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#Carl Schmitt
castilestateofmind · 1 year
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["Conservative revolutionaries'] basic idea is that conservatism should not seek to preserve the past, but what is eternal. We could say: maintain the flame and not keep the ashes".
- Alain de Benoist.
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gregor-samsung · 9 months
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“ L'umanità in quanto tale non può condurre nessuna guerra, poiché essa non ha nemici, quanto meno non su questo pianeta. Il concetto di umanità esclude quello di nemico, poiché anche il nemico non cessa di essere uomo e in ciò non vi è nessuna differenza specifica. Che poi vengano condotte guerre in nome dell'umanità non contrasta con questa semplice verità, ma ha solo un significato politico particolarmente intenso. Se uno Stato combatte il suo nemico politico in nome dell'umanità, la sua non è una guerra dell'umanità, ma una guerra per la quale un determinato Stato cerca di impadronirsi, contro il suo avversario, di un concetto universale per potersi identificare con esso (a spese del suo nemico), allo stesso modo come si possono utilizzare a torto i concetti di pace, giustizia, progresso, civiltà, per rivendicarli a sé e sottrarli al nemico. L'umanità è uno strumento particolarmente idoneo alle espansioni imperialistiche ed è, nella sua forma etico-umanitaria, un veicolo specifico dell'imperialismo economico. A questo proposito vale, pur con una modifica necessaria, una massima di Proudhon: chi parla di umanità, vuol trarvi in inganno. Proclamare il concetto di umanità, richiamarsi all'umanità, monopolizzare questa parola: tutto ciò potrebbe manifestare soltanto — visto che non si possono impiegare termini del genere senza conseguenze di un certo tipo — la terribile pretesa che al nemico va tolta la qualità di uomo, che esso dev'essere dichiarato hors-la-loi e hors-l'humanité e quindi che la guerra dev'essere portata fino all'estrema inumanità. Ma al di fuori di questa utilizzazione altamente politica del termine non politico di umanità, non vi sono guerre dell'umanità come tale. L'umanità non è un concetto politico e ad essa non corrisponde nessuna unità o comunità politica e nessuno status. “
Carl Schmitt, Le categorie del ‘politico’, saggi di teoria politica a cura di Gianfranco Miglio e di Pierangelo Schiera, Il Mulino (Collezione di testi e di studi / Scienza politica), Bologna 1972; pp. 139-140. (Corsivi dell’autore)
Nota: il volume raccoglie una serie di testi tratti da opere di Carl Schmitt pubblicate fra il 1922 e il 1963 dall'editore Duncker & Humblot, di Berlino.
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jgmail · 1 month
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¿Weimerica? - Carl Schmitt sobre el Estado de Derecho
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Por Tom Sunic
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Al Sistema Liberal le gusta ponerse la etiqueta de “Estado de Derecho”, con lo que sugiere implícitamente que otros sistemas de creencias u otros Estados no liberales o estatales que han existido a lo largo de la historia son entidades sin ley que violan la libertad de sus ciudadanos. Esto no es cierto. Desde tiempos inmemoriales los Estados de todo el mundo, incluso las peores tiranías, han utilizado sistemas legislativos a la hora de dictar sentencia contra sus oponentes políticos o delincuentes comunes. El problema no es si esos Estados o Estados antiliberales son o eran justos o injustos; el problema es más bien la elección correcta o incorrecta de tal concepto y la posterior interpretación de ese concepto por parte de los detractores o defensores de esos Estados.
Por ejemplo, la legislación de la Europa del Este comunista y de la Unión Soviética contenía elementos constitucionales detallados que abarcaban todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. Lo mismo ocurre con el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán (1922-1945), cuyos líderes consideraban que las leyes de su país defendían mejor la libertad que las leyes del Sistema Liberal.  En los Estados Unidos contemporáneos, y al amparo de la grandilocuente expresión “Estado de Derecho”, el poder judicial tiende cada vez más a deslizarse hacia un legalismo excesivo, hacia una guerra legal (lawfare) que podría llevar cualquier otro nombre, y que tarde o temprano conducirá a la desorganización administrativa y el desencadenamiento de disturbios civiles. Actualmente, este proceso de guerra legal lo podemos observar en el poder judicial de los EE.UU., tal y como lo ilustran las numerosas acusaciones contra el ex presidente Donald Trump, la cruzada de Letitia James contra VDARE, la demanda de Charlottesville y muchos otros casos más.  Además, los juicios casi al estilo soviético de miles de manifestantes del Capitolio del 6 de enero están en pleno apogeo, con los acusados convertidos en sujetos de nombres mal definidos y a menudo abstractos (¿alborotadores?, ¿intrusos?, ¿insurrectos?, ¿terroristas? ... ¿¡o luchadores por la libertad!?). Hay que señalar que, a pesar de las acusaciones mutuas, cargos por delitos graves y contraacusaciones del equipo legal de Trump contra los fiscales locales patrocinados por el gobierno estadounidense y los abogados activistas que odian a Trump como es el caso de Roberta Kaplan, no se trata de una característica inherente del sistema estadounidense. En absoluto. De hecho, el hiperlegalismo manifiesto en los EE.UU., que roza cada vez más la anarquía administrativa, representa la esencia misma de la dinámica histórica del Sistema Liberal [I].
Quis judicabit? - ¿quién toma la decisión legal final?
La sorprendente similitud entre el actual sistema judicial estadounidense y el poder judicial semianárquico de la Alemania de Weimar, que había dado lugar a incesantes disturbios civiles y asesinatos políticos en serie, fue descrito por Carl Schmitt en muchos artículos que fueron publicados entre 1933 y 1944 en revistas jurídicas de la Alemania nacionalsocialista. Sin embargo, al estudiar la obra jurídica de Schmitt hay que tener en cuenta varios aspectos. No existe en ingles un equivalente para el sustantivo compuesto alemán “Rechtsstaat” (Estado de derecho), un sustantivo que tiene un equivalente verbal y conceptual exacto en todas las lenguas europeas continentales (état de droit, pravna država, stato di diritto, právní stat, etc.). En cambio, los juristas estadounidenses/británicos recurren a una expresión mucho más general como “dominio de la ley” o “Estado constitucional”, términos que no tiene el mismo significado específico que el concepto alemán de “Rechtsstaat”. La expresión que voy a utilizar en mis traducciones de las citas de Schmitt, es decir, del concepto de Estado de Derecho (state ruled by law) es la palabra que que más se aproxime al sustantivo alemán original de “Rechtsstaat” (n.d.t, Sunic escribió este artículo originalmente en inglés por lo que no existe una traducción exacta a esa lengua, pero sí al español).
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que Schmitt, a quien a menudo citan hoy decenas de académicos tradicionalistas contemporáneos tanto estadounidenses como europeos, al igual que intelectuales y activistas de la Alt-Right o de la Nueva Derecha, no sólo era un jurista experto y un reputado politólogo, sino también un erudito poliglota que indagaba constantemente en el significado de los conceptos políticos y sus distorsiones semánticas por parte de las diversas clases políticas dominantes en Europa y los Estados Unidos. La expresión “fake news” (noticias falsas) no existía en la época de Schmitt, aunque Schmitt era muy consciente de la falsa jerga jurídica usada por el sistema judicial liberal. A pesar de su abierta simpatía por el nacionalsocialismo y el fascismo, merece la pena examinar la relevancia de sus artículos, especialmente a la hora de evaluar los actuales sistemas jurídicos de los EE.UU. y la UE dentro del marco del derecho internacional. En uno de sus artículos que lleva el laudatorio título de “El Estado nacionalsocialista es un Estado justo” Schmitt escribe: “La existencia de un ‘Rechtsstaat’ [es decir, Estado de derecho] depende de la propiedad específica que uno atribuya a una palabra tan ambigua y también hasta qué punto un Rechtsstaat puede considerarse como un Estado justo. El liberalismo del siglo XIX atribuyó a este término un significado específico convirtiendo al Rechtsstaat en un arma política en su lucha contra el Estado. Quien utilice tal expresión debe explicar exactamente lo que entiende por ella y en qué se diferencia su Rechtsstaat del Rechsstaat liberal, así como en el qué es su Rechtsstaat nacionalsocialista o cualquier otro tipo de Rechtsstaat” [II].
Dado el uso excesivo y generalizado del término “Estado de derecho” no debe sorprendernos que este término hoy en día apenas si resulte creíble. “En este sentido”, escribe Schmitt, “el liberalismo se ha esforzado indiscriminadamente durante el último siglo por demostrar que todo Estado no liberal, ya sea una monarquía absoluta, un Estado fascista, un Estado nacional-socialista o bolchevique, es un Estado que no es regido por la ley (Nicht-Rechtsstaat), o como un Estado injusto o sin ley (Unrechtsstaat)” [III]. Además, el Sistema Liberal, como señalan incansablemente sus partidarios, establece una construcción social de dos niveles que promueve una división tajante entre el aparato estatal y la persona privada. El supuesto subyacente es que tal división puede prevenir mejor el surgimiento de un Estado poderoso y de un líder dictatorial. El Estado liberal, según los teóricos liberales, debe funcionar únicamente como un “vigilante nocturno” ocasional, sin interferir nunca en la esfera privada del individuo: “Esta naturaleza bifronte explica el típico marco constitucional del Rechtsstaat burgués. Los derechos y libertades fundamentales garantizados por el Estado liberal-democrático y su sistema constitucional son esencialmente los derechos de la persona privada. Sólo por esta razón [esos derechos] pueden considerarse ‘apolíticos’. El Estado liberal y el marco constitucional se basan en un contraste simple y directo entre el Estado y la persona privada. Sólo sobre la base de este contraste es natural y merece la pena esforzarse por crear todo el edificio de protecciones y facilidades legales con el fin de proteger a una persona privada que se encuentra indefensa, desvalida y aislada del poderoso Leviatán del ‘Estado’. Sólo para la protección de un individuo desvalido tiene sentido la mayoría de estas medidas de protección legal del llamado Recthsstaat. Se pueden justificar con el argumento de que la protección frente al Estado debe modelarse cada vez más por medio de procedimientos judiciales e incluso en líneas generales con la participación de una autoridad judicial independiente del Estado” [IV]. La cita anterior sobre la autopercepción romántica del sistema liberal es errónea. Cabría plantearse la siguiente pregunta: ¿es cierto, como afirman los teóricos liberales, que la división entre la sociedad civil y el Estado puede garantizar mejor las libertades individuales y proteger mejor a los ciudadanos particulares de las decisiones arbitrarias del Estado? Difícilmente. ¿Es cierto que los tan alabados controles y equilibrios liberales, incluida una separación tajante entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, pueden prevenir mejor las tentaciones totalitarias? Tampoco es cierto. La división tan alabada entre la esfera privada y la esfera pública es engañosa; más bien impide a los ciudadanos escapar del actual Estado de vigilancia liberal. Hay que subrayar una y otra vez que en el sistema liberal ya no es el Estado el que ejerce el control; en su lugar, este control es ahora ejercido por una infinidad de grupos de presión, ONGs, empresas de medios de comunicación y grupos de presión elitistas bien financiados que influyen en los ciudadanos a diario mientras utilizan a su antojo al Estado como cobertura legal. Schmitt analizó hace tiempo el impacto negativo de los grupos de presión no gubernamentales como contrapoder.
Sin embargo, todo esto se vuelve completamente absurdo cuando se aplica a asociaciones u organizaciones colectivas fuertes que conquistan esferas de libertad no gubernamentales, es decir, no políticas, y organizaciones no gubernamentales (pero que no son apolíticas) que quieren ejercer su autoridad sobre las personas privadas mientras que se enfrentan al Estado utilizando diversos títulos legales (pueblo, sociedad, burguesía libre, proletariado productivo, opinión pública, etc.). Estas asociaciones no gubernamentales que, como ya hemos dicho, son totalmente políticas, llegan a dominar a través de la legislatura tanto la voluntad del Estado (a través de la coerción social y del “derecho puramente privado”) como la voluntad del individuo al que convierten en sujeto mediático. “Son estos grupos los verdaderos responsables de la política y quienes manipulan los resortes del poder estatal” [V]. ¿Acaso todo esto no nos suena familiar? Lo que ahora se denomina sarcásticamente Estado profundo ya había sido anticipado por Schmitt, aunque este término no existía en su tiempo. En sus críticas a la Constitución liberal de Weimar, los nacionalistas alemanes introdujeron y popularizaron en toda Europa el término das System, un concepto que fácilmente podría designar al actual Estado profundo liberal. Sin duda, en un Sistema Liberal en el que el poder está descentralizado, denominado en el mundo académico como “reparto del poder”, un ciudadano disidente sólo puede fantasear con derrocar a su respectivo gobierno por la fuerza atacando al Estado. A primera vista esto puede parecer como un medio para proteger la libertad dentro del Sistema Liberal. No obstante, la naturaleza atomizada del poder y su dispersión al interior del Liberalismo, resultado de sus famosas políticas de controles y equilibrios, conduce inevitablemente a una desconfianza y odio mutuo entre los ciudadanos, causando que la línea que separa a la víctima del culpable desaparezca gradualmente. El difunto Claude Polin, que fue uno de los mejores observadores de las contradicciones liberales, plantea una pregunta inquietante: “¿Cómo es posible que se tema el ejercicio del poder de un único rey y no se tema aún más el ejercicio de poder de millones de pequeños reyes?” [VI].
Cientos de reyezuelos no gubernamentales y cientos de agencias privadas en los Estados Unidos y la UE, incluidos decenas de grupos de presión étnicos, cada uno de ellos haciendo gala a menudo de un extraño victimismo y cada uno de ellos controlando su propio territorio, tienen sus propios métodos de represión contra las voces disidentes. Sin duda, la mayoría de las ONGs de los Estados Unidos y la UE no ocultan su profunda aversión hacia un Estado fuerte y se apresuran a denunciar cualquier signo de populismo en la burocracia gubernamental.  No obstante, ninguna de ellas se priva del ejercicio de sus propias políticas represivas contra otros grupos marginados, al tiempo que piden al Estado generosas subvenciones. La ADL, SPLC en los EE.UU., docenas de fundaciones antifas y transgénero, incluyendo instituciones judías y cristianas financiadas por el gobierno de la UE, al igual que el Crif, LICRA o la Amadeu Antonio Stiftung operan de forma muy similar a los antiguos comisariados populares locales soviéticos. Todas ellas dan por sentado, sin embargo, que tienen derecho a un trozo del gobierno, es decir, del pastel de los contribuyentes. En nombre de la abstracta “tolerancia” y del “Estado de derecho” todos ellos consideran que su deber democrático y legal es espiar y denunciar a sus conciudadanos críticos con los dogmas judiciales del liberalismo. La democracia liberal posmoderna, aunque presume de ser el mejor de los mundos, recuerda cada vez más al surgimiento de los primeros Estados medievales. El Sistema Liberal, es decir, el Estado profundo que actualmente existe en los Estados Unidos y la UE, el cual es básicamente un sistema oligárquico, no cayó de la luna, ni está formado por bandas monolíticas de ladrones y conspiradores autodeclarados que están empeñados en subvertir el Estado. El sistema liberal de Occidente no es más que el resultado lógico de diferentes grupos, a menudo enfrentados entre sí, que voluntariamente – y a veces sin saberlo, como es el caso de los grupos religiosos cristianos que promueven políticas liberales para los refugiados – trabajan a favor de la descomposición social, racial y nacional del Estado y de su pueblo, un rasgo inherente a la propia dinámica del (mal) llamado Estado de derecho liberal.
Notas:
[I] T. Sunic, “Historical Dynamics of Liberalism: From Total Market to Total State? “, The Journal of Social, Political, and Economic Studies 13, no. 4, (Winter 1988), p. 455.
[II] C.  Schmitt, „Fünf Leitsätze für die Rechtspraxis“ en Deutsches Recht, 3, Nr. 7 (1933), S. 201–202, reimpreso en Gesammelte Schriften 1933–1936 (Berlin: Duncker & Humblot, 2021), p.56. (También: https://archive.org/details/carl-schmitt-gesammelte-schriften-1933-1936)
[III] C. Schmitt, Der Rechtsstaat, públicado por primera vez en Nationalsozialistisches Handbuch für Recht und Gesetzgebung (München: Zentralverlag der NSDAP, 1935, S. 24–32) y reimpreso en Gesammelte Schriften 1933–1936, p.286-287.
[IV] C. Schmitt, „Die Verfassungslage Deutschlands“ en Preußische Justiz – Rechtspflege und Rechtspolitik, Nr. 42, 5. Oktober 1933, pp. 479–482, reimpreso en Gesammelte Schriften 1933–1936, p.74.
[V] Ibid, p. 75-76.
[VI] Claude Polin, “Pluralisme ou Guerre civile?” Catholica (invierno, 2005–06), p. 16.
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quod-quid-erat-esse · 6 months
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"¿Nosotros? Hace cincuenta años nuestros progresistas abuelos decían: dentro de cincuenta años volaremos. Evidentemente, hoy se vuela. Pero ni nuestros abuelos, ahora ya difuntos, ni nosotros, los nietos, podemos volar. Son otros los que vuelan. Este "nosotros" de nuestros progresistas abuelos era algo enternecedor. Se basó en una identificación ingenua con los dueños del mundo que dentro de cincuenta años se servirían de la técnica, y cuyos deseos se cumplirían gracias a las fuerzas productoras desenfrenadas. Todos los mitos de progreso se basan en identificaciones semejantes, es decir, en el supuesto infantil de formar parte de los dioses del paraíso futuro. Pero, en realidad, la selección es muy estricta, y las élites nuevas suelen tener más cuidado que las anteriores. Esperemos con calma antes de entusiasmarnos por el paraíso nuevo. Razonablemente, no se puede hoy decir más."
Carl Schmitt "Ex Captivitate Salus. Experiencias de la Época (1945-1947)"
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"Dugin merece crédito por ter levado para a Rússia, ou melhor, para a cultura acadêmica e popular russa, autores profundamente ocidentais e considerados 'indesejáveis' pelo então regime soviético nos anos anteriores, pensadores de vários tipos que se tornaram pontos de referência para ele em sua formação filosófica e política: da Alemanha, Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Carl Schmitt, Gottlieb Fichte, Friedrich Hegel, Ferdinand Lasalle, Ernst Jünger, Ernst Niekisch, Oswald Spengler; do Reino Unido, Halford Mackinder; da França, Pierre-Joseph Proudhon, Alain De Benoist, Georges Sorel, Marcel Mauss, Serge Letouche, Roger Garaudy, Christian Jambet, Jean-Claude Michéa, René Guenon; do Brasil, Darcy Ribeiro; da Romênia, Mircea Eliade; da Itália, Nicola Bombacci, Antonio Gramsci, Curzio Malaparte, Julius Evola, Costanzo Preve, Massimo Cacciari, Giorgio Agamben, Diego Fusaro. Essa lista ampla, embora incompleta, de pensadores das mais diversas épocas, geografias e orientações era quase estranha ao mundo russo da produção cultural devido ao filtro ideológico imposto pela União Soviética, deixando inacabado o trabalho de metabolização, interpretação e comparação que pertence a toda cultura, especialmente no mundo globalizado". - Lorenzo Maria Pacini (Dugin e Platão)
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grandpasessions · 9 months
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If a liberal is a person who cannot take his own side in an argument, a liberal is also a person who, as Schmitt notes, thereby raising the stakes, if asked "'Christ or Barabbas?' [responds] with a proposal to adjourn or appoint a committee of investigation.
The Concept of the Political: Forward C. Schmitt
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gardenofdelete998 · 1 year
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C.S.: […] Hobbes, on the contrary, assumes that man is not animal, but something entirely different; on one hand less than, on the other substantially more. Man is capable to compensate, overcompensate, for his biological shortcomings by way of technological inventions in an incredible way. But listen to me. When Hobbes came up with that axiom in 1650, human weapons – bow and arrow, axe and sword, gun and cannon – were strong and dangerous enough compared to the claw of a lion or the fangs of a wolf. As of today however, the danger of technological inventions has intensified immesurably. Meaning that the danger one man has over another has intensified in accordance with this. Thus the difference between power and the lack of it has became so inconcieveably big that it requires the complete reevaluation of the concept of what it means to be human. [...] Y.: But isn’t it wonderful that nowadays we can enter the stratosphere, the ultrasound region or outer space, and that we have machines that compute faster and better than any human brain? C.S.: The question really lies in who is this „we”. It is not man as human anymore that executes all of this, but a chain reaction set up by him. If it exeeds the boundaries of human nature, than so does it exceed all concieveable scale of man’s power over another. It abolishes the connection between safety and obedience too. Even with technology, it was more out of our control than it was in it, and those who exert power over others via technological devices, are no longer in the same circle as those, who are subject to it. Y.: Everything could change and get fixed with the advance of new scientific inventions. C.S.: That would be nice. But how could they change anything about the fact that power and helplessness today are not appearing in relation of one human and another, eye to eye. Masses of people are feeling completely naked against the effects of modern weapons of mass destruction, and what they know above all, is that theres nothing they could do. The reality of power does not take the reality of humans into consideration. I am not saying that one man’s power over another is good. Neither am i saying that it is bad. The least bit am i saying that it is neutral. And as a thinking man i would be ashamed to say that power is good when it is in my hand, and bad if it’s in the enemy’s. All i am saying is that it’s a reality of it’s own against anyone, the posessor of power too, and it envelopes him in it’s dialectic. Power is stronger than any will aimed to posess it, stronger than any human goodness, and for our luck, it is also stronger than all human evil too.
Carl Schmitt: Dialogue on Power
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The laws are silent when the state is impotent in the sight of the threat against an individual; the laws are silent in the face of the threat against the state: legitimate defence in both cases: public here, private there. The state is in crisis and its laws are inhibited by a natural law founded on the instinct of conservation. The laws are silent because the validity of a capable state organization is lacking. And with this observation we return to the starting point of our dissertation: to international war. Indeed: what is war if not a legitimate defence of the nations in the face of a threat that no super-state organization can avoid? In that area, the state also fails, and, because it fails, the laws cannot let their voices be heard. And that is why war is lawful. There are wars precisely because there can be no trials; and there can be no trials because the litigants are not integrated into the same community. Therein lies the tragic impossibility of international law: that as long as it remains interstate, it can hardly be law. For this reason, all attempts to forge effective legal regulations among nations tend to start from the creation of an organization that, being supranational, already tends to dissolve the principle of state sovereignty, that is, it has a tendency to create a de facto superstate.
Álvaro d’Ors, De la Guerra y de la Paz
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fabiansteinhauer · 9 months
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portraituresque · 11 months
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Carl Schmitt (American, 1889 - 1989) - Self Portrait
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arcticdementor · 2 years
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castilestateofmind · 9 months
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"The entire world is becoming torrentially conservative, out of self-protection, to protect its heritage, from a duty to capture once again the elements that have been shaken together, each in a different way, us ourselves - in the most difficult of all: the re-overthrow of the overthrow, the negated and negating negation, the revolution against the revolution".
- Rudolf Borchardt.
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bocadosdefilosofia · 1 year
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«Supongamos que en el dominio de lo moral la distinción última es la del bien y el mal; que en lo estético lo es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso o lo perjudicial, o tal vez la de lo rentable y lo no rentable. El problema es si existe alguna distinción específica, comparable a esas otras aunque, claro está, no de la misma o parecida naturaleza, independiente de ellas, autónoma y que se imponga por sí misma como criterio simple de lo político; y si existe, ¿cuál es? Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo. Lo que ésta proporciona no es desde luego una definición exhaustiva de lo político, ni una descripción de su contenido, pero sí una determinación de su concepto en el sentido de un criterio. En la medida en que no deriva de otros criterios, esa distinción se corresponde en el dominio de lo político con los criterios relativamente autónomos que proporcionan distinciones como la del bien y el mal en lo moral, la de belleza y fealdad en lo estético, etc. Es desde luego una distinción autónoma, pero no en el sentido de definir por sí misma un nuevo campo de la realidad, sino en el sentido de que ni se funda en una o varias de esas otras distinciones ni se la puede reconducir a ellas».
Carl Schmitt: El concepto de lo político. Alianza Editorial, pág. 56. Madrid, 1998.
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jgmail · 4 months
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Carl Schmitt y el concepto de lo político
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Por Alain de Benoist
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El siguiente texto ha sido tomado del libro de Alain de Benoist, Visto desde la Derecha, Volumen II: Sistemas y Debates.
Carl Schmitt (1) es uno de los autores y teóricos de la derecha alemana cuyas simpatías hacia el nacionalsocialismo fueron, como mínimo, sutiles. En su obra ya clásica Die konservative Revolution in Deutschland, 1918-32 (Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1974), la cual dedicó a las diversas corrientes nacionalistas alemanas del periodo de entreguerras, el doctor Armin Mohler (2) menciona a Schmitt como una de las principales figuras de la “revolución conservadora”, junto a otros cinco “exiliados”: Ernst Jünger y su hermano Friedrich Georg, Hans Blüher, Oswald Spengler y Thomas Mann. Con su amplia frente, labios finos y arrugas alrededor de los ojos, Carl Schmitt, de ochenta y nueve años, es imposible de categorizar, Este hombre de Westfalia es natural de la región de Tréveris y tiene algunos parientes en la zona de Lorena. Fue discípulo del sociólogo Max Weber y enseñó en la universidad en Greifswald, Bonn y Berlín. Además, participó en la vida política de los años treinta. En 1936, criticado por ciertas facciones del movimiento nacionalsocialista, dejó por completo cualquier actividad que no fuera profesoral. En 1945, algunos universitarios ideologizados lo usaron como chivo expiatorio y fue detenido por los aliados. Sin embargo, su caso fue desestimado. Ahora lleva una vida normal retirado en su ciudad natal de Plettenberg y sigue publicando libros.
Sus primeras obras fueron de carácter jurídico. Sin embargo, a partir de 1918-1920 se dio a conocer como especialista en el pensamiento político. Al igual que Max Weber, Schmitt se oponía abiertamente a la República de Weimar y criticaba duramente el Tratado de Versalles. Traducido al francés cuarenta años después de su primera publicación, Der Begriff des Politischen (El concepto de lo político) es un texto que data precisamente de esta época. Poco después de su publicación en 1927, se vio envuelto en intensas polémicas con personalidades tan notables como Leo Strauss, Martin Buber y Karl Löwith, y desde entonces sigue siendo una de las obras fundamentales de la ciencia política alemana. Schmitt reprocha a la Constitución de Weimar ser “casi demasiado perfecta jurídicamente y, al mismo tiempo, demasiado magnífica como para seguir haciendo política”. Esta crítica resume la esencia de su argumentación, una argumentación que se basa en la distinción entre el concepto de “estatal” y de “política”. Los dos conceptos habían sido, durante mucho tiempo, indistinguibles: “Hubo, en efecto, una época en la que la identificación de los conceptos de ‘estatal’ y ‘político’ se justificaba”, razón por la cual el análisis del fenómeno político se redujo mayoritariamente a una teoría general del Estado (la allgemeine Staatstheorie). Sin embargo, Schmitt dice que “el concepto de Estado presupone un concepto de lo político”, pues lo político no es una mera consecuencia del Estado. Su existencia, de hecho, precede a la de este último. Puesto que el hombre lleva una vida social, toda sociedad se caracteriza necesariamente por una organización política. En cuanto al Estado en sí, no es más que uno de los medios para lograr dicha organización. El Estado no es, pues, una necesidad histórica intemporal, sino un “medio de existencia” concreto (un Estado). De hecho, la actividad política podría tener lugar fuera del marco estatal y, del mismo modo, la política podría seguir existiendo incluso si el Estado desapareciera.
El error de la “despolitización” y sus consecuencias
El Sr. Julien Freund (3), profesor de la Universidad de Estrasburgo y autor de un libro titulado L'essence du politique (4) (Sirey, 1965), explica en el prefacio que escribió para la traducción al francés del libro de Carl Schmitt cómo el Estado puede dejar de ser político: “Es imposible expresar una voluntad auténticamente política si, de antemano, se ha renunciado al uso de los medios políticos normales, a saber, el poder, la coacción y, en casos excepcionales, la violencia. Actuar políticamente es ejercer la autoridad y manifestar el poder. De lo contrario, se corre el riesgo de ser destituido por un poder rival que pretenda, por el contrario, actuar de manera plenamente política. En otras palabras, toda forma de política implica poder y constituye uno de los imperativos de este último. En consecuencia, el hecho de excluir de entrada el ejercicio del poder reduciendo, por ejemplo, el gobierno a un mero lugar de reunión o un órgano de arbitraje que refleje la función de un tribunal civil es sinónimo de actuar contra la ley misma de la política. La propia lógica del poder exige que sea poderoso y no impotente. Y puesto que la política necesita esencialmente el poder, toda política que renuncie a éste por debilidad o legalismo deja de ser verdaderamente política: ya no cumple su función normal, al haberse vuelto incapaz de proteger a los miembros de la colectividad que le ha sido confiada. No se trata, pues, de que un país determinado tenga una Constitución jurídicamente impecable, ni de que busque una forma ideal de democracia, sino de dotarse de un régimen capaz de responder a dificultades concretas y de mantener el orden, generando al mismo tiempo un consenso que siga siendo favorable a todas las innovaciones con potencial para resolver los conflictos que inevitablemente afloran en toda sociedad”. Este planteamiento equivale a distinguir la autoridad política de la sustancia política. La decadencia del Estado liberal durante el siglo XIX y el auge de la tecnocracia y de la “política de gestión” han acelerado este proceso. Cuando el Estado deje de ser político, su autoridad desaparece. Sin embargo, su sustancia perdurará.
Así pues, esta sustancia seguirá operando carente de todo apoyo institucional, convirtiéndose en presa y objeto de grupos de presión ideológicos competidores que sustituyen al Estado en la toma de decisiones verdaderamente políticas, intentando hacerse con el control de los medios estatales para aplicar estas decisiones e imponiendo sus propias organizaciones. De este modo, los ámbitos hasta entonces considerados neutrales (religión, cultura, arte, educación, economía) “pierden su neutralidad en la medida en que esta palabra es sinónimo de ausencia de vínculos tanto con el Estado como con la política”. Son estos ámbitos metapolíticos los que encarnan posteriormente el ámbito ideal de la acción política. Y es este desplazamiento del campo de actuación política el que desencadena la ilusión de la “despolitización”. Tal es, en efecto, la situación que caracteriza nuestra época, una época en la que el Estado se marchita progresivamente (sobre todo bajo la influencia de las ideas estadunidenses sobre  la gobernanza) de acuerdo a la creencia según la cual la economía ha “sustituido” a lo político, lo cual sólo ha llevado a que el control y el ejercicio de la auténtica función política caigan en manos de poderes no estatales (ya que la política se considera subordinada a la economía, al igual que ésta al ámbito social, lo que da lugar a una inversión completa del orden tradicional que define estas tres funciones). Aunque sería tentador definir la política a través de su sustancia, significaría caer en el planteamiento erróneo de Aristóteles, al intentar delinear su “esencia” metafísica. El propósito de Schmitt es a la vez más modesto y más ambicioso. Se trata, escribe Freund, de “determinar el criterium, es decir, el signo, que nos permite reconocer si una cuestión es de naturaleza política o no, permitiéndonos así discernir lo que es puramente político, independientemente de cualquier otra conexión”.
Amigo y enemigo
Esta idea es fundamental, es un criterio de identificación relativo de toda dinámica estrictamente política, reside, según Schmitt, en la aptitud de cada uno para distinguir el amigo del enemigo (Freund-Feind Theorie). En el ámbito político, esta distinción es tan fundamental como la que existe entre lo bello y lo feo en la estética, el bien y el mal en el ámbito moral, etcétera. Freund escribe: “En definitiva, todo criterio político descansa sobre la posibilidad de que cualquier oposición evolucione hacia un conflicto extremo en el que los enemigos se enfrenten entre sí”. La decisión política arquetípica es, pues, la de designar al “enemigo público” (hostis, es decir, alguien que, por razones ajenas a la moral o a la legalidad, actúa como enemigo de todos, que no puede ser confundido con el enemigo privado, inimicus). La verdadera autoridad política es la que posee los medios para atacar a este enemigo o defenderse de él. Que el enemigo sea amenazador o no tiene poca importancia. “En términos de definición, basta con que sea alguien caracterizado por una alteridad y una extranjería particularmente pronunciadas que, definiendo su propia existencia, conduzcan a conflictos potenciales con él perfectamente concebibles en el peor de los casos, conflictos que no podrían resolverse ni mediante un conjunto de normas generales preestablecidas ni mediante el juicio pronunciado por cualquier tercero que se reconozca como ajeno e imparcial”. La idea de Clausewitz (5), según la cual “la guerra no es más que la prolongación de la política por medios diferentes”, tal y como lo afirma en Von Kriege (6), es invertida. “Un mundo en el que la contingencia de la lucha genuina ha sido completamente eliminada y prohibida, un planeta que ha sido pacificado de una vez por todas, sería un mundo desprovisto de toda diferenciación entre amigo y enemigo y, por lo tanto, un mundo sin política”. Sería un mundo cuyas apreciaciones ya no tendrían ningún valor ni significado, un mundo incapaz de seguir evolucionando, carente de tensiones creativas y condenado a repetirse indefinidamente y a “rumiar” el mismo momento una y otra vez. Un mundo así estaría vaciado de toda historia.
La inquietante perspectiva del “fin de la historia” alimentó a la generación alemana de 1914-1918, la misma que se preguntó por su propia posición en el universo al tiempo que leía las obras de Spengler y Rathenau (7). Su angustia ante el triunfo de la cuantificación tecnológica desprovista de toda alma que “se alimentaba de un oscuro sentimiento derivado de la propia lógica del proceso de neutralización”, como decía Carl Schmitt, está en el centro de sus reflexiones. En 1927, sin embargo, Schmitt expresó su convicción de que este proceso se acercaba a su fin, precisamente porque finalmente consiguió alcanzar a la tecnología, declarando: “Sólo de manera provisional se puede considerar que este siglo ha sido el de la tecnología, de acuerdo con el estado de ánimo que lo impregna. El juicio final sólo se emitirá cuando se haya determinado qué tipo de política es lo suficientemente poderosa como para doblegar el mundo moderno a su voluntad y qué agrupación real de amigos y enemigos ha tenido lugar en este nuevo dominio”.
Hemos llegado a una época caracterizada por su total ignorancia de las distinciones clásicas entre guerra, paz y neutralidad, entre política y economía, entre lo militar y lo civil, combatientes y no combatientes; la única excepción reside en la diferencia entre amigo y enemigo, cuya lógica preside su nacimiento y determina su propia naturaleza. Las consecuencias son temibles. La propia noción en torno a la existencia de “organismos internacionales” cuya autoridad sobrepasa la soberanía de los Estados y que se encargan de “interpretar la ley” implica que es necesario “demostrar” a todo el mundo que el enemigo es quien está totalmente equivocado. En el marco de esta perspectiva universalista, el adversario debe ser declarado proscrito, es decir, literalmente convertirse en un ser inhumano. Por lo tanto, ya no se le puede respetar mientras se lucha contra él, sino que sólo se le puede odiar, porque se ha convertido en la encarnación del mal. El poder ilimitado de los diversos medios de destrucción se refleja en la devaluación total del enemigo, cuyo exterminio está “justificado” una vez que se ha establecido su absoluta inutilidad. Por la misma razón, las diferencias fundamentales entre la guerra y la paz y entre los ámbitos civil y militar ya no se aplican. Todas las guerras son de carácter global y pueden emprenderse en cualquier momento. Y a medida que lo político se ve invadido por lo moral, llega la hora del partisano.
La teoría del partisano
En su Teoría del partisano, una conferencia pronunciada en España en 1962, Schmitt demostró que la aparición del “combatiente revolucionario” se corresponde perfectamente con lo que él mismo había predicho. En efecto, un partisano no se caracteriza únicamente por los métodos que elige utilizar, también encarna la función política que las instituciones regulares ya no desempeñan, participando en el combate y alineándose con una determinada política, aspecto político de su acción que pone de relieve el significado original del término “partisano”. Mientras que los soldados luchan porque su deber es hacer la guerra (independientemente de sus convicciones personales), los partisanos luchan porque creen que su lucha está justificada. La conciencia revolucionaria de un partisano se expresa a través de la “requisición total”. El Che Guevara (8) dijo una vez que “el partisano es el jesuita de la guerra”.
Otro rasgo específico que caracteriza nuestra época reside en el hecho de que el Estado, que dispone de todos los medios de poder necesarios, ya no es una auténtica autoridad política, mientras que el partisano, que actúa como encarnación de la sustancia política, trata de apropiarse de los medios de los que carece a través de sus propias acciones. El impacto que ha tenido Carl Schmitt durante este medio siglo ha sido considerable. Ha sido fuente de inspiración para muchos derechistas (como Armin Mohler), izquierdistas (como Kirchheimer) e incluso para el maoísta Schickel. Sin embargo, este hecho no lo ha exento de críticas. El Sr. Maurice Duverger (9) que, al menos en opinión del Sr. Freund, probablemente nunca ha leído ninguna obra de Schmitt, ha optado por tratarlo con desdén. Otros le han reprochado que dé prioridad al enemigo sobre los amigos (o “camaradas”), acusación a la que Schmitt respondió de la siguiente manera: “Esta objeción ignora el hecho de que, como resultado de la necesidad dialéctica, el desarrollo de cualquier concepto jurídico se deriva de su negación. La raíz tanto de la acción penal como del derecho penal no está en los hechos, sino en las fechorías. Y, sin embargo, ¿hablaría alguien alguna vez de una concepción positiva de tales fechorías, o de la primacía del delito?” Como todo el mundo sabe, el principio más importante de una actitud “maquiavélica” es negar a Maquiavelo. Carl Schmitt hace la siguiente observación razonable, incluyéndola como nota a pie de página en su libro: “Si Maquiavelo hubiera sido realmente maquiavélico, en lugar de su Príncipe habría escrito una obra literaria instructiva, anti-maquiavélica”.
Referencias
El concepto de lo político, seguido de La teoría del partisano, en obras de Carl Schmitt, Calmann-Lévy, 331 páginas. Publicado originalmente en la revista Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik (vol. LVIII, 1927), El concepto de lo político fue parcialmente traducido al francés en 1942, bajo el título “Considérations Politiques” (10) (Librairie générale de droit et de jurisprudence). En la propia Alemania se reeditó en su versión de 1932 después de la guerra (Der Begriff des Politischen, Duncker u. Humblot, Berlín, 1963). Otras obras de Carl Schmitt han sido publicadas (o reeditadas) muy recientemente: Politische Romantik, Duncker u. Humblot, Berlín, 1968), Legalität und Legitimität (Duncker u. Humblot, Berlín, 1968), Gesetz und Urteil (C. H. Beck, Múnich, 1969), Der Hüter der Verfassung (Duncker u. Humblot, Berlín, 1969), Die Geistesgeschichliche Lage des heutigen Parlamentarismus (Duncker u. Humblot, Berlín, 1969). Humblot, Berlín, 1969), Politische Theologie II (Duncker u. Humblot, Berlín, 1970), Verfassungslehre (Duncker u. Humblot, Berlín, 1970), Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum (Duncker u. Humblot, Berlín, 1974).
Notas:
1. Carl Schmitt (11 de julio de 1888-7 de abril de 1985) fue un jurista y teórico político conservador alemán cuyo pensamiento giraba en torno al ejercicio efectivo del poder político. Su obra ha ejercido una gran influencia en la teoría política, la teoría jurídica, la filosofía continental y la teología política posteriores. A pesar de su impacto, su pensamiento se considera controvertido debido a su supuesta estrecha colaboración y apoyo jurídico-político al nazismo; por ello, a menudo se le denomina el “jurista más importante del Tercer Reich”.
2. Armin Mohler (12 de abril de 1920-4 de julio de 2003) fue un politólogo y filósofo de orientación derechista nacido en Suiza y asociado al movimiento Neue Rechte (Nueva Derecha).
3. Julien Freund (8 de enero de 1921-10 de septiembre de 1993) fue un filósofo y sociólogo francés. Pierre-André Taguieff lo calificó de “liberal-conservador insatisfecho”; su obra como sociólogo y teórico político es una prolongación de la de Carl Schmitt.
4. La esencia de lo político.
5. Carl Philipp Gottfried (o Gottlieb) von Clausewitz (1 de junio de 1780-16 de noviembre de 1831) fue un general y teórico militar prusiano que hizo hincapié en los aspectos "morales" (es decir, en términos modernos, psicológicos) y políticos de la guerra.
6. Sobre la guerra.
7. Walther Rathenau (29 de septiembre de 1867-24 de junio de 1922) fue un estadista alemán que ocupó el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores durante la República de Weimar.
8. Ernesto “Che” Guevara (14 de junio de 1928-9 de octubre de 1967) fue un revolucionario marxista, médico, escritor, líder guerrillero, diplomático y teórico militar argentino.
9. Maurice Duverger (5 de junio de 1917-16 de diciembre de 2014) fue un jurista, sociólogo y político francés.
10. “Consideraciones políticas”.
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dionysus-to-apollo · 2 years
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"The metaphysical image that a particular age makes of the world has the same structure as that which is readily apparent to that age as a form of its political organization.
The establishment of such an identity is the sociology of the concept of sovereignty."
-Carl Schmitt, "Political Theology"
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alienbuddyholly · 23 days
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Carl Schmitt und der Nordlicht-Mythos Theodor Däublers by Andreas Höefele
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