Don Leocadio
Querido Sr. D. Leocadio, permítame decirle cuánto ha significado usted para mi.
Ha sido mi maestro ante vicisitudes y desventuras. De usted he aprendido que la insistencia y la tenacidad son fundamentales para alcanzar los objetivos que nos proponemos. Que no debemos tener límites, que debemos aspirar al infinito, que podemos llegar más alto, más lejos, que los muros que nos contienen los construimos nosotros mismos, que las reglas por las que nos regimos las podemos hacer trizas con las mismas manos y con la misma determinación con las que un día las redactamos atándonos a ellas. Que no podemos ser entes amedrentados.
Usted me enseñó que los cobardes no tienen alma, que la pierden al humillarse ante la adversidad. Que nunca se debe cuestionar el amor que se tiene por uno mismo, que jamás se debe claudicar ante la presión que los demás ejercen, que el cariño de una madre es lo más importante en esta vida, y que uno debe nutrirse de todas estas cosas para encontrar el valor de afrontar el día a día.
Es usted como un viajero en el tiempo que vuelve a mi una y otra vez, en todas y cada una de las ocasionas en las que lo he requerido, para comprobar que continuo con vida, a pesar de las lances y peligros. En estas y todas las vidas que vivamos aguardaré siempre su llegada para fortalecer mi alma y mi mente, contra los obstáculos y dificultades que vayan surgiendo.
No puedo dejar de recordarle y contemplarle en cada una de las experiencias y situaciones que hemos vivido juntos. Le buscaré en todos los atardeceres, bajo un cielo ámbar, cempasúchil, su figura perfilada contra el fondo dorado de una puesta de sol en el horizonte.
Me encontraré profundamente atenazado y perdido si alguna vez no acudiera en mi ayuda, extraviaría el camino señalado por usted y Dios sabe donde podrían terminar mis pasos. Usted hace que se desplomen las máscaras, que seamos capaz de contemplar cómo son realmente las personas que nos rodean. Tiene esa virtud, ese poder, desenmascara los sentimientos, hace que caiga el velo que oculta la verdad.
No quiero defraudarle Don Leocadio. Usted procede de los nobles linajes de las familias del norte, en la frontera, su cuerpo ha experimentado las condiciones vitales, climáticas y atmosféricas más extremas, nunca podría estar a su altura. Por sus genes transitan titanes, colosos, seres sobrenaturales. Por sus venas corren océanos con la tinta de las leyendas narradas sobre sus hazañas y gestas heroicas.
Acompasado al ritmo de sus pasos late mi corazón, al unísono con el suyo. Amigo mío, mi querido Don Leocadio, permítame decírselo así. No conozco a un ser más noble que usted, que me haya enseñado tanto en tan poco tiempo.
Cuando al fin, bajo el firmamento descansen nuestros huesos, nos buscaremos de nuevo para continuar nuestro camino donde un día lo dejamos. Volveremos a cantar sus melodías favoritas en tierras alpujarreñas, donde usted descansará, placidamente dormido, junto al piano de nuestra cabaña. Saldremos al encuentro de la mañana, nos refugiaremos en las aguas de las Anchuricas, seremos los salvajes de La Toba.
Bajo un bendito y sagrado árbol, entre las doradas hojas del otoño, aquel donde una vez ocultamos mensajes velados, nos buscaremos y nos volveremos a encontrar, nos miraremos a los ojos, nos oleremos, nos tocaremos y nos reconoceremos, sabremos que nuestras almas fueron una. Nuestro átomos retumbarán de alegría, recorreremos juntos los mismos valles y montañas por los que un día anduvimos, como dos sinceros amigos. Jugaremos con el agua de los ríos, empaparemos nuestros cuerpos de su frescor. Nos secaremos al sol sobre verdes y frondosas praderas al atardecer.
¡A los páramos!, ¡a los páramos!. Usted y yo volveremos al fin a nuestros queridos y gélidos páramos, caminaremos bajo la luz del sol, de la luna, sin que nadie nos detenga, sin rendir cuentas a nadie. Libres. Seguiremos el sendero del Rey que cruza el país de sur a norte, parando solo para descansar, hasta que las fuerzas desfallezcan, y ya no merezca la pena seguir porque habremos cumplido con nuestro cometido, porque nuestro destino nos habrá alcanzado.
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