Clases de Seducción, parte 25: Los Malaventurados No Lloran
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Rubén sintió un vacío en el estómago que de inmediato le provocó ganas de vomitar.
—¿En-en serio es su ex pololo? —le costó hilar las palabras. No podía dar crédito a las palabras de Roberto.
—¿Por qué te mentiría con algo así, Rube? —contrapreguntó Roberto.
—N-no sé, no me calza que estés tan enojado por eso —trató de encontrar lógica a la opción de que fuera mentira.
—Me molesta que lo hayan invitado, sabiendo que el hueon terminó con él sabiendo que no tenía a dónde ir —Roberto empapó de rabia sus palabras—. Y el Pipe tan ahueonao también que lo acepta como si nada.
—¿Crees que todavía esté enamorado de él? —la inseguridad de Rubén estaba comenzando a salir a flote.
Roberto se volteó a mirarlo por primera vez en toda la conversación.
—No tengo idea Rube. Espero que no —le dijo suavizando su expresión, y dándole una palmada en el hombro.
Roberto se puso de pie, fue a buscar una cerveza y salió al patio a fumar.
Rubén se quedó ahí apoyado en el mesón de la cocina, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
Miró al grupo desde la distancia. Sebastian conversaba con Catalina y Marco, mientras Felipe, Alan, Daniela, Macarena, Anita e Ingrid conversaban y se abrazaban. Era el gran reencuentro del grupo de la infancia.
Al cabo de unos minutos, el grupo decidió salir al patio, y Felipe se acercó a Rubén.
—¿Todo bien? —le preguntó, poniendo su mano en la cintura de Rubén.
Rubén asintió con la cabeza. Apretó la mandíbula con fuerza, como si temiera que en cualquier momento se le fuera a caer.
—¿Por qué no vienes con nosotros? —Felipe buscó la mirada de Rubén.
—Estoy tratando de acostumbrarme a la cantidad de gente —mintió Rubén.
No sabía por qué mentía, si no tenía nada que ocultarle a Felipe.
—Bueno —aceptó Felipe sin protestar—. Voy a hablar con el Robert —le informó, le dio un beso en la frente y salió al patio.
Rubén se quedó solo por unos segundos en la cocina, luego que todos salieron, y por un momento pensó que se pondría a llorar, pero se controló. No podía darse el lujo de hacer una escena así.
Fue al refrigerador, sacó una botella de cerveza, la abrió, y salió al patio.
A decir verdad, Rubén nunca había sido muy fanático del sabor de la cerveza, pero esa precisamente le pareció más amarga que nunca.
Se acercó a Sebastian y Marco, que conversaban tranquilamente sentados en un gran macetero de cemento.
—Siento que estoy perdiendo mi toque —escuchó que decía Marco cuando llegó.
—¿Alguna vez lo tuviste? —preguntó con sarcasmo Sebastian.
—¿Qué te pasa? —Marco se ofendió—, obvio que si po, ¿cierto Rubencio?
—¿Qué cosa? —Rubén estaba perdido.
—Que siempre he sido encantador —respondió con tono de obviedad.
—No —respondió Rubén secamente.
—Bueno, qué vas a saber tu, si obviamente tienes pésimo gusto —comentó en broma Marco.
—Oye, el Rube no tiene mal gusto —lo defendió Sebastian, pero Rubén no dijo nada—. ¿Te pasa algo, Rube?
Sebastian notó que algo le pasaba a su amigo.
—No, nada —respondió Rubén.
No sabía por qué había tomado esa postura de ocultar lo que estaba sintiendo, como si no confiara en nadie. Como si hubiera vuelto a ser el chico inseguro que era hace unos meses, como si toda su confianza se hubiera desvanecido con la aparición de Alan.
Estaba de regreso en el closet.
—¿Seguro? —insistió Sebastian.
Rubén simplemente asintió y fingió una sonrisa.
—Estoy cansado, eso es todo.
—Ya, pero Rubencio, no puedes dar jugo ahora po, si vinimos a disfrutar —Marco intentó animarlo.
—Si sé, si ya se me va a pasar —respondió Rubén, dándole un sorbo a la botella que tenía en las manos.
—Ya, pero eso no te va a despertar mucho. Tómate una piscola por último —le sugirió Marco, experto en bebidas alcohólicas.
—No creo que eso ayude mucho —intervino Sebastian, un tanto preocupado por Rubén.
—Ya, tráeme una —le pidió Rubén a Marco, quien de inmediato se puso de pie y entró a la casa a preparar el bebestible.
—Rube, no creo que sea buena idea —le dijo Sebastian al quedar solos.
—Seba, no me pasa nada, tranquilo —insistió Rubén, intentando tapar su malestar anímico.
Miraba fijamente a Felipe cómo interactuaba con sus amigos de la infancia, y especialmente cómo lo hacía con Alan, su ex pololo. Notaba la forma en que lo miraba, la forma en que le hablaba, y cómo se reía de alguna tontera que el muchacho decía.
En su mente se instaló la idea de que nunca lo había visto reír tanto, no estando con él al menos. Nunca se reía con tanta fuerza de sus ocurrencias, por muy ocasionales que fueran. Se sintió completamente disminuido ante la llegada de Alan.
—Si quieres puedes irte a acostar, nadie te va a decir nada —ofreció Sebastian.
—Estoy bien —Rubén sin querer endureció el tono, producto del estrés.
—No es para que te pongas así tampoco, solo quería ayudarte.
Sebastian quedó visiblemente dolido por el tono de Rubén, pero no alcanzó a decir nada porque justo llegó Marco con un vaso de piscola en cada mano.
—Aquí tienes, pequeño padawan —le dijo extendiéndole uno de los vasos.
Rubén lo tomó sin darle mayor vuelta al asunto, y le entregó la botella de cerveza a medio tomar a Sebastian, quien la miró decepcionado, y le dio un largo sorbo.
Rubén sintió el efecto del pisco de inmediato a medida que bajaba provocándole una rara sensación de ardor en el esófago, y un leve vértigo.
—Tranquilo Rubencio, no vayas a terminar tirado después en la mitad de la playa —le advirtió Marco, a modo de broma.
Rubén simplemente lo miró y no dijo nada. Se puso de pie, y se acercó al grupito donde estaba Felipe y sus amigos de la infancia, riendo a carcajadas.
Se paró al lado de Felipe, quien sin decir nada apoyó su brazo derecho en el hombro de Rubén, y con el brazo izquierdo terminó de abrazarlo, y le dio un beso en la sien.
Rubén sintió un alivio enorme al sentir a Felipe abrazándolo. No lo había olvidado. No aún al menos.
—Mi compañero me dijo “¿y no le mandaste el correo al jefe con tus turnos de diciembre?”, y yo le respondí “¿qué tengo que andar mandándole hueás a hueones?” —contaba Alan, moviendo las manos simulando choreza, provocando la risa del grupo—, lo dije en broma, obvio, pero justo atrás mío estaba el jefe, así que por eso ahora estoy sin pega —concluyó—. No le gustó la bromita.
A Rubén le molestaba oír la risa de Felipe en su oído, completamente divertido por las historias de Alan.
—Pero Alan, pudiste haberme dicho antes, puedo hablar con mi tío para que te ponga de garzón en el local —ofreció Anita.
—¿En serio?, ¡gracias! —aceptó encantado Alan—. No te había dicho antes porque no hablábamos —se rió.
—Tienes razón —coincidió Anita, riendo junto a él.
Rubén no sabía qué tenía Alan, que provocaba risas en todos, y odiaba tener que admitir que efectivamente era muy divertido. Le sobraba todo el carisma que a él tanto le faltaba.
—Chicos, traje algo —dijo de repente Alan—, espérenme aquí.
Alan entró corriendo a la casa, y volvió en menos de un minuto, tapando algo entre las manos. Rubén no pudo ver qué era, hasta que Alan se lo mostró al grupo: era un pito de marihuana.
—¡Buena! —exclamó de inmediato Daniela.
Rubén levantó la mirada y vio a Felipe sonreir ante la sorpresa de Alan.
—¿Quieres probar? —le preguntó Felipe a Rubén en voz baja, como si no fuera gran cosa, al notar que lo estaba mirando.
Por alguna razón Rubén se sintió aún más fuera de lugar. Él nunca había probado la marihuana, y supo de inmediato que al menos la mayoría del grupo sí lo había hecho, incluído Felipe y Alan, que probablemente ya habían compartido aquella experiencia juntos.
—Ya vengo, voy al baño —le dijo Rubén, intentando disimular su sensación.
—Bueno —aceptó simplemente Felipe, y le dio un beso en los labios.
Rubén caminó hasta entrar por la puerta de la cocina de la casa, y escuchó a Felipe gritar con alegría “¡Que corra!”.
Entró al baño que estaba debajo de la escalera que daba al segundo piso, se miró al espejo y examinó su rostro. Notó que su mirada expresaba la tristeza que sentía, y se sintió la persona más sin gracia de la tierra. Se vio ojeroso, y algo colorado, seguramente por haber pasado la tarde en la playa.
“Está claro por qué le presta más atención a él”, pensó con tristeza, asumiendo la realidad, que Alan era mucho más guapo e interesante que él.
Se quedó un par de minutos ahí, simplemente mirándose en el espejo, hasta que sintió que era momento de volver. Se mojó la cara para espabilar, dio un largo suspiro, y salió rumbo a la cocina, a prepararse otra piscola.
Al volver a salir al patio, los grupos estaban más mezclados, sentados en las sillas que habían sacado del comedor, mientras esperaban que salieran las primeras presas de carne y choripanes, algunos bailaban al ritmo de la música de Chino y Nacho.
Rubén se tuvo que apoyar con la puerta para bajar el escalón que daba al patio, para no perder el equilibrio. El alcohol ya estaba comenzando a surgir efecto.
Se acercó a Roberto, que estaba fumándose un cigarro aislado del resto del grupo, porque sabía que entendía por lo que estaba pasando.
—No entiendo por qué estás tan enojado —le dijo directamente Rubén a Roberto.
Roberto lo miró y pensó un par de segundos antes de responder.
—Estoy enojado porque el Alan dejó al Pipe cuando más lo necesitaba, y ahí están conversando como si nada —Roberto señalizó con su mentón en dirección a los ex pololos, que conversaban animadamente compartiendo lo que quedaba del pito de marihuana—. Cuando el Pipe estuvo solo yo estaba ahí, yo lo apoyé. Ninguno de esos hueones de la infancia. Yo. Pero parece que ya se le olvidó.
Rubén no dijo nada. Simplemente se quedó mirando a Roberto, admirado por lo mucho que quería a Felipe. De verdad era como un hermano para él, y sabía que el sentimiento era mutuo.
—Él te quiere mucho —le dijo finalmente, para consolarlo. Le costó mucho hablar, como si la lengua se le hubiera dormido—. No sabes cuánto.
—Si sé que me quiere, pero me da rabia la hueá —insistió Roberto—. Rube, ¿estás bien? —le preguntó, mirándolo con atención por primera vez desde que llegó Rubén.
—Si, ¿por? —Rubén se hizo el tonto, e intentó hablar con normalidad, aunque su exceso de modulación no lo ayudaba mucho.
Roberto se quedó en silencio unos segundos, sin responder, aunque su cara le dijo todo a Rubén.
—¿No estás celoso o algo? —inquirió Roberto.
Rubén bajó la mirada y simplemente asintió, intentando no permitir que sus emociones lo invadieran.
—El Pipe no te engañaría nunca, Rube —le dijo Roberto, poniendo su mano en el hombro de Rubén para reconfortarlo.
—Que gracioso que me digas eso después de estar igual de celoso que yo —comentó Rubén en voz baja, luego de dar un largo sorbo al vaso de piscola que tenía en la mano.
—Es distinto, Rube —se justificó Roberto—. Yo no estoy celoso, solo estoy enojado.
—Bueno, yo tampoco estoy celoso. Estoy triste —retrucó Rubén.
—¿Por qué estás triste? —Rubén escuchó a sus espaldas la ronca voz de Felipe, expresando un ánimo muy inusual en él.
Rubén consideró por unos segundos seriamente la idea de gritarle todas las cosas que tenía en la cabeza. Se dio media vuelta y vio a Felipe sonriéndole.
—Nadie está triste, escuchaste mal —respondió Rubén, con una mezcla extraña de rabia y pena.
—¿Cómo que no?, mira esa carita —Felipe le acarició el rostro con sus largos dedos.
Roberto aprovechó el momento y se alejó. Probablemente sabía que no podía hablar con Felipe en ese estado, pensó Rubén.
Rubén abrazó a Felipe, aprovechando de sentir su cuerpo contra el suyo, sus brazos alrededor suyo, y su perfume invadiendo su sentido del olfato.
Pensó durante varios segundos cómo plantearle sus inquietudes a Felipe con respecto a esa noche. Cuando finalmente encontró la forma correcta, en la que no sonara tan desesperado, dio un suspiro, y comenzó a decir:
—¿Por qué no me dijiste que…?
—¡Felipe! —Anita se acercó interrumpiéndolos—, ¡el Alan va a tocar Malaventurados! —le dijo con excesivo entusiasmo, tomando a Felipe del brazo y acercándolo hacia donde estaba el resto del grupo, todos sentados alrededor de Alan que había ido a buscar su guitarra—, ven a cantar, como en los viejos tiempos.
Rubén observó a Felipe ser arrastrado por Anita hacia el resto de los presentes. Su pololo se volteó a mirarlo, sonriente, incapaz de notar el estado de Rubén.
Anita se sentó al lado de Alan, y Felipe se sentó al otro lado de ella.
Rubén se acercó al grupo, pero se quedó de pie.
Alan comenzó a tocar la guitarra con entusiasmo, mientras miraba sinriendo alternadamente a Anita y a Felipe.
Sé que está en algún lugar mejor
Donde no hay abuso, fuera de este mundo
Quiero encontrar el medio para yo
Poder hablar con ella, poder decirle a ella
Que aquí todo está peor
Que al igual que ella mi voluntad también murió
Le quiero platicar que todo sale mal
Que yo la alcanzaría teniendo la oportunidad
Rubén escuchó atentamente la letra de la canción, en la voz grave de Felipe, y la sintió muy triste, a pesar de la actitud alegre con la que la cantaban su pololo, Anita, Macarena y Alan.
Pensó en su madre, y sintió que la canción lo describía perfectamente a él. Se sentía completamente solo y desamparado, como si solo le ocurriera una cosa mala tras otra, ignorando por completo que, a excepción de esa noche, con la aparición de Alan, su vida era maravillosa.
Su mente comenzó a divagar entre recuerdos gratos y no tanto con su madre. De cuando era pequeño e iban en familia a la playa o al parque, hasta de esa terrible tarde en que llegó a su casa después del liceo y la encontró inerte sobre la cama.
Entró discretamente a la casa, esperando que nadie notara su ausencia, y subió a su habitación, porque no quería llorar frente a todo el mundo, y se quedó ahí, por largo rato, meditando todas esas emociones que estaba sintiendo.
Ni en un millón de años habría pensado que estaría llorando por su madre esa noche en Hornitos, ese vieja que tanto había esperado para disfrutar con sus amigos. Su pololo lo había hecho recordar a su madre cantando una canción sobre el suicidio, sin siquiera darse cuenta del efecto que había tenido en él.
Probablemente estaba exagerando producto de la vulnerabilidad mental en que lo había dejado la aparición del perfecto Alan, o quizás el alcohol en su organismo lo hacía liberar sus emociones sin limitarse socialmente.
Después de varios minutos sentado en la cama, dejando que las lágrimas cayeran por su rostro sin intentar detenerlas, se tranquilizó al momento que Alan con su suave voz comenzaba a cantar Somewhere Over The Rainbow.
Dio un largo suspiro, se secó las lágrimas y bajó al primer piso, pero en vez de salir directamente al patio para reunirse con el resto, sacó una cerveza del refrigerador, y se sentó en el sillón.
—Amiguito Alan, ¿me la prestas? —escuchó la voz de Marco desde afuera, suponiendo que se refería a la guitarra—. Gracias —se notó el entusiasmo en su voz—, ya, ¿quién quiere escuchar “Lamento Boliviano”? —preguntó a su público.
—Nadie quiere escuchar Lamento Boliviano, Marco. Nunca —respondió con acidez la voz de Ingrid, provocándole una leve sonrisa a Rubén.
—¿Dime, qué canción quieres que toque? —Marco le preguntaba directamente a alguien, pero Rubén no escuchó a quien, porque Daniela se rió con fuerza.
Al cabo de unos minutos la guitarra comenzó a sonar, y Marco cantó una canción lenta que Rubén no reconoció.
Daniela y Sebastian entraron riendo a la casa, pero Rubén no los miró directamente, simplemente bajó la mirada.
—Voy a cambiarme y vuelvo —le dijo Sebastian a Daniela, y subió las escaleras.
Daniela se acercó lentamente a Rubén, quien evitó mirarla para que no notara que había estado llorando.
—¿Cómo estás Rube? —le preguntó ella con amabilidad, sentándose a su lado.
—Bien —respondió Rubén después de aclararse la garganta, intentando sonar casual.
Un silencio incómodo se instaló por unos segundos.
—Me alegró mucho saber que estás pololeando con el Pipe —comentó ella, intentando conversar, pero Rubén seguía con la mirada fija en el suelo—. Quiero que sepas que no estaba muy de acuerdo con que viniera Alan, considerando que él y Felipe fueron… ya sabes.
—¿A qué viene todo esto, Dani? —le preguntó Rubén, molesto por su presencia alterando su soledad.
—Ay, Rubén —Daniela quedó sorprendida con la actitud de Rubén—, no es para que te pongas así, solo quería conversar.
—Claro, ahora quieres conversar conmigo, después de lo que le dijiste al Seba —le espetó Rubén, recordando las condiciones que su amigo le había dicho que había puesto Daniela.
—¿Qué cosa le dije al Seba? —preguntó ella sorprendida.
—No te hagas la tonta, Daniela, porfa —Rubén se puso de pie.
Se sintió mal por estar liberando parte de su pena y su rabia contra Daniela, pero no pudo evitarlo.
—En serio, Rubén, ¿qué cosa le dije al Seba? —insitió ella, intentando mantenerse calmada.
—¡Le dijiste que no querías que saliera con ustedes, que no me querías ver por lo que pasó en Iquique!
—Ay, Rube —Daniela soltó una risita de alivio—, yo nunca le dije al Seba que no quería que salieras con nosotros…
—Bueno quzás no fueron esas tus palabras, pero esa era tu intención, no querías que estuviera cerca de ustedes, pero mala suerte, porque el Seba es mi mejor amigo así que no vas a lograr que me aleje de él.
—Rubén, así no fueron las cosas —Daniela dio un largo suspiro para mantener la calma—. Si quieres saber de verdad qué pasó pregúntale al Seba, pero a mí no me metan en sus hueás. No estoy para dramas de pendejos.
Daniela se fue al patio a seguir compartiendo con el resto el grupo, dejando a Rubén solo nuevamente, confundido con su respuesta.
¿Qué era lo que de verdad había pasado?, ¿acaso Sebastian le había mentido?
Si para él ya era decepcionante que su pololo estuviera pasando la noche con su ex, el enterarse que su mejor amigo le había mentido le provocó una rabía que no pensó que podía llegar a sentir.
Le dio un sorbo a la botella de cerveza antes de subir por las escaleras lo más rápido que le permitió su embriagado cuerpo, y abrió la puerta de la pieza donde sabía que iba a dormir Sebastian.
Sebastian se enderezó sorprendido al escuchar que alguien abría la puerta.
—Ah, eras tu —dijo Sebastian, aliviado de ver a su amigo. Estaba sin polera, y le dio nuevamente la espalda para buscar algo en su bolso—. Me vine a cambiar polera porque la Dani me derramó la piscola encima —le contó, volviendo a buscar una polera limpia entre sus cosas.
—¿Qué mierda Sebastian? —dijo con la voz ronca Rubén producto de la rabia.
Sebastian se volteó sorprendido, y por fin miró atentamente a Rubén.
—¿Qué pasa Rube? —preguntó preocupado—, ¿estás bien?
—¿Por qué me dijiste que la Dani no quería que me juntara con ustedes? —Rubén ignoró las preguntas de su amigo, y simplemente continuó buscando la verdad.
—¿Qué? —Sebastian no entendió a qué se refería.
—La otra vez me dijiste que la Dani no quería verme, no quería que me juntara con ustedes cuando salían con la Maca —explicó Rubén.
—Ay, Rube —comenzó a decir Sebastian, nervioso—, ya ni me acuerdo de eso.
—¿Cómo no te vas a acordar? —Rubén no podía creer la justificación de Sebastian—, ¡lo hablamos en mi casa!
—Ya, si, pero fue hace mucho tiempo —Sebastian le bajó el perfil, y se volteó para seguir buscando la polera en su bolso.
—¡Seba, respóndeme! —le gritó Rubén tomándolo de la mano con fuerza para obligarlo a voltearse y mirarlo a los ojos.
Sebastian perdió el equilibrio y cayó sentado en la cama.
—¿Qué te pasa, Rubén? —le preguntó sorprendido por la actitud de su amigo.
Le dijo “Rubén”. Sebastian nunca le decía así. Rubén lo notó.
—Solo quiero que me digas la verdad —insistió Rubén.
—¿Cuál verdad?
—¡Deja de hacerte el imbécil! —le gritó Rubén, desesperado.
—¡¿Qué?!, ¡¿qué quieres que te diga?! —Sebastian se puso de pie enojado y se acercó tanto a Rubén para confrontarlo que Rubén cayó sobre la otra cama. La botella de cerveza que tenía en la mano se le cayó sobre la alfombra, con un ruido sordo—, ¡¿que era yo el que no te quería invitar porque sabía que no iba a poder concentrarme en estar con Daniela contigo ahí presente?! —la voz de Sebastian comenzó a perder fuerza y los ojos se le humedecieron—, ¿que a pesar de que lo intento no puedo dejar de estar enamorado de ti, ahueonao?
Rubén quedó perplejo con las palabras de su amigo, incapaz de responderle.
El corazón le latía con fuerza y no supo qué decir. Sebastian lo miraba a los ojos con intensidad, como si tampoco supiera qué hacer a continuación, esperando una respuesta de Rubén.
—¿O acaso quieres que te diga que no te invité porque simplemente no quiero pasar tiempo contigo, que me caes mal o algo así? —agregó Sebastian, pretendiendo hacerle ver a Rubén que lo primero no había sido verdad, sino que solamente era una alternativa de lo que él pensaba que quería oír—. ¿Qué quieres que te diga?
Sebastian esperó que Rubén dijera algo, pero ya había perdido la fuerza del principio, y ahora solo se veía asustado, a pesar de que intentaba mantener su actitud amenazante.
Finalmente, tras largos segundos de tensión, Sebastian se dio la vuelta, tomó simplemente un polerón que tenía sobre la cama y salió de la habitación, dejando a Rubén a solas.
Rubén no sabía qué acababa de pasar. Quedó completamente confundido, y no lograba hilar sus pensamientos para poder entender la situación. Cada vez que trataba de concentrarse en las palabras de Sebastian, su mente se desviaba inevitablemente a tener la imagen de Alan en su cabeza, tocando la guitarra, conquistando a todo el mundo con su carisma.
Levantó la botella de cerveza de la alfombra, y sorprendentemente aún le quedaba algo en su interior. Se tomó todo de un sorbo y se puso de pie con dificultad. Caminó hasta la puerta y bajó las escaleras hasta el living de la casa, desde donde pudo ver que Felipe y Roberto discutían en la cocina.
—Tranquilo, hermano, si no te voy a cambiar por nadie —le decía Felipe a su amigo, con una sonrisa atontada en el rostro—. No entiendo por qué estás tan enojado.
—¿Cómo no vas a entender? No es tan difícil —Roberto estaba serio, casi al borde de perder la paciencia—. Ni siquiera le contaste al Rube que venía ese hueon —bajó la voz, aunque no sabía que Rubén los estaba escuchando.
—No te metas en lo que tengo con Rubén —le advirtió Felipe, dejando de lado la sonrisa tonta por un momento—. Yo sabré cómo manejo mis relaciones. Tú no lo entenderías.
—Perdona por no entender tu nivel superior de imbecilidad —comentó con sarcasmo Roberto.
—¿Tus relaciones? —Rubén se metió a la conversación sin importarle nada—, ¿acaso tienes más de una?
El corazón le latía a mil por hora, y pensó que por la fuerza de los latidos iba a perder el equilibrio y se iba a ir de cara al suelo.
—No me refería a eso, Rubén —respondió con calma Felipe.
—¿Y a qué te referías entonces? —a Rubén le costaba hablar. Sentía que su lengua no trabajaba con la misma fluidez de antes, sobretodo en ese momento que estaba furioso.
—Rubén, no vale la pena explicarlo ahora, así como estamos —Felipe de repente se vio cansado, como si la idea de mantener una conversación con Rubén lo agotara por completo.
Roberto se retiró de entre ambos, y le dio unas palmadas en el hombro a Rubén, lo que Rubén interpretó como si le estuviera dando su apoyo. Luego de eso subió las escaleras y se perdió de vista.
—¿No vale la pena tratar de hacerme sentir menos mal de como me siento? —preguntó Rubén, levantando la voz.
—Rubén, estás gritando —le advirtió Felipe, con calma.
—No me importa —respondió bajando la voz, demostrando justamente lo contrario.
Rubén intentó controlar su enojo y su pena, que se escapaba lentamente de su interior en forma de lágrimas.
—¿Por qué lo invitaste a él?, ¿acaso aún lo amas? —le preguntó directamente, dejando ver toda su inseguridad.
—Yo no lo invité, todos lo hicimos —lo corrigió—. Y si, por supuesto que lo amo.
A Rubén simultáneamente le comenzó a doler el pecho y la cabeza, como si efectivamente se le hubiese quebrado el corazón, y su cerebro hubiese colapsado con esa información.
Sintió que le faltaba el aire, y comenzó a respirar agitadamente.
Trató de controlar el llanto, mirando a los ojos a Felipe, esperando que se retractara, que dijera que era una broma, pero eso no ocurrió, y cuando ya no pudo contener las lágrimas, se dio media vuelta y se dirigió a la puerta de salida.
—Rubén, espera —le dijo Felipe, sin ganas, pero Rubén no obedeció.
Abrió la puerta y la cerró tras él. Salió a la calle, esperando en el fondo de su corazón escuchar la puerta abrirse y la voz de Felipe gritar su nombre, pero eso no ocurrió.
Rubén cruzó la calle con dificultad, intentando mantener el equilibrio, y caminó sin rumbo bajo las estrellas en esa calurosa noche de verano.
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