprometido con la organización donde lo hago, es decir, por una cuestión de lealtad?
Son preguntas cerradas, pero no pueden sino tener respuestas abiertas, ambiguas, que no cierren sentido. Por un lado es cierto que si no me gustara militar, no lo haría. De hecho, hay formas culturalmente establecidas de militar que no me gustan, como repartir folletos, acosar estudiantes o concentrar los esfuerzos colectivos en propaganda electoral, y busco por todos los medios evitarlas, más allá de si esa evasión sea pragmática o no. Tampoco me gusta la endogamia; no quiero que todos mis afectos militen en la misma orga que yo o en alguna otra. Más allá de que toda amistad es política y de que haga amis militantes.
Sí considero viable la autoorganización popular hacia un ecosocialismo transfeminista, si bien es poco probable que se dé en la manera en que lo imagino, y mucho menos que sea mientras yo esté vivo. Más que nada, lo veo posible porque el actual sistema es visiblemente inviable y porque son claras las pruebas de la potencia que tiene la racionalidad humana. Sin embargo, también son claras las pruebas de su potencial autodestructivo y de su enajenación respecto de los metabolismos más básicos y esenciales.
Las organizaciones políticas de la izquierda que me interpela, en este momento histórico, son fugaces. Muy pocas logran cumplir la década sin desvanecerse en la escisión o en la negación al recambio generacional. No creo que esto sea un problema estratégico, si no una necesidad histórica inapelable. Quiero decir, en un momento en que poca gente parece conmovida e interpelada por las ideas de izquierda, y la posibilidad de crecer de las organizaciones encuentra límites cercanos, lo más esperable es que entre en discusiones internas (las más de las veces necesarias) que terminen por desintegrarlas. En ese sentido, tampoco me caso con Marabunta, aunque hasta ahora no haya conocido organización que me cierre más.
¡Pero basta de vueltas retóricas!
Vamos a una respuesta provisoria, a la hipótesis actual.
Milito porque mi trayectoria intelectual, mis procesos subjetivos o como le llamemos, me arrastraron a la conclusión de que sin organización política no hay sociedad. De que si desde abajo no nos organizamos políticamente, a la sociedad la organizan desde arriba. De que si no presentamos batallas (y no hay batalla que se pueda dar individualmente o de a pequeños grupúsculos), por más inocuas que sean, internamente nos damos por desarrotadxs. No hay sensibilidad más agobiante que la del derrotado. ¿O acaso nuestros momentos de mayor vitalidad no fueron los de mayor efervescencia política en la sociedad?
Yo "necesito" estar organizado políticamente, porque las ideas que absorbí de las luchas sociales me interpelaron. Me conmovieron y me revitalizaron. Y sobre todo una cosa: encarnarlas me hicieron y me hacen sentir sujeto de la historia, y ya no un objeto de ella, enajenado por fuerzas impersonales a intereses que no me son propios. Siento que militar es seguir con el problema, como dice Donna Haraway. Es seguir la discusión con la sociedad a través de lo político (nunca La Política), de la cultura, de lo que fuera. Cuando el fuego crezca, voy a estar ahí, presto a socializar organización política a las subjetividades en lucha interpeladas.
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una entrevista (gracias a marta montojo) | tratar de comprender, tratar de ayudar
https://efeverde.com/jorge-riechmann-mayoria-sociedad-negacionista/ Jorge Riechmann: “La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista” Existen varios niveles de negacionismo climático o ecológico, sostiene el filósofo y poeta Jorge Riechmann, quien va más allá de lo que comúnmente se entiende como “negacionismo” -la negación de que existe un calentamiento global o una crisis ecológica causada por los humanos- para plantear una visión más amplia del concepto. Un tipo superior de negacionismo, arguye Riechmann, está en el rechazo de los límites biofísicos: es decir, la idea que impregna la cultura dominante de que la economía puede o incluso debe seguir creciendo como si el planeta fuera capaz de reponer sus recursos indefinidamente. “La inmensa mayoría de la sociedad es negacionista, en este sentido. Aunque sea con disonancias, aunque de vez en cuando uno abra medio ojo y se dé cuenta de que las cosas van muy mal”, señala el filósofo en una entrevista con EFEverde. “Dentro de ese negacionismo generalizado, vamos adelante”, agrega. “Ampliamos el aeropuerto de Barajas o construimos un mega puerto en Valencia o en otros lugares. Aunque a veces haya lo que los ingleses llaman lip service, discursos dominicales para quedar bien, esa es la senda de productivismo, extractivismo y consumismo en la que está instalada la mayoría de la sociedad”. En Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro), un ensayo que acaba de publicar la editorial Catarata, Riechmann analiza la historia y evolución de los ecologismos -donde incluye también al ambientalismo o al conservacionismo- desde los orígenes del pensamiento ecologista hasta la actualidad. Aunque el análisis es global, repasa los inicios del pensamiento ecologista en España, en el siglo XIX, hasta los recientes debates en el movimiento ecologista, atravesados por las disputas territoriales que ha generado el despliegue de energías renovables y una brecha que se ha agrandado dentro del movimiento ecologista en los últimos años: la que separa las posturas que anticipan un colapso ya inevitable de las posiciones más “posibilistas”, que defienden que aún hay margen para frenar la debacle climática y ecológica. Riechmann es una de las figuras más conocidas del ecologismo social en este país. Autor de varias decenas de libros de ecología política -entre los más recientes, Simbioética (2022) y Bailar encadenados (2023)-, compagina su incansable tarea como ensayista con la poesía, y las clases de Ética y Filosofía Política que imparte en la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor titular. También con sus paseos frecuentes por el campo y con su participación en colectivos como Ecologistas en Acción. Suele ir acompañado de uno o varios libros, además de un cuaderno en el que plasma reflexiones, versos, ideas o esbozos de artículos, que se mezclan con recortes de prensa subrayados y comentados por él mismo. Desde 1983, cuenta Riechmann, ha ido encadenando cuadernos de trabajo. Ahora, en marzo de 2024, va por el número 250. Aboga por el ecosocialismo, el Decrecimiento –él lo escribe con mayúscula–, que “no va de hacer menos de lo mismo, sino de avanzar en otra dirección”; el ecofeminismo, y la defensa de la «vida buena», pero no entendida en la dirección de los «deseos expansivos» que «no tienen en cuenta los límites biofísicos del planeta», sino asumiendo la autolimitación “para dejar existir al otro (humano y no humano)”. Así, reivindica perseguir lo que los griegos llamaban eudaimonía. Pero, frente a los ecologismos que tratan de esquivar discursos basados en el sacrificio y despertar el deseo para ofrecer un horizonte esperanzador, Riechmann no cree que pueda haber un «ecologismo consecuente» que obvie al mismo tiempo la necesidad de cierto ascetismo. La noción de vida buena que hay que cultivar, abunda en su libro, sería aquella relacionada por ejemplo con la riqueza en tiempo, la producción de belleza, la “libertad real”, la igualdad y la comunidad para una vida con «mucha menos enajenación». En su caso, confía, la belleza la encuentra sobre todo en la poesía y en “la vivencia de la naturaleza” que ha disfrutado desde su infancia. Por suerte, sus padres eran montañeros y aprovechaban cada ocasión para pasear por la montaña. También la poesía llegó a su vida temprano. Con catorce años publicó ya algún poema en Síntesis, una revista de poesía del Corredor del Henares, algo que inmediatamente le “abrió mundos”. Para él, hallar estos placeres tiene que ver “con esos encuentros clave que nos hacen ver que la versión contrahecha y jibarizada de la vida que nos propone este sistema no es la única, que uno puede ir por otros caminos”. La derrota del ecologismo Riechmann atribuye parte de la “derrota” del ecologismo a que cediera demasiado ante la promesa del desarrollo sostenible en la década de 1980, cuando incluso el movimiento creía que era posible y cayó en esas “ilusiones” respecto a una idea de transición energética y ecológica que incurre en lo que ahora llama un “autoengaño”. En esa década, “cuando aún había tiempo”, Riechmann explica que incluso los autores a quienes el Club de Roma encargó el informe The Limits to Growth -especialistas de diferentes disciplinas que en 1972 publicaron aquel famoso informe que advertía sobre los límites del crecimiento- abrigaban esa esperanza de que el sistema se pudiera reformar desde dentro. ¿Habrían sido diferentes las cosas -estaría el mundo ante tal emergencia climática- si el movimiento ecologista se hubiera mantenido firme en posturas anticapitalistas en lugar de abrazar la posibilidad de un crecimiento verde? “Es difícil hacer juicios retrospectivos”, admite el filósofo, pero su impresión es que sí, que se podría haber corregido el rumbo. “En los 70 la situación estaba mucho más abierta de lo que lo ha estado a partir de los 80”, juzga. Otro error de los ecologismos, apunta en su libro, ha sido el de “tratar de convencer al de la esquina opuesta”. Pero eso no significa que se pueda obviar la cuestión de la hegemonía, pues en este momento “crucial”, donde “nos jugamos todo”, se necesitarán políticas públicas de redistribución de recursos, de freno al extractivismo, por ejemplo, y de reorientación de prioridades para una economía que no sobrepase la capacidad de carga del planeta. “Pero tú puedes abrigar la ilusión de que esa hegemonía se construye adoptando posiciones moderadas, buscando que los sectores menos ideologizados del campo contrario se pasen al tuyo, o no ceder en las posiciones que para ti son básicas e irrenunciables y a partir de ahí ir ampliando”, aclara. En este sentido, critica la transformación de los partidos verdes europeos -y en concreto de los Verdes alemanes -sobre quienes Riechmann escribió su tesis doctoral y un libro en 1994- desde una postura anticapitalista y pacifista con la que se fundaron en 1980 hasta adoptar una posición prácticamente neoliberal. El problema, precisa, no está en los partidos en sí o en la política electoral que estos puedan hacer, pues eso “también es necesario”, admite. “El problema es que el sistema político es extremadamente resistente al cambio y se ha mostrado muy capaz de ir deglutiendo aquellas iniciativas de partido y electorales que querían ir a otro lugar». Así, “las fuerzas que en el partido verde alemán impulsaban un cambio sistémico se volvieron minorizadas, fueron expulsadas o algunas dejaron el partido, lo que dio lugar a un partido liberal verde”. Esto fue, lamenta Riechmann, especialmente relevante dado el peso que tenían los Verdes alemanes en el resto de formaciones ecologistas europeas. Construir movimiento social Riechmann, que ha sido detenido y encausado por participar en varias acciones de desobediencia civil no violenta en protesta junto a Extinction Rebellion dada la inacción climática, llama a la movilización como forma no ya de sortear el colapso civilizatorio -algo que no considera realista- sino de evitar que lleguemos a “la peor de las distopías”. “Los problemas ecológicos son, esencialmente, asuntos sociopolíticos y culturales”, escribe en su último ensayo. “Presentarlos como cuestiones técnicas –así lo hace sistemáticamente la cultura dominante– es un reduccionismo que trabaja a favor de la ilusión de un “capitalismo verde”–pero esa expresión es un oxímoron–. Hoy no necesitamos (prioritariamente) más avances técnicos, aunque algunos de ellos puedan ser bienvenidos, sino otra praxis social. Necesitamos construir movimiento social”. El ecologismo, valora Riechmann, se ha mantenido casi siempre en una postura más defensiva que constructiva, una tendencia que, de manera general, no ha logrado revertir. “Está intentando detener una insensatez aquí, una locura allá, el enésimo megaproyecto más allá, con fuerzas insuficientes. Entonces intenta articular unas pocas defensas dentro del avance de una mega maquinaria que desde los 1980 no ha parado”. Sin embargo, hay ejemplos positivos que pueden resultar inspiradores (aunque no siempre puedan trasladarse a otros contextos), entre los que cita los movimientos de reconstrucción indígena o, en lugares como Europa, los feminismos y ecofeminismos desde la década de los 1970, o los movimientos de defensa del territorio. Pero ¿por qué movilizarse si ya está todo perdido? “Incluso en las peores situaciones, siempre tenemos cierto margen de acción”, asegura el filósofo. “Organizarse para luchar, aunque sea en luchas defensivas, aporta mucho a las personas también. Uno puede estar perdiendo una batalla y aun así eso tiene sentido. La clave es no quedarse solo, no quedarse aislados, aisladas, sino buscar esos contextos de acción colectiva donde se encuentre sentido”. En las sociedades “básicamente nihilistas” en las que vivimos, opina Riechmann, satisfacer ese hambre de sentido en la lucha por el bien común forma parte de “cualquier clase de vida buena, aunque uno esté en malas condiciones objetivas”. EFEverde
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aserne · 1 year
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¡Alerta! Rumores. Extraoficial. Rueda duro por las Redes.
Cartel «Perla del Caribe» y el rol de algunos de sus integrantes en la estructura mafiosa.
Abg. Martina Barreses exfiscal del Ambiente y Vehículos del Ministerio Público. Es consultora jurídica de la contraloría del edo. Fue botada de la ONCDOFT, por otorgar permisos a embarcaciones pesqueras de narcotraficantes. Es esposa del Coronel Claudio Escalante, compinche de líderes negativos de la entidad
Msc. Jennifer Gill Directora del Ministerio de Ecosocialismo en el edo. Nueva Esparta. Se encarga de mover cantidades de mercancía en los vehículos oficiales del estado hacia playa el Yaque lugar donde estacionan narco lanchas de la alcaldesa Marisel Velázquez y del narco Vicmar.
Lic. Samuel Reverón Director Regional del Instituto Nacional de Parques en Nueva Esparta. Se encarga de la logística de los narcotraficantes Vicmar y Justin para que puedan estacionar las embarcaciones en el Muelle de la Caranta y mover grandes cantidades de mercancía hacia islas del Caribe
GP Asvic Salazar Jefe regional del cuerpo civil de guardaparques, Por orden del director regional Samuel Reverón, se encarga de cerrar paso hacia la Caranta y despejar la zona para que las lanchas carguen en el muelle.
Cuerpos de Seguridad:
Comisionado Jean Carry Director General de Polimaneiro. Se encarga de resguardar la zona de la Caranta. Cobra vacuna mensual para que Vicmar descargue las lanchas sin problemas
Comisionada Agregada Elizabeth Romero, Directora General de Polimariño, Por órdenes del alcalde, se encarga de resguardar playa Concorde y el Morro para resguardo de embarcaciones y rutas por donde entran grandes cantidades de dinero
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Comisionado Jefe Carlos Lozada, Director Regional de la PNB. Se encarga de organizar la escolta y traslado de camionetas repletas de dinero. Escolta familia de Vicmar.
Sargento Supervisor (GNB) Pérez Acosta, Encargado de logística para importación de vehículos de narcotraficantes alias Marquito y Justin.
Sargento Supervisor (GNB) Freddy Mata. Se encarga de la logística del combustible para las narcos embarcaciones.
Datos e información supuestamente dados por detenidos, señalando rol de los mencionados.
«La justicia»
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raymondorta · 1 year
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Gaceta Oficial Venezuela #42515 del 29/11/2022 MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA EL PROCESO SOCIAL DE TRABAJO INPSASEL Providencia mediante la cual se designa al ciudadano Antonio José Gómez Cartaya, en el cargo de Gerente Regional, en calidad de Encargado, adscrito a la GERESAT Sucre, de este Instituto. Providencia mediante la cual se designa al ciudadano Hildemaro Francisco Villanueva Yañez, en el cargo de Gerente Regional, en calidad de Encargado, adscrito a la GERESAT Táchira, de este Instituto. MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA EL ECOSOCIALISMO Resolución mediante la cual se designa a la ciudadana Carliz Elena Díaz de Moreno, como Directora General (E) de la Oficina de Coordinación Territorial, de este Ministerio. TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA Dirección Ejecutiva de la Magistratura Resolución mediante la cual se designa a la ciudadana Gladys Omaira Tirado, como Directora Administrativa Regional del estado Amazonas de esta Magistratura, en condición de Encargada. Resolución mediante la cual se designa al ciudadano José Francisco Rojas Navarro, como Especialista de Área, adscrito a la Coordinación General, de esta Magistratura. Resolución mediante la cual se designa a la ciudadana Priscila del Valle Rodríguez García, como Directora Administrativa Regional del estado Nueva Esparta de esta Magistratura, en condición de Encargada. Resolución mediante la cual se designa a la ciudadana María Gabriela Rodríguez Giménez, como Directora General de la Oficina de Comunicaciones, de esta Magistratura. #gacetaoficial #derecho #venezuela #caracas #abogado #leyes #legal #decreto https://www.instagram.com/p/Cl3SU3duBR_/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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