La peatonal (entre) tiempos y manteros
Caminaba por la peatonal, todo parecía muy extraño, figuras sin una forma definida se
movían a mi alrededor, quizá era alguna comida mal digerida. Finalmente comenzaron a
tomar forma, eran personas que caminaban cerca de mí, vestidas con sobretodos grises y
fedoras negras. Las mismas me provocaban una sensación de soledad e individualismo,
no podía distinguir sus rostros, una sombra gris cubría sus cuerpos, a su vez se
desplazaban tan rápido que apenas distinguía que circulaban a mí periferia, parecía una
película de Hitchcock. Todo a mí alrededor se movía sin mucho sentido, tenía la sensación
de que no podía avanzar rápido, el ambiente estaba plasmado por un presente extraño.
Me sentía fuera de época como si hubiera retrocedido varias décadas en el tiempo, ¿acaso
era un sueño? Mientras seguía caminando por la peatonal, los colores pasaron de unas
tonalidades sepia a uno grisáceo, el sol estaba ya ocultándose, qué rápido había pasado la
tarde desde que salí de casa. Las paredes de los edificios parecían derretirse con las
sombras que proyectaban entre ellos, junto con el suelo que pasaba a ser de un oscuro
casi como el vacío mismo del universo. Me paré un rato a pensar qué hacer, comencé a
tener frío y hambre, de repente un ser simulando ser un caníbal se acerca a convidarme
un pancho que chorreaba mayonesa, situación que me produjo náuseas, me asustó y salí
corriendo.
Cuando llegué a la intersección con la avenida Colón, los autos pasaban frente mío y las
personas a mi alrededor parecían moverse a través de ellos sin ningún problema. Sentía
que iba en cámara lenta, las luces de los automóviles fluían como venas y arterias
brillando, tomé coraje y crucé. Casi sentía que podía tocar los rayos de luz y dibujar con
ellos, pero a su vez las notaba muy lejos de mi alcance, el sonido era una mezcla entre
murmullos y frenadas. Un ser de cuatro patas en movimiento parecido a un perro,
correteaba por la calle en busca de un objeto que no logré distinguir si era un hueso o un
palo, todo era muy confuso. De repente la lejana campana de iglesia daba la hora, recordé
que era momento de ver mi serie preferida, pero no entendía bien si llegaría a tiempo para
el episodio, seguía confundido con la hora que era.
Cuando por fin pude cruzar la calle el panorama había cambiado completamente, los
edificios modernos, hechos de cristal y hierro, parecían fundirse con la tierra. Toda una
historia pasaba por mi retina, dejando rastros de modernidad. Las personas que me
rodeaban, comenzaron a amontonarse en un rincón, había algo allí que los sorprendía, yo
no sabía qué era, no lograba ver, pero desde ese momento comenzaron a tener colores
vivos en sus ropas, estaban muy alegres, era como un éxtasis de frescura que los cubría.
Me di vuelta y vi como del otro lado de la calle las personas y el ambiente volvía a ser
tenue. A su vez del lado que estaba yo el sol brillaba de una forma que sentía el calor que
tocaba mi rostro y le daba al lugar una sensación de calidez y armonía.
Los negocios que se encontraban en la vereda parecían uno solo y a la vez todos eran
distintos. Cuando me acerco a uno de ellos, veo que en su vidriera tenía objetos usados,
animales, comida, juegos de cartas y otras cosas cuyas formas no llegaba a distinguir.
Una señora de unos 70 años llevaba un pañuelo blanco en su cabeza, de pelo canoso y
vestido marrón me saludaba del otro lado del vidrio, haciéndome una especie de seña con
sus manos para que entre. Aunque no veía una entrada, en un instante se hizo visible una
puerta de vidrio y hierro, al empujarla para cruzar, el negocio había desaparecido y del
otro lado había un bar con una banda de jazz que tocaba en un improvisado escenario.
Cuando me senté en una de las mesas, ya tenía un café servido, vi desde una de las
ventanas hacia afuera, allí un par de niños jugaban con una pelota en la vereda. Dentro
del bar, una sensación de nostalgia inundó mi mente, sentía que necesitaba volver a la
calle para no pensar en las cosas que me habían sucedido el día anterior, una especie de
coraza a mí alrededor me protegía de los malos pensamientos. Nuevamente la campana
sonó, decidí salir del bar.
Al dejar el bar una mujer llamó mi atención, ella parecía desorientada entre el tumulto de
gente que caminaba por la peatonal. Su vestido rosa y su gorro combinaban
perfectamente, se veía muy elegante pero su vestimenta se diferenciaba completamente
del resto de la gente. Las personas pasaban por su lado, la observaban pero continuaban
apuradas hacia su destino. Su vestido tenía un hermoso encaje blanco en el cuello, era
largo hasta las rodillas y un chal cubría sus hombros. Llevaba medias blancas en sus largas
piernas y un pequeño paraguas para cubrirse del sol. Parecía de principios del siglo XX.
Me acerque a ella, le consulté si necesitaba ayuda y me respondió que el bar del cual que
yo acababa de salir había sido su casa. Quedé anonadado ante esa respuesta, y para mayor
sorpresa me pregunto “¿En qué año estamos?” Con un poco de confusión le respondí,
“en 2019” (¿Acaso me estaba volviendo loco?, pensé). Ella comenzó a reír, yo deje de
comprender realmente lo que estaba pasando. Me dijo “yo estaba en el tranvía, leyendo
el diario, era 1920 y aparecí aquí”. En un principio me costó creerlo, pero eso explicaba
su apariencia, a su vez muchas de las cosas que me habían pasado hasta ahora no tenían
mucho sentido.
Nos apartamos del ruido de la peatonal, ingresamos en una galería para poder conversar.
Me pidió que la acompañara cuatro cuadras hasta el Cabildo, había caído la noche y no
se sentía segura en la ciudad. Asentí con la cabeza, me generaba una confianza que pocos
conseguían. Como todos los sábados los comercios ya habían cerrado y comenzaron a
llegar los primeros manteros con sus productos. Su cara de sorpresa y horror llamó mi
atención. Le consulté qué ocurría que se había detenido, me dijo que no comprendía qué
estaba pasando, y me preguntó “¿qué hacen estas personas?”, en ese momento me sentí
en la obligación de explicarle cómo las cosas habían cambiado en estos años, además de
la pérdida de su hogar. Comencé la explicación de lo que estábamos observando: “La
peatonal San Martín durante el día tiene muchos comercios de ropa, artículos para el
hogar, zapatos, jugueterías que cierran en la noche y es en los fines de semana cuando
un conjunto de vendedores callejeros ubican sus mantas en el piso para trabajar. Estas
personas suelen vender las cosas más económicas que muchos de los comercios del
centro. Aquí ya no vive gente, al menos no mucha, se ha vuelto muy costoso por ser una
zona céntrica y laboral sumado a los altos costos de vida próximos a este barrio, es que
gran parte de la población vive en los alrededores.” Notaba su interés por mi relato por
eso continué con el mismo. “Las personas que están llegando trabajan aquí pero el
gobierno no permite que lo hagan, por eso vienen en las noches”. La mujer, que jamás
me dijo su nombre, preguntó “¿Cómo es que no les permiten trabajar aquí? ¿Este espacio
no es de uso público?” No supe responder esa pregunta. Nuevamente la campana volvió
a dar la hora, esta vez sonaba con mayor intensidad.
Comenzamos a caminar, ella se detenía a ver los productos que vendían que jamás había
visto, como los cargadores portátiles de celulares, sin comprender su uso, o al menos eso
creía yo. Se volvió rápidamente hacia mí, “la ciudad ha cambiado mucho”, dijo,
“recuerdo que en mi época el centro de la ciudad era residencial, las casas más lindas y
la gente con más dinero vivía aquí, no les gustaría ver cómo la calle de su casa se ha
vuelto un centro comercial tan grande, lleno de personas que van y vienen sin un sentido
aparente”. Esto me llevó a la reflexión sobre las diferentes formas en que el espacio es
habitado, jamás había pensado en eso al caminar por la ciudad. Le pregunté: -¿cuál es tu
nombre?
-Julia - respondió la mujer.
-¿Querés tomar algo?, te veo preocupada- le dije.
- Sí, por favor, estoy un poco mareada, quizá bajó mi presión - dijo colocando su mano
en la cabeza, la notaba con una mirada desconcertada ante tanta información que estaba
recibiendo.
Busque una cafetería rápidamente con mis ojos, pero no vi ninguna, me pregunte dónde
tomaba café la gente. Nos sentamos en uno de los canteros de la peatonal, la noche estaba
fría y los locales cerrados. Compre un “café para llevar” y un alfajor en el kiosco que vi
abierto, también había una la heladería pero no era noche para helado. Con cara de
asombro ella observaba la gente pasar.
-Julia- le dije al ver su cara de desconcierto- ¿quieres hacerme alguna pregunta?
-Sí - respondió ella rápidamente
–Dime – dije sonriendo.
-¿Estas personas trabajan en la calle vendiendo cosas con este frío muchas horas?
-Sí, más o menos 4 horas.
-¿Y vienen con sus hijos a trabajar? - pregunto al ver vendedores con sus hijos.
-Sí, algunas personas vienen solas a vender y otras acompañadas.
-¿No tienen miedo de estar en la calle vendiendo y que vengan a quitarles los productos?
– me preguntó con preocupación.
-No lo sé -dije levantando mis hombros- en realidad las personas que podrían quitarles
sus productos son los inspectores municipales, pero no controlan por aquí de noche, ya
han terminado su día laboral para las 20hs que comienza la feria.
-Qué difícil será para ellos estar en esa situación, ¿verdad? - me preguntó.
Al escuchar su comentario reflexioné sobre la cantidad de veces que pasé por aquí en sin
notar la realidad de su observación, sin pensar en la situación que trajo a estas personas,
en la noche, escondidas y con el frío, a trabajar en la peatonal, pensé internamente.
Ella continuó comentándome cosas, la noté realmente confundida.
-Veo dos o tres personas comprando, las demás parecen estar caminando por aquí de
paseo, disfrutando de estas calles. En mi época por aquí pasaban vehículos, no se podía
caminar – dijo Julia.
-Es verdad, algunos están paseando, otros comprando y muchos trabajando, cohabitan
muchas formas de usar la peatonal, cada uno desde su lugar – le comenté. Se escucharon
risas a lo lejos. El frío se sentía cada vez más fuerte. Un grupo de manteros estaba
tomando mate, se veían alegres pese a que las ventas no eran muchas, me dio la sensación
de que eran amigos formando una gran reunión donde sus vínculos hacían posible llevar
adelante la cotidianeidad de la vida.
-¿Vos hacia donde ibas cuando nos encontramos? - dijo ella repentinamente.
-Estaba yendo a ver mi serie, hoy pasan un episodio especial de mi serie favorita.
-¿“Shopping”? ¿Qué es eso? - preguntó Julia cada vez más confundida.
-Es un edificio donde hay muchos locales comerciales, como estos que se ven en la calle
pero dentro de un edificio, suelen tener varios pisos de locales. En tu época uno de ellos
era un colegio, hoy se le conoce como Patio Olmos.
-Ah, si mi hermano mayor fue a ese colegio - respondió con cara de admiración - y en ese
lugar ¿hay gente en el piso vendiendo cosas también? - preguntó nuevamente.
-No, solo en algunas partes de la ciudad se ve gente en la calle vendiendo en el piso o
algunos tienen mesitas. Es muy costoso alquilar un local comercial en el centro de la
ciudad, y más aún dentro del shopping, no todas las personas acceden a ese beneficio.
-Claro, por eso mucha gente encontró esta forma de trabajar en la ciudad. El dinero es
necesario en todas las épocas.
Continuamos transitando la peatonal, llegamos a la esquina de San Martín e
Independencia, el Cabildo estaba completamente iluminado con luces de colores rosa,
celeste, amarilla, azul, realmente era un show de luces. Me di vuelta y Julia estaba
hablando con uno de los manteros, un vendedor de Senegal. Fui corriendo hacia ellos y
al llegar escuche que ella le preguntaba de dónde era. Él le sonrió y le ofreció unas gafas
de sol para que viera, ella rápidamente se alejó, como si tuviera miedo de tocarlo, y
comenzó a caminar rápido. Seguí sus pasos, no sé qué le pasó, le pregunté ¿estás bien?
ella se veía avergonzada, y me dijo “qué hombre encantador”, con un gesto de entre
preocupación y felicidad, le sonreí. La campana volvió a sonar, me di vuelta para poder
dilucidar de dónde provenía el sonido, pero no pude ver nada, cuando volví a mirar hacia
Julia, ella ya no estaba.
Me encontraba nuevamente caminando por la vereda, ya era de día, la ciudad estaba
completamente desolada, ¿o era simplemente lo que yo sentía? La sensación de mi
experiencia metropolitana había cambiado en unas pocas horas como si hubieran pasado
varios siglos. Incluso los edificios parecían abandonados, derruidos, como destruidos por
alguna guerra ajena a mi conocimiento. Por la ventana de un edificio vi una figura
grisácea que parecía mirarme con recelo, sentía que era parecida a mí, pero a la vez
distinta, algo había en su aspecto que lo hacía relacionarla con una etnia distinta a la mía,
no podía saber que era. Su edificio tenía las puertas tachonadas con tablones de madera,
más figuras comenzaron a aparecer por todas las ventanas, parecía casi como si quisieran
salir, pero no pudieran, como una especie de gueto que les impedía librarse de ese lugar.
Me pregunté: ¿Cuál era el motivo por el cual estaban encerrados? ¿Era por su apariencia
o había algo más? ¿O quizás por su estatus social? Nunca lo iba a saber. Aunque quisiera
ayudarlos me di cuenta que no había forma, las puertas de los edificios habían
desaparecido. Solo quedaban sus miradas clavadas en mí desde lo alto de las ventanas,
incluso escalar el edificio me era imposible, cada vez parecía ser más alto e inalcanzable.
Busqué policías, creí que ellos podrían ayudar, pero no encontré ninguno, “¿dónde están
cuando uno los necesita?”, me pregunté enojado. Nuevamente la campana sonaba, esta
vez más fuerte, parece que me estaba acercando a ella.
Continué caminando por el barrio, pero esta vez comenzaron a aparecer personas que
pasaban cerca de mí cuerpo pero sin tocarme, como una manifestación, no se percataron
de que yo iba en sentido contrario. No veía pancartas ni ningún cartel que me indicara el
motivo de esa marcha, caminaban para el mismo lado como si fuera simplemente por
ósmosis, como si un imán invisible los condujera a algún destino que estaba fuera de mi
conocimiento.
Una sensación de miedo e inseguridad comenzó a recorrer mi cuerpo, era posible que me
tomen como un “otro” al ir en contra de su marcha. Pude distinguir algunas miradas de
desaprobación hacia mi persona. Poco a poco las personas iban cambiando y se
comenzaban a mezclar con otras de distintas culturas y países, como si la globalización
se acelerase en cuestión de minutos, todo un mundo de interacciones ante mis ojos, y yo
ahí perplejo, todo el mundo ingresaba por mis ojos en cada parpadeo ¿Acaso habían
pasado minutos o fueron horas? Las calles eran de agua, pero la gente caminaba sobre
ellas, una especie de Venecia mucho más mística, el agua no estaba congelada,
simplemente no parecía verse afectada por las leyes de la física. Figuras con cabezas de
pájaros pasaban a mí alrededor, junto con cortesanas que llevaban joyas y vestidos sin
ninguna preocupación a que puedan ser asaltadas. ¿Era una especie de carnaval de
máscaras? No escuchaba música que lo indicara, sus cuerpos extraños me alejaron de
inmediato, era evidente que su cultura y la mía no eran la misma.
El sonido de la campana era cada vez más fuerte y más cercano, al final de la calle pude
vislumbrar un campanario, solitario, casi como un monolito en medio del desierto, el eco
provenía de allí, incluso su melodía me resultaba familiar. Todo comenzó a tornarse
borroso, las personas se desdibujaron, el piso parecía volverse de arena y todo se volvió
confuso como mezclas de pinturas. Sentía que caía en un pozo sin fondo donde todo
parecía perderse.
La música resonaba por todos lados era como si me atravesara y saliera de mí, de pronto
reconocí la melodía, ¡era la alarma de mi celular! Desperté confundido, todo lo que había
pasado había sido un sueño, me quedé dormido estudiando Antropología en Contextos
Urbanos, ¡era el día del parcial! Debía levantarme y correr para llegar al examen.
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